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Fin trans
El trasfondo de esta sección o artículo se basa en la campaña de El Fin de los Tiempos, que ha sustituido la línea argumental de La Tormenta del Caos.
Portada Libro de Ejército 7ª edición por Alex Boyd

Los Skavens defendiendo la Madriguera Mordkin

Mannfred von Carstein nunca recordaría la carnicería bajo el Paso del Perro Loco como una de sus mejores batallas. De hecho, cuando el asunto estuvo concluido, ni siquiera lo consideró una batalla. El Señor de Sylvania era una criatura orgullosa, y habitualmente todos y cada uno de sus actos formaban parte de algún plan superior. Sin embargo, lo que le esperaba bajo el Paso del Perro Loco no era una oportunidad para demostrar sutileza ni ingenio, sino un ejercicio de apiñar cuerpos en una feroz batalla de desgaste.

Aún así, Mannfred había hecho lo que había podido para asegurarse cierta apariencia de control. Sabía que los túneles de los Skavens serían profundos y laberínticos, y resolvió no emplear a sus mejores tropas hasta que poseyera un conocimiento más amplio de lo que le esperaba. Así, envió a una oleada tras otra de zombis hacia las húmedas e inmundas profundidades. Su principal objetivo era servirse de los ojos de sus marionetas para encontrar un camino que sus Templarios de Drakenhof pudieran seguir a través de aquel foso supurante. Si en el proceso los zombis debilitaban a los enjambres de hombres rata, pues aún mejor.

Cuanto más profundamente descendía el ejército de Mannfred, más crecía el tamaño de los túneles. Aquel era un lugar desconocido para los reinos del mundo iluminado por el sol, roído desde hacía eones desde las raíces de las montañas por los hombres rata del Clan Mordkin. Venenos innombrables goteaban de estalactitas inmundas, y las bastas paredes estaban marcadas por incontables generaciones de toscos garabatos o bien ocultas bajo estructuras destartaladas de madera deformada y latón deslucido.

La resistencia skaven ante los invasores no-muertos fue esporádica al principio. Los túneles superiores eran el hogar de caudillos que habían caído tan en desgracia con el Señor de la Guerra Feskit que se habían visto obligados a establecer sus madrigueras en la periferia del territorio del Clan Mordkin. Tales hombres rata tenían poco que ganar arriesgando sus vidas en favor de Feskit. La mayoría apartaron a sus guerreros del camino de los invasores, preservando astutamente sus fuerzas, y esperando que los eventos que estaban teniendo lugar debilitaran a Feskit lo suficiente como para que surgiera la oportunidad de un desafío. Pero la ambición de otros ardía de forma tan intensa que buscaron un enfrentamiento directo, para recuperar su estatus perdido probando su valía para la madriguera. Cualesquiera que fuesen sus motivos, pocos de aquellos caudillos se dieron cuenta de la envergadura de la invasión. La mayoría cometieron el error de lanzarse de cabeza a túneles ya abarrotados de muertos descerebrados. Pronto los túneles superiores se llenaron de ruido con los chillidos desesperados de Skavens sin ningún lugar al que huir.

En los niveles más profundos de la madriguera, situada en la esquina trasera de una gran caverna abovedada, se encontraba el cubil-fortaleza del Clan Mordkin. Se trataba de una construcción destartalada y sin el menor sentido de la armonía, erigida con materiales reciclados y robados de numerosos lugares. Sus torres, aunque inclinadas en ángulos preocupantes, llegaban casi hasta el techo lleno de estalactitas, y sus muros estaban repletos de todo tipo de armamento de disformidad. En las profundidades del cubil-fortaleza, el Señor Feskit escuchó el eco de los alaridos de muerte procedentes de los túneles superiores, y supo que su reino estaba siendo atacado. No se desesperó entonces, ni tampoco cuando el primer reguero de supervivientes comenzó a relatar historias de vampiros acechando en la oscuridad. Era cierto que, con casi toda certeza, los túneles superiores estaban perdidos, pero aún le quedaban muchos miles de guerreros del clan disponibles. Alzándose sobre su abollada silla de mando, un trono enano saqueado de la fortaleza de Karak Kan, Feskit comenzó a dar órdenes imperiosas a sus esclavos. Algunos fueron enviados a buscar sus armas y armadura de su pila de posesiones, otros los mandó como mensajeros a sus caudillos (mayormente) leales, llamándolos a la batalla con promesas de ascensos y botín. El señor de la guerra desconocía lo que había llevado a Mannfred a sus dominios, y tampoco es que le importara demasiado. Sus pensamientos se centraban únicamente en la oportunidad que aquello suponía: las cenizas de un vampiro alcanzarían un gran precio en el mercado subterráneo, y pretendía reclamar aquella riqueza para si.

