
Se trata de la larga ruta comercial que recorre el continente y al parecer es el único modo de cruzar transversalmente el Viejo Mundo a través de las peligrosas tierras del Este hasta adentrarse en las tierras centrales de la Gran Catai, e incluso allí el viaje está plagado de peligros. Las caravanas que viajan por esta carretera suelen ser como ciudades nómadas, ya que la longitud de una gran caravana alcanza casi dos kilómetros. Como tienen que atravesar algunas de las tierras más hostiles y peligrosas del Viejo Mundo, están bien defendidas. Las caravanas sufren a menudo el asedio de bárbaros Jinetes de lobo hobgoblin, Enanos del Caos, Skavens, Gigantes, Goblins, Ogros, Orcos Negros, bestias de las cavernas, Hobgoblins, escorpiones gigantes y otras criaturas que acechan al amparo de la oscuridad. Debido a todas estas amenazas, las caravanas contratan a familias enteras de Ogros mercenarios para que se ocupen de su protección, una tarea muy prestigiosa entre los Ogros, pues la combinación de oro, buena comida y un peligro constante les resulta un incentivo muy poderoso.
La Ruta del Marfil recorre varias ciudades del Viejo Mundo para adentrarse por las Montañas del Fin del Mundo hasta la fortaleza enana de Karak-Drazh y el Paso de la Muerte. La carretera serpentea a través de las montañas traicioneras y embrujadas hasta llegar a las Tierras Oscuras, donde se bifurca al norte del Monte Colmillosombrío, que está infestado de Goblins, y gira al Nordeste hacia los Desiertos de los Aullidos. Estas llanuras desoladas son barridas por fuertes ventiscas que chillan y gritan a través de los páramos malditos (bien pudiera tratarse de las voces de todos los que perdieron la vida en esta diabólica tierra). En medio de este reino se erigen unas piedras gigantescas denominadas Los Centinelas. Como el camino por este punto pasa por el centro de las desoladas tierras industriales que son el reino de los Enanos del Caos, solo una caravana defendida sólidamente tiene probabilidades de llegar sana y salva.
Los Centinelas son un par de formaciones rocosas enormes que sobresalen en las llanuras cenicientas de las profundidades de los Desiertos de los Aullidos. Se trata de la única zona de relativa seguridad de este paisaje de pesadilla a pesar de su relativa proximidad a La Fortaleza Negra y a los Restos del Demonio, una ciudadela espantosa donde los descendientes del Caos farfullan y merodean. Los Centinelas sirven de puesto comercial de rinobueyes, pieles, provisiones y equipo necesario para la supervivencia en el viaje por las montañas. Las caravanas suelen cambiar de guardianes en esta localización antes de emprender el camino hacia la etapa siguiente de su viaje. Los rostros escarpados de estas piedras, erosionados por el paso del tiempo y por las duras condiciones climáticas, cuentan con innumerables tornos, faroles, túneles, nidos de Gnoblars, agujeros con contrabando y sistemas de poleas en los que habitan multitud de aventureros y empresarios que causan que el lugar rebose de actividad día y noche.

En Los Centinelas, la Ruta del Marfil se bifurca; la carretera principal continúa hacia el Este y la carretera secundaria, denominada Ruta de las Especias, hacia el asentamiento comercial de Truequecerdos en la desembocadura del contaminado Río de las Ruinas, para continuar hasta Ind. Sin lugar a dudas esta es la ruta más segura, ya que, una vez que el viajero ha dejado atrás los apestosos pozos de sulfuro de la Desolación de Azgoth, tendrá que atravesar las tierras extensas y agrestes de los Goblins de las colinas para llegar a la civilización (o algo aproximado)La ruta principal, por su parte, se adentra en las Montañas de los Lamentos por un lugar conocido como Rocas de los Gigantes, un agreste vado del Río de las Ruinas hecho a base de piedras de tamaño colosal, que parecen haber sido arrojadas casi al azar contra el furioso cauce fluvial, formando un sendero de aspecto tan extraño como traicionero.
Desde allí la carretera pasa por entre dos inmensos y ominosos pináculos, que marcan la entrada más accesible al corazón de la cordillera. Es el Valle de los Cuernos, una profunda depresión de tierras alfombradas con los restos petrificados de enormes bestias, muchas de ellas especies extintas de otra era. En cierto punto la Carretera de Marfil atraviesa la osificada carcasa de una bestia que en vida debió de haber tenido un tamaño increíble, y por todo ese tramo del camino se alzan enormes colmillos formando arcadas verdaderamente imponentes: incluso un Gigante podría pasar bajo ellas sin tener que agacharse.
Todas las tribus codician los valles por donde atraviesa la Carretera de Marfil, ya que se pueden exigir peajes especialmente elevados a cualquiera que se atreva a pasar por allí. La competencia por hacerse con estos lugares es tal que sólo las tribus más fuertes son capaces de mantener su control durante largos periodos de tiempo. En la actualidad el trecho más extenso de la Carretera de Marfil atraviesa el reino del Soberano Ogro Grasientus Dientedoro, cuyas arcas reciben un flujo constante de riquezas, pues ésta es la mejor ruta para aquellos que quieren peregrinar hasta las Grandes Fauces.
La ruta se divide una vez más en las montañas, puesto que un camino continua mas hacia el sur, desembocando en la ciudad de Shangyang, conocida como la Ruta de la Seda. Por su parte, la Ruta del Marfil continua más al norte, hasta derivar en el Desierto Funesto, al nordeste de Catai. Pesadas pantallas de metal se preparan para protegerse de este desierto baldío y la mayor parte de esta etapa se pasa en el interior de las caravanas selladas. Después de todo, casi no existe forma de vida en los desiertos aparte de los extraños peregrinos Ogros y de unos gigantescos insectos de caparazón negro y extremidades afiladas que explotan bajo la arena vitrificada en una lluvia de cristales que pilla por sorpresa a las presas incautas. Sin embargo, en el desierto acechan otros peligros a la caravana y son a cada cual más insidioso. Las náuseas, la fiebre de las cabañas, la inanición, la deshidratación, la mutación y los venenos hacen acto de presencia en esta última etapa del viaje hasta que, al final, el desierto se convierte en arrozales, señal de que la caravana ha llegado a la Gran Catai. Es un testimonio de las inmensas riquezas que puede amasar una caravana que logre acabar con éxito su misión, o quizás de la codicia humana, un viaje que solo debiera emprenderse en nombre del comercio.