Hace trescientos años, un apasionado fanático Sigmarita de Middenheim llamado Regimius inspiró a sus hermanos a llevar la batalla directamente al corazón de los Desiertos del Caos. A pesar de los esfuerzos de los nobles, los jefes militares y funcionarios del Culto, miles de soldados, milicianos, Sacerdotes, y fervientes plebeyos abandonaron sus puestos y hogares para emprender esta cruzada. El ejército, conocido como los Valientes de Sigmar, estaba henchido de celo religioso pero también bastante falto en lo que concierne a la planificación y la logística.
Milagrosamente, el ejército atravesó más de trescientos kilómetros en los Desiertos del Caos, encontrándose como única resistencia algunos grupos sorprendidos de hombres bestia. No obstante, los supervivientes hicieron correr la voz de la llegada de los Valientes de Sigmar, y los sanguinarios habitantes de los Desiertos reunieron un ejército que casi doblaba en número al contingente humano.
Ambos ejércitos se enfrentaron junto al cauce seco de un apartado río. Las Fuerzas del ejército humano ya habían comenzado a flaquear, pues se estaban quedando sin comida y el incesante frío hacía mella en su voluntad. Una horda de miles de hombres bestia y kurgan, apoyados por demonios, inmovilizó al ejercito con una clásica maniobra de pinza. Fue una matanza inaudita.
Al final no quedó con vida ninguno de los soldados de los Valientes de Sigmar (aunque se rumorea que Regimius huyó del campo de batalla para adentrarse aún más en los Desiertos). Mientras los vencedores despojaban de carne los cuerpos de los vencidos para celebrar el festín de la victoria, arrojaron sus huesos a un único montón, que alcanzó una altura de casi treinta metros. La Colina de los Huesos aun se conserva hoy día, habitada por los espectros de aquellos que fueron traicionados por la cobardía de su líder y su insensata cruzada.
Fuente[]
- Warhammer Fantasy JdR: Tomo de Corrupción (2ª Ed. Rol), págs 130-131.