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Karl fue sacado dos veces más a la plaza iluminada por el fuego y rodeada por la multitud sedienta de sangre. Mató una vez, en lucha con otro hombre de Stirland que pareció darse por vencido y recibir de buena gana la muerte rápida que Karl le concedió. En otro combate, Karl se enfrentó a un joven de [[Middenheim]] que, en el último momento, se vino abajo y se negó a lidiar. El joven arrojó el arma e intentó huir, llorando e implorando. Hinn lo ejecutó y Karl fue llevado a rastras de vuelta al templo. |
Karl fue sacado dos veces más a la plaza iluminada por el fuego y rodeada por la multitud sedienta de sangre. Mató una vez, en lucha con otro hombre de Stirland que pareció darse por vencido y recibir de buena gana la muerte rápida que Karl le concedió. En otro combate, Karl se enfrentó a un joven de [[Middenheim]] que, en el último momento, se vino abajo y se negó a lidiar. El joven arrojó el arma e intentó huir, llorando e implorando. Hinn lo ejecutó y Karl fue llevado a rastras de vuelta al templo. |
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− | Von Margur era el único que no había sido llamado. Los restantes cautivos no podían entender por qué los [[Kurgans]] mantenían esa actitud con el [[caballero]] ciego. Karl sabía que cada vez que Von Margur abría la boca, decía cosas que no tenía derecho a saber. Von Margur poseía la visión. Posiblemente como resultado de la grave lesión de su cerebro, era especial y los kurgan lo valoraban por eso. |
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− | En la noche del séptimo día, |
+ | En la noche del séptimo día, Von Margur fue llevado a la plaza, junto a otros tres prisioneros. El caballero gritó asustado a Karl para que lo ayudara, pero este no pudo hacer nada salvo decirle que [[Sigmar Heldenhammer|Sigmar]] los salvaría, blasfemia que le valió una bofetada de Hinn. Karl se encaminó hacia el altar del [[templo]] y se arrodilló para rezar por el alma de Von Margur, sin importarle las profanaciones que los kurgan habían llevado a cabo en el lugar. |
Al cabo de un tiempo, los kurgan llevaron de vuelta a [[Von Margur]]. El caballero ciego caminaba sin ayuda por la nave central del templo, y se sentó en el suelo, junto a Karl. Tenía las manos ensangrentadas. Karl se preguntaba como había logrado sobrevivir. Von Margur miró con ojos inexpresivos hacia la nada, diciendo que no había sido fácil, y se hecho a dormir. Al poco llegó otro superviviente, un hombre llamado Vinnes, conmocionado por haber tenido que matar a un compatriota. Karl le preguntó si vio el combate de Von Margur, y él le respondió que vio como paraba los golpes de su adversario con facilidad y lograba darle muerte como si fuera capaz de ver. |
Al cabo de un tiempo, los kurgan llevaron de vuelta a [[Von Margur]]. El caballero ciego caminaba sin ayuda por la nave central del templo, y se sentó en el suelo, junto a Karl. Tenía las manos ensangrentadas. Karl se preguntaba como había logrado sobrevivir. Von Margur miró con ojos inexpresivos hacia la nada, diciendo que no había sido fácil, y se hecho a dormir. Al poco llegó otro superviviente, un hombre llamado Vinnes, conmocionado por haber tenido que matar a un compatriota. Karl le preguntó si vio el combate de Von Margur, y él le respondió que vio como paraba los golpes de su adversario con facilidad y lograba darle muerte como si fuera capaz de ver. |
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Corría el décimo día desde que habían salido del poblado kislevita, y el grupo de Karl avanzaban a través de un ralo bosque de álamos chamuscados. Caminaban tras las carretas, flanqueados por Subotai, que montaba su [[Burros|burro]] blanco, y seis jinetes kurgan. De repente, fueron emboscados por ocho [[Caballero|caballeros]] [[templarios]] de la [[Gran Orden de la Reiksguard|Guardia del Reik]]. Karl aprovechó el momento para huir, pero estaba la cuerda que lo unía a sus compañeros de cautiverio. En torno a ellos, los templarios de la Guardia del Reik luchaban a [[Caballos|caballo]] contra los jinetes kurgan. Y los kurgan estaban perdiendo. Karl sacó su [[Dagas|daga]] y cortó al [[cuerda]], permitiendo que él y otro prisionero pudieran escapar por los bosques. Oyeron ruido de cascos de caballo detrás de sí y vieron al líder del destacamento de caballeros templarios. Al verlos, espoleó el caballo. |
Corría el décimo día desde que habían salido del poblado kislevita, y el grupo de Karl avanzaban a través de un ralo bosque de álamos chamuscados. Caminaban tras las carretas, flanqueados por Subotai, que montaba su [[Burros|burro]] blanco, y seis jinetes kurgan. De repente, fueron emboscados por ocho [[Caballero|caballeros]] [[templarios]] de la [[Gran Orden de la Reiksguard|Guardia del Reik]]. Karl aprovechó el momento para huir, pero estaba la cuerda que lo unía a sus compañeros de cautiverio. En torno a ellos, los templarios de la Guardia del Reik luchaban a [[Caballos|caballo]] contra los jinetes kurgan. Y los kurgan estaban perdiendo. Karl sacó su [[Dagas|daga]] y cortó al [[cuerda]], permitiendo que él y otro prisionero pudieran escapar por los bosques. Oyeron ruido de cascos de caballo detrás de sí y vieron al líder del destacamento de caballeros templarios. Al verlos, espoleó el caballo. |
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− | Karl y su compañero imploraron que los salvaran, que eran ciudadanos del Imperio, pero el caballero cargó contra ellos, ignorando sus ruegos. Mató al otro prisionero con su arma, y cuando se disponía a hacer lo mismo con Karl, numerosas flechas negras se clavaron en su espalda. El zar [[Uldin]] llegó al galope, con muchos de su partida corriendo junto a él. Karl hizo sobre él la señal de [[Sigmar Heldenhammer|Sigmar]], y luego echó a correr a toda la velocidad que le permitían las piernas, hacia las sombras del bosque quemado. |
+ | Karl y su compañero imploraron que los salvaran, que eran [[Ciudadano|ciudadanos]] del [[El Imperio|Imperio]], pero el caballero cargó contra ellos, ignorando sus ruegos. Mató al otro prisionero con su arma, y cuando se disponía a hacer lo mismo con Karl, numerosas flechas negras se clavaron en su espalda. El zar [[Uldin]] llegó al galope, con muchos de su partida corriendo junto a él. Karl hizo sobre él la señal de [[Sigmar Heldenhammer|Sigmar]], y luego echó a correr a toda la velocidad que le permitían las piernas, hacia las sombras del bosque quemado. |
Cuando salió del bosque muerto, se encontró con que estaba en la cima de una colina baja. En el ancho valle de abajo, y sobre una llanura por la que discurría un río lejano, tenía lugar una batalla entre un ejercito imperial y la horda Kurgan. Karl Reiner Vollen sintió, en el fondo de sus entrañas, que ése sería otro día que el [[El Imperio|Imperio]] iba a lamentar durante años. Se detuvo en seco. Podría correr tanto como quisiera, pero jamás lograría dejar atrás aquella marea de muerte. Se recostó contra un viejo árbol nudoso, y se rodeó el cuerpo con los brazos. |
Cuando salió del bosque muerto, se encontró con que estaba en la cima de una colina baja. En el ancho valle de abajo, y sobre una llanura por la que discurría un río lejano, tenía lugar una batalla entre un ejercito imperial y la horda Kurgan. Karl Reiner Vollen sintió, en el fondo de sus entrañas, que ése sería otro día que el [[El Imperio|Imperio]] iba a lamentar durante años. Se detuvo en seco. Podría correr tanto como quisiera, pero jamás lograría dejar atrás aquella marea de muerte. Se recostó contra un viejo árbol nudoso, y se rodeó el cuerpo con los brazos. |
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− | Pasado un rato, oyó que unos [[Corcel del Caos|caballos]] se aproximaban por detrás de él y se volvió. Tres miembros de la partida de Uldin salieron a caballo del bosque y se dirigieron hacia él. El que iba al mando estaba deshaciendo los bucles de su soga, pero al ver la expresión del rostro de Karl, volvió a colgar la [[cuerda]] de la silla de montar sin hacer comentario alguno, y con un gesto despreocupado le indicó al lancero ligero que se acercara. Los tres kurgan hicieron volver sus caballos por donde habían llegado, y Karl echó a andar detrás de ellos, con la cabeza gacha. |
+ | Pasado un rato, oyó que unos [[Corcel del Caos|caballos]] se aproximaban por detrás de él y se volvió. Tres miembros de la partida de Uldin salieron a caballo del bosque y se dirigieron hacia él. El que iba al mando estaba deshaciendo los bucles de su soga, pero al ver la expresión del rostro de Karl, volvió a colgar la [[cuerda]] de la silla de montar sin hacer comentario alguno, y con un gesto despreocupado le indicó al lancero ligero que se acercara. Los tres [[Kurgans|kurgan]] hicieron volver sus caballos por donde habían llegado, y Karl echó a andar detrás de ellos, con la cabeza gacha. |
Cuando regresó, vio que los [[Caballero|caballeros]] del [[El Imperio|Imperio]] habían sido derrotados. Los kurgan estaban amortajando a sus muertos y despojando a los cadáveres de los templarios de sus [[armaduras]]. El zar Uldin amonestó a Karl de intentar escapar, pero él negó con la cabeza, alegando que solo corrió para salvar la vida. Admitió, sin embargo, que la huida también estaba en sus pensamientos, aunque al final decidió cambiar de opinión. El zar sonrió ante sus palabras, diciéndole que [[Tzeentch|Tchar]] estaba dentro de él, algo que Karl negó con firmeza antes de volver junto al resto de [[esclavos]] supervivientes. |
Cuando regresó, vio que los [[Caballero|caballeros]] del [[El Imperio|Imperio]] habían sido derrotados. Los kurgan estaban amortajando a sus muertos y despojando a los cadáveres de los templarios de sus [[armaduras]]. El zar Uldin amonestó a Karl de intentar escapar, pero él negó con la cabeza, alegando que solo corrió para salvar la vida. Admitió, sin embargo, que la huida también estaba en sus pensamientos, aunque al final decidió cambiar de opinión. El zar sonrió ante sus palabras, diciéndole que [[Tzeentch|Tchar]] estaba dentro de él, algo que Karl negó con firmeza antes de volver junto al resto de [[esclavos]] supervivientes. |
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Karl se sentía dolido al ver en lo que se había convertido su viejo amigo. Dolido y fastidiado. Desde que había estado a punto de huir en el bosque de fresnos, Karl se había endurecido y transformado en alguien con control de sí mismo. Había agotado su capacidad para sentir pesar, o para sentir algo por cualquiera de las cosas o personas que había perdido en Zhedevka. Aquella cosa ya no era Johann Friedel, había muerto en Zhedevka y lo que tenía delante era solo su cadáver que no paraba de sufrir. Lo único que podía hacer era acabar con su sufrimiento. Con un potente espadazo, Karl acabó con la vida de Friedel. |
Karl se sentía dolido al ver en lo que se había convertido su viejo amigo. Dolido y fastidiado. Desde que había estado a punto de huir en el bosque de fresnos, Karl se había endurecido y transformado en alguien con control de sí mismo. Había agotado su capacidad para sentir pesar, o para sentir algo por cualquiera de las cosas o personas que había perdido en Zhedevka. Aquella cosa ya no era Johann Friedel, había muerto en Zhedevka y lo que tenía delante era solo su cadáver que no paraba de sufrir. Lo único que podía hacer era acabar con su sufrimiento. Con un potente espadazo, Karl acabó con la vida de Friedel. |
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− | [[Uldin]] salió al foso para celebrar la victoria mientras Efgul corrió a felicitar a Karl , pero este se encontraba conmocionado por el hecho de haber matado a un amigo. Efgul trató de tranquilizarlo, diciéndole que le había dado el regalo de [[Tzeentch|Tchar]]. El regalo del cambio. De la vida a la muerte. Si Johann había sido su amigo, entonces le había hecho un gran favor matándolo, pues la partida de guerra de Kreyya adoran al dios de la Podredumbre, [[Nurgle|Noork'hl el Impuro]], y por tanto tenía la corrupción que lo consumía en su cuerpo. Efgul hablaba con voz apremiante y seria, como si estuviese contándole una verdad atroz. Para Karl, aquello carecía de sentido, pero Efgul le aseguró que lo entendería, si lograba |
+ | [[Uldin]] salió al foso para celebrar la victoria mientras Efgul corrió a felicitar a Karl , pero este se encontraba conmocionado por el hecho de haber matado a un amigo. Efgul trató de tranquilizarlo, diciéndole que le había dado el regalo de [[Tzeentch|Tchar]]. El regalo del cambio. De la vida a la muerte. Si Johann había sido su amigo, entonces le había hecho un gran favor matándolo, pues la partida de guerra de Kreyya adoran al dios de la Podredumbre, [[Nurgle|Noork'hl el Impuro]], y por tanto tenía la corrupción que lo consumía en su cuerpo. Efgul hablaba con voz apremiante y seria, como si estuviese contándole una verdad atroz. Para Karl, aquello carecía de sentido, pero Efgul le aseguró que lo entendería, si lograba vivir. |
− | Los cuernos sonaron y Efgul hizo que Karl se volviera. Uldin estaba lanzando un reto formal contra [[Blayda]]. Los ensangrentados despojos de Friedel fueron retirados. También se retiró Efgul, el cual se llevó la espada de Friedel para hacer un nuevo brazalete como trofeo para Uldin. Karl giró sobre sí para encararse con el campeón ritual de Blayda. Por un momento, Karl pensó que se trataba de otros de sus antiguos camaradas de la compañía de Hipparchia. No lo era, pero aunque lo hubiese sido, Karl no se habría refrenado. Ya no quedaba nada con lo que pudiera enfrentarse que le diese miedo matar. |
+ | Los cuernos sonaron y Efgul hizo que Karl se volviera. Uldin estaba lanzando un reto formal contra [[Blayda]]. Los ensangrentados despojos de Friedel fueron retirados. También se retiró Efgul, el cual se llevó la [[Espadas|espada]] de Friedel para hacer un nuevo brazalete como trofeo para Uldin. Karl giró sobre sí para encararse con el campeón ritual de Blayda. Por un momento, Karl pensó que se trataba de otros de sus antiguos camaradas de la compañía de Hipparchia. No lo era, pero aunque lo hubiese sido, Karl no se habría refrenado. Ya no quedaba nada con lo que pudiera enfrentarse que le diese miedo matar. |
=== Al ascenso de Karl-Azytzeen === |
=== Al ascenso de Karl-Azytzeen === |
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El zar le dijo a Karl que Skarkeetah que le había aconsejado que lo matara. Karl se sintió indiferencia ante la amenaza, aunque pensaba que el señor de esclavos le consideraba muy valioso. Uldin le dijo que así era, y que por eso debía hacerlo antes de que se volviera demasiado poderoso, pero sabía apreciar las cosas de valor, y gracias a sus victorias en el foso, muchos chamanes ansiaron unirse a su partida, escogiendo a [[Chegrume]]. |
El zar le dijo a Karl que Skarkeetah que le había aconsejado que lo matara. Karl se sintió indiferencia ante la amenaza, aunque pensaba que el señor de esclavos le consideraba muy valioso. Uldin le dijo que así era, y que por eso debía hacerlo antes de que se volviera demasiado poderoso, pero sabía apreciar las cosas de valor, y gracias a sus victorias en el foso, muchos chamanes ansiaron unirse a su partida, escogiendo a [[Chegrume]]. |
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− | Uldin avanzó unos pasos y presionó la punta de la lanza en el pecho de Karl. Le confeso que los zares Kurgan ponían sus marca en aquellos hombres que los impresionaban con su fuerza. Le mostró la cicatriz de la herida que le hizo en Zhedevka, la primera herida que me le hacía un enemigo en ocho veranos. Tras esto le venció, pero [[Tzeentch|Tchar]] contuvo su mano, haciendo que lo golpeara con el plano del arma. Un hombre que puede herir a un zar merece la pena convertirlo en [[Esclavos|esclavo]] y conservarlo. Su vida le ha pertenecido desde entonces. |
