
Las Tierras Oscuras son un lugar terrible, refugio y lugar de nacimiento de toda clase de monstruos y criaturas antinaturales de todo tipo y tamaño. Allí, los Dragones y las Serpientes Aladas luchan por la supremacía en los cielos ennegrecidos por el humo, mientras que los Orcos, Goblins, Trolls, Ogros y Enanos del Caos combaten por el control de los cráteres, simas volcánicas y planicies alfombradas de ceniza. Sin embargo, los Grandes Tauros son quienes reinan como señores supremos en este lugar, pues más que criaturas vivientes son manifestaciones de la ira que desprenden las Tierras Oscuras.
Descripción[]
No hay dos Grandes Tauros exactamente iguales, y los más grandes de ellos son terribles bestias conocidas en las leyendas oscuras como Toros del Dolor, que no mueren excepto por medios violentos. Todos ellos son grandes y terroríficos, con el aspecto de enormes toros demoníacos dotados de membranosas alas de dragón. Ninguna criatura es tan buscada por los Enanos del Caos como el Gran Tauro de los picos volcánicos. Terrores supremos de los peñascos y los cráteres de fuego y ceniza, algunos especulan que los Grandes Tauros son menos una bestia y más una manifestación de la furia y el mortal salvajismo de las propias Tierras Oscuras.
La respiración de la criatura arde con una intensidad terrorífica, hasta el punto de que todo su cuerpo está cubierto por las llamas, llenando el aire a su alrededor de asfixiante humo y chispas. De hecho, incluso las espadas y las hachas se funden al intentar impactarle y las flechas se consumen antes de llegar a tocar su ardiente piel. Cuando esta bestia flamígera se desplaza por la tierra, sus cuernos dejan escapar chispas y sus pezuñas provocan relámpagos rojos a su alrededor, mientras que cuando se desplaza volando por los aires, la ola de calor que provoca deja tras de sí una estela de negruzco humo retorciéndose en densas espirales. Y con cada exhalación, su hocico escupe llamaradas y en torno a sus profundas fauces se generan espirales de grasiento humo negro. En su indescriptible furia, incluso los ojos del Gran Tauro parecen arder.

Para muchos de los que se consideran sabios en estos temas, la piel ardiente del Gran Tauro no es más que una leyenda, inspirada en los fuegos de las Tierras Oscuras. Pero aquellos que habitan el lugar saben la verdad. Temen las sombras negras rodeadas de ceniza que se ciernen sobre las Tierras Oscuras, y que a veces se precipitan a gran velocidad como cometas rojos para cazar a sus presas.
Como criaturas de llama y ceniza, los Grandes Tauros no pueden alejarse mucho de las Tierras Oscuras salvo cuando los Vientos de la Magia soplan con más fuerza, pues ninguna otra parte del mundo está tan bañada de la energía necesaria para sustentarlos: el Viento de Fuego, al que también se conoce como Aqshy. Sólo mediante la cuidadosa canalización de magia brillante puede un Gran Tauro verse atraído hacia el Viejo Mundo o incluso más allá.
Los Enanos del Caos creen que los Grandes Tauros fueron en su día Enanos del Caos que sufrieron mutaciones por el poder del Caos y se convirtieron en toros-horno vivientes, como la propia estatua de Hashut, el dios toro de los Enanos del Caos. Su apariencia, tanto en su forma como en su ardiente furia, es tan similar a la de su terrible dios que no puede ser una mera coincidencia, y por ello, con frecuencia, los Enanos del Caos denominan a los Grandes Tauros Toros Rojos de Hashut. Nadie salvo los más poderosos siervos de Hashut y los más capaces Brujos son capaces de domar a estos monstruos infernales, y los establos de bronce de estas criaturas bajo el Templo de Hashut en el zigurat de Zharr-Naggrund arden día y noche con los fuegos de los sacrificios para mantener apaciguadas a estas bestias sagradas. Sólo gracias a los más poderosos hechizos del Caos puede un Brujo Enano del Caos montar una de estas criaturas en batalla y no sucumbir a su ardiente calor y a sus voraces apetitos.
Miniaturas[]
Imágenes[]
Fuentes[]
- Ejércitos Warhammer: Enanos del Caos (4ª Edición), pág. 10
- Suplemento: Tormenta de Magia, pág. 128.
- Campaña: Tamurkhan: The Throne of Chaos, pág. 185