Bylorhof es el hogar de los adeptos de Bylorak, el dios de los pantanos, al que algunos eruditos consideran un aspecto de Taal o Manann. Sin embargo, para los habitantes de este asentamiento no se trata de ningún aspecto: es su dios, y se enorgullecen de vivir en su más sagrado emplazamiento. Cuando Vlad von Carstein empezó a expulsar a los clérigos de Sylvania, todos los sacerdotes de Sigmar, Shallya y Morr que vivían en Bylorhof huyeron, pero no así los de Bylorak. El culto sobrevivió de forma clandestina en el millar de personas que viven en Bylorhof, y los vampiros les ignoran porque les consideran adoradores de un "insignificante dios de los pantanos que vive detrás del corral de gallinas".
Esto cambió cuando el conde Ranelf von Feuerfliege asumió el control del pueblo tras la resurrección de Mannfred. Ansioso por demostrar su capacidad, trató de erradicar el culto a Bylorak y perdió. Su cuerpo decapitado permanece empalado en el fondo del pantano de Bylorhof. En el repentino vacío de poder, los sacerdotes de Bylorak se hicieron con el control y garantizaron al pueblo que no sería castigado por sus actos. Volvieron a abrir las puertas de los templos e invitaron a sacerdotes de Stirland para que los administraran; posteriormente solicitaron a Wurtbad que los admitiese de vuelta al redil, sugiriendo sutilmente que pedirían ayuda a Averland en caso de que se negaran.
Con cuatro templos operativos y la creencia en el dios de los pantanos más firme y boyante que nunca, Bylorhof emite una fulgurante y dolorosa aura de santidad a ojos de los vampiros. Es el único lugar de Sylvania que ha logrado resistir a los Condes Vampiro; al menos por el momento.