+ | Uldin avanzó unos pasos y presionó la punta de la lanza en el pecho de Karl. Le confeso que los zares [[Kurgans|Kurgan]] ponían sus marca en aquellos hombres que los impresionaban con su fuerza. Le mostró la cicatriz de la herida que le hizo en Zhedevka, la primera herida que me le hacía un enemigo en ocho veranos. Tras esto le venció, pero [[Tzeentch|Tchar]] contuvo su mano, haciendo que lo golpeara con el plano del arma. Un hombre que puede herir a un zar merece la pena convertirlo en [[Esclavos|esclavo]] y conservarlo. Su vida le ha pertenecido desde entonces. |
− | Uldin se quitó un brazalete de un brazo y lo arrojó sobre el regazo de Karl. Había sido forjado con una de las [[espadas]] cobradas de los esclavos a los que había matado en el foso. Mientras consiguiera más brazaletes, su decisión de no matarlo se mantendría. Tras esto, Uldin salió de la celda, dejando la puerta abierta de par en par. Pasado un rato, Karl se deslizó el tibio brazalete de metal en el brazo derecho y siguió al zar. Los hombres de Uldin le permitieron conservar las armas y [[armaduras]] con las que luchó en el foso, además de entregarle una sólida [[Lanzas|lanza]] así como una vieja [[Caballo-de-Karl-Azytzeen|yegua]] sin silla ni nombre. |
+ | Uldin se quitó un brazalete de un brazo y lo arrojó sobre el regazo de Karl. Había sido forjado con una de las [[espadas]] cobradas de los [[esclavos]] a los que había matado en el foso. Mientras consiguiera más brazaletes, su decisión de no matarlo se mantendría. Tras esto, Uldin salió de la celda, dejando la puerta abierta de par en par. Pasado un rato, Karl se deslizó el tibio brazalete de metal en el brazo derecho y siguió al zar. Los hombres de Uldin le permitieron conservar las armas y [[armaduras]] con las que luchó en el foso, además de entregarle una sólida [[Lanzas|lanza]] así como una vieja [[Caballo-de-Karl-Azytzeen|yegua]] sin silla ni nombre. |
A lo pocos días, los zares se llevaron sus partidas de guerra para unirse al gran ejército del Zar Supremo: [[Surtha Lenk]]. La horda de Surtha saqueó tres ciudades de la Marca de [[Ostermark]], para luego vadear el [[Río Talabec|Talabec]] y continuar avanzando hacia el interior de [[Ostland]], donde más ciudades perecieron bajo su furia. La partida de [[Uldin]] libró pocas luchas aunque Karl ya ganó otros dos brazaletes. La hueste era tan enorme que, a menudo, grandes sectores de la misma aún estaban llegando a una ciudad cuando ésta ya había sido arrasada por la vanguardia. Esto causó impaciencia al Zar al no obtener suficiente gloria pero todo cambiaría cuando llegaron a Aachden, a sólo ocho días de marcha desde [[Wolfenburgo]], y con las [[Montañas Centrales]] a la vista. |
A lo pocos días, los zares se llevaron sus partidas de guerra para unirse al gran ejército del Zar Supremo: [[Surtha Lenk]]. La horda de Surtha saqueó tres ciudades de la Marca de [[Ostermark]], para luego vadear el [[Río Talabec|Talabec]] y continuar avanzando hacia el interior de [[Ostland]], donde más ciudades perecieron bajo su furia. La partida de [[Uldin]] libró pocas luchas aunque Karl ya ganó otros dos brazaletes. La hueste era tan enorme que, a menudo, grandes sectores de la misma aún estaban llegando a una ciudad cuando ésta ya había sido arrasada por la vanguardia. Esto causó impaciencia al Zar al no obtener suficiente gloria pero todo cambiaría cuando llegaron a Aachden, a sólo ocho días de marcha desde [[Wolfenburgo]], y con las [[Montañas Centrales]] a la vista. |
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Al poco rato llegó Uldin, informando de que el Zar Supremo había ordenado que esperasen a que el enemigo atacara. Karl consideró aquella decisión absurda, y le comunicó que el enemigo no se movería de su posición, sino que esperaría que fueran ellos los que atacaran. Su finalidad era impedir que avanzaran y lo estaban logrado sin alzar siquiera un dedo. Uldin pensó en las palabras de Karl y decidió llevarlo al [[Tienda de Campaña|pabellón]] de Surtha Lenk. Karl-Azytzeen se sintió intimidado por la horrenda apariencia que presentaba el propio [[Señores del Caos|Señor del Caos]], pero le contó lo mismo que le había contado a su líder. |
Al poco rato llegó Uldin, informando de que el Zar Supremo había ordenado que esperasen a que el enemigo atacara. Karl consideró aquella decisión absurda, y le comunicó que el enemigo no se movería de su posición, sino que esperaría que fueran ellos los que atacaran. Su finalidad era impedir que avanzaran y lo estaban logrado sin alzar siquiera un dedo. Uldin pensó en las palabras de Karl y decidió llevarlo al [[Tienda de Campaña|pabellón]] de Surtha Lenk. Karl-Azytzeen se sintió intimidado por la horrenda apariencia que presentaba el propio [[Señores del Caos|Señor del Caos]], pero le contó lo mismo que le había contado a su líder. |
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− | Tras estudiarlo, el Gran Zar quedó satisfecho con sus palabras. Él también había considerado esas cosas, pero sus chamanes de batalla le habían augurado que una demora podría enervar al ejército que tenían ante ellos e impelerlos a una acción precipitada. Sin embargo, pudo comprobar que Karl-Azytzeen contaba con el favor de Tchar, así que siguió su consejo, además de que detestaba la idea de tener que esperar. Por ello, hizo correr la voz entre sus filas de que ellos iniciarían la batalla. |
+ | Tras estudiarlo, el Gran Zar quedó satisfecho con sus palabras. Él también había considerado esas cosas, pero sus [[Hechiceros del Caos|chamanes]] de batalla le habían augurado que una demora podría enervar al ejército que tenían ante ellos e impelerlos a una acción precipitada. Sin embargo, pudo comprobar que Karl-Azytzeen contaba con el favor de [[Tzeentch|Tchar]], así que siguió su consejo, además de que detestaba la idea de tener que esperar. Por ello, hizo correr la voz entre sus filas de que ellos iniciarían la batalla. |
La horda de Lenk atacó al ejercito del Reik, desatando una furiosa tormenta. A pesar de ello, el ejercito respondió al asalto con disciplinadas disparos, haciendo caer a muchos de los bárbaros. Por un momento, Karl sintió una punzada de orgullo marcial por la cultura que lo había criado. Se sentiría contento de morir en sus manos. Haría cabalgar su yegua sin nombre contra la muralla de [[picas]], y hallaría su fin. Sin embargo, poco antes de llegar, las filas de los piqueros imperiales se vio rota por el ataque de los [[Mastines del Caos|mastines]] de las tribus del norte. |
La horda de Lenk atacó al ejercito del Reik, desatando una furiosa tormenta. A pesar de ello, el ejercito respondió al asalto con disciplinadas disparos, haciendo caer a muchos de los bárbaros. Por un momento, Karl sintió una punzada de orgullo marcial por la cultura que lo había criado. Se sentiría contento de morir en sus manos. Haría cabalgar su yegua sin nombre contra la muralla de [[picas]], y hallaría su fin. Sin embargo, poco antes de llegar, las filas de los piqueros imperiales se vio rota por el ataque de los [[Mastines del Caos|mastines]] de las tribus del norte. |
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− | Esto permitió que la carga [[Kurgans|kurgan]] se estrellara contra la primera línea imperial, y penetrara por las brechas, haciendo que numerosos soldados cayeran bajo el peso de los caballos o la acometida de astados lanceros. Karl penetró en las filas con su yegua bufando y relinchando. Al no disponer de silla ni estribos, no contaba con ningún punto de apoyo que le permitiera enristrar la [[Lanzas|lanza]], así que estocaba con ésta de arriba abajo, por encima del brazo. Una espada se estrelló contra su escudo, y él hundió la punta de la lanza en la coraza del espadachín, donde quedó atascada y le fue arrebatada de la mano. Ahora estaba desarmado y obligado a hacer frente al ataque de la infantería imperial, valiéndose sólo del [[Escudos|escudo]]. Su única arma era su [[Caballos|caballo]], y lo hizo avanzar, con la cabeza baja, para que los pataleantes cascos asestaran golpes y partieran huesos. |
+ | Esto permitió que la carga [[Kurgans|kurgan]] se estrellara contra la primera línea imperial, y penetrara por las brechas, haciendo que numerosos soldados cayeran bajo el peso de los caballos o la acometida de astados lanceros. Karl penetró en las filas con su yegua bufando y relinchando. Al no disponer de silla ni estribos, no contaba con ningún punto de apoyo que le permitiera enristrar la [[Lanzas|lanza]], así que estocaba con ésta de arriba abajo, por encima del brazo. Una espada se estrelló contra su [[Escudos|escudo]], y él hundió la punta de la lanza en la coraza del espadachín, donde quedó atascada y le fue arrebatada de la mano. Ahora estaba desarmado y obligado a hacer frente al ataque de la infantería imperial, valiéndose sólo del [[Escudos|escudo]]. Su única arma era su [[Caballos|caballo]], y lo hizo avanzar, con la cabeza baja, para que los pataleantes cascos asestaran golpes y partieran huesos. |
Continuó avanzando, aplastando hombres bajo las patas de la montura, y al fin salió al campo situado detrás de la formación imperial, uniéndosele poco después los restantes miembros de la partida de [[Uldin]] que lograron sobrevivir, incluido el propio zar Uldin. Los hombres del [[El Imperio|Imperio]] ya estaban huyendo, y podía verse cómo se dispersaban, de uno en uno o en pequeños grupos, bajando por el campo en dirección a Aachden, dejando caer corazas y armas en plena carrera. Al ver a Karl desarmado, uno de sus compañeros le dio una [[Espadas|espada]] de recambio que llevaba en su silla de montar. |
Continuó avanzando, aplastando hombres bajo las patas de la montura, y al fin salió al campo situado detrás de la formación imperial, uniéndosele poco después los restantes miembros de la partida de [[Uldin]] que lograron sobrevivir, incluido el propio zar Uldin. Los hombres del [[El Imperio|Imperio]] ya estaban huyendo, y podía verse cómo se dispersaban, de uno en uno o en pequeños grupos, bajando por el campo en dirección a Aachden, dejando caer corazas y armas en plena carrera. Al ver a Karl desarmado, uno de sus compañeros le dio una [[Espadas|espada]] de recambio que llevaba en su silla de montar. |
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− | Uldin hizo girar a los jinetes mientras otros muchos se reunían con ellos, y los lanzó contra la retaguardia del enemigo, interrumpiendo la desordenada huida de los soldados imperiales. Un destacamento de [[Órdenes de Caballería del Imperio|caballería imperial]] que avanzaba desde la dirección contraria se enfrentó con la partida de guerra. Se trataban de lanceros ligeros, que a pesar de la mayoría ya habían perdido la lanza, pero blandían sables y alguno tenía una pistola. Verlos trajo vagos recuerdos de su pasado a Karl-Azytzeen, quien aulló al seguir la carga de Uldin contra ellos. La partida de guerra y los jinetes chocaron, a galope tendido, y pasaron de largo los unos de los otros, y varios jinetes Kurgan como [[Caballero|caballeros]] del Imperio cayeron bajo las armas de su enemigo. |
+ | Uldin hizo girar a los jinetes mientras otros muchos se reunían con ellos, y los lanzó contra la retaguardia del enemigo, interrumpiendo la desordenada huida de los [[Soldado|soldados]] imperiales. Un destacamento de [[Órdenes de Caballería del Imperio|caballería imperial]] que avanzaba desde la dirección contraria se enfrentó con la partida de guerra. Se trataban de lanceros ligeros, que a pesar de la mayoría ya habían perdido la lanza, pero blandían sables y alguno tenía una [[Pistolas|pistola]]. Verlos trajo vagos recuerdos de su pasado a Karl-Azytzeen, quien aulló al seguir la carga de Uldin contra ellos. La partida de guerra y los jinetes chocaron, a galope tendido, y pasaron de largo los unos de los otros, y varios jinetes Kurgan como [[Caballero|caballeros]] del Imperio cayeron bajo las armas de su enemigo. |
Karl-Azytzeen abatió a varios de su antiguos compatriotas con la espada prestada, mirando miró en torno de sí para cruzar armas con otro, mientras caballos y hombres pasaban precipitadamente en todas direcciones. Vio a un semilancero casi encima, acercándosele por detrás. El jinete imperial tenía una [[Pistolas|pistola]] alzada rígidamente en la mano izquierda. Karl vio la chispa del percutor y el fuego que destellaba en la boca del cañón, y el humo blanco. Luego la bala consiguió alcanzarlo en la cabeza, dejándolo gravemente herido, no pudiendo continuar con la batalla. |
Karl-Azytzeen abatió a varios de su antiguos compatriotas con la espada prestada, mirando miró en torno de sí para cruzar armas con otro, mientras caballos y hombres pasaban precipitadamente en todas direcciones. Vio a un semilancero casi encima, acercándosele por detrás. El jinete imperial tenía una [[Pistolas|pistola]] alzada rígidamente en la mano izquierda. Karl vio la chispa del percutor y el fuego que destellaba en la boca del cañón, y el humo blanco. Luego la bala consiguió alcanzarlo en la cabeza, dejándolo gravemente herido, no pudiendo continuar con la batalla. |
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− | Aún así esta terminó con una victoria clara para las hordas de Lenk, aniquilando al ejército del Reik en el exterior de Aachden. La ciudad cayó poco después, y muchos centenares de sus habitantes, así como hombres capturados durante la batalla, pasaron a ser propiedad del señor de esclavos, Skarkeetah. Uldin, así como otros zares, logró matar a suficientes enemigos como para formar una pila de cráneos. [[Chegrume]] le hizo una nueva marca de victoria en la mejilla de Uldin. Ahora eran cuatro las que tenía en ese lado de la cara. |
+ | Aún así esta terminó con una victoria clara para las hordas de Lenk, aniquilando al ejército del Reik en el exterior de Aachden. La ciudad cayó poco después, y muchos centenares de sus habitantes, así como hombres capturados durante la batalla, pasaron a ser propiedad del señor de esclavos, Skarkeetah. [[Uldin]], así como otros zares, logró matar a suficientes enemigos como para formar una pila de cráneos. [[Chegrume]] le hizo una nueva marca de victoria en la mejilla de Uldin. Ahora eran cuatro las que tenía en ese lado de la cara. |
Durante este tiempo, Karl-Azytzeen estuvo bajo el cuidado de Chegrume, quien le limpió la herida y la cuenca vacía con un [[hierro]] candente y tinturas de hierbas, salvándolo de una septicemia, aunque nunca recobraría el rostro y su ojo quedo ciego. Cuando se recuperó lo suficiente, Karl le pidió uno de sus trozos de espejo para verse la cara. Era la primera vez que se veía su reflejo desde que salió de la guarnición de Vatzl, y le parecía que hacía años de eso. Karl Reiner Vollen ya no le devolvía la mirada. |
Durante este tiempo, Karl-Azytzeen estuvo bajo el cuidado de Chegrume, quien le limpió la herida y la cuenca vacía con un [[hierro]] candente y tinturas de hierbas, salvándolo de una septicemia, aunque nunca recobraría el rostro y su ojo quedo ciego. Cuando se recuperó lo suficiente, Karl le pidió uno de sus trozos de espejo para verse la cara. Era la primera vez que se veía su reflejo desde que salió de la guarnición de Vatzl, y le parecía que hacía años de eso. Karl Reiner Vollen ya no le devolvía la mirada. |
