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Hellebron por Chris Dien Elfos Oscuros

Reina Bruja.

Como la líder del culto a Khaine, Hellebron gobierna la ciudad de Har Ganeth. Además de su horda de Elfas Brujas enfebrecidas, Hellebron puede convocar a los verdugos del templo y también llamar a las armas a la población de esa ciudad, prometiéndoles los favores de Khaine y amenazándoles con su descontento si no es complacida. Hellebron lidera el ejército a la batalla cuando se ve imbuida de la juventud del Caldero de Sangre, mientras que la reina bruja prefiere encerrarse en el gran templo de Khaine durante los meses que sufre el envejecimiento.

Descripción[]

Hellebron Mark Gibbon

La anciana Hellebron es la más vieja de todas las Reinas Brujas, a excepción de Morathi, la propia madre del Rey Brujo, la primera y más poderosa de las esposas de Khaine. Pero mientras la juventud y belleza de Morathi nunca languidecen, la de Hellebron está a punto de agotarse, ya que la Hechicera Bruja le ha ocultado deliberadamente los secretos más profundos de los Calderos de Sangre. Cada año se necesitan más sacrificios para llenar el Caldero de Sangre en el que se baña la Anciana, y sus efectos rejuvenecedores duran cada vez menos tiempo. El poder de la sangre ya no regenera el cuerpo de esta anciana Elfa Bruja durante mucho tiempo.

La que una vez tuviera una belleza arrebatadora, antiguamente incluso se la considerada el ser más bello sobre la faz del mundo; pero hoy en día debe soportar muchos meses como una vieja y fea anciana por cada día de renovada juventud. Es por ello que Hellebron odia a Morathi, y su ira por el engaño es más fuerte porque sabe que ella hubiera realizado la misma traición si los papeles se hubieran invertido.

Muchas noches del año, Hellebron aparece encapuchada para ocultar su aspecto demacrado. Solo sus acólitas más cercanas ven todo el horror de su figura envejecida y marchita, y ellas han jurado silencio bajo pena de muerte. Pero los días que siguen a la Noche de la Muerte, cuando su piel y su cuerpo recuperan todo su vigor, Hellebron camina por el mundo sin máscara, deleitándose en el poder y las sensaciones de la juventud. Los que deseen una bendición de Hellebron harían bien en buscarla en esta pequeña ventana de alegría, porque el resto del tiempo su estado de ánimo es caprichoso y amargo, y una audiencia con ella es muy probable que sea fatal.

Anciana Hellebron Octava

A pesar de su apariencia fea y ajada, Hellebron sigue siendo la primera de las Doncellas de Khaine. Las Elfas Brujas se arrodillan ante ella para celebrar los ritos del Señor del Asesinato. Para entretener a su señora, las Elfas más jóvenes bailan sobre los escalones que conducen al altar, mientras Hellebron y las reinas brujas menores engullen la carne cruda y sacian su sed con sangre caliente. Ellas son las líderes y señoras de las Elfas Brujas. Se deleitan constantemente rememorando las batallas en las que han tomado parte y los rituales sangrientos en los que han participado durante los últimos cinco mil años.

Su dominio de las muchas formas de asesinato eclipsa incluso las de Morathi, que a menudo está demasiado distraída por sus actividades mágicas, y es muy superior a las capacidades de otras Reinas Brujas. Es ella la que lidera los ritos profanos del Señor del Asesinato y la que dicta el credo sagrado que todas las Elfas Brujas deben seguir. Es tan experta en formas de la muerte que su simple roce puede matar, y una palabra susurrada de sus labios marchitos hace sangrar viejas heridas. Dondequiera que pisa Hellebron, la mirada de Khaine le sigue. Inevitablemente, un fervor loco invade a todos los que halla en su camino, provocando tanto en las Elfas Brujas como en los Elfos Oscuros una furia asesina que baña al mundo de sangre.

Objetos Mágicos[]

Historia[]

Orígenes[]

Hellebron nació en la colonia de Athel Toralien cuando en ella gobernaba el príncipe Malekith, siendo hija de Alandrian, uno lugartenientes y servidores más leales de Malekith, y Mirieth, una elfa procedente de una poderosa familia en Nagarythe. También tenía una hermana menor Lirieth, veinte años más joven que ella, pero llegaron a ser tan parecidas que perfectamente podían pasar por gemelas. Hellebron creció entre comodidades pues su padre era una de las personas más poderosas de Elthin Arvan, y Athel Toralien era la más próspera de las colonias desde hacia siglos.

Hellebron estaba orgullosa de su padre ya que, durante la últimas décadas, había sido el gobernante informal de Athel Toralien, mientras que Malekith se fue desentendiendo progresivamente de su gobierno y más interesado en batallas y sus aventura. No fue de extrañar, pues, que cuando Malekith tomó la decisión de abandonar la colonia para explorar lo largo y ancho del mundo, otorgara a Alandrien el título de Príncipe de Nagarythe, y lo nombrara gobernante de Athel Toralien. ella estaba disfrutando del repentino pero merecido ascenso en su estatus.

Mientras Malekith organizaba la expedición, llegó a la colonia una embarcación de un tamaño nunca visto. Hellebron y sus amigas, así como casi todos los habitantes de Athel Toralien fueron al puerto a contemplar tan magnifica nave, y quedaron todos sorprendidos cuando de ella desembarcó con gran dignidad y ostentación Morathi, viuda del Aenarion, el primer Rey Fénix, y madre del príncipe Malekith.

Hellebron observó detenidamente a Morathi, regodeándose en la elegancia y en la distinción que rezumaba cada uno de sus movimientos. Es más, sentía cómo su entusiasmo se fundía con el del resto de la muchedumbre. La adoración que despertaba la esposa de Aenarion era palpable. En el corazón de Hellebron pugnaban sentimientos encontrados. Sentía la euforia general, pero al mismo tiempo se dio cuenta de que se habían apoderado de ella unos celos repentinos; no eran de Morathi directamente, sino de la reacción que provocaba la reina. Su simple llegada, con toda su fastuosidad y su elegancia, había paralizado la ciudad. Hellebron se preguntó cómo sería recibir tanta atención, poseer tanto poder y tanta autoridad.

Dejando a un lado estos pensamientos, estaba deseosa de conocer personalmente a la reina y pedirle que le permitiera formar parte de su corte en Anlec. Gracias a su padre, Helldbron pudo entrevistarse con Morathi. Ilusionada, le dijo que le gustaría contar con su favor y formar parte de su círculo, pero Morathi la rechazó con maliciosa educación y mordaces palabras, pues no tenía nada que ofrecerle. Apenas tenía conocimientos mágicos y carecía de talento para las artes, por lo que no necesitaba un parásito adulador.

Hellebron no pudo contener las lágrimas ante el cruel rechazo y los hirientes calificativos de Morathi, que la dejó sola tras decirle que Nagarythe estaba en manos de gente mucho más fuerte que ella, y que la volviera a ver solo cuando tuviera algo que realmente ofrecer. Hellebron se maldijo por aquella muestra de debilidad por su parte. Tenia orgullo herido por el encuentro, pero de aquella humillación surgió una nueva determinación. Hellebron estaba decidida a demostrar que Morathi se equivocaba al desairarla. Aunque aún no sabía cómo, haría que se diera cuenta de lo necia que había sido por deshacerse de ella con tanto desprecio.

Morathi había traído consigo numerosos sacerdotes dedicados a la veneración de los diversos dioses que formaban el Cytharai. Los ciudadanos de Athel Toralien, privados durante años del consuelo espiritual, recibieron con los brazos abiertos a los sacerdotes recién llegados y se entregaron a sus rituales, y Alandrian permitió el florecimiento de los sectas en la colonia. Durante cinco años Hellebron participó y contribuyó en la vida de las sectas, pero su situación no se vio beneficiada de ello. La desesperación amenazó con reaparecer cuando se dio cuenta de que la religión no daba respuesta a sus ambiciones.

Pensando que jamás encontraría que la ayudara a sobresalir, llegó su hermana Lirieth con una invitación.

La llamada del Señor del Asesinato[]

Lirieth tenía como amante Maenredil, un capitán del ejército de Athel Toralien, quien le invitó participar en un ceremonia privada en los bosques a las afueras de la ciudad. Lirieth a su vez invitó a su hermana a participar también. En un principio, Hellebron no se sintió entusiasmada por la idea, pues los ritos y ceremonias de los cultos ya le resultaban anodinos, pero su hermana le aseguró que en esta ocasión sería muy diferente, pues se trataba de una ceremonia de guerreros, celebrada con motivo de que él ejército partiría dentro de poco a combatir una amenaza. Sin demasiado, Hellebron aceptó la invitación.

