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Björn fue antiguo rey de la tribu de los Umberógenos, y padre de Sigmar Heldenhammer, futuro fundador del Imperio y posterior deidad patrona.

Descripción[]

Björn era un hombre enorme y musculoso, de cabello del color del hierro que solía llevar sujeto en numerosas trenzas que le colgaban alrededor del rostro y el cuello. Sus ojos, de un color verde neblinoso, habían hecho frente con resolución a los muchos horrores del mundo, aunque miraban con afecto paternal a los guerreros que luchaban junto a él.

Björn era un reconocido guerrero que había participado en numerosas batallas, tanto para proteger a su tribu como para defender a sus aliados, pues era un hombre de honor que siempre se comprometía a cumplir los juramentos que prestaba. Fue un gran líder de los hombres y un caudillo muy respetado, y aunque nunca se echaba atrás en un combate, era lo suficientemente sabio para saber cuando la diplomacia era la mejor opción, escuchando siempre a sus consejeros y considerando todas las opciones.

Cuando acudía a la batalla, Björn iba enfundado en una armadura, primero de bronce, y posteriormente de hierro de la mejor calidad, forjada por herreros Enanos aliados de los Umberogenos. Iba armado con Segadora de Almas, un hacha de doble filo, y sobre su cabeza descansaba la antigua corona de bronce de los reyes umberógenos.

Historia[]

Inicios[]

Nacido en la familia real de la tribu de los Umberogenos, Björn era uno de los hijos del rey Dregor Melenarroja. Tanto Björn como su hermano Berongunden eran hijos de su padre, hombres valientes pero demasiado testarudos, que se lanzaban temerariamente a la batalla sin considerar otras opciones. Por ello, Dregor contrató los servicios del erudito Eoforth para templar el temperamento de sus hijos.

Mientras que Björn supo apreciar y aceptar de buena gana los consejos de Eoforth, Berongunden era un guerrero demasiado parecido a su padre para escuchar la voz de nadie salvo la suya propia. Esto causó que muriera en las montañas, despedazado por una arpía que frecuentaba los riscos más altos. Unos años después, el rey Dregor siguió a su hijo hasta las profundidades de la Colina de los Guerreros, con el pecho atravesado por una docena de flechas de pieles verdes, y Björn asumió la corona.

El poder y la influencia de los umberógenos habían aumentado cada vez más bajo el liderazgo de Björn gracias a los numerosos juramentos de espada y pactos comerciales que se habían llevado a cabo con las tribus vecinas. Oro y bienes procedentes de todos los rincones de la región llegaron a Reikdorf y, a medida que la fama de la visión de futuro de Björn se extendía, muchos reyes tribales acudieron a su poblado para reunirse con este sabio gobernante.

Ser el rey de los umberógenos no implicaba que Björn dejara de ser un guerrero. Justo lo contrario, Björn participó en muchas batallas y combates, acabando con numerosos enemigos y amenazas de los umberógenos. Orcos, Hombres Bestia y viles monstruos terminaron su existencia como trofeos montados en la pared encima del trono. Allí se encontraba la cabeza de Skarskan Yelmosangre, el orco que había amenazado con expulsar a los endalos de su tierra natal hasta que Björn acudió en ayuda del rey Marbad. También estaba la piel desollada de la enorme bestia sin nombre de las Colinas Aullantes que había tenido atemorizados a los querusenos durante años, hasta que el rey de los umberógenos la rastreó hasta su espantosa guarida y le cortó la cabeza con un potente golpe de Segadora de almas. Estas y otra veintena de trofeos eran pruebas de las habilidades combativas y estratégicas de Björn.

Nacimiento de Sigmar[]

El Rey Björn, siendo un hombre de considerable virilidad y pasión, concibió un niño con su atractiva esposa Griselda, poco después de haberse unido en matrimonio. Mientras la gente rezaba y hacía sacrificios a los dioses para que les nacieran descendientes saludables, el vientre de Griselda crecía redondo con una nueva vida.

El Rey Björn ordenaba realizar banquetes en honor a su mujer y futuro hijo y había mucha fiesta, pero era escrupuloso en sus tratos con los dioses, ofreciendo sacrificios en sus altares. Toda la gente era consciente de que un niño era esencial para asegurar la continuación del linaje de su Rey; un hombre que no podía producir descendencia se consideraba débil y no apto para ser jefe.

Pasaron semanas y el entusiasmo crecía. Los ancianos y sabios de la aldea se reunieron para discutir finalmente los signos y presagios que habían presenciado. Todos los signos discutidos, estuvieron de acuerdo, eran buenos, y aseguraban que el niño nacería sano. Pero un hombre mantuvo su propio consejo. El viejo Drego, el más anciano y sabio de todos, estaba inquieto, y pidió sacrificar una liebre. Björn accedió, pues confiaba en Drego por encima de todos sus consejeros. Tras destripar al animal y escudriñar sus vísceras, revelo un presagio funesto: cuando Griselda estuviese de parto, tanto ella como el bebé morirían sin remedio. Drego sugirió de inmediato adentrarse en los neblinosos pantanos de Brackenwalsch y buscar a la Hechicera del Brackenwalsch, pues solo ella tenía los conocimiento necesario para salvarlos.

