"Sí, claro, nos pasamos el día entero rezándole a los dioses. Después de fregar la escalinata del templo, barrer la nave, remendar las túnicas ceremoniales, bruñir los metales del altar, preparar el desayuno y la cena y comprar provisiones en el pueblo. Después, y sólo después, es cuando rezamos."
- —Detlef Siegerheim, iniciado de Morr
La mayoría de los viejomundanos ven a los sacerdotes con una mezcla de reverencia, envidia y piedad. Los veneran porque sirven de intermediarios con los mismísimos dioses; los envidian porque al amparo de los templos viven mucho mejor que casi toda su congregación; y se apiadan de ellos porque sus vidas no les pertenecen del todo, sino que están reguladas por preceptos tan estrictos que ni siquiera los más devotos adoradores acatarían voluntariamente.
Pero la vida de un sacerdote no es sólo veneración. Es imposible dedicar uno de sus momentos de vigilia a la oración, y no todos los días se consagran a la consecución de los objetivos de sus respectivos cultos. ¿Qué es, pues, lo que hace un sacerdote durante todo el día, y por qué querría nadie convertirse en uno?
Ser Sacerdote[]
Raro es el niño que dice a su madre que de mayor quiere ser sacerdote. Hay quienes sienten el impulso de servir a una fuerza superior a edad temprana, pero sólo los hombres y mujeres más devotos optan por consagrar toda su existencia al sacerdocio. Pero muchos acaban en una orden para escapar a algún otro destino, o porque se les ha ordenado que lo hagan, o después de que algún terrible acontecimiento haya cambiado su forma de ver el mundo. Sean cuales sean los motivos que les han hecho emprender este camino, en el Viejo Mundo abundan los hombres y mujeres que visten el hábito.
Los habitantes del Imperio respetan a todos los dioses. La mayoría de los viejomundanos los veneran a todos según el momento, rezando a cada dios concreto en función de la situación en la que se encuentren. Unos pocos se dedican en cuerpo y alma a una única deidad a la que veneran por encima de las demás en sus vidas cotidianas (aunque no llegan a ignorarlas por completo; sólo un loco haría tal cosa). Estos individuos con afinidad por un dios sobre todos los demás son los que componen las filas de los sacerdotes.
Predicar a los Conversos[]
Es un hecho probado que la mayoría de los individuos que se ordenan sacerdotes ya son profundamente religiosos; después de todo, es algo así como un requisito previo para el trabajo. Así, muchos sacerdotes ya estaban relacionados con el culto antes de asumir el cargo y ejercían una profesión ligada al culto o al templo.
Los adoradores más devotos suelen ser seglares encargados de la gestión del templo; de ahí a convertirse en iniciado media un único paso. Los templarios son devotos y serios, pero cuando la vida marcial se vuelve excesiva para ellos, o cuando ansían algo más de su fe, muchos deciden permanecer en el culto y convertirse en sacerdotes. De igual modo, es común que los cazadores de brujas más fanáticos se hagan sacerdotes, ya sea como un medio alternativo para servir a su deidad o para aprovechar sus poderes en su lucha contra el Caos.
Los miembros del culto son los principales candidatos al sacerdocio, y su iniciación suele acelerarse debido a que ya han demostrado su devoción y a que cuentan con la confianza del culto. Los líderes de capítulos, administradores y sacerdotes tienen el deber de captar individuos piadosos con potencial para ser iniciados en la fe y proporcionar a sus superiores los nombres de posibles candidatos. A continuación, unos clérigos reclutadores se aproximan al aspirante, se sientan con él y le preguntan si ha pensado alguna vez en ordenarse sacerdote.
Ofrendas a los Dioses[]
"El hijo mayor va a la guerra; el hijo menor va al templo."
- —Proverbio y tradición
Muchos sacerdotes no tuvieron más remedio que unirse al clero, pues llevaban en el templo desde su infancia. Algunos niños son abandonados en un templo o adoptados por un culto, mientras que otros son enviados para recibir una educación.
Los templos más caritativos del Imperio (sobre todo los de Shallya y Sigmar) poseen orfanatos en los que admiten y cuidan de los innumerables huérfanos de plagas y guerras. Algunos de los cultos más marciales también dirigen orfanatos en los que acogen a los hijos de sus caballeros y sacerdotes caídos en combate. Estos orfanatos son los principales centros de reclutamiento para el sacerdocio (por mucho que los clérigos afirmen que su existencia responde únicamente a fines benéficos). Los huérfanos pasan la mayor parte de sus vidas rodeados de sacerdotes y reciben una educación fuertemente sesgada por los preceptos y doctrinas del culto. Es, pues, comprensible que muchos huérfanos decidan convertirse en iniciados (aunque sea por falta de mejores opciones). La otra alternativa pasa por rebelarse contra la religión.
