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Portada La Gesta de Agravain

Esta campaña fue publicada por Games Workshop en 1997 en donde se enfrentan los ejércitos de Bretonia y los Elfos Silvanos. Toda la campaña, incluidos los personajes, es de Games Workshop. La campaña es obra de Nigel Stillman.

Introducción[]

La Gesta de Agravain está basada en una famosa balada de los trovadores Bretonianos "La Chanson de Challotte", adaptada por el trovador Blondel a partir de la más antigua Chanson Bretoniana de "La Doncella de Challotte".

La balada de los trovadores[]

La noche cayó sobre el Feudo de Beaumarchais. En el gran salón de la torre del homenaje se encendió un gran fuego. El trovador errante apenas había terminado su canción, La Doncella de Challotte, una leyenda sobre la fe y el honor Bretonianos y la felonía de los Elfos Silvanos, y en estos momentos se regodeaba con su recompensa, el mejor venado y una jarra de buen vino.

—¿No son el Rey y la Reina del Bosque aliados del Rey de Bretonia? —preguntó Dama Isabelle.

—Sí y no —sentenció pensativo su hermano Agravain.

—¡Sí y no, no y sí, sí, no, a veces, quizás, jamás! —interrumpió el bufón, agitando un muñeco unido a un palo delante del rostro de Agravain.

—¡Calla y vete, loco! —masculló irritado Agravain.

—¡Agravain, no seáis descortés con el pobre Jasper! ¡Es el único que consigue arrancar una sonrisa de la cara de madre ahora que padre está lejos en la guerra! —dijo Isabelle—. Y además no habéis respondido adecuadamente a mi pregunta.

Su hermano prosiguió,

—El pueblo mágico del Bosque de Loren no es leal a nadie salvo a ellos mismos. ¡He oído de muchos Caballeros que han entrado en él en busca del Grial o para realizar alguna hazaña de armas y nunca jamás se les ha vuelto a ver! A pesar de ello, nuestro Rey todavía honra el antiguo pacto de respetar ese reino encantado. Por lo que respecta al Pueblo del Bosque, las leyendas cuentan que antaño nos ayudaron, ¡pero hasta un inepto vería que lo hicieron porque nuestros enemigos también eran los suyos!

—Tengo otra pregunta —dijo Isabelle—, la Reina en el Bosque, ¿es la Dama del Lago?

—¿No prestáis atención en la Capilla del Grial?

—¿Es el Hada Hechicera de Bretonia? —inquirió Isabelle, provocando maliciosamente a su hermano.

—¡Hermana, vuestra ignorancia me sorprende!

—¿Quién es entonces? ¡Hermano sabelotodo!

—Es conocida como "La Belle Dame Sans Merci" ya que se trata de un hada que lleva a valientes caballeros hasta su perdición en el bosque.

—¡Percibo, hermano, que teméis al Pueblo del Bosque!

—¡Yo no les temo! —protestó Agravain—. ¡Si tan sólo se diera el caso de que el Rey levantara su prohibición y declarase una Guerra de los Caballeros Noveles, el bosque sería una magnífica adición para su reino! Actualmente existen muchos jóvenes caballeros deseosos de conseguir tierras. Ninguno de ellos teme a nada, y tampoco yo lo hago!

—¡Qué tontería! —dijo su madre, la Baronesa de Beaumarchais, a la vez que entraba en el salón. Los velos de su sombrero ondearon tras ella con elegancia mientras se sentaba junto al fuego para continuar tejiendo su tapiz—. ¡Juventud impetuosa! ¡No deseo veros marchar a ninguna Guerra de los Caballeros Noveles! Ya están las cosas bastante mal con vuestro padre ausente, y él está obligado por el honor a servir al Rey. ¡Vuestra hora llegará pronto y cuando sea el momento, por vuestro bien, espero que sólo sean Orcos contra quienes tengáis que enfrentaros!

Agravain era suficientemente mayor como para llevar armas como Caballero Novel, por lo que le había sido encomendada la defensa del castillo de su padre en vez de marchar a la guerra con él como escudero. A veces se sentía molesto por haber sido dejado atrás, pero entendía la confianza que había sido depositada en él: conservar y defender el feudo de su padre y proteger a su hermana, a su madre y a los habitantes del pueblo. De modo que no se sintió demasiado herido por la reprimenda de su madre; que de todos modos había sido cortés. Sabía lo ansiosamente que esperaba el regreso del Barón. Como de hecho ansiaban todos ellos.

El Escudo del Barón[]

Las noticias viajan con lentitud por los embarrados caminos de Bretonia. El Barón había marchado a la guerra con veinte hombres en primavera. Ahora la cosecha ya había sido recogida y almacenada. Un día, tres hombres entraron a caballo en el pueblo. Eran todo lo que quedaba de la mesnada de escuderos a caballo del Barón. Se bajó el puente levadizo y la familia del Barón se dirigió apresuradamente hacia el patio para recibirles. Estaban casi desfallecidos sobre las sillas a causa de la fatiga y las heridas. El Barón no se encontraba entre ellos, pero uno de los Escuderos llevaba el abollado escudo del Barón.

—¡Dónde está mi marido! —gritó la Baronesa.

Los escuderos estaban abatidos.

—¡Ay, mi Señora, nuestro Barón cayó en la batalla!

La Baronesa y su familia recibió la terrible noticia con toda la dignidad de la auténtica nobleza Bretoniana. Las lágrimas las reservaron para más tarde, jamás frente a los plebeyos.

—¿Por qué habéis regresado vosotros y no él? —les espetó acusadoramente la Baronesa.

—¡Basta, madre! —interrumpió Agravain—. No cuestiones el valor de estos bravos hombres.

El escudero prosiguió con voz entrecortada por el esfuerzo

—Os hemos traído de vuelta su escudo, mi Señora. El Barón de Beaumarchais cayó con honor, realizando una gran hazaña de armas. Fue por su valor que logramos una famosa victoria, ya que dirigió personalmente la carga sobre las hordas Skaven, a los que hizo retroceder hasta el mar. ¡Mas impulsado por su rencor, el enemigo nos respondió con malignos hechizos y artefactos deshonrosos! Nos vimos rodeados por fuego, llamas y vapores inmundos, y de toda la mesnada sólo sobrevivimos nosotros. Recorrimos todo el campo de batalla, mi Señora, pero todo lo que pudimos hallar fue su escudo.

Después de oír esto habló la Baronesa.

—El escudo es una reliquia sagrada procedente de la capilla del Grial. ¡Ay! Pensé que podría salvar a mi marido de tan cruel destino. ¡Aun así, dado que es todo lo que ha quedado del Barón, seré enterrada con él!

Dicho esto tomó el escudo y regresó a la gran torre del homenaje del castillo. Dos días más tarde, la Baronesa murió. Se dijo que murió de pena y fue enterrada en la capilla del Grial, bajo el escudo de su marido.

¡Traedme la cabeza de Drogo le Mal![]

Cayó la primera helada. Poco después fueron avistados Orcos en los límites de los campos más lejanos. Agravain e Isabelle estaban calentándose junto al fuego en el gran salón cuando se aproximó el viejo Jules, el senescal del Barón.

—Hay un asunto que debo discutir con vuestras señorías. Ha llegado el momento de decidir el futuro del feudo y vos, mi Señora, debéis declarar una misión de caballería y ofrecer la Baronía a cualquiera que demuestre ser merecedor de ello.

—¿A cualquiera? —repitió Agravain confundido.

—Sí —dijo Jules—, habrá otro Caballero Novel presente. Algunos de los campesinos han persuadido a Jacques para que acepte la misión. Lo he dispuesto todo para que vuestra hermana se presente ante los habitantes del pueblo y establezca la misión mañana por la tarde. ¡Ha vuelto a detectarse la presencia de Orcos por lo que esta cuestión no puede demorarse más!

—¿Cómo osa competir conmigo, por las tierras de mi propio padre? ¿No tiene ningún respeto?

—No os enfadéis con él, hermano mío —dijo Isabelle—. Es un hombre bueno. Comprendo por qué los campesinos lo eligieron a él. Y de todas formas, será la Dama del Lago quien decida entre los dos.

Agravain era un joven perspicaz. Había visto el modo en que su hermana sonreía al atractivo Jacques, el joven pastor de ovejas que ya había matado a varios Orcos en defensa de su rebaño.

—No fueron sólo los campesinos los que persuadieron a Jacques, ¿verdad, Isabelle?

La hermana de Agravain se sonrojó.

—Deseo veros heredar las tierras de nuestro padre tanto como no quiero pasar el resto de mi vida como Doncella en la Capilla del Grial mientras que la mozuela más bella del poblado se sienta junto a vos como Baronesa. ¡Quiero un marido valiente! ¿Qué ocurriría si vos no volvieseis de la misión, Agravain? De este modo, regrese quien regrese, las tierras de nuestro padre seguirán perteneciendo a nuestro linaje, ya sea a través de vos o a través de mí, si me desposo con Jacques. Como ya dije, mi querido Agravain, ¡dejemos que la Dama decida!

Al día siguiente por la tarde, dos Caballeros Noveles aguardaban montados sobre sus caballos de guerra frente a la puerta del castillo. Agravain estaba convencido de que su maliciosa hermana lo enviaría a una misión peligrosa en las profundidades del Bosque de Loren, de la que quizás no regresaría jamás. Mientras esperaban que Dama Isabelle apareciera sobre las murallas para anunciar la misión, Jacques se volvió hacia Agravain.

—Si sólo uno de nosotros está destinado a regresar, Agravain, entonces pido a la Dama del Lago que ese seáis vos.

Esto provocó una gran aclamación por parte de los campesinos y no pocas lágrimas de las jóvenes campesinas.

