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=== La fuga de Kajetan ===
 
=== La fuga de Kajetan ===
   
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Cuando se disponía a tratar de descansar un poco, vio por la ventana que Vladimir Pashenko entrnaod en la embajada. Maldijo silenciosamente para sí mismo. De todos los días posibles, aquél era el menos indicado para recibirlo. Pero el cargo que ostentaba le obligaba a cumplir con su deber. Al verlo, comprobó que el jefe de los Chekist tenía el rostro furibundo, y su cólera manifiesta indicaron a Kaspar que algo grave había sucedido.
   
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Junto a un furioso diatribas y numerosas maldiciones hacia su persona, Pashenko le informó que habían atacado el cuartel de los Chekist, trece de sus hombres estaban muertos, y que Sasha Fjodorovich Kajetan había escapado de su cautiverio. Aquella noticia fue totalmente desmoralizadora, y le pidió a Pashenko que se tranquilizara, y le explicara que había sucedido, ya que le costaba creer que Kajetan, con lo debilitado que estaba, hubiera sido capaz de escapar por su cuente.
   
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Pashenko le informó que, según los testimonio de los supervivientes, dos intrusos entraron en el edificio y se abrieron paso matando a diestra y siniestra, hasta las celdas. Eran dos personas, pero solo una mató a sus hombres. Era alguien con túnica negra y capucha e inusitadamente rápido. Kaspar se dio cuenta que se trataba del mismo asesino que les había atacado en el Lubjanko. No quería entrar en detalles acerca de su reciente cooperación con Vassily Chekatilo ante el jefe de los Chekist, así que le preguntó por el otro intruso.
   
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Pashenko le dijo que era una mujer, pero los supervivientes del ataque la describieron de distintas maneras. Unos decían que era un mujer joven, otros que era una anciana. Para unos era rubia, para otros tenía la cabellera oscura, y algunos aseguraban haber visto una cabellera de color castaño rojizo. También había contradicciones en cuanto al color de los ojos y su complexión física, pero todos coinciden en que era muy bella, y que les resultó difícil levantar una espada contra ella. Todos aseguraron que tenía la facultad de irradiar, como si debajo de la piel tuviera focos de luz, por lo que aquello solo podía ser obra de la brujería.
Ante esta situación Kaspar decide retomar su cargo como general imperial y acompañar al ejército hasta [[Urszebya]], los Dientes de [[Ursun]], un receptáculo de gran poder mágico y una localización muy importante para los kislevitas. El objetivo de Aelfric es corromper aquel lugar con la magia del caos y con ello contaminar la tierra con su mácula para siempre.
 
   
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Aquellas palabras causaron a Kaspar una fuerte impresión al recordar que Sofía había descrito de forma similar algo que le había sucedido mientras se encontraba recluida en el funesto ático de Sasha Kajetan; se había referido a una luz mágica que había hablado con voz de mujer. No le había podido ver el rostro, pero el hecho de que esa persona acompañara al asesino encapuchado no parecía ser una simple coincidencia y establecía entre los dos sucesos un posible nexo.
El combate fue encarnizado entre ambas fuerzas, aunque al final los ejércitos aliados salieron triunfantes. Kaspar tuvo un papel importante en aquella contienda y fue uno de los artífices que provocaron la caída de Aelfric Cyenwulf, salvando con ello la nación de Kislev, sin embargo, resultó gravemente herido durante la lucha, muriendo poco después.
 
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Algo de lo que Pashenko había dicho le había medio despertado un débil recuerdo; pero el recuerdo no despertó por completo hasta que Sofía entro en el despacho, angustiada ante al oír la noticia. Al ver al cabellera castaño rojiza de la doctora, comprendió finalmente como controlaban a Kajetan. Comentó que cuando vio el esqueleto que él había desenterrado en su antiguas tierras, recordó que el el cráneo todavía conservaba algunos cabellos castaño rojizos. Exactamente el mismo de cabello de Sófia, lo que explicaría por que no la mató, su locura le hizo creer que era su madre. Así era como la misteriosa mujer controlaba al espadachín, usaba magia para hacer que creyera que su madre había vuelto con él. Todos sus asesinatos fueron por ella.
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Pashenko siseó que ahora nadaba suelto, y culpó al embajador del próximo asesinato que cometiera. Tenía que haber colgado a Kajetan hacía semanas, pero se dejó convencer por Kaspar para mantenerlo con vida para descubrir lo que le había convertido en un monstruo. Kaspar quiso replicar por sus acusaciones, pero era consciente de que Pashenko estaba en lo cierto. Preguntó que se estaba haciendo para capturarlo y si podría ayudarles. El jefe de los Chekist le respondió que nada. En esos momento había demasiada gente en Kislev y no contaba con el personal suficiente para buscarlo, además que quien lo sacó de la mazmorra lo mantendría bien oculto. La única opción que tenían era esperar a que su locura lo incitara a salir de su escondrijo para matar, pero habría víctimas. Tras esto, Pashenko se marchó del despacho.
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Sofía sintió un escalofrío, y Kaspar le puso el brazo en torno a los hombros para tranquilizarla, asegurando que no creía que Kajetan iría de nuevo a por ella. La mujer negó con la cabeza y respondió que lo que la preocupaba es que fuera a por él.
   
 
== Fuentes ==
 
== Fuentes ==

Revisión del 16:08 15 feb 2025

NO TOCAR, PENDIENTE DE MEJORA

Kaspar von Velten el Embajador por Andrew Hepworth

Kaspar von Velten acompañado por Caballeros Pantera

Kaspar von Velten es un viejo general del Imperio. A pesar de estar retirado es enviado, en calidad de embajador de la nación vecina del sur, a la ciudad de Kislev en la corte de la zarina Katarin. Kaspar no está habituado a las intrigas del poder y de la política cortesana, y tiene que lidiar con situaciones a las que nunca se había enfrentado como serían: tratar los temas de manera diplomática (y no militar) y mantener la alianza entre el Imperio y el reino de Kislev en los tiempos revueltos previos a la Tormenta del Caos.

A pesar de verse a sí mismo en un principio como inadecuado para semejante cargo de responsabilidad, ante la situación de encontrarse en suelo ajeno en una sociedad cuyas costumbres le sorprenden, Kaspar consigue salir adelante utilizando la experiencia en el campo de batalla y los recursos de sus años de mando para persuadir, influir y salirse con la suya en la política de la corte.

Descripción

Durante su época como general, Kaspar von Velten fue un oficial imperial muy capaz, de gran valor personal, y un líder militar inspirador. Aunque conoce perfectamente la técnica de la guerra, las sutilezas diplomáticas y la etiqueta de la vida de la corte son un misterio para él.

Admira la disciplina militar, así como la ferocidad apasionada de kislevitas, si bien, aborrece los derramamientos de sangre productos de la guerra, especialmente de aquellos generales cuya idea de victoria es la de enviar contingentes de soldados contra el enemigo hasta que acaben derrotados, lo que le generó algunas enemistades entre sus pares.

Sin embargo, su reputación se había extendido más allá de lo que él creía, y cuando requirieron su presencia en el palacio de la condesa para ofrecerle aquel cargo, se dio cuenta de que no podía rechazarlo.

Desprecia las atrocidades de todo tipo y todas las formas de maldad, corrupción y abuso de poder. Su código inflexible de honor hace comparta la actitud de zarina de negarse a dejar a su pueblo en épocas oscuras y difíciles para viajar a Altdorf para una reunión de gran importancia.

A pesar de su avanzada edad, aún es un guerrero capaz, aunque en ocasiones le hacen actuar temerariamente al olvidarse de que ya no tienen tanta fuerza como antes, pero no se deja amedrentar contra las amenazas y no duda en hacer frente contra cualquier peligro que atente contra sus allegados y aliados, y la seguridad de su nación, a la que profesa una gran lealtad

Historia

Alto, estás caminando por la senda del Hereje. Si continúas, corres riesgo de... perderte.
Este artículo puede contener spoilers de El Embajador, Los dientes de Ursun

Pasado

A los dieciséis años, Kaspar von Velten se alistó a los ejércitos del Emperador Luitpold, sirviendo durante casi cuatro décadas. Primero se unió a un regimiento de lanceros, pasano los seis años siguientes luchando sucesivamente en Averland contra varios señores de la guerra orcos. Recorrieron y lucharon por todo el Imperio, ganándose una buena reputación. Abatieron a las bestias que cazan en los bosques oscuros, a las tribus de norteños que realizaban incursiones en Kislev y en Ostermark, y a cualquier enemigo que se acercara con la muerte en el corazón.

Portada El Embajador por Paul Dainton Kaspar von Velten

Kaspar von Velten en Kislev

Ascendió a la jefatura de su regimiento y luchó al lado del mismísimo emperador Karl Franz en la batalla de Norduin. Con los años siguió ascendiendo en la línea de mando hasta tener el honor de estar al frente de ejércitos enteros a las órdenes de su emperador. Con el tiempo, se convirtió en uno de los generales más renombrados del ejército imperial, no habiendo perdido una batalla, hatsa el punto de ser admirado por otros comandantes, incluido extranjeros.

En algún punto de su vida, Kaspar contrajo matrimonio. Su esposa, Madeline, tenía el corazón débil, y su preocupación por causa de sus ausencias la mantenía bajo una enorme tensión. Cuando Kaspar regresó del campamento de los Reinos Fronterizos, consiguió licenciarse del ejército de un modo honorable, promocionando a un oficial llamado Hoffman para que ocupara su cargo, y se retiró a Nuln junto a su esposa Madeline. Ella había procurado que fuera un visitante habitual en la corte real de Nuln ya que conocía mejor que él el valor del patrocinio de la Condesa Electora Emmanuelle von Liebwitz y, a pesar de sus protestas, lo arrastró a todos sus legendarios bailes de máscaras y fiestas. Los relatos sobre la guerra y sobre la vida de campaña siempre interesaban a los decadentes cortesanos y hacían de él un popular invitado de palacio, a pesar suyo.

Su vida continuó así hasta que, desafortunadamente en el año 2518, su esposa falleció repentinamente. A Madeline le dio un ataque en su jardín mientras arreglaba los rosales. El sacerdote de Morr le dijo que su corazón dejó simplemente de latir, que no tenía más vida que ofrecer. Dijo que ella no había sentido nada, lo cual Kaspar supuso que fue una suerte dentro de la desgracia. Tras la muerte de Madeline, Kaspar abandonó la sociedad cortesana y dedicó más y más tiempo a estar solo en una casa que de repente le parecía mucho mayor y mucho más vacía que antes. A su puerta continuaban llegando invitaciones de palacio, pero él solo asistía a las funciones que resultaban absolutamente imprescindibles.

Sin embargo, su reputación se había extendido más allá de lo que él creía, y tres años después del fallecimiento de su esposa, sus servicios fueron requeridos por el emperador.

Nuevo embajador imperial

Corría el año 2521 del calendario Imperial. El principio de ese año se había producido la invasión de una gran horda del Caos que había atravesado Kislev a sangre y fuego, y para verano ya había invadido el Imperio. Zonas enteras de Ostermark, Ostland y del sur de Kislev habían sido devastadas por el paso de los ejércitos, y la hambruna desoló el paisaje como un ávido asesino. Después de la calamitosa derrota de Aachden, decenas de miles de miembros de tribus, ebrios de sangre, habían puesto bajo asedio la ciudad de Wolfenburgo.

Las esperanzas de la nación ahora se basaban en la resistencia de aquella gran ciudad del norte hasta la llegada del invierno, cuando el ejército enemigo sería víctima del frío y del hambre. Aún así, había partidas sueltas que causaban estragos por el territorio kislevita, y había noticias y rumores sobre que se estaba formando un segundo ejercito de bárbaros que se disponía invadir las tierras del Viejo Mundo en algún momento inminente.

Bajo este contexto, la presencia de Kaspar fue requerida en el palacio de la condesa. Había recibido una misiva del propio Karl Franz donde se le ofrecía el cargo de embajador en Kislev, substituyendo al embajador actual, Andreas Teugenheim, el cual estaba demostrando no ser adecuado para el puesto. Aquella fue una oferta que Von Velten, siempre leal al emperador, no pudo rechazar, partiendo hacia Kislev aquella misma semana. Se necesitarían hombres versados en la guerra para garantizar que estarían dispuestos a pelear junto a los kislevitas, y Kaspar sabía que sus años de servicio en los ejércitos de Karl Franz lo convertían en el candidato ideal para el cargo. O eso esperaba.

Tras varias semanas de travesía, la comitiva de Kaspar finalmente llegó a la ciudad de Kislev. Con él estaba su ayudante Stefan Reiger, el amigo más antiguo y leal de Kaspar, y también una escolta de dieciséis Caballeros Pantera, incluido el capitán Kurt Bremen. Kaspar quedó impresionado ante la magnifica e imponente capital del reino de Kislev, pero a medida que se acercaba, vio a centenares de refugiados aglomerándose en las murallas exteriores, kislevitas que huían de los ejércitos del norte en dirección al sur, y había comunidades enteras que ahora eran poco más que ciudades fantasma.

Al poco de entrar en la ciudad, Kaspar se fijó en un carruaje noble que avanzaba en dirección contraria por las calles, y que los kislevitas se apartaban jubilosos al paso del vehículo sin el refunfuñar que habitualmente acompañaba su propia marcha. Antes de perderlo de vista, Kaspar vislumbró por la ventana abierta a una hermosa señora de cabello negro como ala de cuervo.

Kaspar volvió a fijar la atención en la calle mientras se preguntaba quién sería aquella mujer, cuando se interpuso en su camino un sacerdote kislevita de aspecto desquiciado, gritándole que la cólera del Carnicero caería sobre él. Kurt intervino para espantar al demente, y continuar su camino hacia la embajada del Imperio. En cuanto llegaron al edificio, tanto Kaspar como Kurt quedaron sorprendidos y furiosos ante lo que se encontraron.

Kaspar había leído las cartas del embajador Teugenheim durante el viaje desde Nuln y había previsto que la embajada tendría un aspecto algo decadente, pero jamás hubiera creído que la encontraría en el estado de dejadez y abandono con el que ahora aparecía a su vista. Las ventanas de los edificios estaban tapiadas con tablas de madera; la obra de sillería presentaba grietas y roturas, y en las puertas habían pintado una ilegible inscripción kislevita. De no ser por los guardias displicentes y de aspecto desaliñado, Kaspar hubiera pensado que el edificio estaba abandonado.

Kaspar volvió a fijar la atención en la calle mientras se preguntaba quién sería aquella mujer, cuando se interpuso en su camino un sacerdote kislevita de aspecto desquiciado, gritándole que la cólera del Carnicero caería sobre él. Kurt intervino para espantar al demente, y continuar su camino hacia la embajada del Imperio. En cuanto llegaron al edificio, tanto Kaspar como Kurt quedaron sorprendidos y furiosos ante lo que se encontraron.

