
Muchos son los Caudillos que se han llegado a convertir en grandes líderes guerreros de los Hombres Bestia, auténticos héroes Astados que han logrado unir a rebaños de distintos bosques y lanzar devastadoras invasiones con las que a punto han estado de postrar de rodillas a las naciones Humanas más importantes. Las hazañas de muchos de estos Señores de las Bestias siguen vivas en el recuerdo, habiendo sido grabadas en la roca de los Pilares del rebaño, registradas en los anales históricos del Imperio, o lloradas en las crónicas y tapices de Bretonia. Sus nombres son recordados entre rugidos animales por los Hombres Bestia cada vez que se reúnen en torno a sus Pilares del rebaño. Son nombres que automáticamente invocan el miedo en todos los rincones de las tierras de los Hombres. El más conocido de entre ellos es Gorthor, que en la Lengua Oscura significa, sencillamente, “cruel”.
El ascenso de la Bestia[]

Gorthor accedió al poder en las Montañas Centrales cuando las naciones humanas del Viejo Mundo se embarcaron en las Cruzados contra las lejanas tierras de Arabia. Gorthor era un guerrero prácticamente imparable, pero además tenía ciertas dotes chamanísticas: se veía ocasionalmente poseído por visiones apocalípticas, en las que las odiadas tierras de los hombres eran aplastadas bajo las pezuñas de los Astados, los cielos se volvían negros por el humo de las ciudades en llamas, y el aire se llenaba de lamentos desconsolados.
Pero no es sólo que Gorthor se viese poseído por estas visiones, sino que además tenía el suficiente carisma animal como para transmitírselas de forma vivida a sus congéneres, con lo cual en poco tiempo empezó a ser tenido por un gran líder y un profeta del Caos. Al principio muchos otros Hombres Bestia intentaron desafiarle, y los Chamanes del Rebaño aseguran que el número de aspirantes muertos por su mano fue tan elevado que, llegado un momento, simplemente dejaron de llevar la cuenta. De resultas de esta situación la reputación de Gorthor aumentó todavía más, hasta el punto en que ya nadie se atrevió a desafiarle nunca más.

Acabó con el Kaudillo orco Gugrud Destripaentrañas y le arrebató la lanza mágica de los pieles verdes Empaladora. Desafió y mató a Kerranarash el Minotauro de la Condenación y se apoderó del Cráneo de Mugrar tras profanar la capilla del minotauro. Ogros, Troll del Caos, Gigantes e incluso Ogros Dragón se unían a decenas a su manada, atraídos instintivamente por el poder del Caos en el corazón de las Montañas Centrales.
En ocasiones, tras eliminar a un rival de manera especialmente violenta, Gorthor podía caer en una suerte de trance que le hacía entrar en comunión con los Poderes Oscuros. Una vez recuperado, predicaba a los rebaños reunidos ante él diciéndoles que la expansión del Hombre ofendía profundamente a los Dioses del Caos, y que sólo se sentirían satisfechos con la destrucción de cada asentamiento humano sobre la faz de la tierra.

Al contrario de otros Señores de los Hombres Bestia, Gorthor no se mantuvo confinado a una pequeña área, sino que por el contrario empezó a viajar de un Pilar del rebaño a otro, reuniendo aún a más Hombres Bestia bajo su estandarte. Los rebaños, siguiendo los dictados de sus impíos dioses, se inclinaban ante él y le seguían fielmente hasta el último individuo, y cada uno juró bajo sus malditas piedras de manada estar dispuestos a morir por él si fuese necesario. Al poco tiempo, Gorthor se encontró comandando una horda de muchos miles de Astados, y los puso inmediatamente a trabajar. Durante meses se afanaron construyendo toscos carros de guerra, usando cadáveres frescos para atraer a las bandadas de Arpías y lograr que siguieran a la horda, y congregando a las bestias del Caos que vagaban por las Montañas Centrales. Finalmente, Gorthor se sintió listo para ir a la guerra.
Sendero de destrucción[]

