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Meinolf Liess nunca conoció a su madre porque murió en el parto. Su padre, un pobre operario de cargas, lo cuidó. Sus experiencias de la primera infancia lo endurecieron, lo hicieron resistente al sufrimiento de los demás. A medida que crecía, él, junto con muchos otros niños en Taalagrad, era parte de una pandilla, patrullando las calles y gobernándolas. Cuando creció, montó un negocio de extorsión por un tiempo hasta que finalmente fue atrapado y arrojado a los fosos de combate, donde permaneció durante dos años. Aunque estuvo expuesto a una violencia horrible, aprendió la lección allí, y ha renunciado al crimen con la esperanza de establecerse y formar una familia. Hasta entonces, gana su sueldo en los combates semanales en los anillos más sórdidos de Taalagrad.