—¡Habéis hablado como un verdadero Bretoniano! —replicó Agravain, quien poseía la suficiente nobleza como para reconocer que Jacques era igualmente merecedor de convertirse en señor del feudo de su padre—. Igualmente, Jacques, ¡ojalá yo sólo consiga triunfar si vos habéis caído!

Esto provocó mayores aclamaciones y lágrimas por parte de los aldeanos reunidos.

Entonces sonó una trompeta y apareció Dama Isabelle, con aspecto radiante aunque había pasado toda la noche rezando en la Capilla del Grial en busca de inspiración para la misión de caballería que debía encomendar a los dos resplandecientes jóvenes.

—He decidido, como es justo y apropiado, encomendar a los dos la misma misión, de forma que ambos afrontéis el mismo peligro —anunció Dama Isabelle—. El primero que cumpla esta misión de caballería se convertirá en Señor del Feudo de Beaumarchais. Vuestra misión es... —la multitud reunida contuvo la respiración— ¡...traerme la cabeza de Drogo le Mal!

Los campesinos lanzaron una gran ovación, mientras que las mujeres rompieron a llorar una vez más, como hizo Dama Isabelle en cuanto se hubo retirado al interior del castillo.

Era una misión de caballería muy tradicional. Drogo le Mal representaba una plaga continua para Beaumarchais y los feudos vecinos; era un temible dragón que arrasaba los campos y apresaba los labradores y pastorcillas que trabajaban en ellos para saciar su voraz apetito. Caballeros Noveles procedentes de los feudos vecinos habían intentado cumplir esta misión muchas veces, pero el dragón seguía vivo y ellos no lo estaban.

Agravain respiró con alivio. ¡Sólo un Dragón! Así que no estaba destinado a desaparecer para siempre en el misterioso Bosque de Loren como tantos otros antes de él. ¡Por lo menos no todavía!

Noblesse oblige[]

Ese mismo día los dos Caballeros Noveles se pusieron en marcha. Pronto llegaron a la bifurcación en el camino que se dirigía de Beaumarchais hacia los pueblos cercanos.

—No debemos retrasarnos —dijo Agravain—. ¡Isabelle está totalmente sola, esta misión debe cumplirse con urgencia!

—¡No me retrasaré! —replicó Jacques mientras espoleaba su caballo hacia el camino que conducía a Dinan. Agravain tomó el camino hacia Payens y Bellay.

Cuando Agravain atravesó los pueblos de Payens y Bellay interrogó a los campesinos que trabajaban en los campos. En Payens recibió la hospitalidad del castillo. En Bellay, durmió en el bosque bajo su escudo, porque el feudo estaba abandonado. Al tercer día, Agravain se dirigió hacia Dinan. Allí descubrió que los habitantes hacía poco habían sido víctimas de Drogo Le Mal. Le señalaron unos farallones en lontananza, indicando hacia dónde había volado el dragón. Los farallones se encontraban en el interior de los páramos salvajes que rodean el misterioso Bosque de Loren, más allá de los resplandecientes monolitos que ningún hombre podía traspasar. Esa era la razón por la que anteriormente nadie había rastreado a Drogo hasta su cubil, ¡al menos nadie que hubiera regresado con vida!

Los campesinos dijeron que habían visto cómo el día anterior otro Caballero cabalgaba en la misma dirección, pero no lo habían visto regresar. Al oír esto, Agravain se apresuró hacia los farallones. Pronto se levantaban ante él, surgiendo entre una neblina densa y húmeda que cubría las laderas de la colina. Agravain oyó relinchar un caballo en algún lugar frente a él. Espoleó su propio corcel y pronto se encontró ante la gigantesca boca de una cueva. Había un gran montón de huesos dispersos alrededor de la boca de la cueva, y el aire apestaba por el hedor de los cadáveres en descomposición. En frente de él, un poco más avanzado, y esperando frente a la caverna estaba Jacques.

—Pronto caerá la noche y Drogo regresará. Dado que estáis aquí, Agravain, os concedo el honor de atacar en primer lugar.

—No, Jacques, vos tendréis ese honor.

—¡Insisto, Agravain! Os concedo el primer golpe, y con él la oportunidad de conseguir las tierras de vuestro padre!

—No, Jacques, por mi honor, ¡yo soy el que insisto! ¡Vos os encontrabais aquí antes, y es vuestro derecho atacar en primer lugar!

—Dado que no podemos llegar a ningún acuerdo, seamos los dos quienes ataquemos a la vez cuando lo deseemos, y que quien logre dar el golpe mortal reclame la victoria como suya.

—¡Aceptado! ¡Dejad que la Dama decida entre nosotros! —acordó Agravain.

En ese preciso momento oyeron el ensordecedor rugido del Dragón al aproximarse. Los Caballos de Guerra empezaron a retroceder, temerosos de que Drogo descendiera repentinamente entre la neblina y aterrizara directamente frente a ellos. Ambos Caballeros bajaron sus lanzas de caballería, lanzaron el grito de guerra de Bretonia y cargaron.

El Dragón fue tomado totalmente por sorpresa, y en el preciso momento en que Drogo abrió sus grandes fauces para lanzar su ardiente aliento, Agravain clavó profundamente su lanza en el interior de la garganta de Drogo. La lanza de caballería se rompió por la mitad cuando el monstruo se retorció mortalmente herido. Simultáneamente, Jacques atravesó con su lanza el corazón de la bestia.

El gran cadáver cayó rodando por la rocosa ladera de la colina. Agravain y Jacques lo observaron caer mientras recuperaban el aliento. Jacques fue el primero en hablar.

—¡Ciertamente Agravain, vos disteis el golpe mortal!

—No, Jacques, fuisteis vos quien atravesó el corazón del monstruo. ¡De modo que sois vos quien le infligió la herida mortal! —protestó Agravain.

—¡Juraría que vos disteis el golpe que lo mató! —argumentó Jacques.

—¡Y yo juraría que fuisteis vos! —replicó Agravain.

—Si no podemos decidirlo ahora tendremos que combatir entre nosotros en combate singular al regresar a Beaumarchais.

—¡Y así lo haremos! —dijo Agravain.

La noble gesta[]

Los jubilosos campesinos de Dinan les proporcionaron un carromato y su conductor para transportar la cabeza de Drogo Le Mal hasta Beaumarchais. Isabelle apareció sobre las murallas tan pronto como llegaron.

—He aquí la cabeza de Drogo le Mal —declaró Agravain.

—Doy gracias a la Dama del Lago porque ambos estéis vivos. ¡Es mucho más de lo que podía haber esperado! Ahora responderme con veracidad, hermano mío, ¿quién de vosotros mató al Dragón?

—Fue Jacques quién dio el golpe mortal —fue la respuesta de Agravain.

—¡No! ¡Juro que fue Agravain quien dio el golpe mortal! —insistió Jacques.

—El honor requiere que resolvamos esta disputa con un combate a muerte —Agravain se dirigió a la multitud allí reunida— ¡Que sea la Dama del Lago quien decida!

—¡Esta Dama decidirá! —replicó Isabelle, furiosa—. ¡Vosotros dos no combatiréis a muerte! ¡Estoy en mi derecho de declarar a ambos merecedores de ser nombrados Caballeros; y eso es lo que hago!

—¿Quién será entonces el señor de Beaumarchais? —preguntó Agravain.

—Por la Dama del Lago, también éso me corresponde decidirlo a mí. ¡Entrego mi mano a Jacques!

Tanto Agravain como Jacques sabían que al haber aceptado la misión de caballería habían quedado atados por el estricto código de la caballería Bretoniana a aceptar su decisión. No había nada más que decir y nada más que hacer por parte de Agravain excepto jurar fidelidad a su nuevo cuñado, Jacques, el Barón de Beaumarchais.

Agravain juró servirle como Caballero Novel hasta que le fuera concedida su propia tierra, bien por parte del Barón o bien por el Rey. La respuesta de Jacques de Beaumarchais fue toda una sorpresa.

—¡Os libero de esta obligación, Agravain! Sois libre de cabalgar hasta Couronne y servir al Rey. ¡Estoy seguro que éste recompensará a un Caballero tan valiente como vos con un merecido feudo!

—¡No! —replicó Agravain—. Es evidente lo que debo hacer. De aquí en adelante me consagraré a la búsqueda del Grial. Juro fidelidad eterna a la Dama del Lago. Hasta la muerte la serviré a ella y a nadie más que a ella. ¡Donde quiera que me indique que debo dirigirme, ¡Allí iré!

Esta sorprendente declaración fue recibida con un unánime vítor por parte de los habitantes del pueblo. Todos sabían que un voto tal traería el favor de la Dama del Lago a Beaumarchais. ¡El sol brillaría más y las cosechas serían más abundantes! Isabelle lloró llena de admiración por su hermano y no sin un poco de pena, ya que sabía lo que esto significaría para él.

—¡Una Noble Gesta! —exclamó—. ¡Y este es el título que os impongo! ¡Agravain de la Noble Gesta, que traigáis grandes honores y bendiciones sobre todos nosotros!

Tan sólo quedaba que Jacques y Agravain fueran adecuadamente investidos caballeros por Dama Isabelle en la Capilla del Grial. A continuación se celebraron los festejos por los esponsales del matrimonio de Jacques e Isabelle. Agravain guardó esa noche una silenciosa vigilia en la capilla del Grial buscando inspiración para su búsqueda. En sueños tuvo una mortecina visión de una hermosa Dama que con una afligida mirada de desesperación sobre su encantador rostro arrojaba un cáliz de oro a un río profundo.

