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Fin trans
El trasfondo de esta sección o artículo se basa en la campaña de El Fin de los Tiempos, que ha sustituido la línea argumental de La Tormenta del Caos.
Teclis el fin de los tiempos

Teclis se enfrenta a otra prueba

"¡Nos estamos quedando sin tiempo!" gritó el Emperador por encima del rugido y el gemido de los cañones demoníacos. Sin esperar una respuesta, se alejó de la silla de Garra de Muerte y corrió para situarse entre Teclis y Lileath.

"Usa tu magia" le imploró. "Debemos intentar alcanzar Middenheim mientras suficientes de nosotros todavía estén bastante enteros para luchar".

Teclis frunció el ceño.

"Te lo dije antes. No se puede hacer. La magia brota del Caos. Incluso si pudiera aprovechar todo ese poder, la grieta resultante provocaría el mismo destino que buscamos evitar".

"Entonces, ¿qué sugieres?" preguntó el Emperador. "Los demonios seguirán llegando hasta que todos nosotros estemos muertos, y el mundo caerá poco después".

Teclis no tenía respuesta para eso. Después de años de planificación, los acontecimientos se sucedían con demasiada rapidez. Se estaba dando cuenta demasiado tarde de que no todo se podía prever.

"Hay una manera", dijo Lileath suavemente. "Mi cuerpo puede ser mortal, pero mi sangre y espíritu siguen siendo divinos. Éstos contienen el poder que requieres".

"Sangre inocente…" murmuró el Emperador, con la cara perdida en el recuerdo.

Lileath sacudió la cabeza.

"No soy inocente. Aunque sólo hice lo que los tiempos exigían, he traicionado a los que confiaban en mí. No podría llevar estos males al Refugio, es justo que los expíe ahora".

"Pero morirás", objetó Teclis.

"Este es el Rhana Dandra. Todos estamos destinados a morir. ¿Es tan importante el orden de nuestras muertes?"

"Eres la última de nuestros dioses. Has sido mi guía, mi luz. No puedes pedirme esto".

Lileath extendió su mano, y tocó con la punta de sus dedos la mejilla del mago.

"Querido Teclis, me has servido muy bien, a pesar de que no lo merecía. Concédeme este último favor".

Teclis, perdido en el mundo de su privada pena, no respondió.

"Lo hará", dijo el Emperador.

Teclis se volvió hacia él, furioso.

"No hables por mí, no sabes lo que pides".

El Emperador se mantuvo firme, inquebrantable.

"Si hay una oportunidad, tenemos que tomarla. Como ella dice, todos estaremos muertos pronto, pase lo que pase".

Como para confirmar sus palabras, uno de los Milenarios que formaban su refugio fue golpeado por cráneos de la artillería. El torso del gigante se desprendió, esparciendo ardiente corteza a través de los que se refugiaban debajo de él.

Los pensamientos de Teclis corrían, pero la sabiduría de las palabras del Emperador se cerró sobre él como un tornillo. Torpemente, aceptó la daga que Lileath presionó en sus manos. La diosa se hincó de rodillas, y le hizo señales a Teclis para que la mirase.

"No puede ser una muerte rápida", dijo Lileath. "Cuando mi espíritu se desvanezca, mi divinidad se irá con él, y tu momento pasará", colocó sus manos alrededor de Teclis, guiando la punta de la daga que se apoyaba un poco a la izquierda de su esternón. "Ahí", dijo ella, con una sonrisa pálida. "El lugar perfecto. ¿Estás preparado?"

"No", respondió Teclis. Entonces empujó la daga antes de que su nervio pudiera fallarle.

La espalda de Lileath se arqueó cuando la hoja se deslizó entre sus costillas. Dio un grito estrangulado y jadeante. Teclis soltó la empuñadura de la daga, y la diosa moribunda cayó sobre él hacia adelante. Sus respiraciones, superficiales y ásperas, resonaban en sus oídos; su sangre palpitaba sobre sus manos.

Teclis cerró los ojos, e intentó ignorar los pequeños y ahogados sonidos de Lileath. La sangre corrió por los brazos del mago, se filtró a través de sus túnicas, cálida y resbaladiza contra su piel. La divinidad de la diosa de desvanecía bailando a través del paisaje de Teclis, con sus pensamientos como un viento fuerte, pidiendo ser desatada. Teclis trató de apoderarse de ese poder, pero se le escapó de las manos como si fuera humo. Lo intentó una y otra vez, mientras la respiración de Lileath se hacía más lenta y errática. El miedo al fracaso se espesó como la bilis en la garganta del mago, y la desesperación amenazó con abrumarlo.

Entonces, una voz susurró en la mente de Teclis, calmada y confiada. Al principio pensó que era el espíritu de Lileath, pero luego se dio cuenta de que la voz era más profunda, más fuerte. Una luz dorada repentinamente brilló en la oscuridad de la mente del mago, y esta vez la divinidad de Lileath no escapó de sus manos. Teclis escuchó a la diosa hecha mortal pronunciar un último y graznante grito, sintió como su cuerpo convulsionaba un último y terrible momento, y luego se quedaba quieta.

