Wiki La Biblioteca del Viejo Mundo
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Sigmar’s Brilliance MarkMolnar recortada
El contenido de esta pagina fue sacado de un informe de batalla, por ello puede que no concuerde con el trasfondo oficial.


Tras muchos días de penosa caminata a través de aguanieve y granizo siguiendo las perceptibles líneas de energía mágica que conectan los círculos sagrados de piedras, las fuerzas Skavens legaron ante una majestuosa construcción en medio de los desiertos rocosos del norte, El Vidente Gris Finkel empezaba a vanagloriarse de su descubrimiento cuando divisó en el centro del círculo una figura oscura envuelta en harapos. Sostenía un báculo nudoso y se mirada se encontró, impávida, con la del Vidente Gris "Un Emisario Oscuro -pensó Finkel- ¡Genial!".

Finkel sintió que se le erizaban los pelos de la espalda. Se agachó mientras su deformado reflejo le observaba desde una de los oscuros charcos fangosos. El agua goteaba rítmicamente, como los latidos de un corazón. Bajo el retumbar de un cielo que presagiaba tormenta, el Vidente Gris pudo oír una serie de profundos acompasados porrazos.

Al mirara su alrededor, Finkel distinguió una forma humanoide de enormes dimensiones que emergía entre la niebla, una cabeza brutal y greñuda lo observaba. Tras la gigantesca figura caminaba otra más que emitía un rugido ensordecedor por su enorme boca. El Vidente Gris, no dando crédito a sus ojos, volvió a mirar y, sí, ¡llevaba una gigantesca vaca bajo el brazo!. Los Gigantes habían acudido a defender su territorio de la única forma que conocían. Mientras permanecían de pie, pasmados, apareció otro con dos cabezas saliendo de un mismo cuello, como si se tratase del tronco de un roble.

Al girarse para buscar una vía de escape, Finkel quedó horrorizado al ver a dos Gigantes más cerrándole el paso. El Arúspice que iba frente a ellos los retaba al tiempo que se desataba la tormenta.

La situación no era demasiado halagüeña. Extrayendo el poder elemental del circulo de piedras, Finkel lanzó una tormenta de viento pútrido sobre el Gigante que se aproximaba, abofeteándolo con el insano aire de la muerte, pero el Gigante continuó su camino sin detenerse.

Las Ratas Ogro y los Monjes de Plaga corrieron hacia el nuevo enemigo en un intento de iniciar unas gran batalla. Los Gigantes respondieron a la provocación mediante la carga de uno de ellos contra las Ratas Ogro. Estas, aunque empequeñecidas ante el colosal tamaño de sus feroces rivales, resistieron con firmeza gracias a las pócimas arcanas que les suministraban sus cuidadores. El Gigante agarró a una por la parte posterior del cuello y le dio un cabezazo en la cara. La rata cayó de espaldas al suelo, aturdida, mientras otra de las bestias grises clavaba sus colmillos amarillentos en la espalda del Gigante. Con un grito hizo temblar los peñascos próximos, el Gigante se giró y salió corriendo con la Rata Ogro aún colgado de su espalda. El grupo de animalejos se apresuró a rodearlo, tirándolo al suelo y clavándole sus garras afiladas. El Gigante no volvió a levantarse.

Tras ellos, el Emisario Oscuro había creado una Bestia del Cieno que surgió del pantano. La pesadilla arbórea cargó contra uno de los Gigantes, golpeándolo con una fuerza capaz de herirlo. El Gigante doblo una rodilla y gritó con toda la potencia de sus pulmones, lo que podría haber hecho huir al más poderoso enemigo. El volumen del grito aumentó, la tierra tembló y cayeron avalanchas de piedras de los cerros próximos, pero la Bestia del Cieno permaneció impasible. El Gigante aprecia confundido, entonces, con la inevitable lentitud de un glaciar, agarró un menhir y golpeó con él a la Bestia del Cieno, que cayó en medio de una lluvia de barro.

Gigante dos cabezas

En los riscos, Finkel pudo distinguir el rugido de otro Gigante que acababa de descubrir a los Acechantes Nocturnos ocultos entre las rocas. Los proyectiles de las hondas de estos rebotaron en la cara del Gigante, produciéndole algunos cortes sanguinolentos pero insignificantes, que no le impidieron seguir avanzando, golpeando con su cachiporra a los exploradores y dispersándolos. El monstruo de dos cabezas se encaramó a los riscos como si no fueran más que un montón de piedras.

