El trasfondo que puedes leer en esta sección o artículo se basa en la campaña mundial de La Tormenta del Caos, que ha sido sustituida por la de El Fin de los Tiempos.
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Mientras Archaón seguía reuniendo a su horda en los Desiertos del Caos, en el año 2522, el resto del mundo se empezaba a preparar para protegerse de la inevitable invasión. El Emperador Karl Franz convocó una reunión de los principales aliados del Imperio en Altdorf que se conoció como el Cónclave de la Luz. Justamente después comenzó la Tormenta del Caos.
La Amenaza del Caos Crece[]
El año 2522, según las crónicas del Imperio, empezó con malos augurios. Mientras un invierno especialmente riguroso azotaba el Viejo Mundo, el fin del mundo parecía haber comenzado. Las cosechas del año anterior habían sido desastrosas, cada vez se veía a un mayor número de Hombres Bestia, sus ataques se hacían mas audaces y atrevidos y las mutaciones proliferaron entre el ganado y entre los humanos, hasta que las piras de los Cazadores de Brujas acabaron por llenar de humo los cielos plomizos. Por entre las nubes, un cometa de doble cola cruzaba los cielos, lo que para algunos era una señal de esperanza y para otros un presagio de catástrofes.
Del Norte llegaron noticias de que se estaba reuniendo una gran horda. Los mercaderes que habían estado en el norte de Kislev y en el sur de Norsca decían que hasta las tribus de los bárbaros con los que trataban se habían vuelto extranamente belicosas y agresivas y que varias caravanas comerciales y barcos mercantes se habían perdido en los primeros meses del año. Y, durante todo este tiempo, voces temblorosas llenas de miedo han ido susurrando siempre el mismo nombre de boca en boca por fuertes y palacios, por tabernas y posadas: Archaón. Corren miles de historias acerca de este monstruoso señor de los Dioses Oscuros. Algunos afirman que antaño fue un templario de Sigmar que cayó en las garras de la locura tras acceder a conocimientos prohibidos y que juro lealtad a los Dioses del Caos a cambio del poder necesario para derrocar al Imperio que una vez amó y que ahora desprecia.
Muertos de hambre y llenos de miedo, los habitantes del Imperio se encuentran presos de una creciente histeria colectiva. El número de flagelantes, predicadores de desastres y profetas de la muerte que vagan por los caminos y los ríos ha ido aumentando hasta convertirse en una verdadera epidemia, los escasos campos se dejan sin labrar y el grano de la primavera se deja pudrir en los graneros, aumentando así la pobreza.
Entre toda esta confusión reinante, el Emperador Karl Franz, Príncipe de Altdorf, hace todo lo posible para evitar que el Imperio que gobierna se devore a sí mismo víctima de las sospechas y de la discordia. Incluso en las fortalezas de las grandes ciudades de Middenheim, Talabheim, Nuln y Altdorf, se están descubriendo a más malignos secuaces del Caos que nunca. En las catacumbas acechan criaturas mutantes, alimañas que caminan como hombres y apariciones no muertas, algunas de las cuales incluso se atreven a salir a la luz del día en su afán por destruir la civilización del hombre.
Karl Franz reúne a los Condes[]
Y así fue como en el día del equinoccio de primavera, Karl Franz promulgó un decreto imperial por el cual convocaba a los Condes Electores a acudir a Altdorf a fin de elaborar un plan para combatir la creciente amenaza existente tanto dentro del Imperio como en las áridas tierras del norte. La elección de Karl Franz como Emperador era la única vez de la que se tenía memoria en la que se reunieron todos los Condes, lo que de por sí ya es indicativo de la opinión del Emperador acerca del peligro que suponen las fuerzas del Caos.
De todos los rincones del Imperio empezaron a llegar los séquitos de los Condes Electores para acudir a la llamada de Karl Franz. A lo largo de su viaje, los soberanos del Imperio se fueron dando perfecta cuenta de que la nación era víctima de algún mal sobrenatural. Algunos tuvieron que luchar contra bandas errantes de Hombres Bestia y otros mutantes por el camino, otros pasaron por pueblos y aldeas arrasados totalmente o abandonados por sus habitantes. Los campos estaban quemados o sin arar, los bosques oscuros se cernían sobre las carreteras y los ríos, y en cada guarida sombría se ocultaban hordas de malignas criaturas.
