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La Guerra de Pico Tullido, también conocida como la Guerra Bajo la Montaña por los hombres rata, es el nombre del largo conflicto en el que se enfrentaron la legiones No Muertas de Nagash contra una coalición de Clanes Skavens que pretendía arrebatarle el control de Pico Tullido.

Preludio al largo conflicto[]

Nagash, el Gran Nigromante[]

Después de ser derrocado por los Reyes Sacerdotes de Nehekhara y expulsado de sus dominios, Nagash se había visto obligado a huir hacia las montañas del Fin del Mundo, donde un fuerza oscura le había empujado hacia el Pico Tullido. Allí fue donde encontró por vez primera con la Piedra Bruja, y tras estudiarla un tiempo, aprendió a como emplearla para potenciar su Nigromancia a niveles mucho mayores que antes.

Con sus poderes aumentados, empezó a levantar Nagashizzar, la fortaleza más grande y maligna del mundo, que en la lengua de las grandes ciudades de la lejana Nehekhara significaba «La gloria de Nagash». También con sus nuevos poderes, el Gran Nigormante empezó a conquistar las tribus humanas circundantes. Las tribus que se sometían empezaron a venerárlo como a un dios enviándole ofrendas, tributos y esclavos. De esta manera, en unos pocos cientos de años, Nagash había construido un imperio del mal alrededor de las costas del Mar Agrio.

Legiones de vivos con armadura negra luchaban junto a los tambaleantes cadáveres animados de sus compañeros muertos. Las pequeñas aldeas crecieron hasta convertirse en grandes pueblos. Las fortificaciones alrededor de la torre crecieron como un cáncer en un cuerpo enfermo hasta cubrir varios kilómetros a la redonda. Las minas que había bajo la torre de Nagash fueron ampliadas hasta formar una gran red de túneles que penetraban hacia el interior de la montaña donde legiones de no muertos se encargaban de sustraer grandes cantidades de piedra de disformidad con la que potenciar aun mas su oscura magia.

Pronto estaría preparado para desatar su tan ansiada venganza sobre Nehekhara, totalmente inconsciente de de su amenaza.

Pero incluso recluido en su inexpugnable fortaleza e ignorado por la mayor parte del mundo, Nagash seguía hallando enemigos. Hondo, muy hondo dentro de la tierra, en los niveles más bajos de la imponente fortaleza, los Skavens se preparaban para conquistar Pico Tullido. Los obsequios de la Gran Cornuda les pertenecían a ellos, y sólo a ellos.

La amenaza Skaven[]

Varias décadas antes, los líderes skavens habían enviado una pequeña fuerza exploratoria al Pico Tullido, tras consultar antiguos informes y de que el gran vidente, líder de los Videntes Grises y miembro del recientemente creado Consejo de los Trece, recibiera visiones de sobre la existencia de grandes cantidades de Piedra Bruja bajo la montaña. Tras cavar su camino hasta los niveles mas profundos, los agudos olfatos de los hombres rata olieron la esencia de su tan ansiado premio, antes de regresar para informar. Así fue como la noticia del descubrimiento de un gran depósito de Piedra Bruja corrió a lo largo y ancho de la recién creada Ruta Subterránea.

Al principio, los hijos de la Gran Rata Cornuda respondieron con prontitud a los informes de que había piedra divina enterrada bajo la gran montaña. En menos de un año, numerosas partidas de exploradores salieron del primer túnel de exploración y se escabulleron en silencio por los túneles inferiores de la fortaleza, donde se encontraron con los mineros esqueletos de Nagash, resplandecientes a causa del polvo de piedra bruja que impregnaban sus huesos.

A los primeros exploradores que informaron de eso los mataron directamente, pues los líderes de las partidas eran criaturas desconfiadas y con mal genio, y pensaban que se estaban burlando de ellas. Al resto los hicieron volver para que regresaran con pruebas. Los exploradores regresaron y atacaron a un esqueleto solitario. Luego se guardaron los largos huesos relucientes y volvieron a escabullirse de vuelta a sus amos.

Los lideres entonces llevaron los huesos a Plagaskaven, donde los Videntes Grises llevaron a cabo diversos experimentos para determinar su potencia. Los resultados sobrepasaron sus expectativas más optimistas: la cantidad de polvo que encontraron sobre los huesos insinuaba que existían depósitos de piedra divina que superaban todo lo que los hijos de la Gran Rata Cornuda hubieran visto nunca.

Los videntes supieron de inmediato que había que ocultarle la noticia al Consejo de los Trece a toda costa, hasta que pudieran decidir cuál era la mejor manera de explotarla. Asesinaron a los líderes de las partidas y se destruyeron todos los documentos de su testimonio, pero a esas alturas ya era demasiado tarde. Una docena de espías ya habían redactado mensajes cifrados en los que detallaban el descubrimiento a sus amos del Consejo. Pocos después, ya se habían puesto en marcha complicados complots mientras los miembros del Consejo intrigaban para apoderarse de las riquezas de la montaña. Se forjaron alianzas y posteriormente se rompieron; sobornos y contrasobornos cambiaron de manos, y abundaron los asesinatos y los sabotajes.

Inicialmente, los grandes señores de diversos Clanes Skavens reunieron fuerzas expedicionarias y las enviaron a toda prisa a la montaña, sin lograr apenas hacerle un rasguño a la formidable fortaleza. Otras, en cambio, chocaran por el camino y se diezmaran mutuamente en antes de llegar nunca a su destino. Esta situación se prolongó durante veinticinco años, antes de que los miembros del Consejo se rindieran a la razón y pidieran una reunión en la Torre Partida para decidir quién tenía más derecho a las riquezas de la montaña.

Naturalmente, cada señor contaba con las mejores razones, las más convincentes. Muchos incluso tenían documentos minuciosamente falsificados para demostrarlo. Al final, el Gran Vidente dio un paso al frente y explicó muy claramente que habían recibido señales de la Gran Cornuda que los habían conducido a la montaña y que las riquezas enterradas allí pertenecían a todos los skavens y no a un solo clan. Concluyó su diatriba con la idea muy convincente de que cada día que pasaban discutiendo les proporcionaba más tiempo a los esqueletos para apoderarse de la piedra.

Eso consiguió centrar la atención del Consejo. Menos de tres meses después —tras otra feroz serie de politiqueos, intrigas, sobornos y asesinatos—, los señores skavens habían aceptado una elaborada y complicada alianza de clanes. Se reunió otra fuerza expedicionaria, esa vez compuesta de guerreros de todos los grandes clanes y sus vasallos, y se designó a un caudillo que respondería, en última instancia, ante el Consejo en su totalidad. Según los términos de la alianza, hasta el último trozo de piedra divina que se recuperara de la montaña pasaría a ser propiedad del Consejo y se compartiría a partes iguales entre los clanes. Todo eso era un montón de tonterías prepotentes, por supuesto. Ninguno de los miembros del Consejo tenía la más mínima intención de compartir un tesoro tan enorme, pero eran lo bastante pragmáticos para esperar a tener el botín en su poder antes de empezar a apuñalarse por la espalda.

La impresionante fuerza expedicionaria partió de Plagaskaven con gran ostentación y el Consejo instó a lord Eekrit Calumniador, el señor del Clan Rikek y Caudillo al mando de la fuerza, a que regresara con sus tesoros lo más rápidamente posible. El tamaño de la fuerza era enorme: contingentes iguales procedentes de cada uno de los clanes principales la convertían en el ejército más grande de su clase en la historia de la raza skaven. Con una fuerza tan poderosa a las órdenes de lord Eekrit, los miembros del Consejo tenían la certeza de que apenas tardarían más de un mes en completar el saqueo de la gran montaña.

Cuando lord Eekrit llegó por fin a las profundidades de la imponente fortaleza de Nagash, lo recibió una pequeña colonia de exploradores que habían trazado el mapa de gran parte de los túneles inferiores de la montaña y las rutas hasta todos y cada uno de los pozos. El plan consistía en lanzar un ataque masivo desde las profundidades de la montaña e ir conquistando cada galería a medida que ascendían por ellas y asesinaban a su ocupantes aprovechándose de su superior fuerza numérica. Era una estrategia que tan buenos resultados les había dado con los Karaks de los Enanos del Norte.

Pero los Skaven pronto descubrirían que con Nagashizzar la cosa no sería tan sencilla.

La Invasión de Pico Tullido[]

La horda de skavens salió en avalancha de las entrañas de la gran montaña; es una oleada de cuerpos que abarrotó los corredores sombríos y los ruidosos trabajos mineros de la fortaleza de Nagash. Invadieron nivel tras nivel en una precipitada carrera para apoderarse de los tesoros que contenía Nagashizzar. La sorpresa fue absoluta. Los niveles más bajos de la fortaleza estaban prácticamente desiertos, así que los skavens se encontraban a menos de medio camino de sus objetivos antes de toparse con los primeros habitantes esqueleto de Nagashizzar. Las escasas partidas de trabajo de no muertos que se cruzaron en el camino de la horda acabaron literalmente pisoteadas, aplastadas bajo el peso de miles de guerreros de pelaje marrón a la carga.

