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Gotrek y Félix por Phroilan Gardner

-"¿Cómo te llamas?" -preguntó Justine, y el hombre al que había capturado sus exploradores le escupió.

Ella le hizo un gesto de asentimiento a Malor, y el Hombre Bestia le asestó un puñetazo. Se oyó un crujido cuando se le rompieron las costillas, y el hombre se desplomó. De no haber sido por las bestias que lo sujetaban, habría caído al suelo.

-"¿Cómo te llamas?"

El hombre abrió la boca, y por su barbilla resbaló sangre que le goteó en el justillo de cuero. Justine tendió una mano y humedeció en ella las puntas de los dedos, que luego se lamió. La sangre era tibia y salada, y la mujer sintió que la fuerza la inundaba.

-"Rolf" -respondió él al fin.

Entonces Justine supo que respondería a cualquier pregunta que le formulase. Sabía que no habían sido los leñadores quienes mataron al grupo de Tryell, ya que el rastreador que sobrevivió al ataque al campamento le había hablado acerca de los guardianes de la niña.

-"Hay un enano y un hombre de pelo rubio que viajan con una niña. Háblame de ellos".

-"Vete al infierno que te engendró".

-"Eso haré... llegado el momento" -replicó Justine-, "pero tú estarás allí para recibirme".

El hombre profirió un alarido cuando uno de los Hombres Bestia le dislocó un hombro, y todo el cuerpo se le tensó de dolor. Los músculos del cuello sobresalían como alambres tirantes. Finalmente, la historia de cómo se había encontrado con el enano, el hombre y la niña en el bosque salió por los labios partidos. Por último, el hombre dejó de hablar y quedó ante ella, agotado por su propia confesión.

-"¡Llevadlo al altar!" -ordenó Justine.

El hombre intentó luchar mientras lo llevaban hacia el túmulo de piedras dedicado a Kazakital, pero sus esfuerzos por escapar resultaron inútiles. Las bestias eran demasiado fuertes y numerosas, y el desdichado lloró de terror al ver lo que lo aguardaba. Estaba más acobardado ante la visión del gran túmulo de piedras y el altar que descansaba sobre él que cuando lo capturaron las bestias. «Debe de saber lo que va a sucederle», pensó Justine. La visión de las cabezas del Conde Klein y Hugo parecían aterrorizarlo más que cualquier otra cosa.

-"¡No! ¡Eso no!" -chilló.

Ella misma se encargó de atarlo y lo transportó con facilidad hasta el altar, mientras el ejército se reunía en espera de lo que iba a ocurrir. Cuando la luna salió de detrás de las nubes, ella les hizo un gesto a los tamborileros para que comenzaran a tocar, y pronto el gran tambor sonó rítmicamente, con tanta lentitud como los latidos del corazón.

Se situó sobre el túmulo de piedras y sintió cómo la fuerzas se reunía lentamente. Bajó la mirada hacia el mar de rostros animales vueltos hacia arriba, cuyos ojos aparecían brillantes de expectación, y entonces desenvainó la espada y la blandió por encima de la cabeza.

-"¡Sangre para el dios de la Sangre!" -gritó.

-"¡Cráneos por el Trono de Cráneos!"

El grito de respuesta salió de un centenar de gargantas.

-"¡Sangre para el dios de la Sangre!"

-"¡Cráneos por el Trono de Cráneos!"

La respuesta fue aún más potente esa vez, y resonó como un trueno en el bosque.

-"¡Sangre para el dios de la Sangre!"

-"¡Cráneos por el Trono de Cráneos!"

La espada descendió y separó las costillas del hombre. Ella tendió una mano enfundada en el guantelete de la armadura, la metió dentro de las entrañas del hombre, y se produjo un horrible sonido de ventosa cuando le arrancó el corazón, que luego alzó por encima de la cabeza.

En alguna parte, en una espacio más allá del espacio, en una tiempo más allá del tiempo, algo despertó y acudió para responder a su llamada. Algo flotó hacia el presente y llegó como una espiral desde el más allá. En el espacio que quedaba encima del altar se concentró una toja oscuridad palpitante, que fluyó hacia el corazón que ella sujetaba en alto y que comenzó a latir otra vez; entonces, Justine volvió a meter el corazón dentro del pecho de la víctima.

Durante un momento no sucedió nada, y todo permaneció en silencio, pero luego surgió un tremendo grito de la garganta del cuerpo inerte que había sido Rolf. La carne del pecho del cadáver volvió a unirse y comenzó a humear, y el cadáver se sentó sobre el altar. Sus ojos se abrieron, y Justine reconoció a la inteligencia que miraba desde el interior. El cuerpo estaba transitoriamente poseído por la mente de su demoníaco patrón, Kazakital.