Aparte de los Condes, también se llamó a otros a Altdorf para pedirles consejo. El Patriarca Supremo de los Colegios de la Magia respondió a la llamada acompañado por los ocho jefes de las diferentes ordenes de hechicería. Kurt Helborg, el Mariscal de la Reiksguard y general de los ejércitos del Emperador, abandonó las campañas que estaba llevando a cabo contra los Orcos y los Goblins de las Montañas Grises para recibir las ordenes de su señor. Por último, también llegaron mensajeros de Marienburgo por orden del Emperador.
Un mes después de emitir el decreto, se reunió la asamblea. Durante casi diez días, las más sabias y poderosas personalidades del Imperio discutieron y trataron de decidir el mejor curso de acción. Helmut Feuerbach, Conde Elector de Talabecland, acababa de volver de su incursión por el Norte en la cruzada del Gran Teogonista Volkmar. Su ejército había sido completamente destruido por la descomunal hueste de Archaón y su rápida retirada había dejado a todos los habitantes de la provincia desmoralizados y temiendo lo peor. Este defendía denodadamente seguir una política altamente defensiva y aconsejaba al Emperador y a los Electores que hicieran evacuar la gente de las granjas, aldeas y los pueblos más lejanos para que sus habitantes se refugiaran tras las altas murallas de los castillos y de las ciudades. Boris Todbringer, el Conde de Middenland, era el que con mayor afán se oponía a este curso de acción. Acompañado de los representantes de los burgomaestres de Middenheim, argumentaba que, con el tiempo, las hordas del Norte no harían más que aumentar en fiereza y tamaño. Según él, era necesario llevar a cabo un ataque duro y decisivo para destruirlas antes de que tomaran la iniciativa del ataque, por ello aconsejaba al Emperador que hiciera sonar los tambores de guerra y que llamara a las órdenes de caballería para reunir a todo su ejército y marchar con él hacia el Norte.
Existían además otros muchos puntos de vista, como el de los que creían que quizá podrían pactar con los líderes de los Norses y de los Kurgan y sobornarlos para que abandonaran a Archaón. Otros proponían arrasar grandes zonas del norte del Imperio para que la hueste oscura fuera incapaz de extraer recursos de la tierra para su sustento y que así se fragmentara y se dispersara, un plan al que se oponían rotundamente los Condes de Ostermark y Ostland, quienes consideraban tal acción igual de devastadora que cualquier invasión inminente.
Los Patriarcas de los Colegios de la Magia advirtieron a los presentes del cambio en los Vientos de la Magia. Hablaron de las agitadas tempestades místicas procedentes del Norte y de las voces sobrenaturales que portaban los vientos mágicos. Últimamente les costaba más lanzar sus hechizos y hasta los miembros de mayor experiencia de sus órdenes tenían dificultades para concentrar el poder necesario para llevar a cabo los encantamientos que antaño habían practicado como aprendices. Los hechiceros se las habían apañado para crear métodos adivinatorios con los que predecir por dónde iba a empezar el ataque y prometieron llevar a cabo grandes rituales para despojar a la diabólica hueste de su poder mágico. Sugerían erigir una muralla mágica hecha a base de guardas y maleficios para contar con una barrera contra la intrusión demoníaca.
Mientras tanto, el Emperador Karl Franz permanecía sentado en silencio y escuchaba sin hacer comentarios. No daba ninguna opinión y evitaba hábilmente tener que responder ninguna pregunta acerca de lo que pensaba para así no influenciar las opiniones de los demás. Solo habló una vez para reprender sutilmente al Elector de Nordland, que se quejaba de las cada vez más frecuentes incursiones de los Norses en sus pueblos costeros y acusaba al Emperador de desentenderse de los problemas que acaecían lejos de su trono en Altdorf. Karl Franz le respondió simplemente: "El Emperador no solo gobierna en sus tierras, sino en las de todo el Imperio y el destino de todos sus súbditos, desde los grandes señores en sus fastuosos palacios hasta los pobres campesinos de los campos arrasados, son su única preocupación". Incluso cuando su buen amigo Kurt Helborg le alentaba a intervenir en las discusiones cada vez más mordaces, Karl Franz replicaba que él solo hablaría cuando se hubieran escuchado todas las opiniones. Nadie estaba demasiado seguro sobre lo que quería decir con eso, ya que se habían repetido los mismos puntos de vista durante varios días con las mismas consecuencias.