Escenarios[]

La Chanson narra los enfrentamientos entre lo bretonianos y los Elfos Silvanos que tuvieron lugar en los alrededores de Quenelles y en el Bosque de Loren. ¡Naturalmente, la Chanson describe profusamente las gallardas hazañas de la caballería Bretoniana y apenas dice nada de los humildes soldados comunes o sus adversarios Elfos Silvanos!

Mapa[]

Escenario 1 El Torneo[]

Varios versos de la Chanson de Challotte hablan del Gran Torneo de Quenelles en el cual Agravain y el orgullo de la Caballería Bretoniana justaron con los arrogantes Príncipes de Athel Loren. El premio del torneo era el Cáliz de Chanterelle, la fabulosa copa de la Dama de Challotte.

Torneo en Quenelles[]

Agravain surgió de la Capilla del Grial de Beaumarchais y se dispuso a abandonar el hogar de sus antepasados. Se vistió la sobrevesta que su hermana había cosido para él, con los colores de Beaumarchais y el emblema de la Flor de Lys correspondiente a un Caballero Andante. Había rehusado emplear el blasón de un dragón, que había elegido Jacques para su propia cota de armas.

—¿Hacia dónde os dirigiréis? —preguntó Isabelle mientras se despedía de su hermano.

—Tomaré parte en el torneo de Quenelles —respondió Agravain sin revelar nada de su misteriosa visión.

Al abandonar el pueblo, Agravain se topó con Blondel el trovador y Jasper el bufón, que le suplicaron que les dejara acompañarlo en su búsqueda como sus compañeros. Agravain finalmente estuvo de acuerdo con la condición de que Blondel compusiera un cantar que narrara sus hazañas y que Jasper se refrenara de sus bromas pesadas y se conformara con atender al caballo de guerra de Agravain. ¡La broma final de Jasper fue darse a sí mismo el nombre de Jasper de Mala Gesta!

Quenelles se encontraba a pocos días de camino hacia el sureste, pero Agravain jamás había estado allí. Cuando atravesó a caballo la gran puerta que conducía a las hormigueantes callejuelas, se encontró con la primera prueba de su búsqueda: ¡resistirse a las tentaciones de Quenelles!

La ciudad se encontraba en estado de gran efervescencia a causa de los grandes festejos con motivo del magnífico torneo que estaba a punto de empezar. Habían llegado Caballeros procedentes de los rincones más lejanos del Ducado e incluso de más allá para participar en el torneo. Entre ellos se encontraban Caballeros Noveles venidos para ganarse sus espuelas en el Campo del Honor, y otros Caballeros Andantes como Agravain, atraídos quizás por los misteriosos designios de la Dama del Lago.

El premio del torneo consistía en un antiguo cáliz, grabado con una maestría insuperable. Los pescadores de la localidad habían sacado la reliquia del río Brienne, muy cerca de los límites del Bosque de Loren. Algunos creían que había sido construido por los Elfos de la antigüedad, en los días en que una espléndida ciudad Élfica prosperaba junto al gran río, y cuyas ruinas estaban enterradas bajo las tortuosas y escuálidas calles de Quenelles. Algunas personas crédulas e imaginativas incluso creían que no se trataba de otro que el legendario Cáliz de Chanterelle, la reverenciada Dama de Challotte.

Agravain observó el cáliz que se encontraba expuesto en el pabellón de los premios. Parecía extrañamente familiar, como algo que hubiera visto en un sueño. ¿No era ahora evidente que la Dama del Lago tenía la intención de que él lograra ese Cáliz para poder proseguir su búsqueda? ¿Podría ser que de hecho éste fuera el Santo Grial? Otros Caballeros Andantes que tomaban parte del torneo sin duda tenían la misma idea.

La aparición de los Elfos Silvanos[]

Cuando el torneo estaba a punto de empezar se produjo una gran conmoción en Quenelles. La causa de ello fue una comitiva de Príncipes Elfos procedentes del reino de Athel Loren que habían llegado a caballo a la ciudad para participar en el torneo. Una cosa así sólo se había oído en las leyendas, y no había nadie que recordara que hubiera sucedido anteriormente hasta donde podía recordarse.

Agravain escuchó con gran atención los rumores y las murmuraciones referentes a los Elfos Silvanos. Se dijo que pertenecían a la Estirpe de los Sauces y que proclamaban que el Cáliz y los demás premios pertenecían en justicia a su estirpe, ya que habían sido encontrados dentro de los límites de Athel Loren. Si esto era cierto o no, no representaba ninguna diferencia para los Bretonianos. Existían numerosas reliquias perdidas por todo Bretonia. La mayoría eran indudablemente de origen Élfico o Enano, y los Bretonianos estaban habituados a ver a dudosos aventureros Elfos y Enanos en busca de sus herencias ancestrales.

La costumbre dictaminaba que esas disputas debían resolverse por medio de un combate de honor. Un Cáliz como ese era un premio muy adecuado para el punto culminante del torneo. ¡Qué fuera ganado por aquél que demostrara ser merecedor de él por medio del valor y los hechos de armas! Si los Elfos realmente lo deseaban tanto, lo apropiado era que combatieran por su posesión según las reglas de la caballería. Esto, parecía, era lo que los Elfos habían venido a hacer.

Muerte antes que Deshonor[]

Al día siguiente, antes de que empezara el torneo, los heraldos anunciaron que el Duque de Quenelles había aceptado el reto de los Príncipes Elfos y había modificado las reglas habituales del torneo en consecuencia. En vez de las habituales justas seguidas por un campo del honor tradicional, donde los contendientes intenten derribar al anónimo campeón del Duque, el Caballero Negro, habría un enfrentamiento directo entre los Caballeros Bretonianos y Elfos Silvanos. El Cáliz sería para el bando que contara con menos jinetes desmontados al final del torneo. Si los Bretonianos vencían, el Cáliz sería donado a la capilla de Quenelles. Si lo hacían los Príncipes Elfos, podrían llevarse el Cáliz y todos los demás premios de vuelta a Athel Loren. Agravain, para sorpresa suya, fue designado por los heraldos para formar parte del bando Bretoniano. De hecho su nombre encabezaba la lista, dado que las nuevas de su valentía y nobleza habían llegado a oídos del Duque.

Poco antes de la justa, el heraldo de los Elfos Silvanos galopó hasta el campo donde iba a tener lugar el torneo e hizo una declaración frente a los dignatarios y campesinos allí congregados. En ella anunció que los Príncipes Elfos estaban obligados a combatir hasta la muerte y retaban a los Bretonianos a hacer lo mismo. Por supuesto, los Caballeros Bretonianos no estaban dispuestos a rechazar un reto así. ¡El honor se lo prohibía! En la presidencia del torneo se encontraba el Duque y su bella hija, Dama Melisande. Al sentir un profundo temor por el sino de los jóvenes Caballeros, Melisande se sintió obligada por el honor a ofrecer su favor a cada uno de ellos con la esperanza de que esto les trajera suerte y reforzara su fe.

Cuando cada Caballero Bretoniano trotaba frente a la tribuna y bajaba su lanza, la bella Melisande ataba a ella parte de su vestimenta. El último en pasar fue Agravain, y para aquel entonces la Dama ya se había visto desprovista de la mayoría de sus prendas y estaba empezando a sonrojarse. Para ahorrar a la noble dama la mofa y el escarnio del soez pueblo llano allí presente, el galante Agravain rehusó solicitar su favor.

—¡Por mi honor, que tendréis vuestro favor! —dijo la noble Melisande y, extrayendo su puñal de la última liga que le quedaba, cortó una trenza de su cabello para que Agravain la incorporara a su yelmo. Esto arrancó una gran aclamación a la multitud. A continuación ambos grupos de contendientes ocuparon sus posiciones, enfrentándose entre sí en el campo del honor mientras Dama Melisande extraía los números para decidir los oponentes que debían enfrentarse en la justa.

Desenlace histórico[]

La mejor forma de narrar los sucesos del Torneo de Quenelles es consultar los versos correspondientes de la Chanson de Challotte. Tras varios versos que describen los favores de la Dama Melisande, el desarrollo del torneo se describe con una estrofa independiente para cada justa. Hay que tener en cuenta que pierden mucho con la traducción de la versión Bretoniana.

Primera Justa
Gaufrey de Quercy es derribado por Gyferth de los Robledales


Gaufrey de Quercy, espoleó su corcel puro,
Qué gallardo Caballero habría pegado más duro
al escudo de su rival, villano de mil maldades,
el taimado Gyferth de los Robledales.

¡Con mañas arteras blandió Gyferth su lanza
y golpeó al gallardo Gaufrey por su malandanza!
Gaufrey quedó sin caballo y derribado
y así malherido un valiente tan renombrado,
de un Príncipe Élfico la fechoría tan grande
que llevó a llorar a la noble Melisande.

Segunda Justa
Guilbert du Bois d'Auverne es derribado por Aelfryc el Altivo


Guilbert du Bois d'Auverne no tenía que aprender
del justar con lanza cuando su turno fue de acometer.
Raudo galopó contra Aelfryc el Altivo
mas se hizo a un lado el Elfo esquivo
y de nuevo cargaron, mas el Príncipe era versado
y las damas lloraron al ser Guilbert atravesado.

Tercera Justa
Agravain de la Noble Gesta derriba a Bloedh el Intrépido


El honor Bretoniano, en el bravo Agravain de la Noble Gesta
un Caballero de tal perfección, que más erguía su testa
que los demás Caballeros. A Bloedh el Intrépido se enfrentaba
quien según es dicho con un secreto escudo hechizado contaba
¡mas Agravain poseía la trenza de Melisande como es justo
y algo así a los truhanes siempre causa un disgusto!