Kaspar había leído las cartas del embajador Teugenheim durante el viaje desde Nuln y había previsto que la embajada tendría un aspecto algo decadente, pero jamás hubiera creído que la encontraría en el estado de dejadez y abandono con el que ahora aparecía a su vista. Las ventanas de los edificios estaban tapiadas con tablas de madera; la obra de sillería presentaba grietas y roturas, y en las puertas habían pintado una ilegible inscripción kislevita. De no ser por los dos guardias apoyados en alabardas, Kaspar hubiera pensado que el edificio estaba abandonado.

Acompañado por Kurt y otro caballero pantera llamado Valdhass, se dirigió de inmediato hacia el despacho de Teugenheim, comprobando que el aspecto negligente y desocupado de la embajada era aun más patente dentro del edificio, habiendo sido desposeído de todo muebles y decoración. Cuando entraron en el despacho, se encontraron a Teugenheim acompañado por un kislevita rollizo. Kaspar von Velten se presentó como su substituto en el cargo de embajador, entregándole las credenciales que así lo probaba y las órdenes de que debía volver a Altdorf, pues se acercaban tiempos tenebrosos, y no estaba en condiciones de afrontarlos.

Teugenheim leyó los documentos, cerciorándose de que podía regresar a casa. Con aire alicaído, Teugenheim aseguró haberlo intentado lo mejor posible. Kaspar se dio cuenta de que no dejaba de lanzar rápidas y melancólicas miradas hacia el enorme kislevita. Cuando Andreas marcho para preparar su equipaje, le preguntó quien era. El kislevita se presentó como Vassily Chekatilo, asegurando ser amigo personal del embajador. Kaspar le dijo que ahora él era el nuevo embajador y por tanto debía marcharse si no tenía ningún asunto que tratar con él. No le gustó nada la actitud fanfarrona y despreciativa que mostraba el kislevita hacia él, cosa que hizo que Kaspar fuera mas amenazante en sus exigencias. Antes de marcharse, Chekatilo le advirtió que era un hombre poderoso en Kislev y que no le convenía que fuera su enemigo.

Asentado una vez en la embajada, Kaspas lo fue preparando todo para su nuevo puesto. Tras escribir una misiva en la que solicitaba una audiencia con la Reina del Hielo para tener la oportunidad de presentarse oficialmente, a su despacho llegó Pavel Korovic, un viejo amigo suyo de cuando aún estaba en el ejercito y ahora hacía de enlace kislevita para los embajadores del Imperio. Los dos pasaron un buen rato hablando de su reencuentro y bebiendo, si bien Kaspar lo hacia con moderación en contraste con su energético amigo, hasta que le preguntó quien era Vassily Chekatilo.

Pavel le advirtió Chekatilo que era un hombre peligroso que tenía sus manos metidas en muchos asuntos ilegales y que no dudaba en usar la violencia contra quienes no podían pagar sus «impuestos». Cuando preguntó que hacia entonces con Teugenheim, Pavel sugirió que probablemente cometió el error de contraer una deuda con el señor del crimen y le estaba vendiendo la embajada para pagarla. El kislevita deseó que Chekatilo tuviera un encuentro con el Carnicero. Al oír esto, el interés de Kaspar se avivó de repente, y le preguntó quien era ese Carnicero del que muchos hablan.

Pavel le respondió que era un asesino en serie que lleva un tiempo aterrorizando las calles de Kislev, habiendo matado a hombres, mujeres y niños. Extirpaba el corazón de las víctimas y se comía su carne. Hasta el momento nadie lo ha atrapado. Tras esto, Kaspar dio por terminada la velada, pues le quedaban días de mucho trabajo.

Una semana después de su llegada, Kaspar junto con Kurt y Pavel, se reunió con los treinta guardias de la embajada, soltándoles un buen rapapolvo por su deplorable aspecto, su baja forma y su actitud displicente. Les aseguró que serían duramente entrenados hasta convertirlos en soldados dignos del emperador. Uno de los guardias, un hombretón desaliñado y de aspecto de darle mucho a la botella llamado Marius Loeb, protestó en tono burlón y despreciativo. Ante esto, el embajador le dijo que no era mas que un borracho, un ladrón, y un vago que no valía para nada, y que mañana se largaba de la embajada.

Furioso, Loeb trató de golpearlo, pero Kaspar lo vio venir y le derribó con un buen directo a la cara. Aún así, el guardia continuo atacándolo. Pese a su avanzada edad y a que le costó un poco, Kaspar consiguió doblegarlo a golpes, ordenando que le curaran las heridas y que mañana mismo regresaba al Imperio. Mientras sus camaradas se inclinaban para recoger al inconsciente Loeb, un joven soldado se acercó a Kaspar. Presentándose como Leopold Dietz, le aseguró que el resto de soldados no eran como Loeb, y le aseguró que demostrarían que estarían a la altura de sus expectativas, palabras que satisficieron a Kaspar.

Mientras se recuperaba la pelea, llegó a la embajada una comitiva procedente del palacio. En ella estaba Piotr Ivanovitch Losov, consejero jefe de la zarina Katarin, dándole a Kaspar la bienvenida al reino de Kislev, y entregándole una mensaje oficial que contenía una cordial invitación para ser presentado aquella misma noche a la zarina en el Palacio de Invierno. Kaspar accedió asistir al palacio, informando a Losov que su enlace kislevita y el capitán de sus guardias lo acompañarían.

Cuando Losov marchó, Kaspar advirtió que Pavel parecía hostil hacia consejero jefe, y le preguntó si ya se conocían. Pavel confirmó en tono neutro que así era, pero no añadió nada más. Kaspar dejó el asunto para más adelante.

En el Palacio de Invierno

Tras engalanarse adecuadamente con lo ayuda de Stefan, Kaspar viajó acompañado por Kurt y Pavel al Palacio de Invierno, donde tenía un lugar un evento que reunía a la flor y nata de la sociedad kislevita. Kaspar volvió a reencontrarse con Losov, presentándole formalmente a sus acompañantes. El embajador pudo notar que el desprecio de Pavel hacia el consejero jefe era reciproco. Losov le pidió que le acompañara para mostrarle el palacio mientras esperaban a la llegada zarina.

Mientras contemplaba las maravillas del palacio, Kaspar advirtió que en una sala estaba teniendo un duelo de exhibición particular, en el que un solo espadachín se enfrentaba a cuatro adversarios. Kaspar pregunto quien era ese guerrero. Losov dijo con orgullo que era Sasha Fiodorovich Kajetan, líder de uno de los escuadrones más gloriosos de la Legión del Grifo de la zarina, cuya familia tiene haciendas en una región cercana al Tobol. Kaspar consideró que cuatro contra uno no parecía una pelea muy equilibrada, pero se quedó sin palabras al ver como Kajetan derrotaba a sus adversarios con una facilidad inusitada. Tras este espectáculo, siguió a Losov a una galería llena de retratos de los anteriores zares y reinas Khan.

Mientras Losov hablaba sobre los antiguos soberanos y las obras de arte, Kaspar se distrajo fijando su atención en una mujer de cabello negro. Cuando captó un destello de la maliciosa sonrisa de la dama, un tenue recuerdo le revoloteó en la memoria, pero no lo pudo atrapar. Kaspar se dio cuenta de que Losov había seguido avanzando y se apresuró a alcanzarlo, pero chocó con otro invitado y le derramó el vino sobre la chaqueta de piel.

Horrorizado, Kaspar trató de disculparse por el incidente, pero lo que vino fue una ristra de maldiciones. Se trataba de un boyardo un poco achispado por la bebida, que al ver que era del Imperio, no paró de insultarlo de un modo horrible a él y a su nación. Antes estas ofensas, Kaspar estuvo a punto de encararse con el kislevita borracho, pero Losov intervino para calmar la situación.

El boyardo dirigió su atención hacia Losov y luego escupió en el suelo frente a Kaspar; se dio la vuelta y se fue tambaleándose a otra sala. El consejero jefe se disculpó ante Kaspar por la actitud del boyardo, y el embajador trató de no darle mas importancia, avergonzado por su pérdida de control.

Al poco rato, la zarina Katarin finalmente hizo acto de presencia en toda su mayestática gloria, siendo aplaudida por todos los invitados. Cuando se acercó a Kaspar, el embajador pudo sentir el frío que exudaba la soberana de Kislev, fruto de sus poderes mágicos. La zarina le dio la bienvenido a su reino y esperando que tuviera más éxito que su predecesor. Von Velten le agradeció su invitación y esperaba estar a la altura de su puesto.

La velada continuó. Se quitaron las alfombras de una sala para permitir que los comensales pudieran bailar. La multitud aplaudía al paso de la zarina y Kaspar se unió a los aplausos; al poco se le heló la sonrisa cuando una delicada mano se deslizó en la suya y lo apartó de la pista de baile. Al darse la vuelta reconoció a la dama de cabellos oscuros que antes había estado buscando, y finalmente se dio cuenta que era la misma mujer que vio cuando llego a la ciudad.

Ella la invitó a que la siguiera a una galería adyacente, y Kaspar la siguió. La dama se presentó como Anastasia Vilkova, y mantuvieron una agradable conversación hasta que fueron ininterrumpido por un joven caballero. El embajador le reconoció como el guerrero que había ofrecido la sorprendente exhibición de esgrima, y también se percató que lo miraba con odio.

Anastasia le presentó a Sasha Kajetan, y Kaspar trató de ser cortés, pero Kajetan estaba enfurecido con él por estar hablando con Anastasia. Von Velten aseguro que sus intenciones eran honorables, y que no sabía que él y madame Vilkova formaban pareja, aunque Anastasia le corrigió que Sasha y ella no era una pareja, solo viejos amigos. Aún así el espadachín seguía reprochándole su actitud hacia ella. Kaspar empezó a sentir una animosidad hacia Kajetan debido a sus celos, el cual sugirió la idea de un duelo entre ambos. Anastasia intervino para la situación no fuera a más, interponiéndose entre los dos hombres.

A escondidas de Kajetan se sacó del escote una hoja de papel doblada y la puso en la mano de Kaspar. Al tiempo que un unánime suspiro de consternación llegaba desde la sala principal, la dama se inclinó hacia adelante y susurró que eran instrucciones para llegar a su casa. Luego enlazó su brazo con el de Kajetan y se alejó con el espadachín. Mientras advertía que Kurt Bremen se le acercaba con rostro severo, Kaspar asintió con la cabeza y deslizó el papel en el bolsillo del pecho de su camisa. Preguntó al Caballero Pantera que pasaba, y este le informó que la ciudad de Wolfenburgo había caído.

Bajo al vigilancia del Chekist

Tras la noticia de la caída de Wolfenburgo, Kaspar regresó de inmediato a la embajada, a la espera de que llegaran más noticias sobre la situación. Mientras pasaban los días, se dedicó a reformar el edificio, pagando de su propio bolsillo para volver a amueblarlo y devolverle la grandeza original. A su ayudante Stefan le parecía que era un idiota que estuviera gastando su propio dinero, pero Kaspar consideraba que había que mantener los estándares y pasaría tiempo antes de que llegase más dinero de Altdorf.

En otro orden de cosas, también hablaron sobre la situación de la guerra. Jinetes y mensajeros llegaban de forma esporádica, con confusos y contradictorios rumores provenientes del Imperio. Stefan le informó que había hablado con unos arcabuceros de Wissenland, cuyo regimiento había sido destruido en la batalla de Zhedevka y desde entonces habían estado subsistiendo de forma muy precaria. Le habían dicho que los kurgans estaban hostigando las tierras del sur y estaban acampados en las afueras de Talabheim, aunque Kaspar dudaba de eso, pues ningún ejercito podría cubrir distancias tan considerables en tan poco tiempo. Presuponía que, con la llegada del invierno, los kurgans volverían al norte y marcharían de nuevo hacia Kislev.

Kaspar estaba fatigado, y el estrés de los últimos días estaba empezando a pasarle factura. Las peticiones de audiencia elevadas a la zarina para hablar de la cooperación militar se veían invariablemente bloqueadas, aunque Piotr Losov le había asegurado que la Reina del Hielo le concedería una audiencia tan pronto como pudiera. Entonces preguntó a su ayudante donde estaban acuartelados los arcabuceros de Wissenland. Este le dijo ellos y unos cuantos cientos de almas más se encontraban acampadas extramuros, malviviendo como podían. Kaspar le ordenó que averigua quién los mandaba para que fuera a verlo. Y también que averiguase qué ocurrió con las provisiones que fueron enviada a Kislev.

Kaspar discutió la situación con su amigo Pavel, hasta que oyeron un griterío procedente del patio situado ante la embajada. Fueron inmediatamente a ver que pasaba, encontrándose cerca de un centenar de personas empujaban la valla de hierro profiriendo insultos guturales hacia el edificio y hacia los Caballeros Pantera que se habían retirado prudentemente tras las verjas y se habían apresurado a cerrarlas. La muchedumbre se agolpaba en torno a una sollozante mujer vestida de luto.

Con Pavel como traductor, Kaspar quiso saber que pasaba. La mujer acusaba al embajador de haber asesinado a su marido. Kaspar no comprendía por que era acusado de aquel crimen y Pavel le aclaró que la victima era Alexei Kovovich, el boyardo borracho que lo insultó en el palacio de la zarina. Kaspar maldijo al comprender la absurda situación. Le pidió a Pavel que le trasmitiera sus condolencias a la viuda pero le aseguró que él no tenía nada que ver con su muerte. Así lo hizo el kislevita, pero la multitud estaba excitada y furiosa, y en torno a la verjas empezaron a reunirse los Caballeros Panteras y los guardias de la embajada.

Repentinamente aparecieron una veintena de jinetes que empezaron a golpear a la furibunda multitud con porras y disparar por encima de sus cabezas hasta se dispersaron. Kaspar pregunto que quienes eran, y Pavel le respondió con tono sombrío que eran Chekist, una especie de guardias de la ciudad, pero mucho peores. El líder de estos se presentó como Vladimir Pashenko, y que tenía que hacerle una preguntas. Pese a insistir en su inocencia, Kaspar se sintió ultrajado cuando Pashenko lo interrogó como si creyera seriamente que él tuviera algo que ver con la muerte del boyardo. Así se lo hizo saber y le reprochó que tratara de intimidarlo con su interrogatorio, pidiéndole a que se marchara y le permitiera seguir con sus funciones de embajador. Pashenko se marchó tranquilamente sin montar una escena, y Pavel advirtió a Kaspar que tuviera cuidado, pues ni siquiera su cargo como embajador lo protegería de los Chekist si estos decidían ir a por él.

Tras este desagradable incidente, la vida continuó en la embajada. Para seguir estando en forma pese a su edad, Kaspar tuvo un duelo con uno de sus caballeros, aunque fue derrotado sufriendo un aligera herida en el hombro. Fue inmediatamente atendido por Sofía Valencik, una doctora que su ayudante Stefan Reiger había contratado para que fuera la médico personal del embajador. Mientras Sofía le trataba la herida, Kaspar reflexionaba sobre los últimos acontecimientos, tanto en Kislev como a nivel personal.

La ciudad se estaba llenando de demasiados refugiados, y sabía que la zarina no tardaría en tener que bloquear las puertas de la ciudad dejando a muchísimos de sus súbditos fuera de aquel refugio. Kaspar ya había tomado antes aquella decisión y no envidiaba a la zarina cuando ordenara cerrar las puertas. Aún recordaba las caras implorantes en el exterior de las murallas de Hauptburg cuando se había visto obligado a cerrar las puertas para salvar la ciudad del saqueo de las tribus de pieles verdes.

