Wiki La Biblioteca del Viejo Mundo
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Los tambores resonaban con su ritmo monótono pero motivador, los oficiales escupían ordenes para mantener el ritmo de la marcha y los hombres avanzaban veloces desde Ostmark hacia el sur, hacia la muerte, hacia el terror, hacia Sylvania. Las órdenes de Altdorf eran claras, que el oficial al cargo de la operación, llamado Alfred Morntag llevase su contingente hacia el Páramo Siniestro a presentar batalla a un brujo oscuro, quizá un conde, quizá un hechicero loco, nada se sabía salvo que un par de pueblos habían sido arrasados en el plazo de una semana. Las fuerzas que desde el punto de vista de Altdorf serían suficientes para hacer el trabajo, Alfred las consideraba insuficientes, pero de nada serviría quejarse; dos compañías de lanceros, una de alabarderos, tres de espaderos, otras tantas de arcabuceros, un puñado de caballeros del Reik, veinte grandes espaderos y cinco cañones, con su dotación de ingenieros.

Tras casi un mes de marcha, el contingente se hayaba próximo a las tierras malditas, y a medida que la distancia se acortaba, la moral disminuía, el pesimismo se hacía patente en todas partes, salvo uno o dos, a lo sumo tres focos en los que se apiñaban o bien los mas veteranos, o bien los mas novatos, que por conocer bien, o desconocer completamente lo que les esperaba, se mostraban animosos y confiados, sin ningún tipo de preocupación mas allá de la conversación que les tenía ocupados.

En uno de los grupos de veteranos "los mascaclavos" se encontraba Jonah, con los hombres con los que llevaba cinco años ya, conversando animadamente sobre las últimas novedades del Imperio. -¿Habéis oido eso? Parece que esos cerdos del norte se preparan para bajar de nuevo a hacernos una visita, creo que en los próximos meses vamos a tener trabajo, eso, los que consigamos salir del pudridero al que nos dirijimos- Comentaba Heimskr, un hombre, o mas bien, medio hombre, ya que tenía remiendos y cicatrices en la mayor parte del cuerpo, además de tuerto del ojo derecho, el cual pertenecía a ese regimiento antes de que Jonah aprendiese a andar. -No digáis esas cosas, ya sabéis que al chaval le sientan mal los nervios- Comentaba entre risas el propio Jonah, de unos treinta años, barba de tres días,grandes ojos grises, de cuerpo musculoso, pero para nada marcado, y pelo largo, negro recogido con una bandana roja. -¡Que ya no soy un chaval, si me han asignado a un cuerpo de arcabuceros del imperio, ya soy un hombre hecho y derecho, y no es fácil amedrentarme, bravucones! -Clamaba Wagner, el más novato, solo llevaba un mes en la compañía, y era blanco de burlas y risas de todo el regimiento. De complexión delgada y frágil, pelo negro mate, cara con rasgos felinos y temperamento razonable amable y paciente, parecía un buen chico, y quizá fuese buen tirador, pero la mayoría opinaban, aunque jamás se lo dijeron, que no sobreviviría a más de dos o tres batallas, cuando tocase sacar las espadas, moriría. -Eh Wagner ¿Te hemos contado ya por qué nos llaman los mascaclavos?- Inquirió Jonah -Cuatro veces ya.... - se resignó Wegner, pues ya sabía lo que tocaba ahora, ya que el regimiento se esforzaba por conservar su historia, sobre todo si se ensalzaba a los presentes, y más concretamente, al emisor. -Nos encontrábamos defendiendo una mansión señorial, parapetados tras todas las ventanas de la casa, los hombres bestia nos tenían rodeados, y no dejábamos de dispararles desde dentro, pero el ritmo iba decreciendo, no por las bajas; porque nos quedábamos sin balas, y eso, chaval, sin unos cuantos espaderos para apoyarnos en el cuerpo a cuerpo, significa problemas, problemas serios, bueno, espera, me estoy desviando- Heimskr se aclaró la garganta y continuó -cuando nos quedamos sin balas, el pánico cundió, algunos intentaron salir por la puerta de atrás, pero se convirtió en una masacre, los pocos que quedábamos nos apiñamos en una de las salas mejor defendidas, tiramos un mueble contra la puerta y nos pusimos a revisar la estancia, cuando Hans, nuestro anterior capitán, que con Morr descanse descubrió una caja llena de clavos, todos los de la estancia nos miramos unos a otros, felices, Hans esgrimió su típica media sonrisa de suficiencia absoluta, y todos nos echamosa reir, mas de nervios que por tener motivos de verdad, cargamos nuestros arcabuces de clavos, los hombres bestia ya habían entrado en la casa y comenzaban a despedazar la puerta a hachazos, todos nos apiñábamos en la esquina contraria, con los arcabuces cargados y ansiosos por acabar de una vez, de una forma u otra, cuando al fin entraron disparamos y creamos un infierno en miniatura, la moral de los hombres bestia se fué a tomar por culo, todos se dieron la vuelta y echaron a correr en desbandada, nosotros desenvainamos nuestras espadas y los perseguimos durante dos horas, suficiente para que llegasen los refuerzos de Altdorf; aún recuerdo sus caras cuando los herreruelos los alcanzaron, eso amigo mío, es la verdadera satisfacción.- Heimskr vió que Wagner ya no hacía caso, sino que pedía hierba de fumar a un lancero, esto no molestó a Heimskr, sino que sonrió, se atusó el bigote y apretó el paso.