Los Emisarios de la Zarina[]
Poco después del mediodía del undécimo dia del consejo, mientras los delegados comían el almuerzo murmurando sus quejas entre dientes, llegaron unos mensajeros portando noticias recientes de Kislev. La Zarina Katarin en persona los había enviado para pedir ayuda a los viejos aliados de su nación. Los mensajeros hablaron de los cientos de guerreros que se habían reunido en el Norte, sedientos de sangre como si fueran mastines de caza ansiosos por empezar a correr tras su presa. También advirtieron a los presentes que la horda rivalizaba en tamaño con aquella contra la que Magnus el Piadoso tuvo que enfrentarse durante la Gran Guerra contra el Caos.
Las tribus nómadas del norte de Kislev, que siempre han sido fuertemente independientes del gobierno de las ciudades, habían pedido refugio y ayuda militar a sus compatriotas más civilizados, algo que aquellos orgullosos nómadas no habían hecho nunca. Estos estaban emigrando hacia el Sur, abandonando las estepas ante la llegada de los Kurgan, que venían poco a poco del Este y que los habían obligado a emigrar debido al mero número de sus enemigos. Los nómadas cazaban a los adoradores del Caos allí donde los encontraban e interrogaban a los prisioneros que capturaban en la batalla. Todos decían lo mismo: Archaón era el elegido de los Poderes Ruinosos, el Señor del Fin de los Tiempos, coronado por los Dioses del Caos para dirigir sus legiones en la conquista final del mundo de los habitantes del Sur. Les había prometido todas las grandes riquezas que lograran saquear de los palacios de los nobles imperiales y solo pedía a cambio que las tierras del Imperio fueran completamente arrasadas y borradas del mapa bajo un mar de sangre y fuego. Los ojos de los dioses, había dicho, estaban observando el mundo y todos los que lucharan bajo su estandarte podrían conseguir la inmortalidad.
Algunos de los presentes se mofaron de la veracidad de aquellas historias y acusaron a los kislevitas de exagerar la situación. Los embajadores de la Zarina replicaron fríamente que sus compatriotas morían cada año a miles en las constantes batallas contra las tribus del Norte, garantizando así la seguridad del Imperio sin recibir a cambio ningún tipo de agradecimiento ni recompensa y que ellos sabían perfectamente cuándo sus fuerzas no eran suficientes como para resistir la descomunal horda inhumana que estaba a punto de caer sobre ellos.
Durante cinco días más, los consejeros se dedicaron a digerir esta noticia, a comentarla en detalle, a verificarla y a examinarla; y durante todo ese tiempo Karl Franz siguió manteniéndose en silencio. Finalmente se llegó a un punto muerto sin que los Condes Electores se hubiesen puesto de acuerdo y algunos empezaron a susurrar en contra de Karl Franz, acusándolo de nuevo de indiferencia. Otros, quizá los más sabios, pedían paciencia con su soberano, pues este era famoso por estudiar debidamente todos los asuntos y por ser una persona en absoluto temeraria.
Las noticias de Oriente[]
Diecisiete días después de que empezara el cónclave, llegaron más extranjeros a Altdorf. Tras marchar largos días desde sus lejanas fortalezas en las Montañas del Fin del Mundo, llegaron varios representantes de los reyes Enanos rodeados de sus escoltas. Resultó bastante impactante ver llegar por la puerta este de Altdorf a trescientos guerreros Enanos armados para la guerra. El desgraciado capitán que se encontraba de guardia en aquel momento no había sabido que hacer y, mientras trataba de recibir ordenes de sus superiores, había prohibido la entrada al contingente Enano. Pero entonces el líder, Snorri Thungrimsson, le dijo al oficial de la Reiksguard que la muralla en la que se encontraba era de piedra y artesanía Enana y que, si no los dejaba pasar, exigiría que se la devolviesen piedra por piedra. Ante un argumento tan pertinaz, el capitán abrió las puertas para evitar mayores problemas.
