Wiki La Biblioteca del Viejo Mundo
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Otto von Drak fue el Conde de Sylvania y el último representante de los dementes condes von Drak antes de que su linaje fuera substituido por el de Von Carstein. Otto era conocido por su crueldad y despotismo sobre sus súbditos, y su muerte fue bien recibida por ellos.

Historia[]

El conde Otto von Drak era famoso por su impiedad y locura, que exigía impuestos desorbitados y no dudaba en arrasar una población y masacrar a sus habitantes a la más mínima provocación. Era un demente que clavaba las cabezas de los campesinos en picas por diversión, en una ocasión acudió a una fiesta a lomos de un oso, tenía mil sombreros, y que cuando se emborrachaba lo suficiente llegaba a convencerse de que era el propio Sigmar reencarnado. Además, circulaban rumores en el Imperio que acusaban al malvado Conde von Drak de ser un corrupto practicante de la Magia Oscura; rumores que, en verdad, estaban fundados en la realidad, pues el propio Otto descendía de un antiguo linaje de brujos oscuros y nigromantes.

Los nobles de su corte, que debían ser sus vasallos, no tenían respeto alguno hacia su autoridad ni prestaban atención a sus órdenes, aunque esto tampoco mejoraba mucho su imagen, pues los nobles de la región eran poco mejores. Toda Sylvania era una tierra dominada por las continuas tensiones y disputas internas que ardía bajo los desórdenes civiles, mientras el pueblo sufría el acoso de bandidos y bandas de crueles mercenarios, cuando no de los propios nobles.

El conde von Drak no tenía herederos y odiaba con toda el alma a su hermano menor Leopold, el siguiente heredero al trono. Otto tenía una única hija, Isabella, pero el cabeza de la familia von Drak ya había negado la mano de su hija a todos los nobles de Sylvania por encontrarlos despreciables. Había intentando en vano desposarla con algún pretendiente de fuera de la provincia, pero más allá de sus fronteras ningún hombre de buena cuna estaba dispuesto a casarse con la heredera de una región de tan espantosa reputación.

La situación cambió en el año 1797, cuando Otto von Drak contrajo una enfermedad sospechosamente virulenta. Era como si hubiera envejecido treinta años en un número igual de días. Toda la fuerza y vitalidad que lo habían animado se evaporaron en unas pocas y cortas semanas, dejando tras de sí un mero armazón humano. Los huesos se marcaban bajo la piel cetrina. No había dignidad en la muerte para el conde de Sylvania. El anciano sucumbía a una muerte terrible y, a pesar de la destreza del cirujano Mellin o del sacerdote Guttman, no había nada que ni uno ni el otro pudieran hacer para impedirlo.

A finales del invierno de ese año, Otto yacía postrado en su lecho de muerte, presentando un aspecto lamentable. Una semana antes había perdido el control de los músculos de la cara, y la lengua se le había hinchado tanto que apenas podía pronunciar una frase inteligible. La mayoría de las palabras que lograba decir parecían los balbuceos de un borracho. Su hija Isabella tenía que bañarlo y ayudarlo a ir a hacer sus necesidades mientras él sudaba, temblaba y apenas lograba maldecir a los dioses que lo habían reducido a ese estado. Mientras tanto, su hermano Leopold había acudido para no perderse el momento de cuando Morr finalmente reclamara su alma para castigarlo, burlándose de él y recordándole que cuando muriera heredaría el gobierno de Sylvania por ser el varón de más edad superviviente.

El sacerdote Guttman había sido llamado para escuchar en confesión los pecados del viejo conde, pero aunque agonizaba, el Otto no se arrepentía, y maldecía nuevamente a todos los dioses por no haberle dado un heredero varón con el que continuar su estirpe. Isabella von Drak, que atendía a su moribundo padre, seguía soltera y sin compromiso. Mientras su familia esperaba expectante a que exhalara el último aliento, Otto juró que antes casaría a su hija con un demonio que dejar que su odiado hermano Leopold heredara el reino.

En aquel momento, como si fuera una respuesta a su blasfemo testimonio, un trueno retumbó y un relámpago irrumpió de pronto como si fuera a partir en dos la oscuridad de la tormenta. Victor Guttman cayó desmayado allí mismo mientras un oscuro carruaje llegaba al Castillo Drakenhof. De él salió un misterioso desconocido que se presentó a si mismo como Vlad von Carstein y procedió a recitar sus nobles antecedentes al conde, tras lo cual le solicito la mano de la estupefacta Isabella.

Quizás al mirar los fríos y destelleantes ojos del extraño el conde llegara a arrepentirse de haber proferido su precipitado juramento, pero no podía negarle nada al forastero pues antes de darse cuenta de lo que estaba pasando ya le había concedido su bendición. El sacerdote Guttman fue reanimado de su desmayo y llevado hasta la habitación de Otto.

Allí, a los pies de la cama del moribundo conde, se celebró la ceremonia nupcial sin la menor dilación. Tan pronto como se pronunciaron las palabras finales del ritual, Otto von Drak expiró dejando a su hija y todos sus dominios a cargo de Vlad von Carstein, cuya primera acción como nuevo dueño y señor de aquellas tierras fue arrojar al tío de Isabella, el conde Leopold, que protestaba enérgicamente, por la ventana de la torre más alta del castillo Drakenhof.

Fuente[]

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