
Los Ogros son una raza avariciosa y permanentemente angurrienta, y por lo tanto cuando fijan el ojo en un objetivo se comportan con una resolución brutal. El asalto contra la fortaleza Enana de Karak-Azorn es un sangriento testimonio de la capacidad destructiva de los Ogros, y del poder que emana de su desesperada glotonería.
Durante muchísimo tiempo, las expediciones de Enanos han viajado hacia el este adentrándose en las Montañas de los Lamentos, en busca de la afamada Montaña de Oro. Aunque aún hoy no la han localizado, sí que han logrado encontrar numerosos lugares ricos en gemas y metales preciosos. Las pocas minas y fortalezas que han establecido en esa hostil región tienen entradas hábilmente ocultas entre los picos y las paredes de roca, pues los Enanos temen (y con razón) que los Ogros las descubran.
El segundo asentamiento Enano más grande en dichas tierras fue descubierto por un Cazador Ogro errante, que corrió a avisar de su ubicación a Thogub Garrotazos, el Déspota de la tribu de los Puños Enfadaos. Thogub, un Ogro de tamaño inmenso, se frotó las gruesas manos con júbilo al oír tan buenas noticias. Ya anteriormente había podido disfrutar de primera mano de las riquezas que suelen albergar dichas fortificaciones, y desde sus días de aventuras en las Montañas del Fin del Mundo recordaba especialmente bien el grato sabor de la carne de Enano. Reuniendo a su enorme tribu en torno a él, los Ogros de los Puños Enfadaos marcharon a la guerra con la intención de conquistar el bastión Enano y saquear sus tesoros.
No obstante, tomar una fortaleza Enana es más fácil de decir que de hacer. Karak-Azorn era un asentamiento pequeño, pero aún así los Ogros no fueron capaces de romper sus puertas. Lanzaron contra ellas una salva tras otra de disparos de cañón, e incluso acercaron su Escupehierros hasta el punto de disparar con él a bocajarro, pero los portones llenos de runas resistieron. Tampoco les sirvió de nada enviar a sus Colmillos de Sable a olfatear los alrededores en busca de entradas secretas secundarias. Todo lo que los Ogros lograron fueron pequeños avances, como colarse por un túnel de drenaje y aterrorizar brevemente los niveles inferiores antes de ser aniquilados, o ganar un pasillo secundario que los Enanos acabaron por derrumbar causando multitud de muertos por ambos bandos. El asedio siguió sin más progresos durante meses, que lentamente se fueron convirtiendo en años. Y entonces, por fin, llegaron los Cuernos Pétreos.
Los Enanos eran capaces de acumular tal cantidad de artillería para defender su entrada principal, que un único Cuernos Pétreos ni siquiera hubiera podido sobrevivir a un asalto frontal. Sin embargo los Ogros no disponían de una sola de aquellas bestias, sino de tres. Y ese trío de Cuernos Pétreos demostró ser imparable: en muy poco tiempo las puertas del bastión, hasta entonces inexpugnables, fueron reducidas a escombros y por ellas manó todo el ejército Ogro hacia el interior del complejo. Los Enanos defendieron cada sala con todas sus fuerzas, pero la potencia del asalto era demasiada, y los obligaba a retirarse constantemente.
En un momento dado, los Enanos que aún seguían la lucha fueron conscientes de que su fin estaba cerca, y junto a su Señor del Clan, se prepararon para ofrecer una última resistencia heroica en la sala del tesoro. Allí, entre pilas y pilas de enormes rubíes, perlas y lingotes de oro, los Enanos esperaron. Sin embargo, los Ogros creían haber encontrado ya en los niveles superiores el verdadero tesoro de la fortaleza: nada más y nada menos que la bodega de barriles de cerveza Enana. Los Ogros hicieron allí mismo una gran fogata y se dieron un festín de cerveza y carne de Enano rustida. Thogub decidió dejar con vida a los Enanos supervivientes hasta que acabara aquel banquete. Ya habría tiempo de liquidarlos. Al fin y al cabo, los Enanos nunca han sido criaturas demasiado rápidas, así que no irían a ninguna parte. Además, un poco de ejercicio ayudaría a sus Ogros a bajar la comida...