
Si bien las Cruzadas contra Arabia supusieron la formación de muchas órdenes de caballería y facciones militantes de los cultos contemporáneos, es importante señalar que aquellas guerras tuvieron más motivaciones políticas que religiosas. Las batallas libradas no se debieron a discrepancias religiosas, sino que fueron una respuesta a un ataque sin provocación.
Aquel inesperado acto de violencia permitió a las diversas provincias (y lo más importante, a los cultos que las separaban) dejar a un lado sus diferencias y unirse en una causa común. Los cultos del Viejo Mundo aún siguen este ejemplo a la hora de reunir sus ejércitos y lanzar ofensivas contra los enemigos de sus creencias, aprovechando el prestigio y el honor obtenidos en el pasado para alcanzar logros menores en el presente.
La mayoría de las cruzadas contemporáneas se deben exclusivamente a desavenencias religiosas más que a motivos políticos. Algunas cruzadas se declaran abiertamente, como las emprendidas por los seguidores de Myrmidia y Ulric contra otras religiones. Otras se libran internamente, creadas por algún peligroso cisma que estalla en un aterrador despliegue de violencia, como suele ocurrir entre sigmaritas. Algunas de las peores cruzadas ocurren entre seguidores de una misma deidad divididos por etnias o culturas (como ocurre actualmente entre Estalia y Tilea). Por último, también se emprenden cruzadas contra enemigos de la fe, concretamente contra los Pieles Verdes, los seguidores del Caos y otras inmundas criaturas de las tinieblas.
Iniciar una Guerra Religiosa[]

Para que estalle una guerra religiosa debe haber un motivo. Puede tratarse de algo tan inocuo como un desacuerdo por un texto religioso, o tan drástico como el ataque de una horda de pieles verdes contra las aldeas y poblados que componen la congregación de un templo concreto. A veces el detonante de una guerra puede deberse a viejas rencillas, a la intolerancia o incluso a simples prejuicios. En los casos más insólitos la guerra puede haber sido promovida por un sacerdote ambicioso que desea ascender en la jerarquía de su culto mediante éxitos militares.
Una vez que existe motivo, un templo o el culto al completo empieza a reunir los recursos necesarios para librar el conflicto. El clero recorre su zona de influencia predicando las maldades del enemigo y solicitando el apoyo de los campesinos. Al mismo tiempo tratan de procurarse la ayuda económica y militar de la nobleza y demás personalidades influyentes, y movilizan a los demás templos de su mismo culto. Cuando el dinero y los soldados empiezan a acumularse, el culto se dispone a lanzar la ofensiva.
De fanáticos y guerras[]

Si se organiza una cruzada de hombres sensatos contra hombres sensatos, se pueden llegar a evitar los enfrentamientos armados. A veces basta con una demostración de fuerza para que el bando contrario capitule y se decida a resolver sus diferencias sin derramamiento de sangre. Sin embargo, tales esfuerzos son en vano cuando hay fanáticos de por medio.
A los flagelantes y extremistas religiosos les trae sin cuidado lo que sea mejor para el culto o la nación; se dejan llevar por la sed de sangre y la necesidad de demostrar su virtud. Cuando una turba de fanáticos marcha a la guerra, poco puede hacerse para detenerlos: seguirán avanzando hasta que sus enemigos los destruyan o hasta que el hambre, la enfermedad y la muerte les empuje de regreso a sus toscas chozas... al menos, hasta que el próximo alborotador llegue a la ciudad.
Las Guerras Religiosas y los Cultos[]