Cuando llegó al lugar donde tendría lugar el ritual, Hellebron comprobó que la mayoría de los asistentes eran soldados. Antes de que preguntar que pasaba, de la maleza surgió un sacerdote llamado Lethruis seguido por sus acólitos, que traían consigo a un Hombre Bestia prisionero. El sacerdote cantó alabanzas a Khaine, y empezó a asestar un corte tras otro en el pecho y en los brazos de su víctima, ninguno demasiado profundo, y de la docena de heridas que le infligió enseguida comenzó a manar sangre, que fue recogida en gran cáliz. El hombre bestia se revolvió y baló enloquecidamente, pero los ayudantes del sacerdote lo derribaron y se abalanzaron sobre él con sus cuchillos y garfios, le atravesaron piel, grasa y músculos, abriéndolo en canal y con sus entrañas a la vista de todos.

Hellebron quedó tremendamente fascinada, cautivada por la complejidad de la ejecución de la obra. Los ayudantes del sacerdote asestaban cada puñalada con una sutileza encantadora, con la delicadeza de una caricia. La sangre, la esencia de la vida que escapaba de la criatura que sustentaba, ejercía un poder hipnotizador. Se gritaron mas alabanzas a Khaine,y Hellebron se dio cuenta de que su voz era una más de las que se habían unido en el coro de adoradores. El sumo sacerdote extirpó con destreza el corazón del Hombre Bestia mientras salmodiaba, alzando el sangriento órgano a la vista de todos antes de arrojarlo al fuego. Hellebron podía sentir la energía que se arremolinaba en el claro, en el aire y en el suelo, en los elfos que la rodeaban, sintiéndose cada vez mas atraída hacia ella.

El sumo sacerdote entregó la copa llena de sangre a un ayudante, que le dio un sorbo antes de pasárselo a otro adorador. Hellebron aguardaba con nerviosismo, ansiosa por ingerir la fuerza del hombre bestia, desesperada por sentir la bendición de Khaine, mientras la copa circulaba por el claro del bosque. Fue la última y apuró con avidez hasta la última gota de sangre de un trago, paladeando el sabor a hierro, a bosque y a hambre.

Al terminar sintió una extraña calidez en su interior que no podía explicar, y también se dio cuenta de que todas las miradas se habían concentrado en ella. Le advirtieron que había que dejar un poco de sangre para Khaine, para verterla en las llamas. Hellebron quedó horrorizada por su error, y trató de disculparse ante Lethruis. Para enmendar su error, ofreció su propia sangre para obtener el perdón de, rajándose el pecho con la daga para sacrificios del sacerdote que empuñaba al pecho, y llenando la copa con la sangre que manaba de su herida. El khainita aceptó su ofrenda y vertió la sangre en las llamas, mientras se hacían más aclamación a Khaine.

Toda aquella ceremonia hizo que Hellebron sintiera un éxtasis divino completamente nuevo para ella, teniendo una epifanía sagrada. Sentía el influjo de Khaine en el alma; siempre había estado allí, pero ahora había despertado. Hellebron sabía qué tenía que hacer. Había encontrado la determinación que buscaba. Viajaría a Anlec convertida en sacerdotisa de Khaine, donde la tratarían con el respeto y la consideración debidos a su posición. Nadie salvo Aenarion la superaría como sierva de Khaine.

Cuando la ceremonia terminó, fue a pedirle a Lethruis unirse al credo de Khaine, y el sacerdote aceptó intuirla en los misterios del señor del asesinato. Y así fue como Hellebron dio su primer paso en el sangriento camino que la llevaría a la gloria.

Una senda de sangre[]

Durante varias semanas, Hellebron acudió ante Lethruis para estudiar las prácticas de Khaine, demostrando ser una alumna muy capaz, siendo atenta, aplicada e interesada en aprender. A pesar de que para ella Lethruis estaba demasiado apegado a la tradición, no podía poner en entredicho que era un verdadero sacerdote. Por el momento era una fuente de conocimiento muy útil. Cuando aprendiera todo lo que podía enseñarle el sumo sacerdote, pensaba tomar las riendas de su vida.

Hellebron pasó muchas horas en la biblioteca de su padre, empapándose de la historia de Nagarythe, leyendo y releyendo textos sobre la fundación del reino por Aenarion. Se emocionaba con los relatos sobre Aenarion y la Espada de Khaine. Había leído que el Dios del Asesinato bendijo a los naggarothi para que expulsaran a los demonios que asolaban Ulthuan. Hellebron veía que ese legado casi había caído en el olvido relegado a un segundo plano por otras practicas decadentes. Hellebron ahora era una princesa cuyo padre era un soldado orgulloso y uno de los elfos más poderosos de las colonias. Por lo tanto, consideraba que su deber era recordar al pueblo su magnífica historia y asegurarse de que los reinos de Nagarythe se mantenían fieles a las tradiciones de Aenarion. Difundiría el culto a Khaine en Athel Toralien y crearía una segunda Anlec en Elthin Arvan.

Lethruis estaba satisfecho con lo diligente que era Hellebron, pero le dijo que si de verdad deseaba dominar las artes del Señor del Asesinato, tendría que renunciar a tu vida de comodidades y dedicar todo su tiempo a servirlo, acompañando al ejército de Athel Toralien a las batallas. Hellebron estaba preocupada por esta petición, no por qu ella no quisiera, ya que su dedicación a Kahine era sincera, si no por que temía que su padre no se lo permitiese. Para sorpresa suya, el príncipe Alandrian se tomó la noticia mejor de lo esperado, y no dudó en aceptar su petición. Le aconsejó que, si iba a formarse en las artes de Khaine como hicieron él y muchos otros, no debía limitarte a las ceremonias y los sacrificios, también debía aprender a comportarse en la guerra.

Su padre también le pidió que su hermana Lirieth la acompañara. Aquello era una responsabilidad que no había previsto. Una cosa era ligar su destino a la secta de Khaine, y otra elegir el mismo camino para su hermana. Aún así, cuando se lo pidió, Lirieth se mostró encantada de seguir a su hermana, iniciándose también en las doctrinas del Dios de la Guerra élfico.

Hellebron y Lirieth se despidieron de su padre y partieron de la ciudad de Athel Toralien. Las hermanas presenciaron su primera batalla en las estribaciones de las montañas que se elevaban al sur de Athel Toralien. Mientras entonaba las plegarias de Khaine e invocaba la bendición del Señor del Asesinato, Hellebron contempló cómo los naggarothi aplastaban a un ejército de bestias corrompidas por el Caos. Admiró la cruel eficacia de la hueste de Nagarythe, que asestaba acometidas con la firmeza y la precisión letal del cuchillo de Lethruis.

Esa noche llevaron al campamento a una veintena de enemigos capturados y las llamas de la pira de Khaine ascendieron altas en el cielo. Hellebron y Lirieth ocuparon sus lugares junto con el resto de los acólitos, portando los instrumentos de Khaine mientras Lethruis consumaba los sacrificios. Los guerreros naggarothi que habían hecho gala de un comportamiento excepcional durante la batalla fueron ungidos con la sangre del enemigo abatido y recibieron las alabanzas de Lethruis y la bendición de Khaine por su despiadada actuación.

Durante el día, las hermanas entrenaban con los soldados y aprendían a luchar como uno más: dos lanzas entre varios millares de ellas. Durante la noche escuchaban las historias que contaba Lethruis sobre Aenarion y su guerra contra los demonios. La ambición de Hellebron y su convencimiento de que había escogido el camino correcto crecían con cada una de esas historias. La recompensa por el servicio a Khaine era la gloria del mito, y entre los naggarothi no había una gloria mayor.

Hellebron demostró una paciencia que no había tenido en ninguna otra empresa en la que se hubiera embarcado. Soportaba las largas marchas, la falta de sueño y los espeluznantes enfrentamientos con orcos y hombres bestia sin quejarse. Gozaba de los sacrificios consagrados a Khaine y reunió a un pequeño grupo de seguidores propios entre los guerreros, que admiraban su destreza con la daga y sus elocuentes alabanzas al Señor del Asesinato.

Las hermanas siguieron a los ejércitos de los naggarothi durante dos décadas, luchando con las lanzas y realizando los rituales de Khaine en la víspera de las batallas y en las innumerables noches de victoria. Bajo la tutela de los capitanes y la severa mirada de Lethruis, Hellebron aprendió los secretos de la lanza y de la espada, de la daga y de las plegarias. Las hermanas luchaban y entonaban las plegarias hombro con hombro, y así se hicieron inseparables. Lethruis terminó refiriéndose a ellas con el apelativo de las Hijas del Asesinato, un sobrenombre que Hellebron enseguida adoptó.

