
Lejos al sur del Viejo Mundo existe un desierto desolado, barrido día y noche por asfixiantes vientos. Allí no parece habitar ningún ser vivo y, sin embargo, tampoco puede decirse que el lugar esté ni mucho menos despoblado. Esto es Nehekhara, la Tierra Maldita de los Muertos y Reino de los Reyes Funerarios. Hace mucho, fue una tierra de arquitectura magnificente y nobles dinastías. Sus reyes guerreros lideraban a poderosos ejércitos contra las tribus bárbaras que envidiaban el esplendor de Nehekhara, así como contra las hordas de pieles verdes que amenazaban constantemente con invadir el reino.
Los ejércitos de Nehekhara utilizaban falanges de lanceros que se extendían hasta donde alcanzaba la vista, regimientos de arqueros que oscurecían los cielos con sus nubes de flechas, y batallones de mortíferos carros de guerra que hacían temblar el suelo a su paso. Los nehekharianos aplastaron a todos sus enemigos con una pericia marcial sin precedentes, y su reino llegó a extenderse desde las Tierras del Sur infestadas de Hombres Lagarto, hasta los bosques del norte llenos de monstruos. Los vanidosos reyes de Nehekhara se negaban a creer que la muerte pudiera poner fin a aquella vida de conquistas, y les privaba de disfrutar de sus posesiones materiales.
Por tanto, a su muerte cada rey era momificado en una elaborada ceremonia y enterrado en una magnífica pirámide; según su creencia, allí esperaría hasta el Día del Despertar, cuando volvería a alzarse en un paraíso dorado junto con todos sus sirvientes y pertenencias (que a tal efecto se habían encerrado en la pirámide junto con él), para reinar eternamente. Con el paso del tiempo las necrópolis se hicieron más grandes que las ciudades de los vivos, hasta el punto de que los muertos enterrados en ellas llegaron a duplicar a los habitantes vivos de todo el Viejo Mundo.
Y en Nehekhara los muertos no descansaban fácilmente...
La Voluntad de los Dioses[]

Los reyes de Nehekhara eran considerados el recipiente vivo a través del cual la voluntad de los dioses se daba a conocer. Nadie se atrevía a oponerse a sus deseos y gobernaban con absoluta autoridad. Los segundos en importancia después de los monarcas eran las sumos sacerdotes. El verdadero poder de cada dudad cayó muy pronto en manos de los fervorosos sirvientes de los dioses. En realidad, la mayoría de los reyes se contentaba con dejar los asuntos de Estado en manos del sumo sacerdote mientras se ponían al mando de sus ejércitos y libraban gloriosas guerras contra gobernantes rivales. Era el deber de todo sumo sacerdote encargarse de que los dioses recibieran reconocímiento y adoración de acuerdo con su estatus. Este hecho suponía tener que construir templos y mantener la adoración estricta de cada dios. Los sacerdotes se ocupaban de satisfacer a los dioses mediante ofrendas para que el reino fuera bendecido con gran fertilidad o con una buena cosecha.
Tradicionalmente, se concedía la sucesión al trono al hijo primogénito, pero las intrigas políticas proliferaban en el palacio y muchos príncipes caían víctimas de una puñalada por la espalda y de la corrupción de la vida palaciega. A muchos príncipes se les animaba a unirse al ejército y marcha han a la guerra al frente de sus tropas, montados en magníficos carros y en busca de la gloria a ojos de su rey.
Para los que no eran hijos de la nobleza, la vida era muy dura en las ciudades de Nehekhara. La mayoría de la gente trabajaba en los campos bajo el calor asfixiante del sol. Era una vida simple, pero cuajada de penalidades, incluso los hombres libres del reino debían servir una cierta cantidad de tiempo en la construcción de la pirámide del rey, aunque, si eran lo bastante ricos, podían enviar a sus esclavos en su lugar. Cada rey escogía la localización de su tumba a una edad temprana y entonces el proceso de construcción comenzaba. Miles de esclavos trabajaban duramente de sol a sol transportando los enormes bloques de piedra arenisca desde las canteras hasta el emplazamiento de la tumba.