Como una tormenta de fuerza inexorable, la horda de Hombres Bestia arremetió contra las desprevenidos humanos de las tierras que circundaban las Montañas Centrales, aquellas a las que los Hombres llamaban Ostland y Hochland. Esta vez, los Hombres Bestia no habían venido para saquear y robar, sino para destruir esas provincias norteñas de una vez por todas.
Ostland fue la primera en sufrir la ira de Gorthor. Bajando hacia el este desde la Montañas Centrales, los Hombres Bestia se extendieron hasta ocupar todo el horizonte. A la cabeza de la marcha iba el mismísimo Gorthor, montado en un imponente carro de guerra al igual que el resto de su propio rebaño, que le seguía de cerca. Garragors del tamaño de mamuts caminaban en la retaguardia del ejército, haciendo que el suelo temblase a su paso como si se hubiera desatado un terremoto. Entre la turba de Gors avanzaban a grandes zancadas prietas filas de masivos Minotauros, enajenados ya por la perspectiva de darse un festín de carne fresca. Incluso más grandes que los Minotauros eran los gigantescos Cigors y Gorgonas, así como otros monstruos gargantuescos de aspecto indefinible, convocados todos ellos para unirse a Gorthor gracias a los hechizos de sus chamanes. Cualquier hombre que viera acercarse a la horda desde la distancia sabría al instante que la muerte estaba llamando a su puerta.

Las tropas de Gorthor dejaban una incomparable ola de destrucción a su paso. Tal era el terror inspirado por Gorthor y su horda que los hombres afirmaban que la hierba no volvería a crecer allí donde hubiera estampado sus pezuñas. Muchos de los ejércitos que anteriormente habían atacado el Imperio habían respetado las vidas de los civiles y habían dejado los pueblos y ciudades intactos, para abastecer sus propias necesidades de refugio y comida. Gorthor era diferente. Todos los humanos, hombres, mujeres y niños eran pasados a cuchillo por centenares, sin contemplaciones. Los cereales de los campos pisoteados y destruidos por los Tuskgors. Poblados enteros y castillos enteros eran arrasados hasta los cimientos, convertidos en columnas de humo que se elevaban hacia el cielo por todo el horizonte. Ninguno de los ejércitos que se le enfrentaban lograba nada más que abastecer a los Minotauros con más carne fresca para atiborrarse, y a las Arpías y Mastines del Caos con más pilas de huesos para roer. El terror que inspiraba Gorthor era tal, que los Humanos llegaron a asegurar que no era un simple Hombre Bestia, sino un Señor de los Demonios en forma corporea.
Cada noche, los Hombres Bestia se alimentaban con gruesos pedazos de la carne cruda de sus víctimas, que hacían bajar bebiendo grandes cantidades de sangre humana. La tierra retumbaba con el desafinado cántico de los Gors, que helaban el corazón de aquellos pobres desgraciados cuyas tierras estaban en el camino inmediato de la horda. Realmente, daba la sensación de que Gorthor estaba decidido a finiquitar a la Humanidad de una vez y para siempre. Tras cada batalla, el Señor de las Bestias perdonaba la vida a un único humano, y lo dejaba marchar para que explicase a sus congéneres lo ocurrido, y así extendiera el pánico entre los demás ejércitos que se preparaban para hacerle frente.
Un inesperado competidor[]