Finkel podía sentir que la línea comenzaba a ceder cuando otro Gigante arremetió contra los Esclavos, que rompieron filas y corrieron en busca de seguridad. Envió un impulso mental a las mentes de las Ratas Gigantes para obligarlas a cargar contra el colosal asaltante. Para sorpresa del Vidente Gris, la bestia parecía tener un látigo de halflings aturdidos con el que golpeaba con diligencia a los Señores de las Bestias, con una inteligencia insólita para un Gigante. Finkel pronto descubrió la razón: el Gigante iba acompañado por el Arúspice, que le daba instrucciones. Finkel advirtió que aquello también explicaba por qué todas las Ratas a su alrededor parecían petrificadas, así que rompió el embrujo con un impulso mental.

El Gigante que se acercaba por el pantano estaba horriblemente cerca y cogía impulso, El cobarde Finkel sintió que el corazón se le salía por la boca. Por suerte para él, un rayo de luz oscura del Emisario golpeo al Gigante en la cabeza con tal ímpetu, que salió volando por los aires a causa de la explosión de energía mágica. La tierra tembló cuando el Gigante cayó al suelo y el pantano se tragó su torso "impresionante", pensó el Vidente Gris, enarcando una ceja. Realmente impresionante.

El Gigante de dos cabezas ya los había alcanzado y Finkel suspiró aliviado al comprobar que los Portadores del Incensario del Clan Pestilens cargaban contra él, golpeándolo con sus puntiagudos flagelos en la rótula. Las heridas infectadas harían caer a aquella bestia. Eso pensó el Vidente Gris mientras el enfurecido Gigante arrojaba al fango a sus asaltantes. Pero el estar herido parecía no ser suficiente, pues la rugiente bestia cargó contra la guardia personal del Vidente Gris. Era enorme, Apestaba y estaba furioso.

El Gigante empezó a saltar arriba y abajo sobre los Skavens sin inmutarse,gracias al groso de su piel, por los lanzazos que estos le clavaban en la planta de los pies. En cuestión de segundos, el suelo estaba tapizado con los restos machacados de una docena de Skavens de su guardia personal; sus cuerpos retorcidos se desangraban en el barro. Finkel gruño ante este inconveniente. La única razón por la que la unidad no había huido era por que la mayoría de sus componentes se encontraban demasiado aterrorizados como para salir corriendo. Finkel conjuro la magia del círculo e hizo que los cuerpos de sus camaradas muertos se levantasen para atacar con sus espasmódicas extremidades. Pero, a pesar de todo, sus ataques no parecían producir efecto alguno sobre el Gigante, que seguía saltando arriba y abajo como un niño grande que tuviera una rabieta y que, con desgana, aplastaba a los Skavens. Junto al círculo de piedras, el Gigante del extravagante látigo de halflings estaba, devorando ratas cuyas colas sobresalían de su boca, mientras otras ratas le mordían por todo el cuerpo sin ningún efecto aparente. Uno de los Señores de las Bestias enrolló su látigo en el cuello del Gigante, desgarrándolo. Una diminuta cara de roedor surgió por el agujero en la garganta, devorándola desde el interior. Otra más se encaramó en su oreja y empezó a roer su gigantesco cráneo. Finalmente, el Gigante cerró los ojos un instante, se balanceó y cayó al suelo.

Batalla gigantes

El Gigante de dos cabezas que saltaba sobre los Skavens continuaba imparable. Los miembros aún vivos de la unidad skaven huyeron y el Gigante los apartó de un golpe para poder llegar antes hasta los Esclavos que había detrás de ellos. Finkel salió despedido por los aires y acabó chocando contra una de las piedras sagradas. El golpe le destrozo la columna vertebral y ya solo su fuerza de voluntad lo mantenía consciente. Podía distinguir al Emisario Oscuro disparando rayos de energía sobre uno de los dos Gigantes que quedaban, destruyéndole medio torso. Increíblemente, el Gigante continuó en pie, pero seguramente su mente ya había registrado el hecho de que estaba muerto y, finalmente, la bestia se dejo caer había delante, provocando con su impacto que Finkel aullara por el intenso dolor e su columna rota.

El Arúspice estaba corriendo, consciente de que el Emisario Oscuro utilizaba la propia Albión como reserva de poder. Pero el mago oscuro silbó, distendiendo su boca, y una nube de muerte brotó de su pecho, impregnando la tierra de una espesa y oscura niebla. El Arúspice cayó cuando unos tentáculos insustanciales se hundieron en sus pulmones. Se hizo un silencio antinatural y Finkel sintió presencias extrañas en la oscuridad. La tierra se sacudió con violencia una vez más mientras el último de los Gigantes caía. Evidentemente, el maestro oscuro todavía era útil, pensó Finkel mientras se desvanecía a causa del dolor.

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