En muchas partes del Imperio es habitual la práctica de la exposición, según la cual una familia da gracias a una deidad de la única forma que puede: ofreciendo a uno de sus hijos. Antaño esto se hacía ofreciendo al niño como sacrificio de sangre a la divinidad, pero en la actualidad este sacrificio es metafórico y consiste en entregarlo a un templo (aunque se dice que la arcaica costumbre aún se practica en las zonas más alejadas del Imperio). Los niños ofrecidos de este modo se convierten en pupilos del templo, y una vez tienen edad suficiente son tomados como iniciados. No tienen ni voz ni voto en este asunto (rechazar este camino equivale a rechazar su propio destino), y el único modo de evitarlo es huir del templo.
Las familias nobles y las de los mercaderes más acaudalados de todo el Imperio observan una práctica similar según la cual el hijo más joven es obligado a hacerse sacerdote. Esta imposición es casi siempre inexorable; cuando el niño llega a la adolescencia, es entregado a un templo como iniciado.
La educación es un lujo escaso en el Viejo Mundo, reservado para los más ricos o los dotados de mayor talento. Sólo las clases medias y altas pueden permitirse enviar a sus hijos a un colegio o contratar a un tutor privado. Las familias más pobres casi nunca tienen opción de dar a sus vástagos una educación, salvo en las comunidades en las que haya templos destinados a tal fin. La mayoría de estos templos escolares están dirigidos por vereneanos y sigmaritas, y ofrecen una enseñanza a los alumnos menos pudientes con objeto de prepararlos para que se unan a un seminario y se hagan iniciados. No todos los asistentes tienen la obligación de ordenarse sacerdotes, aunque muchos de los estudiantes de estos templos prosiguen su carrera eclesiástica como iniciados.
Un Cambio de Fe[]
"Estaba allí tirado, pensando que iba a morirme, lleno de flechas y rodeado por mis camaradas, que estaban todos muertos. Y entonces vi una paloma, posada sobre los restos de un cañón, y entendí el mensaje. Aquel día dejé la espada, y no he vuelto a empuñarla desde entonces."
- —Guydar Fenk
La mayoría de los sacerdotes pasan a formar parte del culto en su juventud, ya sea de niños o adolescentes; consagran sus vidas al sacerdocio cuando todavía la tienen toda por delante. Pero hay algunos clérigos que visten el hábito (e incluso profesan la religión) en un momento más tardío de sus vidas. El sacrificio realizado por estos sacerdotes no es menor que cualquier otro; puede que no hayan renunciado a toda una vida para abrazar su fe, pero probablemente tienen más pertenencias y lazos a los que renunciar.
Algunas personas experimentan un repentino cambio de fe, desarrollando una súbita y extraordinaria devoción. A menudo este tipo de cambios se produce a consecuencia de algún evento que les ha cambiado la vida, y por el cual desean dar gracias a los dioses sirviendo en sus cultos. Tal vez sus familiares sobrevivieron a una plaga especialmente virulenta, o puede que salieran con vida de una cruenta batalla; el caso es que el único modo que conocen para dar gracias es convirtiéndose en sacerdotes.
Para otros esta conversión podría darse de manera más paulatina, viéndose atraídos gradualmente hacia un culto, empezando como creyentes, volviéndose cada vez más devotos e integrados en sus actividades, hasta alcanzar a comprender todos los misterios disponibles para un adorador seglar común.
Estos conversos tardíos renuncian a todos los lazos que les unen a sus vidas anteriores, sacrificando amistades, familias y profesiones para servir a los dioses, mientras que otros podrían conservar ciertos aspectos de sus identidades previas, permaneciendo más o menos como estaban pero con una vocación radicalmente distinta. Depende en gran medida de cada culto.
Los sacerdotes siempre están atentos por si descubren a algún converso reciente, pues están tan rebosantes de fanatismo y entusiasmo que son ideales para el sacerdocio. Incluso aquellos que no han expresado abiertamente su devoción pueden ser abordados y estimulados sutilmente para que den gracias por sus milagros convirtiéndose en sacerdotes o entregando a uno de sus hijos al templo.
Sírvete a Ti Mismo por Encima de Todos los Demás[]
"Antes prefiero arriesgar mi alma con Verena que mi cuello con el verdugo."
- —Günter Hagens, criminal buscado
No todos los que se unen al clero lo hacen por devoción. La religión es un sector excelente en el que ocultarse, pues nadie sospecharía de un sacerdote (exceptuando a los de Ranald, claro está). Unirse a un templo ofrece a muchas personas la posibilidad de empezar de nuevo o de esconder antiguos crímenes, aunque el castigo es mucho peor si se descubre su carencia de fe o si su pasado les obliga a rendir cuentas.
La iniciación no es fácil, pero quienes están lo bastante desesperados como para huir de su pasado siempre encuentran la forma de superarla. Los criminales prófugos podrían entrar en un templo para esconderse de las autoridades. Las víctimas o testigos de un crimen cuyas vidas estuvieran en peligro podrían recurrir a la protección que brinda el clero a sus miembros, tuvieran o no conocimiento o incluso devoción por el culto en cuestión.
