
En las costas del Mar Sulfuroso y rodeada por el brillante desierto de la Desolación de Nagash se encuentra Nagashizzar, el Pozo Maldito, también llamado el Pico Tullido. Esta montaña es la guarida del Gran Nigromante Nagash y la fortaleza más poderosa que nunca ha visto este mundo.
Descripción[]
Construido a lo largo de siglos por el infatigable trabajo de incontables seres No Muertos, el castillo se levanta casi medio kilómetro por encima del desierto.
Fue esculpido y excavado en la roca viva de Pico Tullido; cuya cima es la torre más alta de la fortaleza. Hay cientos de torres más que cubren la ladera de la montaña. Durante la noche, pueden verse fantasmagóricas y terribles luces verdes ardiendo tras los ventanales.
Exterior[]

Heráldica de Nagashizzar
Nagashizzar es una montaña fortificada repleta de incontables kilómetros de túneles, corredores y pasillos. Altas murallas rodean las amplias laderas de la montaña en siete círculos concéntricos, cada uno más alto e imponente que el siguiente, mientras cientos de aterradoras torres arañan el cielo ceniciento, intercaladas entre barracones, almacenes, patios de maniobras, fundiciones y minas. Negras chimeneas escupen columnas de humo y ceniza hacia el cielo que se mezclaban con los propios vapores de la montaña desplegando un manto de sombra perpetua sobre las tierras cercanas.
Extendiéndose hacia el oeste en dirección a la costa, se encuentra una gran llanura en la que en tiempo pretéritos los antiguos habitantes de la región enterraban aquí a sus muertos en túmulos. Ahora, junto a estas antiguas tumbas, están las pruebas que atestiguan la existencia de una antigua y colosal actividad minera, que llenaron aquel lugar de enormes pilas de piedra machacada y desechos venenosos procedentes de las antiguas minas, que se derramaban en las oscuras aguas del mar. Al norte, las marismas se habían convertido en un yermo venenoso, carente de toda vida salvo por los comedores de carne y sus miserables guaridas.
Cuatro grandes puertas protegen el acceso a Nagashizzar. En cada una hay máquinas de guerra muy peligrosas; golems de huesos animados, lanzadores de virotes que disparan huesos de gigantes con runas inscritas, catapultas que lanzan cráneos que gritan, y cosas peores. Las propias puertas están construidas con un metal negro desconocido que brilla como obsidiana bruñida y es diez veces más duro que el acero.
Interior[]
A pesar de lo inmensa e inquietante que es Nagashizzar sobre la superficie, el aterrador despliegue de murallas, torres y actividad sólo representa una mínima parte del verdadero tamaño de la fortaleza. Gran parte de la descomunal construcción se había enterrado en la misma montaña, con kilómetros y kilómetros de túneles, pozos de minas, laboratorios, bóvedas y almacenes. En el interior de sus miles de salas, se arrastran cientos de seres No Muertos, listos para responder a las órdenes de su señor. Pese a lo grande que es este ejército, es tan solo una pequeña fracción de las legiones que antaño sirvieron al Gran Nigromante.
Bajo Nagashizzar, los pozos llegan a una profundidad que casi duplica la altura de la montaña, formando un hormiguero de galerías y minas donde antaño tanto los Skavens como los No Muertos trabajaron duramente durante siglos para extraer la piedra de disformidad, extendiendo túneles y vaciando aún más cámaras para buscar los ricos filones de piedra de deformidad y para albergar a los ejércitos de ambas razas. Hoy en día, la mayoría se encuentran abandonados y ya nadie sabe con certeza qué profundidad tenían los túneles o incluso adónde conducían muchos de ellos. Hay túneles de exploración y profundos pozos que no se habían hollado en siglos. Actualmente, muchos de estos corredores están patrullados por los infatigables centinelas de las legiones No Muertas de Nagash, que vigilan continuamente por si los Hombres Rata deciden regresar alguna vez.
El gran salón de Nagash se encuentra en lo más alto de la fortaleza, y había sido tallado por manos de esqueleto a partir de una caverna natural que no había conocido nunca la luz del sol. Habían trabajado penosamente bajo la guía mental de su amo, alisando las paredes, colocando losas de mármol negro y esculpiendo altas y complicadas columnas para sostener el techo arqueado del salón.
