"Nosotros somos las espadas de la noche. Somos los guerreros de la oscuridad. Temednos, pues somos vuestra muerte."
- —Dragón Sangriento anónimo
Ser un Dragón Sangriento (oficialmente conocidos como Orden de los Dragones Sangrientos u Ordo Draconis), consiste en la búsqueda de la perfección en el arte del combate. Todo lo demás es secundario. Los demás clanes vampíricos se interesan por otras trivialidades como conquistas, poder o dominio de la magia. Los Dragones están por encima de objetivos tan pueriles. No creen en nación o líder alguno, únicamente en la pureza de su búsqueda.
Aspiran a convertirse en los guerreros definitivos, a trascender incluso la naturaleza extraordinaria de los vampiros y llegar a ser algo parecido a dioses. Y si este camino pasa por masacrar a centenares, miles o millones, que así sea. Al fin y al cabo, las espadas han de probarse.
Historia[]
El clan Dragón Sangriento tiene su origen en el deber. Abhorash no sólo era el mejor guerrero de la antigua Nehekhara, sino también el más fiel sirviente de la reina Neferata. Una noche muy oscura, Neferata salió a cazar por las calles cuando uno de los antiguos guardas, llamado Abhorash, descubrió a Neferata bebiendo la sangre de una de sus víctimas. Huyó preso del terror ante la presencia de aquella criatura irreconocible, con el cuerpo bañado de sangre y con garras y colmillos al descubierto para matar. Al día siguiente, Neferata le ordenó que se presentase ante ella en el templo y le ofreció un cáliz que estaba lleno del Elixir de la Vida. Abhorash era un capitán leal y bebió sin pensar; de esta forma selló su destino.
Abhorash[]
Cuando descubrió que se había transformado en vampiro sintió un gran horror por el engaño de Neferata, pero era su vasallo y debía acatar su voluntad. Respetando sus deseos, le procuró víctimas para saciar su sed; en un intento por protegerla, sólo le suministraba criminales y enemigos de la nación, para que el pueblo no se sublevara contra sus gobernantes.
Pero Abhorash no era sólo fiel a su reina, sino también a una idea: el honor del trono de Lahmia, la nobleza de quienes lo ocupaban y el sagrado deber para con sus leales ciudadanos. Abhorash resistió el hambre tanto como pudo en nombre de Lahmia, pero con el tiempo tuvo que ceder a sus oscuros deseos. Cuando sucumbió, su sed era tan grande que mató a doce hombres. Al día siguiente, y cada uno de los días posteriores, encendió doce cirios en el templo para recordar las vidas que había segado.
A partir de entonces sólo se alimentó de los criminales de su ciudad, y aun así lo hizo comedidamente. También se obsesionó con el dominio de su habilidad con la espada, en la creencia de que la disciplina del guerrero le proporcionaba control sobre sus nuevos impulsos.
Abhorash redactó un gran estatuto para que los señores vampiro de Lahmia pudieran seguir su ejemplo y honrar sus nobles obligaciones, fueran cual fuesen sus necesidades. Pero los Primogénitos se burlaron de su estatuto y lo ignoraron, especialmente el pomposo Ushoran, y continuaron con sus excesos y sus decadentes prácticas. Abhorash sabía que acabaría costándoles caro, pero no pudo ser desleal a sus amos.
Sus temores se hicieron realidad: la brutalidad y decadencia de Lahmia no pasó desapercibida para el resto del reino de Khemri. El sobrino de Neferata, Alcadizaar, no pudo tolerar la amenaza que suponía aquella ciudad para su soberanía, y la sed de sangre de sus gobernantes le proporcionó toda la munición que necesitaba para destruirlos. Reunió un gigantesco ejército compuesto por guerreros de todo el reino y se lanzó sobre Lahmia. Sólo había una persona capaz de rechazar la invasión: Abhorash, nombrado líder de los ejércitos de la ciudad, apodado el Sanguinario.