Las pequeñas guerras libradas entre los reinos eran muy comunes, pero los reyes también buscaban probar su valía atacando a las tribus nómadas o a los pieles verdes que habitaban en las montañas. Cuando sus ejércitos regresaban victoriosos, solían traer muchos prisioneros. Estos eran enviados a trabajar en el levantamiento de las pirámides y era fácil ver Orcos, Trolls, Ogros y otras bestias extrañas ayudando en la construcción de las tumbas. Los gigantes eran especialmente codiciados por los esclavistas, y se los trataba con sumo respeto; podían levantar sin problemas las piedras más pesadas y realizar tareas que resultaban imposibles para otros esclavos. Por ello, los gigantes recibían las mejores provisiones y disfrutaban de una vida lujosa. Cuando uno de estos altísimos mortales moría, sus restos eran sepultados en medio de grandes ceremonias.
Cuanto más tiempo vivía un rey y más próspero era su reinado, más recursos podía dedicar a la construcción de su tumba. Podía juzgarse a cualquier rey por la magnificencia de su lugar de descanso eterno. Aquellos que tuvieron un reinado particularmente magnífico decoraron el camino hacia su tumba con pilares de mármol y estatuas doradas de los dioses.
A lo largo de los siglos en que los reyes gobernaron Nehekhara, todas las necrópolis fueron creciendo de tamaño. Al final, muchas de estas ciudades de los muertos empequeñecieron en tamaño a las ciudades originales. La riqueza que contenían esas necrópolis tuvo que ser inmensa pero hasta en tiempos de grandes desastres la fe de los habitantes de Nehekhara era tal que nunca trataron de robar las riquezas de las tumbas. Hacerlo era algo más allá de sus principios. Incluso durante las grandes guerras en que los reyes saqueaban las ciudades de otros reyes, todos respetaron el descanso de los muertos. Los reyes sabían que algún día también ellos acabarían reposando en aquéllas tumbas, por lo que fomentar dichos actos hubiera ido en contra de sus propios intereses.
Dado que cada ciudad empezó siendo un reino individual, no es de extrañar que todas acabaran adquiriendo características propias. Las ciudades del norte fueron muy distintas de las del sur o de las del este. La mayoría de las ciudades del norte fueron militaristas, destinadas a enfrentarse a la amenaza constante de invasión por parte de las tribus del Norte y de las hordas de pieles verdes.
Soberanos de los Muertos[]

El declive de la civilización nehekhariana fue rápido y brutal. La gran desolación que provocó Nagash es por todos bien conocida. Los hechizos que lanzó el Gran Nigromante devastaron el país y en cuestión de semanas destruyeron toda la civilización. Súbitamente, mediante blasfemas magias nigrománticas, la totalidad de la población de Nehekhara se vio condenada a la muerte en vida. El corrupto hechicero Nagash instigó una gran catástrofe que destruyó todo rastro de vida en la región, al tiempo que hacía levantar a los muertos de sus tumbas. Con la muerte del Nigromante, los muertos escaparon a su control.
Así, los Reyes Funerarios despertaron prematuramente de su sueño eterno, inmortales y más poderosos que nunca. Sin embargo, enseguida descubrieron que su renacimiento no era otra cosa que una cruel parodia de la auténtica vida, pues se habían transformado en repulsivos muertos vivientes de huesos resecos. Además, sus reinos ya no eran más que una pálida sombra de lo que habían sido: Nehekhara estaba asolada por hordas de invasores bárbaros, sus gloriosas ciudades e imponentes estatuas reducidas a ruinas tras muchos siglos de guerra, y sus abundantes riquezas saqueadas por incontables ladrones de tumbas. Por tanto, la primera tarea para los Reyes Funerarios fue tratar de restaurar la antigua majestad de su vasto imperio, atacando desde el desierto para reclamar el mundo que les habían arrebatado los vivos.
Los consejeros de confianza de los Reyes Funerarios eran sus Sacerdotes Funerarios, hechiceros de gran poder cuya única tarea en la vida era preparar las tumbas de los reyes para asegurar su paso a la inmortalidad. Cuando un rey moría, embalsamaban su cuerpo en una elaborada ceremonia e inhumaban sus restos en preparación del Día del Despertar: Los inmortales Sacerdotes Funerarios, de cuerpos atrofiados y débiles tras el paso de muchos siglos, son ahora los responsables de salvaguardar Nehekhara, y de despertar a los ejércitos de los Reyes Funerarios para que lleven a cabo nuevas y gloriosas conquistas.