Dentro de su gran sala de audiencias, el esqueleto del Gran Nigromante permanece sentado en su trono de cráneos. Ha meditado en él durante más de mil años, esperando, planeando y guiando a sus numerosos espías con el poder de sus pensamientos. Actualmente, revitalizado por la energía de la Magia Oscura que ha soplado sobre el mundo desde la gran incursión del Caos, está ya casi preparado para extender sus dominios una vez más.
Los únicos seres vivos en el interior de esta gran fortaleza son los discípulos de Nagash. Estos enloquecidos aprendices adoran al Gran Nigromante como a un dios y dirigen su culto esperando el día en que el Gran Nigromante abandone su salón de audiencias para conquistar el mundo. Un día por cierto que se acerca cada vez más, pues gracias a la Magia Oscura que ha bañado todas las tierras desde la última incursión del Caos, Nagash ya está prácticamente listo para volver y liberar su venganza contra los vivos.
A veces llegan forasteros buscando su guía y sus enseñanzas en las oscuras artes de la Nigromancia. La mayor parte de estos visitantes son sacrificados, y sus cadáveres pasan a engrosar las filas de sirvientes No Muertos de Nagash. Los más malignos y peligrosos consiguen lo buscaban y regresan al mundo para cumplir la voluntad de Nagash.
Historia de Pico Tullido[]

La montaña ahora conocida como Pico Tullido, donde se alza Nagashizzar, ha tenido muchos nombres a lo largo de su historia, que se remontan hasta los albores de la humanidad.
Los pastores nómadas de las lejanas estepas septentrionales lo llamaban Ur-Haamash, la Piedrahogar, pues en otoño conducían a sus rebaños al sur y pasaban el invierno resguardados al pie de la amplia falda oriental. A medida que transcurrieron los siglos y las tribus prosperaron, su relación con la montaña cambió; ésta se convirtió en Agha-Dhakum, el Lugar de Justicia, donde los agravios se resolvían en juicios de sangre. Casi un milenio después, tras un largo verano de asesinatos, incursiones y traiciones, se proclamó al primer sumo cacique desde la ladera del monte, y desde ese momento en adelante las tribus lo llamaron Agha-Rhul, el Lugar de los Juramentos.
Con el tiempo, las tribus se cansaron del constante ciclo de migración. Desde las estepas septentrionales hasta el pie de la montaña y las orillas del mar de Cristal. Un invierno construyeron sus campamentos justo al suroeste del Agha-Rhul y decidieron quedarse. El campamento creció, pasando a lo largo de las generaciones de un rudimentario asentamiento a una creciente, fétida y ruidosa ciudad. El territorio del sumo cacique aumentó hasta abarcar toda la costa del mar interior e incluso se extendió al norte hasta la gran meseta, desde donde se veían las inhóspitas estepas de donde habían venido las tribus.
Y entonces llegó la terrible noche en enorme fragmento de Piedra Bruja cayó del cielo, y el nombre del monte cambió una vez más.
La Caída de la Piedra Celeste[]

Llegó una noche en la que la espantosa luna maligna colgaba baja y llena en el cielo, trazando un arco hacia el este en medio de una silbante lanza de fuego verdoso. Un gran trozo de piedra bruja cayó del cielo y golpeó el pico, partiéndolo y haciéndolo hundirse en el corazón de la montaña, quedado luego enterrado bajo cientos de toneladas de roca destrozada y tierra humeante.
El estruendo pudo oírse en kilómetros a la redonda; la fuerza del impacto retumbó en las laderas y derrumbó aldeas al otro extremo del mar de Cristal. La gran ciudad de las tribus quedó devastada. Las construcciones acabaron hechas añicos o reducidas a cenizas por espeluznantes llamas verdes. Cientos de personas murieron y cientos más sufrieron horribles enfermedades y malformaciones en los meses posteriores. Los supervivientes dirigieron la mirada al norte con una mezcla de asombro y terror hacia la reluciente columna de polvo y ceniza que se alzaba de la gran herida abierta en la ladera de la montaña.
