La isla de Carsini[]
Carsini siempre ha sido el refugio de los buscados por la ley, los desesperados y los aventureros. Bajo la atenta mirada del Comodoro Afizzio, hace ya veinte años que la isla no pertenece a los Príncipes Tileanos, convirtiéndose en un núcleo comercial de ley laxa donde, según los rumores, puede hallarse cualquier cosa.
La isla es un pequeño trozo de tierra con pocas playas y un puerto natural, fácilmente defendida por la milicia de Afizzio: aunque Carsini se suele tratar como una ciudad, lo cierto es que es un aglomerado de pequeñas poblaciones, diminutos centros rurales y varios asentamientos de pescadores levantados en torno a la fortaleza del Comodoro y el puerto comercial.
Es un lugar pintoresco y de mala fama donde siempre hay algo que hacer, algo que comprar o algo de beber.
Leyenda del mapa:
- Rojo - Khalak, Heraldo Sangriendo del Rey Astado, Paladín de Khorne.
- Verde - August von Heisenberg, de Averland.
- Negro - Huaxcar, Chamán de los Hombres Lagarto.
- Morado - Kazrim Cabeza de Acero, de Karak-Kadrin.
- Azul - Hellrider, Heraldo de Tzeentch.
Iconos:
- Castillo - Cuarteles.
- Templo - Academia de Oficiales.
- Cañón - Fundición.
- Pilar con forma de dragón - Torre de Hechicería.
Comienza la historia...[]
En cinco lugares del Viejo Mundo, cinco héroes y villanos ven cambiado su destino. Una nueva misión, una nueva expedición, una nueva ordalía... Un desafío que pondrá a prueba su honor, su fuerza y su coraje. Sólo uno puede volver victorioso.
En cinco lugares, la aventura comienza...
Kazrim Cabeza de Acero[]
En los vastos y augustos salones de Karak-Kadrin...
- Señor del Clan Kazrim Cabeza de Acero. - anunció en voz alta el palafrenero, granjeando el acceso a Kazrim a la Sala del Trono de Karak-Kadrin.
El corazón de la fortaleza era como la misma: rudo, vasto e inexpugnable. Flanqueado por columnas tan antiguas como la propia montaña, según decían los propios Enanos, y blasones descoloridos que mantenían honores ganados milenios atrás, Kazrim avanzó con seguridad y temple mientras los grupos de cortesanos y Matadores, cobijados en la relativa penumbra de las columnas, contemplaban su marcha.
El Trono se alzaba ante él, regio y antiguo; una muestra ancestral de ley, dignidad y honor Enanos en el sentido más literal que podían darle.
Ningún clan deshonraría lo que significaba el Trono, y a quien se sentaba sobre él; en especial consideración por el respeto ganado al tener que superar continuamente los conflictos entre los deberes de rey y el juramento de Matador.
Ungrim Puñohierro alzó su copa en saludo al Señor del Clan. Y empezó a hablar.
- Bienhallado, Cabeza de Acero. En Karak-Kadrin no tenemos tiempo para lo innecesario, te necesito a ti y a tu clan para un esfuerzo especial que mi juramento no me permite atender.
- ¿Qué hay fuera del alcance del más poderoso de los reyes Enanos?
Ungrim rió sin humor.
- Muchas cosas, joven. Hoy, la posibilidad de encontrar la muerte en un combate que no se recordará, morir en una frontera sin importancia y sin gloria. Mi muerte ha de ser la de un rey, no sólo la de un Matador. La maldición del Rey Matador... - Ungrim quedó en silencio, y toda la sala lo acompañó respetuosamente hasta que volvió a alzar las espesas cejas y continuó.
- La isla de Carsini se ha perdido. Pertenece a los enclenques humanos del sur. Su puesto comercial es una parada obligatoria para la mitad de Barak Varr. Ha de recuperarse. Antes de que me acuses de locura, Señor de Clan, has de saber que un antiguo enemigo estará allí. Uno que debe aplastarse y tacharse del libro.
El ánimo de Kazrim Cabeza de Acero se encendió de inmediato, y la corte murmuró impaciente.
- No se puede confiar en los hombres. No pueden manejarse solos - rezongó Kázrim -. ¡Sólo un Enano puede ocuparse de los enemigos de los Enanos! Lo aplastaré, mi rey. Sea quien sea, no tiene suficiente mar para esconderse de la ira de Grungni - la vehemencia de Kázrim se vio reflejada en la corte, y los Matadores gritaron consignas de Grimnir. El viejo Enano continuó, alzando el puño cerrado -. ¡No mancillaremos este gran salón con el nombre de una vil criatura! ¡No importa quién sea, iré a Carsini, cortaré todas las cabezas indignas y las presentaré ante mi rey para que tache tantos agravios como canas tiene mi barba! ¡Por Grimnir, por mi honor!
Khalak, Heraldo Sangriendo del Rey Astado[]
Una villa convertida en un campo de batalla, y poco después en una masacre en el octavo día...