Tras asolar toda la región de Ostland, sus cielos ennegrecidos por el humo de incontables incendios y llenos de Arpías que revoloteaban a la búsqueda de los últimos restos de carroña, Gorthor fijó su vista en el sur, en la provincia de Hochland. No obstante, antes incluso de que la retaguardia de su horda hubiese perdido de vista las Montañas Centrales, Gorthor se encontró el camino bloqueado por un nuevo enemigo. Esta vez no se trataba de ningún ejército de Hombres, sino de una poderosa horda de Orcos Negros, cada uno de ellos más alto y ancho que cualquier Gor adulto, y forrado por una amenazadora armadura de placas de color negro. Gorthor recibió una nueva revelación de los Dioses del Caos, y supo que el enorme Kaudillo Orco que le salía al paso quería negarle el derecho a devastar las tierras del Viejo Mundo. Gorthor debía ponerse aprueba contra este enemigo antes de que los Poderes Oscuros le permitieran seguir adelante.
Con un bramido de guerra que retumbó por todas las Montañas Centrales, Gorthor ordenó a su horda que cargara. El Kaudillo de los Orcos Negros respondió con un rugido de similar magnitud, y lanzó a su ejército hacia delante. Al instante siguiente, ambas hordas chocaron entre sí. Fue una batalla sin estrategia, sin sutilezas; el único objetivo que tenían ambos ejércitos era reducir al otro a pulpa mediante el uso de la fuerza bruta y la superioridad numérica. Las dos hordas se mezclaron durante horas en una embarrada masa de carne y acero, hasta que eventualmente sus respectivos líderes se encontraron por fin frente a frente, en el epicentro de la rabiosa tormenta de sangre. El Caudillo de los Orcos Negros era incluso más grande y hercúleo que el poderoso Gorthor, pero aún así el Señor de las Bestias sabía, con una convicción más allá de la fe, que el favor de los Poderes Oscuros estaba con él. Gorthor invocó los nombres prohibidos de los Dioses del Caos. El Orco Negro se encomendó a las rudimentarias deidades de los pieles verdes. Y el duelo dio comienzo.

Se dice que todo el mundo se echó atrás y dejó un gran espacio libre a los dos contendientes, porque incluso la mera intención de acercarse para ver el combate era arriesgarse a acabar desmembrado, o aplastado bajo la embestida de las botas de hierro del Orco o las afiladas pezuñas de Gorthor. Cada golpe descargado por uno de los dos hubiese bastado para partir por la mitad a cualquier enemigo de menor nivel; pero pese al castigo que Gorthor infligió al Orco Negro en los primeros compases del duelo, el bruto de piel verde seguía volviendo a por más.
Entonces, súbitamente, Gorthor se vio invadido por una nueva y fugaz visión: aquel no era simplemente otro enemigo, sino un verdadero competidor que buscaba usurpar su posición como causante de la extinción de la Humanidad. Impulsado por la misma fuerza que le había permitido alcanzar la supremacía sobre los rebaños de Hombres Bestia, Gorthor redobló su asalto. Agarrando su enorme lanza con ambas manos, la hizo girar en un amplio arco que impactó con fuerza terrible en un lado de la fea cabeza del Orco Negro, entrando por su puntiaguda oreja, perforando su cráneo y saliendo por el otro lado. El Orco Negro aulló, como queriendo negar la evidente victoria de Gorthor, y un momento después sus ojos se quedaron en blanco y cayó de rodillas, sobre el fangoso suelo. Una patada de Gorthor bastó para que su cadáver quedara completamente tumbado.
Viendo al Kaudillo Orco caer de tal manera, el resto de la horda de Orcos entró en un estado de anarquía y confusión. En cambio, los Hombres Bestia se vieron espoleados por los gritos de victoria de su líder, y masacraron a los pieles verdes hasta no dejar ni uno vivo.
La defensa de Hochland[]

La batalla contra los Orcos Negros dio a los humanos un tiempo precioso para reunir y reorganizar sus maltrechas fuerzas. El Conde Elector de Ostland envió todas las tropas que le quedaban a unirse a los defensores de Hochland, con la esperanza de que esa fuerza combinada fuese suficiente para detener al enemigo. Pero los soldados de Ostland se vieron atacados y derrotados por un rebaño de Hombres Bestia a los que Gorthor había destacado para vigilar las carreteras del este, ya que en una de sus visiones se le había revelado la existencia de una trampa que se cernía sobre él. Tras esto, sabedor de que su flanco ya libre de toda oposición, Gorthor llevó a su horda aún más al sur, abriéndose un camino de exterminio y devastación a través de las granjas y ciudades de Hochland. Enseguida quedó claro cuál era su punto de destino: Hergig, la mismísima capital de la región.
Hochland nunca había sido una provincia especialmente poderosa, y aunque poseía una larga y honorable tradición militar, carecía de la cantidad de hombres de la que disponían las principales provincias electorales como Middenland o Reikland. Además, Hochland no era tan rica como las provincias del Sur, por lo que su ejército no estaba tan bien equipado y no disponía de tantos regimientos mercenarios como las fuerzas de los demás Condes Electores. Por si todo esto fuera poco, la mayor parte de los caballeros de Hochland se encontraba librando una guerra santa en la distante tierra de Arabia.

