
En el norte del mundo existe una historia horrible, una historia conocida solo por los subordinados de los Dioses Oscuros y por los Enanos más viejos. Es la leyenda de la Fortaleza Perdida Kraka Drak y Valmir Aesling, Emperador del Caos.
Valmir fue un despiadado y eficiente líder de los hombres. Casi siempre pensativo y silencioso excepto cuando tenía arrebatos fatales de temperamento, a Valmir se le conocía por ser un general intransigente y sediento de sangre. Castigó a sus peores subordinados con grotescas torturas y odió a las otras razas del Viejo Mundo con una pasión cruel.
Para Valmir, la fortificación enana de Kraka Drak era una aberración que se debía eliminar del mapa, ya que estaba entre las montañas que Valmir consideraba su territorio. Cuando los Enanos Nórdicos de Kraka Drak se enteraron de los planes iniciales de Valmir por tomar su fortaleza, lo obligaron a retirarse de las montañas, por lo que éste organizó sus huestes y prometió una venganza sangrienta.
La Batalla del Paso Glacial[]

Valmir asaltó en los meses de más calor del verano, ya que sabía que las fuertes nevadas y ventiscas del invierno aminorarían el paso de sus ejércitos y aventajarían a los defensores enanos de ese reino montañoso. Las primeras tropas en marchar hacia el Paso Glacial fueron huestes y huestes de hombres del Norte envueltos en pelaje. Sus capitanes se sentían orgullosos de haber sido escogidos para liderar la vanguardia. Fueron los primeros en caer. Desde todos los rincones del paso, los tiradores enanos descargaron sus ballestas una y otra vez contra las masivas filas de pelaje. Equipos de artilleros mostraron sus lanzavirotes desde lo alto del paso y media docena de hombres del Norte quedaron paralizados por los disparos de este arma de metal. El valle pronto se llenó de cadáveres y cornejas.
Valmir no se inmutó, ya que los defensores enanos habían revelado sus posiciones y, de manera crucial, la posición de sus túneles en las montañas. Algunos días antes, Valmir había reunido a los Guerreros del Caos que habían respondido a su llamada, los organizó en dos bandas y los envió a una penosa escalada hacia las cimas de las montañas. Cuando el último grupo de Kraka Drak emergió de sus túneles secretos y descendió al valle para acabar con los bárbaros supervivientes, los Guerreros del Caos atacaron a los guardias enanos de las puertas desde arriba y tiraron sus cuerpos hacia el corazón de las montañas.
Fue entonces cuando Valmir pasó a su siguiente fase de la emboscada. El valle resonó con ensordecedores alaridos y gemidos cuando un mar de engendros del Caos, de malditos mutantes y otra clase de criaturas que habían sucumbido a la oscura energía del Caos aparecieron en el paso. Una horda terrorífica que los hijos de Grungni nunca antes habían visto. Se organizaron rápidamente en una formación defensiva. La horda de monstruos se abalanzó contra los muros que protegían a los Enanos, pero fue en vano, ya que la élite de la infantería enana empezó una masacre metódica que llenó el paso de cadáveres. Valmir se podía permitir más bajas, pues sus guerreros del Caos estaban dentro de la fortificación y los Enanos, incluyendo a su líder el Rey Barbadeplata, estaban trabados en una guerra de desgaste, de la que no saldrían con vida.
Espadas en la Oscuridad[]

En las alcantarillas del laberíntico enjambre que había en la cima, los elegidos del Caos lucharon contra los Veteranos rompehierros que protegían los túneles mineros y los viejos corredores. Los pasillos resonaban con el sonido metálico de las espadas dentadas que chocaban contra las placas de gromril y de las enormes hachas que chocaban contra las armaduras del Caos, pero, al final, los rompehierros fueron derrotados. La hueste de Guerreros del Caos se adentro más en la penumbra y cada vez salían más Enanos de sus barracas para enfrentarse a ellos. Antes de que el sonido metálico de las espadas y de las hachas contra las armaduras fuera tan ensordecedor que pareciera que los Enanos subterráneos estuvieran en una pesadilla, un crisol que solo podía forjar héroes se apagó en la sangre.
Fuera, en el Paso Glacial, los muros enanos seguían aguantando. La monstruosa marea que ahora estaba ayudada por grupos de deformes Trolls y de animados Ogros, hizo que el ejército enano se creciera. Bajo las órdenes del Rey Barbadeplata, centenares de Enanos tatuados y sin armadura se enfrentaron a estos adversarios monstruosos, derribándolos como los leñadores derriban los árboles hasta que en el suelo se hizo un estofado de bilis ácidas y sangre negra. En las cimas de las montañas, los girocópteros petardeaban y zumbaban, elevándose mientras los Enanos intentaban comunicar del ataque a otras fortificaciones enanas. Una alada figura carmesí cayó en picado desde el cielo aplastando a todo lo que encontraba en su camino. Era, nada más y nada menos, que Aghask, el Príncipe Demonio de Valmir. Valmir había planeado toda la batalla. Bajo este duelo aéreo, el Rey Barbadeplata sacó su piedra de juramento y declaró que se enfrentaría a la muerte antes que huir. Su gente se armó de Valor y dobló sus esfuerzos contra los hombres del Norte y sus aliados monstruosos. La batalla pendía de un hilo.
El Duelo[]