- ¡Por favor, no! ¡Por favor! ¡Tengo familia, tengo dos niñas, por favor! ¡Os daré dinero, tierras, seré tu esclavo! ¡Por favor!
Las risas maníacas y graves de sus hombres, de sus fanáticos, dominaban la casa del noble tileano. Los gritos de agonía de la guardia que se había creído capaz de defender la casa enmarcaban el ambiente, endulzado por los lloros y lamentos de las mujeres que iban siendo descubiertas en sus escondrijos o intentaban proteger a los niños: Khorne no iba a hacer distinciones.
Khalak dio un paso más hacia el tileano, que gateó intentando alejarse hasta arrinconarse él solo contra una mesa llena de pergaminos.
- Sólo tienes una cosa que puedes dar - aseveró el Heraldo, sujetando de la pechera al hombre para levantarlo de un fuerte tirón, sin esfuerzo aparente. Aterrorizado, el dueño de la casa se atragantó con sus propias palabras.
- Y no son palabras - Khalak le propinó un poderoso cabezazo abriéndole una profunda brecha en el cráneo y derribándolo sobre la mesa, lanzando todo tipo de papeleo y objetos por los aires. No le dejó recuperarse, sólo escuchó sus roncos lamentos y pobres intentos de seguir negociando por su vida antes de decapitarlo con tal ímpetu que la recia mesa de roble cedió a la fuerza del hacha y se quebró.
Khalak saboreó el olor de la sangre fresca que con tanta abundancia abandonaba el torso por la gran herida, tiñendo los pergaminos. No eran los gritos y el pánico, ni siquiera el combate. Era ese momento, justo tras el estertor de muerte, cuando la sangre aún estaba caliente y comenzaba a formar un charco, cuando podía sentirse en lo más hondo de su ser el beneplácito de Khorne.
Algo llamó la atención del Heraldo una vez pasado el éxtasis y la introspección del momento: un mapa del Viejo Mundo en el suelo, totalmente encharcado por la sangre de su anterior dueño. La espesa sangre se había concentrado en él, dejando un único hueco intacto, diminuto en comparación gracias a una física imposible o una mera casualidad.
La isla de Carsini se veía y leía con absoluta claridad.
- Khorne ha hablado. - Sonrió con deleite Khalak dando la espalda al despacho tileano para proseguir con la matanza.
August von Heisenberg[]
En algún lugar de Averland...
La luz diurna del mediodía filtrada por la augusta cristalera caía directamente sobre el blasón de Averland dándole un baño multicolor al amarillo del sol del propio estandarte.
Era en despachos como aquel, dentro del palacio familiar de una familia antigua, donde se decidía la suerte del Gran Condado. Sin Conde Elector, un precario equilibrio de poder permanecía inamovible pese a los petits comités y los subterfugios políticos de cada familia por romperlo.
Aquel era un paso más hacia una nueva intentona por ganar más reconocimiento y fama ante al Emperador, en esa interminable búsqueda por merecer el título de Conde Elector sin provocar una guerra civil: los von Heisenberg creían que tenían una nueva oportunidad, por pequeña que fuera, de ir un paso por delante en esta ocasión.
August atravesó el despacho con la ornamentada armadura repicando en el gran espacio, rompiendo el silencio de la casa. La expresión malhumorada transmitía con facilidad sus pensamientos: sabía que los von Heisenberg habían levantado una fuerza armada y una nueva expedición estaba lista. ¿Qué sería esta vez? ¿Más Hombres Bestia tal vez?
“Sería más productivo que dejásemos una guarnición permanente con una torre donde los putos granjeros pudieran esconder sus culos”, pensó irritado. Como hijo menor de la familia, recurrían a él cada vez que había que... cumplir con el deber en el feudo. Lo que implicaba múltiples viajes y marchas al año para encontrarse que habían llegado tarde para parar la amenaza, o que esta era demasiado irrelevante para ellos o incluso un bulo.
La verdadera gloria estaba reservada para sus otros tres hermanos.
- Adelante, hermano - le invitó Konrad con una sonrisa. Él era el segundo, y era quién realmente se ocupaba de la administración interna de la familia. Lo que implicaba que, aunque no era el señor de la familia, manejaba todo el dinero y la mayoría de sus tejemanejes, así que estaba en una posición excesivamente informada para el gusto de los demás.
- No te molestes en quejarte - siguió Konrad adelantándose a la respuesta de August -. No vas al Paso Negro. No vas a la montaña a rebuscar entre mierda de oso. Alfred está... indispuesto, así que esta tarea recae en ti.
La mirada de August no dejó de ser menos airada. Contestó apretando la mandíbula.
- De rebote. Ni siquiera os habéis molestado en contarme a dónde iba.
- No era necesario, hermano. Alfred iba a dirigir una expedición a Carsini. Los rumores dicen que la isla se ha perdido, y las habladurías añaden que el Emperador está interesado en su destino, y eso implica una posible orden imperial y la movilización de un ejército de Reikland.