Lileath estaba muerta, pero Teclis tenía en sus manos su última chispa divina. El mago estaba abrumado. Su mente se elevó por encima de Athel Loren. Muy por debajo, vio a los mortales asediados, como brillantes pinchazos de luz contra una marea oscura, los Encarnados casi cegaban en su brillantez. Presenció las violentas batallas a través del Claro del Rey, con sus detalles claros incluso a esa distancia aparentemente increíble.

Los ancianos guardianes habían sido casi sobrepasados, con los restos desgarrados de corteza y carne de árbol testamentos del salvajismo de sus oponentes. Gelt estaba atrapado más allá de la seguridad de la fortaleza viviente por el ala destrozada de Mercurio, refugiándose bajo una cúpula de oro. Los brazos del hechicero estaban extendidos ampliamente por el esfuerzo y se estremecían con cada golpe de hacha y martillo sobre el resplandeciente escudo.

Ka'Bandha gruñó y se enfureció mientras se liberaba de las magias combinadas de Tyrion, Malekith y Alarielle. Hammerson y Vlad se mantenían firmes frente a la carga berserker de otro Devorador de Almas, con los golpes del vampiro tan rápidos y precisos como pesados los del enano. Nagash, que solo entre los Encarnados brillaba casi tan oscuro como los demonios con los que luchaba, alcanzó al Devorador de Almas con un agarre de amatista y redujo los huesos de la criatura a polvo.

Teclis vio su propio cuerpo ensangrentado, en lo profundo del anillo de los Milenarios supervivientes. Todavía estaba quieto, casi tan sin vida como el cadáver que tenía en sus manos. Vio al Emperador arrodillado detrás de él. El hombre también estaba casi inmóvil. Una de sus manos enguantadas descansaba sobre el hombro de Teclis. Al principio, el mago lo tomó como un gesto de apoyo. Entonces recordó la luz dorada que había venido en su ayuda, y de repente supo mucho de lo que se había ocultado de su vista.

En el mismo momento en que Teclis fue consciente a la situación de sus aliados, su mente bailaba a través de los vientos de la magia con una habilidad que nunca antes había conocido. Con la divinidad de Lileath sirviendo como su inicio, tejió los hilos de la magia en un hechizo mucho más grande que cualquiera que hubiera pensado posible. Incluso Teclis, como su creador, no entendía el alcance completo de sus labores. Cada paso estaba impulsado por un instinto que nunca antes había poseído.

Entonces, tan rápido como había llegado, la última chispa de Lileath comenzó a desvanecerse, y Teclis, disipándose con ella. Los pensamientos del mago comenzaron a palpitar con un dolor repentino, ya que las magias que había atado amenazaban con abrumarlo. Trabajó febrilmente, tratando de completar su trabajo antes de que el conocimiento lo dejara completamente. No había tiempo para la demora. El hechizo se desenredaba más rápido de lo que había sido tejido.

Teclis extendió la mano hacia los alfileres de luz que eran los Encarnados, recogiéndolos en los pliegues del tapiz. Sabía que no serían suficientes, no contra las fuerzas que los aguardaban. A pesar de que el hechizo se escapaba de su alcance, el mago lo alcanzó una segunda vez, reuniendo a tantos defensores de Athel Loren como pudo. Entonces, en el momento en que las últimas madejas del hechizo se rompieron, Teclis arrojó a todos los que había reunido hacia Middenheim y susurró una oración a la diosa que había matado. Sólo entonces sucumbió a la presión en su mente, y se derrumbó en la oscuridad.

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Teclis se despertó boca abajo contra la piedra fría, con la cabeza palpitando de dolor. La única luz provenía de antorchas en algún lugar por encima de su cabeza, y el sabor metálico de la sangre pendía espeso en el aire.

Teclis trató de ponerse de pie, pero las esposas de hierro le mordieron las muñecas. Lo mejor que pudo hacer fue sentarse en una posición de rodillas. El mago no sentía miedo, su corazón estaba demasiado apesadumbrado con la amargura del fracaso para acomodar cualquier otra emoción.

"Se mueve, señor", una figura encapuchada surgió de entre las sombras, el metal retorcido de su máscara resplandecía en la débil luz de las antorchas. Su voz era obsequiosa, con su postura encerrada en una media reverencia permanente. Cuando sus cansados ​​ojos se acostumbraron a la oscuridad, Teclis vio que el hechicero llevaba su propio bastón y espada robados.

Teclis siguió la mirada del hechicero a través de las sombras, pasando por el agujero de sangre hirviente y silbante hasta el trono de cráneos que yacía en el extremo lejano de la cámara. Una figura fuertemente blindada, más imaginada que vista en la oscuridad, se levantó del trono, con los ojos vacíos de su yelmo dorado ilegibles.

"Has viajado un largo camino para morir, elfo", entonó Archaón. "Pero no desesperes, el mundo no durará mucho después de ti".

Batalla de la Cacería de Sangre
Prefacio | Presente a los Encarnados | Cacería de Sangre | Confesión | Sin Esperanza ni Perdón | Héroes Cara a Cara | Contendientes | Batalla | Al Límite | Sacrificio Divino

Fuente[]

The End Times V - Archaon.

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