Karl Franz recibió a los embajadores Enanos con gran ceremonia. Cada uno de los seis mensajeros ofreció un largo (y prácticamente idéntico) discurso sobre los viejos vínculos existentes que unían a los Enanos y al Imperio y de cómo las dos razas habían hecho juramentos en tiempos pretéritos para acudir cada uno en ayuda del otro. Era por aquella razón por la que habían venido. Muchos integrantes del concilio se alegraron de oír aquellas noticias y luego Karl Franz se reunió con los Enanos en privado. Sin embargo, los representantes de mayor experiencia y edad pensaron que los discursos estaban dirigidos a recordar a Karl Franz los juramentos que hizo al convertirse en Emperador. Tras dos días de audiencias privadas con los Enanos, Karl Franz se dirigió a la asamblea para comunicarles las noticias.
Las nuevas causaron una gran consternación entre los nobles alli reunidos. Las tribus de los Kurgan habían emigrado en masa hacia el Oeste y se estaban reuniendo en Zorn Uzkul, la Tierra del Gran Cráneo al este del Paso Elevado. Ahí comerciaban con las decenas de miles de esclavos que habían ido capturando a lo largo de los años, ofreciéndoselos a los Enanos del Caos de las Tierras Oscuras a cambio de armas y armaduras expertamente forjadas y de monstruosas máquinas demoníacas para derrumbar murallas y destruir al enemigo a distancia. Unos cuantos fugitivos de Karak-Drak habían conseguido llegar hasta Karak-Kadrin y contaban historias de como la fortaleza de los Enanos Nórdicos se encontraba ahora prácticamente bajo asedio al estar rodeada de una legión de bárbaros y de bestias extrañas.
El enviado de Ungrim Puñohierro, el Rey Matador de Karak-Kadrin, le había hecho participe del juramento de su señor según el cual los Enanos de la Torre de los Matadores iban a marchar hacia el Norte, hacia el mismísimo Territorio Troll, para entablar combate contra las hordas del Caos. Todos los desquiciados iniciados del Culto de los Matadores estaban acudiendo procedentes de todas partes del Viejo Mundo y más allá, atraídos por su extraño destino, para reunirse en Karak-Kadrin ante el descomunal Altar de Grimnir. Tan pronto como el mensajero regresara de haber hablado con el Emperador, iban a marchar para encontrar la muerte en la batalla contra las bestias diabólicas del Norte. Los delegados kislevitas agradecieron con entusiasmo la decisión de los Enanos y les prometieron proporcionarles todas las provisiones que necesitaran en caso de pasar por Kislev o Praag en su viaje de vuelta.
Pero aquellas buenas noticias fueron acompañadas de otras de naturaleza más siniestra. Los Orcos y los Goblins de las Montañas del Fin del Mundo, que habían permanecido en relativa inactividad durante los últimos años, habían dejado de luchar entre ellos. La mayoría había acudido en tropel a unirse al ejercito del temible señor de la guerra Grimgor Piel'ierro, que había estado luchando durante largo tiempo contra las migraciones de los guerreros Kurgan, pero ahora se había unido a las fuerzas de los Dioses Oscuros. Los Enanos no sabían qué era lo que había provocado que se alistara al ejército contra el que luchó anteriormente, pero los rumores dicen que fue vencido en combate por primera vez en su vida y que por eso ahora trata de demostrar su valía ante la atenta mirada de Gorko y Morko. También había otros jefes y señores de la guerra Orcos que estaban empezando a aliarse con los paladines del Caos por la feroz batalla y el saqueo que les aportaría la invasión.
Cuando le preguntaron qué era lo que iba a hacer entonces, teniendo en cuenta las noticias que habían traído los Enanos, Karl Franz les respondió que todavía tenía que decidirlo y que aún disponía de cierto tiempo para considerar las opciones. De nuevo empezaron a aumentar el número de los murmullos y las críticas al liderazgo de Karl Franz o a su falta de él. Estaban los que simpatizaban con él, que argumentaban que aquella decisión era demasiado importante como para que pudiera tomarla un solo hombre. Alegaban que Karl Franz estaba evitando comprometerse porque temía equivocarse al decidirse por un curso de acción.