La intención de otros podría no ser huir, sino utilizar el sacerdocio como tapadera para sus actividades ilícitas. Un sacerdote puede dedicarse a sus asuntos sin levantar ninguna sospecha, y los miembros de determinados cultos (sobre todo los morrianos) gozan de muchas facilidades a la hora de desempeñar sus obligaciones religiosas, por lo que este papel es ideal para los criminales que desean actuar sin ser detectados. Los sectarios del Caos podrían operar desde el interior de un templo para encubrir mejor sus siniestros rituales.
Algunos de estos sacerdotes son descubiertos, tras lo cual se les despoja de sus hábitos y son expulsados del clero; la severidad de este castigo varía dependiendo del culto y de la naturaleza del crimen cometido. Otros podrían experimentar un cambio de fe mientras se hacen pasar por sacerdotes y volverse genuinamente devotos. Y también es posible que otros desaparezcan un buen día, bien por haber huido del templo o por haber sufrido un desafortunado final cuando su pasado vuelve a rendirle cuentas.
Iniciación[]
El camino para convertirse en sacerdote no es fácil; requiere un duro y sacrificado esfuerzo, estudios intensivos y largas horas de oración un día sí y otro también. No todos los que se proponen convertirse en sacerdotes lo consiguen. La iniciación en los misterios de un culto no es un derecho para todos ellos, pero quienes sobreviven a la rigurosa vida del iniciado están sobradamente preparados para superar todas las dificultades que entraña servir a un dios.
Convertirse en Iniciado[]
"¿Y dices que el mismísimo Morr se te ha aparecido en un sueño y te ha ordenado que te conviertas en sacerdote? Oh, sí, es indudable que te ha elegido, está claro. Ahora ve a sentarte con los demás. Morr ha estado muy ocupado estas últimas noches."
- —Werner, sacerdote de Morr
Una vez seleccionado un aspirante a iniciado, los miembros del culto responsables de su adiestramiento, que normalmente son ancianos clérigos o sacerdotes ungidos conocidos como maestro de novicios, o bien profesores religiosos denominados catequistas, se reúnen y someten al individuo a una rigurosa entrevista. Formulándole preguntas sobre teología, su fe y la razón por la que desea convertirse en sacerdote, el maestro de novicios puede hacerse una idea de la personalidad del candidato y evaluar su potencial como iniciado.
Es harto infrecuente que rechacen a un candidato, al menos a los jóvenes. La mayoría de los templos se enorgullecen de su capacidad para moldear y condicionar a los jóvenes iniciados con independencia de su personalidad. Los candidatos más viejos tienen más probabilidades de ser rechazados, ya que los adultos son más difíciles de manipular e influenciar.
Una vez aceptado un candidato, se celebra una iniciación ritual. El iniciado es despojado de todos los enseres propios de su vida anterior; normalmente esto se simboliza afeitándole la cabeza y quemando toda su ropa. Luego se viste con una sencilla túnica de iniciado y presta un juramento de servicio a la divinidad elegida. A partir de entonces pasa a considerarse iniciado y comienza su periplo para convertirse en sacerdote.
Academia Teológica[]
"Pienso largarme esta noche, después de las oraciones. Ya no soporto las palizas del hermano Heinrich, por no hablar de los sermones del padre Buckold. Voy a trepar al manzano para saltar al otro lado del muro, a ver si logro llegar al camino antes de que el hermano suelte a los perros."
- —Últimas palabras de Ansel
Los iniciados de los templos más pequeños o alejados reciben su formación dentro del recinto, trabajando y rezando junto a los demás sacerdotes y recibiendo instrucción únicamente cuando un sacerdote más experimentado tiene tiempo de proporcionársela. Sin embargo, en los núcleos urbanos los iniciados estudian en una academia teológica (un colegio para sacerdotes).
La mayoría de las academias teológicas forman parte de un templo y presentan una gran variedad de formas y tamaños, desde unos cuantos pupitres en la esquina de una sala hasta pabellones enteros equipados con aulas y dormitorios. Aunque podría haber sacerdotes dedicados exclusivamente a formar a los iniciados, la mayoría de estos seminarios son instruidos por los sacerdotes ordinarios del templo.
Otras academias teológicas son completamente independientes del templo y cuentan con un profesorado particular cuyo único cometido es el de educar a los iniciados. Algunas academias teológicas se encuentran anexas a un templo cercano para facilitar la oración, mientras que otras se hallan en lugares muy alejados de cualquier otra estructura u organización.
Los iniciados podrían no ser los únicos estudiantes de una academia teológica. Monjes, frailes y escuderos de templarios se educan por igual junto a los iniciados.
Algunas academias teológicas son sólo para niños (o niñas), mientras que otras son mixtas y acogen a iniciados masculinos y femeninos por igual. Esto varía según la organización (incluso dentro de un mismo culto).
La Vida de un Iniciado[]
"¡Idiotas, estúpidos, paganos! ¿A esto lo llamáis bruñido? ¡Quiero ver mi cara reflejada en este símbolo sagrado! ¡Mi cara!"