A pesar de ello, las fuerzas restantes de Hochland estaban siendo reclutadas, entrenadas y organizadas bajo el mando supremo del Conde Elector Mikael Ludendorf, un hombre tan valiente como despiadado que gobernaba su provincia con mano de hierro, y que en general era más temido que admirado por sus súbditos. No obstante, durante aquellos negros días quizás fuese lo más conveniente disponer de un líder así de desalmado, capaz de plantar cara sin pestañear al inexorable salvajismo de las hordas de Gorthor.
Con gran parte de sus guerreros de élite luchando en las Cruzadas, las fuerzas de Hochland andaban cortas de caballería pesada e infantería de élite. Los defensores sabían que no podrían aguantar el tipo frente a la horda de Gorthor en campo abierto. Así pues, el Conde Elector Ludendorf ignoró las súplicas de los campesinos para que intentara salvar sus campos de la devastación de los Hombres Bestia, y en lugar de eso se centró en reforzar las defensas de la capital provincial.

Las fuerzas de Mikael eran ampliamente superadas en número, pero contaba con una poderosa fuerza de cazadores armados con arcos que conocían perfectamente la disposición del terreno circundante a Hergig. Su fuerza regular de doce regimientos de Alabarderos siempre estaba preparada, y podía reclutar un número considerable de unidades de milicia ciudadana. Contrato los servicios de varios regimientos de Ogros mercenarios. y todos los caballos de la provincia fueron confiscados y puestos a disposición del ejército. Mikael también tenía a sus órdenes un regimiento de Templarios de Sigmar que formaban su guardia personal y a los que, para su descontento, había prohibido unirse a la cruzada. Ahora tendrían su oportunidad de ganar la gloria combatiendo frente a un enemigo mucho más numeroso.
Las tropas defensoras fueron divididas en dos contingentes: el primero, en su mayor parte Herreruelos y Batidores, se dedicaría a retrasar el avanze de la horda que se aproximaba, atacando desde la retaguardia, efectuando ataques de guerrilla y destruyendo a las hordas más pequeñas que se separaban de la horda principal; mientras que el segundo contingente se prepararía para acantonarse en Hergig. El Conde Elector supervisó personalmente los preparativos para la defensa. Bajo su atenta mirada, los hombres y mujeres de la ciudad fueron obligados a trabajar como esclavos, durmiendo poco y comiendo aún menos. Muchos murieron de agotamiento, y aquellos que intentaron huir fueron ejecutados por traición.

Los campos de caza que rodeaban Hergig se llenaron de cepos y demás trampas. Los pozos de agua fueron envenenados y los animales de corral se trasladaron al interior de la ciudad (aquellos que no podían ser transportados fueron sacrificados y quemados, a fin de que los Hombres Bestia no los aprovechasen para alimentarse). Los bosques en tomo a Hergig fueron incendiados para que los arqueros tuviesen zonas de tiro despejadas. Todas las cacerolas, rejas de arado, campanas de templos y demás útiles de hierro fueron fundidos para obtener más materia prima con la que fabricar armas. Los exploradores del Conde Mikael apresaron a todos los viajeros y los obligaron a trabajar. Entre estos se encontraba un grupo de zapadores Enanos que fueron puestos a trabajar en las forjas del Conde. Desde este día el Gran Libro de los Agravios incluye un largo capítulo contra Mikael Ludenhof.
Mikael dividió a los defensores según su edad y forma física, repartiendo las mejores armas y armaduras a los fuertes y jóvenes y mandó a los viejos y a los menos capaces a primera línea para ralentizar el avance del enemigo, dejandoles con poco más que lanzas y escudos de madera. Cuando uno de los capitanes de la milicia se enfrentó al Conde y le preguntó cómo podían combatir con tales armas, Mikael respondió: “¡No espero que combatáis! ¡Espero que muráis!“.
Comienza el asedio[]