Durante meses, Abhorash y sus hombres mantuvieron a raya al enemigo aun a pesar de su inferioridad numérica. Miles de invasores fueron masacrados, pero no bastó. Lentamente, el ejército de Alcadizaar diezmó las filas de Abhorash, derribó las murallas de la ciudad y se adentró en ella, saqueando, incendiando y matando por doquier. Abhorash fue el único que quedó en pie defendiendo el Gran Templo de Neferata, y nadie pudo vencerle, pero a su alrededor los invasores ya habían ganado la batalla.
Su ciudad era pasto de las llamas, su pueblo había sido masacrado, y todo ello había sucedido por defender a una reina que ya no era digna de tal título, pues en lugar de proteger a sus súbditos había huido presa del pánico. Al comprender esta verdad, Abhorash renunció a toda lealtad hacia su reina, su casa y su linaje. Y al contemplar el interminable sufrimiento y la devastación que habían provocado los ejércitos de Alcadizaar, también renunció a toda su compasión por la humanidad, jurando destruirlos como también ellos habían destruido su ciudad.
Y tras esta promesa, tomó su armadura, sus armas y a sus lugartenientes de confianza y abandonó la ciudad a su suerte. A partir de entonces continuó encendiendo los doce cirios para no olvidar que la humanidad merecía ser exterminada, pues no eran más que animales, y que fue un necio al lamentarse por ellos en el pasado.
Viajó hacia el norte junto a su séquito, buscando una señal en el Viejo Mundo que diera sentido a su existencia. Al atravesar las Tierras Yermas y enfrentarse a los pieles verdes que las habitaban, dieron rienda suelta a los instintos depredadores que tanto tiempo habían luchado por controlar. La habilidad de Abhorash era tal que a día de hoy los chamanes orcos todavía narran la leyenda de la matanza llevada a cabo por aquel "ejército de degolladores".
Las antiguas tribus humanas también tienen sus propias leyendas de aquellos tiempos, al igual que los enanos, que hablan de los cinco individuos que no dejaban más que muerte a su paso. Pero ni aquellos ni otros festines lograron aplacar la cólera de Abhorash ni darle un sentido a su no-vida. Le enfurecía verse esclavo de sus impulsos animales, ya que no le hacían mejor que los nobles a quienes despreciaba o las alimañas humanas que le rodeaban. Jamás llegaría a ser un auténtico guerrero mientras le dominase el hambre.
Muchos años después, Abhorash y sus seguidores llegaron a una montaña cuya cima estaba envuelta en llamas. Ansioso por provocar más destrucción, el vampiro subió a la cima él solo y se topó con un dragón descomunal, rojo como la sangre. Cuenta la leyenda que, mientras duró su combate, las montañas se estremecieron y los relámpagos partieron las rocas. Lucharon durante un día y una noche, hasta que finalmente el vampiro abatió a la anciana sierpe, y mientras yacía moribunda se lanzó sobre ella y bebió hasta hartarse.
Después, Abhorash profirió un grito de triunfo, pues su búsqueda había tocado a su fin. La sangre del dragón rojo había aplacado para siempre sus ansias bestiales, y con ello también desapareció su temor al sol. Se había convertido en la criatura definitiva, dotada de toda la fuerza y poder de un vampiro sin ninguna de sus debilidades. Había alcanzado la perfección, y al hacerlo encontró algo nuevo en lo que creer: en sí mismo.
Abhorash exhortó a sus discípulos a seguir su ejemplo y perfeccionar su destreza marcial hasta convertirse en los guerreros definitivos, y con ello trascender el vampirismo y todas las demás limitaciones del débil mundo mortal. Sus seguidores juraron hacerlo, y adoptaron el nombre de Dragones Sangrientos.
El Ordo Draconis[]
Poco después de que Abhorash experimentase su transformación, desapareció sin instruir a sus hombres cómo habían de seguir su ejemplo. Fue el lugarteniente predilecto de Abhorash, Walach Harkon, quien estableció la estructura que les conduciría a su objetivo. Tras la desaparición de Abhorash, Walach encontró una pequeña fortaleza en las Montañas Grises, al noroeste de Nuln.