- —Hermano Hans van der Leben
La vida de un iniciado es de todo menos divertida. Son los miembros más humildes del culto (incluso están por debajo de los seglares) y les recuerdan este hecho a diario. Para la mayoría de los iniciados la vida no es más que un desfile interminable de días perdidos haciendo las tareas domésticas necesarias para el mantenimiento del templo. Les son asignados trabajos propios de los más vulgares sirvientes, por lo que se les puede encontrar en lavaderos, lavanderías o letrinas, fregando, limpiando y quejándose de su situación como servidores no sólo de los dioses, sino también de sacerdotes antojadizos con tendencia a la crueldad. El propósito de este trato es, según dicen los sacerdotes, formar el carácter, inculcar la disciplina necesaria para una vida de servicio a los dioses. Como resultado, los iniciados pasan gran parte de su tiempo cumpliendo encargos, limpiando, cocinando y en general llevando a cabo cualquier tarea que los sacerdotes vean conveniente.
Durante el primer año (como mínimo), los iniciados reciben un trato espantoso. Lo mejor a lo que pueden aspirar es a ser ignorados o compadecidos. En el peor de los casos sufren duras palizas o abusos verbales continuados, y son obligados a realizar actos de penitencia rigurosos y a menudo humillantes. Incluso los templos relativamente clementes como los de Shallya son severos con sus iniciadas; de este modo las preparan para soportar penurias y comprender mejor la naturaleza del sufrimiento y la misericordia.
Al menos una vez a la semana, a veces incluso más, un iniciado recibe instrucción formal de un sacerdote (o un catequista, si el templo cuenta con los servicios de uno). Estudia sobre todos los aspectos teológicos, desde los preceptos e historia de su propia fe hasta las doctrinas de las demás. Si aún no sabe leer ni escribir, se le enseña a hacerlo tanto en su idioma nativo como en la lengua clásica en que están redactadas muchas de las escrituras sagradas. Aprende a hablar ante una multitud y a dar sermones, aunque no se le permite predicar hasta haber sido ordenado. Entre tareas, oraciones e instrucción, los iniciados deben continuar sus estudios por cuenta propia, meditando sobre las escrituras sagradas y participando en debates teológicos.
El resto del tiempo han de pasarlo rezando y reflexionando. Los iniciados pueden reunirse con otros miembros del culto de su misma categoría, o bien retirarse a sus celdas para meditar sobre la naturaleza de su deidad y sobre la mejor forma de servirle. No tienen permitido predicar ni oficiar servicios, pero a menudo asisten a un sacerdote en sus tareas eclesiásticas, ayudándole a preparar las ceremonias religiosas y los rituales divinos.
Al cabo de un año más o menos, el templo permite al iniciado abandonar el recinto para vivir, trabajar y aprender entre las masas. Este periodo de pruebas varía según el culto. Para algunos es una etapa de viaje en busca de la impronta de la deidad en el mundo. Para otros es un tiempo de trabajo duro en el que han de derramar sangre, sudor y lágrimas para ayudar a sus camaradas viejomundanos. Las iniciadas de Shallya perfeccionan sus dotes de curación entre los enfermos y los heridos, mientras que los de Manann sirven a bordo de barcos para aprender los fundamentos de la navegación y presenciar de primera mano la verdadera naturaleza de su dios.
Este periodo de formación fuera del templo suele ser peligroso, pues muchos iniciados se ven arrastrados a peligrosas aventuras, arriesgando sus vidas para vivir emociones o respondiendo a su sentido del deber. Los cultos no desaprueban estas tendencias (de hecho, la fomentan en secreto), pues únicamente luchando contra los horrores de las Fuerzas Malignas, presenciando la destrucción causada por los pielesverdes y combatiendo las abominaciones no muertas pueden los iniciados comprender verdaderamente su lugar y, lo que es más importante, su propósito en el mundo.
Pruebas de Fe[]
Un iniciado se ve sometido a numerosas pruebas espirituales, mentales y físicas a lo largo de su periodo de formación. Los catequistas suelen examinar a los iniciados para evaluar lo que han aprendido, preguntándoles sobre escrituras poco conocidas o discutiendo sus propias interpretaciones de los preceptos del culto. Los sacerdotes suelen someter con frecuencia a los iniciados a pruebas de contrición, obligándoles a soportar grandes penurias y castigos para demostrar su fe (o para diversión del sádico examinador, que también suele darse el caso). Los iniciados de Manann son atados a los mástiles de los barcos durante las peores tempestades, mientras que los ulricanos son abandonados en plena naturaleza y deben sobrevivir y regresar por su propio pie al seminario.
Si un iniciado muestra un gran potencial, un sumo sacerdote podría plantearle varias pruebas para medir su capacidad mágica y estimar si posee el don de canalizar el poder divino. Los sacerdotes consultan oráculos, realizan augurios o rezan a sus deidades en busca de consejo para saber cuál es la mejor forma de tratar con un iniciado prometedor.