Las tensiones fueron en aumento, y los guardias de la ciudad y los chekist habían tenido que abortar varias violentas escaramuzas entre gente hambrienta que peleaba para conseguir comida. Muy de vez en cuando vislumbraba la armadura negra de un chekist entre la muchedumbre y se preguntaba si Pashenko había ordenado que lo siguieran. No le habría sorprendido, pero poco podía hacer cuando fuera hacerle una visita a Anastasia Vilkova. Aquella mujer lo intrigaba a Kaspar y, aunque no tenía el menor deseo de volver a tener que enfrentarse a los celos y a la ira de Sahsa Kajetan, no tenía la menor duda de que se sentía atraído por ella, creyendo que a pesar de la brevedad de su encuentro se había generado una química natural entre ambos.

Una vez Sofía hubo acabado de suturar la herida y aplicado una gasa, Kaspar le rogó que le hablara de Anastasia Vilkova. Ella le dijo que era una mujer noble originaria de Praag, y que su marido había sido asesinado hacia varios años. Según los rumores, se había implicado en asuntos turbios que entraban en competencia con las de los delincuentes de los bajos fondos, y que uno de los jefes de la banda hizo que lo asesinaran cuando regresaba de una casa de mala reputación. Tras esto, se hizo cargo de los negocios de su marido y prescindió de los asuntos que entraban en competencia con aquellos hombres. Ahora era una mujer muy rica y donaba grandes cantidades de dinero a diversos hospicios y casas de caridad de la ciudad, y por ello era muy apreciada por los ciudadanos.

Siguiendo las direcciones que le había dado, Kaspar fue hacerle un visita a Anastasia, escoltado por un par de caballeros pantera. La dama le invitó a entrar en su casa y charlaron como viejos amigos de temas intrascendentes hasta que acabaron hablando de temas mas serios, como el asesinato del boyardo Kovovich, donde Anastasia le dio todo su apoyo. Cambien hablaron sobre los motivos que llevaron a Kaspar a aceptar el puesto de embajador en Kislev.

La conversación terminó derivando sobre sus fallecidas parejas. Ella hablo que su difunto marido Andrej era una buena persona pero que se involucró en unos negocios de Vassily Chekatilo, muriendo poco después. Aunque poco se hizo al respecto, y que no podía probarlo, Anastasia estaba segura que Chekatilo estaba detrás de la muerte de su esposo. Anastasia no pudo contener las lagrimas al pensar en esto, y Kaspar la consoló, prometiendo que no permitiría que la volvieran a hacer daño.

Cuando se disponía regresar a la embajada, Kaspar se encontró con Kajetan acompañado de sus guerrero. El espadachín estaba furioso por verlo allí, recordándole que le había ordenado que se mantuviera alejado de Anastasia. Kaspar replico que ella lo había invitado y no tenía por qué darle explicaciones de lo que hiciera. El espadachín no dejaba de mirarlo con odio y hostilidad, y al desenvainar su curvado sable de caballería, Kaspar sacó una pistola y apuntó con ella a Kajetan. Los guardaespaldas de Kaspar y los guerreros de Kajetan también desenvainaron sus armas. La álgida tensión se prolongó por espacio de largos segundos, hasta que una voz cortante les ordenó a todos que depusieran las armas.

Se trataba de Vladimir Pashenko, acompañados por diez chekist que les estaban apuntando con carabinas de cañones cortos. A regañadientes, obedecieron, y Kaspar le preguntó si había dispuesto a sus hombres para que lo siguiera. Pashenko confirmó que así era, después de todo, era sospechosos de asesinato, aunque en aquella situación debería alegrarse de que lo hiciera, pues se hubiera metido en muchos problemas si hubiera matado a Kajetan. Igualmente, advirtió al espadachín que también hubiera acabado mal si mataba al embajador, y ni siquiera su fama lo protegería de los chekist. Kajetan no se dejó intimidar por sus amenazas, pero se marcho de allí junto a sus guerreros.

Pese a que aquel hombre le desagradaba, Kaspar le dio las gracias Pashenko por su ayuda. El jefe del chekist que no le diera las gracias tan pronto, admitiendo sin tapujos que una parte de él quería dejar que Sasha le matara, pero es considerado un héroe por los kislevitas, y la gente no hubiera aprobado que lo colgaran. En cambio él, no disfrutaba de esa privilegiada condición, y por lo tanto estaría muy pendiente sobre a quién apuntaba con su pistola.

Problemas Diplomáticos

Kaspar siguió poniendo en orden la embajada, hasta la llegada de unas cartas oficiales del Imperio, en el que se le preguntaban qué acciones habían sido tomadas para impedir futuros saqueos de sus mercancías. El embajador no tenía ni idea de a qué se referían hasta que se pasó un fatigoso día examinando las cuentas del anterior embajador, y tras atar cabos, descubrió que las provisiones y suministros de armas y materiales que llegaban desde el Imperio para las tropas estacionadas en Kislev eran desviadas. El emperador había enviado una fortuna en provisiones a Kislev, pero muy pocas habían llegado a manos de quienes las necesitaban desesperadamente.

Matthias Gerhard, un mercader encargado por el Comisariado del Imperio de realizar su distribución, se dedicaba a robar las mercancías y acusaba a los kislevitas de ser los responsables de ello. La furia de Kaspar creció ante esta fechoría, por lo que esperó pacientemente la llegada de una nueva embarcación fluvial con suministros. Tras cuatro días, finalmente fue informado de la llegada, por lo que fue inmediatamente al puerto con los caballeros pantera. Usando su autoridad, ordenó a los estibadores que descargaran toda la mercancía. Una vez finalizado, Kaspar les dijo que se largasen, quedándose allí con los caballeros para custodiar la mercancía mientras aguardaban a Matthias Gerhard.

Como había esperado, el mercader había ido en busca de las provisiones al comprobar que estas no habían llegado a sus almacenes a la hora prevista. Kaspar se encaró con Matthias, acusándolo de robar los suministros para después venderlos al mejor postor en lugar de enviarlo a quienes los necesitaban. Matthias se mostró calmo y seguro de si mismo a pesar de la situación en la que se encontraba. Harto de aquella actitud, Kaspar lo arrojó al gélido río y lo dejó un rato debatiéndose desesperadamente en las frías aguas antes de sacarlo.

El remojón hizo que Matthias perdiera sus confianza y se mostrara más abierto a las nuevas directrices del embajador. Le ordenó que todo lo que todavía tenía y todo lo que llegara del Imperio a partir de ese momento iría a manos de quienes lo necesitaban. Aunque por lo que había echo se merecía que lo arrojara a las mazmorras, todavía lo necesitaba para coordinar la distribución de los suministros a los soldados y a la gente de la ciudad. Su ayudante Stefan trabajaría a su lado para asegurarse de que no tratara de engañarlo. Kurt le expresó su inconformidad por los brutales métodos que estaba empleando. Kaspar admitió que a él tampoco le gustaba pero que a veces era necesario. Ordenó que llevaran a Matthias a su casa y que algunos caballeros lo vigilasen. Ya enviaría más tarde a Stefan y a Sofía para asegurarse de que el mercader no cayera enfermo por el remojón.

Durante los siguientes cinco días, con la ayuda de Anastasia, Kaspar llevó carros cargados de indispensables provisiones para su distribución entre los extenuados y hambrientos soldados de la ciudad, lo que elevó enormemente la moral de las tropas del Imperio estacionadas extramuros, y el embajador se sintió satisfecho y realizado al ver como había mejorado los ánimos. La presencia de Anastasia era de gran ayuda para caminar por las calles sin problemas debido a sus actos de caridad con los más pobres. Kaspar constató que todavía había tensión en las calles, lo cual era comprensible. Recientemente el Carnicero había asesinado a una familia entera mientras dormía en un resguardado callejón no lejos de los muelles.

Tras la última distribución, regresó a la embajada acompañada por la noble kislevita, advirtiendo a su llegada de un fardo cubierto con una tela roja depositado ante la verja. Con cautela, empezó a de desenvolverlo, dándose cuenta que la tela era un fajín carmesí de los que habitualmente llevan los boyardos kislevitas. Al fin, el contenido del fajín quedó al descubierto sobre el empedrado, Anastasia chillo angustiada cuando cuatro corazones humanos quedaron al descubierto.

Kaspar tranquilizó a Anastasia y la acompañó al interior de la embajada, donde Pavel los esperaba en las escaleras del vestíbulo. El voluminoso kislevita le informó que habían llegado unos jinetes de Altdorf y que le esperaban en su despacho. El embajador fue de inmediato a atenderlos, y esto le hicieron entregas de unas cartas que debía leer. Si los corazones no hubieran sido suficientes sorpresas desagradables, las cartas provenían del propio emperador, y le informaban de malas noticias, las peores que podría recibir en esos momentos

Alexander, primo de la zarina Katarin, había sido asesinado en Altdorf. Inveterado jugador e infame libertino, debía considerables sumas a varios establecimientos, y sus agentes lo encerraron en la prisión de deudores más cercana sin escuchar sus peticiones de clemencia. A la mañana siguiente, cuando las autoridades se enteraron de los sucesos de la noche anterior, se armó un considerable revuelo ante semejante ruptura del protocolo. No obstante, el revuelo se transformó en horror cuando descubrieron que Alexander había sido violado y asesinado por los prisioneros de la celda. Aunque era conocido por todos que Katarin detestaba a su primo, su muerte podría desencadenar una guerra entre ambas naciones.

Acompañado por Pavel y escoltado por varios Caballeros Panteras, Kaspar se dirigió de inmediato al palacio de Invierno para presentarle las disculpas de su nación por la muerte de su primo, aunque apenas era capaz de imaginar la furia de la zarina ante la ignominia perpetrada contra su familia. La sola idea de presentarse ante ella sabiendo la actitud que tendría le causaba un terror que le oprimía las entrañas. Hubiera preferido enfrentarse a un ejército de pieles verdes antes que tener que encararse con la terrible ira de la furiosa hechicera.

Alexander, primo de la zarina Katarin, había sido asesinado en Altdorf. Inveterado jugador e infame libertino, debía considerables sumas a varios establecimientos, y sus agentes lo encerraron en la prisión de deudores más cercana sin escuchar sus peticiones de clemencia. A la mañana siguiente, cuando las autoridades se enteraron de los sucesos de la noche anterior, se armó un considerable revuelo ante semejante ruptura del protocolo. No obstante, el revuelo se transformó en horror cuando descubrieron que Alexander había sido violado y asesinado por los prisioneros de la celda. Aunque era conocido por todos que Katarin detestaba a su primo, su muerte podría desencadenar una guerra entre ambas naciones.

Acompañado por Pavel y escoltado por seis Caballeros Panteras, Kaspar se dirigió de inmediato al palacio de Invierno para presentarle las disculpas de su nación por la muerte de su primo, aunque apenas era capaz de imaginar la furia de la zarina ante la ignominia perpetrada contra su familia. La sola idea de presentarse ante ella sabiendo la actitud que tendría le causaba un terror que le oprimía las entrañas. Hubiera preferido enfrentarse a un ejército de pieles verdes antes que tener que encararse con la terrible ira de la furiosa hechicera.

Cuando faltaba poco para llegar, el carruaje en el que viajaban se topó con una muchedumbre encolerizada por la muerte de Alexander, que los insultó, les lanzó piedra y finalmente se lanzaron contra ellos. Los caballeros Pantera trataron de mantener a raya a la furiosa multitud, atacando con el plano de sus espadas, pero eran demasiado para contenerlas, y Kaspar sus acompañantes se llevaron unos cuantos golpes. Los guardias del palacio se mantuvieron ajenos a los que estaba pasando durante varios minutos, hasta que finalmente salió una veintena de caballeros que cabalgaron entre la muchedumbre tajando con las espadas hasta ahuyentar a la multitud.

Magullados y hechos un desastre, Kaspar y Pavel fueron llevados de inmediato ante la zarina. El consejero jefe Losov trató de disculparse por lo ocurrido, pero Kaspar tenía claro que aquello había sido a propósito. Una vez ante la presencia de Katarin, hablando en nombre del emperador, Kaspar le ofreció sus disculpas y su mas sentido pésame por la muerte de su primo. La zarina le respondió con una serie de reproches sobre como el Imperio despreciaba el reino de Kislev, que solo lo veía como un muro de contención contra las amenazas del norte sin que le importara la muerte de sus súbditos.

Kaspar apretaba los puños mientras la Reina del Hielo lo increpaba. No podía creer que la soberana tuviera la desfachatez de sugerir tales cosas, pues soldados del Imperio habían muerto y seguían muriendo en Kislev. Mientras la Reina del Hielo continuaba riñéndolo, Kaspar notó que su estado de ánimo, ya alterado por la violencia sufrida poco antes de su llegada, amenazaba con sacar lo mejor de sí mismo.

Finalmente no pudo aguantar más las acusaciones de la soberana, y con una total falta de protocolo y respeto, le echo en cara que desde siempre ambas naciones han peleado una al lado de la otra en su lucha contra las tribus del Caos. En esos momentos compatriotas suyos estaban dando su vida para mantener su reino a salvo, y miles de soldados del emperador estaban acampados al otro lado de estas murallas, pasando frío y hambre, pero listos para hacer frente al enemigo pasase lo que pasase, por lo que no pensaba seguir aquí oyendo cómo sus insultos caen sobre las cabezas de hombres de tanto coraje.

Portada Los Dientes de Ursun por Paul Dainton

Todo en la corte se quedaron boquiabiertos por sus duras y ofensivas palabras, y el embajador podía a oír como Pavel rezaba por lo bajo a Ursun para que los salvara. Kaspar esperaba que la zarina emplease su magia de Hielo para acabar con su vida pero, para sorpresa suya, le pidió amablemente que lo acompañase. Enlazó con su brazo ardientemente frío el de Kaspar y acompañó al embajador a través de las escaleras principales, dejando a todos a su paso confusos y atónitos.

El embajador y la Reina del Hielo avanzaron en silencio y se alejaron hasta que ya no se oía a los que habían dejado atrás en la sala. La Reina del Hielo se detuvo ante el gigantesco retrato de su padre, Radii Bokha, montado a horcajadas sobre Urskin, el oso monstruoso. Confuso, Kaspar le preguntó por que no lo había matado después de su reacción. La Reina del Hielo soltó una risita y le explicó que su primo Alexander no era una persona agradable y por eso lo envió al Imperio para apartarlo de su vista. Aún así, debía guardar las apariencias dar la impresión de estar absolutamente consternada por su muerte. Kaspar protestó por su excelente papel, dejándolo en mal lugar a él.

La Reina del Hielo soltó una carcajada ante su evidente incomodidad. Le explicó que a su padre le encantaba decir que no se fiaría nunca de un hombre que tuviera miedo de perder la calma, por ello sus boyardos eran unos brutos y discutidores, pero eran leales, honestos y sinceros. Si a su padre le fue bien esa filosofía no veía por que a ella no. Por eso había tratado de enojarlo, para comprobar que era un hombre con fuego en el corazón y con el alma de un kislevita.