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La bala de pistola del lancero ligero había impactado en el extremo de su cuenca ocular izquierda, por encima del ojo. El hueso se había astillado y toda la zona que iba desde la ceja hasta la mejilla, estaba cubierta por un feo verdugón de deforme tejido cicatricial. Era de color blanco rosáceo con costras negras; pero, pasada ya una semana desde la batalla, la inflamación comenzaba a ceder. La herida le había destrozado el ojo izquierdo. El dolor aún latía en la cuenca vacía, y sentía una constante punzada en el cráneo, por encima del ojo. Karl contempló aquella cara durante largo rato. Estaba sin afeitar y tenía los dientes sucios. Su cabello negro era ahora tan largo que siempre lo llevaba atado en una coleta. Los tres puntos azules del zar Uldin parecían una vieja magulladura en su pómulo derecho. |
La bala de pistola del lancero ligero había impactado en el extremo de su cuenca ocular izquierda, por encima del ojo. El hueso se había astillado y toda la zona que iba desde la ceja hasta la mejilla, estaba cubierta por un feo verdugón de deforme tejido cicatricial. Era de color blanco rosáceo con costras negras; pero, pasada ya una semana desde la batalla, la inflamación comenzaba a ceder. La herida le había destrozado el ojo izquierdo. El dolor aún latía en la cuenca vacía, y sentía una constante punzada en el cráneo, por encima del ojo. Karl contempló aquella cara durante largo rato. Estaba sin afeitar y tenía los dientes sucios. Su cabello negro era ahora tan largo que siempre lo llevaba atado en una coleta. Los tres puntos azules del zar Uldin parecían una vieja magulladura en su pómulo derecho. |
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− | Se dio cuenta de que todos los kurgan con los que se encontraba después de haber sufrido la herida lo miraban con cierto temor o aprensión, y apartaban la vista siempre que estaba cerca. Karl sabía claramente la razón de su comportamiento. Ahora solo tenía un solo ojo azul. Para empeorar las cosas, las indelebles quemaduras oscuras de [[pólvora]] de la herida habían dejado líneas de través sobre su cara, tanto por encima como por debajo del ojo sano. Las líneas eran onduladas y parecían [[Serpiente|serpientes]]. Un solo ojo azul rodeado de serpientes. No era de extrañar que nadie se atreviese a mirarlo. Karl-Azytzeen lamentó no haber muerto. |
+ | Se dio cuenta de que todos los kurgan con los que se encontraba después de haber sufrido la herida lo miraban con cierto temor o aprensión, y apartaban la vista siempre que estaba cerca. Karl sabía claramente la razón de su comportamiento. Ahora solo tenía un solo ojo azul. Para empeorar las cosas, las indelebles quemaduras oscuras de [[pólvora]] de la herida habían dejado líneas de través sobre su cara, tanto por encima como por debajo del ojo sano. Las líneas eran onduladas y parecían [[Serpiente|serpientes]]. Un solo ojo azul rodeado de serpientes era símbolo asociado a [[Tzeentch|Tchar]] dentro de la horda. No era de extrañar que nadie se atreviese a mirarlo. Karl-Azytzeen lamentó no haber muerto. |
Cuando estuvo lo bastante recuperado para caminar, Karl se unió de nuevo a la partida de [[Uldin]]. La victoria de Aachden permitió la forja de nuevos brazaletes, y su brazo izquierdo terminó envuelto en estos desde el codo hasta la muñeca, y llevaba otros tres en el brazo derecho. Por su papel en la batalla, Uldin le ofreció su parte de los [[caballos]] capturados, pero Karl estaba satisfecho con la yegua. Uldin le encomendó entonces ponerle un nombre al animal, pero Karl respondió que no necesitaba un nombre, y tras esta franca negativa, los hombres de la partida de guerra comenzaron a llamar a la vieja yegua [[Caballo-de-Karl-Azytzeen]]. El zar también le dijo que tenía derecho a una parte del [[oro]], Karl-Azytzeen respondió que lo único que quería era una silla de montar para no volver a cabalgar sin estribos, y una [[Espadas|espada]] decente, pues no pensaba volver a combatir con [[Lanzas|lanza]]. |
Cuando estuvo lo bastante recuperado para caminar, Karl se unió de nuevo a la partida de [[Uldin]]. La victoria de Aachden permitió la forja de nuevos brazaletes, y su brazo izquierdo terminó envuelto en estos desde el codo hasta la muñeca, y llevaba otros tres en el brazo derecho. Por su papel en la batalla, Uldin le ofreció su parte de los [[caballos]] capturados, pero Karl estaba satisfecho con la yegua. Uldin le encomendó entonces ponerle un nombre al animal, pero Karl respondió que no necesitaba un nombre, y tras esta franca negativa, los hombres de la partida de guerra comenzaron a llamar a la vieja yegua [[Caballo-de-Karl-Azytzeen]]. El zar también le dijo que tenía derecho a una parte del [[oro]], Karl-Azytzeen respondió que lo único que quería era una silla de montar para no volver a cabalgar sin estribos, y una [[Espadas|espada]] decente, pues no pensaba volver a combatir con [[Lanzas|lanza]]. |
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− | La horda de Surtha Lenk avanzó hacia [[Wolfenburgo]] e inició el asedio de la ciudad, pero al contrario que en otras ocasiones, las tropas del Imperio opusieron una férrea defensa y el cerco se prolongó durante doce semanas. Durante este tiempo, Karl obtuvo nuevos brazaletes. También ayudó a Berlas a construir [[Arcos de Doble Curvatura|arcos compuestos]] para la horda. A Karl no se le daba bien este trabajo, pero Berlas estaba encantado de dejarlo manipular cada pieza durante las etapas de la construcción, como si el contacto de Karl bendijese de algún modo las armas. Aprendió a disparar un [[Arcos|arco]], y pronto descubrió que tenía más puntería con aquella arma extranjera de la que jamás había tenido, de muchacho, con un arco largo. Berlas refino su destreza de arquero. |
+ | La horda de Surtha Lenk avanzó hacia [[Wolfenburgo]] e inició el asedio de la ciudad, pero al contrario que en otras ocasiones, las tropas del [[El Imperio|Imperio]] opusieron una férrea defensa y el cerco se prolongó durante doce semanas. Durante este tiempo, Karl obtuvo nuevos brazaletes. También ayudó a Berlas a construir [[Arcos de Doble Curvatura|arcos compuestos]] para la horda. A Karl no se le daba bien este trabajo, pero Berlas estaba encantado de dejarlo manipular cada pieza durante las etapas de la construcción, como si el contacto de Karl bendijese de algún modo las armas. Aprendió a disparar un [[Arcos|arco]], y pronto descubrió que tenía más puntería con aquella arma extranjera de la que jamás había tenido, de muchacho, con un arco largo. Berlas refino su destreza de arquero. |
Una vez que corrió la voz de que Karl estaba bendiciendo arcos, acudieron a él otros hombres, algunos incluso de partidas de guerra rivales, para que tocara componentes de arcos, puntas de flecha e incluso piedras de afilar. Le molestaba profundamente aquella atención y lo que ésta significaba, pero no rechazó a ningún hombre. |
Una vez que corrió la voz de que Karl estaba bendiciendo arcos, acudieron a él otros hombres, algunos incluso de partidas de guerra rivales, para que tocara componentes de arcos, puntas de flecha e incluso piedras de afilar. Le molestaba profundamente aquella atención y lo que ésta significaba, pero no rechazó a ningún hombre. |
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=== El Zar Azytzeen === |
=== El Zar Azytzeen === |
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− | Con la llegada del Otoño, la Horda de Surtha Lenk se dirigió de vuelta a las tierras septentrionales. Los batidores informaron que un ejército enemigo de considerables dimensiones estaba reuniéndose en las periferias del oblast de Kislev. Surtha Lenk llamó a Uldin y lo nombró hetzar, poniéndolo al mando de seis partidas de guerra, entre las que estaba la del zar Blayda. Debía cabalgar hacia el norte y aniquilar al enemigo. Era un gran honor, aunque estaba claro que la partida de Uldin sólo había sido elegida a causa de la presencia de Karl-Azytzeen. Blayda estaba particularmente enfurecido y resentido. |
+ | Con la llegada del Otoño, la Horda de [[Surtha Lenk]] se dirigió de vuelta a las tierras septentrionales. Los batidores informaron que un ejército enemigo de considerables dimensiones estaba reuniéndose en las periferias del oblast de [[Kislev]]. Surtha Lenk llamó a Uldin y lo nombró hetzar, poniéndolo al mando de seis partidas de guerra, entre las que estaba la del zar [[Blayda]]. Debía cabalgar hacia el norte y aniquilar al enemigo. Era un gran honor, aunque estaba claro que la partida de Uldin sólo había sido elegida a causa de la presencia de Karl-Azytzeen. Blayda estaba particularmente enfurecido y resentido. |
− | Por segunda vez en aquel año, Karl se encontró avanzando hacia el norte, adentrándose en la periferia del oblast kislevita, como parte de una tropa montada. Acabaron topándose con una hueste de jinetes, aunque no eran no eran kislevitas si no Kuls. Pese a ser superados en número, lograron derrotarlos y poner a los supervivientes en fuga. Las partidas de guerra de Blayda y Herfil los persiguieron despiadadamente hacia las profundidades del bosque, regresando dos horas despues con truculentos trofeos, y con la noticia de que otra hueste kurgan liderada por el Zar Supremo Okkodai Tarsus se dirigía al sur para acrecentar el gran ejército de |
+ | Por segunda vez en aquel año, Karl se encontró avanzando hacia el norte, adentrándose en la periferia del oblast kislevita, como parte de una tropa montada. Acabaron topándose con una hueste de jinetes, aunque no eran no eran kislevitas si no [[Kuls]]. Pese a ser superados en número, lograron derrotarlos y poner a los supervivientes en fuga. Las partidas de guerra de Blayda y Herfil los persiguieron despiadadamente hacia las profundidades del bosque, regresando dos horas despues con truculentos trofeos, y con la noticia de que otra hueste kurgan liderada por el Zar Supremo Okkodai Tarsus se dirigía al sur para acrecentar el gran ejército de [[Archaón el Elegido|Archaon]]. Su gran tamaño había hecho que el ejército de los gospodarin se dispersasen por el oblast. |
− | Enfurecido por que se le negara la glorían y con el invierno kislevita a la vuelta de la esquina, Uldin ordenó continuar hacia el norte y cobijarse en el templo Chamon Dharek, un lugar sagrado para los |
+ | Enfurecido por que se le negara la glorían y con el invierno kislevita a la vuelta de la esquina, Uldin ordenó continuar hacia el norte y cobijarse en el [[templo]] de [[Chamon Dharek]], un lugar sagrado para los [[kurgans]], donde veneraban a sus [[Panteón del Caos|oscuros dioses]]. Fueron recibidos por los [[Sacerdote|sacerdotes]] que lo habitaban y disfrutaron de grandes banquetes. Durante el tiempo que permaneció allí, Karl-Azytzeen fue congeniando cada vez mas con el resto de miembros de la banda de Uldin. Durante uno de los festejos, hablaron sobre la ambición de Zar [[Blayda]] de ser Zar Supremo, y como Uldin se había convertido ahora en un obstáculo en su camino. |
− | Ons Olker, el chamán de Blayda al que Karl derrotó en Zhedevka hacía varios meses, también estaba allí, pero su actitud hacia él había cambiado. Mientras anteriormente, Ons Olker había aprovechado todas las oportunidades que tenía para mirar a Karl con malevolencia, ahora apartaba de él la mirada con sumo cuidado. Como todos los otros, tenía miedo del aspecto de Karl y no se atrevía a mirarlo directamente. Karl estaba bastante seguro que todavía anhelaba matarlo por haberlo humillado, ya que todavía lo había vinculado con su sangre, además de que su muerte perjudicaría Uldin en favor de Blayda. Sus compañeros le dijeron Ons Olker tendría que mirarlo para atacarle, y ningún hombre se atrevía a hacerlo. Karl les contradijo que Ons Olker lo intentaría antes de que acabara el invierno. Sus hermanos de armas entonces le prometieron que lo protegería. |
+ | [[Ons Olker]], el chamán de Blayda al que Karl derrotó en Zhedevka hacía varios meses, también estaba allí, pero su actitud hacia él había cambiado. Mientras anteriormente, Ons Olker había aprovechado todas las oportunidades que tenía para mirar a Karl con malevolencia, ahora apartaba de él la mirada con sumo cuidado. Como todos los otros, tenía miedo del aspecto de Karl y no se atrevía a mirarlo directamente. Karl estaba bastante seguro que todavía anhelaba matarlo por haberlo humillado, ya que todavía lo había vinculado con su sangre, además de que su muerte perjudicaría Uldin en favor de Blayda. Sus compañeros le dijeron Ons Olker tendría que mirarlo para atacarle, y ningún hombre se atrevía a hacerlo. Karl les contradijo que Ons Olker lo intentaría antes de que acabara el invierno. Sus hermanos de armas entonces le prometieron que lo protegería. |
− | Karl también se reencontró con Von Margur, alegrándose de ver de nuevo al caballero ciego y tratándolo con la misma deferencia que tuvo cuando lo conoció por primera vez, aunque ahora con un aspecto mucho más sano y en forma que la última vez que lo vio, y aunque continuaba aparentemente ciego, todavía preservaba la extraña capacidad de percibir las cosas. Von Margur también se alegró del reencuentro, comentando cuanto |
+ | Karl también se reencontró con [[Von Margur]], alegrándose de ver de nuevo al [[caballero]] ciego y tratándolo con la misma deferencia que tuvo cuando lo conoció por primera vez, aunque ahora con un aspecto mucho más sano y en forma que la última vez que lo vio, y aunque continuaba aparentemente ciego, todavía preservaba la extraña capacidad de percibir las cosas. Von Margur también se alegró del reencuentro, comentando cuanto se habían rehecho desde que empezaron a cabalgar en las compañías de los zares, mencionando como [[Tzeentch|Tchar]] había dejado su marca en Karl. |
− | Los días pasados en Chamon Dharek, y en un momento dado, el chaman Chegrume pidió insistentemente a Karl-Azytzeen que lo acompañara. Karl no estaba interesado pero el chaman insistió, asegurando que esa era la voluntad de Tchar. La deidad le había comunicado que lo bendeciría y haría que volviera a estar entero. Karl acompañó a Chegrume hasta el santuario principal, en cuya cámara ardía un fuego de llamas multicolores, y el hechicero le pidió que observara al interior de las mismas. |
+ | Los días pasados en Chamon Dharek, y en un momento dado, el chaman [[Chegrume]] pidió insistentemente a Karl-Azytzeen que lo acompañara. Karl no estaba interesado pero el chaman insistió, asegurando que esa era la voluntad de Tchar. La deidad le había comunicado que lo bendeciría y haría que volviera a estar entero. Karl acompañó a Chegrume hasta el [[Santuarios|santuario]] principal, en cuya cámara ardía un fuego de llamas multicolores, y el hechicero le pidió que observara al interior de las mismas. |
Karl miró las llamas. No tenía ni idea de qué esperar, así que no se sintió decepcionado. No tuvo ninguna visión, ni se sintió inundado de ningún poder de ultratumba ni oyó la susurrante voz de Tchar. Se echó atrás y miró al chamán, que esperaba y que le sonrió. Estaba a punto de preguntarle a Chegrume que tenía que pasar cuando se percató de que podía ver por ambos ojos. Se llevó una mano a la cara y se palpó en busca del rugoso tejido cicatricial de la cuenca ocular vacía. Los ásperos nudos de carne aún estaban allí, pero podía ver aunque cerrara el ojo sano. Incluso cuando se tapaba el ojo sano con la mano. Podía ver sin ojos. |
Karl miró las llamas. No tenía ni idea de qué esperar, así que no se sintió decepcionado. No tuvo ninguna visión, ni se sintió inundado de ningún poder de ultratumba ni oyó la susurrante voz de Tchar. Se echó atrás y miró al chamán, que esperaba y que le sonrió. Estaba a punto de preguntarle a Chegrume que tenía que pasar cuando se percató de que podía ver por ambos ojos. Se llevó una mano a la cara y se palpó en busca del rugoso tejido cicatricial de la cuenca ocular vacía. Los ásperos nudos de carne aún estaban allí, pero podía ver aunque cerrara el ojo sano. Incluso cuando se tapaba el ojo sano con la mano. Podía ver sin ojos. |