Las cruzadas ulricanas, myrmidianas y sigmaritas son mucho más habituales que las de otras religiones, pero esto se debe más a su naturaleza marcial intrínseca que a cualquier posible afán por defender sus creencias o a sus seguidores. Las cruzadas shallyanas adoptan una forma diferente por razones obvias, mientras que las emprendidas por los adoradores de Ranald, Taal y Rhya son casi inexistentes, al menos de un modo reconocible.
Los cultos de Sigmar y Ulric respaldan activamente la declaración de cruzadas, y azuzan a sus seguidores a coger las armas y unirse a la batalla contra sus enemigos. Normalmente suelen ser iniciativas espontáneas organizadas por templos o facciones individuales, o incluso por un único alborotador o demagogo.
A nivel global y bien organizado, las cruzadas son mucho menos habituales. Requieren el permiso de las principales autoridades del culto, además de la financiación y los efectivos necesarios para garantizar su éxito. Estas auténticas cruzadas de Sigmar y Ulric (y desde la fundación del Imperio se han declarado mutuamente más de una) se libran inevitablemente a escala nacional entre ejércitos compuestos por las tropas de un Conde Elector, numerosos nobles menores y diversas órdenes de caballería.

Cuando el culto de Myrmidia organiza una operación militar contra sus enemigos, sus tropas viajan con toda la parafernalia propia de una cruzada, pero no consideran que estén participando en ninguna. Calificar un asalto myrmidiano de cruzada por ser religioso equivale a llamar violento a un enano porque disfrute matando Pieles Verdes. Sencillamente no puede ser de otro modo.
Aun cuando otros cultos casi nunca emprenden cruzadas, hasta el más pacífico de los templos puede experimentar un arrebato de violencia si se enfrenta a peligrosos herejes, o peor aún, a los seguidores del Caos o de cualquier otro dios prohibido. Un cruzado indeciso tiene menos problemas para matar a un enemigo si su culto le ha dicho que es un siervo de las Fuerzas Malignas, o si se le ha acusado de pervertir la naturaleza divina con algún siniestro propósito.
Los cruzados, al igual que muchos sacerdotes y templarios, ven el acto de participar en una cruzada como otra forma de peregrinación. La perspectiva tradicional de un peregrinaje puede parecer contraria a la idea de una guerra santa: los peregrinos suelen viajar sin armas ni provisiones para demostrar que confían en que su dios les protege. Los cruzados consideran que sus actos no son más que una forma totalmente opuesta de conseguir el mismo fin. En vez de rogar a sus dioses que les protejan y luchen por ello, cabalgan en un intento por defender a su deidad y combatir en su nombre... es posible que su dios ni siquiera esté en peligro, pero tal vez sus creencias o sus seguidores sí lo corran.
Un caballero podría despilfarrar toda su fortuna familiar para financiar una cruzada en la creencia de que al hacerlo será virtuoso durante el resto de su vida. La mayoría de los cultos desmienten esta última idea, pero pocos rechazarían a un noble adinerado y a sus fondos con tal de dejar clara su postura.
Cruzadas Campesinas[]

El concepto de cruzada fue ideado para atraer a guerreros, proporcionando un motivo para que caballeros y templarios marchasen a la guerra; pero durante las Cruzadas contra Arabia (y en muchas otras posteriores) numerosos campesinos y plebeyos se unieron a los caballeros, a menudo con consecuencias trágicas. Los beneficios materiales y espirituales que puede reportar una cruzada son muy tentadores, y mueven a muchos individuos ajenos al campo de batalla a jurar votos junto a los guerreros.
Aunque la idea de que los campesinos participen en una cruzada es encomiable, el hecho de que consumen unos recursos ya de por sí escasos, por no mencionar la falta de entrenamiento y la vulnerabilidad de estos irregulares, suponen un quebradero de cabeza para los líderes de la cruzada. Si bien los dirigentes de los cultos hacen lo posible por disuadir a estos miembros de séquitos de que se unan a una cruzada, en definitiva poco pueden hacer para detenerlos.
Se tiene constancia de varias tragedias acontecidas en cruzadas a causa de estos individuos ordinarios. La Cruzada de las Esposas fue un peregrinaje emprendido por las mujeres de muchos cruzados en un intento por prestar ayuda a sus maridos como miembros de sus séquitos. Durante su viaje a Arabia la mayoría iban desarmadas y desprotegidas, por lo que fueron presa fácil de los esclavistas y soldados que las recibieron nada más poner pie en las costas de Arabia; muchas de ellas fueron esclavizadas, asesinadas o sufrieron destinos aún peores.
La Cruzada de la Misericordia, iniciada por seguidoras de Shallya, acompañó a una expedición mucho más militante emprendida por el templo de Sigmar contra un imperio criminal afincado en las profundidades del Drakwald y formado por mutantes, víctimas de plagas y demás seguidores del Caos. Las shallyanas intentaron aplacar a los sigmaritas y evitar que masacrasen inocentes. No sólo no lo consiguieron, sino que se perdieron en el bosque y acabaron devoradas por Hombres Bestia o asesinadas por bandidos.
Botines de Guerra[]