La destrucción fue tan repentina, tan terrible, que sólo podía tratarse de la obra de un dios iracundo. Al día siguiente, el sumo cacique y su familia subieron por la ladera, se inclinaron ante el cráter y le ofrecieron sacrificios a la piedra celeste a fin de que su gente sobreviviera. Agha-Rhul se convirtió en Khad-tur-Maghran: el Trono de los Cielos.
El sumo cacique y su gente veneraron la piedra celeste. Se pusieron el nombre de Yaghur —los Fieles— y, con el paso del tiempo, sus sacerdotes aprendieron a invocar el poder de la piedra celeste para ejecutar terribles actos de hechicería. Los yaghur se volvieron poderosos una vez más y el sumo cacique empezó a referirse a sí mismo como el elegido del dios celeste. Sus sacerdotes lo ungieron rey y le dijeron a la gente que el mismísimo dios hablaba a través de él. El clero de la piedra celeste sabía que, mientras los reyes de los yaghur prosperasen, su propia riqueza y poder también crecerían.
Y así fue, durante muchas generaciones, hasta que los reyes de los yaghur se volvieron decadentes y enloquecieron, y la gente sufría a diario bajo su reinado. Al final, no pudieron soportarlo más; abjuraron de sus juramentos en favor de un nuevo dios de cuatro caras: Malakh el Oscuro, Señor del Cuádruple Sendero. Con su poder, derrocaron al rey y su clero corrupto. El templo de la montaña fue precintado y los yaghur se dirigieron de nuevo al norte, siguiendo los antiguos senderos que sus antepasados habían recorrido miles de años antes en busca de una vida mejor. Cuando hablaban de la montaña en los años posteriores, si es que llegaban a nombrarla, la llamaban Agha-Nahmaci, el Lugar de los Pesares.
Y así siguió siendo durante siglos. La montaña se transformó en un lugar desolado y embrujado, envuelto en los vapores venenosos de la inmensa piedra de disformidad enterrada en su corazón. Con el paso del tiempo, el viento, la lluvia y la erosión llevaron el polvo de piedra bruja hasta las tierras circundantes. Las aguas del Mar Interior acabaron envenenadas para siempre, transformándose en el Mar Agrio; la vegetación nació retorcida y atrofiada, y las tribus que habitaban la zona pronto empezaron a mostrar mutaciones y deformidades.
Los yaghur se establecieron en una gran meseta situada al norte de la montaña y degeneraron otra vez en un grupo de tribus. Prosperaron durante un tiempo, pero su nuevo dios resultó igual de hambriento y cruel que el que habían dejado atrás. Las escisiones y la guerra civil asolaron a los yaghur. Al final, aquellos que trataron de regresar a las antiguas costumbres y venerar al dios de la montaña fueron expulsados. Consiguieron regresar a las orillas del mar de Cristal e intentaron sobrevivir en los inhóspitos pantanos, ofreciéndole sacrificios a la montaña y enterrando a sus muertos a los pies de la misma con la esperanza de recobrar el favor del dios celeste.
La salvación no llegó de la gran montaña, sino de las tierras desiertas que se extendían al oeste: el espantoso y desgarbado cadáver de un hombre, ataviado con harapos polvorientos que en otro tiempo habían sido las vestiduras de un rey. Febril y atormentado, el poder de la piedra bruja lo atrajo como las llamas a una polilla.
Se trataba de Nagash el Usurpador, señor de los muertos vivientes. Pero Nagash no era ningún dios. Sino algo mucho más terrible.
La Llegada de Nagash[]

Siglos atrás, Nagash había sido un poderoso príncipe y sumo sacerdote de la ciudad de Khemri, en la antigua Nehekhara. Despreció a los dioses de su pueblo y aprendió los secretos de la magia oscura, de manos de druchii prisioneros, y los combinó con sus conocimientos sobre la vida y la muerte para crear algo completamente nuevo y terrible. Los secretos de la nigromancia le otorgaron el secreto de la vida eterna, y el dominio sobre los muertos.