Antaño, el Ordo Draconis, o los Caballeros de la Orden del Dragón Sangriento, eran una de las más antiguas y nobles Órdenes de caballería del Imperio, respetados por todos como sus defensores. Su gran fortaleza-monasterio, la Torre Sangrienta, defendía los pasos que conducían a Bretonia, y era famosa por la inexpugnabilidad de sus murallas y el valor de sus defensores, cuyo estandarte era un draco negro sobre un fondo rojo. Para Walach la señal no pudo ser más evidente.
Por como nos cuenta el Libro de las Lamentaciones, una noche un hombre de elevada estatura y porte noble apareció a las puertas de la fortaleza y pidió poder unirse a la Orden. Se presentó como Walach de la familia Harkon. Con su admisión se selló el destino de la Orden. Aquella misma noche, Walach atravesó las puertas de la Torre Sangrienta y desafió a toda la orden de los Caballeros Templarios a un combate singular. Uno a uno, acabó con todos los caballeros así como con sus escuderos. A los que consideró merecedores de tal honor les dio una porción de su sangre y los bendijo con la maldición de la inmortalidad, convirtiéndose en el nuevo Gran Maestre de los Caballeros Sangrientos.
A la mañana siguiente todos los que fueron considerados débiles habían muerto y resucitado como para servir como hombres de armas tumularios, mientras que los guerreros más fuertes, nobles, hábiles y hermosos habían recibido el Beso de Sangre, convirtiéndolos en Vampiros. Aquellos caballeros renacidos juraron lealtad a Walach, su nuevo gran maestre. Así fue como nacieron los caballeros del Dragón Sangriento, y poco después iniciaron su reinado del terror.
El estilo de vida caballeresco se adecuaba perfectamente a la búsqueda de los vampiros. La devoción a una causa superior les permitía concentrarse en su entrenamiento y sus pruebas. Sin embargo, no valoraban vida alguna salvo la propia, carecían de fronteras que proteger y compartían el desdén de Abhorash hacia la humanidad. Así, no pasó mucho tiempo antes de que en sus costumbres caballerescas proliferasen los excesos y las complacencias. Se alimentaban de todos los que viajaban por las montañas sin respetar el código de Abhorash, y culminaban todas las cacerías celebrando un festín de sangre. En vez de proteger a los hombres que les habían sido confiados, los Caballeros Vampiro los cazaron como si fueran una manada de lobos voraces. Las doncellas Vampiro, las esposas de los Caballeros, se bañaban en sangre para mantener su eterna juventud. La Orden se convirtió en la más terrible y poderosa fuerza que el Viejo Mundo jamás haya conocido.
Durante muchos años, los Caballeros Sangrientos mantuvieron su auténtica naturaleza oculta al resto de la sociedad humana, pero finalmente la Iglesia de Sigmar, extrañada por los informes de gente desaparecida durante la noche, descubrió la terrible verdad. La corrupción de la Ordo Draconis fue descubierta por el cazador de brujas Gunther van Hal, que reunió la totalidad de los efectivos de cuatro órdenes Templarias del Imperio se reunieron para destruir a los Caballeros Vampiro, orgullosos de poder demostrar así su poder y su virtud, iniciándose así el asedio de la Torre Sangrienta.
La Torre Sangrienta fue asediada. Durante tres largos años la orden vampírica resistió, hasta que al final los asediantes consiguieron abrir brecha y la torre fue incendiada. Enfrentados a una fuerza muy superior, los Caballeros Vampiro se vieron obligados a abandonar su hogar ancestral. Fueron perseguidos por los Templarios y los Cazadores de Brujas, hasta que se creyó que habían sido totalmente examinados. La Torre Sangrienta quedó en ruinas, pero su maligno legado no fue olvidado. La verdad fue muy diferente. Cuando su fortaleza-monasterio fue saqueada, los Caballeros del Dragón Sangriento se dispersaron. Huyeron de sus perseguidores dirigiéndose hacia Bretonia, Estalia, Tilea y aún más allá para establecer sus propios dominios.