Financiar una cruzada es absurdamente costoso: son guerras de muy larga duración que se libran en suelo extranjero, lejos de casa. Un culto u orden puede recaudar parte de los fondos necesarios, pero gran parte de la carga económica recae sobre los cruzados, que a menudo se ven obligados a vender sus propias posesiones para subvencionar la causa.
Por tanto, se considera una lamentable necesidad que aquellos que participan en una cruzada tengan derecho a quedarse con los botines de guerra, que normalmente se limitan a lo que consiguen saquear de sus enemigos. A veces se trata de cantidades fabulosas de oro y los cruzados (o, cuando menos, sus órdenes) regresan increíblemente ricos. Pero en ocasiones han de conformarse con lo que puedan tomar, por inusual o poco práctico que resulte, ya sean extrañas bestias nunca vistas, armas insólitas, reliquias antiguas o incluso rehenes.
Los cruzados suelen ser fácilmente reconocibles tras su regreso por sus costosas ropas y pertenencias o por lo insólito de su equipamiento. Por ejemplo, los Caballeros Pantera son famosos porque visten las pieles de los exóticos felinos que mataron durante su estancia en Arabia. Otros cruzados podrían montar extraños animales, como camellos o esbeltos corceles árabes inexistentes en el Imperio. Algunos podrían emplear las armas y armaduras de sus enemigos, esgrimiendo grandes cimitarras o vistiendo armaduras antiguas halladas en las tumbas de Khemri.
La naturaleza suntuosa de tal práctica podría parecer opuesta a la austeridad de la que hacen gala muchas órdenes sagradas; pero permitir a los caballeros que se queden con los botines de guerra es un incentivo para que vayan a las cruzadas y supone una excelente inyección de moral para quienes han renunciado a todo por la oportunidad de luchar en nombre de su fe.
Heráldica Sagrada[]

En combate, un ejército de caballeros y cruzados ofrece una imagen de vivos colores, pues cada uno de ellos viste los tabardos, armaduras y bardas con los colores de sus respectivas órdenes.
Esta heráldica fue concebida originalmente para que los comandantes pudiesen distinguir a los distintos contingentes que estaban bajo su mando, permitiéndoles reconocerlos de inmediato. Muchos de los colores que se visten actualmente con orgullo en el campo de batalla quedaron formalizados durante las Cruzadas contra Arabia, en las que un comandante podía tener bajo su mando hombres de más de una docena de órdenes distintas. Conforme se alzaban con la victoria, los colores y símbolos de aquellos caballeros se fueron convirtiendo en motivo de orgullo y prestigio, y representaban todo aquello por lo que luchaba cada orden.
Los símbolos eran a menudo muy significativos y se escogían en recuerdo de alguna gran hazaña o victoria (como las panteras para los Caballeros Pantera, que simbolizan y demuestran su valor y su tenacidad), o bien representaban su fe y sus creencias (tal es el caso del lobo para los Lobos Blancos, que simboliza su lealtad a Ulric). Algunos de estos símbolos no se utilizan como simples diseños heráldicos abstractos, sino que también proporcionan beneficios prácticos al uniforme físico de una orden, como por ejemplo los escudos bruñidos de los myrmidianos o los manguales cometa que emplean los Caballeros del Orbe de las Colas Gemelas.
Todo caballero que pertenezca a una orden debe vestir los colores y la heráldica de sus hermanos caballeros mientras se halle en una misión, por lo que será reconocido al instante por cualquiera que tenga conocimientos de heráldica.
Fuente[]
- Warhammer Fantasy JdR: Tomo de Salvación (2ª Ed. Rol), págs. 200-201, 210.