Wiki La Biblioteca del Viejo Mundo
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Karl cruzada

Karl es un niño que tiene el misterioso poder que hace que la gente afectada por ella le ame, protegiéndole y ayudándole en todo lo que puedan. En torno a él ha surgido una nueva movimiento sigmarita conocido como La Cruzada del Niño, según la cual Karl es la reencarnación de Sigmar.

Descripción[]

A pesar de lo dicho, Karl es simplemente un Mutante, un niño nacido con la extraordinaria habilidad de manipular las emociones de los que le rodean, inculcando en ellos una desesperada necesidad de agradarle y protegerle. El chico lo hace inconscientemente, sin darse cuenta de que él es el responsable de los cambios que tienen lugar a su alrededor. El aura de Karl hace que la gente afectada por ella le ame, protegiéndole y ayudándole en todo lo que puedan. Una vez bajo su hechizo, cualquier petición suya o de sus agentes que no vaya directamente contra el juicio moral normal o sentido de supervivencia se verá cumplida.

El origen del chico es una especie de rompecabezas. El decrépito Dookkanaal de Marienburgo generó una secta de mutantes y hombres que adoraban a Stromfels, un aspecto oscuro de Manann, el Dios de los Mares. Temiendo ser descubiertos en la ciudad, los sectarios se retiraron para reunirse en un templo oculto en las Marismas Malditas a las afueras de Marienburgo. Allí bebieron el agua de un manantial consagrado a Stromfels. El agua del manantial trajo visiones y provocó mutaciones.

El deseo de la secta era rehacer Marienburgo y las Tierras Desoladas en una nación que sirviera a su violento dios, convirtiéndola en la mayor nación marítima del Viejo Mundo. Gobernar Marienburgo les daría control sobre el acceso clave del Imperio al mar, y la secta podría tener Altdorf a su merced. Aunque había hombres poderosos entre ellos, de familias mercaderes y transportistas, así como piratas, no habían descubierto ninguna manera de hacer su sueño realidad, hasta hace siete años.

Un día, nació un niño de la amante de uno de los miembros de la secta. De inmediato se hizo evidente que el niño tenía grandes poderes y estaba destinado a grandes cosas. Los sectarios entendieron que era la respuesta a sus oraciones. Con su carisma inhumano, el chico atraería a cualquiera que conociera a su causa. Sería su príncipe, y algún día su rey.

Planearon un ritual. Sería llevado al templo en el pantano, sumergido en el manantial sagrado y bautizado en el nombre de Stromfels. Pero una compañía de cazadores de brujas liderados por Osric Falkenheim siguió a uno de los sectarios hasta el templo y purgó el lugar de su maldad, a base de fuego y espada. Lo atacaron antes de que finalizara la ceremonia, asesinando a la mayoría de los sectarios y dispersando al resto.

En medio de la muerte y la violencia fue que los cazadores encontraron a un hermoso bebé, cuya más mínima mirada podía conmover el corazón e instigar sentimientos de deber y lealtad. Los que vieron al niño sintieron un poderoso impulso de proteger de daño al infante y hacer todo lo posible por salvaguardarle. Agobiados por la admiración y la proeza del bebe, los cazadores de brujas creyeron que la secta tenía intenciones de sacrificadorlo a un Demonio Marino y agradecieron a los dioses de llegar a tiempo de salvarlo. Y así fue que los cazadores de brujas arroparon al joven, regresaron a la ciudad, y como por arte de magia se lo llevaron al orfanato Shallyano de Marienburgo, secándose las lágrimas del pesar y el dolor de tener que dejarle atrás

El niño creció en el orfanato, ignorante de su familia y sus poderes. Las hermanas, sin embargo, no tardaron en descubrirlos. Lo adoraban como no habían adorado a ningún otro bajo su cuidado. Se pelearon por él.

Al principio, la abadesa Maida Widmann que gobernaba la institución aceptó al niño, pero llenándose de la sabiduría de su señora, miró detenidamente a través del encanto del niño y consideró que algo iba mal con el bebe, terriblemente mal. Aunque no podría dejar de amar al chico mientras estaba en su presencia, lo reconoció como un poder profano. Temiendo el efecto que tendría sobre ella y las otras sacerdotisas, a las que creía divididas sobre su resolución, consideró que lo mejor sería devolver el niño a los cazadores de brujas para que se trataran como lo harían con cualquier mutante.

La abadesa encomendó esta acción a Gerda Lutzen, su seguidora más leal y devota, pero incluso en su gran sabiduría, no pudo anticiparse al alcance del poder de influencia del niño. La sacerdotisa que debía entregar al niño descubrió que tampoco podía, ya que sabía lo que suponía entregar el bebe a los servidores de Sigmar. Su conciencia no le permitía entregar un niño tan dulce, tan inocente, cuya carne era pura y cuyo espíritu debía estar limpio. Incumplió su misión y regresó, escondiendo al niño con la ayuda de otras hermanas que compartían su celo, en una habitación secreta fuera de la mirada de la abadesa.