En esta ocasión fue Von Velten quien soltó una carcajada, diciendo que era demasiado hijo del Imperio para eso. Katarin le corrigió. Ya había luchado por Kislev anteriormente y el país le había vuelto a llamar cuando más se le necesita. Kaspar aseguró que estaba allí solo por que su emperador se lo había solicitado, pero la zarina le aseguró que eso era irrelevante. Estaba previsto que estuviera allí y todavía le quedaba mucho por hacer, aunque el qué era algo que debía averiguar.

El Carnicero ataca

Kaspar, junto con Pavel y los caballeros, regresaron a la embajada. El camino de vuelta transcurrió sin novedad, pero mientras caminaba con cierta dificultad, dedujo que algo iba mal al observar las tensas expresiones de los guardias de la entrada. Al llegar a su despacho vio que le esperaban Kurt Bremen y el jefe de Chekist Vladimir Pashenko, que tenían funestas noticias. Aquella misma mañana, el Carnicero había atacado la casa de Matthias Gerhard. Uno de los dos caballero pantera apostados allí había muerto y el otro estaba mal herido. Bremen añadió que Stefan Reiger también estaba muerto, mientras que no había ni rastro de Sofía Valencik ni de Matthias Gerhard.

Kaspar quedó devastado por esa noticia y fue inmediatamente a la mansión de Gerhard acompañado por Bremen y Pashenko a la escena del crimen. El despacho de Gerhard estaba hecho un desastre y había sangre por todas parte, pero lo que más llamaba la atención era un mensaje escrito en sangre «Todo fue por ella». Las primeras investigaciones elucubraban que el Carnicero mató a Stafan tan rápido que ni le dio tiempo a defenderse, y que luego escapó allí llevándose dos caballos del establo, uno para él y otro en el que llevar a sus prisioneros. Cuando Kaspar preguntó por el mensaje en la pared, Pashenko admitió no tener ni idea a que se refería, pero que el asesino estaba tratando de decirle algo al embajador. El qué lo ignoraba, pero asociando los corazones que había dejado en la embajada, por la razón que sea, el Carnicero se había fijado en Von Velten.

Transcurrieron dos días desde aquel terrible acontecimiento, y pese a las investigaciones, no se había dado con ninguna pista sobre el paradero de El Carnicero o sus victimas. Anastasia fue cada día a la embajada para tratar de consolar y animar a Kaspar. Sin embargo, sugirió que tal vez el Carnicero no fuera el responsable. Anastasía aseguraba que Sofía había trabajado para Vassily Chekatilo anteriormente, y que probablemente el mafioso estaba detrás de aquel ataque y del secuestro de la doctora.

Con esta nueva información, Kaspar fue directamente al burdel regentado por Chekatilo, acompañado por Pavel y Bremen, que estaban allí tanto para protegerlo como para evitar que cometiera alguna locura. El señor del crimen los recibió en su antro, acompañado por su guardaespaldas Rejak. Al ver a Pavel, le preguntó si le traía a otro embajador del Imperio para que lo corrompiera. Pavel agitó la cabeza precipitadamente y, cuando Kaspar lo miró con expresión enojada, clavó la vista en el suelo.

Kaspar dejando aquello a un lado y aguantándose el odio que sentía hacia Chekatilo, le explicó que necesitaba desesperadamente su ayuda. Una buena amiga mía, había desaparecido, y creía que tal vez el podría ayudarle a encontrarla, ya que había trabajado para él en el pasado. Cuando le dijo que se trataba de Sofía Valencik, Chekatilo le aseguró que, aunque de vez en cuando venía al burdel a curar y asistir a sus chicas, nunca trabajó para él, por mucho dinero que le ofreciera. Kaspar aclaró que había sido secuestrada por el Carnicero. Chekatilo respondió que lo más probable es que ya hubiese sido asesinada por aquel loco, pero Kaspar estaba convencido que aún estaba viva.

Pese a todo, el gordo kislevita se comprometió a ayudarlo a encontrarla, tenia muchos ojos y oidos por la ciudad de Kislev por lo que si encontraba algo se lo comunicaría, pero le advirtió que de hacerlo, estaría en deuda con él y en algún momento tendría que devolverle el favor. Desoyendo las advertencias de Pavel, Kaspar le aseguró que su palabra era de hierro y cuando la daba jamás la traiciona, así que aceptó las condiciones de Chekatilo.

Durante los días que siguieron a la reunión, el tiempo continuó empeorando; la sabiduría y experiencia de los más ancianos proclamaba que aquél podía ser el invierno más duro desde los tiempos de Radii Bokha, el gran zar. Los días pasaron sin tener noticia alguna al respecto de Sofía. A pesar de esto, Kaspar se negaba a perder la esperanza de que pudiera seguir con vida.

Después de visitar a Chekatilo, Kaspar le contó a Anastasia lo poco que había descubierto; ella lo abrazó estrechamente y le advirtió que no confiara en la palabra de un criminal como aquél. Kaspar deseaba dejarse convencer, pero su intuición de que Chekatilo decía la verdad se impuso. Anastasia siguió con la distribución de suministros a los soldados y refugiados, aunque Kaspar insistió en que lo hiciera desde la embajada, para evitar que también fuera victima del Carnicero, por lo que ocupó las habitaciones adyacentes a las de Kaspar.

La relación entre ambos se estrechó llegando incluso a hacer el amor. Ella le ayudaba a llevar la situación lo mejor que podía pero también preparándolo para lo peor. Para distraer su mente de la pronunciaciones, Kaspar mantenía charlas con Anastasia, hablándole del desarrollo de la guerra y los últimos movimientos tanto de los kislevitas como del Imperio para hacer frente a la amenaza del norte. También, de tanto en cuanto, se dedicaba a cuidar de su caballo Magnus.

Mientras se ocupaba de su corcel, Pavel se le acercó para hablar con él. El saber que había estado involucrado en que Teugenheim cayera en las garras de Chekatilo supuso un duro golpe para él. Su viejo amigo trató de disculparse por su error, asegurando que él no lo llevó al burdel de Chekatilo, si no que se limitó a hacer lo que Teugenheim quería. Kaspar le reprochó sus actos y su comportamiento, pero decidió no seguir aquel asunto. Le advirtió que si estaba relacionado con algo más desde antes de su llegada a Kislev, su larga amistad de años podría terminar.

Mientras hablaban sobre si se sabía algo de Sofía, se oyeron gritos y sonido de cascos de caballo provenientes de la parte frontal de la embajada. Al acudir allí, vio que se trataba de Sasha Kajetan. Kaspar no tenía ganas ni la paciencia de lidiar con los celos del espadachín, por lo que empuño sus pistolas y se situó entre los Caballeros Panteras que guardaban la entrada. Le advirtió que le dispararía si se acercaba, y que debía aceptar que Anastasia no lo amaba. Kaspar apercibió que Kajetan estaba llorando y tenía el rostro transido de congoja. También que salía sangre por las mangas de su camisa de lino.

Kajetan le aseguró que necesitaba su ayuda. Necesitaba hablar antes de que ya no pudiera hacerlo nunca más. Kaspar no tenía ni idea de lo que estaba diciendo, así que le ordenó que le dijera lo que le tenia que decir y que se largara. Kajetan respondió que ella le había dicho que los ayudaría, y cuando le preguntó a quien se refería, el espadachín gritó con voz aguda que Matka, y arrojó algo brillante a Kaspar.

Creyendo que se trataba de un arma, Kaspar se agachó por instinto y apretó los gatillos de las pistolas. Tras los disparos, los Caballeros Pantera acudieron rápidamente en defensa del embajador y lo apartaron de las rejas rodeándolo con sus cuerpos protegidos con armaduras. Kajetan había desaparecido, y en la nieve vio el objeto que le había lanzado. Kaspar se percató de que no se trataba de un cuchillo, como había pensado en un primer momento, si no de un cepillo de plata y con incrustaciones de perlas, en cuyas púas había algunos cabellos castaño rojizos.

Eran cabellos de Sofía.

En busca de Sasha Kajetan

Al comprender que Sasha Kajetan tenía retenida a Sofía, Kaspar y todos los Caballeros Pantera que podían montar fueron inmediatamente tras él. Pavel le había proporcionado la ubicación del lugar donde estaba acuartelada la Legión del Grifo y, si bien no había ninguna garantía de que Kajetan estuviera allí, era un lugar tan bueno como otro cualquiera para comenzar la búsqueda. En el preciso instante en el que había saltado sobre la silla de Magnus, Anastasia había salido corriendo a su encuentro con una expresión de furia contenida igual a la suya. Le pidió que, si Sasha había hecho daño a Sofía, que lo matara.

Su precipitada y desorganizada cabalgada por Kislev había transcurrido como en una nebulosa, pues demasiadas emociones pugnaban a la vez por imponerse en la cabeza de Kaspar como para permitirle pensar con claridad: cólera, venganza, miedo y, sobre todo, esperanza. La posibilidad de recuperar a Sofía le retumbaba en la cabeza reforzando su cólera hacia Kajetan. Se preguntaba si aquello era complot nacido de su retorcida visión del amor y los celos.

Llegaron hasta el acuartelamiento de la Legión del Grifo y cruzaron las puertas a la carga. Kaspar demandó saber donde estaba Sasha Kajetan. Vio un rastro de sangre que conducía al vetusto edificio que albergaba los establos, y preguntó si Kajetan se encontraba allí. Uno de los guerreros kislevitas lo confirmó, por lo que entró raudo al edifico, mientras los Caballeros Pantera bloquearon la salida del establo.

Oyó el chillido de una mujer y al levantar la cabeza, vio a Kajetan subiendo por una escalera con su curvado sable de caballería. Kaspar oyó otro chillido y esta vez supo que era inequívocamente de Sofía. Sabiendo que no podía alcanzar al espadachín antes de que hubiera dado muerte a Sofía. Kaspar espoleó a su corcel y cargó contra la escalera, reduciendo a astillas su parte inferior y haciendo que Kajetan se estrellara violentamente contra el suelo de tierra del establo.

Kajetan se recobró, con su cara hecha una mascara de furia y dolor. Kaspar vio que uno de sus disparos lo había herido en el torso inferior. Pese a todo, mantuvo una distancia segura sabiendo que Kajetan era todavía un hombre muy peligroso.

El espadachín bramo que ella le había dicho que le ayudaría. El embajador le respondió que lo ayudaría a morir, apuntándole con una de sus pistolas a la cabeza. Desde fuera, Kurt Bremen le gritó que dejara que él y sus caballeros se encargaran de Kajetan, pues no tenia posibilidad de batirlo en duelo. Kaspar sonrió con expresión implacable, dijo que esa nunca fue su intención y apretó el gatillo.

Para sorpresa suya, Kajetan esquivó el disparo y saltó hacia él, atacándolo con la espada. Kaspar reaccionó demasiado tarde pero la hoja del sable se detuvo a escasos centímetros de su cuello. Sollozando, Kajetan exclamó sentirlo mucho, para luego subirse a uno de los caballos del establo y espolearlo para escapar. Los Caballeros Pantera cargaron, pero Kajetan dominaba tanto la equitación como la esgrima y logró abrirse paso por la barrera de caballeros y salir huyendo mientras gritaba matka.

Con Kajetan huido, Kaspar subió como pudo a la buhardilla del establo, encontrándola llena de manchas de sangre, trofeos de carne colgando de garfios, prendas de vestir de hombres, mujeres y niños, y otras horribles pruebas que probaban que Sasha Kajetan era el Carnicero. Todo aquello fue una visión espantosa, pero por suerte encontró Sofía Valencik con vida. Se encontraba débil y enferma por días de malnutrición y maltrato. Kajetan le había cortado uno de sus pulgares y la herida se le había infectado. Fue llevada inmediatamente a la embajada y Kaspar hizo llamar al mejor medico que pudo encontrar para que le tratara las heridas.

Kaspar permaneció al lado de la doctora mientras estaba convaleciente. Durante los días que estuvo cuidando de ella Pashenko y los chekist organizaron un dispositivo para buscar y atrapar a Kajetan, pero el espadachín había escapado y nadie sabía a donde había ido. Durante uno de los breves periodo en lo que Sofía despertaba, le dijo de que Kajetan no era un monstruo desde el momento en que nació, sino que lo convirtieron en tal. Que alguien quiso que no fuera mejor que una bestia. El embajador no comprendía bien a que se refería, aunque prometió encontrar a Kajetan.

Anastasia entró en la habitación para ver como estaba Sofía, y preguntó si había dicho algo, siendo bastante insistente en ello, cosa que sorprendiendo a Kaspar, aun así le dijo lo que Sofía le contó. Aunque Anastasia trató de reducirlo a un ataque de celos por parte de Sasha e incluso desestimaba la idea de que fuera el Carnicero pese a todas las evidencias encontradas, aunque Kaspar no estaba convencido por sus argumento. Entonces la dama kislevita empezó a sentirse insegura por el hecho de que Sasha aún estuviese libre, pero Kaspar le aseguró que en esos momentos toda la ciudad lo estaba buscando y, como le había prometido, no permitiría que nadie volviera a hacerle daño.

En ese momento, a Kaspar le vino a la mente un recuerdo vago, uno que le permitiría encontrar a Kajetan. Se trataba de cuando conoció a Kaspar por primera vez en el Palacio de Invierno, cuando el jefe el consejero Losov le mencionó que la familia de Kajetan tenía unas haciendas cerca del Tobol. Tras pedir a Anastasia que cuidara de Sofía, él y Pavel se habían dirigido al edificio de los chekist. Kaspar le explicó a Vladimir Pashenko su teoría acerca del lugar en el que podría encontrar a Kajetan. El jefe de los chekist se mostrado escéptico, considerando que si había escapado a la oblast en esa época del año probablemente ya estaría muerto, pero el obstinado Kaspar le convenció de que lo acompañara, pues su intimidante reputación podría abrirle puertas que a él se le resistirían.

Los tres fueron a los aposentos privados de Losov en el palacio, quién se mostró indignado por su falta de protocolo. Le explicaron que Sasha Fiodorovich Kajetan era el Carnicero, y necesitaban saber dónde se encontraban las propiedades de su familia, estando seguros de que se refugiará allí. Para su desagradable sorpresa, el consejero jefe se negó a creer que Kajetan fue el temible asesino en serie y se negó en redondo a darles esa información, incluso con la presencia de Pashenko a su lado, y les invitó a marcharse de sus aposentos.

Kaspar regresó frustrado por la negativa de Losov a ayudarlos. Al visitar de nuevo a Sofía, la vio de mejor aspecto. Al ver que el embajador estaba determinado a ir a por Sasha Kajetan, a pesar de todo lo que le había hecho, la doctora le pidió que no lo matara. Por un lado, debía afrontar las consecuencia de lo que hizo y ser ejecutado por sus crímenes. Y por el otro todavía había un gran misterio que rodeaba a su comportamiento y sus actos.