Pues no sirve de guarda el tener un escudo hechizado
contra el favor de una dama, y así Bloedh arrogante y reservado
¡pronto se encontró mordiendo el polvo
y fue escarnecido hasta por el último campesino corvo!

Cuarta Justa

Jean de Ponthos es derribado por Athelwyn de Athel Loren


¡Ahí cabalga el gallardo Jean de Ponthos
mas Athelwyn el Malvado iba tras vos!
Un destino que no os merecíais
robó a la dama a quién servíais
con vuestra cortés compañía cada día'
cuando por el vil Athelwyn vuestra luz moría.

Quinta Justa

René de Guyenne derriba a Cuthrun el Lobo


¡René de Guyenne había visto el truco maligno
de manejar la lanza como bastón indigno!
Y así cuando cargó contra su noble contrincante
Cuthrun el Lobo fue taimado mas titubeante
contra la rápida lanza, pues no fue para René rival
y dos veces herido el caer tendido fue su final.

Sexta Justa

Louen d'Artois derriba a Wykas de los Olmos


¡Louen d'Artois, tan modesto, bravo y audaz,
de cuya gallardía tantas leyendas han hablado asaz,
era lo suficientemente diestro para a cualquiera derribar
y a Wykas de los Olmos totalmente derrotar!

Ambos Caballeros se golpearon con la lanza
y en verdad fue muy afortunada andanza
que el bravo Louen no cayera al suelovpues Wykas, el ladino Elfo, había bebido una poción
y de este artero hecho no teníamos noción
mas como el honor siempre prevaleció contra la brujería
encontróse con la lanza de Louen y al suelo caía.

Comentario Histórico[]

Por parte Bretoniana, Agravain, René y Louen derribaron a sus oponentes. Por parte de los Elfos Silvanos, Athelwyn, Aelfryc y Gyferth lograron descabalgar a tres Caballeros Bretonianos. De esta forma la competición quedó en empate y hubiera sido necesaria una nueva tanda de justas para decidir quién podía legítimamente reclamar el Cáliz. Sin embargo, ya se había iniciado la Batalla entre las Tiendas, por lo que Athelwyn y sus compañeros, sin ninguna consideración por las reglas del honor, aprovecharon la oportunidad para desaparecer apresuradamente del torneo, ¡sabedores de que los premios de todos modos ya eran suyos!

Escenario 2: Batalla entre las Tiendas[]

Esta batalla está basada en el verso de la Chanson de Challotte que narra cómo los taimados Elfos Silvanos robaron los premios del torneo ¡sin ni siquiera esperar a ver si sus paladines los habían vencido en justa lid! Esto iba a provocar fatales consecuencias.

La traición élfica[]

Al darse cuenta de que la victoria en el torneo no estaba en absoluto asegurada, apenas vio como otro Príncipe caía de su silla, Athelwyn hizo una discreta señal a uno de sus encapuchados acompañantes que se escabulló sin ser visto. Un poco más tarde, mientras la atención de todo el mundo se concentraba en la emocionante justa, se produjo una gran conmoción entre las tiendas y pabellones del campo adyacente. Era allí, en el gran pabellón, donde estaban guardados los premios del torneo.

De repente, una bestia furiosa, algún tipo de gato salvaje, echó a correr entre las tiendas Bretonianas, perseguida por gran cantidad de Elfos Silvanos. La bestia se las había arreglado para escapar del campamento Elfo Silvano situado en los bosques adyacentes al campo de torneo, y el séquito de los Elfos Silvanos estaba intentando recapturarla, ¡o simulaban hacerlo! La bestia provocó una gran confusión mientras los hombres de armas intentaban atraparla, y caballerizos y sirvientes corrían en todas las direcciones para apartarse de su camino.

Tan sólo se trataba de una distracción. El recinto pronto se encontraba repleto de Elfos Silvanos que rápidamente redujeron al puñado de guardias que allí se encontraban. El gran pabellón fue saqueado y el Cáliz robado. Menospreciando el honor y el juego limpio, los Elfos Silvanos ni siquiera habían esperado al resultado del torneo. Este era un comportamiento despreciable. ¡Los Bretonianos estaban enfurecidos!

La conmoción fue observada desde el Burgo de Mayonne por el Castellano de Quenelles, que controlaba el campo de justas. El Castellano reunió apresuradamente todos los hombres disponibles para intentar restablecer el orden. No fue hasta que llegó a las tiendas que fue evidente que los Elfos Silvanos habían provocado premeditadamente el incidente. Desafortunadamente, todos los Caballeros se encontraban en la justa y no podían ayudar a evitar que los arteros Elfos robaran los trofeos. Por algún acuerdo secreto, Jinetes de Halcón de Loren aparecieron sobre sus cabezas, dispuestos a llevarse rápidamente los objetos robados hacia las profundidades del bosque. ¡El Castellano y sus hombres tenían que actuar rápidamente!

Desenlace histórico[]

Tan sólo un verso de la Chanson describe la despreciable traición Élfica de la Batalla entre las Tiendas, ipues en la batalla no hubo demasiado sobre lo que los juglares Bretonianos pudieran vanagloriarse!

Tan pronto como fue alertado, el Castellano reunió apresuradamente algunos hombres y efectuó una salida desde el cuerpo de guardia. Cuando llegaron a las tiendas, el Cáliz de Chanterelle ya había sido escondido bajo alguna capa de los Elfos Silvanos. El Castellano ordenó a sus escuderos que rodearan el recinto para intentar cortar la retirada de los ladrones mientras él se dirigía con dos compañías de Hombres de Armas hacia el pabellón de los trofeos. Unos pocos Escuderos cayeron a causa de las flechas de los Exploradores Elfos Silvanos agazapados entre los árboles, pero el resto cargó hacia el campamento con la vana esperanza de pisotear con sus caballos a los Bailarines Guerreros que salían del Pabellón.

Simultáneamente, el Castellano dirigió a sus Hombres de Armas en una carga temeraria contra una densa masa de Guardianes del Bosque y Arqueros que se interponían desafiantemente entre él y el Pabellón. Los Arqueros salieron corriendo, siendo perseguidos de cerca por el Castellano y sus Lanceros, mientras que los Alabarderos chocaban contra los Guardianes del Bosque.

Sin embargo, los Elfos eran bastante hábiles con sus fuertes y recias lanzas, y lo hicieron bastante mejor que los Bretonianos quienes no pudieron emplear sus escudos al empuñar sus pesadas alabardas. Al ver a los Alabarderos retirándose se propagó el pánico entre los Lanceros, rápidamente seguidos a la carrera por un puñado de Escuderos, que huían rápidamente de otro desagradable encuentro con los Bailarines Guerreros.

Por lo que respecta a los Arqueros Bretonianos que se mantenían a una distancia segura, a duras penas podían ver algún Elfo sobre el que disparar. El Castellano, un hombre partidario de predicar con el ejemplo, y que en ese momento estaba dominado por la auténtica ira caballeresca, espoleó su corcel contra los Arqueros Elfos Silvanos que estaban reagrupándose enfrente suyo. Hizo caso omiso de sus flechas, la mayor parte de las cuales rebotaron en su armadura, y chocó contra el enemigo, enfrentándose él sólo a todos ellos, mientras repartía golpes a diestro y siniestro con su mangual. Aunque los ágiles Elfos eran difíciles de impactar, su heroísmo avergonzó a los Lanceros lo suficiente como para que se reagruparan junto a su estandarte y volvieran a la batalla.

Pero era demasiado tarde. A la puesta del sol, todos los premios ya habían sido robados y llevados muy lejos por los Jinetes de Halcón que repentinamente cayeron del cielo.

Comentario Histórico[]

¡Fue la victoria de la astucia y la agilidad frente a la fuerza y justa indignación! El Castellano creyó que su honor había quedado tan mancillado por el robo de los trofeos ¡que solicitó al Duque que le diera la licencia para unirse a la peregrinación y así poder redimirse! El Duque respondió que no podía prescindir de un miembro tan valioso de su séquito, y también que dado que la misión del Castellano era custodiar el castillo y no el campo de justas, su temeraria carga en solitario había estado más allá de lo requerido por el deber, y su honor no era cuestionado.

Escenario 3: Peregrinación arriesgada[]

La Chanson de Challotte prosigue con el peligroso peregrinaje hacia Challotte, sin revelar demasiado sobre su destino y la misteriosa visión que condujo a Agravain a rescatar a los peregrinos. Blondel añadió a su propia balada versos procedentes del viejo cantar Bretoniano "La Doncella de Challotte" para poder explicar el significado de la visión de Agravain y el perdido Santuario del Grial que tenía que encontrar para completar su búsqueda.

El precio del honor[]

Tan pronto como el sonido de las trompetas señaló el fin del torneo, los Príncipes Elfos Silvanos emprendieron una apresurada retirada, llevándose consigo a sus compañeros heridos. El Duque fue rápidamente informado de que el Cáliz había sido robado. Cuando el Duque y los Caballeros Bretonianos consiguieron abrirse paso entre la multitud de campesinos, los Elfos Silvanos ya habían desaparecido, dejando al exasperado Castellano para explicar lo que había sucedido a su Señor.

Aunque unos pocos Escuderos a Caballo habían perseguido a los Elfos que se retiraban, perdieron el rastro en cuanto cayó la noche, y de mala gana tuvieron que regresar a Quenelles. Esa noche las posadas y tabernas de Quenelles vibraron con el sonido de campesinos borrachos que discutían los sucesos del día, y Caballeros jóvenes e impetuosos ¡alardeaban de que darían a los Elfos una lección por su desfachatez y deshonor! El Duque dio un espléndido banquete en el gran salón del castillo de Quenelles, al que acudieron los mejores Caballeros. Naturalmente, el deshonroso comportamiento de los Elfos Silvanos y las acciones que debían emprenderse ante éste provocó una apasionada discusión.