Los atacantes llegaron a los pozos mineros más profundos en pocos minutos. Los Skavens se abalanzaron sobre los trabajadores No Muertos en grupos, descuartizando a los esqueletos con una facilidad despectiva. Los enfrentamientos iniciales acabaron tan rápido que las bajas skavens propiamente dichas tuvieron lugar sólo en el período subsiguiente, cuando las ratas empezaron a pelearse unas con otras por carros volcados de pepitas de Piedra Bruja o aprovechaban para clavarle un cuchillo a un rival molesto.

Al principio, la destrucción de sus sirvientes en los niveles más bajos de la fortaleza escapó a la atención de Nagash; de vez en cuando ocurrían accidentes, y ¿qué importaba la pérdida de diez o veinte esqueletos entre la ingente multitud bajo su control? Únicamente cuando las partidas de trabajo que se encontraban en los pozos más bajos y profundos desaparecieron, el nigromante se dio cuenta de que algo iba mal. Furioso, recurrió al poder de la Piedra Bruja ardiente y concentró su conciencia en los esqueletos que trabajaban afanosamente en los niveles inferiores para poder encargarse del alcance del ataque. Justo mientras lo hacía, tres pozos más fueron invadidos, y otras docenas de esqueletos fueron destruidos, pero en la fracción de segundo antes de que dejaran de existir, Nagash alcanzó a ver a sus enemigos, y un furioso bufido chirriante escapó de su garganta curtida cuando descubrió un ejército de Hombres Rata suelto en las zonas más profundas de su fortaleza.

No era la primera vez que el Gran Nigromante se encontraba con los Skavens, ya con anterioridad se había encontrado con ellos merodeando por los yermos que se extienden alrededor de su fortaleza buscando trozos de piedra de disformidad, pero siempre en grupos pequeños que se escabullían cobardemente al menor peligro. En aquellos días, Nagash había matado a todos y cada uno de los que se había encontrado, ya llevaran encima algo de piedra o no. Su misma existencia lo ofendía. De algún modo habían descubierto el gran filón de Piedra Bruja enterrado en el interior de Nagashizzar, y habían venido para ponerle encima sus asquerosas patas. El nigromante juró que cuando hubiera masacrado a estos intrusos, encontraría los hediondos agujeros de los que habían salido y los borraría de la faz de la tierra.

La voluntad del nigromante resonó a todo lo largo y ancho de la fortaleza y decenas de miles de esqueletos respondieron al llamamiento a las armas en silencio. Poco después se oyó el ominoso tañido de los gongs de alarma de las torres más altas de la fortaleza. En las poblaciones de las tribus bárbaras gobernadas por Nagash, los guerreros rápidamente dejaron todo lo que estaban haciendo, cogieron sus armas, y fueron corriendo a proteger la fortaleza de su señor. En los sombríos recovecos de Nagashizzar, grupos de necrófagos levantaron las cabezas y sumaron sus aullidos al inquietante coro. Tribus enteras abandonaron sus fétidas guaridas y atravesaron el maloliente terreno pantanoso trotando cómo simios en respuesta a la llamada de su amo.

En el interior de la fortaleza, mensajeros vivos entraban y salían corriendo del gran salón transmitiéndoles las órdenes de Nagash a sus tropas bárbaras. Mientras tanto, el nigromante situó a todos los esqueletos disponibles que pudo en el camino de los hombres rata para frenarlos mientras reunía a sus lanceros en compañías cerca de la superficie. La rabia de Nagash fue aumentando a medida que un pozo tras otro caía en las garras del enjambre de criaturas; su número era inmenso, y tenía que admitir que el ataque se estaba llevando a cabo con rapidez y habilidad. Comparando el ritmo del avance de las ratas con el agrupamiento de sus tropas en los niveles superiores, se dio cuenta de que los hombres rata invadirían todos los pozos —y puede que incluso llegaran a los mismísimos niveles superiores— antes de que su ejército estuviera listo para actuar.

Trabajando rápido, envió a varias compañías grandes a los pozos superiores para frenar el avance enemigo y mantener a los monstruos contenidos bajo tierra. Pretendía mantener a los hombres rata encerrados en los túneles, donde podría hacer pedazos a la horda bajó el implacable avance de sus lanceros esqueletos. El nigromante llenó los túneles superiores de lanceros y cientos de babeantes devoradores de carne, luego envió sus guerreros vivos a cerrar las salidas de la superficie de cada uno de los pozos mineros de la montaña. Cualquier intento por parte de los hombres rata de escapar de su avance —o flanquearlo por la superficie— se encontraría con un bosque de lanzas bárbaras.

El primer enfrentamiento real del asalto skaven se produjo en el último y más alto de los pozos mineros. Habían transcurrido casi dos horas enteras desde que comenzara el ataque y los guerreros del clan Morbus, a los que se les había concedido el honor de alejarse más para apoderarse de los pozos más empobrecidos, se toparon con apretadas filas de esqueletos armados. Aquí el ataque vaciló, y muy pronto, los pasadizos quedaron obstruidos con pilas de huesos y cuerpos ensangrentados, pero los gruñidos de los caciques —y el afilado pinchazo de sus espadas— hicieron que las ratas siguieran luchando hacia su objetivo. Los esqueletos pelearon hasta que no quedó ni uno, cediendo terreno únicamente después de que los hubieran hecho pedazos.

No pasó mucho tiempo antes de que pequeñas partidas de skavens con iniciativa empezaran a explorar los túneles secundarios que conducían a los niveles superiores de la fortaleza. Después de todo, tenían que haber llevado a alguna parte toda la Piedra Bruja que extraían de los pozos superiores. Las primeras partidas pequeñas de reconocimiento fueron aplastadas con rapidez, tras sucumbir a los necrófagos, posicionados astutamente por Nagash para que emboscaran a cualquier avanzadilla de hombres rata. Cuando las primeras partidas no regresaron de inmediato, el resto de Skavens lo tomó como una señal de que había objetos de valor arriba y los desgraciados estaban agenciándose todo lo que podían. Más grupos pequeños partieron a escondidas y, cuando no regresaron, partidas aún más grandes fueron tras ellos, hasta que al final los caciques se percataron y descargaron su ira contra los imbéciles que se habían quedado.

La fuerzas de Nagash fueron encontrándose con partidas de Skavens mas grandes y mejor armadas a medida que avanzaban, pero todas terminaban siendo aplastadas por las fuerzas del Gran Nigromante. Cuando las primeras compañías de esqueletos con lanzas aparecieron en los pozos superiores, los asombrados invasores perdieron el valor y huyeron, pisoteándose unos a otros en su prisa por escapar. Desde su trono en el gran salón muchos niveles por encima, Nagash sonrió con crueldad y vertió la energía de la piedra de disformidad en sus compañías de vanguardia, proporcionándole velocidad a sus extremidades y presionando de cerca a los hombres rata.

La marcha de la batalla, que al principio favorecía de manera tan abrumadora a los hombres rata, se volvió igual de rápido contra ellos. Los invasores huyeron de regreso hacia los niveles inferiores, extendiendo el pánico entre sus compañeros. Las fuerzas del nigromante reclamaron un pozo minero tras otro y mataron a tantos hombres rata en el proceso que no pudieron seguir el ritmo de los supervivientes en los túneles obstruidos con cadáveres. Cuando Eekrit Calumniador fue informado de ello, su ira fue justificada. Los informes iniciales de los exploradores Skavens antes de dar comienzo a la invasión daban un número considerablemente inferior a las fuerzas enemigas de lo que realmente eran. Con todo, Eekrit pensó que la situación aún podría solventarse. Unos miles de esqueletos más suponían una sorpresa desagradable, pero su fuerza todavía era diez veces más numerosa que la del enemigo.

La resistencia skaven fue aumentando a cuanta más profundidad bajaban las fuerzas de Nagash. Los hombres rata que ocupaban los pozos inferiores estaban más descansados y los torrentes de supervivientes que huían de los niveles superiores les habían advertido del contraataque. Los guerreros de Nagash empezaron a encontrarse con defensas más preparadas y compañías de guerreros en formación defendiendo intersecciones de túneles clave que conducían a los pozos inferiores.

Nagash empujó a sus tropas hacía delante sin piedad, decidido a limpiar Nagashizzar de invasores. Cuando sus compañías se tropezaban con fuerte resistencia, simplemente aplastaba a los hombres rata; intercambiaba gustoso a uno de sus guerreros por uno de los de ellos, hasta que al final las criaturas rompían filas y huían. En esos momentos apenas podía emplear a los necrófagos al estar demasiados agotados o demasiado atiborrados de carne de rata. Sus guerreros bárbaros habían conseguido defender los extremos de los pozos para que los hombres rata que se replegaban no pudieran escapar a la trampa del nigromante. Con casi la mitad de los pozos de la montaña de nuevo en su poder, y todavía contaba con una fuerza de reserva de infantería viva de proporciones considerables a la que emplear.

