La mismísima Dama bendijo el Valle del Morceaux, lavando su tierra con el agua cristalina del Grial.
Bordeleaux es famosa no solo por su asociación con Manann, el Dios del Mar, sino también por sus vinos. Aunque la sidra de Bordeleaux también se cuenta entre las mejores del mundo, ¡para el enojo de los fabricantes de sidra de Wissenland! En los huertos del Valle del Morceaux crecen las jugosas manzanas rojas con que elaboran la deliciosa bebida. Los vinos Bretonianos más exquisitos son los del Ducado de Bordeleaux, y las vides más delicadas crecen en el Valle del Morceaux. El campo de Bordeleaux está lleno de viñedos y, de todos ellos, los plantados en las riveras del río Morceaux son considerados los mejores.
Los viticultores del Valle del Morceaux son los mejores de todo el Viejo Mundo, recolectan la vid bendecida por la Dama y la convierten en vino para las generaciones futuras. La belleza de su producto es tal que hasta los Elfos de Ulthuan han reconocido a regañadientes su calidad y el emisario de los Altos Elfos para Bretonia lo calificó de "más o menos tolerable", lo que, en el caso de su especie, es un verdadero elogio.
El mercado de vino es un sitio lleno de actividad y no exento de peligros en el que barriles y botellas de las mejores cosechas se venden y se compran por muchas monedas de oro.
No es el oro lo que más codician los nobles de Bordeleaux, sino sus vides, pues es la calidad de la uva lo que ha hecho inmensamente ricos a muchos de sus anteriores Señores, especialmente, al Duque Alberic. No es de extrañar, por tanto, que sus vinateros limiten el número de botellas de vino que ponen en el mercado para mantener la demanda siempre alta por medios artificiales. Sin embargo, la prueba de calidad de los caldos es, sin duda, el mercado, donde los nobles ebrios no paran de "degustar" las diferentes variedades, lo que ha acabado de aquella manera en más de una ocasión.
Cuando los Orcos llegaron arrasándolo todo en el 2480 c. I. e intentaron quemar la cosecha, Bordeleaux vio cómo todo el mundo, desde los más sencillos lugareños, hasta los más valerosos caballeros, se unían para proteger las vides.