Kajetan no la mató pues, por alguna razón creía que era su madre, su matka, y estaba convencida de que ésa era la clave de lo que le impulsa a actuar. También le comentó que, mientras estaba retenida, sintió la presencia de otra persona, o mas concretamente, de algo mágico en la buhardilla. Algo o alguien utilizaba magia para hablar y manipular a Sasha y convertirlo en el asesino que era ahora. Al oír esto, Kaspar se comprometió a tratar de capturar a Kajetan con vida si le fuera posible, pero no le dio garantías de que él o uno de los caballeros panteras no se vieran obligados a matarlo.

En ese momento, aparecía un caballero en la puerta reclamando la atención del embajador. Kaspar besó en la mejilla y le pidió que descansara un poco antes de seguir al caballero, quien el informó que un hombre con aspecto de rufián afirmaba tener información para él, aunque no le dejaron entrar y esperaba fuera del recinto de la embajada. Kaspar le reconoció como Rejak, el matón guardaespaldas de Chekatilo. El embajador le ordenó que se fuera, pues habían encontrado a Sofía sin su ayuda y por tanto no le debían nada. Rejak le dijo que no estaba allí para eso, pero si que tenía algo que podía serle de ayuda y le entregó una caja. Antes de marcharse, le dijo que no olvidase quién se lo había conseguido.

Kaspar sacó de la caja una hoja de pergamino ajado, comprobando que se trataba de un mapa de Kislev donde estaban indicados las propiedades de varios boyardos kislevitas. Observó que una señal especial, a algunos centenares de kilómetros de Kislev, indicaba el lugar en el que se unían dos afluentes del Tobol. Escritas en una letra pequeña y precisa se leían tres palabras que le aceleraron el pulso: Boyardo Fiodor Kajetan.

Tras leer esto, ordenó inmediatamente a los caballeros que ensillaran los caballos.

Peripecias en el oblast

Kaspar se había emocionado tanto de tener por fin una pista del paradero de Kajetan que ordenó de inmediato ir en su búsqueda. Desconocía cómo Chekatilo se enterado de que necesitaba aquella información, pero el embajador era de los que piensan que a caballo regalado, no hay que mirarle el dentado. Cuando Pavel como Pashenko se enteraron de que el embajador se había propuesto dar caza a Kajetan, le advirtieron que cabalgar por el interior de la estepa en el duro invierno kislevita significaba morir, pero eso no lo disuadió de su cometido.

Cuando Kaspar y sus caballeros salieron en pos de Kajetan, Pavel se había emborrachado, algo que causó no poca preocupación en el embajador. Lejos de la profunda emoción que había invadido a Kaspar y a los Caballeros Panteras, Pavel se había vuelto taciturno y retraído desde que Rejak les había entregado el mapa, y Kaspar se había disgustado porque su viejo camarada ni siquiera se había molestado en despedirse o desearles buena suerte en la persecución. Sofía les deseó éxito y Anastasia lo había besado con pasión haciéndole prometer que volvería sano y salvo. Después de reunir las provisiones necesarias para el viaje, Kaspar y los Caballeros Pantera se habían internado en la estepa helada.

Cabalgaron durante días, y a pesar de las advertencias de lo peligroso de la travesía, el grupo de Kaspar avanzó a buen ritmo, y llegarían a su destino el día siguiente. Kaspar había olvidado lo mucho que le gustaba viajar por parajes salvajes, sentir la emoción de explorar paisajes desconocidos y de estar en contacto con la naturaleza en su estadio más primitivo y bello. Por la noche, mientras se calentaban en la hoguera, Kaspar habló con Kurt Bremen. Había estado pensando sobre Kajetan y pensaba que Sofía tenía razón sobre él. Pese a sus crímenes, el espadachín también era una victima. Alguien lo había convertido en un monstruo, y si lo detenían con vida, quizás podían averiguar la verdad.

Finalmente llegaron a un valle cerca del río tobol, donde estaban las ruinas de lo que anteriormente había sido la hacienda familiar de Kajetan. Los Caballeros Pantera se desplegaron formando una larga línea mientras se acercaban a la casa en ruinas. Kaspar desenvainó la espada y exploró los altos muros y los cascotes en busca de algún rastro de Kajetan. Él y Bremen doblaron la esquina más alejada de las ruinas y lo encontraron allí ante un hoyo oscuro excavado en el suelo al lado del cual estaban los resto del que era un esqueleto humano. Kaspar pudo ver que el cráneo aún conservaba algunos cabellos castaños rojizos.

El guerrero arrogante y seguro de sí mismo que Kaspar había conocido ya no existía, y en su lugar había un hombre acosado, de aspecto miserable y con el brillo de la locura en los ojos. Aún así, Kaspar extremó las precauciones pues aún era un guerrero muy peligrosos.

El embajador trató de convencerle de que se rindiera, que no tenía que morir allí, pero Sasha que debía hacerlo, pues debía pagar por sus crímenes y por que estaba contaminado por el Caos. Al ver el intenso dolor que se reflejaba en los ojos de Kajetan, recordó la promesa que le hizo a Sofía de atraparlo vivo, por lo que se deshizo de sus pistolas y se le acercó con cautela, desoyendo las advertencias de Kurt. Kaspar le aseguro que quería ayudarlo, pero esta vez de verdad. Kajetan le respondió con un apesadumbrado simple «Lo siento».

Antes de que el embajador tuviera ocasión de contestar, Kajetan dio un brinco hacia adelante con las espadas silbando en el aire hacia él. Kaspar apenas pudo levantar su espada y bloquear sus espadazos antes de pasar al contraataque. Durante varios segundos, los dos hombres intercambiaron golpes hasta que Kaspar se dio cuenta de que Kajetan no tenía ninguna intención de matarlo: un guerrero de su categoría podía haber acabado con él en la primera embestida de cualquier enfrentamiento entre ellos dos. Lo único que buscaba era que el embajador lo matara.

Entonces, para Kaspar el mundo se redujo al corto recorrido de la punta de su espada hacia el pecho desprotegido de Kajetan. El tiempo pareció detenerse, y el embajador vio cómo la tristeza reflejada en los ojos del espadachín era sustituida por una expresión de agradecimiento. Incapaz de detener el golpe, Kaspar torció la muñeca y se las apañó para cambiar el ángulo de la estocada. La hoja bajó y se hundió en el muslo de Kajetan; atravesó músculo, grasa y hueso, y emergió fácilmente por detrás de la pierna. Kajetan cayó al suelo arrastrando al espada de Kaspar consigo, mientras el embajador retorcedía tropezando.

Los Caballeros Pantera se acercaron y redujeron a Kajetan, pero antes de que Kurt le diera el golpe definitivo, Kaspar le detuvo, a pesar de la insistencia del espadachín kislevita de que acabara con su vida. Kaspar se arrodilló junto a Kajetan y le dijo que moriría pero no de esa manera sino ahorcado. Pero le juro que procuraría que los que lee hicieron ser de esta manera también serían castigados. Kajetan no respondió pues estaba demasiado hundido en su propia desesperación.

Kajetan fue desarmado y sus heridas vendadas, pero cuando se disponían a abandonar el lugar, oyeron gritos de alarma. Un grupo de oscuros jinetes Kurgans se aproximaba desde las laderas septentrionales del valle. Junto a ellos había una jauría de perros de guerra. Kaspar y los Caballeros Pantera inmediatamente montaron en sus caballos, subiendo a Kajetan a uno de los corceles, e inmediatamente emprendieron la huida, pero los Kurgans soltaron a los mastines en su persecución. Kaspar observó que los oscuros jinetes provistos de armaduras se separaban en dos grupos: uno seguía a los perros de guerra y el otro formaba un amplio círculo con objeto de impedir la huida en el caso de que los caballeros consiguieran eludir al primer grupo.

Pese azuzar todo lo que pudieron a sus caballos para poder escapar, los guerreros del Imperio vieron que la feroz jauría estaba a punto de alcanzarles, por lo que decidieron hacerles frente. Los sanguinarios mastines cayeron sobre ellos mientras los jinetes kurgan los acosaban con flechas. Los caballeros acabaron con los salvajes perros y sus armaduras y escudos les protegieron de la mayoría de los disparos enemigos. Aún así sufrieron algunas bajas.

Pese a todo, cargaron directamente contra el enemigo. Convencidos de que los sabuesos y las flechas habrían castigado duramente a sus adversarios, los arqueros a caballo kurgan se habían acercado demasiado al enemigo y no habían tenido tiempo de prepararse ante la rapidez de la carga de los caballeros, y al carecer de protecciones adecuadas para el combate cuerpo a cuerpo, los Caballeros Pantera golpearon a los kurgan como un martillazo. Tras un corto pero intenso combate, los Kurgan supervivientes se dieron a la fuga.

En aquel momento, Kaspar advirtió que aquella pequeña victoria tan solo había sido parte de la estrategia de los kurgan. Mientras los sabuesos y el primer grupo de jinetes habían entretenido a los caballeros imperiales, el otro grupo, más de treinta hombres a caballo, les habían cortado la retirada y en aquel momento avanzaban hacia ellos, y al contrario que a los jinetes que acaban de derrotar, estos estaban provistos de recias armaduras. Aparte de Kaspar, Kajetan y Kurt, quedaban doce de los Caballeros Pantera, todos ellos impreterritos y decididos a combatir hasta el fin. Kaspar sintió el profundo orgullo de que, si tenía que morir allí, por lo menos lo haría en la mejor de las compañías.

Tanto Kaspar como Kurt que la única manera de sobrevivir, era atravesar en linea recta las filas enemigas. En ese momento Kajetan les pidió que le desataran y le devolvieran sus armas para que pudiera ayudarlos. Bremen no se fiaba de él, pero Kaspar decidió confiar en él e hizo lo que le pidió. Menos de un centenar de metros separaban las dos fuerzas; los kurgan proferían rugidos bestiales y espoleaban los caballos para mantenerlos al galope. Los Caballeros Pantera, Kaspar y Kajetan contestaron con sus propios gritos de desafío y cargaron contra los bien protegidos kurgan.

Mientras cabalgaban contra el enemigo, Kaspar vio asombrado cómo Kajetan, al galope, conseguía abatir con su arco a varios guerreros Kurgans uno tras otro con gran celeridad y metódica precisión. Dado que no llevaba armadura, el kislevita fue el primero en llegar al enemigo, y pese a carecer de protección y verse superado en numero, era un torbellino de muerte que mataba a un kurgan con sus espadas mientras evitaba con gran destreza ser alcanzado por las armas del enemigo. Esto causó confusión entre las filas Kurgans, lo cual fue aprovechado por los Caballeros Pantera.

La batalla degeneró en un amasijo confuso de hombres aullando, caballos, hojas, sangre y gemidos. Al verse frenado el empuje de su carga inicial, los kurgan perdieron la iniciativa de la pelea. Los chillidos y gritos de los combatientes llenaban el valle, y Kaspar se dio cuenta de que la suerte de la batalla estaba en el filo de la navaja. Recuperó las viejas intuiciones de general y advirtió que el combate se encontraba en el momento decisivo. Los kurgan se habían visto sorprendidos por la salvaje carga de Kajetan y por la furia del ataque de los caballeros, pero no tardarían en recuperarse y utilizar su superioridad numérica para destruirlos.

Kaspar disparó una de sus pistolas cuando vio que un Kugan se acercaba a Kajetan por la espalda, salvándolo de un ataque traicionero. Continuó el combate enarbolando su espada, acabando con la vida de varios guerreros bárbaros hasta que se topó contra el que parecía ser el enorme líder de aquella banda. Un temible paladín del Caos que probablemente contaba con el favor de los dioses oscuros. Kaspar disparó la última pistola contra el gigante, pero el tiro no dio en el blanco aunque sí abrió la garganta de un jinete que estaba a su lado. El brutal paladín hizo girar su montura y levantando su enorme hacha de guerra se lanzó contra Kaspar.

Kaspar se movió en la silla de un lado para otro y el hacha pasó silbando junto a su cabeza, chocó con el hombro y le arrancó la hombrera. El embajador gritó de dolor cuando la hoja del hacha le mordió la carne y la fuerza del golpe casi lo derribó de la silla. Recuperó el equilibrio y propinó un espadazo al guerrero cuando pasaba junto a él, pero la espada se estrelló contra la gruesa armadura del enemigo. Kaspar se dio cuenta de que era una pelea que no podía ganar. El kurgan también lo advirtió y gritó algo en su áspera lengua mientras cargaba contra el embajador.

En ese momento, Kajetan intervino de imprevisto, y como un relámpago cercenó la cabeza del paladín del caos sin que este tuviera tiempo a reaccionar, antes de continuar matando kurgans. Kaspar dio orden de atacar, pero los jinetes kurgan ya se batían en retirada. La repentina muerte de su líder había roto su moral y los supervivientes galopaban en dirección norte para escapar. Extenuados y habiendo sufrido varias bajas, los Caballeros Pantera decidieron no perseguirlos. Sasha Kajetan se le acercó y le devolvió sus armas y se dejó maniatar otra vez. Kaspar no sabía qué decirle. El espadachín había matado a su amigo más antiguo, había torturado a otra persona amiga y ahora les había salvado la vida. Estaba convencido de que no ser por él nio hubieran logrado sobrevivir.

Kurt Bremen interrumpió sus pensamientos al aconsejarle que debían marcharse de allí. La banda de Kurgans a la que se había enfrentado probablemente era un grupo de exploradores buscando una ruta hacia el sur para el ejército del gran zar Aelfric Cyenwulf, líder de la Tribu los Lobos de Hierro, y que podrían venir más. Kaspar von Velten dio la orden de iniciar el viaje de regreso a al ciudad de Kislev.

Peligros en la capital

Después de casi dos semanas vividas en las solitarias tierras heladas de Kislev, Kaspar se alegro de volver a ver la capital de los dominios de la Reina de Hielo. El viaje de regreso había sido agotador, pues Kurt Bremen no quería permanecer en el norte ni un segundo más de lo imprescindible. Había muchas posibilidades de que otros jinetes kurgan los persiguieran, pero no habían visto ninguna señal que delatara persecución alguna y el regreso había transcurrido sin incidentes. La alegría del regreso a la ciudad de Kislev se vio empaña por la presencia de un gran numero de refugiados, tanto a un lado como al otro de las murallas, buscando refugio de la cada vez mayor amenaza de los Kurgans.

El embajador vio a Kajetan mirando hacia la ciudad con expresión de temor y aversión. Supuso que era comprensible, dado que los chekist querrían ahorcarlo con toda seguridad tan pronto como cruzaran las murallas. Kaspar estaba decidido a impedirlo. Detrás del caso Kajetan había poderes ocultos, y el embajador no estaba dispuesto a permitir que el espadachín fuera llevado a la horca sin antes tratar de descubrir cuáles eran. Ya preveía el enfrentamiento con Pashenko, pero estaba decidido a demorar el destino del espadachín tanto como fuera posible, con objeto de averiguar qué había llevado a ese hombre a cometer tan horribles crímenes.

El grupo siguió hasta la embajada, donde Sofía Valencik les estaba esperando. Kaspar la abrazó comentando que había cumplido sus promesa de capturar vivo a Sasha Kajetan y que mañana lo llevarían al edificio de los Chekist. Pero Sofía parecía no escucharlo; se había liberado de los brazos de Kaspar y avanzaba con decisión hacia Sasha. Kaspar se dispuso a seguirla, pero Kurt Bremen le cogió el brazo y movió la cabeza lentamente.