Con sus nuevos poderes, destronó a su hermano Thutep, lo emparedó vivo en la tumba de su padre, y reclamó para sí el trono de Khemri, sin que nadie se lo impidiera. Sojuzgó toda Nehekhara, forjando un reino como no se había visto en siglos, y exigiendo draconianos tributos al resto de ciudades para la construcción de la Pirámide Negra. Tras siglos de tiranía, al final, la gente de Nehekhara no pudo soportar los horrores de su reinado por más tiempo, y se sublevó. La guerra fue más terrible que nada que hubieran experimentado antes: ciudades enteras quedaron devastadas y las víctimas se contaron por millares, pero el poder del Usurpador llegó a su fin.
Con el reino en ruinas, Nagash huyó hacia los páramos situados al norte, donde vagó, herido y delirante, durante años. Finalmente, el Gran Nigromante dejó el desierto y llegó a las colinas de las Montañas del Fin del Mundo. Alguna oscura fuerza le había empujado hacia el Pico Tullido y hacia un nuevo paso en su carrera de incalificable maldad. Y fue aquí donde sus planes de venganza contra el mundo de los vivos habían arraigado.
Durante años Nagash vivió como un ermitaño en una cueva en la ladera de Pico Tullido, espiando y estudiando a las tribus de humanos que vivían por la zona, meditando sobre la naturaleza de la magia y recopilando sabiduría del oscuro pozo de su corrupta alma. Exploró el enorme sistema de cuevas del Pico hasta encontrar el oscuro lago bajo el que se encontraba la mayor parte de la piedra bruja. Los años pasaron inexorablemente, y su constante exposición a la piedra bruja provocó terribles cambios en el Gran Nigromante, transformándolo en una criatura que estaba más allá de la humanidad y de la mortalidad. A lo largo de los años perfeccionó los hechizos nigrománticos. De noche descendía hasta los cementerios de los yaghur, y reanimó los cadáveres allí enterrados. Nagash les hizo excavar las cuevas de Pico Tullido para extraer piedra bruja y construir una torre de piedra. Este fue el origen de Nagashizzar, el Pozo Maldito, la fortaleza más grande y maligna del mundo, que en la lengua de las grandes ciudades de la lejana Nehekhara significaba «La gloria de Nagash».

Cuando las energías de la piedra bruja cedieron a su voluntad, reclutó una legión de cadáveres y empezó a conquistar los poblados de las tribus, acabando con todos chamanes y los sacerdotes de las primitivas deidades. Los conflictos duraron décadas pero al final Nagash se impuso. Exigió la lealtad de las tribus y éstas se inclinaron ante él, venerándolo como al dios de la montaña hecho carne, enviándole ofrendas, tributos y esclavos. Esto halagó su vanidad y perdonó a las tribus, enseñándoles muchas cosas y levantando una nación maligna que obedecía sus órdenes.
Más de doscientos años después de la llegada de Nagash, la gran montaña había sido transformada. Los adláteres del nigromante habían trabajado noche y día para abrir una extensa red de cámaras y pasadizos en el corazón de la roca viva y hundieron aún más los pozos mineros en busca de depósitos de reluciente Piedra Bruja.
Legiones de vivos con armadura negra luchaban junto a los tambaleantes cadáveres animados de sus compañeros muertos. Las pequeñas aldeas crecieron hasta convertirse en grandes pueblos. Las minas que había bajo la torre de Nagash fueron ampliadas hasta formar una gran red de túneles que penetraban hacia el interior de la montaña. Pronto estaría preparado para desatar su tan ansiada venganza sobre Nehekhara, totalmente inconsciente de esta amenaza.
Pero incluso recluido en su inexpugnable fortaleza e ignorado por la mayor parte del mundo, Nagash seguía hallando enemigos.