Björn hizo lo que Drego había dicho, y partió aquella misma noche, con Griselda tumbada en un carro cubierto y Drego sentado a su lado, y una guardia comprendida por una docena de hombres. Cuando llegaron a las ciénagas, abandonaron el carro porque el suelo era demasiado pantanoso, y se adentraron a pie en el lúgubre lugar para llegar hasta la morada de la Hechicera. Aceleraron el paso cuando Griselda gritó que el bebé estaban a punto de llegar.

Björn y su séquito llegaron hasta el corazón del pantano, un burdo refugio de madera y tela estaba construido al pie del tronco del árbol, donde vivía la hechicera, pero al entrar el lugar, descubrieron con horror que el lugar había sido atacado por orcos, y que habían asesinado y hervido a la hechicera en su propio caldero. La desesperación inundó a Björn y a los suyos, pues pensaba que todo estaba perdido.

En ese momento Griselda se puso de parto, y el rey ordenó a Drego que la asistiera. El anciano sabio pidió que ataran a la mujer al árbol para ayudar al nacimiento y que encendieran un fuego. El nacimiento del bebé se complicó, y Griselda empezó a desangrarse y a gritar de dolor. Björn y sus guerreros rodearon a su esposa para protegerla, pues sus gritos y el olor de la sangre atrajeron a varios orcos, liderados por el Kaudillo Colmilloamarillo, deseosos por derramar aún más sangre.

Björn y sus guerreros se prepararon para el combate, y el aire pronto se llenó con el sonido del metal chocando contra metal, gritos de guerra y rugidos de furia. Uno de los orcos consiguió atravesar las defensas de los Umberógenos y correr hasta Griselda. El anciano Drego trató de protegerla pero fue fácilmente destripado. Con su horripilante tarea hecha, el orco se giro hacia la esposa del rey.

El miedo apoderándose de su corazón, Björn luchó para ir donde su esposa, pero Colmilloamarillo se interpuso en su camino. Armado con su Hacha Segadora de Almas, el rey unberógeno se enzarzó en combate mortal contra el Kaudillo, hasta que con un rápido movimiento desenfundó su larga daga y la hundió hasta el fondo en el cuello de su enemigo.

Al ver morir a su Kaudillo, los demás orcos huyeron, siendo perseguidos por los vengativos hombres. Björn corrió hacia su esposa. El orco que la había amenazado yacía muerto en el suelo con un cuchillo clavado en el pecho. Desplomado sobre el cadáver estaba el viejo Drego, con sus delgadas manos todavía agarrando la empuñadura. Había usado sus últimos resquicios de vida para proteger a Griselda.

Se había ganado la batalla, pero los Umberogenos habían pagado un alto precio. Drego y siete de los hombres estaban muertos, y Griselda también había fallecido a causa de la perdida de sangre. Björn lloró, abrazando su cuerpo. Pero entonces, algo se movió bajo sus pies, y un llanto rompió la noche.

Björn vio a un bebé revolcándose en sangre humana y de orcos. Apenado por la muerte de su amada, pero lleno de alegría por el nacimiento de su hijo, Björn alzó al niño mientras un gran cometa arrastrando dos colas de llamas surcó el cielo, anunciando su nacimiento. Así fue como su hijo, al que bautizaría como Sigmar, llegó al mundo, con el sonido de la batalla en sus oídos y el tacto de sangre de orco sobre su piel.

Criando a Sigmar[]

Pese a que la muerte de su esposa Griselda fue un doloroso golpe, el Rey Björn siempre quiso a su hijo desde el primer momento que vino al mundo, volcándose enteramente en crianza, educación y entrenamientos de Sigmar, instruyéndolo para que fuera no solo un gran guerrero, si no también un digno sucesor de su trono cuando el fuera reclamado por Morr.

Björn educó a su hijo para que fuera un gran líder de los hombres, felicitándolo y elogiándolo por cada éxito, pero también castigándolo con severidad, pero nunca crueldad, por cada infracción, siendo uno de los ejemplos más claro de esto último cuando obligó a su hijo a realizar su rito de predestinación sólo en la Colina de los Guerreros tras accidentalmente romperle el brazo a su amigo Wolfgart en un ataque de rabia. De esta experiencia Sigmar aprendería a conducir su ira contra los enemigos de su pueblo, no contra sus semejantes.

Sigmar creció admirando a su padre tanto por sus capacidades como guerrero como por su sabiduría y buen juicio, pero estaba claro que estaba destinado a superar las proezas de Björn.

Alianza con los Endalos[]

Pero cuidar de su hijo no era las únicas responsabilidades a las Björn debía atender. También debía ser fiel a sus aliados y respetar los tratos pactados con ellos.