El desdichado espadachín le pidió disculpas por lo que le había hecho, y la doctora le respondió con una bofetada. Sasha le dio las gracias por ello. Sofía no respondió y se abrazó a sí misma una vez más mientras los caballeros conducían a Kajetan a la celda situada en el sótano de la embajada. Sofía le preguntó a Kaspar por que lo habían traído allí, y él le respondió que no podía entregarlo a Pashenko antes de tener ciertas garantías de que no iba a colgarlo a las primeras de cambio.

Sofía asintió con un gesto. Se alegró de que volviera a casa sano y salvo y de que lograra traer a Sasha con vida. Desafortunadamente, le comunicó que Pavel Korovic se había dado cada vez más a la bebida desde que se fuera en pos de Kajetan. Kaspar se preocupo por el estado de su viejo amigo.

A la mañana siguiente, fue a la mansión de Anastasia Vilkova. Deseaba verla de nuevo por que era un bálsamo para su alma. Encontraba fascinantes la vivacidad y el carácter imprevisible de la mujer, que lo dejaban siempre preguntándose qué pensaba ella en realidad. Anastasia le resultaba al mismo tiempo familiar y misteriosa. La noble kislevita también estaba deseosa de reencontrarse con él, y le felicitó por haber logrado acabar con la amenaza de Sasha Kajetan. Kaspar le aclaró que no lo habían matado, que habían logrado capturarle vivo y lo entregarían a los chekist. Para sorpresa del embajador, Anastasia quedó totalmente indignada por el hecho de que no matara Kajetan, incumpliendo su promesa de que la mantendría salvo. Kaspar trató de discutir pero ella le pidio que se marchara de su casa. Kaspar no comprendía aquella actitud y trató de discutir, pero Anastasia no quería saber nada más, por lo que hizo lo que ella pidió.

Cuando regresó a la embajada, la niebla había bajado sobre Kislev y había envuelto la ciudad en una amortiguadora manta de helada bruma. Kaspar vio que Kurt Bremen y sus Caballeros Pantera habían preparado a Kajetan para trasladarlo a la cárcel de los Chekist. Durante el camino al temido cuartel, Kaspar le explicó al alicaído que sería entregado Vladimir Pashenko. Kajetan respondió que lo colgarían pero que todavía no estaba preparado para morir. Sabia que merecía la muerte por los crímenes que cometió, pero sentía que aún le quedaba cosas por hacer, no sabía lo que eran pero le respondió a Kaspar que tambien le concernían a él.

En ese momento, el embajador notó la presencia de un parpadeante resplandor de luz verde tembló en el pecho de Kajetan. Estupefacto, vio un haz de luz verde que, habría resultado invisible de no haber sido por la niebla. Al seguir el extraño rayo de luz hasta su origen vio una silueta recortada en la bruma en lo alto de un edificio, empuñando lo que parecía ser un rifle largo de Hochland. Con horror comprendió lo que estaba pasando, y dio el aviso a los Caballeros Pantera para que se prepararan mientras arrastraba a Kajetan consigo al suelo.

Se oyó la detonación de un disparo, y algo pasó volando junto a la cabeza de Kaspar y explotó contra el muro que había detrás, donde redujo a polvo ladrillos y mortero. Los caballeros actuaron confusos ante aquel inesperado ataque, sin saber de donde venían. Resonó otra explosión avenida, y Kaspar contempló horrorizado, cómo el caballero más cercano era derribado de la silla con el hombro arrancado y salpicando sangre. El caballero cayó chillando; detrás, Kaspar vio una nube de humo verdusco en el lugar desde el cual habían disparado.

Kaspar disparó una de sus pistolas hacia la posición en la que debía estar el tirador, aunque daba por sentado que había errado el tiro, por lo que ordenó reemprender su incierta y dificultosa marcha hacia el edificio de los Chekist. Kaspar medio llevaba y medio arrastraba a Kajetan, pues las ataduras de los tobillos limitaban mucho la velocidad a la cual podían avanzar. En cuanto la policía secreta de la zarina vio al desesperado grupo de caballeros del Imperio corriendo hacia ellos, abrieron las pesadas puertas y las cerraron tras ellos. Creyéndose a salvo, examinaron al caballero que había sido alcanzado por el disparo, y vieron que la herida tenia una extraña coloración verduzca.

Vladimir Pashenko estaba a punto de atenderlos cuando se oyó otro estruendo y una parte del portal saltó reducido a astillas debido al impacto de un proyectil que lo atravesó. Un hombre chilló y Kaspar vio que el Chekist que estaba delante de él caía con un ensangrentado agujero en el pecho. Tanto los Caballeros Pantera como los Chekist se echaron al suelo horrorizados antes de correr hacia otra habitación, arrastrando a Kajetan.

El jefe del Chekist preguntó al embajador que demonios había ocurrido. Kaspar respondió que habían sido atacados por un misterioso tirador. Todavía estupefacto por el hecho de que un proyectil lograra atravesar la gruesa puerta de madera reforzada y aún tuviera la suficiente potencia para matar a uno de sus hombres, preguntó con que clase de arma les disparó. Kaspar no tenia respuesta para ello salvo que ni siquiera los artefactos diseñados por el Colegio de Ingenieros de Altdorf son tan potentes.

Pashenko le sugirió que se quedara un rato allí hasta que sus hombres se asegurasen de que el misterioso atacante ya no estuviera al acecho esperando a que saliera. Kaspar asintió con la cabeza, aunque mientras observaba cómo un par de Chekist se llevaban a Kajetan a las mazmorras, tuvo la firme convicción de que fuera el que fuese el propósito del ataque, él no era el objetivo perseguido.

La amenaza de la rata

Con Kajetan una vez bajo custodia, y si peligro alguno de volver a ser atacado, Kaspar von Velten regresó a la embajada para continuar con sus obligaciones. A los pocos días Anastasia fue a visitarlo para pedirle disculpas por como se comportó la última vez. Kaspar no le dio importancia, y la invitó a entrar en la embajada, donde terminaron haciendo el amor.

Horas después del acto íntimo, los dos charlaron un rato. Anastasia estaba interesada en el transcurso de la guerra y en los movimientos que se estaba haciendo para derrotar la amenaza de los kurgans. Kaspar el comentó de como el boyardo Kurkosk le infligió una severa derrota a una horda de bárbaros del norte, y como el emperador Karl Franz enviaría dentro una gran fuerza conformada por tropas de Stirland y Talabecland para ayudar en la defensa de Kislev. También hablaron de Sasha Kajetan. Kaspar aseguró a Anastasia que era un hombre destrozado que ya no era una amenaza para nadie, aunque estaba dispuesto a averiguar que lo habrá motivado a actuar de aquella manera, pero la dama kislevita simplemente le respondió que estaba perdiendo el tiempo.

En esos momentos alguien llamo a la puerta de la habitación. Se trataba de Sofía Valencik, que le informaba de que habían encontrado a Pavel Kovoric en muy mal estado. Pese a que en los últimos días su viejo amigo se había mostrado distante y depresivo, malgastando su vida con el alcohol, sintió preocupación cuando le informaron que el gigante kislevita había aparecido en la embajada hecho un desastre, sucio y delirando, con el aspecto de haber sido atacado y al borde de la hipotermia. Kaspar ayudó a llevarlo a una de las habitaciones para que fuera tratado por la doctora, quedando horrorizado al ver que, al quitarle la ropa, tenía gran parte del cuerpo lleno de diminutas heridas.

Sofía las identificó como mordeduras de rata, lo que la lleno de procupación. Recientemente se estaba extendiendo la plaga por Kislev y muchos físicos y médicos de la ciudad sospechaban que dichas alimañas estaban propagando la enfermedad. La doctora ordenó limpiar las heridas a consciencia mientras preparara un cataplasma especial para las mordeduras. Tambien consideró tomar de inmediato medidas para aislar lo máximo posible a Pavel del resto del mundo por si estuviera infectado. Kaspar le invadió una profunda y abrumadora tristeza al oír esto. Ya había perdido un gran amigo, y esperaba fervientemente no perder a otro.

El malherido e inconsciente Pavel balbuceó una ristra de palabras kislevitas, y Kaspar acercó la cabeza a la de su amigo y lo escuchó con gran atención; su expresión se endureció y se transformó en una fría y letal cólera cuando entendió una única palabra del delirante discurso de Pavel: «Chekatilo». Convencido de que el señor del crimen era el responsable del estado de Pavel, Kaspar decidido ir a su encuentro para ajustarle las cuentas. Kurt Bremen trató de detenerlo, intentando hacerle ver que estaba actuando precipitadamente, pero al ver la determinación de Kaspar, decidió acompañarlo, no solo apra protegerlo si no para también evitar que cometiera una locura.

Kaspar y Kurt fueron hasta el burdel de Vassily Chekatilo, solo para encontrarse que el establecimiento había ardido por completo recientemente. Aunque no lamentaba que el lugar hubiese sido atacado y que Chekatilo hubiera muerto, Kaspar necesitaba saber que había ocurrido, así que pidió a Kurt que preguntara a las personas allí reunida. Entre las cenizas y restos quemados, el embajador advirtió los cadáveres de varias ratas. Al observarlos, se sorprendió de su gran tamaño y al investigar detenidamente el cuerpo carbonizado de una de ellas se dio cuenta de que estaba marcada con un distintivo, teniendo tres marcas rojas que formaban un triángulo escaleno en la piel.

Cuando Kurt se reunió con él, Kaspar le dijo lo que había descubierto, mencionándole lo que le había dicho Sofía sobre que la epidemia se propagaba a través de las ratas. Al ver ese distintivo empezaba a preguntarse si era posible que la epidemia fuera deliberada. De momento solo era una conjetura, así que le preguntó a Kurt que había descubierto. El capitán de los Caballeros Pantera respondió que no mucho. Los pocos testigos dicen que oyeron chillidos en el interior momentos antes de que empezara el incendio. Sugirió entonces ir a ver Vladimir Pashenko por si sabía algo al respecto.

Kaspar y Kurt se dirigieron entonces al Cuartel de los Chekist, siendo recibidos por Pashenko. Tampoco é sabía gran cosa del incendio en el burdel de Chekatilo, sin embargo le dijo al embajador que era una coincidencia que hubiera venido en ese momento, pues desde hace menos de una hora Sasha Kajetan había empezado a pedir que se le permitiera verle.

Acompañados por Pashenko y un carcelero, Kaspar y Kurt descendieron a las temidas mazmorras de los Chekist. Al ver el grado de miseria y deshumanidad del lugar y a los horrores a los que eran sometidos los prisioneros, el embajador no pudo sino sentir odio hacia Pashenko. Finalmente llegaron a la celda en la que estaba encerrado Kajetan, y Kaspar se sorprendió al ver que el otrora orgulloso espadachín presentaba un aspecto aún más miserable y desgraciado que nunca.

Kajetan empezó a balbucear como un loco, advirtiendo al embajador que las ratas lo estaba vigilando, que estaban por todas partes, que los clanes de los Señores de la Alimaña estaban en Kislev extendiendo la corrupción y la enfermedad. Kaspar le dijo que no entendía sus delirios de demente, y se le acercó para tranquilizarlo. Con una rapidez que desmentía su lastimoso estado, la mano del espadachín salió disparada y agarró la muñeca de Kaspar, gritando que sus enfermedades no se lo llevarán por que él era una criatura del Caos como ellos.

Kaspar se apartó cuando Kajetan lo soltó, y el carcelero se acercó al espadachín y le golpeó para apartarlo. Kajetan se abalanzo sobre él, pero el carcelero logró quitárselo de encima. Cuando se disponía golpearlo con una porra, Kajetan vomitó una masa espumosa y fibrosa de sangre negra sobre el peto del guardián. Los demás contemplaron horrorizados, cómo el viscoso líquido corroía y fundía la armadura del carcelero, el cual, con la ayuda de Bremen, logró quitársela y arrojarla al suelo, donde crujió y siseó mientras el corrosivo vómito de Kajetan completaba su destrucción.

Inmediatamente todos salieron de la celda y encerraron de nuevo a Kajetan, todavía estupefactos de saber que era un mutante y el temible poder de su mutación. Kaspar aún tenía los sentidos alterados por el horror de lo que acababan de ver y seguía profundamente impresionado por la proximidad de un ser tocado por la mano de los Dioses Oscuros. Había creído que la pretensión de Kajetan de ser una criatura del Caos en aquella solitaria cima de la colina del oblast era la alucinación de una mente enferma. Pero entonces lo entendía.

Sin mediar palabra, él y Bremen abandonaron las celdas de los Chekist.

Investigando la inmundicia

Kaspar y Bremen regresaron a la embajada envueltos en silencio y oscuridad, impresionados por lo que habían presenciado. Al poco de llegar, el embajador fue informado de que tenía visita. Kaspar no estaba de humor para visitas a aquellas horas, y estaba a punto de pedirles que se marcharan cuando vio que se trataban de Vassily Chekatilo y su guardaespaldas Rejak, quien mantenía sujeto a un hombre sucio, de aspecto desaliñado y salvaje que no conocía de nada.

Kaspar no podía creer que Chekatilo se hubiera atrevido a poner los pies en la embajada, y durante unos instantes se quedó paralizado por la sorpresa, impresionado de que hubiera realmente ido a visitarlo después de lo sucedido en los últimos días. Sin mediar palabra, Kaspar desenfundó una pistola y apuntó con ella a la cabeza del gordo kislevita. Antes de que Kurt pudiera reaccionar, Rejak desenvainó su espada y apoyó la hoja en el cuello del embajador, ordenándole bajar la pistola. Bremen también desenvainó su arma y la apuntó a Rejak, amenazándolo con matarlo si le hacia daño al embajador, aunque el asesino de Chekatilo no se dejó intimidar.

Durante unos tensos segundos se amenazaron unos a otros hasta que Kaspar decidió enfundar de nuevo sus pistola para escuchar lo que Chekatilo tenía que decirle antes de ordenarle que se marchara de la embajada. El señor del crimen le explicó que le habían atacado, y sospechaban que habían sido los mismos que le habían atacado a él cuando trasladaba a Kajetan a los Chekist. En esos momentos tenían un enemigo en común y podrían ayudarse mutuamente. Kaspar no estaba convencido por sus palabras, pero Chekatilo argumento que no podía ser una mera coincidencia que el mismo día que un asesinó que le disparó con un arma capaz de perforar muros, una horda de ratas había infestado su burdel y atacado a todos los presentes.

Entonces Chekatilo agarró al tercer hombre que vino con él. Lo presentó como Nikolai Pysanka, un cazarratas que trabajaba para él hasta que tuvo una desagradable experiencia en las alcantarillas que lo volvió loco, por lo que fue ingresado en el Lubjanko. El kislevita explicó que al principio no le hizo mucho caso, pero después que su burdel fuera atacado por ratas enormes, considero que ambos incidentes podían estar relacionados. De lo que pudo sacarle de sus farfullos, es que visto en las alcantarillas había visto una caja que brillaba con luz verde, un ataúd y ratas que andaban como los hombres.