Durante largos siglos las ciudades de Nehekhara no fueron sino ruinas deshabitadas. Muchas son las que están enterrados bajo las dunas y emergen de ellas ocasionalmente para ser reclamadas por la arena poco después. Las ruinas permanecen como monumentos deshabitados de una era olvidada hace ya mucho tiempo. Hoy solo los escorpiones y los escarabajos deambulan por las calles de las otrora magníficas ciudades. Con todo, los viajeros aún siguen visitando las solitarias casas de los muertos. Acuden en busca de los tesoros que descansan ocultos entre la arena, encerrados en las profundidades de las ruinas de las tumbas. Mas dichas expediciones no son aptas para los de corazón débil. Aun cuando los valientes buscatesoros logren sobrevivir a las duras condiciones de los áridos desiertos, tendrán que enfrentarse a los terrores que pueblan el interior de las ciudades de los muertos.
Desde que el hechizo de Nagash despertó a los reyes de su letargo de muerte, estos se dedican a proteger sus antiguos reinos en una vigilia perpetua. Muy pocos son los que se aventuran en ellos buscando fortuna y logran regresar y, de los que lo consiguen, la mayoría se han vuelto locos debido a los macabros horrores que han presenciado. Los reyes protegen sus riquezas y emergen de sus tumbas para luchar contra todo aquel que pretenda arrebatarles o deshacer su gloria. Algunos viajeros hablan de guerreros esqueléticos que se enfrentan en guerras cruentas. Los reyes siguen tratando de demostrar quién ostenta realmente el poder y la fortaleza necesarios para gobernar sobre las ciudades en ruinas.
Se dice que sus viejas flotas siguen patrullando las aguas del Gran Océano y que, al no necesitar comida ni agua, son capaces de atacar en cualquier rincón del mundo que deseen. Algunos afirman que dichos reyes muertos han emergido de túmulos funerarios situados en el corazón del Imperio, lo cual no es descabellado si tenemos en cuenta que, cuando Nehekhara se encontraba en la cumbre de su poder, sus ciudades se extendían por toda la superficie del mundo conocido. ¿Quién sabe qué terrores pueden emerger de los cientos de tumbas que existen dispersas por todo el mundo?
La Maldición de los Muertos Vivientes[]

Los Reyes Funerarios gobiernan desde sus necrópolis como han hecho siempre, imitando la vida que una vez conocieron. Muchos de ellos se comportan como si no hubiese ocurrido nada fuera de lo normal y todavía estuviesen vivos en carne y hueso. Quizás algunos de ellos sean conscientes de su condición de No Muertos, pero otros lo niegan tozudamente, mientras que otros han llegado a enloquecer por la constante contemplación de su terrible aspecto. Un Rey Funerario puede llegar a ordenar que le traigan una bandeja de fruta fresca y una jarra de buen vino, al parecer totalmente ignorante de que si intenta probar dichos manjares, simplemente atravesarán su disecada carcasa y caerán al suelo.
Cuando las viandas sean presentadas ante él, el Rey Funerario simplemente las mirará confuso, sin reconocer lo que son ni para qué sirven; esto seguirá así hasta que los alimentos se pudran y se conviertan en polvo, o hasta que su mente experimente un instante de claridad que le haga recordar toda la majestad y la grandeza que tenía en vida, y que ha perdido para siempre. Así, al hacerse consciente de que jamás volverá a disfrutar del sabor de una buena comida, ni a saciar su sed con agua fresca, ni a experimentar la simple sensación del tacto ni ningún otro de los placeres de la vida, el Rey Funerario entrará en un estado de furia incandescente.
Ancestrales e iracundos, todo lo que les queda a los Reyes Funerarios son sus ansias de poder, conquista y venganza. Se mostrarán infatigables en su eterna guerra contra cualquier ser que ose vivir mientras ellos se consumen en la no-muerte.
Las Legiones Inmortales[]