Cuando la horda de Gorthor llegó, los defensores habían completado todos sus preparativos: un laberinto de muros, trincheras y estacas defendía las puertas de Hergig. A los Hombres Bestia les costó tres semanas de combates incesantes y un ingente número de bajas para poder romper las temibles defensas que los Humanos habían dispuesto en los exteriores de la Hergig, que defendía su ciudad con flechas, agua hirviendo, aceite en llamas y grandes rocas. Mientras tanto, los talleres y forjas de Hergig trabajaban a destajo para generar todavía más armas e ingenios de guerra.
Frustrado por la pertinaz resistencia de los Humanos, Gorthor prometió a sus rebaños que, en cuanto la ciudad fuese tomada, les dejaría darse un festín con toda la población, y que lo único que tomaría para sí mismo sería la cabeza del comandante enemigo, el Conde Mikael. Bajo esta apetitosa promesa, los Hombres Bestia redoblaron sus esfuerzos.

Y así fue que durante una terrible noche, veintidós días después del inicio del asedio, los portones de Hergig cedieron ante la carga al ariete de una docena de Garragors, cada uno de los cuales superaba con creces la altura de un pajar. Justo tras ellos, la horda empezó a fluir hacia el interior de la ciudad como una inundación que revienta una presa. Salvajes hordas se lanzaron contra las barricadas.
El Conde Mikael dispuso que las mujeres y los hijos de sus soldados les atendiesen en primera línea, para evitar así su deserción. Tambien había hecho que los niños acarreasen agua y comida para los hombres que defendían las barricadas. De esta forma se aseguraba que los hijos e hijas de la milicia estuvieran a la vista de sus padres, para que la mera idea de abandonar su puesto fuera imposible. Mikael había prohibido que los arqueros que llevaran carcaj, por lo que tuvieron que clavar sus flechas en el suelo y les fue imposible ceder ni un centímetro de terreno a las hordas de Gorthor.

Los Hombres Bestia se dedicaron a cazar a los defensores donde quiera que se escondieran, sin hacer distinciones entre soldados y civiles. En menos de lo que se tarda en contarlo, muchos de los edificios intramuros estaban en llamas, y la batalla se había convertido en una serie de pequeños y salvajes combates, en los que cada casa era un bastión y cada tramo de calle era territorio mortal. En las calles los hombres de Hochland luchaban contra los gigantescos Hombres Bestias; una batalla desequilibrada en el mejor de los casos. Los ciudadanos de Hergig estaban hambrientos y mal equipados. Casi la cuarta parte de los defensores había muerto, bien en combate o bien de hambre. Y pese a todo los humanos seguían combatiendo.
Los perros de caza del Conde Elector se enzarzaron con las manadas de Mastines del Caos y fueron despedazados por las babeantes bestias del Caos, mientras que las Arpías se batieron en desesperados combates aéreos contra bandadas de aves de cetrería y grupos de Jinetes de Grifos. El aire se llenó con los terribles gritos y agudos chillidos de dolor de las horribles Arpías, que veían como los halcones, águilas, cernícalos y grifos Imperiales clavaban sus picos y garras en ellas, rajando y desgarrando su carne. Aunque la mayor parte de los pájaros murió, indudablemente evitaron que Hergig fuese hostigado también desde el aire además de desde tierra.