Fracaso de la Iniciación[]
Del mismo modo que no todos los adoradores pueden convertirse en iniciados, muchos de estos tampoco están destinados a ser ordenados sacerdotes. La vida de un iniciado es penosa y puede abrumar a los hombres y mujeres más duros y tozudos. Muchos de los que acceden a un seminario no soportan este ritmo y huyen en pos de una vida más sencilla fuera del templo.
Y de los pocos que sobresalen, no todos tienen madera de sacerdotes. Algunos carecen de la devoción, la piedad y la sabiduría necesarias para vestir el hábito, por lo que están destinados a permanecer como iniciados para siempre. Hay quienes se conforman con esto, aunque con el tiempo algún sacerdote los aparta amablemente y les recomienda que prueben suerte con algún otro oficio; otros, por el contrario, se marchan por iniciativa propia, desanimados y malhumorados.
Es posible que un iniciado culpe de su fracaso al templo que lo ha rechazado, convirtiéndose en alborotador o demagogo, despotricando y atacando a las organizaciones religiosas. Otros conservan su devoción y tratan de expresar su fe de alguna otra forma, posiblemente como caballeros o cazadores de brujas, o incluso pasándose al otro extremo y uniéndose a las filas de fanáticos o flagelantes.
Ordenación[]
"Yo, el novicio Joseph, juro por el Martillo Sagrado, con todos los presentes como testigos, que defenderé las leyes y edictos de Sigmar Heldenhammer hasta mi último aliento."
- —Joseph, sacerdote
No hay un tiempo fijo que los iniciados deban esperar hasta convertirse en sacerdotes. Algunos sólo estudian durante unos meses antes de conseguirlo, mientras que otros podrían tardar años, e incluso hay quienes no consiguen avanzar más allá de este rango. El periodo de tiempo empleado como iniciado varía tremendamente, no sólo entre cultos, sino incluso de unos templos a otros.
Tan sólo el templo puede decidir si un iniciado está listo para ser nombrado sacerdote. En algunos cultos un iniciado no accede al sacerdocio hasta haber superado una prueba de fe o realizado alguna otra difícil tarea. En otros, los sacerdotes del templo aguardan una señal o augurio que anuncie que el iniciado está listo. Convertirse en sacerdote no es un derecho ni una certeza, y es un proceso que nunca debe tomarse a la ligera.
El procedimiento mediante el cual un iniciado se convierte en sacerdote se denomina ordenación, y cada culto posee sus propias ceremonias y rituales únicos para llevarlo a cabo. La ordenación suele estar supervisada por un miembro de alto rango del culto, normalmente un sacerdote ungido o sumo sacerdote de cierta importancia, y en una de estas ceremonias se puede ordenar a centenares de iniciados o tan sólo a uno.
La ceremonia de ordenación es uno de los ritos más importantes en la vida de un sacerdote, el momento en el cual es admitido plenamente en un culto y se le permite predicar y conducir plegarias. En el punto álgido de la ordenación el sacerdote ha de prestar sus juramentos sacerdotales, comprometiéndose a servir a su deidad y su culto y consagrar toda su vida al servicio de la divinidad. Al hacerlo, el sacerdote forja un vínculo inquebrantable entre él mismo y su deidad, asumiendo la responsabilidad de difundir su culto, extender su poder y defender sus creencias, así como de responder a todos los crímenes o pecados cometidos contra su fe, hasta un punto mayor de lo que cualquier adorador podría aspirar en toda su vida.
La ceremonia de ordenación es menos importante que estos votos, y algunos templos prescinden de la parafernalia y se limitan a presenciar el juramento del nuevo sacerdote. Otros templos prefieren ceremonias aún más grandiosas con varias horas de plegarias, concesión de bendiciones mágicas a los sacerdotes recién ordenados e imposición ceremonial de sus túnicas clericales.
Una vez ordenado, el sacerdote es asignado a un templo o santuario para comenzar su sagrada labor inmediatamente. La ordenación no siempre supone el final de la formación de un sacerdote, y muchos de ellos son supervisados durante meses o incluso años después. Las distintas órdenes o sectas pueden exigir a los sacerdotes que superen pruebas o tareas adicionales, o incluso que reciban aún más instrucción, antes de convertirse en miembros plenos. Independientemente de su edad o sabiduría, la formación de un sacerdote nunca está completa, y siempre debe responder ante algún cargo superior.
Una Vida Errabunda[]
La vida tradicional de un sacerdote (rezar a una deidad, estudiar sus escrituras y predicar a la congregación) está reñida en cierto modo con la vida que acostumbran a llevar los aventureros (viajan constantemente, se enfrentan a peligrosas criaturas, saquean tesoros y luego los dilapidan en tugurios de mala muerte). Aun así, muchos sacerdotes no sólo se dedican a recorrer los caminos del Imperio, sino que lo hacen en compañía de mercenarios y aventureros. Evidentemente, debe de haber algo que impulsa a un sacerdote a vivir una vida de aventuras, o al menos a convivir con quienes lo hacen.