Kaspar se burló de él por creerse las historias que hablaban de una raza de Hombres Rata. Chekatilo gruño en protesta y le mostró una herida particular que tenía Nikolai en un costado. Kaspar abrió los ojos desmesuradamente al ver lo que Chekatilo señalaba. Era poco mas que un arañazo, pero supuraba constantemente y la carne que la rodeaba tenía una rara palidez verde y, desde el corte, se extendían como radios venas necróticas del color del jade para formar una tela de araña. Eran casi igual a la herida del disparo que había recibido el Caballero Pantera, el cual murió inmediatamente después a causa de la galopante infección que Sofía había sido incapaz de detener. Pese a lo mucho que despreciaba a Chekatilo, Kaspar no podía negar que tenia razón en que tras sus ataques se ocultaba una oscura conspiración, así que le pidió que lo llevara al lugar donde habían atacado al desdichado cazarratas.

A la mañana siguiente, Kaspar se preparó para visitar las cloacas. Antes de partir fue a ver a Sofía, quien todavía cuidaba del convaleciente Pavel. La doctora le aseguró que estaba mejor, aunque le quedaba mucho para recuperarse por completo. Al ver como estaba vestido, le preguntó a donde iba. El le explicó su conversación con Chekatilo y que esperaba encontrar pruebas de lo que estaba pasando en Kislev en el subsuelo de la ciudad. Sabiendo que no le haría cambiar de opinión, Sofía le pidió que tuviera mucho cuidado. Kaspar le prometió que así lo haría y la beso en la mejilla antes de marcharse. Ninguno de los dos vio a Anastasia, que los miraba desde el vestíbulo.

Acompañado por Kurt, Kaspar se reunió con Chekatilo y Rejak en la zona donde Pysanka solía trabajar, y juntos bajaron al hediondo alcantarillado, con Rejak a la cabeza debido a sus grandes dotes de rastreo. Pese a que el incidente ocurrió hacía varios días, el frío invierno había helado el suelo, por lo que aun quedaban huellas que seguir. Estas les llevaron hasta un agujero en un muro, que no fuera abierto desde las cloacas sino desde el otro lado, derribando cascotes y ladrillos.

Kaspar se arrodilló junto a los restos mientras Rejak dirigía la luz de la linterna hacia el interior del agujero de la pared. El túnel era ancho y alto, de varios metros de diámetro, y se perdía en la oscuridad. Kaspar, de repente, tuvo la impresión de que aquel pasadizo conducía a algún lugar de terribles pesadillas. Rejak informó a lo demás que había encontrado más huellas, habiendo dos conjuntos, pero al contrario que las anteriores estas no eran humanas. Al examinarlas más detenidamente, explicó a los demás que debían haber transportado algo pesado entre los dos. Las huellas que salían del túnel se hundían más en el barro, pero las que volvían no eran tan profundas.

Kaspar no apreciaba diferencias de grosor entre las huellas que iban y las que regresaban, pero confiaba en que Rejak sabía de lo que estaba hablando. En ese momento vio el cadáver congelado de una rata enorme parcialmente enterrada en los cascotes. Al estudiarla más detenidamente, vio que tenía el mismo distintivo triangular que vio en la rata muerta en los restos del burdel de Chekatilo, probando que había entre todo aquello había una conexión.

Reemprendieron la marcha una vez más por el túnel, llegando hasta una gran sala subterránea. Allí Rejak detectó al presencia de huellas. Los inhumanos seres se habían reunió con otros dos individuos, esta vez humanos, y por lo que Rejak pudo deducir, uno de ellos era una mujer. También vieron las huellas que indicaban que habían traído un tipo de carro con ellos, posiblemente para llevar algo pesado con ellos, y Chekatilo sugirió que tal vez fuera el ataúd del que Nikolai les había mencionado. Bremen se inclinó para examinar los surcos dejados por el carro y elucubró que una de las ruedas debía estar en mal estada, pues a cada vuelta dejaba una «uve» marcada en el barro.

Chekatilo alardeó ante Kaspar de haber tenido razón todo el tiempo, y que si continuaban seguramente encontrarían mas cosas. El embajador no pudo negar la evidencia, pero le recordó que eso no la hacían amigos, y que todavía tenían que pasar cuentas entre ellos. Chekatilo le dio la razón y que debía pagar la deuda que había contraído consigo. Fue él quien le consiguió el mapa de los territorios de los boyardos que te permitieron atrapar a Sasha Kajetan. Le reveló que Pavel Kovorik había ido a verle después de la negativa de Losov a ayudarlos. Le juró que, si los ayudaba Kaspar estaría en deuda con él.

Kaspar apretó las mandíbulas y sacudió la cabeza ante la estupidez de Pavel que lo comprometía a él a estar en deuda con Chekatilo. Pero por desacertado que su viejo amigo hubiera estado, era consciente de que sin el mapa que Chekatilo le había facilitado no podrían haber entregado a Sasha Kajetan a la justicia. Antes de que Kaspar tuviera tiempo de preguntar el precio que Chekatilo pensaba pedirle para saldar la deuda, oyó un débil ruido de arañazos y chillidos, y en poco tiempo, centenares de rata inundaron el lugar, rodeando a los cuatro hombres.

Todos desenfundaron sus armas pero Kaspar era inconsciente que poco podían hacer contra aquella horda de alimañas. Las ratas no les atacaron de primeras, si no más bien parecían estudiarlos. El embajador quedó atemorizado ante el nivel de inteligencia que demostraban, especialmente una monstruosa rata blanca que parecía liderarlas. Rejak sacó con cautela entre sus ropas unos frascos con líquidos, diciéndole a todos que se prepararan para correr. La rata blanca siseó y las otras se lanzaron hacia adelante en denso y bullicioso amasijo; Rejak arrojó con fuerza los frascos de líquido a los ejemplares más cercanos al tiempo que Chekatilo arrojaba violentamente su antorcha, prendiendo el liquido que resultó ser aceites inflamables, creando llamaradas que se extendieron en medio de los roedores.

Los cuatro hombres salieron corriendo mientras el fuego mantenía a raya a las ratas durante unos valiosos segundos. Las alimañas lograron sobreponerse y salieron en su persecución, lo que obligó a Rejak a lanzar más frascos para contenerlas. Llegaron hasta la boca de la alcantarillas por la que habían entrado, saliendo inmediatamente por ella y sellándola con la pesada tapa metálica. Los cuatro se alejaron de la entrada de la alcantarilla con las armas preparadas, pero cualquiera que fuese la inteligencia de pesadilla que tuvieran las ratas no sería suficiente para atravesar una gruesa tapa de bronce.

Transcurrieron largos y silenciosos instantes hasta que los cuatro hombres exhalaron un unánime suspiro y gradualmente fueron bajando las armas. Kaspar habían sufrido algunas mordeduras y se había lastimado la rodilla al haber caído mal durante la precipitada huida, pero salvo eso estaba bien. Kurt sugirió regresar a la embajada para curar heridas, a lo que el embajador asistió, pero primero le pidió a Chekatilo que se reunieran con ellos en dos horas en el Lubjanko. Quería interrogar al cazarratas y le necesitaba de interprete.

El escurridizo asesino

De vuelta a la embajada, Sofía le aplicó cataplasmas a los mordiscos y le puso hielo en la rodilla para disminuirle la hinchazón. Tanto ella como Anastasia estaban intrigadas por saber que había descubierto en las cloacas. Aparte de un montón de ratas, Kaspar les reveló que encontraron las huellas de dos personas y un carro. También les dijo que tenía intención de visitar el Lubjanko junto a Vassily Chekatilo para hablar con el Cazarratas y sabes que más cosas había visto.

Anastasia le amonestó por confiar en alguien como Chekatilo. Kaspar admitió que no era de fiar pero en esta ocasión tenía razón es que se estaba produciendo una conspiración en marcha, y había propuesto llegar hasta el fondo de la misma. La dama entonces le acusó de ingenuo y de dejarse engañar por aquel rufián. Kaspar se sintió molesto por sus duras palabras, desencadenando una discusión entre ambos hasta que Anastasia se marchó echa una furia.

Después de que Anastasia se hubiera ido, había resistido otra hora con hielo en la rodilla, hasta que la hinchazón había disminuido tanto que había podido apoyar de nuevo el peso de todo el cuerpo. Se había cambiado la ropa que llevaba por otra limpia y seca, y cogido otra vez las armas. Sofía le había advertido que tenía que descansar un poco más, pero al ver su determinación, le aplicó una compresa fría a la rodilla y por hacer que prometiera que tendría mucho cuidado.

Kaspar y Bremen se reunieron de nuevo con Chekatilo y Rejak en el Lubjanko y entraron en el lugar. El embajador quedó deprimido al ver el grado de miseria del lugar, con enfermos, locos y desamparados por todos lados, y con varios sacerdotes de Mor atendiendo a los muertos o a los que estaban a punto de hacerlo. Observó toda clase de deformidades, tanto físicas como mentales, entre los pacientes allí treunidos. Estaba tan impresionado por el grado de sufrimiento que veía que no advirtió a un encapuchado sacerdote de Morr que avanzaba en sentido contrario hasta que tropezó con él.

Kaspar le pidió disculpas, pero aquella figura de hombros caídos no le hizo el menor caso y siguió caminando en dirección opuesta, cubierto de la cabeza a los pies por una túnica lisa y negra. Kaspar se encogió de hombros y arrugó la nariz ante el fuerte y desagradable olor del sacerdote, pero supuso que trabajar en un lugar tan terrible como aquél no dejaba mucho tiempo para la higiene personal. Algo en ese sacerdote parecía fuera de lugar, pero Kaspar no fue capaz de determinarlo y no le dio más importancia.

Kaspar y los demás llegaron a la sala donde Nikolai Pysanka estaba encerrado, y para su horror descubrieron que alguien le había cortado la garganta. Rejak examinó la herida, y determinó que lo habían asesinado hace poco, pues todavía perdía sangre. Entonces Kaspar recordó al sospechoso sacerdote de Morr y fue inmediatamente a por él, siendo seguido por Kurt y Rejak. El embajador encontró al sospechoso y le ordenó que se detuviera, pero este no le hizo el menor caso y aceleró la huida.

Al ver que estaba a punto de escapar, Kapsar le disparó con una de sus pistolas. Erró el tiro, peor el estruendo causado sobresaltó a numerosos enfermos mentales, provocando que el lugar estallara el alboroto y al confusión. Algunos de los locos se le echaron encima, que empezaron a arañarlo y golpearlo. Kaspar se defendió como pudo con puñetazos y codazos, mientras veía como el asesino huía. Rejak fue a por él mientras que Kurt le ayudo a desembarazarse de los dementes pacientes.

Kaspar y Bremen continuaron con la persecución y no tardaron en encontrarse con Rejak tirado en el suelo. El hombre tenía una palidez mortal en el rostro y sangraba abundantemente por una herida en el estómago. Aún así el guardaespaldas de Chekatilo estaba vivo. Jadeando, les dijo que asesino había logrado escapar. Era de una velocidad inusitada, y había tenido suerte de evitar que lo destripara. Kaspar había tenido la ocasión de comprobar la velocidad de Rejak con la espada, y al pensar en un oponente aún más rápido, sintió que un escalofrío le subía por el espinazo.

Kaspar se sintió furioso y frustrado ante el echo de que sus misteriosos enemigos se le hubiesen adelantado y arrebatado la única pista que tenían. Poca cosa más podían hacer allí y, por consiguiente, Kaspar y Bremen salieron del Lubjanko para regresar a la embajada y dejaron que Chekatilo se encargara de que le curaran las heridas a Rejak.

Al llegar, fue atendido por Sofía, informando la que había ocurrido en la casa de locos. La doctora le trasmitió la buena noticia de que Pavel Korovic había superado la enfermedad y estaba despierto. Ahora solo tenía que evitar la bebida para recuperarse del todo. Después de todo por lo que había pasado aquel día, aquella noticia consiguió levantar un poco las ánimos a Kaspar, así que se fue a ver a su amigo. Pavel presentaba bastante mejor aspecto y le preguntó que le había pasado. El viejo Kislevita confesó no recordar mucho, ya que estaba borracho cuanto centenares de rata aparecieron por doquier y él escapó saltando por una ventana. Tras eso, logró regresar a la embajada sin saber bien cómo.

Entonces Pavel le pregunto a Kapsar si era cierto que, como le había dicho Sofía, estaba trabajando junto a Vassily Chekatilo. Lo preguntó sin darle importancia, pero Kaspar percibió perfectamente la tensión soterrada en su voz. El embajador le contestó que sabía que había ido a visitar a Chekatilo para pedirle que le ayudara a encontrar a Kajetan. Se que fue a verlo con la mejor de las intenciones, sin embargo le había comprometido a sus espaldas de deberle un favor al señor del crimen. Avergonzado, Pavel no pudo negar las acusaciones.

Kaspar le advirtió que había excusado sus imprudencias en el pasado porque sabía que tenía buenas intenciones, pero que eso se había acabado. Si se enteraba de que había cometido alguna otra estupidez, dejarían de ser amigos y le echaría patadas de la embajada, y podría beber todo lo que quisiera hasta morir sin que a él le importara lo más mínimo.

La llegada de aliados

Transcurrieron los días, y el año 2521 paso al 2522 sin grandes alharacas. El primer día de Nachexen, un cierto número de boyardos kislevitas pronunciaron enardecidos discurso ante los soldados, en los que les prometieron un año de batallas y victorias. Cuando varios jinetes de Talabheim entregaron a Kaspar von Velten unas cartas en las que se le informaba de que los ejércitos de Talabecland y de Stirland marchaban hacia Kislev, el propio embajador fue requerido para pronunciar algunas de esas arengas ante los regimientos del Imperio acampados extramuros de la ciudad.

Tal vez se debía a la esperanza de refuerzos, o quizá a que los días se iban alargando, o al aliento del año nuevo, pero una perceptible sensación de optimismo empezó a infiltrarse en la capital kislevita. Aunque para Kaspar la cosa no era tan halagueña. Por un lado, le informaron que el ejército de Talabecland, conformado por casi siete mil combatientes, esta a las órdenes de Clemenz Spitzaner, un hombre al que Kaspar conocía bien, pero a quien precisamente no tenía muchas ganas de volver a ver.

Era un antiguo oficial de su estado mayor cuando aún era general en el Imperio, uno al que nunca pudo quitarse de encima, pero su familia era rica y se vió obligado a tenerlo cerca. Era un militar competente pero arrogante y al que no le importaba sacrificar hombres con tal de ganar una batalla. Por ello, cuando Kaspar se retiró del ejército, había promocionado a un oficial llamado Hoffman en lugar de a Spitzaner, lo cual generó un gran resentimiento hacia él. Kaspar se preguntó durante breves instantes si los años habrían menguado la amargura de aquel general, pero supuso que pronto tendría ocasión de averiguarlo.

Por el otro, estaba la deuda que debía saldar a Vassily Chekatilo. Habían transcurrido muchos días desde los sucesos del Lubjanko, y Kaspar había demorado hablar con él tanto como había podido, pero al final no pudo evitarlo más, y el señor del crimen se presentó en su oficina para cobrarle el favor, aunque el pago exigido era algo que Kaspar se negaba a aceptar.

