
Imagen ilustrativa
El Campeón de Tzeentch se abrió paso malévolamente hacia su juramentado enemigo de sangre, con su hacha alzándose y cayendo sobre un mar de sangrienta destrucción. Por encima de las olas de armas y chorros de sangre, pudo ver al Hechicero Campeón de Nurgle en la baja colina que había delante. El odio llenó su corazón de fuego y amargura, y redobló sus esfuerzos, abriéndose camino entre la creciente masa de guerreros entre ellos. Su hacha se convirtió en un borrón en movimiento, con cuerpos y extremidades cayendo en su estela como paja roja.
En el promontorio, el campeón hechicero seguía el avance de su enemigo con una fría sonrisa secreta. Cerró los ojos y reunió su voluntad. Las retorcidas runas verdes y anaranjadas roían el borde de su mente mientras preparaba el camino para el poder, pero negó su llamada de sirena hacia la locura. Preparado, el filo del cuchillo alcanzó el camino elegido, sus ojos se abrieron de golpe. Levantó los brazos y empezó a cantar.
El Campeón de Tzeentch finalmente atravesó las hordas de Nurgle. Ahora, nadie se interponía entre él y el hechicero. Empezó el ascenso y de repente quedó paralizado por el calor de una fiebre debilitante. Se tambaleó y cayó de rodillas, con el hacha cayendo de sus manos sudorosas. Muy debilitado para resistirse, observó con impotente horror cómo el hechicero se acercaba para asestar el golpe de muerte.