La Intervención de los Sacerdotes[]
Fue entonces cuando llegó de Middenheim una delegación de Ar-Ulric, el sumo sacerdote del dios de la guerra, de los lobos y del invierno. Todos sus sacerdotes estaban profundamente indignados porque su señor no había sido convocado junto con los demás Electores y lo consideraron una prueba de que Karl Franz no era más que un títere de los Archilectores de Sigmar. Los Condes Electores y los hechiceros empezaron a sentir cierto recelo ante las palabras de los sacerdotes, ya que aquel era el peor de los momentos para enredarse en otra lucha política entre las iglesias de Ulric y de Sigmar.
El recién elegido Gran Teogonista Johann Esmer había alcanzado su posición después de recibir informes relativos a la muerte de Volkmar en combate singular contra Archaón. No habia estado presente en las deliberaciones del Cónclave, pero al llegar los emisarios del Ar-Ulric se presentó ante todos. No se dirigió al concilio en general, sino que fue hablando en privado con muchos de sus miembros, criticando la agresiva propuesta de Boris Todbringer y argumentando que no era más que otra intentona de los ulricanos para tratar de arrebatarle poder al verdadero Emperador. Fue ganándose el apoyo acerrimo de Stirland, Talabecland y Wissenland, las provincias que habían respaldado su promoción como Gran Teogonista, aunque muchos de los integrantes del consejo le dieron la espalda por el evidente afán de politiqueo que demostraba Esmer en aquellos tiempos de crisis.
Al final, declaró que la postura de la Iglesia de Sigmar era defensiva. Advirtió a la asamblea que no era buena idea enviar un ejército hacia Kislev y propuso que se aumentaran las tropas de los Templarios de Sigmar, los temibles Cazadores de Brujas, para poder mantener el orden y la pureza en las ciudades y los pueblos. Pidió al Emperador que ordenara arrestar a Luthor Huss y que lo encarcelara por hereje y por llevar a cabo actividades subversivas, alegando que el autoproclamado profeta de Sigmar no hacía más que acrecentar los temores de la gente corriente del Imperio en lugar de aquietarlos. Esas afirmaciones provocaron fuertes protestas por parte de los sacerdotes de Ulric, quienes abuchearon a Esmer y lo acusaron de cobardía. Luego se ocuparon de recordar al concilio que Sigmar, al igual que Ulric, era un guerrero y que, por lo tanto, el Gran Teogonista no estaba hablando como un verdadero adorador del patrón del Imperio.
Karl Franz permaneció impasible a lo largo de toda la discusión, sumido en sus pensamientos y ligeramente distraído. Las acusaciones que ponían en entredicho su derecho a gobernar se fueron haciendo cada vez mas insistentes y hasta el Gran Teogonista, que siempre había sido un leal aliado del Príncipe de Altdorf, se negó a respaldar directamente el silencio del Emperador.
Parten los mensajeros[]
Ante la falta de respuestas de Karl Franz, el cónclave se reunió en secreto. Algunos abogaban por suplantar a Karl Franz y sostenían que la razón por la que había reunido a los Electores era la de encontrar a su sustituto. Middenland, Nordland y Averland, a quienes la opinión popular habría tildado de oponentes del Emperador del Reik, no pudieron más que echarse a reír ante tal acusación. Ni siquiera durante el reinado incompetente e interesado de Boris Goldgather se había expulsado del trono a un Emperador que hubiera sido elegido según procedimientos legales. Los más sabios del concilio desaconsejaron siquiera hablar de tales cosas argumentando que en aquellos momentos, más que en cualquier otro periodo de toda la historia del Imperio, la unidad era lo más importante. Hablaron en susurros de la anarquía que estuvo a punto de provocar la perdición de la Humanidad antes de que Magnus el Piadoso luchara en la Gran Guerra contra el Caos.
Al desconocer la opinión de Karl Franz todo aquello, se sugirió que quizá estuviera esperando a que otros hicieran saber sus respectivas opiniones. Se decidió enviar mensajeros al Rey de Bretonia, Louen Leoncoeur, para ver si sus caballeros estaban preparados para marchar hacia el Norte y ayudarlos en la defensa del Imperio. Pasaría bastante tiempo antes de que el mensajero regresara con la respuesta, pero confiaban en que, con su consejo, Karl Franz pudiera por fin tomar una decisión.