En ocasiones, el ejército de Athel Toralien combatía junto a las fuerzas de otras ciudades-colonia. Dichas alianzas estaban cargadas de tensión. Los soldados de los demás reinos recelaban de las ceremonias de los naggarothi y de su aparente adoración a la muerte. Lethruis prohibió a sus acólitos hablar con los elfos de otros reinos, pero siempre que tenía la oportunidad, Hellebron quebrantaba esa orden y transmitía los secretos de Khaine a todo aquel que estuviera dispuesto a escucharla, si bien no eran muchos. Con el paso de los años se asentó en la cabeza de Hellebron la idea de que Lethruis era estrecho de miras y estaba celoso de su popularidad. El sumo sacerdote se conformaba con soltar sus sermones a sus seguidores, pero Hellebron quería difundir la palabra de Khaine más allá del ámbito de los naggarothi.

En los siguientes veinte años, el ejército regresó a Athel Toralien en tres ocasiones. Hellebron mantuvo bajas sus expectativas para el primer desfile triunfal y aceptó las alabanzas y las aclamaciones de los ciudadanos como una más. En la segunda visita entró en la ciudad ya como sacerdotisa de Khaine, pero fue Lethruis el que habló a las masas y ensalzó las virtudes de Khaine. A Hellebron le dolió esa descarada apropiación de la gloria, pero no dijo nada y se limitó a escuchar los consejos de Lirieth sobre paciencia y dedicación.

En la tercera visita Hellebron quedó consternada. El pueblo de Athel Toralien se aburría con facilidad, y a pesar de que las Hijas del Asesinato llevaban algunos años siendo protagonistas de historias y de cotilleos, el interés en sus hazañas rápidamente decayó. Se asumía como normal el éxito de los ejércitos de los naggarothi y cada nueva victoria era celebrada con un entusiasmo menor que la anterior. A Hellebron la mortificaba ser una más, tanto en el campo de batalla como en la secta de Khaine. Ella y Lirieth acudieron a los más extraordinarios maestros de la espada y a los capitanes más aguerridos con la intención de mejorar su destreza con la espada y sus habilidades de mando. Algunos demostraron ser unos maestros voluntariosos, predispuestos a transmitir sus conocimientos. Otros eran unos centenarios elfos vanidosos. A estos últimos las hermanas los engatusaron con los favores de la carne; los sedujeron con su belleza y los manipularon para extraer de ellos todos sus conocimientos para después repudiarlos.

La noticia de estas malas artes llegó a oídos de Lethruis, y el sumo sacerdote impuso a las hermanas el duro castigo de vetar su asistencia a las ceremonias de Khaine. Hellebron ansiaba más que nada derrocar a Lethruis y tomar el poder, pero el viejo sacerdote era demasiado astuto como para dejarse manipular y demasiado poco imaginativo para compartir la idea de Hellebron de expandir la secta de Khaine.

Privadas de un escenario en el que exhibirse, la popularidad de Hellebron y de Lirieth dentro del ejército disminuyó. Sin embargo, desafiando la autoridad de Lethruis, las hermanas comenzaron a celebrar sus propias ceremonias secretas dedicadas a Khaine y llevaron a cabo sus sangrientos rituales ante un público selecto compuesto por los capitanes y los guerreros más influyentes. En comparación con los sacrificios dogmáticos y anticuados de Lethruis, los que realizaban las hermanas rezumaban energía y eran frescos. Hellebron permitía que los asistentes hundieran la daga sacrificial en los cuerpos de los orcos, goblins u hombres bestia capturados para compartir con ellos la gloria de Khaine, mientras que el sumo sacerdote seguía empecinado en mantenerse como el inamovible mediador entre los elfos y su dios sediento de sangre.

Hellebron estaba furiosa con la inoperancia de Lethruis. Realizaba los sacrificios sin el menor rastro de emoción, contando las mismas historias y murmuraba las mismas plegarias a Khaine que había utilizado durante siglos, y los rituales se volvían cada vez más hastiados y reiterativos. Por su culpa la adoración a Khaine estaba decayendo. Hellebron había soportado veinte años de penurias para intentar convertirse en un mito, pero el cansado sacerdote no solo estaba destruyendo sólo sus ambiciones; también estaba destruyendo el legado de Aenarion con sus anodinas ceremonias y su insípida dedicación.

Hellebron tenía claro de que había llegado la hora de deshacerse de su antiguo mentor, ya que no le era de ninguna utilidad, pero hacía falta algo más para ganarse la misma clase de veneración que tenía Morathi. Consultó con su hermana quien le dijo que debían ofrecer al pueblo algo realmente novedoso e impactante, digno ser ser recordado por generaciones venideras. Hellebron llegó a al conclusión de que Morathi se había ganado al devoción de los elfos no solo al respeto que le tenían por haber sido la esposa de Aernarion, si no también al miedo que inspiraba. Con esto en mente Hellebron y Lirieth idearon un plan que les permitiría hacerse con el control del culto de Khaine en Athel Toralien al tiempo que ofrecerían a su dios un sacrifico nunca antes visto.

Las fuerzas de Athel Toralien se dirigieron hacerle frente a una horda de Pieles Verdes. Cuando la batalla estaba a punto de comenzar, las hermanas consumieron una serie de drogas y salieron de la primera fila de la compañía, enfilando con determinación hacia los pieles verdes que se precipitaban hacia los elfos. Las Hijas del Asesinato se deshicieron de sus escudos y lanzas y un murmullo de estupefacción brotó del ejército naggarothi. Las hermanas se arrancaron las cotas de malla y los yelmos, se desabrocharon los cinturones que les rodeaban los cuerpos semidesnudos al mismo tiempo que desenfundaban las espadas y las dagas. Se volvieron hacia sus camaradas gritando proclamas a Khaine, jurando que no llevarían ni escudos ni armaduras pues Khaine era libre de tomar su sangre al igual que la del enemigo.

La figura de Lethruis salió de las líneas de los elfos, furioso ante aquel espectáculo y ordenándolas que pararan. Sin dejarse intimidar, las hermanas lo apresaron y lo obligaron a ponerse de rodillas, con sus cuchillos acariciándole el cuello. El resto de los acólitos salieron en ayuda del sacerdote, pero quedaron intimidados por las hermanas. El comandante del ejército élfico, el príncipe Malriad, se acercó a ellas, ordenando que soltaran al sacerdote y pararan aquella locura.

Vertiendo todo su desprecio en cada palabra que pronunciaba, Hellebron replicó que Lethruis no era un verdadero seguidor de Khaine. En todas las batallas los guerreros de Athel Toralien arriesgaban sus vidas en el filo del cuchillo de Khaine mientras Lethruis y sus compinches miran desde la distancia. Entonces las hermanas le dieron opción al sacerdote, empuñar el acero y luchar por la gloria de Khaine y de Nagarythe o ser sacrificado en ese mismo momento. Con la voz quebrada, Lethruis respondió que no sabia luchar.

Las palabras acobardadas del sacerdote enfurecieron a Malriad, quien reconoció que las Hijas del Asesinato tenían razón en sus acusaciones. Hellebron miró con sorpresa al príncipe. A pesar de que las drogas le nublaban la mente, no se le escapaba que tenía ante sí una oportunidad mejor de la que había esperado propiciar. En su idea inicial esperaba que Lethruis muriera luchando contra los orcos, pues carecía de destreza con las armas, o que ella lo mataría con sus propias manos. Ahora se le presentaba una solución mejor.

Hellebron incitó al príncipe a que fuera él mismo quien sacrificara a Lethruis allí mismo para gloria de Khaine. Malriad desenfundó su espada y degolló al acobardado sacerdote. Hellebron y Lirieth se abalanzaron sobre el cuerpo y dejaron que el chorro carmesí que surgía del cuello embadurnara sus cuerpos, para luego bendecir al príncipe Maldriad por su acto. Hellebron arrancó hábilmente el corazón del cadáver y lo alzó para que todo el mundo lo viera, antes de lanzarse contra el enemigo.