El Voto del Viaje[]
A ningún culto le conviene que todos sus sacerdotes se queden en sus templos. Todos ellos desean difundir el culto a su deidad, y no es realista esperar que los posibles fieles acudan al templo por iniciativa propia. Por eso, los cultos envían sacerdotes errantes que viajan por todo el Imperio (y más allá) para llevar su fe a las masas, predicando a todo el que encuentran las razones por las que deberían convertirse a su religión. Los sacerdotes que se marchan de sus templos para predicar la palabra suelen prestar lo que se conoce como voto de viaje, un juramento que les exime de muchas de sus obligaciones eclesiásticas a cambio de la responsabilidad de atender las necesidades de todos los fieles que encuentren en su vagar. Algunos sacerdotes errantes reciben un estipendio del culto, mientras que otros sólo pueden aspirar a una cama para la noche en un templo o santuario afiliado. Los frailes son el tipo de sacerdote errante más común: son miembros de órdenes sagradas que dedican su vida a viajar por todo el Imperio y predicar las virtudes de su religión a todo aquél que se cruza en su camino.
Algunos sacerdotes no viajan para predicar a los infieles, sino porque su rebaño nunca se queda mucho tiempo en un mismo lugar, como es el caso de marineros, comerciantes o viajeros. Estos clérigos acompañan a los feligreses en sus trayectos o recorren el Viejo Mundo ofreciendo sus servicios a todos los viajeros que encuentran.
Penitencia[]
"Me han acusado falsamente, templario. Apartad vuestras antorchas y espadas; no pretendo haceros daño."
- —Últimas palabras de Aldus Meinrich, sacerdote destituido
Aunque los sacerdotes dedican sus vidas al servicio de sus dioses, lo hacen a sabiendas de que sus divinos maestros son veleidosos, caprichosos y a menudo crueles. Gozar del favor de un dios es un cometido incierto, pues nadie puede afirmar con rotundidad qué es lo que tiene en mente una deidad concreta. En un intento por clasificar las exigencias de los dioses, los cultos registran las teorías y evidencias de sus predecesores, compilándolas en enormes libros sagrados. Estos tomos narran las vidas y esfuerzos de otros sacerdotes, revelando los errores que cometieron para que sirvan a futuros sacerdotes como ejemplo de lo que no han de hacer, evitando así la cólera de sus amos divinos. Naturalmente, no existen reglas bien definidas, y estos densos volúmenes son tan pesados como confusos, pues están llenos de contradicciones, frases ambiguas y anécdotas aleatorias que pueden no tener nada que ver con los asuntos que tratan.
Si un sacerdote enfurece a su maestro, sólo puede hacer una cosa: penitencia. El precio por fallar a un dios supone pasar un tiempo fuera del templo para aprender de los errores cometidos y recuperar el favor del culto. Entre los actos de penitencia más dramáticos se incluyen la abstinencia, el ayuno, los votos de silencio, la autoflagelación o mutilación, y demás actos de contrición. Cuanto más intenso sea el sufrimiento, más probable es que el dios quede complacido y vuelva a ver con buenos ojos al sacerdote. Los clérigos más cuerdos empiezan con pequeños actos de penitencia, y los intensifican gradualmente hasta estar seguros de haber escapado a la cólera de su deidad. Otros parecen vivir para la penitencia, y pasan tanto tiempo martirizándose como trabajando en pro del culto.
Búsquedas Desesperadas[]
"Tal y como Verena nos prometió: el fragmento final de la decimoséptima página del Codex Astronomus. Ahora lo único que hemos de hacer es encontrar las ciento cuarenta y siete páginas restantes."
- —Hermano Phillipe, de la Orden de los Misterios
Muchos sacerdotes no viajan para predicar ni como penitencia, sino porque están buscando algo, ya sea una persona, un lugar o un objeto. Podría tratarse de un deseo o propósito mundanal, como por ejemplo recorrer los caminos en busca de venganza o siguiendo el rastro de un pariente perdido hace mucho tiempo. A veces parten con la bendición del templo, pero en otras ocasiones son expulsados por dedicar demasiado tiempo a tan vulgares pasiones. Sin embargo, lo más probable es que el sacerdote se haya embarcado en alguna aventura por petición del culto, enviado en busca de un templo perdido, la tumba de un héroe venerable o rumores de una reliquia arcana. Una de estas órdenes de sacerdotes aventureros es la Orden de los Misterios, consagrada a Verena, cuyos miembros pasan la vida buscando conocimientos olvidados o perdidos en los rincones más oscuros del Viejo Mundo.
Lo Único que Queda[]
"Mi cuerpo es ahora mi templo, y mi espíritu es mi culto. Eso es todo lo que queda."
- —Últimas palabras de la hermana Annetta, antigua sacerdotisa del templo de Shallya de Wolfenburgo
A veces un sacerdote no tiene más remedio que abandonar a su culto y su templo para embarcarse en una vida de viajes, pues podría ser todo lo que queda de ambos. El Viejo Mundo es un lugar muy peligroso, y es posible que religiones enteras (o partes de las mismas) resulten destruidas cuando las razas, culturas o naciones que las propugnan son arrasadas por sus enemigos. La Tormenta del Caos, por ejemplo, dejó tras de sí un rastro de innumerables sacerdotes muertos, pues las hordas de Archaón disfrutaban especialmente saqueando templos y masacrando a sus sacerdotes. Como resultado, muchos clérigos de todas las religiones del Imperio se han quedado sin templos, e innumerables creyentes necesitan un poco de fe.