Mientras tanto, en tierra, la resistencia se vino abajo ante la terrible estampida de Minotauros. Los Grandes Espaderos de Hochland fueron los únicos guerreros del ejército defensor con el suficiente valor para hacerles frente. Un puñado de Minotauros fueron derribados por las armas de doble filo de los Espaderos, antes de que el resto de bestias cornudas les abrieran el cráneo con sus gigantescas hachas, y los carros de guerra de los Tuskgors arrollaran a los lanceros que se negaron a batirse en retirada (en una actitud tan valerosa como insensata). Murieron a docenas bajo las cuchillas de los carros pero evitaron que las pesadas máquinas de los Hombres bestia lograran atravesar sus líneas. Ingentes masas de Gors hicieron trizas las atrincheradas máquinas de guerra de la ciudad y asesinaron a sus dotaciones, aunque el proceso le costó a la horda centenares de bajas. Equipos de Tiradores de Hochland disparaban contra los líderes de los Hombres Bestia desde las ventanas superiores de las casas, hasta que las Arpías los localizaban, arrastrándoles fuera y despedazándolos. Sacerdotes de Ulric y Sigmar se superaban a sí mismos atacando a los Hombres Bestia con espectaculares despliegues de ira divina, pero los Chamanes del Rebaño reorganizaban a las tropas en fuga y las volvían a lanzar al fragor de la batalla.
La muerte visita Hergig[]
Durante tres días y tres noches la batalla siguió rugiendo, sin que nadie pidiera ni diese cuartel. Finalmente, los Hombres Bestia lograron expulsar por la puerta sur de la ciudad a la mayoría de defensores, y dieron muerte a aquellos que no se retiraron. Una vez más, Gorthor se había alzado victorioso, pero esta vez su índice de bajas había sido espantoso. Al menos la mitad de su horda había perecido o estaba gravemente herida, y la mayoría de sus carros de guerra habían sido aplastados por rocas lanzadas desde las murallas o inutilizados en los cruentos combates callejeros.

Por su parte, el Conde Mikael se retiró con el puñado de tropas que le quedaban hasta el interior de su palacio, situado en la zona más fortificada de la ciudad. Una vez allí, ordenó a sus arqueros disparar desde los muros con flechas flamígeras contra cualquier casa que aún no hubiese sido incendiada por los Hombres Bestia. De este modo, en poco tiempo absolutamente toda la ciudad estuvo en llamas. Cientos de Hombres Bestia, junto con muchos habitantes de Hergig que se habían escondido en los sótanos y los desvanes para escapar a la batalla, fueron asados vivos. Al Conde toda aquella masacre de conciudadanos parecía no importarle: según sus palabras, “en Hergig no hay sitio para los cobardes que se niegan a luchar”.
Cuando su consejero personal sugirió rendirse, Milkael se puso iracundo y mandó enviarlo con Gorthor, gritándole que sin duda tenía más de Hombre Bestia que de digno hijo de Hochland. Gorthor, por su parte, ofreció al Humano la libertad a cambio de que traicionara a su señor facilitando a la horda la entrada en el palacio. Sin embargo el consejero, leal al Conde Elector hasta el fin, rehusó la oferta y fue devorado vivo allí mismo por el Señor de las Bestias.

De todos modos, los Hombres Bestia ya estaban empezando a saborear la victoria. El hedor a cuerpos quemados que flotaba en el aire les recordaba el festín de carne humana que estaban a punto de darse, mientras que para los defensores significaba que se les había acabado el tiempo. Ambos bandos se prepararon para una última batalla, la mayor de todas. Tras varios días de preparativos, la horda de Gorthor se concentró ante los portones del palacio del Conde. La plaza central de la ciudad, y todas las calles que desembocaban en ella, estaban atestadas de Hombres Bestia, entre los que destacaban los Cigors y Gorgonas, dedicados a derribar frenéticamente los edificios que aún se sostenían en pie para crear más espacio (y también para liberar el ansia de carne fresca que les consumía). Los defensores del palacio sabían que estaban llegando a los últimos instantes de su vida y empezaron a prepararse para la batalla final. Tras muchos días de preparativos, la horda de Gorthor, que todavía se contaba por millares, estaba dispuesta para asaltar las puertas del Palacio del Conde.
Entonces, mientras la luz del amanecer ganaba terreno, la batalla dio un nuevo y dramático giro: súbitamente la tierra empezó a temblar bajo los pesados cascos de un gran grupo de corceles de guerra. Los Caballeros de la recién fundada Orden del Sol Llameante, galopando por las derruidas calles de la ciudad en dirección a la horda. Acababan de volver de Arabia apenas hacía dos meses, y tras oír las noticias sobre el ejército de Hombres Bestia que estaba asolando el corazón del Imperio, partieron inmediatamente al galope en ayuda de los defensores de Hochland.
La Caída del Cruel[]

