Por todo el Imperio (y en la mayor parte de los reinos del hombre), la magia es recibida a la vez con horror y supersticiones. La mayoría de hechiceros y brujos son gente muy solitaria, ya que la hechicería está penada con la muerte y realizar exhibiciones en público de sus habilidades es algo insensato y peligroso. Por esta razón, cada ciudad del Imperio cuenta con logias de practicantes y, en el caso de Mordheim, fue en el Barrio del Sudeste donde apareció por primera vez el culto a la magia.
En casas oscuras y en torres apartadas, entre los arrabales de los pobres, los hechiceros renegados podían llevar a cabo con seguridad sus experimentos prohibidos. Estos experimentos solían realizarse sobre aprendices involuntarios. Se rumorea que los sótanos y subterráneos de las Mansiones de los Hechiceros albergaban toda clase de abominaciones resultado de los hechizos que habían salido desastrosamente mal.
Descripción[]
Durante los últimos años de Mordheim, cuando el Templo de Sigmar se alzaba silenciosamente vacío después de que los sacerdotes hubieran desaparecido misteriosamente, el culto de la magia se reveló a sí mismo. Los magos que antes habían sido tan reservados se hicieron construir lujosas mansiones y se paseaban por las calles ignorando con arrogancia los edictos imperiales. No solo los toleraban las autoridades, sino que, además, ahora realizaban ciertos trabajos para los distintos cuerpos administrativos y militares. A pesar de que las calles de las Mansiones de los Hechiceros estaban libres del crimen que azotaba a las demás zonas de la ciudad, no dejaban de ser un lugar peligroso para los desprevenidos. Los hechizos a menudo salían mal y sus desastrosas consecuencias salían despedidas de las torres y las mansiones de los magos saturando la zona con todo tipo de efectos extraños. No era extraño que llovieran peces en sus calles o que bolas de fuego descontroladas arrasaran los estrechos callejones.
Parece irónico que, en fuerte contraste con el glamour y la pomposidad que demostraba poseer, aquel barrio tuviera un lado mucho más sombrío, pues era al sur de este barrio, bajo techos quebradizos, donde los pobres tenían sus hogares. Las razones sociales y económicas de su existencia no estaban muy claras; quizá fuera la posibilidad de obtener riquezas fácilmente lo que los atrajera hasta allí, aunque la razón más probable de su situación era el hecho de que la parte más al sur de Mordheim se alzara sobre terreno pantanoso. Las casas estaban constantemente inundadas y, lejos de las calles brillantemente iluminadas y perfumadas, existía un perenne hedor a descomposición. Allí vivían docenas de personas apretujadas en una sola habitación durmiendo en el frío suelo. Era en aquel barrio donde vivían y morían las masas que trabajaban día y noche para hacer de Mordheim una ciudad de tanta opulencia. Muy pocos conseguían salir de las cloacas hasta alcanzar una posición de riqueza. La enfermedad y la miseria hacían pagar una alto precio a las gentes hambrientas que habitaban en aquellas viviendas destartaladas, mientras que los ricos ni se fijaban en ellos.
Después del impacto del meteorito, los hechiceros trataron desesperadamente de reunir fuerzas y usar sus poderes para minimizar la destrucción que estaba azotando a Mordheim. En su engreimiento, creyeron que podrían combinar su magia para hacer retroceder a los demonios y enviarlos de vuelta a la oscuridad de la que procedían. Sin embargo, no contaban con la suficiente disciplina y la influencia de la gran cantidad de piedra bruja hizo que sus poderes se volvieran contra ellos. En el mismo momento en que los hechizos salieron despedidos de las puntas de sus dedos, vieron cómo se retorcían y escapaban a su control. Bajo destellos de luz incandescente, cada uno de los hechiceros se vio transformado en una grotesca estatua. Estas estatuas pueden verse todavía junto a las calles y en los balcones de sus torres, pero lo peor de todo fue que los magos no murieron en la transformación.
Debido a un perverso efecto caótico, los magos quedaron atrapados en cuerpos de piedra y metal, aunque sus ojos aún se mueven y posan sus maliciosas miradas sobre todo aquel que se atreve a traspasar las ruinas de sus mansiones. Se dice que estas estatuas siguen reteniendo sus habilidades mágicas y castigan a aquellos que tratan de hacerse con sus tesoros.