En los años sucesivos, el Niño, al que las hermanas llamaron Karl, creció. Lo mismo hizo su poder e influencia. Para los dotados de Visión Bruja, Karl brillaba como un faro, un pilar de luz sagrada llena con alguna presencia de otro mundo. Tan brillantemente resplandecía el Niño que empezó a llamar la atención de otros, hombres menos honorables. A pesar de que el chico estaba escondido de forma segura en el orfanato, las hermanas cuchicheaban y así fue que Ruprecht Hahn, un hechicero del Caos adorador de Nurgle, llegó a saber del niño y su asombroso poder de dominar a los mortales.

Habiendo escuchado del niño y el Culto de Stromfels durante su estancia en la ciudad antes de la reciente incursión del Caos, creyó que el chico podría ascender al trono del Imperio, reemplazando a Karl Franz y colocando la odiada tierra firmemente en manos del Caos. Ruprecht, sin embargo, disfrutaba demasiado de los dones de su maestro Nurgle, y no podía caminar ya por las tierras de los hombres. Si revelaba sus rasgos, seguramente sería perseguido y asesinado. Así que se escondió en el Territorio Troll, confiando en que sus esbirros recuperaran al muchacho. Ruprecht ordenó a sus sirvientes que secuestraran al chico, le marcaran con la señal del cometa con dos colas y lo trajeran a su torre en la frontera de Kislev. La marca era vital, pues Ruprecht creía que daría al chico legitimidad cuando estuviera reclamando el trono del Imperio.

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Así fue que los desalmados sirvientes de Ruprecht cruzaron la amplitud del Imperio hacia Marienburgo y se infiltraron en el orfanato. Los sectarios localizaron al chico sin muchos problemas, lo raptaron de su aposento y llevaron al joven cautivo a una herrería, donde tenían un hierro de marcar en el carbón, listo para marcar al niño. Una vez llegaron, sujetaron al chico y quemaron su carne, fundiendo la imagen del cometa con dos colas. Pero el calor, el dolor y el miedo llenaron al asustado chico, y por una tremenda suerte o quizás por intervención divina se liberó de los sectarios. Cogió un martillo que estaba cerca y huyó hacia las calles, revelando a todos los espectadores la brillante quemadura, el símbolo que marcaba al muchacho hacia la grandeza. Los sectarios le siguieron en las calles, exponiéndose neciamente, y mientras trataban de acercarse, el chico les arremetía con su herramienta, salpicando las calles de calientes sesos de sectarios.

Esta exhibición fue suficiente para los lugareños, muchos de los cuales eran refugiados del Imperio que habían huido de la violencia del Señor del Fin de los Tiempos. La emprendieron contra el resto de sectarios y los despedazaron miembro a miembro, incitados por el don natural del chico. Cuando terminó la espeluznante tarea, y mientras se giraban, observaban al joven y veían su rebelde melena de cabellos dorados, el cometa ardiente, el martillo y ni una lágrima sobre sus mejillas. Tenía que ser, debía de ser, él era, en sus mentes, el propio Sigmar, de regreso a este mundo, para conducir a la humanidad fuera de la oscuridad del miedo y la agonía y hacia una nueva era de la profecía.

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Subieron a hombros al muchacho y le llevaron hasta el sacerdote de Sigmar de la ciudad, un hombre avejentado llamado Helmut. Al abrirse paso por las calles se les unieron más, más que venían a ver, a presenciar al chico milagroso. Finalmente, en los mismos escalones del templo de Sigmar, Helmut se puso ante la congregación reunida y observó al muchacho. Confirmó las creencias de la turba y se arrodilló sobre los mismos escalones, llorando de miedo, con respeto, e incluso aliviado. Él también cayó bajo el hechizo del niño y nació un nuevo culto. La Cruzada del Niño.

No tardó mucho tiempo antes de que el chico atrajera a una gran cantidad de personas, en su mayoría exiliados y expatriados del Imperio, expulsados de sus hogares para vivir en los suburbios de Marienburgo. Para ellos, el chico representa un cambio para reclamar su lugar en el Imperio. El culto aumentó y las autoridades comenzaron a tomar nota. Esmer, el exiliado antiguo Gran Teogonista, se enteró de historias sobre un chico que muchos creían que era la reencarnación de Sigmar, y vio una oportunidad. Tobias, el leal consejero de Esmer susurró en los oídos de su maestro que, con una sutil guía, este poderoso movimiento podría ser convencido de entrar al Imperio y desacreditar o debilitar la posición de Volkmar como Gran Teogonista. Esmer, irritado por su propio exilio, bendijo a la multitud y les envió hacia Altdorf.

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Lo que Esmer no sabía era que Tobias era realmente un leal agente de Ruprecht. Tobias se comunicó con su verdadero maestro y le habló de la nueva fama del chico, y su deseo de viajar hacia Kislev para reunirse con su madre, la cual era la Bruja Negra haciendose pasar por ella en sueños. Ruprecht reconsideró la intención inicial de ordenar secuestrar al niño inmediatamente cuando sus adivinaciones revelaron que el chico estaba siendo arrastrado hacia Kislev por algún medio sobrenatural. El Hechicero del Caos estaba contento de dejar que el chico viniera a él por su propia cuenta, e instruyó a Tobias para congraciarse con el chico y apoyarle en sus esfuerzos de llegar a Kislev. Tobias ha accedido a permanecer cerca del chico, y una vez la turba cruce hacia Kislev, tiene intención de animarle hacia su maestro.

Fuente[]

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