Transcurrieron las horas y los enfrentamientos continuaron. Nagash cruzó una línea defensiva tras otra. Ahora, después de atravesar más de tres cuartos de los niveles inferiores de la fortaleza, sus tropas habían reclamado todos salvo un puñado de los pozos mineros más nuevos y profundos (y por lo tanto más ricos). La resistencia enemiga se volvió más ingeniosa y decidida. El avance empezó a perder empuje contra una aparentemente interminable marea de Skavens. Sus esqueletos se encontraban a menos de unos cuantos cientos de metros del siguiente pozo, pero por muchas de aquellas criaturas que matasen sus guerreros, daba la impresión de que aparecían tres más para ocupar sus puestos.

Nagash empezaba a preocuparse. De sus experiencias en la guerra contra los Reyes de Nehekhara y su conquista de las tribus bárbaras sabía que todo ejército tenía un límite; una línea invisible en la que sus líderes comprendían que habían dado todo lo que tenían y era el momento de retirarse o arriesgarse a ser destruidos. Sin embargo, aquella batalla contra los Skavens era totalmente distinto a cualquiera en al que hubiese participado. Era un estilo de guerra completamente diferente: uno que empezaba a sospechar que los hombres rata podían librar mejor que él.

Por la parte de los Skavens, la situación tampoco pintaba nada halagüeña. Con la llegada de nuevos informes procedentes del frente, estaba cada vez más seguro de que el cálculo corregido de unos pocos miles de esqueletos todavía resultaba sumamente inadecuado, eso sin contar con la presencia de los necrófagos y los bárbaros. El enemigo había empujado a sus ratas casi hasta las cavernas donde habían empezado. En el último recuento, sólo le quedaban cinco pozos todavía en su poder, y uno de ellos estaba a punto de caer. Eekrit razonaba que si no conseguía invertir las cosas rápido, más le valía pedirle a un subordinado que le clavara un cuchillo envenenado entre los ojos antes que informar de su derrota al Consejo de los Trece. Rápidamente trazó una estrategia para acabar con el enemigo.

El cambio en el ritmo de los combates fue palpable. Durante más de una hora, los hombres rata habían estado luchando con uñas y dientes —a veces literalmente— para impedir que los esqueletos se abrieran paso hasta el siguiente pozo. Los túneles secundarios estaban obstruidos con trozos de hueso y pilas de cuerpos peludos y, por muy fuerte que Nagash empujase a sus tropas, el avance se estancó de manera inexorable.

Ambos bandos se golpearon uno al otro sin pausa, hasta que el curso de la batalla se midió en simples metros ganados o perdidos. Y entonces, sin prisa pero sin pausa, la presión contra los esqueletos empezó a disminuir. Primero los hombres rata empujaban con fuerza contra los esqueletos, intentado hacerlos retroceder; luego su empuje se redujo hasta que se encontraron prácticamente en un punto muerto. Fue sólo minutos después, cuando los invasores realmente empezaron a retirarse por donde habían venido, que Nagash empezó a sospechar que los hombres rata por fin habían alcanzado su límite.

Los invasores se retiraron con rapidez, pero de forma bastante ordenada, procurando no crear brechas que Nagash pudiera aprovechar. Eso lo convenció de que la retirada no era un amago. Intuyendo que el final estaba cerca, Nagash empujó a sus compañías hacia adelante aún con más fuerza, presionando al enemigo a lo largo de todo el frente con la esperanza de crear tanta tensión que por fin se hiciera pedazos. Entonces comenzaría de verdad la masacre.

Las compañías de Nagash reclamaron otro pozo más, quedando solo cuatro en manos del enemigo. Las compañías de esqueletos hicieron retroceder a los hombres rata nivel tras nivel. De vez en cuando, las líneas enemigas se detenían y la resistencia se fortalecía, pero nunca más de unos pocos minutos cada vez. La certeza de Nagash aumentó: era evidente que las tropas del enemigo estaban agotadas y no les quedaban reservas a las que recurrir. Tarde o temprano, el líder de los hombres rata se vería obligado a sacrificar una retaguardia para que el resto de su ejército pudiera escapar o encontrar un lugar en el que librar una última batalla condenada al fracaso.

Menos de una hora después, las tropas de Nagash estaban cercando el siguiente pozo. Los invasores continuaron replegándose por el pozo poco iluminado… y entonces se detuvieron de espaldas a los túneles secundarios que se extendían al otro lado. Los Skavens se situaron hombro con hombro, blandiendo sus armas y gruñendo desafiantes a los esqueletos que avanzaban. Nagash sonrió, pues ya anticipaba la batalla final. Introdujo gran cantidad de tropas en el pozo, aprovechando al máximo el espacio para aplastar al enemigo con su superioridad numérica.

Los hombres rata observaron cómo el bosque de lanzas se cerraba sobre ellos, un lento e implacable paso tras otro. El desalmado avance de los guerreros puso nerviosos a muchos, pero no había donde huir. En cuestión de segundos, el creciente estruendo del metal y la madera ahogó los gritos y alaridos de los vivos, mientras espadas y hachas golpeaban contras astas de lanza y filos de escudos bordeados de bronce. Los Skavens luchaban duro, respondiendo a las tropas de Nagash golpe por golpe. La encarnizada batalla se libraba a lo largo de doscientos metros de pozo y en una veintena de túneles laterales más pequeños a cada lado.

El ir y venir de los enfrentamientos absorbía toda la atención del nigromante… tanto que para cuando vio la trampa de los hombres rata, ya era demasiado tarde. A cada flanco del avance de los no muertos, y dos niveles enteros por detrás de la fila de cabeza del ejército, las rugosas paredes de piedra reventaron bajo las frenéticas garras de hombres rata excavadores. Años atrás, los invasores habían empezado a expandir túneles laterales como preparativo para sus propias operaciones mineras en las profundidades de la montaña. Ahora sus maestros tunelereos convirtieron hábilmente esos pasadizos sin terminar en mortíferos cuchillos que apuntaban al centro de la horda de esqueletos.

Los hombres rata penetraron los flancos de las fuerzas de Nagash casi en una docena de puntos. Los látigos restallaron y una avalancha de esclavos skavens se abrió paso entre las apretadas filas de guerreros esqueleto. Armados con picos, palas, rocas pesadas y garras desnudas, los esclavos entraron corriendo agachados, tirando de las piernas y la parte baja de la espalda de los esqueletos. Estos, apelotonados en los estrechos túneles, no pudieron sacarle provecho a sus armas contra el repentino ataque y las bajas empezaron a aumentar.

La conciencia de Nagash retrocedió a lo largo de las arterias que suministraban su avance. Fue entonces cuando vio el ataque de flanqueo del enemigo y comprendió cómo lo habían engañado. La mera magnitud y complejidad de la emboscada eran mayores de lo que creía capaces a sus enemigos. Peor aún, su número parecía interminable.

El enemigo había decidido enfrentarse a las tropas del nigromante en el interior del pozo por la simple razón de que atraería a tantos de los guerreros de Nagash como fuera posible. Los túneles secundarios creaban cuellos de botella tanto a la entrada como a la salida del largo túnel y las tenazas del movimiento de flanqueo del enemigo los habían aislado con eficacia de los refuerzos. Eso dejaba a todo un tercio de su ejército atrapado y al resto desplegado a lo largo de kilómetros de túneles comunicados entre sí donde no podrían hacer valer toda su fuerza.

El nigromante le transmitió sus órdenes a la horda. En el interior del pozo, la mitad de los guerreros formó una retaguardia para contener el ataque de los hombres rata, mientras el resto empezaba a retirarse por los túneles secundarios hacia las unidades de flanqueo del enemigo. Tenía que salvar las fuerzas que pudiera y formar una línea defensiva hasta conocer toda la extensión del despliegue enemigo.

Sus guerreros tardaron casi tres horas en lograr escapar de la trampa. Por fin consiguieron hacer retroceder los ataques de flanqueo del enemigo, pero no antes de que arroyasen a la retaguardia de los esqueletos. Los hombres rata se lanzaron hacia delante, trepando sobre pilas de huesos destrozados, y hostilizaron a los esqueletos que se replegaban hasta que fueron a parar contra posiciones defensivas fortificadas tres niveles por encima. Los invasores se abalanzaron contra las fortificaciones tres veces, sólo para que los repelieran con cuantiosas bajas. Los supervivientes hicieron una pausa después del tercer ataque, refunfuñando y gruñéndose unos a otros mientras consideraban su siguiente movimiento. Nagash empleó ese tiempo para reformar más sus líneas y prepararse para más ataques de flanqueo, pero después de media hora los invasores se retiraron despacio a sus propias líneas, formadas a toda prisa.

La primera batalla de Nagashizzar había llegado a su sangriento e inconcluso final.

Punto muerto[]

Tras esta primera batalla, en la que no hubo un claro ganador, dio como resultado una encarnizada guerra librada bajo la montaña que duraría décadas. Durante los primeros veinticinco mortificantes años del conflicto se produjeron un gran número de batallas entre los Hombres Rata y los No Muertos.

Puesto que ninguno de los dos bandos estaba dispuesto a conceder la derrota, el curso de la guerra se había medido en túneles tomados y niveles controlados. Ambos bandos habían fortificado los pasadizos y túneles secundarios que conducían a los importantísimos pozos mineros con ingeniosas barricadas y reductos diseñados para entorpecer el avance enemigo. Los túneles más pequeños estaban llenos de escombros o sembrados de despiadadas trampas para masacrar a los incautos, lo que obligaba a que equipos de zapadores los volvieran a abrir como preparativo para un ataque importante.