- Bien por Reikland - interrumpió August con sarcasmo, impaciente.
Konrad hizo caso omiso de su actitud y continuó:
- Nos vamos a adelantar a ellos. Para cuando llegue el portavoz del Emperador, se encontrará con que Carsini ha sido... recuperada por un von Heisenberg y se la servirás en bandeja. Prepárate, partes ya.
Chamán Eslizón Huaxcar[]
En la vastedad del océano...
Los Vientos de la Magia dejaron de estar alterados de un momento a otro, y la tormenta comenzó a disiparse. La flota se había dispersado irremediablemente, y aunque Huaxcar intentó a conciencia captar la cálida presencia de los otros Chamanes o un atisbo de los mismos o de su magia, no captó nada.
De repente se sintió profundamente solo, y en buena parte abatido. Por encima de él otros Eslizones y Saurios se movían por la cubierta del navío, empezando de inmediato las reparaciones necesarias. Se gritaban órdenes secas que se resolvían con brío y eficiencia.
La tormenta no había sido natural: de eso Huaxcar estaba seguro. Había una tenebrosa voluntad agazapada tras los rayos y las enormes olas que los zarandearon como un juguete durante toda la noche anterior y parte del día siguiente.
El Chamán Eslizón comenzó a percibir con más atención la realidad, abandonando sus agrios pensamientos, y advirtió que el frenético paso de los Saurios y Eslizones se había detenido en cubierta. Ascendió y salió al exterior aprisa.
- ¡Tierra! - aplaudió un Eslizón para ponerle al corriente. Básicamente habían detenido los trabajos al advertir, cuando las nubes se retiraron y por fin el sol volvió a bañar el navío de los Hombres Lagarto, que estaban en las cercanías de una isla con puerto. Los ojos pasaron de la isla al Chamán Eslizón.
- Tomaremos tierra - afirmó Huaxcar con una firmeza y confianza que no sentía. No terminaba de tener claro que el Gran Plan contemplara esa escala, pero las palabras del Slann pesaban profundamente sobre su mente, y cabía la posibilidad de que en el críptico relato del Gran Sacerdote, realmente ese fuera su destino.
Hellrider[]
En el centro de una gran agitación en los Desiertos del Caos...
Los Vientos de la Magia se arremolinaban alrededor del Hechicero del Caos, la realidad se distorsionaba y plegaba sobre si misma según los aleatorios designios de la esencia de los Desiertos del Caos. La luz del sol se perdió entre los remolinos arcanos, y los seguidores de Hellrider se encogieron de miedo.
Paulatinamente, el mundo real y la esotérica dimensión de los Poderes Ruinosos se estaban uniendo ante sus ojos. Era seguramente una de las mayores insensateces que podría realizar un mortal, pues los entes agazapados en el otro lado a la espera de una brecha como aquella no distinguirían a un cultista o al más fiel de los seguidores de su oscuro dios. Pero Hellrider sabía que su osadía no sería castigada: Lo había visto. Tenía muy claro el mensaje del Amo de las Fortunas, la visión que llevaba enturbiando sus sueños durante los últimos ciclos tenía una inequívoca dirección.
Su destino estaba allí, en esas antiguas ruinas élficas al límite de los Desiertos del Caos, testigo mudo de otra época y de otras guerras.
- Llegáisss tarde. Los mortalesss siempre llegáisss tarde.
La voz serpentina salió de la nada, los hombres comenzaron a vigilar alrededor con nerviosismo mientras que Hellrider continuaba su invocación impasible. Poco a poco, la figura creciente del demonio que había acudido a la llamada se iba formando ante él, un heraldo; Un portavoz del Cambio.
La criatura se hizo real repentinamente, dejando de ser una sombra; Un reptil con forma de hombre, de ojos maliciosos y voz emponzoñada visiblemente divertido con la incomodidad de la escolta del hechicero.
- Pocosss sacrificiosss habéisss hecho para que venga. - acusó.
- Nos los mereces. Has venido a traer un mensaje, dalo y sal de mi vista - respondió Hellrider con la autoridad y la confianza que le daba sentirse dueño de las corrientes arcanas que los rodeaban. Estaba en un momento álgido de poder y no iba a desaprovecharlo ante el Demonio.
El ser con forma de réptil se rió.
- Una isssla. Una isssla ensangrentada... Una que el Gran Masacrador quiere arrebatarnossss... Algo se oculta allí, un objeto que te essspera. Reclamalo para Él, para el Cambio, sirve al designio... Parte al sssur, cruza el Imperio, llega al mar, embarca... Debesss localizar Carsini, debes vencer en Carsssini.
El demonio comenzó a desvanecerse, tal y como apareció. Siguió hablando riendo entredientes.
- ¿Quién cresss que eresss, mortal? Ve, vence y tal vez la próxima vez te sssalude.