Actualidad[]
Aunque los Caballeros de la Torre Sangrienta son quizás los más famosos de entre los vampiros guerreros, no son los únicos hijos de Abhorash. En las tierras de Tilea, Estalia, Arabia y Bretonia existen también leyendas de Caballeros Vampiros. El más infame de todos ellos fue el legendario Duque Rojo, el Azote de Aquitaine. Este poderoso Señor de los Vampiros prosperó en la tierra de Bretonia; pero, tras la sangrienta y dura batalla de los Campos de Ceres, el gobernante de Aquitania consiguió destruir sus legiones no muertas. Aunque su ejército fue devastado, él consiguió escapar y muchos todavía piensan que se esconde en las montañas o bosques perdidos de Bretonia. ¿quién sabe dónde más pueden encontrarse otros Vampiros del Clan Dragón Sangriento? Quizás bajo la apariencia de un orgulloso guerrero ermitaño que viva en las cumbres de las montañas donde se encontraría perfeccionando sus habilidades con las armas. ¿Cuántos asesinos de rostro pálido como el marfil esconden los colmillos de un depredador tras sus máscaras? ¿Cuántos caballeros de Órdenes Templarias recluidas son, en realidad, criaturas inmortales de las tinieblas? Los Vampiros del Clan Dragón Sangriento pueden hallarse guardando lugares como puentes y vados, donde desafían a todo aquel que intenta pasar a probar su valía. Los Vampiros del Clan Dragón Sangriento perfeccionan y practican diferentes estilos de lucha sin cesar, pues la rabia que se apodera de ellos rara vez les deja tiempo para el sosiego.
Actualmente, siglos después de la derrota de la Orden, se rumorea que la Torre Sangrienta vuelve a estar habitada y que los Caballeros inmortales se alimentan de sangre humana en sus salones. Una vez más, las leyendas de los Caballeros que cazan por la sangre son contadas entre susurros. En las frías catacumbas que hay bajo la Torre, las tumbas de los héroes del pasado vuelven a servir de lugar de descanso para los Vampiros.
Servidos por los Caballeros inmortales, los Vampiros del Clan fundado por Harkon son una fuerza muy poderosa. Unidos por los lazos de hermandad forjados tras cientos de guerras, a estos inmortales les une una lealtad mucho más fuerte que la de ningún caballero vivo. Todavía se reúnen en sus grandes salones, procedentes de todos los confines del Viejo Mundo, una vez cada cien años, para realizar los ritos de la Hermandad en una macabra parodia de las celebraciones sagradas de las Órdenes Templarias del Viejo Mundo. Beben sangre en cálices de plata y repiten sus antiguos juramentos de lealtad. Son orgullosos y tienen motivos para serlo, pues no hay ningún guerrero más poderoso que ellos en todo el mundo conocido.
Se dice que su Señor Walach todavía les dirige como Gran Maestre de la Ordo Draconis, la Orden del Dragón Sangriento. Siempre que el estandarte del dragón de dos cabezas es izado, los hombres saben que no tienen salvación, pues junto a él siempre hay una legión de Caballeros No Muertos dirigidos por sus inmortales Vampiros
Sociedad y Actitudes[]
El Imperio creyó que las tinieblas se habían disipado, pero muchos de los vampiros sobrevivieron a la destrucción de la fortaleza y lograron preservar su espíritu y sus ideales. Algunos deambularon por el mundo en solitario, y otros formaron sus propias órdenes y perpetuaron las tradiciones de Walach (o, al menos, sus propias variantes de las mismas). Hoy en día se les puede encontrar en castillos abandonados, armando su propio ejército de muertos, u ocultos entre los humanos en las ciudades más corruptas del Viejo Mundo. Viven como mercenarios, asesinos o soldados, y tan sólo el brillo de sus ojos delata el hambre que bulle en sus venas.