En la Nehekhara de antaño, un gobernante sólo era tan poderoso como lo eran sus ejércitos. Por tanto, todos los reyes mantenían vastas legiones y proclamaban a los cuatro vientos sus victorias, a fin de que cualquier rival potencial tuviera noticia de su fierza y temblara. De este modo, los nombres de muchas legiones se hicieron míticos: la Legión Escorpión del Rey Nekhesh, por ejemplo, detenía en seco cualquier invasión bárbara usando lanzas cuyas puntas estaban fabricadas a partir de las negras pinzas de escorpiones gigantes. De manera similar, los Heraldos de la Muerte del Príncipe Sekhef eran muy temidos por su espeluznante estandarte, del que colgaban los cráneos de una docenas de reyes a los que habían derrotado, y a los que los Sacerdotes Funerarios de Numas habían lanzado sus maldiciones para que gimiesen en perpetuo tormento.
Actualmente, estas legiones y muchas otras han vuelto a alzarse de la muerte para aterrorizar una vez más los corazones de sus enemigos. Cada uno de los soldados que las componen juró servir a su rey, una promesa que no sólo debía cumplirse en vida, sino también mas allá de la muerte. En las grandes tumbas subterráneas de los antiguos reyes, incontables miles de leales guerreros fueron enterrados en vida, dispuestos en apretadas filas como si estuvieran pasando revista, y pertrechados con todas las armas y equipo de guerra que podían necesitar para proteger a su señor en la otra vida: lanzas de puntas de bronce, espadas curvadas, y recios escudos. También fueron allí enterrados muchos arqueros con una provisión casi inacabable de flechas bendecidas mágicamente. Junto a los soldados de a pie de las legiones de los reyes había asimismo regimientos enteros de caballería y carros dorados, esperando el día en que volverían a salir galopando de aquellas pirámides mortuorias para aplastar a sus enemigos una vez más.
Cuando los Reyes Funerarios van a la guerra lo hacen liderando a estas vastas legiones, una espectacular visión mezcla de oro, bronce y huesos resecos. Los guerreros muertos vivientes avanzan sin descanso atravesando el tórrido desierto y las ululantes tormentas de arena. Cuando las vastas falanges de soldados esqueléticos contactan con su aterrorizados enemigos, se lanzan contra ellos en perfecto unísono, combatiendo con una disciplina sobrenatural que ningún hombre mortal podría igualar jamás. De manera lenta pero implacable, las legiones de los Muertos Vivientes van aniquilando o haciendo retroceder a toda oposición, dirigidos como siempre por la inquebrantable fuerza de voluntad de su Rey Funerario.

Existen algunos hechizos nigrománticos que pueden reanimar a los cadáveres que llevan largo tiempo muertos, creando con ellos una serie de autómatas sin mente al servicio del nigromante en cuestión. Sin embargo, esta no es la norma entre las tropas de los Reyes Funerarios: cada esqueleto de las incontables legiones contiene en su interior el alma de un antiguo guerrero nehekhariano. Mediante los encantamientos de los Sacerdotes Funerarios, los espíritus de estos guerreros leales son convocados desde el Reino de las Almas y contenidos en restos corpóreos. Por tanto, dichos guerreros no son simples esclavos a la voluntad de un hechicero maligno, sino leales soldados dispuestos a servir a su rey en la muerte con la misma entrega que habían mostrado en vida.
Sin embargo, sin las extensas técnicas de momificación y salvaguardas mágicas que presentan los cuerpos de la realeza nehekhariana, los esqueletos de las legiones de los Reyes Funerarios perciben el mundo de una manera muy distinta a como lo hacen los hombres mortales. De su anterior vida, sólo retienen los aspectos más pertinentes: los siglos y siglos de entrenamiento y disciplina, las habilidades marciales que han ido afinando en innumerables campos de batalla, y por encima de todo ello los juramentos de fidelidad que le han hecho a su rey. Sin embargo otros de los rasgos que tenían en vida son efímeros, como la personalidad, la ambición o incluso sus nombres, y todos ellos han desaparecido como antiguos sueños ya olvidados.
Sirvientes Leales[]

