
- Traducido del Norse antiguo de Vanaheim, autor original desconocido -
¡Oíd! La gloria de Wulfrik de los Sarl. A través de sus espléndidos logros. La fama y grandeza de este guerrero gigante era conocida entre las tribus de Norsca. Cómo las innumerables cabezas de los campeones rodaron ante los poderosos golpes de su espada. Reclamadas por él como blasón sobre su armadura para siempre... ¡Una advertencia para cualquiera lo suficientemente estúpido como para enfrentarse a él en batalla!
Cuando la tribu Aesling llamó a los Sari a la batalla, los Barbaros Sari obedecieron, porque la fortuna de la guerra les había favorecido antes y su Rey Viglunde, un elegido del Águila, era un líder muy astuto.
Desgraciadamente, los Sarl eran un clan numeroso, pero aún así les superaban en número sus antiguos rivales, los Aesling del norte y su líder, el rey Torgald, el terrible azote de muchas tribus. Un retorcido Señor del Caos, destructor de las Cuevas de Hiel, que arrasaba entre sus enemigos, el terror de las tribus que llegaban desde muy lejos para librar una guerra implacable.
El rey Viglundr de los Sarl era un belicista práctico (siempre recluido en su salón) sabedor de que al enfrentarse a su homólogo Aesling y a su superioridad numérica, el fin de los Sarl podía estar cerca. Así que se convocó al salón del trono al guerrero más impresionante de los Sarl para que conversara con él. Probado su valor, asegurada su gloria, Wulfrik recibió de su rey una oferta de lo más generosa.

Sabiendo que no había ningún guerrero más poderoso en todo el mundo, Vigiundr imploró a Wulfrik que fuera el pilar de la máquina de guerra Sarl.
Y le imploró:
"Si ese terrible Señor del Caos, el Rey Torgald, encuentra la gloria en esta guerra, se saciará con la sangre de los Sarl en esta misma sala, Pero si tú, Wulfrik, te conviertes en el Amo y Señor de los guerreros Sarl en los campos de batalla... una innumerable horda de Compañeros Inquebrantables, se unirán a ti para mantener la fortaleza, salvándonos de un olvido seguro."
Nada de lo que le ofrecía su jefe alegraba el corazón de Wulfrik. Era una sombra patética de sus ilustres predecesores. Pero tener a la princesa Sari como suya. La belleza y el atractivo físico de la doncella, era innegable. Wulfrik saciaría su amor y lujuria al enfrentarse al Señor del Caos de los Aesling. Hjordis era el trofeo más preciado de todos. Un bálsamo en la cama para cualquier Sarl herido en batalla.
Las tribus rivales, se encontraron entonces en los campos de la muerte, donde terribles enfrentamientos violentos y sangrientos se sucedieron, con los dioses contemplando divertidos las atroces heridas, envueltos en sonidos de cacareos de otro mundo resonando en sus oídos, mientras los devotos mercenarios estaban sentenciados a la masacre. A medida que las hostilidades se sucedían entre los rivales, la nieve se empapaba de carmesí con la sangre de los miembros de las tribus.

Entonces, en aquel glorioso día de la Batalla de las Mil Calaveras, el Rey Torgald se lanzó a los campos de la muerte, sembrando el caos entre las líneas de batalla Sari, masacrando cadáveres con alegría demoníaca, ofrendando sacrificios a sus Amos Oscuros, como un fabricante de cadáveres que sembraba la muerte con su gran espada.
Wulfrik emergió de entre la multitud, explorando los campos de la muerte en busca del Rey Aesling, cazando a sus presas entre las turbas de feroces combates cuerpo a cuerpo, sin dejar de moverse como la muerte, desgarrando miembro a miembro a los enemigos que se acercaban a su paso, decapitando, destripando, desmembrando.
Finalmente, Wulfrik y Torgald cruzaron sus miradas de odio sobre el campo de exterminio. Con la sangre hirviendo y los corazones palpitando en un frenesí de inevitable violencia, su enfrentamiento se hacía cada vez más seguro, precipitándose el uno hacia el otro con la velocidad de los dioses, con el destino de cada tribu dependiendo de este duelo de campeones.
Los ojos de los mercenarios, se clavaron en los dos gigantescos combatientes, siendo testigos de una espantosa exhibición de destreza marcial entre los caudillos guerreros, Explosiones de estruendo de armas y de escudos chocándose, se sucedían en un entorno de guerreros inmóviles y enmudecidos por el asombro, mientras chispas cegadoras eran lanzadas en todas direcciones, estrellando metal contra metal, una y otra vez con terrible y endemoniada fuerza.

Torgald, sería el primero en cometer un error garrafal. En un movimiento descuidado, Wulfrik atrapó hábilmente el brazo que portaba la espada, bloqueándolo por completo, Con un apretón más fuerte que cualquier otro que Torgald hubiera recibido de cualquier hombre, hizo que tuviese que soltar su gran espada, Ahora atrapado y sin armas, todos los huesos de su cuerpo temblaban y se retorcían, Ya que no podía escapar de lo inevitable.
Wulfrik preparó su espada (con la hoja al rojo vivo por los increíbles impactos del duelo) Con los ojos ardiendo llenos de energías oscuras mientras miraba a su presa, clavó la hoja en el vientre de Torgald, retorciéndola en todos los sentidos mientras apuñalaba, la sangre salió borboteando de la herida, acompañados de unos aullidos de agonía, que quedaban amortiguados por su boca llena de sangre.
El Rey Torgald era un duro campeón. Su herida no lo envió inmediatamente a la muerte, pero Wulfrik, así lo decidió. Primero, reclamando la Espada de Torgald para sí, luego blandiendo la propia espada del rey en una brutal arremetida: un golpe decidido que se clavó en los huesos del cuello de Torgald, seccionándolo por completo, Con la expresión de furia e impotencia del Señor del Caos aún congelada en el rostro de su cabeza decapitada mientras ésta rodaba.

Los vítores de los parientes Sarl resonaron, (alabanzas llenas de lamentos a sus Dioses Oscuros por todo el campo de batalla, Y de Wulfrik, que recogió su trofeo, Empaló la cabeza del Señor del Caos caído en un pincho de armadura que llevaba en su armadura, Mientras las hordas de los Acsling se daban la vuelta y huían presas del pánico de la derrota, Su Rey Torgald había encontrado su fin, La cabeza de la serpiente Acsling había sido cortada, La guerra había terminado.
Eufórico y victorioso, Wulfrik empuñó la antigua Espada de Torgald, Contemplando una hoja de acero de artesanía insuperable, Templada en sangre, Sostenida en alto para que los mercenarios Sarl la siguieran, Bramó la consigna de guerra:
"¡Sangre para el Dios de la Sangre!"