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Asustado, le pidió a Chegrume que le diera uno de sus cristales, mirándose en la superficie azogada. Su rostro continuaba tan mutilado como lo recordaba. Oscuros pliegues y remolinos de tejido cicatricial rodeaban y cubrían la cuenca de su ojo izquierdo; pero, detrás de la fina capa de piel cicatrizada, una dura luz azul relumbraba y latía dentro de la cuenca muerta. Iluminaba la piel tensada con tal ferocidad que podía ver los finos vasos capilares que la recorrían, como un hombre ve a través de los párpados cuando mira al sol con los ojos cerrados. Chegrume le dijo que Tchar le había devuelto la visión. |
Asustado, le pidió a Chegrume que le diera uno de sus cristales, mirándose en la superficie azogada. Su rostro continuaba tan mutilado como lo recordaba. Oscuros pliegues y remolinos de tejido cicatricial rodeaban y cubrían la cuenca de su ojo izquierdo; pero, detrás de la fina capa de piel cicatrizada, una dura luz azul relumbraba y latía dentro de la cuenca muerta. Iluminaba la piel tensada con tal ferocidad que podía ver los finos vasos capilares que la recorrían, como un hombre ve a través de los párpados cuando mira al sol con los ojos cerrados. Chegrume le dijo que Tchar le había devuelto la visión. |
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− | Karl estaba a punto de responder cuando quedó petrificado y, de repente, miró hacia la entrada de la cámara. Desenvainó su pallasz y le espetó al chamán de que había seguido inadvertidamente el juego. Blayda y su chamán Ons Olker al llevarlo a solas al santuario. Chegrume tartamudeó diciendo que ni siquiera se atrevían a mirarlo, peri sus palabras fueron interrumpidas con una figura armada y ataviada con una armadura ennegrecida entró en la cámara. Karl respondió al chamán que sólo aquellos que no podían ver se atreverían a atacarle, por eso habían enviado a Von Margur para que lo matara. |
+ | Karl estaba a punto de responder cuando quedó petrificado y, de repente, miró hacia la entrada de la cámara. Desenvainó su pallasz y le espetó al chamán de que había seguido inadvertidamente el juego. [[Blayda]] y su chamán [[Ons Olker]] al llevarlo a solas al santuario. Chegrume tartamudeó diciendo que ni siquiera se atrevían a mirarlo, peri sus palabras fueron interrumpidas con una figura armada y ataviada con una armadura ennegrecida entró en la cámara. Karl respondió al chamán que sólo aquellos que no podían ver se atreverían a atacarle, por eso habían enviado a [[Von Margur]] para que lo matara. |
− | Karl intentó razonar que no tenían por que luchar, pero el caballero ciego le dijo que si, pues era un ser demasiado peligroso para dejarlo vivir. Karl le recordó que cuando estaban enjaulados le había dicho que lo mataría. Von Margur repuso que también le dijo que le haría la quinta marca de Uldin y que lo mataría, sin embargo estaba vivo, lo que demostraba que lo que mostraba las visiones |
+ | Karl intentó razonar que no tenían por que luchar, pero el caballero ciego le dijo que si, pues era un ser demasiado peligroso para dejarlo vivir. Karl le recordó que cuando estaban enjaulados le había dicho que lo mataría. Von Margur repuso que también le dijo que le haría la quinta marca de Uldin y que lo mataría, sin embargo estaba vivo, lo que demostraba que lo que mostraba las visiones podían cambiarse, y por lo tanto podría matarlo. Karl quiso saber el por qué. Von Margur respondió que porque era un inconsciente peón del Caos, una abominación para el mundo, y como caballero del Imperio, debía acabar con él. Karl le corrigió diciéndole que ambos eran peones del Caos, sólo que él era mas consciente de ello, así que le pidio no le obligara a hacer que su profecía se cumpliera. |
Pese a sus palabras, el caballero ciego corrió hacia él blandiendo su arma. Se encontraron y sus espadas chocaron. Intercambiaron golpes durante un buen rato y Karl quedó sorprendido al comprobar que Von Margur era mucho más diestro que cualquier maestro de la espada pesada capaz de ver, deteniendo todos y cada uno de sus ataques. Parecía que Von Margur iba a prevalecer, pero gracias a su nueva visión, Karl-Azytzeen pudo percibir una brecha en las defensas del caballero ciego, la cual pudo aprovechar para acabar con la vida del antiguo caballero pantera. Karl bajó los ojos hacia el cadáver Von Margur de Altdorf y lo contempló durante largo rato. |
Pese a sus palabras, el caballero ciego corrió hacia él blandiendo su arma. Se encontraron y sus espadas chocaron. Intercambiaron golpes durante un buen rato y Karl quedó sorprendido al comprobar que Von Margur era mucho más diestro que cualquier maestro de la espada pesada capaz de ver, deteniendo todos y cada uno de sus ataques. Parecía que Von Margur iba a prevalecer, pero gracias a su nueva visión, Karl-Azytzeen pudo percibir una brecha en las defensas del caballero ciego, la cual pudo aprovechar para acabar con la vida del antiguo caballero pantera. Karl bajó los ojos hacia el cadáver Von Margur de Altdorf y lo contempló durante largo rato. |
Revisión del 14:20 16 ene 2025
Karl Reiner Vollen es un joven caballero del Imperio comprometido en la defensa de su reino contra las amenazas del norte, en el año previo a la Tormenta del Caos. Sin embargo, su destino acabaría siendo bien distinto, convirtiéndose en una amenaza para la patria que había jurado proteger.
Historia
El linaje de Karl Reiner Vollen se remontaba hasta la nobleza de Solland, pero esa herencia se había visto reducida a cenizas en la guerra de 1707. Desde entonces, desposeídos y carentes de dinero, sus familiares habían servido como soldados de la casa de sus primos, los Heileman. Karl creció junto a su pariente Gerlach Heileman, dos años mayor que él. Los dos crecieron entre las mismas paredes, fueron educados por los mismos preceptores y entrenados por los mismos hombres de armas. Ambos eran diestros jinete y tenaces guerreros. No obstante, entre ellos existía un mundo de diferencias.
Con veinte años, Vollen era una cabeza más bajo que Gerlach, tan moreno como Heileman rubio, y de ojos azules mientras los de Gerlach eran color avellana. Pero sus diferencias no quedaban en el físico. Gerlach era un individuo arrogante, presuntuoso e intransigente y al ser de una importante noble familia, tenía un futuro garantizado en alguna importante orden. Vollen era más modesto y condescendiente. También era un joven culto y estudioso, con grandes conocimientos en diversos campos, probablemente en un intento de compensar su falta de posición social, y es que desafortunadamente, no tenía ni el linaje ni las conexiones adecuadas. Podría llegar a ser capitán de un regimiento de soldados del estado, pero no mucho más.
De no haber sido por la recomendación de herr Sigbrecht Heileman, Vollen ni siquiera habría logrado entrar junto con Gerlach en la Segunda Compañía de Lanceros ligeros de Hipparchia, siendo el corneta de la compañía mientras que su pariente era vexilario, el portador del estandarte. Meinhart Stouer, comandante de la compañía, le consideraba el soldado más culto que que había tenido el placer de tener a sus órdenes.
Batalla de Zhedevka
En los primeros meses del año 2521, la Segunda Compañía de Lanceros ligeros de Hipparchia fue enviada a Kislev ante las noticias de una gran horda de guerreros Kurgan dirigiéndose hacia el sur. Stouer había recibido las órdenes de reunirse con el mariscal Neiber, en un lugar llamado Zhedevka. Era un viaje largo, y durante la travesía por las extensas planicies, pasaron cerca de una asentamiento llamado Choika, y el comandante envió a Gerlach a solicitar avituallamiento a sus habitantes, y también a Karl ya que era él único de la compañía con ciertos conocimientos del idioma Kislevarin.
Una vez en el pueblo, Gerlach solicitó comida y bebida, pero una mujer de la aldea les dijo que no podían darles nada. El portaestandarte se puso furioso ante su negativa, pues podía oler a comida, hablando con desprecio a la mujer, que le respondió de la misma manera agresiva. Antes de que la situación fuera a mayores, Karl se interpuso entre ambos para calmar la situación, apartando a Gerlach a un lado, quien se alejó a la par que lanzaba un despectivo juramento.
El corneta habló con la mujer en tono sosegado, asegurando de que pagarían por la comida, pero la mujer siguió insistiendo que no podían darles nada, pues en el curso de la semana anterior, varias unidades imperiales habían pasado por Choika, solicitando también provisiones. Los pobladores de Choika habían cubierto todas sus necesidades, pero ahora apenas quedaba comida para ellos. Gerlach estaba a punto de ordenar que les dieran también esa comida pero Karl se opuso a la idea de privarle a esa gente del poco sustento que les quedaba, y aconsejó volver junto al comandante Stouer.
Gerlach accedió a regañadientes, sintiéndose ultrajado por la falta de respeto que le mostró Karl, recordándole que era vexilario y Segundo oficial y él solo un cadete de caballería, y que estaba ahí era solo gracias a su familia. Reprimir el deseo de golpear al arrogante Heileman requirió una considerable fuerza de voluntad por parte de Vollen, optando por no llevar las cosas más lejos, y dándole la razón. En cuanto regresaron junto a los demás caballeros, explicaron la situación, y Gerlach mintió diciendo que Karl quería quitarles la comida. Vollen no hizo nada por desmentirlo, aunque Stouer sabía que debió ser al revés, así que no insistió mas en el asunto. Tras consultar el mapa, aún quedaba un camino largo a Zhedevka, así que el comandante ordenó a Gerlach que escogiera a tres jinetes para que actuaran de avanzadilla. Entre los elegidos estaba Karl Reiner Vollen.
El grupo se adelantó al resto de la compañía, encontrándose a las pocas horas con un grupo de jinetes Kislevitas. Pensando que eran enemigos, Gerlach ordenó precipitadamente cargar contra ellos. Antes de producirse una carnicería por culpa de la imprudencia de su pariente, Vollen sacó su corneta de la funda y sopló con fuerza para indicarles a sus compañeros de que aquellos jinetes no eran enemigos, abortando la carga. Actuando de interprete, Vollen introdujo a los kislevitas como lanceros alados liderados por el jefe Beledni. Azorado, Gerlach pidió a Karl que pidiera disculpas por haberlos atacado, y también sobre donde estaba Zhedevka. Siguiendo las indicaciones de Belendi, el grupo llegó hasta la ciudad Kislevita y presentarse ante el mariscal Neiber, que había establecido su cuartel general en el ayuntamiento de la ciudad. Tras esto, fueron a buscar al resto de la compañía.
Apenas un día después de su llegada, Zhedevka fue atacada por una gran horda de bárbaros del norte. Karl y tres de sus compañeros cargaron contra los asaltantes kurgan, disparándoles con sus pistolas y atacándolos con sus sables, matando a varios incursores pero el enemigo era superior en numero. Durante los combates, Karl recibió un golpe de refilón en el casco, y su corcel sufrió un tajo en un flanco. Al volverse, vio a un enorme guerrero Kurgan, con docenas de brazaletes rodeando sus brazos y su rostro cubierto por un casco con cuernos con una visera en forma de hocico de lobo.
El corneta le lanzó una estocada con el sable, pero éste rebotó sobre los brazaletes izquierdos del hombre. El espadón de su adversario devolvió el golpe en un barrido y Karl se agachó, rebanando el penacho de su yelmo. Desesperado, Karl tiró de las riendas y obligó a su caballo a retroceder un paso, al tiempo que lanzaba un tajo con su sable. El astado nórdico desvió el tajo con su espadón y le asestó uno que dejó una dolorosa abolladura en el antebrazo derecho de Karl. El dolor ascendió por el miembro del joven, que estuvo a punto de dejar caer su sable. Pero se echó hacia adelante y espoleó al caballo, recibiendo otro golpe en el espaldar. El tajo del nórdico atravesó el acero y sólo fue detenido por la cota de malla que Karl llevaba debajo. Sintió que eslabones partidos de la malla se deslizaban por su espalda y se le metían por los calzones.
Se volvió y lanzó otra estocada. La afilada punta de su sable se hundió un palmo en el hombro desnudo del guerrero. El enorme nórdico profirió un alarido y perdió el control de su descomunal caballo, que se alejó al galope, con el jinete sacudiéndose sobre la silla y esforzándose por no caer. Karl trató de erguirse. Le daba la sensación de tener partidos tanto la espalda como el antebrazo derecho. Entonces, su montura cayó de lado, arrojándolo al suelo. Al levantarse, Karl comprobó que la herida que el guerrero de cara de lobo le había infligido al caballo era mucho más seria de lo que había supuesto. En menos de un minuto, su querido corcel había muerto.
Karl retrocedió hasta el ayuntamiento de Zhedevka, donde los fastuosos guerreros del séquito de Neiber luchaban en torno a la puerta del mismo, habiendo matado a más de una docena de invasores. Karl se unió a ellos en su última resistencia, pero estos le pidieron que buscara al mariscal y que lo protegiera, ayudándolo a escapar de allí. Karl obedeció y entró en el edificio, solo para encontrarse al mariscal de campo muerto.
Comprendiendo que había sido asesinado, Karl se volvió a toda velocidad a la vez que alzaba el sable justo a tiempo de desviar el ataque del guerrero desnudo que saltaba hacia él desde las sombras, cuya cabeza iba cubierta por una máscara de latón con forma de toro con tres cuernos. Al recibir el golpe de través sobre el hocico del casco, el nórdico retrocedió con paso tambaleante y luego volvió a sallar al ataque, lanzando puñaladas con un cuchillo en cada mano.
El bárbaro se lanzó hacia Karl, pero este aferró el sable y le imprimió la fuerza de sus dos hombros al asestar el tajo. El barrido del arma golpeó un costado del casco del nórdico, al que lanzó hacia las sombras. Con su enemigo derribado, Karl echó a correr para escapar de allí, pero en su huida se interpuso el guerrero con el casco en forma de cara de lobo, armado en esos momentos con un hacha. Asestó a Karl un golpe que lo hizo perder pie y lo lanzó de espaldas al suelo. Luego hizo descender el hacha en línea recta, para partir la cabeza de Karl.
Tras esto, todo se volvió negro.
Prisionero de los Kurgan
Karl Reiner Vollen despertó varias horas mas tarde, confuso. El golpe no lo había matado, solo dejado inconsciente. Se palpó la cara y comprobó que no tenía tajos, aunque sintió un tremendo dolor al tocarse la mejilla izquierda. Al reincorporarse comprobó que se encontraba en una tosca jaula de los Kurgan, hecho con lanzas y palos, y que estaba rodeado de otros prisioneros imperiales. Incluso el suelo estaba cubierto con cuerpos de su compatriotas, aunque no sabía si estaban muertos o solo inconscientes. El olor era nauseabundo y el ambientes estaba cubierto de niebla y humos de grandes hogueras.
Karl trató de hablar con otros prisioneros. El primero era un piquero de Wissenland llamado Karl Fedrik, más joven que él. El muchacho estaba asustado por lo que los Kurgan hubiesen preparado para ellos, pero Vollen trató de animarlo. Su conversación fue interrumpida por un veterano guerrero, quien les ordenó que se callaran, pues no creía en sus palabras. Al verlo bien, comprobó que el hombre había apoyado una daga sobre su garganta y cerró los ojos. Al comprender lo que se proponía, Vollen se abalanzó sobre él, y tras un breve forcejeo, le quitó el arma de las manos.