El control de las profundidades cambiaba de manos de una semana a otra. Se lograban conquistas y luego se perdían de nuevo, cuando un bando o el otro se agotaba en un ataque punitivo y después carecía de fuerza para aferrarse a lo que había ganado. Entre asaltos importantes, los dos ejércitos solían realizar pausas durante semanas o incluso meses seguidos en las que organizaban incursiones punitivas contra las posiciones de vanguardia del enemigo mientras reconstruían sus fuerzas destrozadas. De vez en cuando, los dos ejércitos trataban de romper el punto muerto con astutas estratagemas. La mayoría de las veces implicaban cavar nuevos túneles para atacar al enemigo desde una dirección inesperada.

Los Skavens se veían atraídos como polillas a la piedra bruja y, por muchos millares de aquellas criaturas que las fuerzas de Nagash matasen, siempre había más para ocupar su lugar. Las bajas en ambos bandos habían sido pasmosas. La mera cantidad de recursos que Nagash había empleado hasta el momento lo llenaba de una rabia fría. La inmensa fuerza de invasión que había creado con esmero durante siglos estaba siendo derrochada contra una interminable oleada de alimañas. Cuando la guerra terminase al fin, harían falta años, puede que décadas, para reunir otra fuerza capaz de destruir Nehekhara.

A pesar de los esfuerzos de Nagash por expulsarlos, los Skavens habían logrado establecer una base de operaciones en los niveles más profundos de Pico Tullido desde donde organizar y dirigir la invasora, y con el paso de los años, se convirtió en un ciudad skaven propiamente dicha. Le gustase a Nagash o no, los Skavens habían venido para quedarse.

Con todo, la larga guerra de desgaste también estaba consumiendo vidas skavens a un ritmo horroroso, y es que tras varios años de conflicto Nagash había aprendido de la amarga experiencia y logrado deducir la forma que tenían los hombres ratas de hacer la guerra, logrando predecir con bastante certeza cuándo y de qué manera atajarían, causándole numerosas derrotas o haciendo que sus victorias se consiguieran a cambio de un elevado numero de muertos. Varios comandantes skavens terminaron con la garganta rajada cuando Eekrit era informado de estos hechos.

Para suplir las pérdidas, nuevas compañías de refuerzos llegaban de la Gran Ciudad cada mes. Cuando los primeros cargamentos de piedra bruja habían comenzado a llegar a Plagaskaven, se había producido una enorme oleada de voluntarios procedentes de los clanes, todos ellos buscando hacer su fortuna en la guerra. La mayoría de esos buscadores de tesoros acababan muerto, ya fueran ensartados en lanzas enemigas, devorados por los pálidos necrófagos, o haber caído en las numerosas trampas que Nagash y sus seguidores establecían en los túneles, y sus esqueletos roídos se erguían en filas detrás de los reductos de túneles del enemigo.

Durante mucho tiempo el Consejo de los Trece había tolerado el sangriento punto muerto gracias a la abundante piedra bruja que Eekrit les proporcionaba, pero tal tolerancia tenía sus límites. Los Hijos de la Gran Rata Cornuda nunca habían librado una guerra tan larga y enconada en toda su historia y sus recursos, aunque inmensos, no eran ilimitados. Por ello, cansados de aquella situación que parecía no tener fin, enviaron al Señor Gris Velsquee, del clan Abbis, para hacerse con el control de la fuerza expedicionaria.

Oficialmente, Velsquee no tenía autoridad directa sobre la fuerza expedicionaria… o eso le aseguró a los números jefes de clan del ejército. Eekrit conservó su rango y título; Velsquee y su enorme contingente de tropas de élite simplemente estaban allí para observar el curso de la campaña y proporcionar consejo y ayuda cuando fuera necesario. Nadie se creía ni una palabra, naturalmente, pero tampoco nadie estaba dispuesto a contradecir al Señor Gris. Mientras tanto, a Eekrit le habían «aconsejado» que fuera a hostigar a los bárbaros y los devoradores de carne, mientras Velsquee y Qweeqwol discutían la estrategia y dictaban recomendaciones para el ejército desde la comodidad de la propia sala de audiencias de Eekrit.

Cambio de estrategias[]

De esta manera, la desgracia se abatió sobre los poblados fortificados de los norteños. En una sola noche, cuatro de los asentamientos bárbaros más grandes habían sido atacados por los Skavens, que aparecieron en medio de ellos mediante agujeros excavados y mataron a todo hombre, mujer y niño que pudo encontrar. Las pequeñas guarniciones de los poblados no estaban preparadas para hacerle frente a sus salvajes incursiones y no tenían forma de predecir cuándo o dónde ocurriría el próximo ataque. Más asentamientos fueron atacados la noche siguiente, y la otra. Para cuando un mensajero llegó a Nagashizzar con la noticia, casi una docena de poblados fortificados habían sido destruidos.

Los guerreros bárbaros apostados en Nagashizzar rogaron permiso a Nagash para marchar y proteger sus hogares, pero el gran Nigromante se había negado categóricamente. Necesitaba a las compañías de bárbaros en la fortaleza, ayudando a asegurar los pozos aún bajo su control. Aún así, Nagash tomó medidas para proteger lo poblados, y mediante un gran ritual, alzó de los túmulos de los antepasados de las tribus un gran ejército para protegerlos de más daños. A lo largo y ancho de las tierras bárbaras, cientos y cientos de guerreros esqueleto se levantaron por orden de Nagash y regresaron a los montes que en otro tiempo habían sido su hogar.

La siguiente vez que los hombres ratas salieron en avalancha de sus túneles, chocaron de frente con las espadas y hachas de los antiguos muertos. Habían hecho que los pocos supervivientes regresaran chillando por donde habían venido… sólo para volver en mayor número la noche siguiente. Una derrota siguió a otra, pero el enemigo no se amilanó. Las incursiones se volvieron más esporádicas y mucho más dispersas; unas veces infligían más daño, otras menos. Siempre los ahuyentaban con una pérdida considerable de vidas, pero el ritmo de los ataques nunca disminuía. Continuaron durante meses, luego años, y poco a poco Nagash comprendió el propósito de la estrategia del enemigo.

Aunque los Skavens perdían casi todas las batallas contra sus fuerzas, estaban consiguiendo obligarlo a mantener montones de grandes guarniciones por las tierras del norte. Fuerzas de asalto relativamente pequeñas le estaban exigiendo mantener miles de soldados no muertos, lo que consumía sus energías a un ritmo constante y prodigioso. Mientras tanto, la incesante guerra dé túneles bajo Nagashizzar se prolongó interminablemente, poniendo a prueba su fuerza y dividiendo su atención. Después de cinco años, el esfuerzo se había vuelto inmenso. Peor aún, había sembrado semillas de discordia entre sus tropas bárbaras.

No solo eso, tras cinco años de brutales incursiones contra las tribus bárbaras, las tropas del señor de la guerra Eekrit se habían convertido en intrépidos y curtidos guerreros con el tiempo, sintiéndose lo bastante audaces para atacar también en el corazón de los nidos de los necrofagos. A diferencia de la campaña contra los fuertes bárbaros más al norte, los Skavens no tenían ninguna intención de abrirse paso cavando directamente hasta las repugnantes madrigueras de los monstruos. En su lugar, su fuerza, que estaba compuesta de la totalidad de los asesinos-exploradores del ejército y media docena de grupos escogidos de ratas de los clanes, había salido de túneles excavados en la base de cada uno de sus objetivos situados en lo alto y los habían rodeado con rapidez.

Al puñado de devoradores de carne que quedaban atrapados en la superficie los despacharban rápido y en silencio, luego los skavens se desplegaban y localizarban las numerosas entradas de las malolientes madrigueras de los monstruos. Subieron pesadas vejigas llenas de aceite y las vaciaron en todas salvo en unas cuantas entradas de los túneles, para luego arrogar antorchas y teas dentro. Después de décadas de encarnizados enfrentamientos, los skavens habían aprendido cuánto odiaban y temían los necrófagos el contacto del fuego. Una vez el aceite prendiera, sólo era cuestión de acechar fuera de las entradas de los túneles sin incendiar y matar a los supervivientes a medida que aparecían. Para cuando los refuerzos llegaban, los skavens se escabullían de vuelta a su agujeros.

La Furia del Gran Nigromante[]

Hastiado por la presencia de los hombres rata y sus constantes incursiones, Nagash decidió acabar con el asunto en un único y magistral golpe. Liderando una gran hueste de no Muertos, Nagash llevó al pozo 6, el mas profundos bajo su control, un enorme caldero de bronce sacado de uno de sus aterradores laboratorios. Los flancos curvos del caldero acababan de ser grabados con cientos de runas angulares y estaba sellado con una pesada tapa ornamentada rematada con una representación de cuatro calaveras humanas con la boca muy abierta. Tenues volutas de vapor salían de las bocas abiertas de las calaveras y las profundas cuencas de sus ojos.