A medida que los no muertos se abrían paso cada vez más profundamente, el Clan Mordkin lanzó su primer contraataque sistemático. Un discordante tañido de campanas resonó a través de las cavernas, y las puertas de hueso del cubil-fortaleza se abrieron. Las mismas puertas eran el trofeo de uno de los mayores éxitos del Clan Mordkin, la cacería de Ithragar el Gusano de Fuego. Atrapado por redes, envenenado, encadenado y arrastrado bajo la superficie, el dragón había sido mantenido en un estado de aturdimiento durante semanas; muchas camadas se habían fortalecido gracias a su carne antes de que se agotara la vida de la poderosa bestia. A medida que la inmensa caja torácica se abría en dos, hordas de guerreros del clan y alimañas salían del cubil-fortaleza y marchaban a los túneles. Aquel ataque no fue dirigido por Feskit, que no veía razón alguna para arriesgarse tan pronto en lo que prometía ser una larga y peligrosa batalla, sino por Snikrat, un caudillo de rango medio. Snikrat tenía sus propios planes para el trono de Feskit, pero creía que el señor de la guerra ignoraba sus ambiciones. Así, malinterpretó aquella tarea como una oportunidad para su propia promoción, cuando en realidad se trataba de una maniobra de Feskit para librarse de un posible aspirante.

Guerreros Skavens por Karl Kopinski

Innumerables Ratas de Clan

Según avanzaban los enjambres de Snikrat para enfrentarse a la marea de muertos que se acercaba, los túneles inferiores del Clan Mordkin se convirtieron en las líneas de suministro y tuberías de desagüe de una máquina gigantesca y desalmada, cuyo único cometido era convertir carne y hueso en despojos inertes. En algunos lugares, esto se cumplió de forma literal. Engranajes, pistones corroídos y volantes motores comidos por el ácido sobresalían en los pasadizos y cavernas desde todos los ángulos. Aquellos mecanismos de factura skaven eran de un tamaño enorme y un peso increíble, y estaban siempre en funcionamiento gracias a los agitados reactores de disformidad que se encontraban en las profundidades de la madriguera. Rodeados por tal cantidad de maquinaria, a los combatientes les resultaba a menudo imposible formar filas de más de cinco o seis individuos e, incluso entonces, un único paso en falso podía suponer que un guerrero fuese atrapado y pulverizado por algún ruidoso mecanismo. Mas los vivos y los muertos también tenían un papel que jugar. Sus armas eran las cuchillas de sus respectivas máquinas, su sangre y pus el aceite que lubricaba sus engranajes.

Los zombis, empujados por la voluntad implacable de Mannfred von Carstein, se abalanzaron ciegamente sobre las lanzas y espadas que les apuntaban, sus dedos putrefactos buscando cuellos y ojos skavens incluso mientras sus cuerpos eran hechos pedazos. Los Skavens mostraban no menos determinación. Cuando luchan en pequeños grupos en territorio ajeno, son guerreros cobardes y oportunistas, pero cuando un clan se ve obligado a defender su madriguera, los hombres rata luchan como las bestias acorraladas que son. Y tal era el caso. Los Skavens rajaban a los zombis con lanzas y alabardas y, cuando el combate resultaba demasiado apretado para las espadas, o cuando las armas les eran arrebatadas, golpeaban al enemigo con garras y dientes afilados. Las ratas surgían de las profundidades y se abalanzaban sobre los no muertos en un frenesí enloquecido, excavando profundamente en los torsos en descomposición y devorándolos desde dentro. Sin embargo, no importaba lo desesperadamente que se afanaran, ningún skaven podía igualar la perseverancia absoluta e insensible de los esbirros de un vampiro. Poco a poco, los hombres rata fueron obligados a retroceder.