Los supervivientes de un templo destruido pueden unirse a otro templo, pero el Viejo Mundo es muy grande, y los rostros amigables no abundan precisamente. Si el culto se ha visto gravemente dañado o recela de los sacerdotes que han sobrevivido, esto podría no ser siquiera una opción. Los clérigos supervivientes podrían emprender una vida errabunda como penitencia por haber permitido que su templo resultase destruido, para buscar a otros miembros supervivientes de su orden, o bien para vengarse de los responsables.
Disidentes[]
"No, soy un tipo distinto de ulricano, pertenezco a una facción diferente. Mañana por la mañana voy a dar un sermón en la plaza del mercado, por si quiere usted asistir. Aunque si tiene alguna pregunta le sugiero que me la haga ahora, porque es posible que después del sermón tenga que marcharme muy deprisa."
- —Reverendo Boris Baumach, sacerdote de la Orden del Trono Invernal
Algunos sacerdotes viajan continuamente porque huyen de alguien que los busca, ya sea un enemigo o su propio culto. Las organizaciones religiosas están dominadas por la lucha de poder entre mortales, y un sacerdote puede ganarse enemigos mortales sin haber ofendido siquiera a su deidad. Al contrario de lo que la mayoría de los cultos preferiría hacer creer, ellos no son la única autoridad de un dios, y es perfectamente factible que un sacerdote se escinda de su culto sin haber perdido su fe ni sus poderes divinos.
Los sacerdotes que se enfrentan a su propio culto (ya sea debido a un conflicto de creencias o de personalidades) suelen ser destituidos y expulsados del templo, pero podrían optar por seguir ejerciendo el sacerdocio. Estos parias pueden fundar sus propias sectas o cultos (aunque los cultos establecidos arremeten contra las nuevas facciones con todo su peso), o tal vez se dediquen a recorrer los caminos intentando mantenerse fuera de la vista de su antiguo culto.
Los Seglares[]
Dentro de cada culto existen tres amplios grupos. El primero es el clero, compuesto por iniciados y sacerdotes, además de monjes, frailes, templarios y demás miembros de cierta categoría. Los adoradores son el segundo grupo, e incluyen a los ciudadanos que asisten a las ceremonias del templo pero que no se involucran en sus actividades cotidianas. Por último, están los seglares, los miembros no eclesiásticos del culto, pero que desempeñan tareas de gran importancia para su mantenimiento. Estos seglares suelen ser desestimados en favor de los clérigos, pero su labor en las actividades religiosas es muy importante, pues llevan a cabo gran parte de las tareas menos evidentes que permiten a los sacerdotes concentrarse en los asuntos de lo divino.
Los templos más grandes emplean a los seglares en todo tipo de tareas secundarias como limpiar, cocinar, reparar templos y santuarios, transmitir mensajes y cuidar de los edificios. Cuanto más pequeño es un templo, más probable es que haya un seglar a cargo de múltiples tareas, o incluso que sea un iniciado o sacerdote quien se ocupe de ellas. El templo paga un sueldo a algunos de estos seglares por sus servicios, aunque no suele ser demasiado generoso; otros consideran que estos trabajos son un deber religioso y se niegan a aceptar pago por completar sus tareas.
Guerreros y Guardias[]
Muchos templos contienen artefactos mucho más valiosos que cualquier cosa que se puedan permitir poseer sus feligreses. Desde símbolos sagrados hechos de plata hasta ornamentos del altar fabricados en oro, pasando por adornos finamente tallados o muebles construidos con costosas maderas y piedras; en el interior de un templo puede haber riquezas de todas las formas y tamaños. Y siempre hay individuos que no dudan en robar en un templo, sean cuales sean las represalias del culto o incluso del dios en cuestión; de hecho, muchos ladrones se dedican específicamente a saquear las riquezas acumuladas por los cultos.
Además, no es un crimen estar en desacuerdo con las enseñanzas de un culto o lo que predica un sacerdote, pero algunos se oponen tan violentamente que podrían intentar silenciar a un sacerdote o quemar su templo. De igual modo, todos saben que algunos templos (sobre todo los de Verena y Sigmar) contienen textos polémicos, y muchos fanáticos preferirían que fueran destruidos antes que salvaguardados, por no hablar de los corruptos bellacos que están dispuestos a cometer cualquier acto, por suicida que sea, con tal de hacerse con ellos.