Una vez posicionado el nigromante hecho todo tipo de ingredientes así con también piedra bruja en su contenido, formando un reluciente círculo de poder en torno al gran recipiente. Cuando todo estuvo listo, Nagash se acercó al gran caldero y apretó sus manos arrasadas contra la superficie. Luego, con una voz baja y aborrecible, comenzó el hechizo. A ritmo lento pero constante, los vapores que emanaban de las calaveras de bronce de expresión ávida comenzaron a adquirir un luminoso y horrible tono amarillo verdoso. Los zarcillos de niebla se volvieron más densos con rapidez, flotaron pesadamente por la tapa del caldero y se retorcieron como serpientes por el suelo del túnel.

Con una inquietante rapidez, el flujo de vapor creció hasta convertirse en un torrente que brotaba de las calaveras como una riada y bullía alrededor de los tobillos de los esqueletos que aguardaban. Su roce picaba el hueso, deslustraba el bronce y decoloraba los escudos y las astas de madera de las lanzas, pero los no muertos no le prestaron atención. Nagash echó la cabeza hacia atrás de repente y rugió un torrente de sílabas arcanas, y una espectral ráfaga de viento bajó por los túneles secundarios desde la superficie. El viento aulló como un espíritu atormentado en los límites del pozo y empujó los pesados vapores delante de él, bajando por los túneles secundarios y hasta los niveles inferiores, donde aguardaban las masas de los hombres rata.

Esta estratagema resultaría devastadora para los Skavens. Advertido por sus espiás y las advertencias del Vidente Gris Qweelqwol del inminente ataque de Nagash, Velsquee había ordenado la movilización del ejercito para interceptarlo, llevándose a muchas de las mejores tropas. Los Skavens esperaban enfrentar nuevamente en batalla a las huestes de no muertos, sin embargo se encontraron con algo para lo que no estaban preparados. Los túneles se llenaron del humo asesino, matando a todo el que tocaba. El vapor venenoso había matado a decenas de miles de enemigos y sembrado el terror y la confusión en sus filas. Los guerreros no muertos habían seguido a los hombres rata en fuga hacia las mismas raíces de la montaña, apoderándose de ricos pozos que no había poseído en décadas. Recuperó el pozo siete sin dificultad, no tardó en apoderarse del pozo ocho, y las desesperadas defensas de los hombres rata en el pozo nueve no tardarían en caer. Sintiendo que el enemigo se encontraba al borde de la derrota, Nagash los presionó de cerca con sus esqueletos.

La noticias de la ofensiva del Gran Nigromante no tardaron en llegar a la madriguera de los hombres rata. Como cualquier skaven sensato, el primer instinto de Eekrit al oír lo que estaba aconteciendo fue apoderarse de cualquier cosa de valor que pudiera encontrar y no dejar de correr hasta llegar a la Gran Ciudad. Sin embargo, el señor de la guerra también intuyó una tentadora oportunidad de recuperar parte del estatus que había perdido, si solamente pudiera encontrar una forma de frenar el avance del enemigo.

Aprovechando unas buhederas para situarse detrás de los esqueletos, Eekrit lideró a un pequeño contingente de Skavens hasta el pozo siete. Aunque letal, la niebla venenosa de Nagash se dispersaba con rapidez. Además, el exceso de confianza sobre su inminente triunfo hizo que Nagash enviarán a la mayor parte de sus hueste no muertas para presionar a los Skavens en los niveles inferiores, por lo que contaba con poquísimas reservas a mano en el pozo siete para detener cualquier contraofensiva, dándole al señor de la guerra una oportunidad para que su desesperado plan tuviera éxito.

Aguantando la respiración lo mejor que podían y evitando en la medida de lo posible los ataques del enemigos, Eekrit y sus guerreros prendieron fuego a los soportes de madera que sostenían el pozo siete. En cuestión de segundos, de la pesadas columnas, que estaban empapadas de brea para evitar que se pudrieran, brotaron voraces llamas azules que rápidamente se propagaron hasta las vigas del techo del pozo.

Ciertamente, la estratagema de Eekrit era audaz pero no bien planificada, pues el fuego se extendió mas deprisa de los esperado, y su partida se ganó algo mas que unas terribles quemaduras, con todo, era algo nimio comparado con el desastre que estaba a punto de acontecer. Los Skavens se escabulleron velozmente por los agujeros por los que habían llegado, antes de que el pozo se viniera abajo, aplastando a todos sin distinción.

Lamiéndose las heridas[]

El derrumbe del pozo había cogido a Nagash completamente por sorpresa, y solo por pura suerte se había salvado de acabar pulverizado bajo toneladas de piedra derrumbándose. Eekrit y su partida de asalto también sobrevivieron a la destrucción de puro milagro, llegando a la seguridad de los niveles inferiores, aunque el señor de la guerra estuvo a punto de sucumbir a causa de las quemaduras sufridas, necesitando de varias semanas para recuperarse.

Aunque se había logrado frustrar el brutal asalto de Nagash y sus legiones de No-Muertos, al Señor Gris Velsquee casi le da un ataque al enterarse del derrumbe del pozo y la consiguiente destrucción que había tenido lugar. Los niveles que rodeaban el pozo número siete se habían convertido en tal laberinto de pasadizos laterales y buhederas que el derrumbe desencadenó una oleada de hundimientos secundarios durante más de una semana después.

Además, la nube de veneno del enemigo había diezmado a las mejores tropas del ejército. Velsquee hervía de rabia, pues no quería nada más que arrastrar a Eekrit ante un juicio sumarísimo y echarles toda la culpa del desastre, pero la casi destrucción de sus fuerzas y las graves bajas sufridas por muchos de los clanes más poderosos del ejército colocaron al Señor Gris en una situación precaria, y no pasó mucho tiempo antes de que se viera obligado a abandonar la idea de una farsa judicial y concentrarse en las intrigas de las numerosas acciones del ejército. Tras pactar una apresurada alianza con Hiirc, representante del clan Morbus en aquel conflicto —y una campaña de asesinatos particularmente brutal—, el Señor Gris pudo asegurar su posición y restablecer el orden.

En cuanto Eekrit estuvo en condiciones de luchar, Velsquee le «aconsejó» que reanudara sus peligrosas incursiones contra el enemigo; sólo que esta vez, en lugar de atacar aldeas relativamente indefensas o nidos de devoradores de carne, el señor de la guerra y sus asaltantes debían dirigirse directamente al corazón del enemigo. Desde un punto de vista puramente militar, los asaltos suponían una estrategia audaz y agresiva destinada a mantener al enemigo a la defensiva mientras el ejército skaven reconstruía sus fuerzas. La alianza de Velsquee con Hiirc hizo que el Clan Morbus gastado sumas enormes para reponer las diezmadas filas del ejército, contratando a guerreros de clanes menores que se veían atraídos por la promesa de una parte del botín de la inmensa reserva de piedra divina de la montaña.

Si el derrumbe del pozo siete había supuesto una gran cantidad de perdidas de la que los Skavens tardaron mucho tiempo en recuperarse, para Nagash, todo aquello le supuso un autentico desastre. Al final, los repetidos contraataques enemigos detuvieron a sus tropas de avance —que habían quedado aisladas de los refuerzos— en el pozo ocho y las destruyeron a lo largo de varios días. La pérdida de recursos había sido asombrosa, tanto que cuando el enemigo contraatacó la siguiente semana, los hombres rata recuperaron rápidamente los pozos cinco y seis, dejando a Nagash aún en peores condiciones que antes.

Dado que había perdido la mayor parte de sus soldados No-Muertos, Nagash empezó a depender cada vez más de los guerreros bárbaros, cosa que le irritaba. Cuando comenzó la guerra, los norteños suponían poco más de un tercio de sus enormes fuerzas. Décadas después, casi la mitad del ejército era de carne y hueso. En aquellos días, Nagash se veía obligado a posicionar sus compañías con gran cuidado y mantenerse preparado para aportar su propio poder cuando la situación lo requería.

Un conflicto sin aparente final[]

A lo largo de los siguientes años, Nagash había arremetido varias veces contra el enemigo, buscando el arma perfecta que los expulsase por fin de la montaña; pero los Skavens se adaptaban con rapidez a cada nueva táctica que empleaba, desde vapores venenosos a plagas que hacían hervir la sangre. Los hombres rata sufrían de manera terrible y, de vez en cuando, uno de los pozos superiores caía de manera temporal en manos de los guerreros de Nagash, pero en cada ocasión sus fuerzas carecían de la fortaleza para consolidar sus ganancias y rápidamente las volvían a perder.

Y, mientras tanto, su suministro de la valiosa Piedra Bruja se iba reduciendo. Mientras que otrora se había creído seguro durante milenios gracias a las riquezas de la gran montaña, ahora se veía obligado a acaparar cada partícula de reluciente roca, gastándola sólo cuando no había más remedio.

Por si fuera poco, el Señor Gris Velsquee había adoptado una estrategia de dos frentes que hizo que los Hombres rata fueran ganando terreno poco a poco, obligando a las fuerzas del Gran Nigromante a actuar a la defensiva, mientras que los skavens lograban reunir suficientes guerreros para mantener una ofensiva lenta pero implacable. Habían despejado gran parte del pozo siete a lo largo de los últimos años y los skavens habían presionado más allá de éste hacia niveles a los que no habían llegado desde el comienzo de la guerra. Ahora la victoria parecía inevitable y los señores skavens ya estaban maniobrando para aprovechar al máximo el período subsiguiente.