Snikrat ordenó entonces avanzar a los lanzallamas de disformidad. A sus alaridos de mando, las armas forjadas por el Clan Skryre vomitaron llamas verdes en los túneles. El fuego se desencadenó indiscriminadamente, incinerando a guerreros del clan y zombis por igual. Las ratas desbordaron los pasadizos, chillando con rabia mientras intentaban escapar de las llamas. Y aún así, los no muertos continuaron avanzando, caminando implacablemente a través de corredores y cámaras llenas de muertos mutilados por el fuego. Algunos se incendiaban a medida que avanzaban, resquebrajándose y desprendiéndose su piel según el fuego de disformidad los atravesaba. Una y otra vez ordenaba Snikrat desatar los fuegos, y una y otra vez las llamas verdes achicharraban los túneles, pero los no muertos seguían ganando terreno, ardiendo como antorchas. Snikrat se dio cuenta de que los túneles estaban perdidos, y huyó a las profundidades del cubil-fortaleza. No dio ninguna orden de retirada, pero los guerreros del clan igualmente lo siguieron en tromba. Los hombres rata podían oler la derrota en el aire, y se despedazaban unos a otros mientras huían, dejando a los lentos y a los débiles a merced de los muertos despiadados. A medida que los Skavens se retiraban, cedían los puntales de madera, debilitados por el potente fuego de disformidad. Muchos túneles se derrumbaron completamente, sellando a vivos y muertos en tumbas de roca.

Zombies por Karl Kopinski

Los Zombis de Mannfred

La lucha llegó finalmente a la última línea de defensa - un abismo sin fondo que separaba a los túneles exteriores de la gran caverna que constituía el corazón del cubil-fortaleza del Clan Mordkin. Sobre el abismo se extendía una especie de puente largo y tortuoso, una sucesión ancha y desigual de tablones, palos, telas impregnadas de brea y otros detritus. Se trataba de una estructura que ningún enano o humano habrían considerado aceptable - ni en la que confiarían para soportar su peso - pues tenía un aspecto totalmente desvencijado, pero para los Skavens era suficiente. No había ninguna otra forma de cruzar el abismo, al menos no en una legua en cualquier dirección, pues hacía mucho que el Clan Mordkin había socavado todas las demás rutas para así prevenir infiltraciones o ataques de clanes rivales.

Mientras Snikrat huía a través del puente, ordenó que se prendiera fuego a su destartalada madera. Las llamas tardaron en prender, pues la madera estaba llena de lodo y basura, pero nada resistía al abrasador fuego de disformidad. La pasarela no tardó en arder por los cuatro costados. Cuando la vanguardia de la torpe horda de Mannfred alcanzó el centro del puente, la torturada estructura crujió, se agitó y entonces, con una elegancia totalmente desconocida en aquel lugar mísero y deprimente, se derrumbó perezosamente en el abismo.

A salvo en el lado de la madriguera, Snikrat estalló en agudas risas mientras más zombis emergían de los tuneles y eran empujados al abismo por las descerebradas filas que venían detrás. Su estrategia había funcionado a la perfección, o al menos era lo que le diría al Señor de la Guerra Feskit. Los intrusos estaban ahora bloqueados por el abismo, y los Skavens podían bombardearlos a placer. Snikrat ordenó abrir fuego a los equipos de armas de disformidad posicionados en la cornisa, y entonces se marchó pavoneándose a informar a Feskit de su "éxito".

La destrucción del puente fue, al fin, motivo suficiente para que Mannfred se involucrase personalmente en la batalla. No todos los túneles se habían colapsado durante la lucha, y el Señor de Sylvania y sus caballeros cabalgaron a través de los más anchos entre los que quedaban. Para cuando llegó al abismo, en la cornisa de enfrente se había reunido un pequeño ejército de tiradores rata. El aire estaba lleno del hedor de la tosca pólvora negra skaven, y retumbaba con los silbidos y estallidos de proyectiles de piedra bruja que pasaban volando sobre la hendidura. Los zombis no hacían intento alguno por esquivar los disparos, pues no era aquella la voluntad de Mannfred, y se había amontonado una gran pila de cuerpos destrozados al filo del abismo.