La sangre de Aborash convierte a los Dragones Sangrientos en espadachines insuperables, pues su Señor fue el más poderoso de los guerreros de la antigua Nehekhara. Pero este poder tiene un precio, y también hace que estén obsesionados con su habilidad con las armas. Todo su ser está consagrado a la guerra y a la muerte. Su vida es la vida por la espada. Todos ellos intentan convertirse en el guerrero perfecto. Combaten constantemente entre ellos, y en cada palabra subyace un desafío.
A consecuencia de esto, el clan Dragón Sangriento es el más irregular y desorganizado de todos los linajes vampíricos. Está compuesto por individuos o grupos pequeños, cada uno con su propia versión del código de los Dragones, con poco o ningún contacto entre ellos (y cuando lo hay suele ser hostil). De hecho, muchos de ellos se obsesionan tanto con perfeccionar el arte de matar, que abandonan sus fortalezas para vagar por el mundo en busca de desafíos que pongan a prueba su habilidad. De no ser por su férrea disciplina, el clan habría sucumbido a conflictos internos hace mucho. Tal vez se contengan debido a la última promesa de Abhorash, que juró que los estaría vigilando.
Las características comunes del clan Dragón Sangriento son pocas pero indelebles. Todos los Dragones respetan el Credo de Abhorash: la búsqueda de la perfección de cuerpo y mente a través del dominio del arte del combate mortal. Este único objetivo domina todos sus pensamientos y acciones, lo que lleva a los demás clanes a tacharlos de terriblemente aburridos y obstinados. Sin embargo, que apenas sientan deseos de conquistar o gobernar no significa que no lo hagan. En caso de necesidad pueden reunir ejércitos y utilizar la magia negra con tanta facilidad como sus hermanos.
A diferencia de los perniciosos Señores Vampiro de Sylvania, los vampiros del Clan Dragón Sangriento nunca intentan imponer su supremacía sobre naciones enteras. Tampoco tratan de reunir enormes ejércitos, pues prefieren fuerzas consistentes en Caballeros que actúen como parodias de los séquitos de los nobles mortales. Los principios e ideales de los vampiros del Clan Dragón Sangriento están mucho más ligados al progreso marcial del individuo que a la idea de crear imperios. No obstante, si se ven desafiados a marchar a la guerra, su ira es terrible. Aunque son menos poderosos que otros Señores de los No Muertos en lo relativo al arte de la nigromancia, pueden convocar inmensas hordas no muertas para que luchen junto a ellos y su valor y habilidad en combate no tienen rival.
Y esta singular búsqueda no hace que sean menos enemigos de la humanidad. Los Dragones Sangrientos son posiblemente el más desdeñoso de los clanes vampíricos, pues ven un gran potencial en las capacidades humanas que se desperdicia una y otra vez a causa de la debilidad y la estupidez. Para otros Dragones la existencia humana no merece tomarse siquiera en cuenta; es normal que un Dragón Sangriento masacre a toda una aldea simplemente para probar el filo de su nueva espada, o que aniquile a un centenar de hombres para practicar una nueva técnica. Dividen a los humanos en dos categorías: rivales dignos o maniquíes de entrenamiento. La única ocasión en que un Dragón Sangriento puede mostrar piedad es cuando se enfrenta a un oponente con el potencial de convertirse algún día en un rival digno. Es preferible dejar que dicho mortal llegue a ser algo interesante antes que erradicarlo junto a las demás alimañas.
A pesar de su naturaleza altiva y su obsesión única, incluso los Dragones Sangrientos suelen atraer seguidores. Si un Dragón Sangriento adquiere fama debido a su perspectiva concreta de la búsqueda o a un nuevo y devastador estilo de combate, podrían congregarse a su alrededor imitadores y aprendices. Así es como se fundan nuevas órdenes o se arraigan en organizaciones ya existentes.