Durante el año -1.285, a medida que las fuerzas skavens cercaban los últimos pozos de Nagash, a Eekrit y sus asaltantes se les había ordenado penetrar en las criptas y almacenes inferiores de la fortaleza como preparativo para el ataque final. Además de elaborar un mapa detallado de los niveles inferiores, los asesinos-exploradores les tendieron emboscadas a grupos aislados de norteños, necrófagos y No Muertos, provocaron incendios en depósitos o laboratorios sin vigilancia y, en general, sembraron la confusión entre las filas enemigas.

Era una labor peligrosa y angustiosa; no había forma de crear nuevos túneles dentro de la fortaleza propiamente dicha y, por primera vez, el enemigo conocía el territorio mucho mejor que ellos. Había patrullas de Nagash por todas partes y el propio nigromante podía reforzarlas con una velocidad y eficiencia inquietantes. Eekrit se había visto obligado a dividir sus fuerzas en grupos cada vez más pequeños con la esperanza de evitar ser detectados, enviando a veces partidas de exploración de tres skavens o menos hacia las zonas más intensamente patrulladas. Muchos de ellos se aventuraron a entrar en las oscuras criptas y nunca se los volvió a ver.

A pesar de lo mal que estaban las cosas, Eekrit hizo todo lo posible por darles la impresión a Velsquee y los otros señores skavens de que estaban aún peor. Después de pelear durante tanto tiempo para derrotar a la su horda no muerta, ahora el señor de la guerra se encontró luchando desesperadamente para retrasar lo inevitable. A lo largo de los últimos años, el ejército skaven se había mantenido completamente a la ofensiva, apoderándose de un pozo tras otro en una serie de batallas brutales, aunque en última instancia victoriosas.

La velocidad del avance skaven había sido tan rápida y decisiva que Velsquee y los otros señores de la guerras se habían visto obligados a trasladarse de la fortaleza subterránea a un campamento temporal en el pozo cuatro para coordinar mejor los movimientos de sus remotas compañías. Ahora estaban concentrando una enorme fuerza enfrente del último grupo de barricadas del enemigo y Velsquee aguardaba el momento oportuno para atacar.

Sin embargo, este aparente racha de buena suerte no era mas que un elaborado plan de Nagash. Sus fuerzas no estaban tan débiles como le hizo creer al enemigo, ni tan desesperados. Cada derrota, cada retirada de los últimos cinco años, se llevó a cabo con un propósito en mente: hacer que los invasores cayeran en una trampa de la que nunca escaparán.

La velocidad de la retirada de las fuerzas de No Muertos ha obligado a los Skavens a perseguirlos, estirando sus líneas de comunicación y complicando la capacidad de sus líderes de controlar a sus tropas. Los líderes de los hombres rata se han visto obligados a abandonar la seguridad de su fortaleza subterránea y trasladarse al pozo cuatro para poder dirigir al ejército y promover sus ardides, listos para lanzar la ofensiva final con la que apoderarse de Pico Tullido por completo. Lo que no sabían, es que Nagash tenía preparada una terrible contraofensiva, lista para caer sobre ellos.

Tan absorto estaban los Skavens, que no se dieron cuenta de la existencia de varios túneles ocultos que dan a los cuatro pozos superiores. El plan de Nagash consistía en lanzar a todas sus huestes con las que invadir el campamento base del enemigo, matar a sus líderes y luego caer sobre el ejército enemigo por la retaguardia.

Nagash se lo jugaba todo a una sola carta, si todo salia bien, para el siguiente día, los invasores estarían en plena retirada. Sin embargo, era un plan arriesgado, pues dejaba las defensas de los niveles que controlaba apenas apenas protegidas. Si los Skavens consiguieran aislarlo, aunque fuera poco tiempo, podrían penetrar sus defensas y apoderarse de la fortaleza con facilidad.

Era un todo o nada, quien ganase en la siguiente batalla, se quedaría con toda la montaña.

La Gran Batalla por el Pico Tullido[]

Los Skavens avanzaron hacia la posición del Gran Nigromante por las aparentes desprotegidas galerías, pero eso era lo que precisamente Nagash esperaba. Tras consumir un pequeño fragmento de las escasas reservas de Piedra Bruja que le quedaban, llevo a cabo un ritual que había creado años atrás y había reservado previendo ese mismo momento. Mientras las fuerzas Skavens se acercaban, llevó al cabo un conjuro que activó la trampa que había preparado durante años.

Cuando llegó al final del conjuro, le dio un puñetazo a la pared y desató una fracción de la energía que tenía acumulada; desatando una serie de explosiones por las galerías por las que avanzaban las huestes Skavens. Cientos de hombres rata murieron en el acto por la onda expansiva, destrozando sus cuerpos y lanzándolos por los aires.

Después de asentar el primer golpe al ejercito, Nagash ordenó a su huestes que avanzaran, con la orden resonando en las mentes de sus guardaespaldas y lugartenientes. Los tumularios se lanzaron hacia delante en una silenciosa y mortífera oleada; otro de los conjuros del nigromante les había proporcionado una velocidad sobrenatural a sus movimientos. Nagash los siguió, examinando el campo de batalla con su mirada ardiente en busca de enemigos, y los bárbaros cargaron tras él. Gritos y aullidos llenaron el aire. Nagash pudo oír la carga de los guerreros bárbaros a su derecha e izquierda. Había encomendado a sus lugartenientes mortales bloquear a cualquier posible rescatador que avanzara desde las fuerzas enemigas situadas en los pozos superiores e inferiores. Ellos protegerían los flancos mientras él y sus guerreros corrían hacia el pabellón y mataban a todas las criaturas rata que encontraran allí.

Durante los primeros minutos, los únicos hombres rata que encontró Nagash fueron los cuerpos retorcidos y destrozados de aquellos a lo que había alcanzado la explosión inicial. Oyó gritos estridentes y alaridos de pánico delante y a ambos lados, perdidos tras los montones de suministros y las arremolinadas volutas de polvo. Sus guardaespaldas tumularios habían alcanzado el borde posterior de la nube de humo que había creado el nigromante; no eran más que siluetas temblorosas teñidas por tenues halos de luz sepulcral verde. Los guerreros no muertos siguieron avanzando rápido y sin pausa a través de la nube hirviente, empujados por la aborrecible voluntad de su amo.

Nagash se abalanzó hacia el torbellino tras ellos. Se encontraban a unos trescientos metros de los túneles de asalto cuando Nagash oyó gritos y alaridos en las nubes de polvo más adelante. Fuegos fatuos parpadearon en amplios arcos mortíferos y los chillidos de los hombres rata se interrumpieron. Un instante después, el nigromante se encontró con el primer cadáver. Los hombres rata habían muerto a medio paso mientras avanzaban a trompicones y a tientas entre el polvo. Se les había quemado el pelaje, junto con las orejas y los ojos hundidos. Muchos todavía estaban desplomándose en el suelo cuando el nigromante pasó rápidamente.

Y entonces, sin previo aviso, había hombres rata por todas partes. Salieron gritando del velo de polvo desde todos lados, con los hocicos ampollados y sangrantes y mostrando los dientes parecidos a cinceles. Las espadas de los tumularios titilaron por el aire, atravesando armadura y hundiéndose en la carne. Las hojas congelaban la sangre y silenciaban los corazones de aquellos a los que tocaban; Nagash vio a hombres rata tambalearse bajo los golpes y cómo su último aliento brotaba en forma de chorros de vapor reluciente mientras caían. Aún más criaturas atacaron a Nagash desde derecha e izquierda. Aquellos que habían logrado evitar que los cegara la tormenta corrieron directamente hacia él con las espadas en alto listas para golpear.

El Gran Nigromante se enfrentó a ellos con una risa cruel y un conjuro blasfemo. Franjas de fuego verde surgieron de los dedos de esqueleto de la mano libre del nigromante y se hundieron entre los hombres rata situados a su izquierda. Las criaturas se desplomaron gritando de dolor mientras sus cuerpos hervían desde el interior hacia afuera.

Las saetas mágicas apenas habían salido a toda velocidad de su mano, cuando Nagash se volvió hacia los hombres rata que se acercaban a la carga desde su derecha. Su espada destelló trazando arcos borrosos mientras se clavaba en armadura, carne y hueso y apagaba la vida que guardaban en su interior. Los golpes de los hombres rata se desviaban de su armadura hechizada o se estrellaban contra las escamas. Les hizo señas a los miserables seres rata, desafiándolos a emplear sus peores artimañas, y sus ojos ardientes se mofaron mientras morían bajo su espada. Cuando no quedaron más enemigos a los que matar, dio media vuelta y regresó con paso airado a través de las nubes de polvo, dándoles caza a tambaleantes hombres rata cegados y matando a todos los que pudo encontrar.

