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La primera vez que serví bajo las órdenes del General Krugmeister apenas era más que un niño, catorce años de edad y con una espada tan grande como yo. Había olvidado más cosas sobre luchar contra los Hombres Bestia de las que había aprendido, pero una de las cosas que obsesionaba mi mente era su táctica de que sus líderes lucharan entre ellos. Le vi usarla media docena de veces, y sólo falló una vez.

Hizo lo mismo cada vez, no importaba el tamaño del grupo de Hombres Bestia, aunque hubiera sólo dos o tres de ellos, siempre tendrían una jerarquía de algún tipo. El líder de los Hombres Bestia siempre era fácil de distinguir, pero el truco consistía en avistar al Pretendiente, como lo llamábamos, el siguiente en poder de los Hombres Bestia, siempre queriendo acabar con el líder, aprovecharse de cualquier momento de debilidad y hacerlo pedazos. Si pudiéramos comunicarnos con el Pretendiente, provocarlo lo bastante como para atacar al líder... bueno, toda su disciplina se iría al infierno, estarían demasiado ocupados viendo a esos dos luchar, apenas capaces de defenderse. Eso no significa que no atacáramos antes de que ambos estuvieran casi muertos.

El día que falló, el general me había ordenado a mí y a media docena de los hombres más jóvenes y en mejor forma que diéramos caza a un grupo de Hombres Bestia con la esperanza de encontrar dónde se escondían, ya que estaban trasladando un grupo de cautivos que habían capturado en una escaramuza con nuestros forrajeadores. La idea era que los persiguiéramos a toda velocidad para tenerlos a la vista mientras el Coronel Schmidt reunía el resto del ejército y nos seguía. El mismísimo general vino con nosotros, casi tan rápido a pie como el mejor de nosotros, incluso con las canas salteando su barba, sí, incluso más que las que tengo en mi barba ahora, compañero.

Habíamos esperado encontrar uno de sus campamentos temporales, del tipo que usan como base para incursiones y que luego abandonan algunas semanas más tarde, pero el lugar al que llevaron los forrajeadores estaba en lo profundo del bosque, marcado por uno de sus grandes monumentos de piedra. No soy un tipo supersticioso, pero se podía sentir el hedor del Caos surgiendo de esa cosa. Observamos y esperamos, ocultos entre los árboles. Toda su atención estaba centrada en los cautivos, a quienes estaban llevando hacia una pila de madera en una gran sección aplanada de terreno manchada con sangre y cenizas.

Krugmeister susurró: "Permaneced aquí, pase lo que pase". Luego dio un rodeo y entró en el claro, audaz como un mercader de Marienburgo al recolectar una deuda. Hizo un gesto con la cabeza en dirección al líder de las bestias, una cosa enorme, con el doble de tamaño de un hombre alto y con cuernos como sables, pero sus ojos estaban fijos en ese deforme Hombre Bestia con tentáculos acabados en negras pinzas en lugar de brazos.

"¿Vas a dejar que tengan la gloria de enviarlos a los Dioses Oscuros, cuando hiciste todo el trabajo duro al capturarlos?" le gritó. Una mirada pasó entre las dos monstruosidades del Caos, y luego ambos miraron a la piedra y una vez más se contemplaron de una forma que decía "Nos ocuparemos de esto más tarde".

Sin una palabra se volvieron contra el general. Sí, luchó, luchó como un tejón enloquecido. Sacó su espada de guerra en un parpadeo, cortó profundamente el cuello del líder de las bestias cuando su primera carga destrozó su escudo. Al instante nos quedamos paralizados, congelados por el espectáculo, con nuestro instinto por huir luchando contra nuestra lealtad a Krugmeister. Antes de que decidiéramos lo que hacer había empalado a la bestia de pinzas negras con su espada, pero el líder (con la herida del cuello aún supurando secreciones) lo rodeó con sus brazos y le mordió la cabeza. Lo último que vimos de él es que estaba luchando para sacar su espada del cadáver del de las pinzas negras. Un instante más tarde desapareció bajo una masa de rugientes Hombres Bestia. Escuchamos un último grito de desafío y dolor sobre los rugidos y gruñidos de sus atacantes, un momento antes de que le arrancaran los brazos y la cabeza y los lanzaran al aire.

-Capitán Schultz, comandante mercenario

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