Una facción de Caballeros, encabezada por Arnaud de Borron, urgía al Duque a dirigir una incursión hacia el Bosque de Loren para recuperar el Cáliz. Sin embargo, el Duque no sólo estaba preocupado por el Cáliz.

—Estoy profundamente indignado por el modo en que los habitantes de Loren han deshonrado el torneo, y el honor requiere algún tipo de reparación.

Esto obtuvo el apoyo unánime de los Caballeros allí reunidos. El Duque pidió sugerencias sobre el tipo de compensación que debería requerirse. Varios Caballeros gritaron cosas del tipo de "Cien Corceles Élficos", "Un millar de fanegas de buena tierra de labranza" y "El derecho de cazar venados en el bosque". El Duque hizo una pausa para considerar estas y otras sugerencias.

—Estas sólo son recompensas triviales. ¿Nadie puede sugerir una compensación adecuada?

Entonces habló Eleanor de Quenelles, Doncella del Grial de la famosa Capilla del Grial de la ciudad:

—Mi señor Duque, os ruego que consideréis la sagrada capilla de Challotte que se encuentra en ruinas y olvidada en el interior del Bosque de Loren. ¡No se encuentra demasiado en el interior del reino encantado, mas pese a ello el Pueblo del Bosque siempre asusta a todos los peregrinos que movidos por una recta piedad intentan dirigirse hacia allí! Sería un verdadero acto de arrepentimiento para el pueblo de Athel Loren el dejar el Cáliz en la capilla a la que pertenece y concedernos el derecho de peregrinar hasta ese lugar sagrado.

Esto hizo brotar una gran aclamación por parte de todos los Caballeros, que empezaron a golpear la mesa con sus jarras.

—Y si osan rehusar, iremos allí de todos modos —gritó uno de los más excitados, que respondía al nombre de Aloys de Montjoie.

Esto fue seguido por más aclamaciones, y el golpear en los bancos. El Duque respondió:

—¡Dama Eleanor nos ha mostrado el camino hacia la paz con honor! ¡No les exigiremos la restitución del Cáliz, sino sólo el deseo de verlo! Los habitantes de Loren nos lo concederán, de eso estoy seguro. ¡Mi Dama Eleanor, contáis con mi aprobación para preparar un peregrinaje hasta la Capilla del Grial de Challotte! ¡Proceded, y sabed que contáis con mi aprobación!

La dama de Challotte[]

Agravain no estaba presente en el banquete, y sus compañeros, Blondel y Jasper, sin duda se encontraban en alguna taberna inmunda. Agravain, profundamente turbado por el robo del Cáliz por parte de los Elfos, se encontraba en la Capilla del Grial de Quenelles, desde donde se dominaba el río Brienne. Allí había pasado toda la noche descansando su cabeza sobre su escudo en busca de una señal para proseguir su búsqueda. Despertó temprano, molesto por no haber tenido un sueño que lo guiara, y bajó hasta la rivera del río para lavar su cara con agua fría y así despertarse.

En el momento en que Agravain se arrodilló junto al río vio como se formaban ondas en el agua frente a él. Observó sorprendido mientras lentamente pasaba un bote pequeño junto a él, surgiendo de entre la niebla y volviendo a desaparecer en ella. Una dama de una belleza exquisita, con largas trenzas de pelo rojo cobrizo y vestida con una fina túnica blanca estaba sentada en el bote. La dama se volvió hacia Agravain con una expresión de desasosiego en su encantadora cara. Sus ojos parecían implorar su auxilio. Sus labios se separaron, pero ningún sonido de las palabras que pronunció llegó hasta él. A Agravain le pareció que sus labios callados le estaban diciendo "¡Rescátame!"

La visión se esfumó. Agravain la llamó una y otra vez entre la niebla, e incluso penetró hasta la cadera en las frías aguas, pero no hubo respuesta. La dama se había marchado, si es que alguna vez había llegado a estar allí. Agravain estaba profundamente preocupado. Sin duda se trataba de una señal de la Dama del Lago, quizás había visto a la Dama del Lago en persona, pero no había visto ningún Grial. El significado de esta visión lo desconcertaba.

Peregrinaje peligroso[]

Agravain continuó reflexionando por largo tiempo, arrodillado junto al río. Cuando regresó a la Capilla del Grial, ésta era un hervidero de actividad. Las Doncellas del Grial y sus sirvientes estaban preparando un magnífico carro azul decorado con Fleurs de Lys de oro. Una multitud de peregrinos y píos Caballeros estaban reuniéndose para partir en peregrinación. Dama Eleanor llamó a Agravain, que ya era bien conocido en Quenelles a causa de su actuación durante la justa.

—¿Os uniréis a nosotros en nuestro peregrinaje?

Agravain, por supuesto, no tenía noticia de esta peligrosa y mal aconsejada peregrinación, y no quería ser distraído de su búsqueda personal. Así que con tacto respondió que debía encontrar a sus dos acompañantes.

Agravain buscó por las calles y finalmente logró rescatar a Blondel, y arrastrándolo por el pescuezo lo llevó hasta su tienda, donde Jasper preparaba el almuerzo.

—Blondel, quiero que volváis a contarme ese cantar que cantasteis en el castillo de mi padre, quiero que cantéis La Doncella de Challotte.

Blondel empezó a cantar. Se trataba de una larga balada. Cantó cómo, hacía ya mucho tiempo, una bella dama Bretoniana había iniciado un viaje en bote por el río Brienne desde la legendaria Capilla del Grial de Challotte para dirigirse hacia el torneo de Quenelles. Cantó cómo su escolta fue emboscada por enemigos astutos que disparaban flechas desde las riveras del río. Toda la escolta que acompañaba a la dama en su bote murió; y de alguna manera el bote se separó del otro bote de su escolta. ¡Ay! el bote fue arrastrado por la corriente y jamás se volvió a ver a la dama ni a oír de ella. Sólo su juglar llegó con vida hasta Quenelles, y compuso la balada antes de arrojarse desde la torre más alta de la ciudad, apenado por su bienamada Dama.

Agravain fue repentinamente consciente de que su propia búsqueda estaba ligada al peregrinaje hacia la perdida Capilla de Challotte.

—Esta mañana vi a la Doncella de Challotte en una visión, —confesó Agravain—. La Dama del Lago me ha ordenado buscar y rescatar a esta bella damisela.

—¿Estáis loco? —gritó Blondel—. Desapareció hace ya cientos de años. Es una misión imposible, debéis estar equivocado.

Agravain, sin embargo, se encontraba totalmente atenazado por el fervor religioso y no estaba dispuesto a prestar atención a ningún tipo de razonamiento ni al sentido común.

—Amigo mío, los senderos de la Dama del Lago son misteriosos para todos nosotros.

Tan rápido como pudieron, los compañeros de Agravain levantaron el campamento y le pusieron la armadura a su señor. ¡Pero, para cuando se presentaron en la Capilla del Grial de Quenelles, los peregrinos ya había marchado!

Alguien acecha en el bosque[]

Los peregrinos cantaron con renovado fervor cuando atravesaron los monolitos que marcaban los límites de Loren. Cruzaron los páramos batidos por el viento sin el menor incidente, pero no sin ser observados. Yolath el Mago Elfo Silvano se acercó a la columna tan pronto como entraron en el bosque.

—¿Por qué venís? —preguntó en Bretoniano.

—Buscamos la sagrada Capilla de Challotte —respondió Aloys de Montjoie.

—Estáis apunto de penetrar en los bosques de mi estirpe, ¡os conmino a dar media vuelta!

—Vuestra estirpe nos ofendió en el torneo de Quenelles, ahora nosotros requerimos esta pequeña recompensa. ¡Dejadnos concluir esta pacífica peregrinación! —respondió Aloys con arrogancia.

—Veo muchos hombres armados entre estos pacíficos peregrinos —dijo Yolath con un sarcasmo Élfico—. No sabéis lo que estáis desencadenando sobre vuestras cabezas. ¡De nuevo os digo, ¡retroceded!

Aloys apartó a un lado al mago, y los peregrinos prosiguieron su camino.

Era el inicio del invierno en Loren, y todos los árboles estaban perdiendo sus hojas. El Rey y la Reina del Bosque ya se encontraban en el interior del Roble Eterno esperando su renacimiento con la primavera. Al carecer del sabio consejo de Ariel, los magos de las estirpes decidieron pedir moderación a sus guerreros, pero no pudieron evitar que el bosque se defendiera a sí mismo. ¡Los monolitos habían sido traspasados y los espíritus invocados! Formas grisáceas empezaron a acercarse hacia los condenados peregrinos.

Desenlace histórico[]

La Chanson de Challotte no revela demasiado sobre lo que le sucedió al peregrinaje, excepto que fue emboscado en el Bosque de Loren y gracias a un milagro de la Dama del Lago, los peregrinos lograron evitar su total aniquilación. Leyendo entre líneas, y fijándonos en las alabanzas que realiza de las virtudes de Aloys de Montjoie y Eleanor de Quenelles, podemos conjeturar la verdadera secuencia de los acontecimientos que tuvieron lugar en las profundidades del bosque en esa oscura tarde de invierno.

Mientras la columna de peregrinos Bretonianos seguía la olvidada senda de Challotte, encontraron una bifurcación para rodear un pantano. Se detuvieron para decidir que camino seguir, ¡sin percatarse de que los Elfos Silvanos astutamente habían elegido este punto para emboscados! Estaban a punto de entrar en el bosque de Gwercus, el hogar de un poderoso Hombre Árbol y sus Dríades, de quienes se decía que protegían los accesos al Bosque Sagrado de la Estirpe de los Sauces.