La lucha apenas duró un minuto. Un momento Nagash se hallaba perdido en un éxtasis de masacre y al siguiente se encontraba en medio de pilas de cuerpos sin vida observando cómo los hombres rata que quedaban con vida huían adentrándose más en la nube de polvo hacia el lejano pabellón. El sanguinario alarido del nigromante sacudió el éter mientras sus tumularios y él emprendían la persecución de los hombres rata que se batían en retirada. Ahora nada podría detenerlo.

Los guardaespaldas de Nagash luchaban en un amplio semicírculo alrededor de su señor, cada uno rodeado de media docena de enemigos. Habían perseguido a los hombres rata que se batían en retirada a través del velo de polvo, adelantando y matando a veintenas de aquellos infelices antes de tropezar con otra turba de criaturas mucho más grande. Los Skavens se lanzaron en avalancha contra los tumularios y los aislaron con rapidez; a continuación, el resto de la turba concentró su atención en el propio nigromante.

En esta ocasión, el Gran Nigromante estaba totalmente rodeado. A pesar de que mataba a decenas de Hombres Rata, otros tanto rápidamente ocupaban su lugar, sin dejar de atacar al odiado enemigo desde todos los ángulos. La inmensa mayoría de sus estocadas fueron bloqueados o desviados, pero ante tal lluvia de ataques era inevitable que algunos conseguía evadir las defensas del nigromante y dar en el blanco. Aunque se necesitaba muchos golpes para hacerle caer, y el nigromante se dio cuenta de lo peligrosa que se había vuelto su situación.

Empelando su magia, Nagash escapó de aquel peludo torbellino de hostilidad, para luego desatar una tormenta de saetas mágicas que causó estragos en la turba de criaturas-rata. Decenas de sus atacantes murió donde estaba, y el resto dio media vuelta y huyó. Los hombres rata que se batían en retirada sembraron el pánico entre sus compañeros y, en cuestión de momentos, toda la multitud estaba en plena huida, desapareciendo en la arremolinada nube de polvo.

Nagash se detuvo un momento para evaluar sus fuerzas. Todavía contaba con considerables reservas de poder, aunque había gastado mucho más de lo esperado desde que comenzara el ataque. Sus tumularios lo esperaban, infatigables y mortíferos como siempre, a pesar de las bajas. Lo que es más, podía oír más sonidos de combate a derecha e izquierda. Sus columnas de flanqueo habían sido objeto de ataques coordinados. Lo que debería haber sido un asalto rápido y devastador contra el campamento enemigo se estaba convirtiendo rápidamente en una batalla campal. Nagash ordenó a sus fuerzas no-muertas que avanzaran. Cuanto más rápido llegaran al pabellón, más probabilidades había de que el plan tuviera éxito.

Pronto, el gran Nigromante y sus fuerzas se encontraron al borde de un amplio espacio despejado, donde había cientos de descomunales hombres rata fuertemente blindados dispuestos en filas de ocho guerreros en fondo y que sostenían pesadas alabardas de bronce listas. En el centro de esta poderosa formación se erguía Velsquee, embozado en una armadura grabada con oro, y el Vidente Gris Qweeqwol en lo alto de una tarima donde concentraba grandes cantidades de poderr magico. Un bosque de estacas de madera desnudas que se extendían por el terreno despejado unas cuantas docenas de pasos más allá de los hombres rata.

Nagash levantó la espada en un gesto de desafío y recurrió al poder de la piedra bruja para desatar una tormenta mágica desató sobre los guerreros enemigos, pero Qweeqwol recorrió al poder de la tarima y logró disipar su ataque mágico. Aunque el dominio del Vidente Gris sobre poder de la Piedra Bruja no era tan grande como el del nigromante, era lo suficiente para desviar sus hechizos. Nagash reconoció a regañadientes que los hombres rata habían vuelto a sorprenderlo. Por fin tenía a los líderes del ejército enemigo a su alcance. Destruirlos le proporcionaría la victoria que llevaba buscando casi cien años, pero para él estaba claro que sería muy difícil de obtener. Sin mas preámbulos, ordenó a sus fuerzas cargar.

Los dos bandos se encontraron con un vibrante estruendo de metal, carne y hueso. Los guerreros bárbaros de Nagash de la primera fila chocaron contra el muro de alabardas y murieron casi de inmediato, derribados por las pesadas hojas de las armas de los guerreros alimaña. La segunda fila de bárbaros sufrió un destino similar, pero ahora los soldados no Muertos de Nagash ya habían superado las armas de mango largo del enemigo y estaban atacando a los hombres rata con sus temibles espadas. Los norteños siguieron su ejemplo con rapidez, asestándoles golpes con espadas y hachas a los mangos de madera de las armas del enemigo y adentrándose más en la formación enemiga. El estruendo de la batalla empezó a verse interrumpido por el ruido sordo del metal contra la carne y los gritos de los mutilados y los moribundos. Bárbaros, No Muertos y Skavens cayeron a montones.

Mientras sus huestes se enfrentaban al odiado enemigo, Nagash se enzarzó en un duelo mágico contra el Vidente Gris Qweeqwol. Atacó al enemigo una y otra vez, pero en cada ocasión el hechicero skaven fue capaz de contrarrestar sus hechizos. La brutal batalla se desplazó de un lado a otro del campo de batalla, sin que ninguno de los dos bandos lograra imponerse. Frustrado, el nigromante cambió de táctica y dirigió su magia hacia sus guardaespaldas. Multiplicó el vigor de éstos, aumentando la velocidad y fuerza de los tumularios, y esta vez el enemigo no hizo nada para detenerlo. Sus lugartenientes se hundieron en las filas de los hombres rata, derribando guerreros enemigos a derecha e izquierda.

Por su parte, los Skavens lanzaron varios orbes alquímicos lleno de sustancias explosivas contras las fuerzas bárbaras. Al estallar, la voraz llamarada limpió a sus víctimas hasta el hueso en cuestión de segundos y sembró el pánico entre los bárbaros que se encontraban cerca. Los norteños vacilaron bajo el ataque y, con un grito ronco, los hombres rata empezaron a empujar obligando a los bárbaros y los tumularios a ponerse a la defensiva.

Entonces Nagash sacó su as bajo la manga. A una orden suya, compañías de lanceros esqueletos comenzaron a entrar en las criptas, con sus huesos envueltos en telarañas y el polvo de décadas. Se trataba de las reservas de Nagash, cubiertas con las mejores armas y armaduras que las fundiciones de Nagashizzar podían crear y preparadas para la batalla final, ocultos durante décadas, lejos de los ojos de los skavens y sus espías.

Detrás de las compañías de esqueletos venía una veintena de temibles máquinas de guerra blindadas moldeadas con aspecto de escarabajos, escorpiones o veloces arañas del desierto. Las creaciones atacaron sin previo aviso; saltaron desde las sombras o cayeron del techo en medio de los esclavos skavens. Murieron muchísimos antes de que los maestros de esclavos comprendieran qué estaba pasando. La mayoría reaccionó lo mejor que pudo, intentando que los aterrorizados esclavos volvieran a formar a base de insultos, amenazas y el roce del látigo. A otros les entró el pánico y salieron corriendo, y sus esclavos huyeron momentos después.

Para cuando las compañías de lanceros atacaron, ya había brechas en la línea de batalla enemiga. Se enviaron mensajeros a los niveles inferiores, suplicando refuerzos, pero para entonces ya era demasiado tarde. La despiadada masacre hizo que los esclavos rompieran filas; se volvieron contra sus amos y salieron corriendo, desesperados por escapar de los esqueletos que se acercaban.

Los guerreros de Nagash los siguieron, incansables e implacables, atendiendo la llamada de su señor. Los Hombres Rata contraatacaron lanzando grandes cantidades de esferas de fuego desde sus catapultas, destruyendo a mas guerreros no muertos. El nigromante usó su poder para devolver a la vida a los bárbaros y skavens muertos para reponer sus perdidas.

Qweeqwol trató de contrarrestar el hechizo pero fracasó, pero el ingeniero brujo Vittrik pudo compensarlo con sus catapultas, que lanzando sus proyectiles por encima de los combatientes para cayeran las filas de los no muertos recién resucitados. Muchísimos cadáveres de movimiento lentos se vieron atrapados en las detonaciones; segundos después, sus huesos carbonizados se desplomaron y no volvieron a levantarse.

El nigromante volvió a usar su oscura poder pero esta vez para transportarse mágicamente hacia las catapultas. Las dotaciones de esclavos skavens salieron corriendo de inmediato cuando Nagash se materializó justo en medio de ellos. Vittrik trato de organizar a los asustadizos esclavo pero de poco sirvió. El Nigromante logró agarrar a uno de ellos y lo arrojó contra el cajón de esferas de fuego situado más cerca, volcándolo y haciendo que varios de los brillantes orbes de cristal rebotaran por la piedra. El equipo de la catapulta chilló aterrorizado; los más rápidos se lanzaron a por las esferas saltarinas, mientras que el resto huyó para salvarse. Ninguno fue lo bastante rápido. Una de las esferas detonó y media docena de hombres rata desaparecieron en una creciente bola de fuego que hizo estallar las esferas restantes en medio de un cacofónico redoble de explosiones.