Ordenando a sus templarios que esperasen en la relativa seguridad del túnel, Mannfred desmontó y caminó hasta el borde del precipicio, aparentemente despreocupado ante el peligro. En cuanto divisaron al vampiro, muchos de los tiradores skavens apuntaron sus armas hacia él. La mayoría dispararon con demasiadas prisas, y las balas desperdiciaron su ímpetu en la roca, o bien en la carne de los zombis. Sin embargo, la puntería de un mosquetero jezzail fue buena, y con un fuerte estallido envió un pedazo de piedra bruja a gran velocidad hacia el cráneo de Mannfred. Sin apenas inmutarse por el ataque, el vampiro se movió con elegancia hacia un costado, y la bala pasó a su lado sin tocarlo.

Mannfred von Carstein FdlT

Mannfred von Carstein

Mannfred permaneció inmóvil, ignorando los proyectiles que silbaban a su alrededor, concentrando toda su atención en extraer la magia de las rocas de la caverna y de los fragmentos de piedra bruja agotada. Nada sucedió al principio, pero entonces los cadáveres que se amontonaban a sus pies comenzaron a moverse. Como si fueran uno, los muertos acribillados a balazos y ennegrecidos por el fuego se alzaron y caminaron hacia el filo del abismo. Algunos fueron alcanzados por disparos desde el otro lado y se derrumbaron, pero continuaron avanzando a rastras. Cuando los primeros zombis alcanzaron el borde, Mannfred giró su mano con brusquedad. La ola de no muertos se estremeció a medida que sus huesos se retorcían de manera irregular y antinatural, formando lanzas dentadas que se libraron de la carne arruinada y se anclaron profundamente en el suelo de roca. Los zombis siguientes se aproximaron al borde, y se produjo un sonido desgarrador a medida que aquellos también se desprendían de sus carnes. Esta oleada no se incrustó en la cornisa como sus predecesores, sino que se arrastró y ancló sobre los que habían ido antes. Más y más zombis avanzaron tambaleándose a través de la lluvia de balas y, por momentos, el puente de hueso ensangrentado creció.

Los equipos de artilleros al otro lado del abismo no eran tontos. Su cadencia de disparo aumentó a medida que el puente cadavérico iba tomando forma. Nadie podía acertarle un tiro a Mannfred, y todos los huecos que conseguían hacer en el puente eran rápidamente rellenados por la siguente oleada de zombis. Aún así, continuaron sus esfuerzos, cargando y disparando tanto como podían, las pistolas y jezzails y amerratadoras disparando un proyectil tras otro a través de la sima. Con las prisas, algunos se volvieron descuidados y explosiones atronadoras resonaron a través del abismo a medida que las armas comenzaban a fallar, a menudo lisiando o matando a sus portadores. Otros empezaron a dar un paso atrás después de cada disparo, alejándose constantemente de la perdición que se acercaba. Habrían hecho mejor si directamente hubiesen huido. Cuando los últimos huesos dentados se clavaron en la roca del lado skaven, Mannfred montó sobre su silla y mandó cargar a los Templarios de Drakenhof.

El puente de hueso tembló cuando los caballeros vampiros cargaron a través de su superficie cadavérica, pero aguantó. Viendo a la muerte cabalgando en tropel hacia ellos, los Skavens dispararon una última andanada, abandonaron sus armas y huyeron hacia el túnel que había tras ellos. Ninguno de los hombres rata avanzó más de veinte pasos antes de que la lanza de un templario se clavara en su espalda o cráneo. Sin pausa, Mannfred se precipitó en el interior del túnel. El Señor de Sylvania quería zanjar la cuestión cuanto antes. Podía sentir cómo vibraba la Garra de Nagash a medida que se acercaba a su némesis - la Espada Cruel estaba cerca.

Al final del túnel, en la gran caverna-fortaleza del Clan Mordkin, Snikrat yacía moribundo, su garganta destrozada por los dientes de Feskit. El señor de la guerra estaba indignado - al menos, había esperado una defensa competente por parte de su lacayo, pero el fracaso de Snikrat significaba que ahora tendría que hacer frente al vampiro en sus mismísimas puertas. Feskit podía ganar, eso lo sabía, pero ya había perdido a miles de guerreros del clan, y parecía que la victoria resultaría aún más costosa.