El ejército cruzado había destruido los campamentos de Hombres Bestia que rodeaban Hergig y en ese momento atacaban por retaguardia al ejército invasor. Estos hombres eran veteranos de las guerras de Arabia, y con su Gran Maestre Heinrich a la cabeza, se precipitaron directamente contra la retaguardia de la horda, aplastando a un rebaño tras otro con sus largas lanzas de caballería y sus espadas sedientas de venganza. En un desesperado intento por hacer frente a esa nueva amenaza, Gorthor ordenó a su séquito personal que contraatacase al enemigo. El Conde Elector Mikael, viendo su oportunidad, se lanzó a la batalla al mando de toda la reserva de hombres que le quedaba. Así pues, los Hombres Bestia se vieron de pronto atrapados entre el yunque y el martillo. Gorthor supo al instante que, a menos que reaccionara con prontitud, su causa estaba perdida.
Erguido sobre las destrozadas ruinas de la estatua de un antiguo Emperador, y rodeado por un centenar de sus Bestigors, Gorthor alzó sus brazos hacia el cielo tormentoso y empezó a proferir encantamientos en la Lengua Oscura, rogando a los Poderes del Caos que le guiaran en ese nuevo momento de tribulación, mientras la batalla se desataba en torno suyo. Una vez confirmó que las miradas de los Dioses del Caos estaban fijas en él, ordenó a sus Bestigors que le llevaran lo más cerca posible del Conde Elector Mikael. Dicho y hecho, los brutales Hombres Bestia abrieron un sendero de sangre y muerte a través de la batalla, hasta que su Señor de las Bestias pudo ver ante sí al Conde Elector en su resplandeciente y ancestral armadura. Gorthor dio un paso al frente y le desafió en combate singular. Desoyendo los ruegos de sus capitanes, el Conde aceptó el reto.

Durante cerca de una hora ambos contendientes lucharon en la gran escalinata de acceso al palacio. Ambos ejércitos, exhaustos por el esfuerzo, hicieron una pausa en la batalla, esperando el resultado de aquel titánico duelo; los Hombres Bestia bramando ansiosos, los Hombres soportando la tensión en silencio. Todo parecía indicar que el Conde Elector acabaría sucumbiendo ante la furia del gigantesco Señor de las Bestias, pero una y otra vez Mikael conseguía bloquear los incesantes ataques de su enemigo.
Uno de estos ataques fue tan potente que hizo añicos el escudo del Conde, partió en dos su antigua armadura y se clavó profundamente en su cuerpo. Sin perder un instante el Señor de las Bestias usó toda su fuerza para levantar la lanza en el aire, haciendo así que el propio peso del Conde hiciera el resto, deslizándose hacia abajo y siendo completamente atravesado por el mástil del arma.
Al ver el moribundo rostro del Conde, Gorthor esbozó una sonrisa de victoria. Pero en ese justo instante el Colmillo Rúnico de Mikael, lanzó un ataque casi por iniciativa propia que se hundió con gran fuerza en el pecho de Gorthor; y según cuentan quienes lo vieron, su bendito filo empezó de inmediato a absorber con anhelo la sangre del monstruoso Hombre Bestia. El Conde Mikael había matado a Gorthor, pero sus propias heridas también eran mortales. Con sus últimas palabras maldijo al Gran Maestre Heindrich por haber llegado demasiado tarde, y expiró.