El Señor Gris Velsquee se estaba enfrentando a los tumularios de Nagash cuando se produjeron la explosiones. Velsquee se quedó momentáneamente distraído por ello pero los campeones esqueleto no demostraron ningún interés en las explosiones ni las bolas de fuego y aprovecharon la distracción e intensificaron su ataque contra el Señor de la Guerra Skaven, que pudo salvar sus vida gracias a sus protecciones de piedra bruja. Los tumularios se lanzaron hacia adelante, preparándose para atacar de nuevo, pero Velsquee se las ingenió para aprovecharse de sus movimientos autómatas, y los destruyó con la ayuda de sus tropas. Detrás de él, las explosiones habían cesado, pero parte de la tarima de madera seguía ardiendo. No había ni rastro del ingeniero brujo Vittrik o Qweeqwol, pero pudo ver a un maltrecho Nagash y fue hacia él.

Poco a poco, de modo vacilante, Nagash se puso en pie en medio de la zona del desastre. Su armadura lo había librado de recibir toda la fuerza de las detonaciones, pero aún así había sufrido heridas de consideración y tenia varios huesos rotos. Con todo, había salido muchísimo mejor parado que el ingeniero rata y sus equipos, de los que no quedaban nada excepto manchas de ceniza y unos cuantos trozos de hueso ennegrecido. El Vidente Gris Qweeqwol tampoco se salvó. La tarima en la que se encontraba estaba destrozada y cubierta de cuerpos humeantes y fragmentos de bronce fundidos, y su cadáver yacía en el suelo con un fragmento de metal de unos treinta centímetros de largo alojado en el cuello.

Nagash se disponía arrebatarle los fragmentos de piedra de disformidad que tenia, cuando ene se momento llegó Velsquee para atacarlo. El nigromante se puso en pie rápidamente y levantó su espada de obsidiana justo a tiempo para bloquear el golpe descendente del hombre rata. Nagash intentó hacer retroceder al hombre rata, y su hoja de obsidiana resonó contra la armadura del señor de la guerra, aunque su magia desvió la espada. No obstante, el hombre rata se negó a ceder terreno y su espada mágica atravesó la armadura debilitada del nigromante y se le enterró en el hombro izquierdo.

Sin pensarlo, Nagash levantó la mano izquierda y agarró la muñeca derecha del señor de la guerra. Dio media vuelta con un gruñido, levantando al señor de la guerra del suelo y arrojándolo peldaños abajo. Al hombre rata se le escapó la espada de la pata y cayó con fuerza y despatarrado de espaldas. Nagash se sacó la hoja del hombro y la arrojó a un lado con desdén a la vez querecurrió a una última mota de poder par a fulminar a Velsquee. Una expresión de asombro apareció en la cara del hombre rata y luego éste se agachó cubriéndose la cabeza con los brazos. Nagash se rio del su vano intento dpor salvarse cuando una resplandeciente esfera verde chocó contra la tarima detrás de él.

El antiguo comandante de la fuerza expedicionaria Eekrit y su lugarteniente Eshreegar, habían logrado escabullirse hacia la batalla, encontrando fortuitamente una esfera de fuego intacta, y viendo su oportunidad la usaron para destruir a Nagash, pero debido al peso del proyectil, fallaron el disparo por poco. Aún así lograron herirle de gravedad, y dado que apenas le quedaban fuerzas, Nagash decidió escapar antes que afrontar la total destrucción.

A pesar de la huida de sus señor, los guerreros no muertos continuaron batallando. El herido Señor Gris Velsquee quería seguir luchando y aprovecharse de la ausencia del nigromante, pero Eekrit le convenció de lo contrario. Los hombres ratas había sufrido también cuantiosas bajas como para continuar la confrontación. Frustrado, Velsquee le cedió el liderazgo a Eekrit, quien de inmediato ordenó la retirada para salvar lo que le quedaban de fuerzas.

El restituido Señor de la Guerra era consciente de que, a pesar de las cuantiosas bajas que le habían ocasionado a las fuerzas no muertas, habían perdido la batalla y, posiblemente, también la guerra. Mucho dependía de lo alto que fuera el precio que Nagash había pagado por su victoria.

Una paz indeseada[]

Los días posteriores a la batalla en el pozo cuatro habían sido un espantoso suplicio para los Skavens. Para cuando consiguió convencer de su autoridad a los señores de clan que habían sobrevivido y organizar una defensa creíble contra los ataques del hombre ardiente, los hombres rata se habían visto obligados a retroceder hasta el pozo ocho y casi la mitad del ejército había sido destruido. Aún peor fue la pérdida de material; a todos los efectos, toda la caravana de pertrechos del ejército había sido capturada o destruida cuando el pozo cuatro había sido invadido. Incluso con acceso a los mercaderes de la fortaleza subterránea, el ejército ya tendría bastantes dificultades para alimentarse a corto plazo, más aún para luchar contra el enemigo.

Pasaron semanas antes de que Eekrit pudiera regresar a la fortaleza subterránea, sólo para descubrir que Velsquee se había ido. La explicación oficial era que sus heridas requerían los cuidados de los mejores cirujanos de la Gran Ciudad, pero a Eekrit le resultaba obvio que el Señor Gris estaba intentando alejarse lo máximo posible del desastre.

Los grandes clanes se habían cansado de la larga guerra bajo la montaña; muchos habían perdido tanta sangre y dinero a lo largo de los últimos cuarenta años, que sus posiciones en el Consejo se habían vuelto vulnerables. En los meses posteriores, la alianza de clanes que constituía la fuerza expedicionaria empezó a desmoronarse y varios clanes empezaron a retirar a sus guerreros. Lo único que Eekrit pudo hacer fue intentar atraer al mayor número de clanes menores que pudo para que ocuparan su lugar.

Mientras tanto, Nagash continuó golpeando a los skavens. Con nuevas reservas de piedra divina en su poder, arrojó una oleada tras otra de esqueletos y cadáveres hambrientos de carne contra las defensas de Eekrit, que lo máximo que podía hacer era conservar lo que tenía e infligirle tantas bajas al enemigo como pudiera.

A lo largo de los siguientes años, Eekrit se vio obligado a entregar un pozo tras otro hasta que solo les quedó un pozo bajo su control. Si éste caía, el enemigo llegaría a los túneles que conducían a la mismísima fortaleza subterránea. Sin embargo, tras esperar una larga temporada, por alguna razón, el Nigromante no lanzaba el asalto definitivo. Eekrit sospechaba que Nagash ya no disponía de las fuerzas necesarias apra expulsarlos definitivamente, y aún guardaba la esperanza de que el Consejo de los Trece enviara nuevas tropas para reiniciar la reconquista.

Tras su larga ausencia, el señor gris Velsquee finalmente regresó a al fortaleza, pero no con un nuevo ejercito, si no con malas noticias: El Consejo de los Trece lo habían enviado allí con una declaración oficial para dar por terminada la alianza de clanes y disolver la fuerza expedicionaria.

El Consejo de los Trece ya no quería saber nada más de Pico Tullido, al que ya llamaban el Pozo Maldito, pues había resultado ser una inútil sangría de recursos. Hasta los Videntes Grises llegaron a enfrentarse entre ellos por el asunto. Los skavens habían estado luchando contra las legiones no muertas del nigromante durante décadas siendo incapaces de derrotarlos. E incluso si fueran capaces de atravesar sus fuerzas y enfrentarse en persona contra el hechicero, los videntes grises no se creían capaces de salir victoriosos. Por ello, habían decido darse por rendidos en su conquista. Además, a esas alturas los ampliamente expandidos Skavens ya habían descubierto otras importantes reservas de Piedra bruja y Pico Tullido no era tan necesario.

En ese momento, llegó un grupo de enviados No-Muertos de Nagash, que traían una oferta de pacto de su señor.

A pesar de la frustración que le causaba, a Nagash no le quedaba mas remedio que negocias con los Skavens. Aquel prolongado conflicto había mermado hasta casi la extenuación sus fuerzas y recursos, por lo que no podía permitirse continuar por mas tiempo. Además, Nagash tenía otros planes y los Skavens era distraían, así que cerró un infame pacto con los líderes Skavens: Se comprometía a proporcionarles grandes cantidades de piedra bruja a cambio de esclavos y otros tributos. La única condición que imponia era que abandonaran sus minas debajo de Nagashizzar.

Tras muchas deliberaciones, los líderes Skavens la oferta. Desde luego esto no era lo que el Consejo deseaba, hubieran preferido ganar la guerra para quedarse con toda la Piedra bruja de la montaña, pero sus reservas de guerreros no eran inagotables, y un poco de Piedra Bruja era preferible a continuar una guerra incierta, donde era posible no conseguir nada. Tras sellar el pacto, el Consejo de los Trece ordenó a todos los Skavens que mantuviesen una “distancia diplomática” respecto a los dominios de Nagash, mientras ideaban métodos más sigilosos para intentar robarle la deseada Piedra bruja. La mayoría de estos intentos fracasaron.

Por supuesto, ni Nagash ni los Skavens se olvidaron del deseo de destruir por completo al otro, y hacerse con el dominio de Pico Tullido. Pero de momento esperarían, colaborarían, se espiarían, y cuando llegara el momento, harían caer su ira sobre el otro.

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