El hombre protestó, exigiendo que le devolviera su Matadora de Verdad, pero Vollen no accedió. El viejo soldado le explicó que él ya había combatido a los Kurgan con anterioridad y sabía lo que les esperaba a sus prisioneros, así que era preferible quitarse la vida con rapidez antes que ser un sacrificio en sus sangrientos rituales dedicados a sus dioses infernales. Vollen le preguntó como se llamaba, y él le respondió que era Drogo Hance de Averland. Vollen pidió a Drogo que no perdiera la esperanza, jurando por el honor de su compañía que saldrían de allí. Drogo profirió una fría risa entre dientes y apartó la mirada.
Mientras esperaba en la jaula, Karl Reiner Vollen se preguntaba que había sido del comandante Stouer, Gerlach Heileman y los demás miembros de la Segunda Compañía de Lanceros ligeros de Hipparchia, suponiendo que todos habían muerto en la batalla de Zhedevka.
En un momento dado, del exterior de la jaula, llegó un ruido. Tres guerreros astados aparecieron entre el humo, arrastrando a un hombre que llevaba una armadura completa, al que Vollen identificó como un Caballero Pantera. Tras despojarlo de la armadura, se disponían a decapitarlo, aparecieron dos oficiales del ejército del Caos, exigiendo saber que hacían. Karl vio que uno era una figura revestida de pies a cabeza por una armadura negra y al otro lo reconoció como el guerrero con el casco en forma de cabeza de lobo.
Los tres guerreros explicaron al de la armadura negra, al que llamaban Zar Blayda, que el zar Herfil quería dos cabezas más para hacer su pila de trofeos. Blayda explicó que el caballero de la armadura llevaba su marca, y les ordenó que sacaran sus cabezas de la jaula de Vollen. Los guerreros kurgan sacaron brutalmente de la jaula a Karl Fedrik, que gritaba. Vollen se lanzó contra los kurgan para salvarlo, pero fue fácilmente reducido, viendo con impotencia como decapitaban al muchacho.
El zar Blayda entonces señaló a Vollen, pero el de casco de lobo dijo que llevaba su marca, por lo que los hombres sacaron de la jaula a Drogo Hance, quien no paraba de maldecir e insultar a Vollen por haberle impedido quitarse la vida. El pallasz cayó y la cabeza de Hance rodó. El de la máscara de lobo miró ferozmente a Vollen a través de los barrotes, diciéndole que lo reservaría para él. Los hombres arrojaron al Caballero Pantera dentro de la jaula y volvieron a cerrarla, marchándose con las cabezas de Fedrik y Drogo.
Cuando lo dejaron solo, Karl vomitó. Las sensaciones de asco y terror latían en su cabeza y daban vueltas dentro de ella. Estaba al borde del pánico. Al contemplar la daga de Drogo Hance, comprendió que el desdichado veterano había tenido razón. Era mejor darse una muerte rápida con la matadora de verdad que un fin ignominioso y cruel a manos de los Kurgan.
Tras rezar una plegaria a Sigmar y otra para recordar a su familia, Karl Reiner Vollen se puso la daga de modo que el filo quedase contra su cuerpo, cerca del corazón. Sin embargo, era incapaz de dar el último paso. Una desesperada voluntad de vivir se lo impedía y detenía su mano. Entre lagrimas, Karl dejó caer la daga.
En ese momento, el inconsciente caballero pantera despertó, confuso sin saber donde se encontraba. Karl fue en su ayuda, presentándose por su nombre y puesto. El caballero estaba desorientado y asustado, pues estaba ciego, y Karl comprobó que tenía una oscura contusión en una sien. El joven corneta le tranquilizó y le explicó la situación. Agradecido, el caballero pantera se presentó como Von Margur, y Karl se quedó sobresaltado al saber que se trataba de un gran héroe de Altdorf. No pudo evitar sentirse verdaderamente honrado al conocerlo, y luego su voz se apagó, al darse cuenta de lo ridículo de la situación.
Pasado un rato, el caballero se quedó dormido. Karl se recostó contra los barrotes y deslizó la daga dentro de la manga de su camisa. Del humo emergió una figura que se acercó a su jaula, y Karl lo reconoció como el guerrero bárbaro con quien se había enfrentado en el dormitorio del mariscal Neiber. Por la visera del casco descendía un profundo corte, donde el sable de Karl lo había golpeado y hecho retroceder con paso tambaleante. Agitó hacia Karl una mano y lo salpicó de sangre. El bárbaro se presentó como Ons Olker y que le había ligado con sangre. Por su ofensa, se apoderaría de su alma. Luego se alejó, adentrándose de nuevo en el humo.
Al cabo de unas horas comenzó a llover, despertando a los prisioneros, incluso algunos que se creían muertos. Karl no sabía cuándo ni cómo se había quedado dormido. Tras saciar su sed, decidió que ya había tenido suficiente. A causa de la niebla, no vio a nadie y decidió escapar sin importarle las consecuencias. Von Margur lo detuvo, advirtiéndole de que podían sentir que los vigilaban. Pasados pocos minutos, la lluvia cesó de repente tras haber limpiado el aire de humo, dejando a la vista el campamento de los Kurgan, levantado sobre las ruinas de Zhedevka, y con al menos otras veinte jaulas también llenas de prisioneros. También vio que a lo lejos ardían grandes hogueras, tan enormes que ni siquiera la torrencial lluvia las había apagado. El límpido aire también dejó a la vista guerreros norteños merodeando en torno del campo de jaulas, vigilándolas.
Cayó la noche, negra, fría y despejada, y Karl se quedó dormido de pie mientras contemplaba el cielo estrellado. Al despertarse al amanecer, el frío le calaba los huesos. Se encontró con un hombre corpulento que había estado sujetándolo para que pudiese dormir sin caerse. Karl quedó atónito ante el bondadoso esfuerzo realizado por el hombre. Por su rostro demacrado y sus ojos enrojecidos, Karl se dio cuenta de que había estado llorando.
Karl le agradeció el bondadoso esfuerzo realizado por el hombre, y este se presentó como Ludhor Brezzin, un polvorista y cargador de la compañía de cañones de Nuln, y luego apartó la vista al tiempo que carraspeaba y se frotaba la nariz y los ojos con las gruesas muñecas.
Entonces Von Margur le susurró a Karl que el hombre tenía un hijo de más o menos su misma edad, y que había llorado de aflicción durante toda la noche, porque no volvería a verlo. El corneta le preguntó si se lo había dicho él, pero el caballero ciego negó con la cabeza. Karl tenía ganas de preguntarle cómo podía saber esas cosas, pero el noble estaba pálido y parecía débil.
La contusión de la sien presentaba un peor aspecto. También se percató de la marca del zar Blayda en la mejilla de Von Margur. Esto le hizo recordar que el de la máscara de lobo declaró que lo había marcado, y al palparse delicadamente la cara, sintió un diminuto puntito doloroso en la mejilla derecha.
Von Margur volvió hablar para confesarle que tenía miedo, pero de si mismo pues puede sentir cosas dentro de su cabeza, sabiendo cosas que no debería. Entonces comenzó a sufrir convulsiones. Karl lo aferró y trató de sujetarlo. Karl pidió ayuda, pero prisioneros que los rodeaban retrocedieron, atemorizados por el caballero al considerarlo tocado por la maldición. Sólo Brezzin acudió en su ayuda. Pasado un minuto, el cuerpo del caballero se relajó y lo abandonaron los espasmos.
Aproximadamente una hora después del ataque sufrido por Von Margur, los kurgan acudieron en masa a las jaulas y sacaron a todos los prisioneros aún quedaban vivos. Con la asistencia de Brezzin, ayudó a Von Margur a caminar. Karl vio entre los Kurgan al guerrero del casco lobuno. Entonces, una mano aferró un hombro de Karl y, al volverse, vio Ons Olker con una daga desenvainada. El de la máscara de lobo avanzó, apartando a golpes a los prisioneros de su camino, y le dio a Ons Olker un puñetazo en el pecho antes de que pudiera apuñalar a Karl, exigiendo saber que se proponía.
Ons Olker explicó que lo había ligado con sangre a Karl porque le ofendió y reclamaba su alma. El corpulento guerrero desdeñó sus exigencias pues Karl llevaba su marca y le ordenó que regresara arrestándose junto al Zar Blayda. Ons Olker maldijo al Zar Uldin por negarle la muerte de Karl. El de la máscara de lobo, Uldin, ordenó a si hombres que le trajeran su pallasz, y al oír eso, Ons Olker dio media vuelta y huyó.
Tras esto, todos los prisioneros fueron llevados hasta las grandes hogueras, ahora extintas, y les obligaron a sacar los cráneos entre el montón de madera carbonizada y cenizas, sin importarles que se quemaran las manos. Karl comprendió que lo que quedaba de las cabezas de los vencidos y prisioneros ejecutados, quemados hasta desprenderles de toda carne, y que debían colocar en pilas de victoria de los kurgan, hasta formar una pirámide de manera específica. La tarea era otra humillante indignidad que sufrían los cautivos.
Cuando el último cráneo fue colocado formando la pirámide, Uldin cogió un cuchillo de pedernal de su chamán y degolló a uno de los prisioneros para bañar el pilar con su sangre caliente. Tras esto, le devolvió el cuchillo ensangrentado a su chamán para que le hiciera un tajo ritual en una de las mejillas, luciendo a partir de ese momento cinco en una y tres en la otra.
Finalizada la horrible tarea, los kurgan condujeron a los cautivos de vuelta a sus hediondas jaulas. En la noche que siguió, Von Margur sufrió otro ataque. Al despertar, sujeto en brazos de Brezzin y Karl, dijo algo que sonó como «matadme». Karl le respondió que no podía hacerlo, pero el caballero ciego aclaró que no se refería a eso, si no que él lo mataría, y que también mataría a Uldin, pero no antes de que le hubiera hecho la quinta marca en su mejilla. Luego, se quedó dormido. Karl Vollen deseó que no volviera a despertar.
Luchando por sobrevivir
Días mas tarde, Karl y los restantes cautivos fueron sacados nuevamente de su jaulas. El motivo era la llegada al campamento de Skarkeetah, un personaje muy respetado entre los Kurgan conocido como el señor de esclavos. Skarkeetah gritó instrucciones a su guardia personal y estos cogían a cada prisionero por turno y examinaban su rostro. Luego, dependiendo de lo que veían, apartaban al prisionero de un empujón, ya hacia la derecha, ya hacia la izquierda. La mayoría de los hombres fueron a la izquierda, hacia los kurgan, que aguardaban para encerrarlos. Uno de cada diez era empujado hacia la derecha, donde aguardaba Skarkeetah. A esos pocos los obligaban, a punta de lanza, a formar una fila junto a Hinn, el guardaespaldas del traficante, y un puñado de kurgan. Von Margur y Karl acabaron en este grupo.
Skarkeetah paseó a lo largo de la fila, estudiando las marcas de cada cautivo. Tras cada examen, gritaba algo a sus subalternos, y estos anotaban a que zar pertenecía el esclavo. De vez en cuando, el gordinflón esclavista se demoraba con un prisionero, y conversaba con él. Cuando acababa, el prisionero era conducido hacia un brasero donde era engrilletado a una larga cadena a la que se unirían mas cautivos.
Cuando examinó a Von Margur, Skarkeetah quedo satisfecho con lo que vio, pues percibió que el caballero ciego estaba bajo la bendición de Tchar. Von Margur negó tal cosa, asegurando ser un fiel caballero del Imperio, pero el Señor de Esclavos no le hizo caso, gritó a sus subalternos y prosiguió con su inspección mientras Von Margur era llevado al brasero. Cuando llegó el turno de Karl Reiner Vollen, Skarkeetah quedó realmente impresionado. Le dijo que pensaba que el caballero ciego era el elegido de esta partida, pero que él le superaba. Poseía ojos azules, lo cual era un signo perfecto. Karl permaneció silencioso, con los labios cerrados, sin decir nada. El Señor del Esclavos continuó con su tarea mientras los kurgan empujaron a Karl hasta el brasero, donde su pierna izquierda fue engrilletada a la cadena.
Poco después, un grupo de kurgan se alejó de Zhedevka con los marcados y elegidos. Los cautivos se veían obligados a marchar al paso porque sus tobillos estaban unidos mediante grilletes a las tintineantes cadenas. Los hicieron caminar durante días, con unas pocas horas de descanso cada noche, en dirección al sur. Karl temblaba durante casi todo el tiempo y tenía en el estómago un dolor parecido al de una herida de espada. Sus uñas estaban rajadas, y su piel estaba floja y había perdido la habitual elasticidad. Le sangraban las encías. Lo habían despojado de todo, incluso de su dignidad como ser humano, pero habría estado encantado de dejarlo todo si ahora pudiese dar cuenta de un cuenco de caldo o un mendrugo. Veía que los demás hombres se hallaban en el mismo estado.
Karl se juró que no permitiría que esos bárbaros acabaran con su vida de un modo tan ignominioso. A menos que se produjera un milagro, no podía escapar, pero aún tenía la matadora de verdad. Una pequeña hoja de forja imperial, suficiente para matar a uno. Cuando llegara el momento, caería luchando, y por lo menos se llevaría por delante a un nórdico de inmunda alma.
Al final de la mañana del cuarto día de marcha llegaron a un poblado kislevita. La hueste kurgan conquistó el lugar, pasaron por las armas a los habitantes, y transformaron el asentamiento en un campamento, una base de suministros para los ejércitos que avanzaban rumbo sur atravesando los límites de Kislev, hacia El Imperio. Karl y el resto de prisioneros fueron alojados en un templo profanado. Al poco llegó Skarkeetah con varios guerreros, ordenando que les quitaron los grilletes y trayéndoles comida y bebida.
Tan hambrientos estaban, que los cautivos se lanzaron sobre las ollas y se pusieron a engullir sus alimentos como animales salvajes. Karl ayudó a Von Margur a llegar hasta una de las ollas. Mientras los hombres marcados consumían la comida y la bebida, los hombres de Skarkeetah echaban vainas de semillas en los braseros, llenado la estancia de humos estimulantes y narcóticos. Al inhalarlo, los cautivos se pusieron a aullar y llorar de risa, haciendo tonterías o quedarse dormidos. Karl, a quien le daba vueltas la cabeza, se sentó pesadamente. Tenía los ojos inundados de lágrimas pero continuaba riendo histéricamente.
Karl se puso de pie, balanceándose y riendo. Tenía la matadora de verdad en la mano, aferrada bajo los pliegues de su sucia ropa. Se encaminó hacia la puerta, pero fue detenido por Von Margur. Luchando contra la euforia, Karl pidió al caballero Pantera que sujetara el cuchillo de manera que pudiera caer sobre él y escapar de aquella situación, pero Von Margur se había quedado dormido.
En ese momento apareció Hinn, el guardaespaldas de Skarkeetah, y le ordenó que le entregara el cuchillo si no quería morir, pero entonces intervino el propio Señor de Esclavos y elogio a Karl por haber logrado ocultar la daga todo ese tiempo, y le permitió conservarla si la guardaba. Karl accedió y la metió dentro de su andrajosa camisa. Luego se sentó y se quedó dormido. Cuando despertó a primeras horas de la mañana, descubrió que le habían quitado la matadora de verdad. Karl maldijo, pero estaba demasiado cansado para preocuparse.
Todos descansaron durante la mayor parte del día siguiente, recibiendo más comida y bebida. Cuando acababa el día, Hinn entró en el templo y sacó a Karl y a un piquero llamado Wernoff que tenía la marca del zar Blayda, y los llevó hasta la plaza del pueblo, siendo separados. Los Kurgans se habían congregado en el lugar para presenciar un duelo de honor entre Blayda y Uldin. Al poco de que Karl llegara, ambos zares se detuvieron su combate, se hicieron mutuas reverencias y regresaron a la muchedumbre, cada uno hacia un lado opuesto de la plaza. Karl parpadeó cuando Hinn le puso de repente en las manos un pallasz y le devolvió la matadora de verdad de Drogo Hance.
