"¡Señor de la Tierra, Señor del Cielo, Señor del Horizonte, Poderoso León del Desierto Infinito, Gran Halcón, Sol Resplandeciente, Señor de la Arenas Movedizas, El que Reinará hasta el Fin de los Tiempos, Soberano Eterno, Aniquilador de Enemigos, El que Porta el Cetro, Khemrikhara, Settra el Imperecedero!"
Los Reyes Funerarios son los antiguos gobernantes de las tierras de Nehekhara, muertos desde hace ya mucho. Innumerables reyes se han sucedido y han gobernado estas tierras a lo largo de la historia. Las ciudades más importantes estaban regidas por diferentes Dinastías, que desaparecían o eran reemplazadas por otras más fuertes con el pasar de los años.
Descripción[]
Los Reyes Funerarios combaten entre ellos para extender su influencia en Nehekhara. Los gobernantes de Khemri, la más grande y orgullosa de entre todas estas ciudades, son los más poderosos. Aquel que gobierne en Khemri reinará en Nehekhara y el resto de reyes deberán pagarle tributo y rendirle pleitesía. Todos los reyes ansían el poder y la riqueza y todos quieren vencer a la muerte. Para ello crearon el Culto Mortuorio, también conocido como la Hermandad del Despertar, para ser resucitados después de la muerte. Dirigieron personalmente la construcción de sus pirámides y ordenaron ser momificados para preservar sus cuerpos del paso del tiempo.
Sus cadáveres momificados se han visto reanimados por encantamientos mágicos, y ahora están habitados por sus vengativos e inmortales espíritus. La existencia que experimentan los Reyes Funerarios es una parodia de la auténtica vida, ya que se han visto transformados en horribles cadáveres cuyos reinos han sido saqueados e invadidos por otras naciones. Poseídos por un dolor y una rabia indescriptibles, el único objetivo que mueve a los Reyes Funerarios es su irrefrenable ansia de conquista: son los monarcas de los muertos, y han vuelto para reclamar los reinos que les pertenecían en vida.
Tras su “primera muerte” (cuando eran seres humanos), los Reyes Funerarios fueron embalsamados mediante elaboradas ceremonias. Sus cuerpos fueron envueltos por completo con vendajes embadurnados con brea y otras sustancias e inscritos con protecciones mágicas cuya función era preservar sus cadáveres por toda la eternidad. Portan aún sus coronas y sus enseres reales, por lo que retienen la majestuosidad que tuvieron en vida. Alrededor de su cuello cuelgan amuletos de oro con piedras preciosas incrustadas en ellos y algunos todavía conservan el pectoral que los distingue como grandes comandantes. Enterrados junto a ellos se encuentran su carro de guerra y sus caballos, prestos para entrar en batalla. Pese a la pericia de los Sacerdotes Funerarios, los Reyes Funerarios parecen poco menos que resecas carcasas esqueléticas. Sin embargo, están dotados de una fuerza increíble y pueden soportar heridas que matarían de inmediato a un ser humano mortal. El único modo conocido de destruir por completo a un Rey Funerario es prenderle fuego.
Tras ser revivido por los rituales de los Sacerdotes Funerarios, un Rey Funerario se despierta con la misma ambición y ansia de poder que tenía en vida, obsesionado por recuperar sus tesoros saqueados y restaurar su antigua gloria. El rey tendrá que reconquistar alguno de sus antiguos dominios, incluso si esto significa tener que sojuzgar o destruir cualquier tierra extranjera, las tropas de dicho Rey Funerario demostrarán que le son fieles incluso más allá de la muerte, alzándose inmediatamente del sueño eterno para obedecer sus órdenes una vez más. Aunque de hecho es la magia de los Sacerdotes Funerarios la que anima a estos ejércitos, es la indomable fuerza de voluntad del Rey Funerario la que los hace moverse y luchar. Cada Rey Funerario es un belicoso y agresivo señor de la guerra, capaz de inspirar a sus guerreros con un vigor incansable.
Según parece, una poderosa maldición pesa sobre aquellos que se ceban en la momificada realeza de Nehekhara. Abundan las historias acerca de ladrones de tumbas que han caído muertos con su sangre mágicamente transformada en arena, o que han sido devorados por una súbita plaga de langostas del desierto que les han arrancado hasta el último gramo de carne. El más horrible de estos destinos, no obstante, está reservado para aquellos que se atreven a abatir en combate a un Rey Funerario: cualquiera lo bastante insensato como para hacer tal cosa puede darse por completa y eternamente condenado.