Es por ello que los templos contratan el servicio de un cuerpo de guardia que custodie sus objetos de valor o ejerza de guardaespaldas para los miembros de su orden. El puesto de guardián de templo suele ofrecerse a los miembros de la congregación que desean ayudar pero que carecen de aptitudes para trabajos más exigentes, o bien a quienes tienen madera de iniciados pero no la dedicación o devoción suficientes para convertirse en sacerdotes. En los templos más grandes o marciales, la tarea del guardián se asigna a sus caballeros templarios o a soldados consagrados a la causa del templo.
Sirvientes[]
Siempre hay cosas que hacer en un templo, desde ir a por aceite para las lámparas hasta cargar con pesados libros para los sacerdotes más ancianos, pasando por cocinar, limpiar, barrer e incluso cavar tumbas. En la medida de lo posible, estas tareas rutinarias se dejan en manos de los miembros más humildes del culto. La mayoría de los templos de tamaño considerable emplean sirvientes para que lleven a cabo todo el trabajo laborioso, pero los más pequeños suelen encomendárselo a los iniciados.
Además de los sirvientes, algunos de los templos más importantes y ricos contratan los servicios de ayudas de cámara como sirvientes personales para los sumos sacerdotes y los sacerdotes ungidos. Estos ayudas de cámara no son muy distintos a los que sirven a la nobleza, aunque se espera de ellos que muestren un mínimo grado de devoción.
Ayudantes[]
Las tareas logísticas necesarias para el buen funcionamiento de un templo son enormes, y superan con creces las capacidades de los sacerdotes y el resto del clero. Por este motivo, casi todos los templos emplean seglares para que ayuden a los sacerdotes a dirigirlos. Estos empleados colaboran en todas las tareas, desde organizar a los demás seglares hasta ayudar a los sacerdotes a prepararse para los rituales y a oficiar las ceremonias.
Los más importantes de estos individuos son los ayudantes de culto, que actúan entre bastidores para garantizar el buen funcionamiento de los servicios religiosos y las actividades cotidianas del propio templo. Ayudan a los sacerdotes a organizar sus ceremonias, a planificar las oraciones que se van a rezar, los himnos que se van a cantar y el papel que deberá desempeñar cada cual durante los rituales. Durante los servicios conducen al clero hacia el templo, y todo ello sin dejar de pasar desapercibidos.
Junto a los ayudantes de culto (y a veces por encima de ellos) están los administradores del templo, que tienen responsabilidades similares a las de los administradores domésticos. Estos ayudantes se encargan de administrar el edificio del templo y el personal seglar, organizando a los sirvientes que deben limpiar el templo y a los trabajadores que realizan las operaciones de mantenimiento. En algunos templos, el cargo de administrador se combina con el de ayudante de culto, mientras que en otros es un sacerdote quien se encarga de este cometido.
Por último, integrando las obligaciones de sirviente, guardián de templo y ayudante de culto, están los porteros. Estos seglares vigilan la entrada de los templos durante los servicios religiosos, recibiendo a los fieles, proporcionando libros de oraciones y pergaminos, y mostrando las instalaciones a los visitantes. Las obligaciones del portero suelen recaer sobre guardianes de templo o incluso iniciados. En los templos más importantes puede utilizarse un heraldo en vez de un humilde portero para que anuncie la llegada de dignatarios ilustres y proclame la presencia del sumo sacerdote.
El Coro[]
Muchos servicios religiosos contienen himnos y demás cantos de alabanza. En la mayoría de los templos son recitados por la congregación, pero algunos tienen la suerte de contar con un coro de talentosos cantantes que prestan sus voces a las ceremonias. Estos coristas también ayudan a los clérigos en sus ritos recitando y cantando al unísono. Sólo los más grandes y prósperos templos emplean coristas profesionales; los más célebres de todos ellos son los denominados cantores. No todos los cultos disponen de coros; normalmente sólo se utilizan en templos de Sigmar y Shallya, aunque los ulricanos y los myrmidianos a veces organizan coros marciales que recitan himnos bélicos y cánticos de batalla.
Eruditos y Estudiantes[]
Los templos no son únicamente lugares de culto; muchos de ellos desempeñan otras funciones y sirven de fortalezas, cuarteles, hospicios o casas gremiales. La más común de estas funciones es la de escuela, pues la mayoría de los sacerdotes son hombres educados y cultos que siempre están dispuestos a enseñar lo que saben a otros. Muchos templos ofrecen educación de modo informal; sus sacerdotes instruyen a quienes acuden a ellos cuando disponen de tiempo para hacerlo. Otros templos, especialmente los de Verena, dirigen escuelas más formalizadas en las que se educa a los hijos de los lugareños, a los pupilos que tienen a su cargo o a jóvenes iniciados. Para poder cubrir estos cometidos, muchos templos disponen de personal seglar que ejerce de profesorado en algunas materias: normalmente se trata de eruditos, estudiantes, monjes o catequistas. Algunos de ellos son teólogos consagrados que imparten clases sobre religión, mientras que otros (sobre todo los sacerdotes y monjes) no son más que hombres de fe que enseñan todo tipo de materias.
Fuente[]
- Warhammer Fantasy JdR: Tomo de Salvación (2ª Ed. Rol). Pags 175-195.