El trasfondo de esta sección o artículo se basa en la campaña de El Fin de los Tiempos, que ha sustituido la línea argumental de La Tormenta del Caos.
|

Naieth la Vidente
Naieth la Vidente soñaba con Middenheim, o mejor dicho, lo que quedaba de ella. La Ciudad del Lobo Blanco había sido destruida. Donde una vez habían estado las casas, las tabernas, los cuarteles y las casas mercantiles había ahora una fosa colosal, una excavación tallada profundamente en la roca de la Fauschlag. Los edificios que quedaban estaban en ruinas. El Templo de Ulric era la única estructura de cualquier tamaño que todavía poseía un techo, y estaba cubierta de sangre y suciedad, con los cadáveres de sus sacerdotes colgando de las paredes por sus propias entrañas.
Las hogueras de los norteños se agrupaban a lo largo de la devastación, con los tótems de los Dioses Oscuros levantados sobre postes cubiertos con cráneos. Los mastines aullaban, y monstruos rugientes tiraban inútilmente de cadenas encajadas en la roca. La magia gritaba y se arremolinaba a través de la devastada ciudad, canalizada a círculos rituales ensangrentados por entonantes acólitos y hechiceros con cuernos.
Mientras su sueño volaba más cerca de la fosa, Naieth veía a las afanadas cadenas de trabajo arrastrar las rocas desde las profundidades. Los esclavos eran en su mayoría humanos, cautivos tomados durante el asalto de Archaón al Imperio, pero también había enanos y hasta ogros - los cuales eran cautivos con cadenas mucho más gordas que los demás. Todos estaban manchados por el sudor y la suciedad del trabajo pesado, con su piel hundida traicionando el hambre que los roía. Los capataces skaven vigilaban a los esclavos, acosándolos con latigazos y golpes de lanzas, haciendo guardia de pie en torres desvencijadas formadas a partir de las casas derrumbadas de Middenheim.
Hacia abajo voló el sueño de Naieth, abajo a través de los túneles sinuosos de la excavación. Pronto ya estaba más profunda de lo que los humanos habían explorado, pero aún así los arrastrados y mugrientos esclavos avanzaban continuamente hacia arriba, agarrando cestas desgarradas o empujando carretillas cargadas de rocas. Los muertos estaban allí donde habían caído, y las ratas deformadas roían sus pálidos cadáveres.
Más profundamente todavía, y los toscos túneles se convirtieron en un recuerdo, cediendo a vastas cámaras. Aunque estaban forrados con musgo y líquenes extraños, no habían escondido el diseño regular y geométrico de estos nuevos túneles. Piedras brillantes bordeaban la pared, medio escondidas por la flora de la cueva y milenios de calcificación, y Naieth supo de inmediato que estos túneles eran muy anteriores al tiempo de los elfos.
Por fin, el sueño de Naieth pasó a una cámara semi-excavada y con incrustaciones de estalactitas. El suelo estaba lleno de fragmentos de estalagmitas, antiguas formaciones presumiblemente destrozadas para permitir un acceso más fácil al corazón de la cámara. Allí, mantenido en su sitio por dos perfectos hemisferios de oro, Naieth al fin vio por lo que los norteños habían cavado tan profundo para encontrar.
El globo era tan negro como la noche, su superficie palpitaba y ondulaba como líquido. Cada latido provocaba una ráfaga de luz que recorría perezosamente las paredes rocosas. La luz era incolora, y sin embargo de alguna manera era de todos los colores a la vez. Incluso en su estado de sueño, Naieth podía sentir la magia que emanaba del globo, podía saborear la corrupción en el aire rancio. Su sueño se acercó, ansiaba extender la mano y tocarlo, pero Naieth sabía que hacerlo la destruiría, sueño o no.
Rodeando el orbe, Naieth tomó nota de una figura alta de armadura negra, que estaba en silencio en su lado más alejado. Un grupo de hechiceros estaba de pie en silencio, con las cabezas inclinadas mientras su maestro de yelmo dorado entraba en comunión con su tesoro. El sueño de Naieth podía oír al señor dirigiéndose a sus secuaces, pero los sonidos eran demasiado distantes, demasiado amortiguados para que la vidente pudiera entenderlos. Se acercó más, tratando de conseguir un cierto sentido de lo que se decía.
El yelmo dorado se levantó de repente, con sus ojos huecos mirando directamente al sueño de la vidente.
Podía verla.
Naieth se alejó en pánico, desesperada por huir, pero ya sabía que era demasiado tarde. El tercer ojo del yelmo del señor ya resplandecía de un blanco aterrador, y de repente todo lo que Naieth pudo oír fueron sus propios gritos.
Prefacio | Visiones Mortales | Contendientes | Batalla | Retirada Táctica | Sombras de Teclis | Tras la Defensa del Claro de la Eternidad | Impaciencia | La Muerte Llega al Bosque
Fuente[]
- The End Times V - Archaón.