Karl fue obligad a entrar confuso a la plaza, con la multitud aullando y gritando de expectación. Wernoff emergió de la multitud por el lado opuesto de la plaza, armado con una espada como él. Karl sintió que se le caía el alma a los pies al comprender finalmente la situación. Ciertamente, era un combate singular. El zar Blayda contra el zar Uldin. Pero se trataba de un duelo por delegación, librado por los hombres que llevaban sus marcas.
El antiguo corneta no quería luchar a muerte con su compatriota, pero el piquero de Stirland estaba decidido acabar con su vida, después de que se le hubiese prometido que lo dejarían en libertad si lo mataba. A Karl no le quedó mas remedio que defenderse de los ataques de su adversario y contraatacar, hasta que finalmente consiguió atravesar el desprotegido esternón de Wernoff con su tosca espada. Karl solo pudo pedirle disculpas por matarlo. El zar Uldin salió de entre la multitud y avanzó por la plaza, felicitándole por su victoria, pues estaba haciendo el trabajo de Tchar. Karl negó categóricamente su palabras, pero el zar le aseguró que era asi.
Hinn le quitó la espada y condujo a Karl de vuelta al templo profanado. El chamán de Uldin danzaba alrededor de ambos, agitando sus cabezas de hueso y su sistro. Detrás de ellos comenzaba otro enfrentamiento ritual entre los esclavos de los Zares. Uldin preguntó por su nombre, y el corneta replicó involuntariamente que era Karl Reiner Vollen. Uldin alzó una mano y aferró el aire como quien atrapaba una mosca. Declaró que cogía su nombre para Tchar, y se lo devolvía cambiado, siendo conocido a partir de entonces como Azytzeen.
Karl repudio sus palabras, al tiempo que tocaba la empuñadura de la matadora de verdad que llevaba en el bolsillo, para protegerse del inmundo encantamiento. Nunca había sido supersticioso y se había enorgullecido de mofarse de costumbres semejantes. Sin embargo, tocó hierro sin vacilar. Ahora le parecía que la magia era muy real. Tuvo la sensación de que las palabras de Uldin lo despojaban realmente de su nombre, para reemplazarlo por algo pesado y ponzoñoso. El chamán comenzó a cantar su nuevo nombre, una y otra vez, mientras saltaba y hacía cabriolas en derredor.
Los hombres marcados permanecieron en el templo durante los días siguientes. Los alimentaron bien y con regularidad. También tuvieron que soportar las chillonas atenciones de los chamanes, que entraban con el fin de ejecutar rituales sobre ellos. Todos los zares enviaban a sus chamanes al templo para que realizaran ritos sobre sus propiedades. Ons Olker los visitó cinco veces y, aunque estaba ocupado con las almas marcadas por Blayda, como Von Margur, sus ojos buscaban constantemente a Karl. Siempre que estaba cerca, Karl mantenía aferrada la matadora de verdad. El chamán de Uldin, que se llamaba Subotai, acudía frecuentemente. Se dirigía hacia Karl y otros hombres que llevaban la marca de Uldin, a los que embadurnaba con cenizas y pinturas mientras salmodiaba y hacía resonar sus amuletos.
Durante esos días, otros hombres fueron sacados del templo, y algunos no volvieron. Gradualmente, el número de cautivos se redujo a la mitad, y todos los que quedaron con vida habían matado en un duelo. Karl y sus camaradas ya no eran evitados, pero el ambiente se había endurecido. Durante la mayor parte del día, los hombres marcados permanecían sentados en desolado silencio, consumidos por sus propios pensamientos.
Karl fue sacado dos veces más a la plaza iluminada por el fuego y rodeada por la multitud sedienta de sangre. Mató una vez, en lucha con otro hombre de Stirland que pareció darse por vencido y recibir de buena gana la muerte rápida que Karl le concedió. En otro combate, Karl se enfrentó a un joven de Middenheim que, en el último momento, se vino abajo y se negó a lidiar. El joven arrojó el arma e intentó huir, llorando e implorando. Hinn lo ejecutó y Karl fue llevado a rastras de vuelta al templo.
En la noche del séptimo día, Von Margur fue llevado a la plaza, junto a otros tres prisioneros. El caballero gritó asustado a Karl para que lo ayudara, pero este no pudo hacer nada salvo decirle que Sigmar los salvaría, blasfemia que le valió una bofetada de Hinn. Karl se encaminó hacia el altar del templo y se arrodilló para rezar por el alma de Von Margur, sin importarle las profanaciones que los kurgan habían llevado a cabo en el lugar.
Al cabo de un tiempo, los kurgan llevaron de vuelta a Von Margur. El caballero ciego caminaba sin ayuda por la nave central del templo, y se sentó en el suelo, junto a Karl. Tenía las manos ensangrentadas. Karl se preguntaba como había logrado sobrevivir. Von Margur miró con ojos inexpresivos hacia la nada, diciendo que no había sido fácil, y se hecho a dormir. Al poco llegó otro superviviente, un hombre llamado Vinnes, conmocionado por haber tenido que matar a un compatriota. Karl le preguntó si vio el combate de Von Margur, y él le respondió que vio como paraba los golpes de su adversario con facilidad y lograba darle muerte como si fuera capaz de ver.
Vinnes estaba asustado de Von Margur y no quería acercarse a él, pues solo la magia oscura podía haber guiado al caballero ciego durante el duelo a muerte. Karl desvió los ojos hacia donde yacía Von Margur y vio que sonreía en sueños.
Caída en la oscuridad
Al amanecer del noveno día, los zares acudieron al templo y separaron a los cautivos supervivientes según las marcas. El zar Uldin, escoltado por su chamán Subotai, reunió a Karl y a los otros siete que llevaban su marca y los condujo a la plaza. Los kurgans se preparaban para abandonar el poblado. Los ocho hombres de Uldin fueron atados unos con otros mediante una cuerda que les rodeaba el cuello. Al otro lado de la plaza, Karl vio otros grupos de cautivos que eran conducidos por sus respectivos zares. Captó un atisbo de Von Margur, con Blayda y Ons Olker.
Durante diez días avanzaron penosamente hacia el suroeste. La partida de Uldin iba muy por delante de las carretas y los cautivos, pero cada noche le daban alcance en el campamento. Karl no tenía ni idea de dónde estaba, pero calculaba que probablemente ya habrían llegado al Imperio. Karl avanzaba lentamente hacia su hogar, pero temía enormemente que nada de él quedara cuando llegase allí.
Corría el décimo día desde que habían salido del poblado kislevita, y el grupo de Karl avanzaban a través de un ralo bosque de álamos chamuscados. Caminaban tras las carretas, flanqueados por Subotai, que montaba su burro blanco, y seis jinetes kurgan. De repente, fueron emboscados por ocho caballeros templarios de la Guardia del Reik. Karl aprovechó el momento para huir, pero estaba la cuerda que lo unía a sus compañeros de cautiverio. En torno a ellos, los templarios de la Guardia del Reik luchaban a caballo contra los jinetes kurgan. Y los kurgan estaban perdiendo. Karl sacó su daga y cortó al cuerda, permitiendo que él y otro prisionero pudieran escapar por los bosques. Oyeron ruido de cascos de caballo detrás de sí y vieron al líder del destacamento de caballeros templarios. Al verlos, espoleó el caballo.
Karl y su compañero imploraron que los salvaran, que eran ciudadanos del Imperio, pero el caballero cargó contra ellos, ignorando sus ruegos. Mató al otro prisionero con su arma, y cuando se disponía a hacer lo mismo con Karl, numerosas flechas negras se clavaron en su espalda. El zar Uldin llegó al galope, con muchos de su partida corriendo junto a él. Karl hizo sobre él la señal de Sigmar, y luego echó a correr a toda la velocidad que le permitían las piernas, hacia las sombras del bosque quemado.
Cuando salió del bosque muerto, se encontró con que estaba en la cima de una colina baja. En el ancho valle de abajo, y sobre una llanura por la que discurría un río lejano, tenía lugar una batalla entre un ejercito imperial y la horda Kurgan. Karl Reiner Vollen sintió, en el fondo de sus entrañas, que ése sería otro día que el Imperio iba a lamentar durante años. Se detuvo en seco. Podría correr tanto como quisiera, pero jamás lograría dejar atrás aquella marea de muerte. Se recostó contra un viejo árbol nudoso, y se rodeó el cuerpo con los brazos.
Pasado un rato, oyó que unos caballos se aproximaban por detrás de él y se volvió. Tres miembros de la partida de Uldin salieron a caballo del bosque y se dirigieron hacia él. El que iba al mando estaba deshaciendo los bucles de su soga, pero al ver la expresión del rostro de Karl, volvió a colgar la cuerda de la silla de montar sin hacer comentario alguno, y con un gesto despreocupado le indicó al lancero ligero que se acercara. Los tres kurgan hicieron volver sus caballos por donde habían llegado, y Karl echó a andar detrás de ellos, con la cabeza gacha.
Cuando regresó, vio que los caballeros del Imperio habían sido derrotados. Los kurgan estaban amortajando a sus muertos y despojando a los cadáveres de los templarios de sus armaduras. El zar Uldin amonestó a Karl de intentar escapar, pero él negó con la cabeza, alegando que solo corrió para salvar la vida. Admitió, sin embargo, que la huida también estaba en sus pensamientos, aunque al final decidió cambiar de opinión. El zar sonrió ante sus palabras, diciéndole que Tchar estaba dentro de él, algo que Karl negó con firmeza antes de volver junto al resto de esclavos supervivientes.
Debido a que Subotai había muerto durante el combate, los Kurgan estaban apesadumbrados, cortando madera para preparar una pira funeraria en forma de empalizada. Un cautivo que se encontraba junto a Karl preguntó que les pasaba, y Karl le respondió que la muerte de un chamán es un infortunio para todos ellos. Cuando el hombre interpeló cómo lo sabía, él se limitó a responderle que simplemente oye lo que están diciendo. El hombre miró a Karl con nerviosismo, preguntándole si podía entenderlos. Confuso, Karl le preguntó si él no podía. El hombre y otros tres cautivos que escuchaban la conversación negaron con la cabeza. La revelación de que él si podía entender el idioma de los Kurgan dejó a Karl preocupado, demasiado asustado para pensar en lo que aquello podía significar.
Los Kurgans incineraron ritualmente al chamán Subotai junto con los cadáveres de los guerreros que cayeron durante la escaramuza, sacrificando las monturas de los muertos para ponerlas junto a sus dueños. Karl estaba como hipnotizado al contemplar el funeral Kurgan.
Al día siguiente, marcharon hasta mediodía hasta llegar a una ciudad imperial que había sido tomada por las hordas del norte. Alguien le dijo a Karl que era Brunmarl. La noticia lo hizo estremecerse, pues era una ciudad de Ostermark, dentro del Imperio. La partida de Uldin fue enviada a alojarse en un viejo edificio de piedra arenisca que resultó ser la biblioteca de la ciudad. Karl esperaba ver a los kurgan defecando sobre las páginas de los preciosos libros, pero quedó sorprendido al ver que diversos chamanes leían las páginas de éstos y discutían entre sí sobre lo que leían. Un joven chaman al que le faltaban los dos dedos corazón de sus manos pidió ayuda a Karl para que le tradujera algunas palabras antes de que se lo llevaran junto a otros cautivos hasta una cripta, donde los encerraron.
Tras varias horas aguardando a oscuras, el Zar Uldin fue en busca de Karl para que participara en nuevos combates, pero en esta ocasión la situación era especial. Uldin le explicó que la muerte de su chamán era visto como un mal augurio y debía ganar para para demostrar que la mala suerte no le perseguía ni tampoco a aquellos que cabalgan con él. Si perdía su partida de guerra quedaría deshecha y repartida entre los otros zares. En cambio, si ganaba, no solo demostraría que su partida de guerra aún era fuerte, si no que además podía atraer a otro chamán.
Karl rio ante esta perspectiva, declarando a Uldin que ahora tenía poder sobre él, echándole en cara al Zar que dependía de él para la fortuna o la perdición de tu partida de guerra. Entonces le preguntó al Zar cual era su nombre. Uldin dijo que Azytzeen, pero el antiguo corneta le dijo que no. Su verdadero nombre era Karl, debía llamarlo así para que luchara como su representante. Si volvía a llamarlo por ese nombre bastardo no haría nada más que buscar una muerte rápida en el duelo. El zar Uldin accedió a su petición y lo condujo al lugar donde tendría que combatir.
Los kurgan de la partida de Uldin lo llevaron ceremoniosamente al foso. Yuskel portaba el estandarte de la partida de guerra, y Hzaer, el corneta, lo seguía haciendo sonar amenazadoras notas que resonaban en las calles iluminadas por el fuego. Seis guerreros flanqueaban a Karl con las espadas desnudas. Uno era Berlas, el arquero. Otro Efgul, el guerrero velludo con casco en forma de cráneo de mastín. Los otros cuatro eran Fegul Una Mano, Diormac, Lyr y Sakondor.
El primer duelo fue contra un esclavo del zar Kreyya, un guerrero ataviado con hierro y prendas mitad de cuero mitad de malla, y con su delgado cuerpo estaba pintado de verde. Karl alzó su pallasz y cargó contra él. Sólo cuando estaba a pocos pasos de distancia, se detuvo al reconocer a su oponente. Se trataba de Johann Friedel, uno de sus compañeros de la Segunda Compañía de Lanceros ligeros de Hipparchia, a quien creyó muerto en Zhedevka.
Karl no solo quedó horrorizado al ver quien era si no también al notar la apariencia enfermiza que poseía. Sus ojos, enmarcados por tinta blanca, estaban en blanco. Vacíos, salvajes, feroces, enloquecidos por el dolor, el miedo y la enfermedad. Trató de hablar con él pero Johann se limitó a atacarlo. Cualquier intento de Karl por hacerle entrar en razón únicamente recibía como respuesta un nuevo golpe de espada del que debía protegerse.
Karl se sentía dolido al ver en lo que se había convertido su viejo amigo. Dolido y fastidiado. Desde que había estado a punto de huir en el bosque de fresnos, Karl se había endurecido y transformado en alguien con control de sí mismo. Había agotado su capacidad para sentir pesar, o para sentir algo por cualquiera de las cosas o personas que había perdido en Zhedevka. Aquella cosa ya no era Johann Friedel, había muerto en Zhedevka y lo que tenía delante era solo su cadáver que no paraba de sufrir. Lo único que podía hacer era acabar con su sufrimiento. Con un potente espadazo, Karl acabó con la vida de Friedel.
Uldin salió al foso para celebrar la victoria mientras Efgul corrió a felicitar a Karl , pero este se encontraba conmocionado por el hecho de haber matado a un amigo. Efgul trató de tranquilizarlo, diciéndole que le había dado el regalo de Tchar. El regalo del cambio. De la vida a la muerte. Si Johann había sido su amigo, entonces le había hecho un gran favor matándolo, pues la partida de guerra de Kreyya adoran al dios de la Podredumbre, Noork'hl el Impuro, y por tanto tenía la corrupción que lo consumía en su cuerpo. Efgul hablaba con voz apremiante y seria, como si estuviese contándole una verdad atroz. Para Karl, aquello carecía de sentido, pero Efgul le aseguró que lo entendería, si lograba vivir.
Los cuernos sonaron y Efgul hizo que Karl se volviera. Uldin estaba lanzando un reto formal contra Blayda. Los ensangrentados despojos de Friedel fueron retirados. También se retiró Efgul, el cual se llevó la espada de Friedel para hacer un nuevo brazalete como trofeo para Uldin. Karl giró sobre sí para encararse con el campeón ritual de Blayda. Por un momento, Karl pensó que se trataba de otros de sus antiguos camaradas de la compañía de Hipparchia. No lo era, pero aunque lo hubiese sido, Karl no se habría refrenado. Ya no quedaba nada con lo que pudiera enfrentarse que le diese miedo matar.