El infame Duque Rojo de Aquitaine fue una de tales criaturas; comenzó sus andanzas como caballero solitario, pero cuando las noticias sobre su habilidad marcial se extendieron por toda Bretonia, acabó con todo un ejército a su mando, compuesto tanto de mortales como de inmortales. Los Caballeros de Irrana eran una orden de caballeros mortales hasta que su gran maestre concluyó que las técnicas de Abhorash superaban con creces a las de Myrmidia, tras lo cual hizo que toda su unidad se uniera a él en las tinieblas. Y existen muchos más de estos grupos, de todas las formas y tamaños.
El resto son cazadores solitarios, caballeros renegados y vagabundos que recorren el Viejo Mundo solos y sin ayuda. A veces pueden encontrarse protegiendo puentes o vados lejanos, retando a un duelo a muerte a todo el que pretenda atravesarlos. Otros llevan una existencia austera en elevadas fortalezas montañosas o cavernas ocultas, posiblemente entrenando a quienes los buscan tenazmente (o bien matándolos para alimentarse de ellos).
Por otro lado, hay quienes se ocultan entre los humanos, mezclándose con las clases nobles o infiltrándose en órdenes monásticas o de caballería. Cualquiera puede ser un Dragón Sangriento, siempre que su estilo de vida le permita practicar su esgrima y alimentarse cuando sea necesario. Los miembros del Clan del Dragón Sangriento pueden ocultarse con suma facilidad en los ensangrentados campos y calles del Viejo Mundo: después del siniestro clan Lahmia, es el linaje más difícil de descubrir.
El aislamiento no es sólo una medida práctica. Muchos Dragones Sangrientos creen que es necesario seguir a rajatabla el ejemplo de Abhorash. Al vivir aislado, un caballero puede descubrir su verdadera fuerza y, tal vez, hallar momentos de paz con los que no le abrume la cólera que arde en su corazón. Pero tales momentos son escasos, pues los Dragones Sangrientos son por naturaleza criaturas agitadas, movidas por impulsos básicos pero deseosas de alzarse por encima de ellos. El hecho de que muy pocos Dragones Sangrientos sucumban a la locura es un testimonio perdurable de su increíble fuerza de voluntad.
Esta soledad es, no obstante, su única debilidad. Sin el apoyo de sus camaradas Dragones ni ejércitos de muertos vivientes, uno de estos vampiros puede ser vencido por un gran número de humanos si estos son astutos y planean una buena estrategia. Pero los Dragones no son estúpidos, y el peor (y último) error que puede cometer un mortal es subestimar lo que un Dragón Sangriento puede y está dispuesto a hacer.
Alimentación y Engendramiento[]
La disciplina de los Dragones les permite subsistir sin alimentarse durante periodos más largos que sus hermanos vampiros, pero a excepción de su desaparecido líder, todos siguen necesitando sangre para sobrevivir. Sin embargo, los Dragones suelen rodearse de tanta muerte que no les supone ninguna dificultad alimentarse.
Su nombre es idóneo, pues los Dragones Sangrientos no suelen andar lejos de sangre recién derramada, y cuando uno de ellos ataca, no queda nadie vivo para espantarse por el hecho de que se beben la sangre de sus víctimas. En cualquier caso los Dragones no suelen temer quedar expuestos, pues no hay muchos individuos dispuestos a desafiarles. No tienen reparos en llamar la atención de la guardia, los soldados o incluso los cazavampiros; siempre les viene bien un poco de práctica.
A diferencia de los demás clanes vampíricos, los Dragones suelen considerar que la práctica de alimentarse de víctimas voluntarias es decadente y antinatural, el tipo de cosas que conducen a la gula. No hay nada malo en deleitarse momentáneamente con la fuerza que proporciona la sangre, pero la mayoría rechaza todas las demás sensaciones, pues creen que los desvía de su búsqueda. Además, los Dragones Sangrientos jamás se rebajan al nivel de los Strigoi, que se alimentan de las alimañas y de los muertos.