Dirigidas por el propio Gwercus, podemos imaginarnos a las Dríades surgiendo de repente de la espesura para atacar los flancos de la columna Bretoniana mientras otras le impedían el paso por delante, y llovían las flechas de arqueros invisibles escondidos entre los árboles. Aloys de Montjoie envío el carro hacia delante por la ruta más directa mientras formaba una retaguardia con los Caballeros y los Escuderos a Caballo. Muchos Escuderos a pie, que corrían delante y junto el carro murieron rápidamente a causa de la repentina andanada de flechas disparada por los Exploradores Elfos Silvanos. Esto dejó al Carro del Relicario avanzando sin protección, tirado por los peregrinos, ¡que continuaban cantando indiferentes al peligro!

La Chanson de Challotte arroja más luz sobre el papel de Eleanor de Quenelles en la batalla. Aparentemente el mago Lyr surgió de entre los árboles pronunciando terribles maldiciones que no consiguieron amedrentar a los valientes Caballeros, pero pusieron nerviosos a los Hombres de Armas que les seguían. Eleanor de Quenelles espoleó su Caballo de Guerra, invocando a la Dama del Lago para que fortaleciera a los Caballeros y anulara cualquier maldición que pudiera haber caído sobre ellos. Al oír su bendito nombre, el poderoso Hombre Árbol se detuvo a media zancada y quedó enraizado en su sitio como si unas manos invisibles lo mantuvieran atado, mientras un grupo de Dríades estallaron espontáneamente en llamas.

Las Dríades sin duda atraparon a los Caballeros y los Escuderos a Caballo antes de que estuvieran preparados para cargar. Pero los bravos Caballeros y Escuderos mantuvieron la posición con valentía, logrando finalmente derrotarlas. Mientras esto sucedía, los Bailarines Guerreros, al ver que el Carro del Relicario avanzaba sin detenerse hacia el bosque sagrado lo atacaron, pero fueron rechazados por una fuerza mágica más allá de toda comprensión. Al ver a Eleanor desafiando ella sola al enemigo, los Hombres de Armas del Castellano de Quenelles se reagruparon junto a su estandarte un poco más atrás, y reiniciaron su ataque con renovado vigor.

Fue necesaria toda la fe y poder de Eleanor para contener a Gwercus, que se debatía y retorcía para liberarse del hechizo y poder desatar su venganza sobre los Caballeros trabados en combate mortal contra las Dríades. Sabemos que los gallardos Escuderos a Caballo murieron valientemente, protegiendo las espaldas de sus amados señores de estas demenciales criaturas. Como dice el Cantar, "¡Jamás hubo Caballeros que tuvieran servidores tan meritorios!" Un grupo de arteros Forestales escondidos al otro lado del sendero surgieron de entre los árboles por detrás de los Bretonianos y dispararon sobre Eleanor de Quenelles, que fue atravesada por dos flechas y fue un milagro que no muriera. En vez de ello rompió desafiantemente las astas de la flecha, decidida a que nada rompería su sujeción sobre el Hombre Árbol. Los Hombres de Armas se apresuraron y formaron una muralla de escudos alrededor de Eleanor.

A la puesta del sol, las cosas sin duda parecían ir mal para los cansados y malheridos Bretonianos. La columna de peregrinos había sido diezmada, y los escuderos muertos sembraban el sendero del bosque, los Caballeros perseguían dispersos entre los árboles a las huidizas Dríades, y el Carro del Relicario no se veía por ninguna parte. De hecho estaba completamente alejado de su escolta y sería una fácil presa, si algún enemigo lograba acercarse hasta él.

El enemigo se preparaba entre los árboles para lanzar otro asalto. Para empeorar aún más la situación, la sujeción de Eleanor sobre Gwercus estaba resquebrajándose, al empezar ésta a desmayarse debido a la pérdida de sangre causada por las heridas de flecha, ¡lo que finalmente permitió al poderoso Hombre Árbol cargar hacia delante, lanzando un profundo rugido de furia y triunfo!

Entonces tuvo lugar el verdadero milagro de la peregrinación. De repente, Gwercus dejó escapar un triste lamento de desesperación. El aullido fue rápidamente seguido por los de los Elfos Silvanos escondidos por todas partes en el bosque. Los Bretonianos, creyendo que se trataba de un grito de guerra, musitaron sus últimas oraciones y se prepararon para una muerte segura. Sin embargo, Gwercus había desaparecido, o al menos ya no podía distinguirse de los demás árboles vetustos y retorcidos del bosque. ¡Sorprendidos y estupefactos, los Bretonianos cayeron de rodillas para dar las gracias a la Dama del Lago por su sorprendente salvación!

Comentario Histórico[]

¡Qué podría haber hecho perder a los Elfos Silvanos su determinación en el preciso momento de la victoria? ¡Fue el carro que transportaba las reliquias de Quenelles!

El Carro finalmente había traspasado el borde exterior del claro sagrado. Es bien conocido el hecho de que no puede introducirse ningún objeto de hierro en un claro encantado, pues este metal básico y profano distorsiona la magia del claro y expulsa a los amigables espíritus de los árboles. Todos los Elfos Silvanos obedecen la prohibición, y siempre dejan colgadas las armas de hierro que puedan poseer fuera del sagrado círculo de árboles. ¡Las armas Bretonianas eran de hierro y el relicario de Quenelles no sólo contenía armaduras y espadas formando un amasijo de reliquias oxidadas, sino también los huesos de Caballeros guerreros!

Gwercus y su guardia perdieron la fe en la batalla sin percatarse de lo cerca que estaban de destruir el peregrinaje. Al haber mantenido sujeto a Gwercus, Eleanor probablemente salvó de la destrucción no sólo al Carro del relicario sino a toda la comitiva. ¡Tal es el poder de la fe Bretoniana! Gwercus jamás volvió a moverse o hablar, para gran pena de los Elfos Silvanos. Los demás participantes en la emboscada se retiraron hasta el santuario más recóndito, donde el resto de la estirpe estaba reuniéndose.

Escenario 4: La batalla del árbol de los Escudos[]

La última parte de la Chanson de Challotte cuenta como, inspirado por la visión de la Dama de Challotte, Agravain reagrupa los restos dispersos de la emboscada peregrinación. Al mando de Agravain, los Bretonianos avanzan en dirección al sagrado santuario del grial de Challotte desafiando a los Elfos Silvanos que les impiden el paso. La batalla final se libra frente al gran Árbol de los Escudos del cual están colgados los escudos de todos los Caballeros Andantes que anteriormente se habían dirigido hacia allí y jamás han regresado.

La gesta de Agravain[]

Agravain no era el único Caballero que había llegado a la Capilla del Grial de Quenelles demasiado tarde para unirse a la columna de peregrinación. Otros muchos Caballeros habían cabalgado hacia la ciudad desde la campiña de los alrededores con la intención de unirse al sagrado peregrinaje. Tenían la intención de cabalgar tras los peregrinos al día siguiente. Entre ellos se encontraban Caballeros Andantes que creían que el peregrinaje les podía acercar más al Grial, así corno Caballeros Noveles ansiosos de demostrar su valor superando los numerosos peligros a que deberían enfrentarse durante el peregrinaje. Cuando Agravain anunció que había sido inspirado por una visión para seguir el peregrinaje, los demás Caballeros unánimemente lo proclamaron como su líder. Al despuntar el primer rayo de sol, se pusieron en marcha a lo largo de la embarrada y accidentada carretera que se dirigía hacia el Bosque de Loren.

Los Forestales vieron como este nuevo contingente de Caballeros penetraba en el bosque, e informaron de ello al Consejo de Magos. Mientras los Elfos Silvanos decidían qué hacer, Agravain y su partida de Caballeros se toparon con los restos de la columna de peregrinos, dispersos por los bosques. Los supervivientes pronto se unieron a los Caballeros, que para entonces ya estaban enfurecidos por el hecho de que este pacífico peregrinaje hubiera sido tan traicioneramente atacado.

Agravain y los Caballeros de mayor experiencia organizaron los restos de la peregrinación en una verdadera columna de marcha, capaz de defenderse en territorio enemigo. La peregrinación adoptó un aspecto más guerrero, con mayor número de Caballeros y soldados que de peregrinos. Nada podría provocar más a los Elfos Silvanos para realizar otro intento desesperado por defender sus bosques. Y por lo que respecta a Agravain, no sólo estaba afectado por el sentido del deber que le obligaba a defender a los peregrinos como el resto de los Caballeros, sino también por el deseo personal de terminar su búsqueda. Estaba convencido que esto sólo podría conseguirlo rescatando a la Dama de Challotte, donde quiera que ésta se encontrase.

El gabinete de guerra[]

Mientras los Bretonianos seguían penetrando hacia lo más profundo en el bosque, la Estirpe de los Sauces se reunió en un gabinete de guerra en medio de su claro sagrado. La discusión prosiguió hasta bien adentrada la noche.

—¿Qué habéis hecho Athelwyn? —inquirió el mago Yolath apuntando con su dedo hacia el orgulloso joven Príncipe Elfo—. ¿Por qué habéis irritado a los Bretonianos contra nosotros?

Todos los ancianos que se encontraban reunidos en el claro del consejo miraron a Athelwyn para que justificara sus acciones.

—Sólo intentaba recuperar lo que por derecho pertenece a nuestra estirpe —respondió Athelwyn—. ¡No se hicieron para sus juegos idiotas!

El mago miró a los ojos al joven Príncipe.

—¡Tomaste parte en sus juegos idiotas y entonces cometiste el error de romper las reglas! ¡Esta no es la forma de actuar de los Elfos, Athelwyn!