Al ascenso de Karl-Azytzeen
Después de sus victorias en el foso de lucha, los hombres de la partida de Uldin lo encerraron en una oscura habitación de piedra donde pasó la noche. Durmió durante lo que parecieron varios años. Al despertar, se encontró con el joven hechicero que conoció en la biblioteca saqueada, rondando lentamente en torno a él y mascullando palabras desagradables. Al rato entró Uldin en la celda armado con una lanza. Le hizo un gesto con la cabeza al chamán, que ejecutó una reverencia y salió. Dentro de la horda ya se le empezaba a conocer como Karl-Azytzeen.
El zar le dijo a Karl que Skarkeetah que le había aconsejado que lo matara. Karl se sintió indiferencia ante la amenaza, aunque pensaba que el señor de esclavos le consideraba muy valioso. Uldin le dijo que así era, y que por eso debía hacerlo antes de que se volviera demasiado poderoso, pero sabía apreciar las cosas de valor, y gracias a sus victorias en el foso, muchos chamanes ansiaron unirse a su partida, escogiendo a Chegrume.
Uldin avanzó unos pasos y presionó la punta de la lanza en el pecho de Karl. Le confeso que los zares Kurgan ponían sus marca en aquellos hombres que los impresionaban con su fuerza. Le mostró la cicatriz de la herida que le hizo en Zhedevka, la primera herida que me le hacía un enemigo en ocho veranos. Tras esto le venció, pero Tchar contuvo su mano, haciendo que lo golpeara con el plano del arma. Un hombre que puede herir a un zar merece la pena convertirlo en esclavo y conservarlo. Su vida le ha pertenecido desde entonces.
Uldin se quitó un brazalete de un brazo y lo arrojó sobre el regazo de Karl. Había sido forjado con una de las espadas cobradas de los esclavos a los que había matado en el foso. Mientras consiguiera más brazaletes, su decisión de no matarlo se mantendría. Tras esto, Uldin salió de la celda, dejando la puerta abierta de par en par. Pasado un rato, Karl se deslizó el tibio brazalete de metal en el brazo derecho y siguió al zar. Los hombres de Uldin le permitieron conservar las armas y armaduras con las que luchó en el foso, además de entregarle una sólida lanza así como una vieja yegua sin silla ni nombre.
A lo pocos días, los zares se llevaron sus partidas de guerra para unirse al gran ejército del Zar Supremo: Surtha Lenk. La horda de Surtha saqueó tres ciudades de la Marca de Ostermark, para luego vadear el Talabec y continuar avanzando hacia el interior de Ostland, donde más ciudades perecieron bajo su furia. La partida de Uldin libró pocas luchas aunque Karl ya ganó otros dos brazaletes. La hueste era tan enorme que, a menudo, grandes sectores de la misma aún estaban llegando a una ciudad cuando ésta ya había sido arrasada por la vanguardia. Esto causó impaciencia al Zar al no obtener suficiente gloria pero todo cambiaría cuando llegaron a Aachden, a sólo ocho días de marcha desde Wolfenburgo, y con las Montañas Centrales a la vista.
Allí, un ejército imperial se había concentrado para detener la horda de Surtha Lenk, atrincherándose en una posición elevada para impedir que la hueste continuara avanzando, y detenerlos en seco antes de que llegaran a Wolfenburgo. Karl-Azytzeen, junto a un par de guerreros de Uldin, contemplaba al ejercito de la que había sido su nación, y se sorprendió al ser incapaz de reconocer ninguno de los emblemas y estandartes. Uno de los guerreros, Hzaer, le dijo que era obra del gran Tchar, que le estaba cambiando la mente para que le fuera más fácil olvidar. Karl suponía que debía sentirse agradecido, pues los recuerdos de su antigua existencia harían que la vida que tenía ahora fuese más dura de soportar.
Al poco rato llegó Uldin, informando de que el Zar Supremo había ordenado que esperasen a que el enemigo atacara. Karl consideró aquella decisión absurda, y le comunicó que el enemigo no se movería de su posición, sino que esperaría que fueran ellos los que atacaran. Su finalidad era impedir que avanzaran y lo estaban logrado sin alzar siquiera un dedo. Uldin pensó en las palabras de Karl y decidió llevarlo al pabellón de Surtha Lenk. Karl-Azytzeen se sintió intimidado por la horrenda apariencia que presentaba el propio Señor del Caos, pero le contó lo mismo que le había contado a su líder.
Tras estudiarlo, el Gran Zar quedó satisfecho con sus palabras. Él también había considerado esas cosas, pero sus chamanes de batalla le habían augurado que una demora podría enervar al ejército que tenían ante ellos e impelerlos a una acción precipitada. Sin embargo, pudo comprobar que Karl-Azytzeen contaba con el favor de Tchar, así que siguió su consejo, además de que detestaba la idea de tener que esperar. Por ello, hizo correr la voz entre sus filas de que ellos iniciarían la batalla.
La horda de Lenk atacó al ejercito del Reik, desatando una furiosa tormenta. A pesar de ello, el ejercito respondió al asalto con disciplinadas disparos, haciendo caer a muchos de los bárbaros. Por un momento, Karl sintió una punzada de orgullo marcial por la cultura que lo había criado. Se sentiría contento de morir en sus manos. Haría cabalgar su yegua sin nombre contra la muralla de picas, y hallaría su fin. Sin embargo, poco antes de llegar, las filas de los piqueros imperiales se vio rota por el ataque de los mastines de las tribus del norte.
Esto permitió que la carga kurgan se estrellara contra la primera línea imperial, y penetrara por las brechas, haciendo que numerosos soldados cayeran bajo el peso de los caballos o la acometida de astados lanceros. Karl penetró en las filas con su yegua bufando y relinchando. Al no disponer de silla ni estribos, no contaba con ningún punto de apoyo que le permitiera enristrar la lanza, así que estocaba con ésta de arriba abajo, por encima del brazo. Una espada se estrelló contra su escudo, y él hundió la punta de la lanza en la coraza del espadachín, donde quedó atascada y le fue arrebatada de la mano. Ahora estaba desarmado y obligado a hacer frente al ataque de la infantería imperial, valiéndose sólo del escudo. Su única arma era su caballo, y lo hizo avanzar, con la cabeza baja, para que los pataleantes cascos asestaran golpes y partieran huesos.
Continuó avanzando, aplastando hombres bajo las patas de la montura, y al fin salió al campo situado detrás de la formación imperial, uniéndosele poco después los restantes miembros de la partida de Uldin que lograron sobrevivir, incluido el propio zar Uldin. Los hombres del Imperio ya estaban huyendo, y podía verse cómo se dispersaban, de uno en uno o en pequeños grupos, bajando por el campo en dirección a Aachden, dejando caer corazas y armas en plena carrera. Al ver a Karl desarmado, uno de sus compañeros le dio una espada de recambio que llevaba en su silla de montar.
Uldin hizo girar a los jinetes mientras otros muchos se reunían con ellos, y los lanzó contra la retaguardia del enemigo, interrumpiendo la desordenada huida de los soldados imperiales. Un destacamento de caballería imperial que avanzaba desde la dirección contraria se enfrentó con la partida de guerra. Se trataban de lanceros ligeros, que a pesar de la mayoría ya habían perdido la lanza, pero blandían sables y alguno tenía una pistola. Verlos trajo vagos recuerdos de su pasado a Karl-Azytzeen, quien aulló al seguir la carga de Uldin contra ellos. La partida de guerra y los jinetes chocaron, a galope tendido, y pasaron de largo los unos de los otros, y varios jinetes Kurgan como caballeros del Imperio cayeron bajo las armas de su enemigo.
Karl-Azytzeen abatió a varios de su antiguos compatriotas con la espada prestada, mirando miró en torno de sí para cruzar armas con otro, mientras caballos y hombres pasaban precipitadamente en todas direcciones. Vio a un semilancero casi encima, acercándosele por detrás. El jinete imperial tenía una pistola alzada rígidamente en la mano izquierda. Karl vio la chispa del percutor y el fuego que destellaba en la boca del cañón, y el humo blanco. Luego la bala consiguió alcanzarlo en la cabeza, dejándolo gravemente herido, no pudiendo continuar con la batalla.
Aún así esta terminó con una victoria clara para las hordas de Lenk, aniquilando al ejército del Reik en el exterior de Aachden. La ciudad cayó poco después, y muchos centenares de sus habitantes, así como hombres capturados durante la batalla, pasaron a ser propiedad del señor de esclavos, Skarkeetah. Uldin, así como otros zares, logró matar a suficientes enemigos como para formar una pila de cráneos. Chegrume le hizo una nueva marca de victoria en la mejilla de Uldin. Ahora eran cuatro las que tenía en ese lado de la cara.
Durante este tiempo, Karl-Azytzeen estuvo bajo el cuidado de Chegrume, quien le limpió la herida y la cuenca vacía con un hierro candente y tinturas de hierbas, salvándolo de una septicemia, aunque nunca recobraría el rostro y su ojo quedo ciego. Cuando se recuperó lo suficiente, Karl le pidió uno de sus trozos de espejo para verse la cara. Era la primera vez que se veía su reflejo desde que salió de la guarnición de Vatzl, y le parecía que hacía años de eso. Karl Reiner Vollen ya no le devolvía la mirada.
La bala de pistola del lancero ligero había impactado en el extremo de su cuenca ocular izquierda, por encima del ojo. El hueso se había astillado y toda la zona que iba desde la ceja hasta la mejilla, estaba cubierta por un feo verdugón de deforme tejido cicatricial. Era de color blanco rosáceo con costras negras; pero, pasada ya una semana desde la batalla, la inflamación comenzaba a ceder. La herida le había destrozado el ojo izquierdo. El dolor aún latía en la cuenca vacía, y sentía una constante punzada en el cráneo, por encima del ojo. Karl contempló aquella cara durante largo rato. Estaba sin afeitar y tenía los dientes sucios. Su cabello negro era ahora tan largo que siempre lo llevaba atado en una coleta. Los tres puntos azules del zar Uldin parecían una vieja magulladura en su pómulo derecho.
Se dio cuenta de que todos los kurgan con los que se encontraba después de haber sufrido la herida lo miraban con cierto temor o aprensión, y apartaban la vista siempre que estaba cerca. Karl sabía claramente la razón de su comportamiento. Ahora solo tenía un solo ojo azul. Para empeorar las cosas, las indelebles quemaduras oscuras de pólvora de la herida habían dejado líneas de través sobre su cara, tanto por encima como por debajo del ojo sano. Las líneas eran onduladas y parecían serpientes. Un solo ojo azul rodeado de serpientes era símbolo asociado a Tchar dentro de la horda. No era de extrañar que nadie se atreviese a mirarlo. Karl-Azytzeen lamentó no haber muerto.
Cuando estuvo lo bastante recuperado para caminar, Karl se unió de nuevo a la partida de Uldin. La victoria de Aachden permitió la forja de nuevos brazaletes, y su brazo izquierdo terminó envuelto en estos desde el codo hasta la muñeca, y llevaba otros tres en el brazo derecho. Por su papel en la batalla, Uldin le ofreció su parte de los caballos capturados, pero Karl estaba satisfecho con la yegua. Uldin le encomendó entonces ponerle un nombre al animal, pero Karl respondió que no necesitaba un nombre, y tras esta franca negativa, los hombres de la partida de guerra comenzaron a llamar a la vieja yegua Caballo-de-Karl-Azytzeen. El zar también le dijo que tenía derecho a una parte del oro, Karl-Azytzeen respondió que lo único que quería era una silla de montar para no volver a cabalgar sin estribos, y una espada decente, pues no pensaba volver a combatir con lanza.
La horda de Surtha Lenk avanzó hacia Wolfenburgo e inició el asedio de la ciudad, pero al contrario que en otras ocasiones, las tropas del Imperio opusieron una férrea defensa y el cerco se prolongó durante doce semanas. Durante este tiempo, Karl obtuvo nuevos brazaletes. También ayudó a Berlas a construir arcos compuestos para la horda. A Karl no se le daba bien este trabajo, pero Berlas estaba encantado de dejarlo manipular cada pieza durante las etapas de la construcción, como si el contacto de Karl bendijese de algún modo las armas. Aprendió a disparar un arco, y pronto descubrió que tenía más puntería con aquella arma extranjera de la que jamás había tenido, de muchacho, con un arco largo. Berlas refino su destreza de arquero.
Una vez que corrió la voz de que Karl estaba bendiciendo arcos, acudieron a él otros hombres, algunos incluso de partidas de guerra rivales, para que tocara componentes de arcos, puntas de flecha e incluso piedras de afilar. Le molestaba profundamente aquella atención y lo que ésta significaba, pero no rechazó a ningún hombre.
Llegó el cuarto mes de asedio y corría la voz de que el Zar Supremo, apesadumbrado por el descontento que cundía entre la horda, había decidido invocar el poder de los Dioses Oscuros y poner fin al cerco. Mientras practicaba con el arco, se le acercaron miembros de la guardia personal de Surtha Lenk, quienes le entregaron un cráneo humano que había sido pulimentado para darle un acabado de perla. Karl lo cogió y luego el lider de la guardia volvió a llevárselo. El grupo de jinetes salió al galope tras él. Karl se echó a reír. Ahora, hasta el mismísimo Zar Supremo recurría a él para que bendijera sus instrumentos de guerra.
El hechicero de Surtha Lenk invocó una furiosa tormenta de disformidad sobre la ciudad, abriendo una brecha en las murallas y permitiendo la entrada de las hordas Kurgan que empezaron a matar a todos, prendiendo fuego a los edificios. Al amanecer del día siguiente, mientras la ciudad ardía, Uldin construyó su pila de cráneos. Su partida de guerra había obrado bien, y contaban con el favor del Zar Supremo. Tras levantar una nueva pila de cráneos, ordenó a Karl-Azytzeen que le hicieran la marca. Siguiendo las instrucciones de Chegrume, hizo la quinta marca de victoria en la mejilla de Uldin, utilizando para ello la matadora de verdad de Drogo Hance en lugar del cuchillo de pedernal.
El Zar Azytzeen
Con la llegada del Otoño, la Horda de Surtha Lenk se dirigió de vuelta a las tierras septentrionales. Los batidores informaron que un ejército enemigo de considerables dimensiones estaba reuniéndose en las periferias del oblast de Kislev. Surtha Lenk llamó a Uldin y lo nombró hetzar, poniéndolo al mando de seis partidas de guerra, entre las que estaba la del zar Blayda. Debía cabalgar hacia el norte y aniquilar al enemigo. Era un gran honor, aunque estaba claro que la partida de Uldin sólo había sido elegida a causa de la presencia de Karl-Azytzeen. Blayda estaba particularmente enfurecido y resentido.
Por segunda vez en aquel año, Karl se encontró avanzando hacia el norte, adentrándose en la periferia del oblast kislevita, como parte de una tropa montada. Acabaron topándose con una hueste de jinetes, aunque no eran no eran kislevitas si no Kuls. Pese a ser superados en número, lograron derrotarlos y poner a los supervivientes en fuga. Las partidas de guerra de Blayda y Herfil los persiguieron despiadadamente hacia las profundidades del bosque, regresando dos horas despues con truculentos trofeos, y con la noticia de que otra hueste kurgan liderada por el Zar Supremo Okkodai Tarsus se dirigía al sur para acrecentar el gran ejército de Archaon. Su gran tamaño había hecho que el ejército de los gospodarin se dispersasen por el oblast.
Enfurecido por que se le negara la glorían y con el invierno kislevita a la vuelta de la esquina, Uldin ordenó continuar hacia el norte y cobijarse en el templo de Chamon Dharek, un lugar sagrado para los kurgans, donde veneraban a sus oscuros dioses. Fueron recibidos por los sacerdotes que lo habitaban y disfrutaron de grandes banquetes. Durante el tiempo que permaneció allí, Karl-Azytzeen fue congeniando cada vez mas con el resto de miembros de la banda de Uldin. Durante uno de los festejos, hablaron sobre la ambición de Zar Blayda de ser Zar Supremo, y como Uldin se había convertido ahora en un obstáculo en su camino.