No es una mera cuestión de orgullo. Los humanos son superiores a los animales, por lo que su sangre es más potente. Los Dragones están por encima de los humanos, luego su sangre es la más potente de todas. Así, los Dragones Sangrientos suelen buscar la sangre de criaturas superiores a los humanos, con la esperanza de conseguir parte de lo que Abhorash recibió de aquel dragón. Para algunos esto pasa por alimentarse de nobles, de grandes héroes o de los antiguos elfos. Otros recorren grandes distancias para beber la sangre de grandes criaturas como grifos, serpientes aladas o gigantes. Se dice que Meloch el Exterminador de Gigantes logra saciar su sed durante un siglo (y se hace más fuerte) con cada gigante al que mata.
Los Dragones Sangrientos no ven su necesidad de alimentarse como una adicción, sino más bien como una necesidad transitoria, como puede ser afilar una espada o dar de beber a un caballo. Así como no confiarían en un caballero que descuidase sus armas, tampoco concederían el Beso de Sangre a otro que no fuera lo bastante responsable como para alimentarse apropiadamente. Sin embargo, lo que cada uno considera apropiado varía en gran medida: algunos creen que beber hasta hartarse es su derecho y su privilegio, mientras que otros consideran cada sorbo que dan un vergonzoso recordatorio de su fracaso. No obstante, cabe señalar que estos últimos no tienen ningún problema a la hora de quitar la vida a los mortales; tan sólo después, cuando beben su sangre. Lo primero es una señal de fuerza, lo segundo de debilidad.
La entrega de un futuro hijo de las tinieblas al arte de la guerra es mucho más importante que su actitud respecto a la alimentación. Los Dragones sólo captan a los guerreros más extraordinarios como candidatos al Beso. Deben tener una destreza increíble y una dedicación extrema a su oficio, tanto mejor si su insaciable obsesión hace que sus propios camaradas de armas se sientan incómodos o hastiados. No obstante, aparte de esto no hay más condiciones; el arte de la guerra no distingue de nacionalidad, credo ni sexo. Para medir el verdadero calibre de un candidato potencial, suelen retarlos a un duelo mortal. Los que sobreviven son tomados como escuderos y estudiantes, y si siguen siendo prometedores, acaban recibiendo el don de la no-vida.
Hay algunas excepciones. A veces se da el Beso a sirvientes de confianza o compañeros de aventuras, para que puedan seguir junto al vampiro con el paso de los siglos. Hay ocasiones en las que un Dragón Sangriento se enamora y otorga el Beso a su amada para no perderla jamás. Si algún otro individuo del clan descubre que un Dragón ha abandonado su búsqueda movido por el amor u otros asuntos mundanales, se expulsará de la orden al caballero caído. Sin embargo, dado su meticuloso proceso de selección y la diligencia con que se regulan a sí mismos, no suele darse el caso.
De hecho, el clan Dragón Sangriento es el que más discrimina a la hora de escoger a su progenie, y son con diferencia los más moderados. Convertirse en Dragón Sangriento es aceptar el honor más sagrado y emprender la búsqueda más agotadora. Que los demás clanes vampíricos saturen el mundo con su descendencia imperfecta y endogámica. Los Dragones Sangrientos no necesitan familias tan numerosas ni parientes inferiores que les sirvan como criados. No se necesitan más que a ellos mismos, y por eso únicamente toman a los mejores.
Designios y Estrategias[]
Muchos Dragones Sangrientos llevan una vida relativamente aislada y hermética, pero todos ellos deben satisfacer una necesidad: encontrar adversarios. El entrenamiento ofrece progresos limitados; al final, la única forma de alcanzar la maestría en las artes marciales pasa por enfrentarse a otro guerrero en duelo mortal.
La Torre Sangrienta era un lugar ideal para los caballeros vampiros que la habitaban, pues se hallaba en un paso montañoso lo bastante alejado como para no llamar mucho la atención, pero lo suficientemente transitado para proporcionar un flujo continuo de guardaespaldas y mercenarios. Desde su caída, otros Dragones han procurado encontrar lugares similares, pero incluso en un Imperio tan grande como el de Sigmar hay un número limitado de pasos, vados y puentes. La alternativa es unirse o usurpar el mando de una orden de caballería o una banda de soldados. Lo ideal es que la orden se halle lejos de su cadena de mando para que los vampiros puedan pasar en ella décadas sin ser descubiertos. Incluso podrían cumplir las órdenes de sus oficiales y asistir a las batallas y maniobras que se les exija. ¿Quién sabe cuántas de las grandes victorias del Imperio se han debido a la presencia de Dragones Sangrientos en sus filas?
