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Escupehierros Reinos Ogros 8ª Edición ilustración color

Los orígenes del Escupehierros son relativamente recientes, y se han convertido en una de las historias más populares que se cuentan en torno a las hogueras de los Reinos Ogros.

Historia[]

La Tribu de los Pielférrea, famosa por su amor hacia el metal y por el número de chalados armados con cañones que hay en sus filas, llevó a cabo una competición para ver quién era capaz de causar el mayor nivel de destrucción durante la Gran Purga Gnoblar del 2211. Entre los Pielférrea estaba Bhograt Siete-Panzas, un Ogro dotado de una gran fuerza física, una tripa descomunal y un muy buen ojo para aprovechar todas las oportunidades que se le presentaban. En cierto momento Bhograt dejó la competición con un brillo en la mirada, y empezó a escalar las montañas hasta llegar a las ruinas que una vez fueran los majestuosos castillos de los Titanes de los Cielos. Bhograt recordaba haber visto algo décadas atrás, cuando en su juventud había explorado aquella arrasada región.

Buscando entre las ruinas, Bhograt desenterró un enorme cilindro de bronce cubierto por elaborados frisos que mostraban escenas de la guerra en los cielos, similar al cañón de un Sueltafuegos pero mucho más grande. Se trataba de una de las piezas artilleras que los Titanes de los Cielos habían montado en las murallas de sus castillos y habían utilizado hacia el final de su guerra contra los Ogros, tantos años atrás. Bhograt decidió que ya iba siendo hora de que dichas armas volviesen a ser puestas en funcionamiento.

Domando allí mismo a un Rinobuey que encontró en las cercanías (a base de propinarle repetidos golpes de su garrote), Bhograt montó el inmenso cañón sobre aquella nueva mascota sujetándolo con cuerdas, se sentó sobre él a horcajadas, y se dirigió montaña abajo dejando que la gravedad hiciera todo el trabajo. Así, Bhograt volvió al seno de su tribu cubierto de gloria (y de raspones y arañazos causados durante el descenso, que fue más rápido y accidentado de lo que le hubiera gustado), cabalgando un enorme Rinobuey y llevando consigo aquel gran cañón de bronce completamente intacto.

Al resto de la tribu no le costó mucho adivinar lo que Bhograt tenía en mente. Los Ogros reunieron toda la pólvora negra que les quedaba y cebaron la cavernosa boca del gigantesco cañón con una bala de cañón tras otra, llenándola hasta los topes. La enorme pieza de artillería, que había sido montada en un destartalado chasis y asegurada al lomo del Rinobuey, fue llevada hasta las cuevas Gnoblars y encajada contra su entrada principal. El propio Bhograt recibió el honor de encender la mecha. Tras unos segundos de espera se produjo un reluciente estallido y un trueno ensordecedor, y la infestación Gnoblar desapareció por completo. Las docenas de chimeneas y aspilleras que había ocultas por toda la ladera (y que conectaban con las cuevas Gnoblars) escupieron una intensa lluvia de sangre y pedazos de carne verde, un aperitivo que los Ogros de la tribu Pielférrea degustaron con alegría, antes de volver al seno de la tribu y disfrutar de una celebración en toda regla. Satisfecho de haberse librado de los Gnoblars (aunque sólo fuera temporalmente, ya que tarde o temprano volverían a aparecer más), el Déspota permitió a Bhograt sentarse junto a él durante el banquete.

Desde aquel famoso día, muchos Ogros de la tribu Pielférrea han trepado hacia las cimas de las Antiguas Tierras de los Gigantes a fin de hacerse con más piezas de la vieja artillería de los Titanes de los Cielos. Y obviamente no pasó mucho tiempo antes de que todos los Déspotas de los Reinos Ogros empezasen a codiciar los cañones que ya empezaban a ser conocidos con el nombre de "Escupehierros". En la actualidad, son muchas las tribus que cuentan con extensas baterías de estos cañones, montados en grandes vagones móviles y operados por los Sueltafuegos más poderosos y ricos.

El desmadejado carro en el que se instala la enorme pieza de artillería sirve también para almacenar las grandes cantidades de pólvora necesarias para dispararla. Tal es el peso de todo el artilugio, que el Rinobuey que ha de tirar de él gruñe constantemente por el esfuerzo y la presión del arnés al que está sujeto, y hasta las ruedas de piedra que lo desplazan no suelen resistir más de unas pocas batallas antes de partirse. A los Ogros no les gusta usar cosas que requieran mantenimiento, pero la destructiva fuerza del Escupehierros les ha convencido lo suficiente como para estar dispuestos a reemplazar sus ruedas, chasis u cualquier otra pieza que se rompa (algo que ocurre a menudo, dada la tendencia de las tribus Ogras a viajar constantemente). Entre batalla y batalla, será necesario todo un ejército de Gnoblars para unir de nuevo las herrumbrosas planchas metálicas que se hayan soltado, volver a atar en su sitio los grandes cuernos que permiten cambiar el encaramiento del cañón, y en general para mantener a punto todos los componentes de la máquina de guerra (y del carro que la transporta).

En las batallas cada Escupehierros se desplazará hasta una buena posición de tiro, antes de empezar a liberar su fiera lengua de llamas con atronadores rugidos. Las múltiples balas de cañón que suelta con cada andanada son capaces de aniquilar a regimientos enteros, especialmente cuando abre fuego a bocajarro. Con el adecuado estímulo de unos cuantos pinchazos o garrotazos, el Rinobuey puede ser persuadido para lanzarse a la carga a una velocidad endiablada. Podría parecer que esta táctica es un tanto temeraria, pero hay que tener en cuenta que algo tan grande, pesado y rápido probablemente causará estragos cuando finalmente impacte; y si ese primer choque no destroza por completo al enemigo, quizás los devastadores ataques del Rinobuey (o del Ogro que lo monta) puedan acabar el trabajo.

Aun así, cuando las cosas se ponen feas para un Escupehierros, se pueden llegar a poner MUY feas. A nadie le extrañará saber que los Ogros no son precisamente los artilleros más cuidadosos del mundo, y que tienen tendencia a sobrecargar el cañón, o no cargarlo lo suficiente, o encender la mecha demasiado pronto (o demasiado tarde), o simplemente lanzarse alegremente a la carga sin pensar, dominados por la descarga de adrenalina que supone montar y disparar una pieza artillera de esas dimensiones. Por suerte los cañones de los Titanes de los Cielos fueron fabricados para durar, así que incluso tras sufrir el accidente más terrible no pasará mucho tiempo antes de que los Ogros construyan un nuevo chasis, encuentren un nuevo Sueltafuegos para operar el artilugio, y así se inicie un nuevo ciclo de violencia.

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