Conflicto con los Skavens[]

Atraídos por los ricos filones de piedra bruja de Pico Tullido como polillas a una llama, los Skavens empezaron a infiltrarse sutilmente en la montaña. Inicialmente, cada clan Skaven intentó atacar Nagashizzar por su cuenta, sin lograr apenas hacerle un rasguño a la formidable fortaleza. Fue entonces cuando el recientemente creado Consejo de los Trece tomó el mando de la operación, ordenó al Clan Rikek la captura del gigantesco yacimiento de piedra de disformidad a cualquier precio, planeando para ello un masivo ataque conjunto. Así pues, numerosas hordas de hombres rata se lanzaron de forma coordinada contra Nagashizzar, con la intención de conquistarla desde abajo tal como habían hecho en el pasado con tantas y tantas fortalezas Enanas. Pero las legiones de Nagash eran ilimitadas en número y nunca mostraban el menor cansancio.
Durante décadas se sucedieron las violentas escaramuzas en las profundidades de la fortaleza. Los ejércitos Skavens avanzaron por el reino de Nagash y asediaron Nagashizzar con sus terribles armas. Los ejércitos del Gran Nigromante y su maligna magia les estaban esperando. Los salvajes combates en los túneles duraron días, semanas y meses, pero los Skavens no eran capaces de vencer la resistencia de sus enemigos. En las minas tuvo lugar una interminable guerra de desgaste que se extendió durante décadas: ambos ejércitos lucharon por cada palmo de terreno, por cada centímetro.

Al final la guerra llegó a un punto muerto: los Skaven eran incapaces de derrotar el poder de Nagash y Nagash era incapaz de expulsar al ejército Skaven y completar sus propios y malignos planes. Aquel sangriento conflicto supuso una inútil sangría de recursos para ambos bandos sin claro vencedor a la vista. Nagash tenía otros planes y los Skavens lo distraían, así que cerró un infame pacto con los soberanos Skavens, el Consejo de los Trece. A cambio de su ayuda, Nagash les suministraría Piedra Bruja extraída de sus minas bajo el Pico Tullido. Tras muchas deliberaciones, el Consejo aceptó la oferta. No era lo que el Consejo deseaba, pero era preferible a continuar una guerra incierta, donde era posible no conseguir nada. Los Skavens aceptaron el trato.
Tras sellar el pacto, el Consejo de los Trece ordenó a todos los Skavens que mantuviesen una “distancia diplomática” respecto a los dominios del Gran Nigromante. A petición de Nagash, varias tribus de Orcos y Goblins fueron atraídas y arrojadas al Pozo Maldito. Intrigado, el Consejo envió sus espías para tratar de descubrir cuáles eran los verdaderos planes del Señor de la No Muerte.
La Caída de Nagash[]

Al principio, los espías de los Señores de la Descomposición informaron de que los ejércitos del Señor de los No muertos se habían hecho a la mar por el Mar Agrio en embarcaciones de hueso para enfrentarse contra el ejército de Nehekhara, comandado por el rey Alcadizaar. Tras varios años de guerra, los habitantes de aquel reino lograron derrotar a las fuerzas del Nigromante quien, en venganza, envenenó las aguas del Río Vitae, lo que hizo extender el hambre, la enfermedad y la plaga, matando a todos los habitante del reino. Poco después Nagash regresó a Pico Tullido con Alcadizzar único prisionero, para torturarlo por toda la eternidad.
Entonces, empezó a ocurrir algo tan evidente que los miembros del Consejo no necesitaron espías para verlo con sus propios ojos Después de un ritual que duró días, y consumir cantidades ingentes de piedra bruja, Nagash desató un poderoso conjuro que resucitó a todos los muertos de Nehekhara, poniéndolo bajos sus órdenes. El miedo se apoderó de los Skavens pues sin duda estarían entre los primeros en sentir la ira de Nagash y sus invencibles legiones. La red de espías y observadores Skavens informó de que un silencio sepulcral reinaba en Nagashizzar, y de que el Gran Nigromante estaba en trance recuperándose tras el increíble esfuerzo realizado. El Consejo se dio cuenta de que debía destruir a Nagash justo entonces, mientras aún estaba exhausto y antes de que sus millones de vasallos llegaran.
Los Skavens habían forjado en secreto una espada específicamente para destruir a Nagash, la Espada Cruel, pero era un arma tan poderosa que también mataría a su portador. Ninguno de los hombres rata estaba dispuesto a enfrentarse a una muerte casi segura hasta que finalmente se les ocurrió un astuto plan. En las mazmorras de Nagashizzar aún languidecía el rey Alcadizzar. Tras su largo tormento era evidente que estaría más que dispuesto a destruir a Nagash si tuviese la oportunidad de hacerlo.