Pese apenas contar con protecciones, las hermanas se movían con gracilidad entre el mar de repugnantes cuerpos, protegiéndose la una a la otra mientras esquivaban los torpe y brutales golpes de los Orcos, al tiempo que con sus armas tajaban caras, degollaban cuellos, apuñalaban torsos, rajaban extremidades,… componiendo un fascinante cuadro con trazos sangrientos. Inspirados por sus proezas marciales y devoción a Khaine, los restante elfos se enfrentaron a los pieles verdes con entusiasmo, derrotandolos a todos. Desmoralizados, los Orcos y Goblins comenzaron a huir, y Hellebron ordenó que capturasen vivos a todos los que pudieran para sacrificarlso en honor a Khaine.

Las celebraciones de los naggarothi, dirigidas por Hellebron y Lirieth, fueron desenfrenadas y se prolongaron durante varios días. Hellebron fue fiel a su idea de que todos podían adorar por igual a Khaine y organizó rituales que permitían a los guerreros y al resto de los elfos que acompañaban al ejército participar en los sangrientos festejos. Se había capturado con vida a cerca de dos centenares de pieles verdes de diversos tamaños y condiciones, y cada una de las tres noches que duró la fiesta se sacrificó una parte en honor del Señor del Asesinato. Hellebron anunció el nacimiento de una nueva era para los naggarothi.

La secta crece[]

Hellebron y Lirieth escribieron una carta a su padre para insistirle en que organizara unas celebraciones acordes a su vuelta triunfal. A pesar de que no entraron en detalles de lo que había sucedido, informaron con orgullo a su progenitor de que todo el ejército elogiaba sus nombres y le instaron a que él demostrara su orgullo proporcionando a los guerreros los honores y las celebraciones más grandes que fuera capaz de preparar. Hellebron añadió un mensaje privado para su padre en el que lo colmaba de alabanzas y de agradecimientos por su apoyo. Le aseguraba que las cosas cambiarían en Athel Toralien cuando ella regresara y que pronto no habría elfo que pusiera en duda la figura de Alandrian como soberano de la ciudad. Por fin saldría de la sombra de Malekith y se mostraría como el extraordinario príncipe que era por derecho.

Los mensajeros regresaron de Athel Toralien con un mensaje de Alandrian, donde le prometía que se dispensaría un recibimiento de gala a sus hijas y que no se escatimarían gastos en la celebración del éxito del ejército. A pesar de las afirmaciones que había hecho su padre en su carta, cuando el ejercito de Athel Toralien regresó a ala ciudad, sus habitantes los recibieron con escaso entusiasmo. Hellebron se sintió furiosa por esta falta de animo. Su padre Alandrian, quien recibió orgulloso a sus hijas, se disculpó por ello, asegurando que las circunstancias habían jugado en su contra, pero le aseguró que ellas serían las anfitrionas en la fiesta había decidido organizar aquella noche. Hellebron consideró aquello una triste compensación por el recibimiento que realmente merecían, pero aceptó asistir al evento.

Los festejos se celebraron en los jardines y patios que rodeaban la villa y las torres del príncipe Alandrian. Asistieron varias decenas de los ciudadanos más influyentes de Athel Toralien, entre ellos, los Sumos Sacerdotes de los restantes cultos a los Cytharai. Las conversaciones se interrumpieron cuando las dos hermanas hicieron acto de presencia.

Iban vestidas de manera idéntica, con largos vestidos carmesíes de seda sin mangas y que dejaban a la vista sus piernas y su pecho, rayando lo indecoroso. Lucían unos peinados estrafalarios, con el cabello teñido a conjunto con el vestido y recogido en extravagantes trenzas que se mantenían en su sitio mediante unos alfileres con la cabeza con forma de cráneo. Se habían pintado los labios de rojo oscuro y se habían puesto sombra negra en los ojos, además de blanquearse la tez para dar al conjunto la apariencia de máscara. Cada una de ellas llevaba un colgante de plata que representaba una runa de Khaine y pesados brazaletes con inscripciones dedicadas al Señor del Asesinato. Como si eso no fuera suficiente para provocar los comentarios, también iban armadas con sendas dagas curvas que llevaban metidas bajo el cinturón de manera nada ortodoxas.

Siguiendo el plan cuidadosamente trazado, una sirvienta se acercó a ellas con una bandeja en la que había dos copas de cristal llenas de lo que parecía vino tinto. Las hermanas bebieron a la vez y sus labios adquirieron un color más vivo. Todos pusieron cara de horror y de asco cuando comprendieron que las copas contenían en realidad sangre. Hellebron advirtió con especial regocijo la consternación que reflejaban los rostros de los sumos sacerdotes y sacerdotisas de la ciudad.

Cuando les preguntaron por Lethruis, las hermanas respondieron sin pudor que lo habían matado por fallar a Khaine. También exigieron igualdad y libertad para practicar sus rituales con la misma comprensión que ellos, y que también debían presentar sus respeto a Khaine. Los líderes de los cultos se sentía indignados por las palabras y demandas de las hijas de Alandrian, siendo Khelthion, sumo sacerdote de Ereth Khial, la voz más critica. Hellebron no se dejó avasallar por sus palabras, colocandose al lado del sumo sacerdote con la velocidad del rayo y le puso la daga en el cuello, recordándole que Khaine es un dios fácil de enfadar.

Khelthion tenia la absoluta confianza de que no se atrevería a matarlo, pues una cosa era matar a Lethruis rodeada por un ejército de guerreros, y otra muy distinta es asesinar a sangre fría a un sacerdote a la vista de todos. Hellebron dijo que aquello era aún mejor, y le degolló para horror de todos los presentes. Alandrian dio un paso hacia sus hijas, pero una rápida mirada de Hellebron lo detuvo. Se volvió hacia los demás elfos y vio lo mismo que ella: absoluto terror y un miedo atroz. Cuando varias voces exigieron que hiciera algo, el príncipe se excusó con que era un asunto religioso, y por lo tanto no tenía nada que ver con él.

Las hermanas no permitieron que se llevaran el cuerpo de Khelthion, pues había sido reclamado por el Señor del Asesinato, e invitaron a todos los presentes a asistir a una ceremonia en honor al dios. A medianoche, Hellebron y Lirieth despedazaron y cremaron el cadáver de Khelthion de manera ritual en honor a Khaine. Al evento asistieron miles de habitantes de la ciudad. Incluso Hellebron quedó sorprendida del número de elfos que asistieron.

Hellebron celebró un ritual breve en el que habló de la sangre del nacimiento y del renacimiento del poder de Khaine. Habló de una época en la que los elfos tendrían que volver a tomar las armas, pues la amenaza del Caos todavía estaba presente. Las hermanas mantuvieron a la multitud embelesada con sus gestos teatrales y su extraordinaria oratoria. De principio a fin estuvo presente la promesa de que Khaine proporcionaría a los elfos la fuerza para protegerse; y la amenaza de que Khaine también encontraría a quienes no le rindieran el debido culto.

Cuando la ceremonia acabó y los últimos asistentes regresaron a sus casas, Hellebron, Lirieth y su padre se quedaron a solas. Alandrian les dijo que haría todo lo que estuviera en sus manos para ayudarlas, pero también les advirtió que estaban entrando en terreno peligroso, pues ya se estaban granjeando numerosos enemigos que las verían como una amenaza. Hellebron no se mostró preocupada, considerando a las demás sectas débiles y a sus líderes carentes de carisma, asegurando que la gente de Athel Toralien pronto empezaría a unirse al camino de Khaine.

Las predicciones de Hellebron se cumplieron en los días siguientes. En solitario o en grupos reducidos, un número creciente elfos de la ciudad visitaban a las hermanas y dejaban piedras preciosas, oro y plata como obsequio y hacían promesa de apoyo a Khaine y a su floreciente culto. Algunos abordaban a Hellebron y a Lirieth con sus quejas y acusaban a rivales en los negocios, en la sociedad o en el amor de ser enemigos de Khaine y traidores a Nagarythe; otros buscaban protección contra la ira de Khaine. Y no fueron pocos los que deseaban profundizar en el culto del Señor del Asesinato y luchar en su nombre.

Lirieth y Hellebron recibían con los brazos abiertos a esos nuevos acólitos. Con el dinero y la influencia de su padre adquirieron una villa con vistas a la plaza donde se realizaban los sacrificios. Contrataron artesanos para que convirtieran la vivienda en un templo. Frente a la puerta principal se levantó una estatua de granito negro de Khaine, y en las paredes se instalaron braseros de hierro en los que ardían llamas mágicas. Las Novias de Khaine reunieron a sus seguidores más prometedores para instruirlos en las artes de la guerra e introducirlos en las diversas sustancias narcóticas que les permitirían luchar sin miedo y sin agotarse.