Del cadáver se alzaba humo mientras la carne se desplazaba por debajo de la piel, y un olor entre podrido y quemado invadió las fosas nasales de la mujer. La mente y el poder contenidos dentro de la estructura inmortal estaban moldeándola para que adquiriese una nueva forma, una que guardase algún parecido con la forma inhumanamente hermosa del Príncipe Demonio. Justine sabía que el cuerpo quedaría consumido en cuestión de minutos, incapaz de contener el poder que latía en su interior; pero eso carecía de importancia. Sólo necesitaba unos minutos para comunicarse con su señor y solicitar su consejo, así que resumió con rapidez lo que Rolf le había dicho.

-"Voy a ir a ese sitio y los mataré a todos".

-"Hazlo, amada mía" -respondió la bella voz del Príncipe Demoníaco, como el tañido de una campaña, desde dentro del cuerpo en proceso de corrupción. Una vez más, ella notó la sensación de seguridad y adoración que experimentaba siempre en su presencia.

-"Mataré a la niña y te ofreceré los corazones del enano y el hombre si intentan protegerla".

-"Será mejor que los mates con rapidez. Son una pareja feroz, implacable y mortal. El enano lleva un arma que fue forjada en los tiempos antiguos para azote de los dioses. Ambos son asesinos despiadados".

-"Puedes contar con que ya están muertos. Yo aparezco revestida de armadura en tu profecía. Ningún guerrero me superará jamás en la batalla si lo que dices es verdad".

-"Mira dentro de tu corazón, amada mía. Sabes bien que jamás te he dicho nada más que la verdad... y has de saber también esto: si cumples lo que dices, la inmortalidad y un lugar entre los Elegidos serán tuyos sin ninguna duda".

-"Así se hará".

-"Entonces, ve con mi bendición. Propaga el caos y el terror, y no dejes a ninguna de tus víctimas entre los vivos".

La presencia se esfumó, y el cuerpo cayó de cabeza al suelo mientras se deshacía en polvo. Justine se volvió hacia sus soldados y les hizo una señal para que se pusieran en marcha.

***************************************************************

Félix intentó calcular el número de Hombres Bestia que había en el bosque, pero no pudo. Procuraban mantenerse fuera de la vista, pues sabían que el desconocimiento de cuántos eran atemorizaría aún más a los defensores de la fortificación. El miedo a lo desconocido era otra arma a su favor. A Félix se le cayó el alma a los pies.

-"Tal vez deberíamos hacer una salida e inutilizar el cañón" -sugirió el poeta.

-"Eso es precisamente lo que ellos esperan. Ese terreno de ahí afuera sería para ellos tan bueno como para nosotros".

-"¿Es que poseen arcos, aunque sean bestias?".

-"Eso no tiene importancia. Ahí afuera hay demasiadas trampas para sentirse seguro, y por fuerza alguien caerá en una de ellas".

-"Pensaba que querías tener una muerte heroica".

-"Humano, si me limito a quedarme quiero aquí, ella vendrá a buscarme. ¡Mira!".

Félix dirigió la vista hacia donde señalaba el rechoncho dedo del enano, y vio a la guerrera del Caos, de armadura negra, que llegaba a caballo y se detenía justo al lado del enorme cañón. También vio que una horda de rostros bestiales miraba desde debajo de los árboles y, mientras observaba, una verdadera ola de criaturas cornudas salió del dosel del bosque y comenzaba a formar unidades, justo fuera del alcance de las flechas. En alguna parte dentro del bosque, un tambor enorme empezó a sonar, y le respondieron un toque de cuerno y otro tambor situado en algún punto hacia el sur. Un coro de gritos y bramidos llenó la noche y, de alguna forma, dentro de la rítmica cadencia de las extrañas palabras el poeta comenzó a percibir el significado. Era como si la comprensión hubiese sido grabado en sus ancestros en tiempos remotos, sólo hubiese hecho falta ese acontecimiento para despertase. «Sangre para el dios de la Sangre. Cráneos por el Trono de Cráneos.» Sacudió la cabeza para librase de la alucinación auditiva, pero no sirvió de nada. Con independencia de lo que hiciese, daba la impresión de que ese atisbo de comprensión regresaba.

