
El gran orbe verde de Morrslieb colgaba a poca altura en el firmamento, como el vientre de una bruja preñada. Bajo su fantasmagórico resplandor, una pequeña fuerza de guerreros esperaban nerviosos la llegada del amanecer. Los trescientos alabarderos de Wissenbeich se removían y pateaban para combatir el frío del alba. Sus orgullosos estandartes colgaban completamente lisos y su respiración creaba nubes de baho en el quieto y húmedo aire. Sus miradas estaban fijas en la espesa niebla de aspecto embrujado que envolvía el bosque frente a ellos. Desde la salida de la luna, todo tipo de perturbadores sonidos habían emanado de aquella arbolada.
Esa noche, las bestias andaban sueltas. Hacía menos de una hora que los soldados de Wissenbeich habían rastreado hasta allí a una banda de Hombres Bestia medio borrachos. Los alabarderos, todos ellos veteranos, estaban más que entrenados para enfrentarse a grupos esporádicos de incursores Hombres Bestia, si ello era necesario. El Capitán sacó su odre y bebió un chorro de vino barato de Estalia. Podía divisar un brillo en el horizonte, pero esta vez no se trataba de una aldea en llamas, sino de la lenta llegada del amanecer. Indicó a su heraldo que diera la orden de avanzar. Era la hora de finalizar la cacería.
Antes de que los alabarderos Imperiales pudiesen iniciar su avance, se oyó un cuerno. Era un sonido agudo, profundo y completamente estrafalario, que no podía ser emitido por ningún instrumento hecho por el hombre. Transcurrió otro instante de silencio, y entonces el ejército de Hombres Bestia surgió de entre la niebla.
Era como una pesadilla hecha realidad. Rebuznando, bramando, rugiendo y gritando, los Astados empezaron a manar a raudales del bosque. Y siguieron manando y manando: una interminable masa de criaturas de amplios colmillos, poderosos músculos, sucios pelajes, y puro odio en la mirada. En su ansia por matar y mutilar, avanzaban prácticamente trepando los unos sobre los otros. En medio de sus filas destacaban bestias de extravagante cornamenta, que proferían guturales cánticos de guerra y blandían totems hechos con la piel arrancada a todo tipo de criaturas de otras razas. Al frente de la línea abrían la marcha campeones pertrechados con pesadas armaduras, y chamanes de aspecto primitivo que lanzaban sobre la marcha hechizos con los que aumentar aún más la furia guerrera de sus congéneres. La salvaje horda cornuda siguió su avance, la pálida luz de la luna reflejada en los mellados filos de sus armas y en sus ojos, vidriosos por la sed de sangre.
Un gran rugido surgió al unísono del millar de bestiales gargantas, precediendo la aparición de un enorme demonio con múltiples bocas llenas de afilados colmillos y cuatro brazos acabados en grandes manos garrudas, que se abrió camino hacia ellos a través del bosque, derribando árboles a su paso. Como si respondiese a esta llamada, otro nuevo y aún más terrible grito se oyó desde el este, y de la linde del bosque salieron una docena de enormes Minotauros, Juggernauts vivientes que resoplaban furiosamente mientras cargaban de cabeza hacia las filas de los soldados de Wissehbeich, con la imparable fuerza de un Tanque de Vapor. Atraídos por la inminente batalla aparecieron otros muchos monstruos aún más grotescos y llenos de rabia, mitad aberraciones infernales y mitad criaturas del bosque. El suelo empezó a temblar bajo el atronador avance de incontables pezuñas, y el ejército de Hombres Bestias estrecho el cerco desde todas direcciones. A los veteranos de Wissenbeich se les heló la sangre en una mezcla de miedo y estupor. El Capitán Heinrich volvió rápidamente la vista hacia su espalda, hacia el camino que llevaba de vuelta a la seguridad de los muros de la ciudad, y vio con horror que sus brutales enemigos también les habían cortado la retirada.
No había escapatoria.
La bestial horda abrió sus mandíbulas y gritó al unísono una vez más.
Fuente[]
- Ejércitos Warhammer: Hombres Bestia (7ª Edición).