El Señor de las Bestias Gorthor y el Conde Elector Mikael murieron casi al unísono, como rivales completamente igualados a ojos de sus respectivos dioses. Los Hombres Bestia, que hasta ese mismo momento habían creído que su líder era invencible, entraron en pánico y se dispersaron rápidamente por los campos colindantes. Aunque muchos Caudillos de rebaños intentaron reorganizar a la horda, ninguno de ellos tenía un liderazgo comparable al de Gorthor, y no pudieron frenar la huida en estampida. En cuanto a los Hombres de Hochland, estaban ya demasiado extenuados como para perseguir a sus enemigos.
El legado de Gorthor[]

El Imperio acabó por recuperar Hochland y Ostland, pero lo hizo muy poco apoco, y de hecho hay diversas zonas bastante amplias en tomo a las Montañas Centrales que nunca han vuelto a ser reclamados, y que por tanto permanecen como el dominio de los Hombres Bestia: leguas y más leguas de bosque, punteadas aquí y allá por las ruinas de las aldeas y otros asentamientos humanos demolidos, semicubiertos de vegetación silvestre y ocultos por la arboleda. Los Hombres nunca se acercan a estos lugares, pues temen incluso a los meros recuerdos de aquella época de oscuridad.
Cuando los Hombres se reúnen y empiezan a explicar historias sobre los estragos causados por Gorthor y su ejército, se estremecen de miedo, esperando contra toda esperanza que los Hombres Bestia jamás vuelvan a alzarse en armas contra ellos. Pero en el fondo de sus corazones, saben de sobras que los Hombres Bestia siguen multiplicándose por los bosques del Imperio, que cada año aparecen nuevos Señores de las Bestias, y que llegará el día en que uno de ellos sea capaz de volver a unir a los rebaños en una única y gigantesca horda. Ese día, hasta los más altos reyes, señores y sacerdotes del mundo de los Humanos temblarán de nuevo ante la furia de los Astados.
Cambios de edición[]
Con el cambio de edición, la historia de la guerra de Gorthor sufría modificaciones. En la mayoría de los casos son simples detalles sin importancia, como por ejemplo según el libro Paladines del Caos el consejero de Mikael fue devorado por los Mastines de Gorthor, no por Gorthor en persona. El cambio más importante se produjo con el ejército de pieles verdes que salió al paso. En la última versión era un ejército de Orcos Negros, pero en el texto original era un ejército de goblins silvanos. He aquí la versión original:
Versión Paladines del Caos 5ª Edición[]

Mientras avanzaba, Gorthor se topó con un ejército de Goblins Silvanos que en esa época eran especialmente fuertes en las zonas colindantes con las Montañas Centrales. Los Goblins Silvanos querían unirse a la horda de Hombres Bestia con la esperanza de conseguir un buen botín, pero Gorthor proclamó que en el Reino del Caos no había lugar para los debiluchos Goblins, sino sólo para aquellos que adorasen al Caos. Por tanto, ordenó a su horda que aniquilase a los sorprendidos Goblins. Gorthor dirigió su propia horda, compuesta exclusivamente por carruajes, hasta el corazón del ejército de Goblins Silvanos. Los jinetes de Araña cargaron contra los carruajes, pero simplemente fueron rechazados. Mientras tanto, cientos de Mastines del Caos despedazaban los regimientos de infantería goblin mientras Gorthor buscaba al Comandante Goblin, que montaba una gigantesca Araña. Dirigió su carruaje directamente contra la gigantesca criatura y con un golpe de la monstruosa lanza partió el cráneo del Señor de la Guerra Goblin.
Al ver caer a su General, los Goblins se desmoralizaron y abandonaron el campo, perseguidos de cerca por los Hombres Bestia. Parecía que nada pudiera detener a Gorthor.
Fuentes[]
- Suplemento: Paladines del Caos (5ª Edición), págs. 46-48.
- Ejércitos Warhammer: Bestias del Caos (6ª Edición), págs. 70 y 71.
- Ejércitos Warhammer: Hombres Bestia (7ª Edición), págs. 28-31.