Usando túneles secretos para para acceder a las mazmorras más profundas, los siervos del Consejo de los Trece liberaron al rey humano y le dieron la Espada Cruel. A causa de la magia del arma, cuando el rey la cogió, sintió el camino que debía seguir para llegar a la sala del trono del Nigromante. Ignorando a los hombres rata que huían, Alcadizaar atravesó los corredores de la mortalmente silenciosa fortaleza. Finalmente llegó a la sala del trono del Gran Nigromante.
En la siniestra oscuridad de la sala, Nagash se encontraba sentado en soledad. Con paso vacilante el rey humano se acercó hasta el Señor de la No Muerte. Al principio titubeó, impresionado por encontrarse ante tan imponente figura, pero finalmente, ayudado por las órdenes mentales del Consejo de los Trece, descargó su espada contra él. En el último momento el Gran Nigromante alzó su garra para intentar detener el golpe. La hoja cortó limpiamente la muñeca levantada de Nagash, pero este salió de su estupor y liberó una mortífera descarga de magia contra su atacante. Enloqueció, Alcadizzar continuó atacando con una furia brutal a Nagash, hasta que finalmente lo descuartizó.
Ya fuera por la experiencia sufrida o por la exposición a las terribles energías del arma, Alcadizzar huyó llevándose consigo la corona de Nagash. Mientras el humano se retiraba tambaleante, exhausto y completamente loco hacia una muerte segura (al Consejo no le importaba), los Skavens que aguardaban fuera aprovecharon para tomar la sala del trono y lanzar los restos de Nagash al interior de las forjas de Piedra Bruja, destruyéndolos por completo. El único pedazo de Nagash que nunca pudieron encontrar fue su garra.
Con su desaparición, las legiones de No Muertos se desmoronaron, y Nagashizzar cayó en manos de los Skavens.
Reconquista de Naggashizar[]

Trescientos años después de su muerte, Nagash resucitó en su Pirámide Negra y regresó a su fortaleza de Nagashizzar, ahora ocupada por los Skavens del Clan Rikek. El nigromante exigió que se rindieran y le devolvieran su fortaleza. Los hombres rata se burlaron y se disponían a acabar con él, pero para su horror, Nagash abrió los impenetrables portones de Nagashizzar con una orden suya, ya que él mismo las había forjado y conocía todas las órdenes secretas a las que responderían. Las legiones No Muertas penetraron en la fortaleza del Nigromante, y el Clan Rikek fue aniquilado en una sola noche, expulsando a los supervivientes de la ciudadela.
Los Skavens trataron de reconquistar Pico Tullido, pero tras ser rechazados varias veces, desistieron en sus empeño pues no valía el esfuerzo, pues ya que casi habían agotado los filones de Piedra Bruja que había bajo la montaña. Desde entonces, Nagashizzar a estado bajo manos de los No-Muertos. Debido a las acciones de los Skavens, el Gran Nigromante no puede volver a llevar a cabo el gran ritual que le permita controlar a las vastas legiones de no-muertos.
Desde entonces, Nagash espera pacientemente en su trono hasta la llegada del momento oportuno, después de todo, dispone del todo el tiempo del mundo.
Fuentes[]
- Ejércitos Warhammer: No Muertos (4ª Edición), págs. 7, 10, 13-19.
- Ejércitos Warhammer: Condes Vampiro (8ª Edición), pág. 18.
- Ejércitos Warhammer: Skavens (4ª Edición), págs. 13-15.
- Ejércitos Warhammer: Skavens (7ª Edición), págs. 20-21.
- Saga El Ascenso de Nagash: Nagash, el Invencible, por Mike Lee.
- Cap. 14: El Festín Siniestro.
- Cap. 16: La Gloria de Nagash.
- Saga El Ascenso de Nagash: Nagash, el Inmortal, por Mike Lee.
- Prólogo: El monte de los Pesares.