La secta de Hellebron pronto sumó varios miles de seguidores y superaba incluso a la de Ereth Khial. Consolidado su poder, Hellebron ensanchó sus miras. No bastaba con ser la mayor secta de Athel Toralien; para dominar por completo a los khainitas tendría que extender su poder más allá de los límites de la ciudad. Las Novias de Khaine enviaron a sus seguidores más capacitados y fieles a varias ciudades de las colonias con una misión muy sencilla: reclutar elfos de otros reinos para la causa de Khaine. Se trataba de una tarea arriesgada, ya que, si bien los naggarothi no tenían reparos en aceptar al Príncipe de la Sangre, su culto no era bienvenido en otros reinos. Esos agentes trabajarían en secreto y extenderían de manera sutil su influencia para atraer a aquellos elfos que estuvieran predispuestos.

A pesar de su creciente poder, como les había avisado su padre, no tardaron en surgir numerosas voces críticas contra ellas. Una de las más importantes era su propia madre Mirieth, quien era considerada la líder opositora de facto de todas las sectas. Había estado distanciada de la familia durante muchos años, y la decisión de las hermanas de abandonar Athel Toralien había roto definitivamente la relación entre ellas y su madre. No habían hablado en más de veinte años, ni entre ellas ni sobre ella. Mirieth ahora elevaba la voz para hablar en contra de la secta de Khaine y enviaba cartas a todos los nobles de Athel Toralien. Incluso corría el rumor de que Mirieth enviaba mensajes a las demás ciudades de Elthin Arvan para pedir la ayuda de los príncipes de otros reinos. Mirieth llevaba muchos años muerta en el corazón de Hellebron, así que no le preocupó.

Lógicamente sus mayores opositores fueron los seguidores de los demás cultos a los Cytharai, que cada vez estaban más desesperados por atajar la popularidad de los khainitas. Esto terminaría desencadenando en una ola de asesinatos, peleas callejeras y sangrientos sacrificios entre el nuevo credo de Khaine y los restantes dogmas de la ciudad. Hellebron y Lirieth llegaron incluso a asaltar los templos de sus rivales para sacrificar a sus sacerdotes y adeptos.

La violencia se fue recrudeciendo hasta tal punto que el príncipe Alandrian se vio obligado tomar cartas en el asunto para acabar con esa ola de violencia, ordenando inmediatamente el cese de las hostilidades entre las sectas bajo pena de ejecución sin derecho a juicio ni a apelación a aquellos que desobedecieran. Ordenó cerrar todos los templos, prohibió los distintos cultos, y también autorizó la detención de sus propias hijas, que fueron enviadas como prisioneras a fortalezas separadas.

El primer año había sido el más duro. Hellebron lo había pasado chillando y despotricando; había roto los muebles una docena de veces, hecho añicos los espejos y quemado las caras alfombras, pero su padre no había dado marcha atrás en su decisión. El segundo año lo había pasado enfrascada en sus pensamientos, imaginando un centenar de maneras de fugarse, descartando cada opción por irrealizable o por que no ganaría anda con ello. El tercer año lo pasó escribiendo cartas a su hermana, quien también le enviaba misivas. Aunque cada mensaje era leido antes de entregarlas a su destinataria, las dos hermanas pensaban de una manera tan parecida que eran capaces de descifrar hasta el significado más sutil de la correspondencia aparentemente anodina, comunicando sus planes y anhelo.

El príncipe Alandrian las visitaba con frecuencia. Al principio, Hellebron se había negado a verlo, e incluso había llegado a arrojarle cosas desde la ventana. Cuando su padre dejó de visitarla, Hellebron le escribió para pedirle perdón por su comportamiento, con la esperanza tal vez de hacerle entrar en razón. Su padre le planteó entonces una sencilla disyuntiva: renunciar a su dedicación a Khaine o permanecer encarcelada. Hellebron no podía hacer eso, pues sería admitir la derrota y dejar de lado todas las ambiciones por las que habia luchado, así que le dijo a su padre que no renunciaba a su amor por Khaine. Él lo aceptó, tal vez incluso con una pizca de orgullo, y le dijo que la oferta siempre seguiría en pie.

Después de un año de prohibición, Alandrian había claudicado ante las insistentes exigencias de las sectas y se reabrieron los templos, incluso el de Khaine. Sin la guía de Hellebron y Lirieth, los khainitas perdieron mucha fuerza y prácticamente dejaron de ser una secta para volver a su estatus de divertimento militar. De vez en cuando se traía a la ciudad a algún hombre bestia o piel verde, o incluso a algún que otro saqueador humano del norte, para apaciguar al Dios de la Mano Sangrienta, pero poco más.

Cuando parecía que todo por lo que Hellebron había luchado estaba destinado a desparecer, fue convocada por su padre con importante noticias procedentes de Ulthuan.

El ascenso de los Khainitas[]

El príncipe Malekith había regresado a Ulthuan de sus campañas en el norte y su madre Morathi intentó retener el trono de Anlec, siendo apoyada por las sectas que ella misma había fomentado por toda la isla. Esto desencadenó una guerra civil en Nagarythe, que terminó cuando Malekith derrotó a Morathi y la llevó como prisionera para ser juzgada por traición en la corte del Rey Fénix Bel Shanaar, siendo condenada a permanecer permanentemente prisionera en el palacio de Torn Anroc y bajo constante vigilancia. Aún así todavía quedaban sectas que seguían siendo leales a la viuda de Aenarion.

Debido a esta situación, Alandrian hizo traer a Hellebron ante su presencia y le informó de lo acontecido. Ella no pudo evitar reír abiertamente cuando le mencionó sobre el arresto y juicio de Morathi. Tras recobrar la compostura, Hellebron le advirtió que sin duda alguna aquella crisis terminaría por afectar tambien a Athel Toralien, pues la mayoría de sectas estaban aliadas con Morathi, siendo manejados desde Anlec desde hacía años. Sus enemigos verían ese conflicto como una oportunidad para derrocarlo. Alandrian estuvo de acuerdo con su hija, pues él mismo había llegado exactamente a esa conclusión. Por ello le propuso volver a restablecerlas a ella y a su hermana Lirieth como máximas dirigentes del culto de Khaine, y las ayudaría a imponerse sobre el resto de cultos de Athel Toralien, con lo que controlarían la ciudad. Hellebron aceptó sin dudar.

Hellebron tuvo que esperar pacientemente encerrada durante dos años más mientras su padre lo preparaba todo para su regreso, maniobrando sutilmente para debilitar el poder de las sectas y ganarse poderosos aliados entre los príncipes y comerciantes de la ciudad. Llevó a cabo los preparativos en absoluto secreto, y aunque los cultos sospechaban que se cocía algo, no tenían la más ligera idea de sus verdaderos planes. Finalmente Hellebron y Lirieth fueron liberadas de sus encierros, reuniéndose con Alandrian poco depsues, y fue entonces cuando pusieron en marcha su plan maestro que habían estado preparando durante años.

Aquella misma noche, Hellebron y Lirieth lideraron a cientos de adoradores khainitas y atacaron a sus rivales, contando ademas con el apoyo de los soldados de su padre. Los seguidores de los otros cultos trataron de resistirse, pero no pudieron hacer nada. El distrito de los templos terminó ardiendo y los gritos de los elfos atrapados en los edificios sagrados resonaban junto con las crepitaciones del fuego. Cientos de adeptos murieron en los enfrentamientos y cientos más fueron capturados con vida para ser sacrificados posteriormente a Khaine. Con este audaz movimiento, eliminaron a cualquier rival que pudiera oponérseles. A Hellebron sólo le quedaba un obstáculo que superar, la oposición de su propia madre Mirieth.

La influencia de Mirieth había crecido considerablemente durante la ausencia de sus hijas. Hacía años que era una firme enemiga de las sectas y había aprovechado la prohibición de su marido para sumar apoyos a su movimiento. Muchos elfos estaban hartos de las sectas y de sus líderes, y miles de ciudadanos habían salido de sus casas para unirse a las protestas. Mirieth encabezó una manifestación que se dirige a la villa de su esposo para exigirle que se pusiera fin a la purga.Hellebron y Lirieth se dirigieron de inmediato a su encuentro, seguidas por decenas de adepto Khainitas.

Hellebron fue incapaz de descifrar en un primer momento la expresión que vio en la cara de su madre. Pero entonces lo vio claro: era de compasión. Una compasión nacida del amor, sin duda, pero un insulto punzante al orgullo de Hellebron, pues consideraba que la compasión era para los débiles. Las dos hermanas se acercaron poco a poco a su madre, recelosas de que fuera una trampa. El ánimo de los manifestantes cambió y su hosquedad se transformó en ira cuando vieron acercarse a las inductoras de la purga. Hellebron y Lirieth los miraron con actitud desafiante y les devolvieron la ira que recibían. Mirieth le sostuvo esa mirada preñada de odio sin dar la menor muestra de miedo.