En las horas que siguieron, Feskit dirigió a sus esbirros hacia los túneles para intentar rechazar al vampiro. Contaba con bestias mutadas adquiridas a gran precio al Clan Moulder, artilleros del Clan Skryre, renegados de otros clanes, siete regimientos enteros de alimañas y esclavos y guerreros del clan casi incontables. En total, era suficiente para invadir una gran ciudad, pero no para detener a los intrusos. El vampiro y sus caballeros demostraban ser muy superiores a los defensores, incluso superados en número seis o siete a uno, y las limitaciones de los túneles impedían a los caudillos de Feskit disponer de mayores ventajas. Peor aún, aquellos que caían a manos de los invasores pronto se agitaban de vuelta a la vida y atacaban a sus antiguos camaradas. Ya era bastante malo cuando los resurgidos eran meros guerreros del clan, pero el vampiro había tenido las agallas de reanimar a la abominación que había sido el gozo y orgullo de Feskit antes de caer atravesada por una docena de lanzas. Los devastadores golpes de la bestia aplastaron a casi dos veintenas de alimañas antes de ser derribada por segunda vez.

Acechante Nocturno por Eric Polak Warhammer Online

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A Feskit lo consternaba que sus lacayos fueran incapaces de realizar la tarea que les había encomendado, y en muchas ocasiones consideró tomar personalmente las riendas de la defensa. Cada vez, se recordaba a sí mismo cómo sufriría el Clan Mordkin si él muriese, y enviaba a otro caudillo en su lugar. El problema era que se estaba quedando sin esbirros a los que mandar. Feskit había empezado enviado a aquellos cuya lealtad resultaba dudosa, como Snikrat. Cuando estuvieron todos muertos, el señor de la guerra había despachado a aquellos caudillos en los que casi confiaba, y cuando esos también perecieron, permitió que aquellos a quienes consideraba leales se pusieran en peligro en la batalla. Todos habían fracasado; todos habían muerto.

Los invasores se encontraban ya cerca de las murallas del cubil-fortaleza, y a Feskit no le quedó otra que arriesgar la prosperidad de su clan acudiendo personalmente a la batalla. Consolándose con el alto precio de la ceniza de vampiro, Feskit ordenó que se sellaran las puertas. Todavía contaba con un arma que podría derribar al intruso, y fue entonces a tomarla.

Mannfred se encontró al fin ante los altos muros del cubil-fortaleza y exhaló un suspiro teatral. Las murallas eran, como todas las construcciones skaven, una negligente amalgama de materiales de construcción - a duras penas un desafío para alguien que había humillado algunas de las mejores fortalezas que podía ofrecer el Imperio. El Señor de Sylvania no albergaba duda alguna de que podría abrumar aquellos muros - incluso bajo la batería de fuego de mortero y rayos de disformidad que comenzaba a salir disparada de las torres inestables - pero aquello requeriría tiempo, y cada hora que perdía allí era una hora que Arkhan tenía para regresar a Sylvania y acometer todo tipo de diabluras. Durante un brevísimo momento, Mannfred ponderó intentar una negociación con el señor de la guerra skaven, pero entonces decidió que no soportaría tener que hablar con aquella estúpida sabandija. Decidió resignarse a un asedio convencional. Había suficientes muertos en los pasadizos superiores como para asaltar las murallas, si los comandaba a hacerlo. Entonces la mirada del vampiro recorrió de nuevo las puertas, y esbozó una leve sonrisa.

Feskit acababa de salir de la cueva donde guardaba su botín personal cuando comenzaron los gritos. En las garras de una mano sostenía su hoja de confianza, en la otra una espada de gromril encajado con piedra bruja. La espada había llegado a sus manos hacía más de una década, poco después de matar al anterior líder del Clan Mordkin en combate singular. En todos los años posteriores, Feskit sólo había tomado el arma unas pocas veces; en parte porque temía que uno de sus leales lacayos lo matara por la espada, pero sobre todo porque siempre se sentía extrañamente agotado cuando dejaba la espada a un lado. Sólo se había enterado de la verdadera procedencia del arma algunos años atrás, después de pagar una cantidad extraordinaria de piedra bruja a un vidente ciego, que le había asegurado que aquella era la legendaria Espada Cruel, matadora de reyes y de cosas peores que reyes, y portadora de locura y muerte para todo aquel que la empuñase. Feskit no había cogido la espada desde aquel día, temiendo el daño que podría causarle, pero siempre había sabido que se vería obligado a arriesgarse a usarla de nuevo. Además, hacía un instante se había convencido de que aquellos arrastrados a la locura por la espada habían sido unos debiluchos, pálidos imitadores cuya voluntad no era sino una sombra de la suya. Feskit dominaría la Espada Cruel donde otros habían fracasado; haría pedazos a aquel vampiro entrometido y clavaría su cráneo en lo alto de un estandarte. ¡A lo largo y ancho del Imperio Subterráneo, todos sabrían que Feskit de Mordkin tenia un poder digno de consideración! Entonces el señor de la guerra llegó a la sala llena de desperdicios que se encontraba más allá de las puertas principales, y se dio cuenta de que el vampiro ya no era el mayor de sus problemas.