Con la amenaza de los Kurgans cada vez más próxima, Chekatilo había decidido abandonar Kislev para irse a Marienburgo. Necesitaba viajar muy rápido por el Imperio, y un país en guerra era un lugar peligroso y suspicaz. En calidad de embajador de su nación, debía proporcionarle una escolta de al menos cien soldados y documentos firmados por el que le permitan viajar sin obstáculos ni restricciones a través del Imperio.

Lo que le pedía vulneraba todos los deberes y juramentos que prometió cumplir cuando aceptó el cargo de embajador en Kislev, ademas de que los soldados pronto sería movilizados para luchar por su país, por lo tanto se negó a cumplir sus egoístas demandas. Chekatilo le importaba una ardite su país, y recordó que fue gracias a él por lo que pudo atrapar a Kajetan. Kaspar puntualizó que jamás le pidió que colaborara. Fue Pavel quien pidió su ayuda, y por lo tanto no le debía nada. Antes de marcharse, Chekatilo juró que le concedería lo que le debía de una manera u otra.

Tras esta desagradable reunión, Kaspar continuo con su quehaceres durante los siguientes y los preparo todo para el recibimiento de los ejércitos del Imperio. La llegadas de las tropas del emperador fue todo un espectáculo que levantó el ánimo a Kaspar, aunque el humor se le amargó cuando vio a Spitzaner. Dibujó en su rostro la mejor de las sonrisas, Kaspar recibió al general en Kislev aguantando su desagrado, sentimiento que era compartido.

Dejando resentimientos aparte, Spitzaner le presentó a Johan Michlenstadt y a Claus Bautner, dos emisarios del Emperador. Le explicaron que traían cartas del Karl Franz y debían entregárselas directamente a la zarina Katarin cuanto antes, siendo de suma importancia. Kaspar se comprometió a conseguirles una reunión con la zarina, aunque les aseguró que no sería una tarea sencilla.

Tras hacer el papeleos pertinente, y cinco días más tarde los cuatro hombres fueron al Palacio de Invierno para la audiencia, aun así tuvieron que esperar durante varias horas hasta que la Reina de Hielo finalmente se dignó a recibirlos. Kaspar presentó a la soberana al general Spitzaner y a los emisarios Michlenstadt y Bautner, quienes le entregaron las cartas de emperador. La zarina leyó con atención los mensajes. Se trataba de una invitación para que fuera a Altdorf y y participara en el Cónclave de Luz, una reunión de grandes y poderosos en la que se decidirá el destino del mundo. Con la amenaza de las hordas del norte a punto de lanzarse sobre su reino, Katarin declino la invitación de viajar al Imperio. Los emisarios insistieron de que era por su bien pero la zarina no dio su brazo a torcer.

Entonces preguntó a Kaspar que, ya que era el embajador del Emperador en Kislev, y por tanto hablaba en su nombre, qué hubiera hecho Karl Franz si fuera el Imperio el que estuviera asolado por la guerra y alguien le pidiera a él que abandonara su país mientras los enemigos mataban a su pueblo. Con toda la franqueza, respondió que Karl Franz era un hombre de honor, un rey guerrero, y que jamás hubiera abandonado a su gente. Su respuesta produjo ofendidas aspiraciones de aire por parte de Spitzaner y de los emisarios.

Dirigiéndose a Michlenstadt y Bautner, la Reina de Hielo pidió que le transmitieran al Emperador que agradecía su invitación, pero que, lamentablemente, no podía aceptarla con su país en peligro. Cuando regresasen a Altdorf haría que les acompañaran sus más fiables representantes para que hablaran en su nombre en el cónclave.

Una vez fuera del palacio, tanto Spitzaner como los emisarios le echaron en cara a Kaspar que su respuesta a la pregunta de la zarina condicionaran su decisión de permanecer en Kislev. Él se defendió asegurando que la zarina no habría ido a Altdorf en ningún caso, independientemente de lo que le hubiera dicho. Un furioso Spitzaner le esperó que el Emperador se enteraría de todo lo que aquí había ocurrido esa noche. Kaspar respondió que no tenia la menor duda harto ya del tono de Spitzaner. El general y los emisarios volvieron a su alojamiento de la ciudad sin mediar más palabras, escoltados por soldados, mientras Kaspar y sus guardias cabalgaban en dirección a la embajada.

Una vez allí, Kaspar quería olvidarse de todo e irse a dormir, pero al pasar frente a la puerta de su despacho, percibió que había alguien dentro, y por el ruuido, parecía estar rebuscando entre sus papeles. A aquella hora de la noche no tenía que haber nadie en el despacho, y empezó a aventurar siniestras posibilidades acerca de quién podía andar por allí. Pistola en mano, Kaspar se acercó con cautela para no alertar al intruso. Su cólera aumentaba a cada paso que daba. Era consciente de que debería haber bajado las escaleras para avisar a los guardias pero estaba de tan mal humor que prefería atraparlo con sus propias manos.

Entró en la habitación repentinamente, ordenando a quien estuviera allí que no se moviera, apuntandole con su arma. Vio una voluminosa figura de pie detrás del escritorio, y estaba a punto de repetir la advertencia cuando reconoció al hombre que andaba rebuscando algo.

Era Pavel Kovoric.

La horrible confesión

Pavel y Kaspar se miraron el uno al otro por encima del escritorio, y el embajador bajó la pistola. Pavel no dijo nada pero Kaspar vio que agarraba con una mano unos cuantos documentos, y con la otra, un tampón con mango de madera. Enfadado, le preguntó que demonios estaba haciendo. Pavel le imploró que le dejara hacer lo que había venido hacer y que le dejara marcharse, prometiendo que nunca más volvería a verle, pero Kaspar volvió hacerle la misma pregunta.

Pavel se mordía el labio inferior mientras Kaspar se dirigía a la lámpara y examinaba lo que su viejo camarada le había hurtado del escritorio. Se trataba del sello que ostentaba su símbolo personal mientras que los documentos eran salvoconductos, cartas que permitirían al portador cruzar todo el Imperio a lo largo y a lo ancho sin estorbo ni obstáculo. Era muy consciente de para qué servían aquellos documentos, y el corazón le dio un vuelco al advertir para quién los estaba robando Pavel. Le acusó de estar robando para Chekatilo. Totalmente avergonzado de si mismo, Pavel admitió que así era.

Kaspar se encolerizó con Pavel como nunca lo había hecho, y su ira llegó a cotas que creía inalcanzables, y demandó saber por que lo hacía, por qué, después de tantos años de amistad, le estaba traicionando por aquel despojo humano. Pavel dijo que no se lo podía decir, que no le gustaría saber la verdad. Harto de sus lamentos, Kaspar se encaró con el que siempre había sido su amigo. La cara le hervía, congestionada por la ira, y le aseguró que se le iba a decir mal que le pesase. Pavel apartó al embajador y le dio la espalda. El corpulento kislevita prorrumpió en un gran sollozo antes de confesar la verdad.

Él era el responsable de la muerte de Andrej Vilkova, el marido de Anastasia. Lo asesinó junto Rejak. Lo emboscaron en el exterior del burdel de Chekatilo y lo golpearon hasta matarlo.

Kaspar sintió que los sentidos se le entumecían y que una enfermiza sensación se le extendía desde lo más profundo del estómago hasta la punta de las extremidades. Se apoyó con una mano en el escritorio mientras la cabeza le hervía en un torbellino de confusos pensamientos. Sintiendo una opresión en los pulmones, suplicó que no fuera cierto, pero Pavel dijo que así era, y desde entonces Chekatilo tiene esa espada de Damocles suspendida sobre su cabeza. Le chantajeó con decírselo si no le hacía ese favor, y él no quería que supiera lo que hizo y que descubrieras la clase de escoria patética y lloriqueante que era.

Kaspar no sabía qué decir, pues todavía estaba trastornado por haber descubierto que uno de sus más viejos amigos había resultado ser un asesino, no mejor que Sasha Kajetan. Lágrimas provocadas por la traición le bajaban por las mejillas, mientras se horrorizaba al pensar que, en muchas ocasiones, había confiado su vida a un hombre que no era más que un vulgar criminal. Pensó en Anastasia y lo que ocurría si le revelaba que el asesino de su marido habia sido siempre su amigo. Pavel se puso en pie y colocó la mano sobre el hombro de Kaspar, pero este la apartó con repulsión y se separó de él, bramandole que no le tocara. Apenas podía soportar mirarlo.

Tratando de contener la tormenta de emociones, le preguntó por qué lo hizo. Pavel confesó que Pjotr Losov, visitó a Chekatilo y le pagó para que matara a Andrej Vilkova. Pavel dijo que lo oyó personalmente, y cree por esa razón Chekatilo le exigió que se encargara de aquel crimen. Kaspar advirtió en aquel momento el origen de la enemistad entre Pavel y Losov, y se preguntó para sí mismo la razón por la que el consejero de la zarina ordenaría aquel asesinato, aunque Pavel admitio no saberlo.

Todas aquellas revelaciones fueron un duro un mazazo para Kaspar. La ira, el dolor y el sentimiento de traición estaban a punto de estallar en su interior. Le dijo a Pavel que debería entregarlo a los Chekist por su crimen, pero no lo haría. Le había salvado la vida demasiadas veces para que ahora lo entregara, pero la larga amistad que habían compartido ya no existían, y le pidió que se largara de la embajada y no volviera. Pavel asintió con la cabeza, lleno de tristeza, y se dirigió hacia la puerta. Se volvió como si estuviera a punto de decir algo, pero no lo consideró prudente y se fue sin añadir palabra alguna.

Cuando la puerta se cerró, Kaspar se cogió la cabeza entre las manos y lloró a lágrima viva como no lo había hecho desde que había enterrado a su esposa.

Con la mañana llegó una fría lluvia del este. Kaspar permanecía sentado detrás de su escritorio bañado por una débil luz diurna que penetraba a través de la ventana situada detrás de él. No había dormido desde que Pavel se había marchado; sus emociones eran demasiado intensas y estaban tan a flor de piel que no podía cerrar los ojos. Cada vez que lo intentaba, se le aparecía el rostro de Anastasia, y el dolor volvía a agudizarse. Una parte de sí mismo quería contarle quién era el asesino de su marido con objeto de enterrar el fantasma de su muerte, pero no era posible reanudar una amistad comunicándole semejante noticia.

El embajador maldijo Kislev, su gente, su lenguaje, sus costumbres, sus…, todas sus cosas. Sintió que lo invadía una intensa sensación de amargura y una vez más pensó que ojalá no hubiera puesto jamás los pies en aquel desolado país que sólo le había reportado sufrimientos y desgracias.

Desafortunadamente, la confesión del crimen de Pavel no sería la única mala noticia.

La fuga de Kajetan

Cuando se disponía a tratar de descansar un poco, vio por la ventana que Vladimir Pashenko entrnaod en la embajada. Maldijo silenciosamente para sí mismo. De todos los días posibles, aquél era el menos indicado para recibirlo. Pero el cargo que ostentaba le obligaba a cumplir con su deber. Al verlo, comprobó que el jefe de los Chekist tenía el rostro furibundo, y su cólera manifiesta indicaron a Kaspar que algo grave había sucedido.

Junto a un furioso diatribas y numerosas maldiciones hacia su persona, Pashenko le informó que habían atacado el cuartel de los Chekist, trece de sus hombres estaban muertos, y que Sasha Fjodorovich Kajetan había escapado de su cautiverio. Aquella noticia fue totalmente desmoralizadora, y le pidió a Pashenko que se tranquilizara, y le explicara que había sucedido, ya que le costaba creer que Kajetan, con lo debilitado que estaba, hubiera sido capaz de escapar por su cuente.

Pashenko le informó que, según los testimonio de los supervivientes, dos intrusos entraron en el edificio y se abrieron paso matando a diestra y siniestra, hasta las celdas. Eran dos personas, pero solo una mató a sus hombres. Era alguien con túnica negra y capucha e inusitadamente rápido. Kaspar se dio cuenta que se trataba del mismo asesino que les había atacado en el Lubjanko. No quería entrar en detalles acerca de su reciente cooperación con Vassily Chekatilo ante el jefe de los Chekist, así que le preguntó por el otro intruso.

Pashenko le dijo que era una mujer, pero los supervivientes del ataque la describieron de distintas maneras. Unos decían que era un mujer joven, otros que era una anciana. Para unos era rubia, para otros tenía la cabellera oscura, y algunos aseguraban haber visto una cabellera de color castaño rojizo. También había contradicciones en cuanto al color de los ojos y su complexión física, pero todos coinciden en que era muy bella, y que les resultó difícil levantar una espada contra ella. Todos aseguraron que tenía la facultad de irradiar, como si debajo de la piel tuviera focos de luz, por lo que aquello solo podía ser obra de la brujería.

Aquellas palabras causaron a Kaspar una fuerte impresión al recordar que Sofía había descrito de forma similar algo que le había sucedido mientras se encontraba recluida en el funesto ático de Sasha Kajetan; se había referido a una luz mágica que había hablado con voz de mujer. No le había podido ver el rostro, pero el hecho de que esa persona acompañara al asesino encapuchado no parecía ser una simple coincidencia y establecía entre los dos sucesos un posible nexo.

Algo de lo que Pashenko había dicho le había medio despertado un débil recuerdo; pero el recuerdo no despertó por completo hasta que Sofía entro en el despacho, angustiada ante al oír la noticia. Al ver al cabellera castaño rojiza de la doctora, comprendió finalmente como controlaban a Kajetan. Comentó que cuando vio el esqueleto que él había desenterrado en su antiguas tierras, recordó que el el cráneo todavía conservaba algunos cabellos castaño rojizos. Exactamente el mismo de cabello de Sófia, lo que explicaría por que no la mató, su locura le hizo creer que era su madre. Así era como la misteriosa mujer controlaba al espadachín, usaba magia para hacer que creyera que su madre había vuelto con él. Todos sus asesinatos fueron por ella.

Pashenko siseó que ahora nadaba suelto, y culpó al embajador del próximo asesinato que cometiera. Tenía que haber colgado a Kajetan hacía semanas, pero se dejó convencer por Kaspar para mantenerlo con vida para descubrir lo que le había convertido en un monstruo. Kaspar quiso replicar por sus acusaciones, pero era consciente de que Pashenko estaba en lo cierto. Preguntó que se estaba haciendo para capturarlo y si podría ayudarles. El jefe de los Chekist le respondió que nada. En esos momento había demasiada gente en Kislev y no contaba con el personal suficiente para buscarlo, además que quien lo sacó de la mazmorra lo mantendría bien oculto. La única opción que tenían era esperar a que su locura lo incitara a salir de su escondrijo para matar, pero habría víctimas. Tras esto, Pashenko se marchó del despacho.

Sofía sintió un escalofrío, y Kaspar le puso el brazo en torno a los hombros para tranquilizarla, asegurando que no creía que Kajetan iría de nuevo a por ella. La mujer negó con la cabeza y respondió que lo que la preocupaba es que fuera a por él.

Fuentes