Mirieth habló con sus hijas, tratando de convencerlas de que abandonaran la senda de Khaine y suplicando que terminaran con aquellas matanzas. Les pidió con amor que no permitieran que Khaine robase sus espíritu, recordándoles que ni siquiera Aenarion , ni cuando Khaine lo tenía más sometido, levantó la espada contra otro elfo. Les pidio que hicieran de Athel Toralien un faro para la paz y la esperanza, y que su legado fuera de armonía, de comprensión, de amor.

Hellebron se acercó a su madre y le puso una mano en el hombro. Miró a sus seguidores, que aguardaban como bestias a punto de abalanzarse sobre sus presas. Luego miró a los manifestantes de Mirieth, muchos de ellos con lágrimas en los ojos, otros, con el miedo escrito en la cara. Y luego dirigió su mirada al palacio de su padre. Alandrian observaba con los brazos cruzados y una expresión indescifrable en la cara, junto a él estaban varios sacerdotes y cabecillas khainitas, varios de los cuales no estaban contentos con el regreso de las Hijas del Asesinato.

Hellebron se arrodilló frente a su madre, le levantó la cara y le dio un beso en cada mejilla. Se inclinó hacia ella y le susurró al oído que ya era demasiado tarde para la paz. Se puso en pie bruscamente y levantó con ella a su madre. Su daga destelló y en el cuello de Mirieth brotó la sangre. Dejó caer al suelo el cuerpo de su madre y, enarbolando el cuchillo ensangrentado, enfiló con paso resuelto hacia la masa de manifestantes, con Lirieth pisándole los talones. Les dio al opción de aceptar a Khaine y dar sus vidas por él, o repudiadlo y entregad sus muerte. Luego apuntó con la daga a los líderes khainitas y a su padre, proclamando que acababa de matar a su madre de una manera rápida y con amor, y cualquiera que la desafiara no tendría tanta suerte.

Tras esto, los seguidores de las Hijas del Asesinato se abalanzaron sobre los manifestantes como una jauría hambrienta, desencadenando una carnicería. Hellebron y Lirieth levantaron sus dagas y, conscientes de que la ciudad les pertenecía, gritaron al unísono alabanzas a Khaine.

Guerra de la Secesión[]

Varios años más tarde, con la colaboración de su madre, Malekith trató de apoderarse del trono de Ulthuan. Siempre había ambicionado ser Rey Fénix, por lo que hizo asesinar a Bel Shanaar, y posteriormente él y varios de sus guerreros mataron a varios príncipes en el Templo de Asuryan cuando se negaron a reconocerlo como tal. Su plan fracaso cuando se introdujo en la Llama de Asuryan para ser bendecido por el dios, recibiendo a cambio su castigo y terminando completamente quemado.

Sus seguidores recogieron su cuerpo destrozados y huyeron de regreso a Anlec tras liberar a Morathi, quien tras descubrir que su hijo aún estaba vivo cuidó de él para que se recuperarse y regresara mas fuerte que nunca, al tiempo que lanzaba los ejércitos de Nagarythe para tratar de conquistar el resto de Ulthuan.

Por su parte, los príncipes supervivientes eligieron a Imrik de Caledor como nuevo Rey Fénix. Adoptando el nombre de Caledor I, el nuevo soberano juró que no permitirian que las fuerzas de los ahora conocidos como los Druchii, los Elfos Oscuros, prevalecieran. De esta manera se desató la guerra civil de los elfos que sería conocida como la Guerra de la Secesión.

Aquel conflicto armado también terminó afectando a las colonias de Elthin Arvan. Desde el primer momento, Alandrian se alineó con la causa de Morathi y el reino de Nagarythe, enviando cuando podía contingentes de soldados para apoyar a su señor. Su alienación con los sublevados naggarothii llevó a que las fuerzas de Athel Toralien tuvieran que enfrentarse a los ejércitos de otras colonias que juraron lealtad al trono del Rey Fénix.

Durante los largos años de asedio que había soportado Athel Toralien en las colonias, Hellebron había inculcado el culto a Khaine y sus rituales en la población, y cuando las fuerzas desplegadas contra ellos se multiplicaron, el pueblo de Athel Toralien se entregó al Dios de la Mano Ensangrentada. Hellebron y su hermana formaron una guardia personal conocida como las Esposas de Khaine, guerreras totalmente consagradas al Señor del Asesinato y mortiferas en sus artes, que se convirtieron en la pesadilla de las tropas sitiadoras, participando en las batallas más atroces.

El resto de los elfos de las colonias había caído frente a los muros de la ciudad una y otra vez, y sus cuerpos se habían recogido para ofrecérselos al Señor de la Muerte en agradecimiento por la protección que dispensaba a Athel Toralien. Las tropas asaltantes que alcanzaban las murallas habían sido hechas prisioneras, y sus chillidos interminables habían mantenido a los ejércitos sitiadores en vela durante noches, mientras los habitantes de la ciudad celebraban festejos para honrar a su deidad sedienta de sangre.

Pese a todo, tras años de constantes ataques de los ejércitos enemigos, Alandrian les comunicó a sus hijas que iban a entregar la ciudad al enemigo. En un principio, Hellebron se había sentido consternada y sólo se sintió aliviada cuando se enteró de que Athel Toralien sería arrasada y de que todos sus habitantes serían evacuados a Ulthuan. La población de Athel Toralien había demostrado ser más fuertes que sus hermanos de Nagarythe, y regresaron a su ancestral patria para ayudar a los príncipes y a los capitanes que en el pasado los habían mirado por encima del hombro.

Al poco de llegar a Ulthuan, Alandrian fue convocado por Morathi para solicitar su ayuda: debía dar caza a Alith Anar, quien adoptó el título de el Rey Sombrío. Lideraba a un grupo de Naggarothii que se negaron aceptar su autoridad, bajo el nombre los Guerreros Sombríos, llevaban a cabo emboscadas, sabotajes, asesinatos y toda clase de problemas a sus ejércitos, lo que favorecía a las fuerzas del Rey Fénix Caledor I. Para ayudarlo en su misión ordenó a una de sus discípulas, una hechicera llamada Ashniel, que lo acompañara. Alandrian prometió a la reina que daría caza al líder rebelde con ka ayuda de sus hijas. En esta ocasión Morathi mostró un gesto de admiración en el rostro al ver en lo que se había convertido Hellebron.

Con las deducciones de Alandrian y los poderes de clarividencia de Ashniel, adivinaron acertadamente que el Rey Sombrío y sus guerreros asaltarían una oficina de impuestos en Athel Yranuir, y fueron allí a darle caza. Cuando los Guerreros Sombrios se disponían a huir del lugar con su botín, se toparon con las fuerzas de Alandrian en el exterior. Acompañado de sus hijas y de Ashniel, el príncipe se adelantó demandando el príncipe que el Rey Sombrío se entregara. Hellebron y Lirieth llevaban consigo con un niño y una niña, con su dagas apoyadas en sus cuellos. Alandrian amenazó con matarlos el Rey Sombrío no se rendía. Alith se dispuso a salir pero sus hombres se lo impidieron. Al no recibir respuesta, los niños fueron ejecutados, y Alandrian amenazó con continuar si sus demandas no eran cumplidas.

Decenas de Guerreros Sombrios salieron a tropel de la oficinas de recaudación para atacarles. Hellebron y Lirieth se abalanzaron sobre ellos. Pese a su inferioridad numérica, las dos hermanas hicieron pedazos a los Guerreros Sombríos, repelieron las flechas en pleno vuelo con su hojas con insultante facilidad y esquivando los ataques de los Sombríos con gracilidad mientras los degollaban, les cortaban tendones y les cercenaban extremidades en un abrir y cerrar de ojos. En poco tiempo estaban rodeadas de muertos y moribundos. Lirieth grito una alabanza a Khaine por las vidas que le habían ofrecido. En ese momento de la oficina salió el Rey Sombrío, y con su plateado arco mágico, disparó una flecha que mató a Lirieth.