Ejercito de mannfred

El ejército de Mannfred se enfrenta a los Skavens

Feskit contempló el espectáculo con una mezcla de ira y desesperación. Su cubil-fortaleza, el orgulloso bastión del Clan Mordkin durante milenios, había sido quebrado. Caballeros embutidos en armaduras de placas, algunos con la pálida tez de los vampiros, otros sin ningún tipo de carne, cabalgaban aquí y allá tras las murallas, sus lanzas y espadas atravesando a los guerreros del clan y alimañas que luchaban para contenerlos. En el montón de ruinas donde se había encontrado una vez la puerta, una figura solitaria se sentaba sobre la grupa de un caballo de huesos, agitándose su capa a medida que los espíritus atados a la tela trataban desesperadamente de escapar. En cuanto a la puerta en sí, los restos mortales de Ithragar, potenciados por hechicería oscura, vagaban ahora a voluntad tras las murallas, cobrándose una ansiada y sangrienta venganza contra los descendientes de aquellos que habían devorado su carne. Feskit observaba con creciente horror cómo el dragón reanimado se alzaba, hundía sus garras en el flanco de una torre, y derribaba toda la estructura en una lluvia de escombros y estridentes guerreros del clan.

La ojos de Feskit volvieron a la puerta en ruinas, buscando al arquitecto de sus desdichas, pero su mirada se había posado demasiado tiempo en el dragón, y Mannfred ya no estaba allí. En la mayoría de enfrentamientos, el Señor de Sylvania se deleitaba con crueldad en jugar con sus oponentes, burlándose de la cultura de duelos del hombre que una vez había sido, pero no esta vez. El vampiro conocía bien el poder de la Espada Cruel, y no tenía intención de enfrentarse a su portador - por mucho que se tratara del líder mediocre de una raza cobarde - en nada que se pareciera lo más mínimo a un combate justo. Prevenido por un instinto fruto de una vida de desconfianza, Feskit se dio la vuelta para ver que el vampiro se encontraba ahora a su lado. Con un grito desafiante y de frustración, el señor de la guerra blandió la Espada Cruel en un potente tajo. De haber acertado el golpe, habría partido en dos incluso a un vampiro sobrenaturalmente resistente, pero fue tan lento como una eternidad.

Con una facilidad despectiva, Mannfred dio un paso dentro del arco del ataque, agarró el antebrazo del señor de la guerra, y lo dislocó con un movimiento violento. Al mismo tiempo, el vampiro clavó la punta de su propia espada a través de la oxidada pechera y el escabroso torso del señor de la guerra. Feskit chilló y cayó de rodillas, con la Espada Cruel rebotando con estrépito contra el suelo. El señor de la guerra sujetó los mutilados huesos de su antebrazo con su mano libre, pero la sangre - demasiada sangre - salía a borbotones de la herida y formaba ya un charco a sus pies. Con un último gemido, el Señor de la Guerra Feskit del Clan Mordkin se desplomó sobre su propia sangre viscosa.

Arrancando la Espada Cruel del cadáver ensangrentado de Feskit, Mannfred subió otra vez a su montura y ordenó retirada a sus caballeros. Entonces, ignorando a los skaven que continuaban luchando a lo largo y ancho de la caverna, volvió su espalda al derruido cubil-fortaleza y comenzó el largo regreso a la superficie. Su regalo de despedida tanto a Ithragar como a los Skavens del Clan Mordkin fue magia suficiente para sustentar los huesos roídos del dragón durante varios días, pero en cuanto a quién se alzaría vencedor, a Mannfred no le importaba. El Señor de Sylvania tenía su premio, y aún quedaba mucho trabajo por hacer.

Nagash se alzaría de nuevo, y nada detendría a Mannfred.

La Batalla de la Madriguera Mordkin
Prefacio | Contendientes | Batalla

Fuente[]

  • The End Times I - Nagash.