Tras esta reprimenda, Athelwyn se sintió estúpido y abatido, pero no delató el hecho de que algunos de los magos más jóvenes habían estado de acuerdo con su astuto plan. Sin embargo, su orgullo estaba herido. Los demás Príncipes que habían ido a Quenelles junto a él eran nobles de las estirpes vecinas. Sin duda también ellos deberían enfrentarse a la ira de sus ancianos. La verdad era que estos jóvenes Príncipes se rebelaban contra la autoridad de los Ancianos. Los rituales milenarios asfixiaban a los Elfos más jóvenes, y las tentaciones del mundo exterior atraían a sus mentes agudas e inquisitivas.

—Devolveré el Cáliz.

—Es demasiado tarde para eso, el Cáliz ya no basta. ¡Devuélvelo de la forma que prefieras, intenta apaciguarlos, pero comprobarás que ahora piden algo más, algo que no podemos darles!

—Has hablado con ellos, ¿qué es lo que buscan realmente? —preguntó el Mago Idryth, que en secreto apoyaba la acción de Athelwyn.

—¡Buscan la destrucción de nuestro bosque secreto en la isla sagrada! —respondió Yolath.

Los Ancianos reunidos quedaron horrorizados. Su bosque sagrado llevaba allí muchas generaciones. ¿Por qué los Bretonianos iban a exigirles una cosa tan terrible? Yolath sabía por qué. Contó al consejo cómo había habido una vez, hacía ya mucho tiempo, una capilla Bretoniana sobre la isla. Pero ésta había sido abandonada y con el paso del tiempo el bosque había cubierto las desiertas ruinas para reclamarlas como propias. Cuando la Estirpe del Sauce encontró un grupo de imponentes sauces creciendo sobre la isla, se habían establecido allí. Desde aquel entonces hasta el presente, la estirpe había cantado a los árboles, como todas las estirpes hacían, y los árboles habían crecido fuertes y en abundancia.

—Ahora los Bretonianos desean regresar —prosiguió Yolath—. ¡Y con ellos llegarán las plagas y las guerras y el ruido y los fuegos y el hierro y el arado y la caza!

Llegado este punto el consejo estaba furioso. Athelwyn estaba apesadumbrado por los remordimientos.

—¿Qué podemos hacer, Yolath? —preguntó con voz suavizada por el peso de la conciencia.

—Tan sólo podemos hacer dos cosas. La estirpe puede abandonar la isla sagrada y emigrar hacia el interior del bosque, o quedarse y defenderla!

El asunto fue largamente debatido por los Ancianos. Ninguno era partidario de emigrar. Olweth el Viejo plasmó en palabras lo que todos estaban pensando.

—Nuestro bosque sagrado es un lugar único, en ningún otro lugar crecen los sauces tan grandes y con tanta fuerza como lo hacen en él. ¡Por ello digo que debemos proteger el claro!

Elthryn preguntó:

—¿Puede ser que haya algo aquí que esté llamando a los Bretonianos? Con el paso de los años, muchos de sus Caballeros han venido hasta aquí en busca de algo, y hemos tenido que luchar contra todos aquellos a los que no hemos podido asustar. Ahora llegan todos juntos, formando un gran ejército. Quizás debiéramos mantenernos al margen y dejarles que se lleven lo que estén buscando.

Entonces Yolath, con su profunda sabiduría, volvió a hablar:

—Me temo que sea lo que sea lo que les llama, se encuentra escondido entre las ruinas bajo las raíces de nuestro árbol sagrado. Los Bretonianos lo talarían para conseguir lo que está enterrado debajo de él.

Athelwyn sabía que no podía permitir que esto sucediese.

—¡No dañarán a un sólo árbol mientras yo siga vivo!

En respuesta a este grito, todos los guerreros de la estime juraron permanecer junto a Athelwyn en defensa de su bosque. Se enviaron mensajes a las demás estirpes para que sus guerreros acudieran también en su ayuda.

El sueño de Agravain[]

Mientras tanto, los Bretonianos descansaban durante toda la noche no muy lejos del bosque sagrado. Agravain había apostado la guardia formando un cordón de Escuderos alrededor del campamento, y los Caballeros se reunían en pequeños grupos alrededor de las hogueras para afilar sus espadas y engrasar sus armaduras, mientras sus sirvientes asaban a la parrilla ancas de rana y caracoles condimentados con ajos silvestres del bosque.

Esa noche Agravain tuvo otro sueño. Vio a la misma dama deslizándose sola en un bote por el río. Su expresión de desesperación dio paso a otra de resignación ante su destino. Extrajo un cáliz brillante de un cofre y lo arrojó al agua. Entonces se sacó sus joyas y anillos e igualmente los arrojó a las oscuras profundidades. Por último tomó un frasco y lo llevó a sus labios, bebiendo su contenido. Entonces se tumbó en el fondo del bote y cerró sus ojos. El bote desapareció entre las brumas.

Entonces Agravain volvió a ver el bote, encallado entre las raíces de un sauce. Vio como los Elfos Silvanos se aproximaban sigilosamente y los observó mientras tomaban el flácido cuerpo de la dama y lo envolvían en un manto de hojas. Entonces la llevaron en volandas entre los árboles y campos hasta la cripta de la Capilla del Grial que había en la isla. La tendieron sobre un lecho de Fleurs de Lys, tomaron ramas de sauce y las entretejieron formando planchas con las que sellaron la puerta y todas las ventanas de la capilla. Tan hábilmente tejieron las ramas de sauce que pronto no pudo verse ningún vestigio de la capilla.

Agravain despertó, fuertemente perturbado. A él y sólo a él le había sido revelado el destino de la Dama de Challotte. Sin embargo, quedaba una última pregunta. ¿Había tomado la dama el veneno como último acto de desafío frente a sus enemigos? Si había sido así, ¿porqué los Elfos Silvanos se habían esforzado tanto para encerrarla para siempre? Quizás en realidad no estaba muerta, sólo dormía. Quizás la poción había sido un hechizo para engañar a los Elfos Silvanos. Entonces Agravain pensó en todos los Caballeros Andantes que habían sido atraídos hacia el bosque con el paso de los siglos. Caballeros que como él habían tenido las mismas visiones, pero habían fracasado en su misión y nunca habían regresado. Muchos debían haberse extraviado por las visiones de la reina de los Elfos Silvanos, o las malignas Dríades, esfumándose entre los árboles. Ahora sus escudos colgaban del Árbol de los Escudos.

Era evidente que sólo un Caballero estaba destinado a encontrar a la Dama de Challotte y a romper el hechizo, despertándola de un sueño de un millar de años. La Dama del Lago había guiado a Agravain hasta aquí y el honor le exigía que ahora no le fallase.

El Árbol de los Escudos[]

Los Bretonianos penetraron en un amplio y abierto claro de sauces. El terreno a su alrededor estaba marcado por rastros de campos abandonados desde hacía mucho tiempo, ahora cubiertos de hierba y zarzas. Se encontraban en medio del olvidado poblado de Challotte. Separada del claro por un pantano poco profundo recubierto de juncos, había una isla pequeña dominada por enormes sauces de gran antigüedad. En el centro de la isla había un montículo sobre el que crecía un nudoso sauce cuyas raíces se incrustaban entre los cascotes de mortero y los muros derruidos. Este montículo, recubierto de hiedra y musgo, era todo lo que quedaba del venerable Santuario del Grial de Challotte.

Sin embargo, había algo entre la hueste Bretoniana y el objetivo de su peregrinaje. Los guerreros de la Estirpe de los Sauces estaban sobre la isla, preparados para el combate. Los Bretonianos que ya podían ver la capilla de Challotte no tenían la mínima intención de dar la vuelta. Agravain y otros dos Caballeros se adelantaron para parlamentar con el enemigo, tal y como era la costumbre Bretoniana.

—No es necesario que haya derramamiento de sangre —dijo Agravain—. Todo lo que queremos es restaurar nuestra capilla y que se permita a nuestros peregrinos venir hasta aquí de vez en cuando. Os lo pedimos a modo de compensación por el insulto a nuestro honor que cometisteis en el torneo de Quenelles. ¿Qué tenéis que decir a ello?

Athelwyn, que conocía algunas palabras Bretonianas, se adelantó para dar la respuesta de su estirpe

—La capilla de la que habláis ya no existe. ¡Ahora crece aquí el árbol sagrado de nuestra estirpe! No permitiremos que sea derribado por vuestras hachas. Tomad este Cáliz y marchad de este lugar. No nos molestéis más con vuestras supersticiones o colgaremos vuestros escudos del árbol junto a los demás!

Diciendo esto, Athelwyn arrojó el Cáliz al suelo entre las dos líneas de batalla, y vio cómo se hundía lentamente en el agua entre los juncos, y desaparecía.

Agravain y sus compañeros miraron hacia las dobladas ramas del árbol. De ellas colgaban numerosos escudos viejos y abollados. Todos ellos reconocieron los símbolos de la Flor de Lys sobre ellos. La ira iba inflamando el corazón de Agravain a medida que observaba los orgullosos blasones heráldicos, ¡ahora convertidos en meros trofeos del pueblo del Bosque que mancillaban el honor de Bretonia! Enfurecido, gritó a Athelwyn por encima de las aguas.

—Entonces la Dama del Lago decidirá nuestro destino —y regresó al galope hasta su posición a la cabeza de la hueste Bretoniana.

Los Bretonianos avanzaron decididamente hacia las posiciones de los Elfos Silvanos; el contingente de hombres de armas del Burgo de Mayonne cantaba su canción de batalla, la Mayonnesa, a medida que se aproximaba. A una señal de Agravain, los caballeros desenfundaron sus espadas. La batalla había comenzado.