El ruido se elevó, el silencio reinó durante un momento, y luego el estruendo volvió a comenzar. A Félix le irritaba los nervios y se le contraía el estómago. Al mirar hacia donde estaban los enemigos, pudo ver que el canto servía a dos propósitos: por un lado contribuía a minar la moral de los enemigos de los Hombres Bestia, y por otro hacía que los seguidores del Caos fuesen presas del frenesí. Podía verlos golpear las armas contra los escudos, morder los bordes de sus cimitarras y hacerse cortes ellos mismos. Danzaban como dementes, alzando las piernas y luego descargando los pies contra la tierra, como si estuvieran machacando los cráneos de sus enemigos bajo las pezuñas.

-"¡Ojalá se limitasen a cargar y acabar de una vez con esto!" -exclamó Félix.

-"Estás a punto de ver cumplido tu deseo" -respondió Gotrek.

La guerrera de Caos alzó la espada, la horda guardó silencio de modo repentino. Ella se volvió para hablarles en su idioma bestial y ellos respondieron con vítores y gruñidos. A continuación, giró para mirar a las figuras ataviadas con armadura que se encontraban sobre la máquina de asedio, y les dedicó un gesto con la espada. Una de ellas hizo una cabriola, y luego encendió una mecha. Pasados cinco largos latidos de corazón, la poderosa máquina de guerra habló con voz de trueno. Se oyó un silbido sonoro, y después de una sección de la muralla explotó cerca de Félix e hizo saltar por los aires fragmentos de madera, torrentes de tierra y trozos de carne. Los Hombres Bestia bramaron vítores y aullaron como la horda de los infiernos liberadas del tormento.

Félix dio un respingo cuando el cañón comenzó a girar sobre su montura. Se daba cuenta de que no había forma de que aquellas murallas de madera pudiesen resistir el poder de hechicería de aquella arma espantosa. No habían sido construidas para soportar nada parecido a ese tipo de ataque, y tal vez lo mejor que podía hacer era simplemente saltar de la muralla y buscar refugio en las profundidades del poblado. Gotrek pareció leerle el pensamiento.

-"Quédate donde estás, humano. Lo siguiente que atacarán será la torre de vigilancia".

-"¿Cómo puedes estar tan seguro?".

-"En mis buenos tiempos trabaje con cañones, y éste no se diferencia en nada de cualquier otro. Puedo decirte la trayectoria de los disparos que hacen".

Félix se obligó a permanecer en el mismo sitio, a pesar de los escalofríos que le recorrían la espalda; tenía la seguridad de estar mirando directamente en el interior del cañón del arma. La máquina habló una vez más, y por su boca salieron despedidos llamas y humo. Se oyó de nuevo el silbido, y una de las patas de la enorme torre de vigilancia desapreció cuando el disparo abrió un agujero en la empalizada que tenía delante. La torre se inclinó hacia atrás y cayó, mientras uno de los centinelas salía volando de su puesto al mismo tiempo que agitaba los brazos antes de estrellarse contra el suelo. El largo grito desesperado, audible incluso por encima de lso alaridos de las bestias, fue interrumpido en seco por el impacto.

Félix percibió el humo y oyó el crepitar de un incendio detrás de él, y al volver la cabeza por encima del hombro vio que uno de los edificios y los restos de la torre habían comenzado a arder, aunque no sabía si era o no resultado de la explosión. En algún lugar lejano alguien comenzó a gritarles a otros que trajeran agua. Entonces echó una mirada a lo largo de la muralla, donde lo que parecía una cantidad lastimosamente escasa de defensores aguardaba con los arcos aferrados en la mano, e intercambió miradas con el más cercano, un muchacho de no más de dieciséis años, cuyo semblante estaba blanco de terror.

Félix dirigió una mirada de desesperación hacia la oscuridad, mientras se preguntaba durante cuánto tiempo continuaría aquello antes de que la moral de los defensores quedase destrozada o la población reducida a ruinas.

***************************************************************

Justine observó mientras el gran cañón abría la tercera brecha en la muralla de la ciudad, y entonces decidió que ya era suficiente. Debían ahorrar pólvora para la siguiente fortificación a la que llegaran, y las brechas eran lo bastante grandes como para que sus soldados se colaran por ellas. Los defensores estaban cansados y desconcertados, asó que había llegado el momento. Le hizo una señal al de la trompeta, y éste hizo sonar el toque de avance. Marchando a paso de los tambores de piel humana, los Hombres Bestia se pusieron en movimiento.

Justine sintió que la sed de sangre aumentaba en su interior, y, con ella, su deseo de ofrecerle almas al dios de la Sangre. Esa noche le haría una grandiosa ofrenda.

Curiosidades[]

  • Sangre y Tinieblas, es un breve extracto del capitulo del mismo nombre de la novela Matatrolls, publicado en la White Dwarf 65 con el objetivo de promocionar la salida de la novela.

Fuente[]