Hellebron soltó un grito, un alarido de rabia pura, y salió como un rayo hacia el elfo que había matado a su hermana. Otra flecha zumbó cortando el aire, pero Hellebron la repelió con su hoja, y aún esquivó un tercer proyectil dando un salto y haciendo una pirueta en el aire; la longitud que cubrió con el brinco la dejó a una distancia suficiente para atacar a su enemigo, y arremetió contra él con el acero de la mano izquierda. Sin embargo, la hoja no llegó a contactar con su adversario por un pelo. La mano derecha tuvo más fortuna y hundió la delgada espada por debajo de las costillas de su presa y sobresalió acompañada por una fuente de sangre por el hombro derecho del elfo. La sangre brotó a borbotones por la boca de su contrincante mientras Hellebron extraía la hoja y daba un giro para cortarle la cabeza.

La sectaria sacudió las gotas carmesíes de sus aceros, los enfundó y arrancó el magnífico arco de los dedos muertos del elfo, y se lo entregó a su padre, que aplaudió en señal de agradecimiento. Aún así considero que mejor era entregarle aquella magnifica arma a Morathi, pero le permitió quedarse con los Guerreros Sombríos que aún estaban vivos para que hiciera con ellos lo que quisiera. Entonces vieron dos figuras oscuras huyendo por los tejados. Ashniel se dispuso a destruirlos con su hechicería, pero el príncipe la detuvo, permitiendo que escaparan para que difundiera la muerte del Rey Sombrío.

Por haber acabado con la vida de Alith, Hellebron recibo como recompensa en reino de Cothique para que sucumbiera a los aceros de los khainitas. Era una retribución por la muerte de su hermana a manos del príncipe Anar. Más aún, suponía un reconocimiento de su dedicación al culto de Khaine, y había llegado acompañado por una ristra de alabanzas salidas de los labios de Morathi. Hellebron se había recreado en cada cumplido; se había regodeado de las lisonjas de los oficiales y de los príncipes reunidos mientras Morathi enumeraba sus logros y los ponía como ejemplo para todos los demás.

Liderados por Hellebron, los invasores Druchii esclavizaron a la población y la obligada a trabajar en los campos y en las minas al son de los latigazos para proveer Nagarythe de alimentos y de minerales. Los focos de resistencia eran exterminados, y todo aquel que simplemente mirara mal a los capataces druchii era arrastrado hasta uno de los numerosos templos de Khaine que habían proliferado a lo largo y a lo ancho del reino. Sin esperanzas de ser rescatados, muchos se unieron a los druchii y abrazaron sus crueles prácticas.

Hellebron y sus acólitos se dedicaban a matar, dar caza y a sacrificar a los desamparados habitantes del reino. Su guardia de Esposas de Khaine todavía no habían sido puesta a prueba contra los ejércitos de Caledor, viéndose obligadas a alimentar a Khaine con pueblerinos, cosa que las enervaba. Hellebron compartía sus sentimientos, pero esperaba que con tanta matanza el Rey Fénix se viera obligado a enviar a sus soldados para detenerlas. Caledor, sin embargo, no disponía de fuerzas suficientes para ayudar al pueblo de Cothique, por lo que, muy a su pesar, tuvo que dejar desamparos durante años a sus habitantes ante las crueldades de los Khainitas mientras entrenaba nuevas tropas y reforzaba sus ejércitos.

Finalmente, el Rey Fénix pudo formar un ejercito lo suficientemente poderoso para liberar Cothique, pero cuando sus tropas atravesaron la frontera, se encontraron con una imagen desoladora: Pueblos arrasados hasta los cimientos, campos y caminos sembrados de cadáveres, templos engalanados con huesos y entrañas, grandes hogueras extintas llenas de restos carbonizados, etc. Sin embargo no se toparon con ningún obstáculo. Según pasaron los días, se hizo evidente que no hacía demasiado tiempo que los druchii habían abandonado el reino, habiendo sido llamados de vuelta a Nagarythe. Cuando recibieron las órdenes, Hellebron y sus seguidores resolvieron asesinar y matar cuanto a todos los Elfos que pudieran antes de partir.

La razón de esta llamada era el regreso de Malekith al campo de batalla. Tras años convaleciente tras acabar con el cuerpo destrozado en el templo de Asuryan, Malekith pudo volver a ponerse al frente de su huestes gracias a una armadura mágica construida específicamente para él, siendo conocido a partir de entonces como el Rey Brujo. En cuanto Hellebron le vio, le proclamo hijo de Khaine, y los khainitas prorrumpieron en una oleada de ululatos de alabanza al rey Brujo.

La Guerra de la Secesión se prolongó durante varias décadas, ya que ninguno de los dos bandos lograba imponerse a su enemigo. Acontecieron numerosas batallas a lo largo de este período, pero ninguno conseguía la victoria aplastante necesaria para asegurarse la victoria en aquella contienda. Al final, todo se resolvería en el abrupto brezal de Maledor, donde tanto el Rey Fénix como el Rey Brujo reunieron a todas su fuerzas. Quien se alzara con la victoria tornaría para siempre el curso de aquel largo conflicto en su favor.

Al frente de las tropas de Malekith marchaban Hellebron y sus khainitas, apoyadas por su padrey un contingente de caballeros procedentes de Athel Toralien. El contraste entre ambas fuerzas era extraordinario. Por un lado, las Esposas de Khaine, semidesnudas, aullando y chillando, con los ojos abiertos como platos y las miradas enloquecidas por efecto de las drogas, con el pelo de punta embadurnado de la sangre de los sacrificios; encima de la piel, pálida bajo el sol, exhibían un icono de Khaine hecho de huesos y recubierto de entrañas. Por otro lado, los caballeros, enfundados de los pies a la cabeza en piezas de armadura y en malla, con sus corceles negros protegidos por pesadas gualdrapas de launas doradas.

Durante la batalla, las Esposas de Khaine se enfrentaron a la guardia craciana de Leones Blanco del Rey Fénix. Las sectarias hundían sus hojas envenenadas mientras esquivaban los hachazos de sus enemigos, aunque no fueron pocas las que encontraron el fin aquel día. Con los sentidos agudizados hasta unos extremos prodigiosos gracias a las hojas narcóticas que había ingerido, Hellebron esquivaba todas las hojas dirigidas a ella, con sus aceros convertidos en unos destellos plateados en continuo movimiento que iban dejando una senda de cadáveres y cuerpos mutilados. Luchaba sin pensar, reaccionando al más leve movimiento, y sus espadas se movían como si poseyeran vida propia.

Su combate se vio interrumpido por la carga de la caballería ellyriana liderada por los príncipes Finudel y Athielle. Muchas de las Khainitas cayeron pero Hellebron se las arregló para esquivar las lanzas, haciendo piruetas y dando saltos con una destreza y un equilibrio inauditos para atacar las patas de los caballos y hundir sus hojas en los jinetes. Distraída por la matanza, Hellebrón no se percató cuando Finudel cargó contra ella, pero tuvo la suerte de que fuera interceptado por el propio Malekith, a lomos de su dragona Sulekh.

Tras esto, tuvo lugar el punto álgido de la batalla de Maledor, cuando el Rey Fénix de Ulthuan, a lomos de su dragón Maedrethnir, se enfrentó personalmente contra el Rey Brujo, derrotarlo y obligándolo a escapar para no ser destruido. Ver que su señor y general huía destrozó los ánimos de los guerreros y las distintas compañías naggarothi, entre ellas Helelbron y las esposas supervivientes, empezaron a retirarse del campo de batalla, otorgándole la vitoria a los ejércitos de Ulthuan.

Consumidos por la rabia de la derrota, Malekith y sus hechiceros llevaron a cabo un gran ritual para generar la necesaria Magia Oscura con la que desestabilizar el Gran Vórtice creado por Caledor Domadragones, convocando a un enorme ejercito de demonios con el que derrotar a sus enemigos y conquistar toda la isla, sin importarle en absoluto los riesgos. Aquel demencial plan fracasó, pero las energías desatadas provocaron una serie de desastres naturales por toda Ulthuan. Nagarythe fue arrasada por una ola de varios kilómetros de altura. Las ciudades fueron destruidas, y millares de elfos perecieron ahogados.

Malekith y varios de sus seguidores lograron sobrevivir a aquel desastre, empleando su magia para proteger y mantener a flote sus fortalezas, dirigiéndose a las frías tierras del oeste, donde formarían el reino de Naggaroth. Hellebron se encontraba entre los supervivientes, y continuaría predicando la fe de Khaine en su nueva tierra.

Consagración del Culto de Khaine[]

Cuando los Elfos Oscuro arribaron a Naggaroth, fundaron varias ciudades a partir de las fortalezas y ciudadelas que fueron desgarradas durante el desastre. Muchas de ellas contenían templos y santuarios dedicados a los oscuros dioses que fueron venerados por los druchii, y durante el largo éxodo hacia el oeste, se convirtieron en importantes centros de culto. Con la fundación de Naggaroth, estos templos se convirtieron rápidamente en refugio de los adoradores y sectarios de las diversas deidades, que echaron raíces y se extendieron rapidamente.