El fuerte chasquido de un látigo anunció la presencia del mismísimo Valmir, deslumbrante en un carro del Caos empujado por seis osos horribles y sin piel. Valmir rodó hacia el Rey Barbadeplata y arrojó un puñado de cabezas de Enanos decapitadas contra su pecho. Barbadeplata se enfureció por esta ofensa hacia el honor de su gente y rugió desafiante. El paladín del Caos se bajó del carro para retar al Rey enano a un combate singular.
A su alrededor, los guerreros de ambos bandos contuvieron la respiración.
El duelo se alargó cuando la guerra por el paso de la montaña rugió a su alrededor. Valmir era tres veces más grande que Barbadeplata y asestó golpe tras golpe a su oponente, pero fue en vano, puesto que su espada demoníaca no pudo con el gromril encantado del Rey Barbadeplata. Entonces, sin previo aviso, Valmir se apartó de la piedra del juramento de Barbadeplata inclinando la cabeza hacia un lado como si estuviera escuchando algo. Le dedicó una sonrisa demoníaca a Barbadeplata mientras un galope de pezuñas se hacía cada vez más audible.
De repente, el Valle empezó a llenarse de los sonidos de la muerte y de los duros gritos de los Enanos moribundos. Los aliados de Valmir que habitaban más allá del Territorio Troll habían llegado como refuerzos, galopando tras el ejército enano con una fuerza aplastante. Atrapados entre la masiva infantería de Valmir y el golpe de carga de los caballeros del Caos en su retaguardia, los Enanos fueron cayendo rápidamente y pisoteados bajo sus pies. El Rey Barbadeplata, con el rostro a punto de explotar por el odio y la ira, respondió al regocijo de Valmir.
-¡Cañones! -gritó Barbadeplata a pleno pulmón.
El grito llegó arriba de todo del paso, donde los artilleros enanos esperaban instrucciones. Con un rostro sombrío, hicieron rodar los cañones ancestrales, el último recurso de Kraka Drak. Los artilleros sabían muy bien lo que Barbadeplata quería. Se alinearon y las llamas salieron de las bocas de los cañones a la Vez. Pasó algo de tiempo, una eternidad para lo que posiblemente le quedaba de vida.
La Ira de Grimnir[]

Como un trueno que partió el cielo como si se tratara de una venganza del propio Grimnir, los cañones enanos abrieron fuego. Su objetivo no era la hueste del Caos, sino los laterales opuestos del valle y, durante unos segundos, la horda que estaba abajo respiró tranquila, puesto que las balas grabadas con runas de los cañones se dirigieron hacia el otro lado de la montaña. Entonces, con una serie de ensordecedores truenos, las montañas del otro lado empezaron a resquebrajarse y a caerse.
Enormes trozos cayeron por las brechas bien preparadas y se convirtieron en rocas puntiagudas, chocando violentamente contra la montaña mientras caían. Cuando el estruendo de estas rocas caídas iba aumentando, la nieve que había en las cimas de las montañas se derritió y cayó hacia abajo, uniéndose a las rocas y provocando una avalancha cataclísmica que hizo temblar a las propias montañas. En pocos segundos, la avalancha había bloqueado completamente el paso sepultando para siempre los cadáveres del ejército enano y varios centenares de miles de hombres del Norte.
La última orden del Rey Barbadeplata, la destrucción de la tierra, había salvado las cálidas tierras del otro lado de las montañas de las mortíferas intenciones de Valmir. Las tribus reunidas bajo el estandarte de Valmir estaban desorientadas y disueltas. Se había evitado una gran incursión del Caos, incluso antes de que empezara.
Para los Enanos de Kraka Drak, el precio fue muy alto. En las oscuras profundidades de las montañas, la élite del ejército de Valmir seguía luchando, aniquilando, cruel y metódicamente, a los Enanos que se creían a salvo. La fortificación desapareció de los anales de la historia. Aunque póstumamente, Valmir había cumplido su juramento.
Fuente[]
- Ejércitos Warhammer: Guerreros del Caos (7ª Edición).