Algunos vampiros se ocultan entre las tropas de soldados mortales. Esto resulta mas sencillo de lo que pueda parecer, ya que los soldados suelen ser cortos de miras y reconocen a un buen guerrero en cuanto lo ven. Si uno de los suyos ha luchado bien a su lado, no se quejarán si de vez en cuando captura un prisionero para su uso personal. En estos tiempos conflictivos, muchos soldados mortales hacen cosas parecidas (o peores aún) sin ser censurados.
Desde luego, si estos vampiros fueran descubiertos y se vieran amenazados, los Dragones Sangrientos agradecerían la nueva oportunidad de poner a prueba sus habilidades. Para los vampiros individualistas no se trataría más que de otro duelo de esgrima, pero para las sociedades u órdenes más establecidas podría suponer la guerra total. La defensa de sus dominios es una de las pocas circunstancias en las que los Dragones Sangrientos marchan a la guerra. Las demás suelen deberse a la obligación de vengar una afrenta o de recordar a los mortales cuál es su lugar en el mundo.
Si bien destacan en muchas formas de guerra, su obsesión por la perfección marcial y la gloria personal en el campo de batalla suele ir en detrimento del mando de su ejército. También suelen carecer de poderes nigrománticos, y ni siquiera aquellos que los poseen los utilizan para nada que no sea convocar más tropas. Desprecian las artes oscuras, así como el uso de la pólvora, pues las consideran armas de cobardes y necios. El Clan del Dragón Sangriento cree en lo que es sólido y puede ponerse a prueba: la dureza del acero, la fuerza del músculo y el valor del corazón. Y han demostrado en numerosas ocasiones que eso es todo lo que necesitan para alzarse con la victoria y aniquilar a sus enemigos.
El Juramento de los Dragones Sangrientos[]
El voto original, que según parece dictó Abhorash a sus seguidores tras su combate contra la sierpe, es breve y simple, y decía así:
"Que vuestra espada sea vuestra única verdad, que la muerte sea vuestra única respuesta, y que vuestra búsqueda no tenga otro fin que convertiros en más de lo que ya sois".
La mayoría de los Dragones Sangrientos pronuncian este juramento cuando reciben el Beso, aunque su enunciado da pie a diversas interpretaciones; incluso hay quienes lo quebrantan directamente. Por ejemplo, muchos Dragones Sangrientos ni siquiera utilizan espadas (los bretonianos suelen preferir las lanzas de caballería), y cada uno de ellos tiene sus propias ideas sobre lo que significa "ser más de lo que ya son". Tampoco ofrece instrucciones específicas sobre cómo beber sangre, ni exige el exterminio de la raza humana, por lo que el celo con que se persiguen estos objetivos también varía. Eso sí, todos los Dragones Sangrientos están de acuerdo en dejar que la muerte sea su única respuesta. Sea cual sea su objetivo definitivo, sin duda alguna conlleva un gran número de muertes.
Individuos Destacados[]
- Abhorash.
- Corbus.
- El Duque Rojo.
- Gorgivich Krakvald.
- Morivar.
- Rabe von Stahl.
- Tiberius Kael.
- Gorgivich Krakvald.
- Walach Harkon.
- Wilhelm Hollenbach.
- Merovech de Mousillon
Miniaturas[]
Imágenes[]
Fuentes[]
- Ejércitos Warhammer: Condes Vampiro (5ª edición), pág. 16.
- Ejércitos Warhammer: Condes Vampiro (6ª edición), págs. 12-13.
- Warhammer Fantasy JdR:Los Amos de la Noche (2ª Ed. Rol), págs. 43-48.
- Antigua página web de Games Workshop.