Cuando fallecía un rey, su pueblo lloraba su muerte durante toda una semana. Durante ese tiempo, se embalsamaba el cuerpo del rey y se reunía toda su riqueza personal y sus tesoros. Los sirvientes más leales presentaban sus respetos al rey muerto y bebían de su cáliz para poder acompañarlo a la otra vida. El cáliz contenía un potente veneno que mataba instantáneamente a los compañeros elegidos para acompañar a su soberano en su viaje. Morir de esa manera se consideraba un gran privilegio, ya que significaba que ellos también recibirían la inmortalidad. En el último día de luto, una enorme procesión seguía al sarcófago del rey hasta la pirámide.
Entonces, los sumos sacerdotes empezaban el solemne ritual de entierro. La guardia del rey acompañaba a su señor al interior de la pirámide y, tras pronunciarse las últimas palabras del ritual, se sellaban las puertas de la cripta. El modo en que los guerreros se unían a su rey en la otra vida variaba según las costumbres. Algunos bebían de un pequeño frasquito que contenía el mismo veneno que el cáliz, mientras que otros eran sepultados en vida en grandes cámaras que se llenaban de arena. De esta forma, cada rey era enterrado junto a un ejército para que lo acompañara a la otra vida.
Legiones de Leyenda[]
A lo largo de las diversas dinastías de Nehekhara, ha habido muchas legiones de remarcable valor, cuyos nombres y hazañas permanecen inscritos en los muros de las necrópolis junto a los de sus antiguos reyes. Muchas de esas legiones eran fácilmente reconocibles por su apariencia distintiva. Los miembros del Escuadrón de Cocodrilos de Rasetra eran ricos guerreros de origen noble, que decoraban sus carros con las pieles y los dientes de las exóticas criaturas selváticas a las que habían matado. La Guardia de Khepra llevaba escudos de ébano reforzados con escarabajos de bronce. Los guerreros de la Hueste Dorada de Mahrak, cuyas espadas estaban hechas de diversos metales preciosos, hicieron honor a su nombre tras morir, al sumergirse en una piscina de oro fundido para recubrir por completo sus huesos.
Existen muchas otras legiones de renombre (incontables de hecho), desde la Legión Esfinge de Numas hasta los Escudos Negros de Zandri; sin embargo, las más temidas de todas ellas siguen siendo las Legiones Halcón de Settra. Pese a que ahora sean No Muertos, estos leales soldados todavía están considerados una fuerza de combate implacable. Han partido numerosas veces de Khemri en misiones de conquista y siempre han vuelto victoriosos, con sus escudos color turquesa manchados de rojo con la sangre de sus enemigos.
Héroes[]
Unidades[]
- Acechadores Sepulcrales.
- Arca de las Almas.
- Arqueros Esqueletos de Nehekhara.
- Buitres de Nehekhara.
- Caballeros de la Necrópolis.
- Carros de Guerra de Khemri.
- Catapulta Lanzacráneos.
- Enjambres Funerarios.
- Esfinge de Guerra de Khemri.
- Gigante de Hueso.
- Guardia del Sepulcro.
- Guerreros Esqueleto.
- Gólem Escorpión.
- Hierotitán.
- Jinetes Esqueletos.
- Jinetes Esqueletos con Arcos.
- Lanzador de Huesos.
- Morghast.
- Necroesfinge.
- Titán de Khemri.
- Ushabti.
Las Enormes Estatuas[]

Con tal de proteger los cadáveres de sus reyes por toda la eternidad, los antiguos nehekharianos construyeron magníficas estatuas que protegieran su tumbas reales. Estas esculturas de aspecto imponente, creadas a imagen y semejanza de sus dioses, reyes y criaturas míticas, fueron alzadas en todas las necrópolis y alrededores: ante cada entrada montaban guardia titánicos guerreros esculpidos a partir de las rocas de los acantilados, y bestias gigantes talladas en el mármol más blanco, la obsidiana más negra o el oro más puro mezclado con sangre. Fila tras fila de impresionantes Ushabti (estatuas que representaban las imágenes del panteón de antiguos dioses), llenaban los laberínticos corredores de las pirámides funerarias, y monstruosas esfinges acechaban sobre los sagrados sarcófagos de los propios Reyes Funerarios. Muchas otras estatuas, en número casi incontable, yacen a día de hoy enterradas bajo las ardientes arenas del desierto.
Los Sacerdotes Funerarios aprendieron hace ya mucho que los mismos encantamientos utilizados para invocar guerreros-espíritu podían adaptarse para animar la amplísima panoplia de enormes estatuas de piedra que había por toda Nehekhara. Desde entonces, siempre que los Reyes Funerarios han ido a la guerra lo han hecho acompañados por estos gigantescos gólems de roca, capaces de aplastar a filas enteras de soldados mortales con sus terribles golpes, mientras las flechas y espadazos enemigos rebotan contra sus pétreos cuerpos sin hacerles ningún daño.
La Reconquista de un Imperio[]

Los "renacidos" Reyes Funerarios contemplan sus dominios hechos añicos y sus legiones de soldados esqueléticos y se incendian de furia. Nehekhara fue una vez una nación orgullosa y opulenta, cuyos enemigos se postraban ante el poder de sus reyes y la fuerza de sus ejércitos. Año tras año sus fronteras seguían expandiéndose, y las riquezas conquistadas se invertían en la construcción de formidables monumentos con los que honrar tanto a sus reyes como a sus dioses.
Los Reyes Funerarios han jurado restaurar el esplendor perdido de toda la nación de Nehekhara: no se detendrán hasta que cada ciudad haya sido reconstruida, cada región haya sido reconquistada. y cada tesoro robado (incluso la baratija más insignificante) haya sido recuperado.
Así como era Nehekhara en el pasado, así es como debe volver a ser.