Ons Olker, el chamán de Blayda al que Karl derrotó en Zhedevka hacía varios meses, también estaba allí, pero su actitud hacia él había cambiado. Mientras anteriormente, Ons Olker había aprovechado todas las oportunidades que tenía para mirar a Karl con malevolencia, ahora apartaba de él la mirada con sumo cuidado. Como todos los otros, tenía miedo del aspecto de Karl y no se atrevía a mirarlo directamente. Karl estaba bastante seguro que todavía anhelaba matarlo por haberlo humillado, ya que todavía lo había vinculado con su sangre, además de que su muerte perjudicaría Uldin en favor de Blayda. Sus compañeros le dijeron Ons Olker tendría que mirarlo para atacarle, y ningún hombre se atrevía a hacerlo. Karl les contradijo que Ons Olker lo intentaría antes de que acabara el invierno. Sus hermanos de armas entonces le prometieron que lo protegería.
Karl también se reencontró con Von Margur, alegrándose de ver de nuevo al caballero ciego y tratándolo con la misma deferencia que tuvo cuando lo conoció por primera vez, aunque ahora con un aspecto mucho más sano y en forma que la última vez que lo vio, y aunque continuaba aparentemente ciego, todavía preservaba la extraña capacidad de percibir las cosas. Von Margur también se alegró del reencuentro, comentando cuanto se habían rehecho desde que empezaron a cabalgar en las compañías de los zares, mencionando como Tchar había dejado su marca en Karl.
Los días pasados en Chamon Dharek, y en un momento dado, el chaman Chegrume pidió insistentemente a Karl-Azytzeen que lo acompañara. Karl no estaba interesado pero el chaman insistió, asegurando que esa era la voluntad de Tchar. La deidad le había comunicado que lo bendeciría y haría que volviera a estar entero. Karl acompañó a Chegrume hasta el santuario principal, en cuya cámara ardía un fuego de llamas multicolores, y el hechicero le pidió que observara al interior de las mismas.
Karl miró las llamas. No tenía ni idea de qué esperar, así que no se sintió decepcionado. No tuvo ninguna visión, ni se sintió inundado de ningún poder de ultratumba ni oyó la susurrante voz de Tchar. Se echó atrás y miró al chamán, que esperaba y que le sonrió. Estaba a punto de preguntarle a Chegrume que tenía que pasar cuando se percató de que podía ver por ambos ojos. Se llevó una mano a la cara y se palpó en busca del rugoso tejido cicatricial de la cuenca ocular vacía. Los ásperos nudos de carne aún estaban allí, pero podía ver aunque cerrara el ojo sano. Incluso cuando se tapaba el ojo sano con la mano. Podía ver sin ojos.
Asustado, le pidió a Chegrume que le diera uno de sus cristales, mirándose en la superficie azogada. Su rostro continuaba tan mutilado como lo recordaba. Oscuros pliegues y remolinos de tejido cicatricial rodeaban y cubrían la cuenca de su ojo izquierdo; pero, detrás de la fina capa de piel cicatrizada, una dura luz azul relumbraba y latía dentro de la cuenca muerta. Iluminaba la piel tensada con tal ferocidad que podía ver los finos vasos capilares que la recorrían, como un hombre ve a través de los párpados cuando mira al sol con los ojos cerrados. Chegrume le dijo que Tchar le había devuelto la visión.
Karl estaba a punto de responder cuando quedó petrificado y, de repente, miró hacia la entrada de la cámara. Desenvainó su pallasz y le espetó al chamán de que había seguido inadvertidamente el juego. Blayda y su chamán Ons Olker al llevarlo a solas al santuario. Chegrume tartamudeó diciendo que ni siquiera se atrevían a mirarlo, peri sus palabras fueron interrumpidas con una figura armada y ataviada con una armadura ennegrecida entró en la cámara. Karl respondió al chamán que sólo aquellos que no podían ver se atreverían a atacarle, por eso habían enviado a Von Margur para que lo matara.
Karl intentó razonar que no tenían por que luchar, pero el caballero ciego le dijo que si, pues era un ser demasiado peligroso para dejarlo vivir. Karl le recordó que cuando estaban enjaulados le había dicho que lo mataría. Von Margur repuso que también le dijo que le haría la quinta marca de Uldin y que lo mataría, sin embargo estaba vivo, lo que demostraba que lo que mostraba las visiones podían cambiarse, y por lo tanto podría matarlo. Karl quiso saber el por qué. Von Margur respondió que porque era un inconsciente peón del Caos, una abominación para el mundo, y como caballero del Imperio, debía acabar con él. Karl le corrigió diciéndole que ambos eran peones del Caos, sólo que él era mas consciente de ello, así que le pidio no le obligara a hacer que su profecía se cumpliera.
Pese a sus palabras, el caballero ciego corrió hacia él blandiendo su arma. Se encontraron y sus espadas chocaron. Intercambiaron golpes durante un buen rato y Karl quedó sorprendido al comprobar que Von Margur era mucho más diestro que cualquier maestro de la espada pesada capaz de ver, deteniendo todos y cada uno de sus ataques. Parecía que Von Margur iba a prevalecer, pero gracias a su nueva visión, Karl-Azytzeen pudo percibir una brecha en las defensas del caballero ciego, la cual pudo aprovechar para acabar con la vida del antiguo caballero pantera. Karl bajó los ojos hacia el cadáver Von Margur de Altdorf y lo contempló durante largo rato.
Chegrume se le acercó con cautela, pero Karl-Azytzeen hizo caso omiso de él y de repente acometió contra las pilas del tesoro de un lado de la cámara kurgan. Estocó varias veces para luego retroceder con el desnudo y pataleante cuerpo de Ons Olker, ensartado en el pallasz. Karl inclinó la espada y dejó que el propio peso de Ons Olker lo arrastrara al suelo, cayendo sobre el charco que estaba formándose con la sangre de Von Margur. Agonizante, Ons Olker le imploró que dijera una palabra buena por su alma a Tchar, pero Karl-Azytzeen se limitó a maldecirlo. Ons Olker se contorsionó y chilló hasta el final de su sucia y dolorosa muerte.
Cuando al fin enmudeció, Karl miró hacia la puerta de la cámara del túmulo y ordenó al Zar Blayda que dejara de ocultarse en las sombras, y que podía verlo perfectamente. Blayda avanzó lentamente hacia la luz de la cámara. Posó los ojos en los cuerpos destrozados de Von Margur y Ons Olker y cayó de rodillas con un gemido de temor mortal, jurando someterse. Karl le ordenó que lo mirase a la cara. Aterrorizado, Blayda alzó la vista y profirió un grito ante lo que vio. Karl le dijo que lo seguiría hasta el fin de los días. Blayda chilló que así lo haría.
En ese momento, varias flechas se clavaron en su espalda, matándolo. Los compañeros de partida de Karl-Azytzeen entraron en la cámara, y este pudo comprobar que tenían sus espadas manchadas con la sangre de los hombres de la partida de Blayda que habían tenido que matar para poder entrar en el santuario. Karl-Azytzeen sonrió. Como habían jurado, sus compañeros habían acudido a salvarlo. Al poco rato entró el Zar Uldin, quedando horrorizado al contemplar que se vertido sangre en un lugar sagrado, pero calló al ver a Karl claramente por primera vez y, al igual que Blayda, se puso de rodillas.
Karl le recordó sus palabras de que su vida le había pertenecido desde Zhedevka, que podía habérsela arrebatado pero que decidió no hacerlo. Le había dicho que, mientras recordara el poder que tenías sobre su vida, no sería un peligro para él. Ahora ya no le pertenecía a él si no a Tchar. Uldin no pudo negar ese hecho. Entonces Karl le dijo que debería haber escuchado el consejo de Skarkeetah. Tras esto le asestó una puñalada con su matadora de verdad en la cara, llegando hasta su cerebro. Karl sacó la daga y Uldin cayó de espaldas, como otra ofrenda sangrienta para el altar de Chamon Dharek.
Al volverse hacia el resto de hombres de la partida de guerra, estos empezaron a elogiarlo y bramar su nombre como el nuevo Zar Azytzeen.
Batalla de Mazhorod
LA primavera había llegado, y Archaon, el Señor del Fin de los Tiempos había enviado un mensaje a Surtha Lenk para ordenarle que avanzara hacia el este y derrotara a un ejercito de aliados Kislevitas y del Imperio en el vado de Mazhorod. El flanco oriental de Archaon estaba desprotegido. La horda de Lenk tenía que ser la sección de defensa. Las partidas de guerra de Surtha Lenk se concentraron en la orilla occidental del Urskoy al llegar el alba. El zar Azytzeen llevó a sus jinetes a través del apretado apiñamiento de guerreros preparados para el ataque, que ocupaban la orilla oriental.
Todos se apartaban al acercarse él en cabeza de su formación de jinetes. Los asustaba a todos. Era una figura severa, con los brazos envueltos en brazaletes, y la cabeza enfundada en un casco de guerra de oro rematado por una púa, que algunos decían que se había llevado del túmulo de Chamon Dharek. Otros decían que había sido especialmente hecho por los sacerdotes herreros de aquel lugar prohibido, para que se adaptara a su cabeza. Cualquiera que fuese la verdad, le confería un aspecto espeluznante. El casco, batido en oro blanco scythiano, tenía una sola rendija ocular, en el lado derecho. El resto de la media visera estaba labrado con un bajorrelieve en forma de un ojo bordeado de serpientes, con una pupila de jade azul engastada en el mismo.
La hueste de Lenk cargó, metiéndose en el agua, lanzándose a toda velocidad a través de la fuerte corriente. El gran pulk los esperaba, con las armas a punto. Algunos guerreros fueron derribados y arrastrados por la helada corriente del deshielo, pero la misma magnitud del contingente hizo que las fuerzas de Surtha Lenk perseveraran, llegando a la orilla opuesta y cargaron contra el enemigo.
Sin embargo, el ejercito de Kislev y sus aliados del Imperio les aguardaban con sus armas preparadas. La combinación del río y ataques bien planificados causaron terribles bajas a los kurgan. En la orilla oeste, el zar Azytzeen maldijo los nombres de los dioses enemigos y culpó a los suyos por no apoyarlos. Incluso sus fieles camaradas palidecieron ante la blasfemia.
Azytzeen se quitó el casco dorado para que su destrozado ojo pudiese mirar con ferocidad el rostro de su dios, preguntado a Tchar por qué les había abandonado. Como si la siniestra deidad le hubiera, el cielo se oscureció de repente, y la temperatura descendió bruscamente, congelando el Urskoy a una velocidad antinatural, atrapando a varios Kurgan que todavía estabn cruzando el río. Mientras volvía a ponerse el casco, el zar Azytzeen ordenó a todos los guerreros que aún permanecían en la orilla occidental que atacaran.
La partida de guerra de Azytzeen fue la primera en llegar a la otra orilla. Cargaron entre los dispersos supervivientes de la primera oleada. Al verlo, la primera línea de la muralla de picas de Stirland rompió filas a causa del pánico. Una compañía de arqueros a caballo que había estado acosando a los bárbaros que llegaban a la orilla, cargó a galope tendido hacia los enemigos sin dejar de disparar, derribando a varios de los jinetes kurgan, quienes sacaron sus propios arcos y dispararon en respuesta. Incluso el propio zar Azytzeen sacó su arco y lanzó sus flechas contra los kislevitas. Para cuando las dos compañías a caballo se encontraron, más de la mitad de los arqueros a caballo kislvitas estaban muertos.
Con la mayor parte de las flechas ya disparadas, los kurgan desenvainaron las espadas al llegar a la altura de los arqueros de la estepa, a quienes derrotaron para a continuación girar para lanzarse contra el ejercito aliado, siendo seguidos por otras partidas de guerra Kurgan. La batalla, a punto de ser ganada por los aliados kislevistas e imperiales en los primeros momentos, se libraba ahora frenéticamente, cuerpo a cuerpo. Y la fortuna, de un modo que habría complacido al ojo de Tchar, comenzó a cambiar.
Cuando fue informado de la posición del boyarín kislevita que lideraba el ejército enemigo, el zar Azytzeen cargó diractamente contra él. Aquella era la presa más apetecida. La cabeza del boyarín sería colocada en la cumbre de su primera pila de cráneos, para que contemplara con los ojos quemados cómo Chegrume le hacía al zar Azytzeen su primera marca de victoria. Luego sería revestida de oro y colocada en el estandarte de la partida de guerra. Eso le ganaría a Azytzeen el favor del Zar Supremo. Entonces ya no quedaría duda acerca de la identidad del nuevo favorito de Surtha Lenk. Sería el hetzar Azytzeen, jefe de jefes.
Una sola línea de lanceros alados kislevitas se interponía entre él y la posición del boyarín. Acababan de salir de una feroz refriega, y sus lanzas y jabalinas habían quedado casi todas inutilizadas. Los demolería, cogería sus cabezas y lanzaría las arrancadas plumas de sus ridículas alas a la tormenta de granizo. A galope tendido, sin vacilación, la partida de guerra del zar Azytzeen y los lanceros alados se lanzaron la una hacia la otra a través del campo nevado y chocaron de lleno.
Kurgas y Kislevitas se mataban unos a otros sin misericordia. En medio de la refriega, el zar Azytzeen vio el estandarte que flameaba y a su portador, a lomos de su caballo rojo y blanco. El Caballo-de-Karl-Azytzeen relinchó cuando las ruedas de las espuelas se le clavaron en el vientre, y salió disparado hacia adelante. Pese a estar en un escuadrón kislevita, vio que su enemigo portaba un sable de lancero ligero del Imperio. Azytzeen miró fijamente al jinete que se le acercaba y centró en él la visión interior de Tchar. Lo vio y lo reconoció.
Pese a lo mucho que había cambiado desde la última vez que lo vio, el guerrero que una vez fue Karl Reiner Vollen quedó soprendido y confuso de ver con vida a Gerlach Heileman. ¿Por qué, entre todas las cosas que Tchar le había revelado, esa extraña visión le había sido concedida tan tarde?
Karl-Azytzeen tenía su grandioso y ensangrentado pallasz alzado y preparado para una muerte fácil. Pero vaciló un segundo. El arma de Gerlach, en posición de carga ante su aullante rostro, se lanzó como el rayo, con la punta hacia adelante, y se clavó en el torso del zar tan profunda y certeramente que la mano de Gerlach se quedó sin el sable. Gerlach hizo girar a su montura con el fin de dar otra pasada. Sacó su daga por si la bestia del Caos daba alguna señal de vida.
El zar estaba tendido de espaldas sobre la nieve, teñido de rojo. El casco de oro había caído de su cabeza. La luz azul de su ojo se había extinguido. Estaba muerto.
Tras su muerte, el cielo se despejó tan de repente como se había oscurecido. En la ancha planicie, el gran ejercito aliado, con renovado esfuerzo, destrozó de manera definitiva a la horda de Lenk y empujando los restos de la misma hacia el otro lado del río, cuyas aguas volvían a correr. Con esta victoria, se había puesto fin a la amenaza kurgan. Al menos por un tiempo.
Los guerreros supervivientes de la partida de guerra de Azytzeen lucharon para recobrar el cuerpo de su zar, antes de huir de la batalla de Mazhorod. Llevaron su cadaver a Chamon Dharek, donde lo depositaron en el túmulo de oro, rodeado por sus pertrechos de guerra. El impávido Caballo-de-Karl-Azytzeen hacía guardia en el exterior, con el cuerpo rígido sobre estacas recién cortadas, cuando se encendieron los fuegos sepulcrales. Los guerreros gritaron alabanzas a su señor caído mientras era consumido por las llamas funerarias.
Fuentes
- Novela: Los Jinetes de la Muerte, por Dan Abnett.
- Parte 1: Choika.
- Parte 2: Zhedevka.
- Parte 3: Kurgan.
- Parte 5: Tchar.
- Parte 7: Azyteen.
- Parte 9: Aachdem.
- Parte 11: Chamon Dharek.
- Parte 13: Mazhorod.
- Parte 14: Piras.