Desenlace histórico[]

No resulta sorprendente que la Chanson de Challotte proporcione una vívida descripción de la Batalla del Árbol de los Escudos, aunque desde el punto de vista Bretoniano, ¡ya que Blondel, el autor de la balada, combatió personalmente en la batalla!

A Athelwyn y los Príncipes Elfos que habían sobrevivido al torneo se les unieron varios Caballeros Elfos Silvanos de la Estirpe de Equos que habían acudido en su ayuda. Estos Caballeros estaban bien situados para realizar un ataque por sorpresa por el flanco del avance Bretoniano.

Agravain supuso que los Elfos intentarían atacar a su ejército por el flanco, por lo que concedió a los Caballeros del Grial, bajo el mando de Aloys de Montjoie, un lugar de honor en el extremo de la línea. Estos formaron en cuña con los Caballeros Noveles a su vera. Agravain esperaba que la impetuosidad de los jóvenes Caballeros les haría avanzar, provocando a los Elfos para que revelaran cualquier ataque por el flanco. Entonces los Caballeros del Grial estarían bien situados para atacar el flanco de los atacantes. En el otro flanco se situaron los Escuderos de los Caballeros que habían cabalgado junto a Agravain, incluidos Blondel y Jules. Su misión era dirigirse hacia el grupo de arbolillos que había en el borde del claro.

En el centro se encontraban los Caballeros Andantes y Agravain, acompañado por varios Caballeros del torneo de Quenelles que escoltaban a Dama Eleanor. Estos se pusieron en marcha hacia el pantano con la intención de tomar la isla de Challotte. A la izquierda se encontraban los Hombres de Armas del Burgo de Mayonne, cuyos efectivos se habían visto reducidos considerablemente respecto a la batalla anterior, y el Carro del Relicario.

Empezaron a llover flechas sobre los Caballeros desde los bosques en cuanto se acercaron más a la isla misteriosamente cubierta por la bruma. Escondido entre los árboles se encontraba Lyr el Esquivo con dos de los objetos mágicos robados en el torneo. Dispersó las bellotas, pero debido a su gran edad, sólo una Dríade surgió de ellas. Plantó la Vieja Vara y cayó de espaldas al verla crecer hasta convenirse en Guath, un Hombre Árbol de grandes y amenazadoras proporciones, que dejó escapar un gran bramido que pudo oírse a través de todo el claro.

Los Caballeros Andantes atravesaron el pantano, con Agravain y su escolta un poco más atrás. A la izquierda, los Escuderos habían hecho salir a unos cuantos Bailarines Guerreros de su escondite y luchaban en medio de una gran confusión intentando golpearlos con sus lanzas para jabalíes mientras estos se movían y los esquivaban entre los caballos. Athelwyn, al mando de los Caballeros Elfos Silvanos, abandonó su posición a cubierto y cargó, esperando atacar a los Bretonianos por el flanco mientras atravesaban el pantano. Los Caballeros Noveles pivotaron inmediatamente para enfrentarse a ellos, pero fueron interceptados por el feroz Guath. Así se inició otro combate confuso y poco claro, en el que los Caballeros eran incapaces de herir a Guath con sus Lanzas de Caballería mientras se protegían de sus demoledores golpes.

Al ver a Athelwyn, su archienemigo y causa de todos los problemas, al mando de los Príncipes Elfos, Aloys de Montjoie a duras penas pudo contener su ira. Clavó las espuelas en su Caballo de Guerra y dirigió a los Caballeros del Grial en una carga atronadora directamente hacia Athelwyn. Con dos poderosos golpes de su espada, partió a Athelwyn por la mitad. Los Elfos Silvanos que vieron caer a su general quedaron aturdidos, y empezaron a retirarse a través del pantano. Otros reaccionaron con ira y deseos de venganza. Los Caballeros del Grial de repente se vieron rodeados de Elfos por los cuatro costados, incluido Yolath que cayó en picado desde el cielo. Dos de los compañeros de Athelwyn, Aelfryc y Ulthryn, se abalanzaron sobre Aloys de Montjoie y pronto se les unieron los demás Caballeros Elfos Silvanos. Rodeado por todos lados, Aloys combatió con bravura, hasta que cayó mortalmente herido.

Los Caballeros Andantes habían cargado a través del pantano y estaban combatiendo en el bosque de sauces contra los Guardianes del Bosque. Agravain y los Caballeros que lo acompañaban surgieron de entre la bruma para ver el montículo encantado de sus sueños. En pie ante él se encontraba un solitario Héroe Elfo Silvano: Gyferth. Agravain luchó en combate singular contra el valiente y condenado Príncipe Elfo. Gyferth era en todos los sentidos un adversario valiente y hábil, pero sin embargo cayó atravesado por la Lanza de Caballería de Agravain. El resto de los Elfos Silvanos que defendían el montículo fueron rápidamente perseguidos entre los sauces y masacrados.

El sol se ponía sobre el campo devastado. La Estirpe de los Sauces había sido derrotada y Agravain y los Caballeros Andantes se encontraban en posesión de la isla sagrada. Los Elfos muertos yacían como hojas caídas alrededor del imponente Árbol de los Escudos. El coste había sido alto. Todos los Caballeros del Grial yacían muertos alrededor de Aloys de Montjoie, con sus cuerpos entremezclados con los de muchos Príncipes Elfos. Fue entonces cuando Agravain arrancó la extraña flecha de plata enredada en la trenza de Melisande que colgaba de su casco. Había sido disparada furtivamente por Yolath y estaba destinada a matar a Agravain de no haber sido por el afortunado favor de la amable y noble dama. Los supervivientes de la Estirpe de los Sauces aprovecharon la oscuridad para abandonar el campo siguiendo a Yolath, que consideró innecesario que muriera hasta el último Elfo en un combate sin esperanzas frente a un enemigo que los superaba en número.

Comentario histórico[]

La Chanson de Challotte prosigue para describir las consecuencias de la batalla. Los Bretonianos pasaron la noche buscando a sus camaradas muertos y heridos, vendando las heridas y descansando, exhaustos tras el terrible combate. Al día siguiente, con la hueste reuni-da sobre la isla de Challotte, Eleanor y las Doncellas del Grial dirigieron la bendición de los muertos. Los Bretonianos fueron enterrados alrededor del Santuario del Grial, por cuya reconquista habían luchado y muerto. Todos los supervivientes se encontraban inspirados por un gran sentimiento de fe y honor, y se arrodillaron en agradecida plegaria a la Dama del Lago. Entonces los deshonrados escudos fueron descolgados del Árbol de los Escudos. Éste fue rodeado con una cuerda que se ató a unos poderosos Caballos de Guerra. Lentamente el gran árbol fue arrancado de raíz, descubriendo el montículo encantado, y dejando al descubierto las ruinas de la capilla del Grial.

Agravain y Eleanor de Quenelles, acompañados por algunos Caballeros más, se adentraron en la cripta en ruinas e inmediatamente cayeron de rodillas impresionados por la visión que presenciaron. En pie frente a ellos se encontraba la etérea figura de una dama de incomparable belleza, exactamente igual a la que Agravain había visto en sus sueños y visiones. Esta tendió un cáliz a Agravain. Era la viva imagen del que había visto en el torneo de Quenelles, pero extrañamente irreal. Del Cáliz rebosaba un vapor sobrenatural. Agravain dio un sorbo del Cáliz. La dama lentamente se desvaneció ante su ojos hasta que no quedó ni rastro de ella. De hecho la cripta estaba vacía, sin el menor rastro sobre el mosaico recubierto de musgo que representaba una serie de Fleur de Lys. Agravain se sintió revitalizado, de hecho bendecido. Se volvió hacia Eleanor, que estaba arrodillada ante él, y ella se volvió hacia él. ¡Entonces vio que Eleanor era la viva imagen de la Dama de Challotte! ¿Cómo no se había percatado antes? ¿No había visto su rostro en sus visiones? ¿Qué clase de magia era ésta?

Desde ese día en adelante, Eleanor de Challotte ha sido la guardiana de la restaurada capilla del grial, curando a todos los que realizan la arriesgada peregrinación hasta el santuario. Allí, en medio del bosque, está protegida por su único servidor, Agravain de la Noble Gesta, Caballero del Grial de la Capilla de Challotte. O al menos. eso dice el último verso de la chanson de Challotte, cantada en las cortes de Bretonia por Blondel el trovador.

La Chanson de Challotte[]

La Chanson de Challotte fue compuesta por Blondel después de la Batalla del Árbol de los Escudos, mientras residió en la corte del Duque de Quenelles. Al componer la balada, Blondel cumplió su promesa feudal para con su Señor Agravain. A cambio, Agravain liberó a Blondel de sus obligaciones para que pudiera viajar por todo el reino cantando los heroicos hechos de honor, fe y caballería realizados para restaurar la capilla del Grial de Challotte. Esto hizo Blondel, inmortalizando a su Señor para la posteridad. La Chanson de Challotte de Blondel es considerada hoy en día una meritoria secuela de la Doncella de Challotte de Rainourt, y habitualmente se cantan ambas baladas una detrás de la otra, de forma que se han convertido en una única balada de enorme longitud. De entre todas las canciones Bretonianas, son las preferidas por las damas de Bretonia. Si deseáis cantar vos mismo esta Chanson, quizás en un banquete, debéis recordar que cada nueva estrofa deberá estar acompañada por un vivo toque de tamboril, ravel y cornamusa. ¡Como siempre, una balada Bretoniana de esta longitud sólo debería ser cantada si todos vuestros amigos están de acuerdo!

Personajes especiales[]

Bretonianos[]

Elfos Silvanos[]

Fuente[]

  • Campaña: La Gesta de Agravain.
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