Como ocurriera anteriormente, pronto empezaron a surgir conflictos entre los diversos cultos, con turbas sedientes de sangre irrumpían en las calles, matando y mutilando en explosiones de violencia repentinas e inútiles. Pronto dos cultos en particular empezaron a sobresalir por encima de los demás. Uno era el de Khaine, liderado por Hellebron. El otro era el Culto al Placer, que veneraba al dios del Caos Slaanesh, y que fuera fomentado por la propia Morathi. Las batallas entre estos dos cultos fueron las más sanguinarias.

Malekith decidió no intervenir en la lucha, pues, de haber intercedido por uno de los cultos, solo habría conseguido ponerse a los seguidores del otro en su contra. Prohibió de manera estricta la guerra religiosa; la guerra civil ya había diezmado a los Elfos Oscuros. No obstante, sabía que, al hacerlo, fomentaba una batalla subterránea de oscuras intrigas y malvadas conspiraciones. Esto agradaba al retorcido sentido del placer de Malekith, así que dejó que las dos facciones lucharan por el control de las creencias de su pueblo.

Los templos de Khaine ya disponían de numerosos agentes circulando en secreto por las calles de las ciudades recién fundadas. Durante décadas habían perfeccionado el arte del subterfugio y sus asesinos habían perfeccionado sus horribles métodos mientras se deshacían en secreto de todos los rivales de Malekith en Ulthuan. Bajo el malévolo liderazgo de Hellebron, sus seguidores llevaron a cabo una guerra secreta contra Slaanesh. Aunque Hellebron utilizaba su mordaz lengua en la corte de Naggarond para minar el apoyo a Morathi, esta situaba a sus seguidores entre la nobleza con un gran sentido estratégico. El enfrentamiento era igualado, pero se decantaba poco a poco del bando de Hellebron.

Cuando parecía que la Suma Sacerdotisa iba a triunfar, Morathi reveló el descubrimiento de un antiguo regalo de Khaine. Se trataba de los Calderos de Sangre, poderosos recipientes que tenía el poder de devolver la juventud a aquellos que se bañaran en él. Rápidamente se corrió la voz de que Morathi tenía el favor de Khaine. La lealtad de los Elfos Oscuros se debatía entre Morathi, una hechicera que adoraba abiertamente a Slaanesh, y Hellebron, su Suma Sacerdotisa. Como muchas de las Esposas de Khaine proclamaban ahora que Morathi era su Reina, se produjo un empate técnico. Hellebron sabía que, si no actuaba deprisa, perdería apoyo rápidamente.

El punto muerto se deshizo con un movimiento que solo la líder de un culto tan sanguinario como el de las Elfas Brujas podía concebir: a una orden de Hellebron, cientos de nobles y hechiceros que apoyaban a Morathi fueron sacados de sus camas y arrastrados hasta los altares de Khaine. Los gritos de los sacrificados resonaron en el gélido aire nocturno y se dice que incluso Morathi tuvo que escapar en su Pegaso Negro para evitar que la asesinaran. Aquella noche pasó a la historia como la Noche de la Muerte y, desde entonces, ocupa un lugar destacado en la historia de los Elfos Oscuros.

A la mañana siguiente, Hellebron y sus sacerdotisas fueron convocadas a palacio por Malekith. Cuando entró en el salón principal, se alzó un murmullo entre los nobles congregados. De alguna manera, Hellebron había construido su propio Caldero de Sangre. Hellebron iba a la cabeza de una procesión de las mujeres más impresionantemente bellas. Atrás quedaban las brujas arrugadas con la piel velluda del pasado: habían sido reemplazadas por saludables mujeres de complexión juvenil y suaves formas, cuya belleza rivalizaba incluso con la de la propia Morathi.

En un movimiento desesperado pero astuto, Morathi se declaró Reina del culto, anticipándose a las siniestras ambiciones de Hellebron. La furiosa Suma Sacerdotisa fue aplacada por Malekith, que le prometió el reconocimiento del culto permitiendo que las Elfas Brujas recorrieran las calles una vez al año, la noche del aniversario de la Noche de la Muerte, para llevarse libremente como prisionero a cualquiera con el que se encontraran.

Durante décadas, las elfas brujas más poderosas se siguieron bañando en sangre para darse cuenta demasiado tarde que Morathi las había atrapado con una adicción a la belleza eterna. A diferencia de la madre de Malekith, que conservaba los secretos más íntimos de los Calderos de Sangre, la revivificación de las reinas brujas era solo temporal. A medida que transcurrían los meses, volvían a envejecer y tenían que volver a bañarse para recuperar su belleza. La Anciana Hellebron, la Reina Bruja, la líder del culto, una vez se había negado a su baño ritual, pero envejeció tanto que sus leales seguidoras tuvieron que darle su propia sangre hasta que se arrepintió y volvió a bañarse en el caldero una vez más. Desde entonces, ha sido desafiante con Morathi, aunque en última instancia es Morathi la que controla el destino de las elfas brujas, no Hellebron.

Varios siglos mas tarde, Malekith regaló la ciudad de Har Ganeth a la Anciana Hellebron y a sus cultistas khainitas. A cambio, las enloquecidas elfas brujas lucharían por el Rey Brujo y sus nobles cuando las necesitaran. Desde entonces, Hellebron ha gobernado la ciudad de Har Ganeth, la cual se convirtió en un centro floreciente del culto al sacrificio y sus templos ensangrentados rivalizaban con los de Naggarond. En el centro de Har Ganeth, Hellebron erigió un gran templo al que se ascendía por una escalera de hierro que tenía mil y un escalones. En lo alto de todo, los altares rebosantes de la sangre de los sacrificios que se realizaban a una escala casi industrial.

La Tormenta del Caos[]

El trasfondo que puedes leer en esta sección o artículo se basa en la campaña mundial de La Tormenta del Caos, que ha sido sustituida por la de El Fin de los Tiempos.

Con motivo de la Tormenta del Caos, Morathi había liderado un gran ejercito formado por cultistas de Slaanesh con cientos de aliados Hung para atacar las ciudades templo y hacerse con tesoros y artefactos sagrados de los Ancestrales, auqnue no han tenido muchoéxito debido a la ferrea resitencia de los Hombres Lagarto.

Morathi ha oído rumores de que Hellebron está actuando contra el templo de Slaanesh que se encuentra en Naggarond y va a volver a la capital de Naggaroth para enfrentarse al reto de la reina bruja. Es probable que el encuentro sea sangriento, ya que los seguidores de ambas sectas desean acabar con sus rivales. Podría incluso estallar una guerra civil en potencia si la situación no vuelve a ponerse bajo control.

El Fin de los Tiempos[]

Fin trans
El trasfondo de esta sección o artículo se basa en la campaña de El Fin de los Tiempos, que ha sustituido la línea argumental de La Tormenta del Caos.

El Deber de un Traidor[]

Hellebron fin de los tiempos

Unos meses antes, Hellebron se había contentado con su parte; Naggaroth podría estar en ruinas, pero ella había luchado con mucho gusto contra la Horda Sangrienta con cada fibra de su ser. Cada día había sido una orgía de muertes, y Hellebron se había deleitado en ellas, sin preocuparse de las muertes entre sus propios seguidores. Sin embargo, decidió finalmente abandonar las ruinas de Har Ganeth a los norteños y zarpar a Ulthuan. Reclamando la Hacedora de Viudas, Hellebron esperaba no sólo frustrar los planes de Morathi y aumentar su propia influencia, sino también atraer a Tyrion a su lado.

Defensa del Claro de la Eternidad[]

Hellebron defensa del claro de la eternidad por Dave Gallagher

Se ha dicho durante mucho tiempo que el primer paso hacia la traición es mucho más difícil que los que siguen. En el caso de Hellebron, sin embargo, es difícil decir con certeza cuándo se había tomado ese primer paso. ¿Fue cuando se negó a abandonar Naggaroth a la orden de Malekith? ¿O fue cuando se negó a tomar partido en la guerra de Ulthuan, involucrándose al final sólo por sus propias razones egoístas? Ciertamente, cuando Be'lakor habló de su plan para destruir el Roble Eterno, Hellebron no sintió ninguna punzada de conciencia o arrepentimiento, a pesar de que, a diferencia de Drycha y Coeddil, ella sabía exactamente lo que sucedería si tenían éxito.

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