Del mismo modo, hubo algunos integrantes del consejo que plantearon el tema de los Reinos Fronterizos. En aquellas tierras indomables gobernadas por nobles desterrados del Imperio, caballeros de Bretonia deshonrados y otros muchos vagabundos barones bandidos, todavía había muchos gobernantes que mantenían fuertes vinculos con el Imperio. Se pensó que quizá también podrían persuadirlos para marchar hacia el Norte y ceder sus ejércitos a la batalla. Todo el mundo sabía, dijeron, que los ejércitos de los Reinos Fronterizos estaban compuestos por veteranos endurecidos tras largos años de luchar contra los pieles verdes de las Tierras Yermas y entre ellos mismos, porque serian de gran valor en la defensa contra la horda de Archaón.
Se enviaron todavía más mensajeros hacia el Sur con promesas de riquezas, bulos y demás incentivos para todo el que quisiera responder a la llamada del Emperador. Lógicamente, hubo unos cuantos asamblearios que se opusieron a tal decisión argumentando que los pillos de los Reinos Fronterizos eran aliados veleidosos tan capaces de volverse contra el Emperador como de acudir en su ayuda.
Un consejo inesperado[]
En el decimotercer dia del Cónclave, los sirvientes del Emperador despertaron a los Condes Electores, hechiceros, kislevitas, marienburgueses, Enanos y sacerdotes muy temprano. Todos se quejaron por ser tratados de aquel modo, pero sus quejas pronto cesaron al darse cuenta de que aquello podría querer decir que Karl Franz estaba preparado para hacer pública su decisión. Sin embargo, después de un rápido desayuno, los miembros de la asamblea no fueron conducidos a la sala de audiencias, sino a las almenas del palacio que daban al río Reik. Allí les esperaba Karl Franz, arropado en una pesada capa para protegerse de los fríos vientos del Oeste. Durante un buen rato se quedaron todos mirando por encima de las almenas y murmurando entre ellos, preguntándose qué era lo que se proponía el Emperador. Algunos se preguntaban si todo aquel problema no habria acabado por afectarle el juicio. Pero entonces, cuando ya empezaban a hablar sobre volver adentro para dejar atrás aquel tiempo inclemente, Karl Franz pidió a los miembros del consejo que aguardaran un momento y miraran hacia el Oeste.
Los dignatarios allí reunidos se amontonaron junto a las almenas y otearon a través de la niebla matinal que se iba dispersando a poco mientras el sol empezaba a brillar sobre las aguas del Reik. Se percibía movimiento en la distancia, una blancura sobre el gris de la niebla. Al cabo de unos minutos, quedó de manifiesto que se trataba de un navío, de un color blanco refulgente, cuya proa estaba esculpida en forma de halcón. Entre los consejeros y los Condes se hizo el silencio al percatarse de que se trataba de un navío élfico. Se oyeron bufidos burlones procedentes del contingente Enano, cuyos integrantes se fueron muy enfadados de las almenas, con ceño fruncido y murmurando agitadamente entre ellos en su ronco lenguaje.
El bajel se desplazó suavemente por el río hasta amarrar silenciosamente en el muelle del palacio y una sola silueta desembarcó de él. Envuelto en una túnica azul y apoyándose en un báculo muy ornamentado, la figura se encaminó hacia la casa de la guardia, a la vez que los miembros de la asamblea se abrían paso a codazos entre ellos mismos para conseguir ver mejor desde las almenas a aquel visitante. Cuando el misterioso Elfo entró en el palacio, siguieron al Emperador de regreso a la sala de audiencias. El Elfo los estaba esperando apoyado en su báculo, con la mirada distante. Luego se les unieron de nuevo los Enanos, que no pararon de lanzar miradas de desconfianza hacia Karl Franz, sospechando algún tipo de truco o juego sucio por su parte. Karl Franz presentó al Elfo como al legendario Teclis, el Alto Mago que habia ayudado al Imperio durante la Gran Guerra contra el Caos y que había fundado los Colegios de la Magia. Cuando observaron a Teclis, sus penetrantes ojos fueron examinando a cada uno de los asamblearios. Algunos de ellos se apartaron inmediatamente de aquella mirada omnisciente y otros la aguantaron durante segundos. Más tarde, estos hablarían de la infinita sabiduría que reflejaban aquellos ojos, como si estos les hubieran puesto sus almas al descubierto. Cuando Teclis empezó a hablar, todos escucharon en absoluto silencio y su voz cantarina recorrió fácilmente todos los rincones del salón.
"He venido, como vine hace dos siglos", les dijo el Elfo. "Cuatro generaciones según vuestros cálculos, menos de una según los nuestros. A pesar de que los súbditos del Rey Fénix tenemos nuestros propios problemas, ha llegado de nuevo la hora en la que nuestros caminos deberán cruzarse, pues el destino del mundo estará pendiente de un hilo. Ninguna raza puede resistir por sí sola a la amenaza que se está reuniendo en los fríos desiertos del Norte. Ni los numerosos hombres, ni los muros de piedra de los Enanos, ni las flotas de Ulthuan podrán rechazar la marea de oscuridad que se cierne sobre el mundo si esta nos alcanza divididos."
Los Enanos habían empezado a hablar entre ellos cada vez más alto hasta que Snorri Thungrimsson dio un paso adelante.
"Malditos sean todos los Elfos", soltó de repente. Se dio la vuelta y se dirigió a los demás. "Aunque ciertas memorias se debilitan con el paso del tiempo, los Enanos recuerdan muy bien los agravios sufridos, y pocos hay más graves que la traición del Rey Fénix y de sus parientes imberbes. Sin embargo, antes del engaño de los mutiladores de barbas, Elfos y Enanos lucharon codo con codo en un sinfín de ocasiones para hacer frente a las hordas del Caos y olvidaron sus diferencias durante los tiempos de Magnus. A pesar de que nunca olvidaremos las faltas cometidas contra nuestro pueblo, no vamos a permitir que se diga de nosotros que preferimos desentendernos del mundo antes que escuchar las palabras de un Elfo. Cuando suenen los cuernos de las murallas de Karaz-a-Karak, los Enanos marcharán a su son y, si hace falta, lo harán junto a los Elfos."
Karl Franz pareció reflexionar un segundo y luego le preguntó a Teclis si traía alguna respuesta del Rey Fénix. Nadie más conocía la pregunta que le había sido formulada, ni siquiera sabían que se le había enviado un mensaje, pero la respuesta de Teclis fue breve.
"Sí", fue todo lo que dijo.
La llamada a las armas[]
Y así se puso en marcha la gran defensa del Viejo Mundo. Karl Franz decretó que los Condes Electores empezaran a reunir a sus ejércitos y prometió a los Enanos que tendrían vía libre para viajar por sus tierras. Los navíos de los Altos Elfos patrullarían el Mar de las Garras para proteger la costa de los ataques de los drakkars Norses y tendrían permiso para atracar sus flotas en Marienburgo siempre que quisieran, para recibir suministros o para conversar y rellenar sus filas con sus hermanos en el gran barrio élfico.
Los Enanos continuarían vigilando el Este, apoyados por los hombres de Wissenland y de Stirland. Desde Karak-Kadrin, los Matadores partirían hacia el Norte hasta Kislev y allí buscarían una muerte honorable en batalla contra las bestias de los Dioses del Caos. Los ejércitos de Ostermark y Ostland estarían preparados junto a los ríos Urskoy y Talabec para marchar al auxilio de los kislevitas o defender las fronteras del Norte en caso de que Kislev cayera. Karl Franz reuniría al Ejército del Reik, es decir, las tropas de Reikland y Altdorf, y se uniría a las fuerzas de Talabecland para dirigirse hacia el Norte. Cada pueblo y cada aldea tendría que empezar a entrenar a los hombres para formar milicias y las forjas de la Escuela de Artillería Imperial de Nuln arderían día y noche para fabricar cañones y arcabuces. Los jefes de los distintos Colegios de la Magia darían la orden de llamar a todos los hechiceros adiestrados en magia de batalla para que ofrecieran sus servicios gratuitamente y el Ar-Ulric y el Gran Teogonista deberían informar a todos sus fieles de que se prepararan para la guerra.
Fuera lo que fuera lo que Archaón tuviera planeado contra el Imperio, Karl Franz juró que el Señor del Fin de los Tiempos no iba a cogerlos desprevenidos.