Alrededor de uno de 9 o 10 años después del nacimiento de Sigmar, Björn partió a la guerra junto al rey Marbad de los Endalos, cuyo territorio comprendía una extensa zona pantanosa. Cuando los fimirs que moraban en las marismas se alzaron para amenazar a su gente, solicitó su ayuda, y Björn partió a luchar a su lado. Marbad y Björn se conocían desde hacía mucho. Lucharon contra los orcos de la tribu de Fauces Sangrientas que cruzaron las montañas Grises hace veinte años y Marbad le salvó la vida, así que Björn tenía una deuda de sangre con él.

Marbad y su ejército estaban esperando a las fuerzas del rey Umberogeno en Marburgo y entraron juntos en los pantanos como si se tratara de una magnífica aventura. Entonces los fimirs se alzaron a su alrededor como fantasmas, hundieron a los hombres en las ciénagas, ahogándolos y enviandolos de vuelta para luchar contra sus antiguos hermanos, abotargados y blancos. Björn vio cómo Torphin, su hermano de armas y un leal amigo, fue atrapado por uno de estos seres que lo arrastró a la muerte.

Ante esta situación, los supervivientes decidieron retirarse. Marbad poseía a Ulfihard, una espada mágica de origen élfico, y con ella fue abriendo una senda a través de la niebla y acabando con cualquier demonio de la bruma que se acercara a ellos. Gracias a eso, los supervivientes lograron escapar de las marismas. Sin embargo, justo cuando llegaron al borde del pantano, Björn oyó que alguien le llamaba. Björn sintió dicha al reconocer la voz de Torphin y horror al ver que se había convertido en un ser no muerto. Marbad le ofreció a Ulfihard a Björn y acabó con aquel ser antinatural, rezándole a Ulric para permitir que el alma de su amigo entrara en su salones.

Cuando salieron definitivamente de los pantanos, Björn le devolvió Ulfihard a Marbad y se convirtieron en hermanos de armas y aliados, comprometiéndose a ayudarse mutuamente cuando sus respectivos pueblos estuvieran en peligro.

Batalla de Astofen[]

Cuando cumplió los quince años de edad, Sigmar debía asistir a su primera batalla real, pues era una tradición en la tribu Umberógena que un muchacho ganara su escudo en la batalla cuando alcanzaba la virilidad. Aunque su hijo tenía suficiente experiencia en el combate, todas habían sido en escaramuzas e incursiones menores, ahora debía liderar al ejército Umberógeno contra una gran fuerza Orca liderada por el Kaudillo Grimgut Aplastahuesos, que amenazaba el asentamiento de Astofen, gobernada por Eadhelm, un primo lejano de Björn.

La noche anterior a la partida, Sigmar y el resto de jóvenes de la tribu que participarían celebraron su Noche de Sangre, un gran banquete en la Casa Larga del rey. Björn miró a su hijo y se llenó de orgullo. Sabía que en el fondo, bajo su mascara de alegría y despreocupación, el miedo se le revolvía en el estomago, lo mismo que él había sentido la primera vez que fue a la batalla, durante su décimo quinto cumpleaños. No era un miedo a morir lo que sentía, sino el miedo a la derrota. Ese miedo tendría que ser eliminado.

El rey Björn tuvo una conversación con Sigmar, para eliminar aquel miedo, aconsejándolo sobre cómo debía liderar a su aliados en combate. A la mañana siguiente, le pidió a su hijo que regresase a su lado cuando la batalla hubiera concluido, con su escudo o sobre él. Pasaron varios días, hasta que el ejército de Sigmar regresó triunfante a Reikdorf después de derrotar a una fuerza de 2000 pieles verdes en el puente de Astofen, con Sigmar matando personalmente al Kaudillo Aplastahuesos. Björn abrazó a su hijo y le dio su escudo. Había demostrado ser tan buen guerrero como líder.

Aquella gran victoria era digna de ser celebrada, aunque tendría que esperar después de los funerales. Derrotar a los orcos no se logró sin sacrificios, y muchos guerreros umberógenos perecieron en la batalla. Uno de ellos era Trinovantes, uno de los mejores amigos de Sigmar. Su familia quedó afectada, especialmente Gerreon, gemelo de Trinovantes, quien culpó a Sigmar de su muerte. Se llevá a cabo los funerales a los caídos y fueron enterrados en la Colina de los Guerreros. La noche fue cayendo y Björn se quedó solo en el lugar, para llevar a cabo el rito fúnebre final, que consistía en sacrificar un corazón de toro a Morr en una hoguera. Aquella parte de los ritos fúnebres siempre lo ponía nervioso a pesar de ser algo necesario, pero como rey le correspondía a él llevarla a cabo.

Los pensamientos del rey se vieron interrumpidos cuando apareció ante él la hechicera del Brackenwalsch, como surgida de las sombras. Por poco que le gustase su presencia, era necesaria para realizar el ritual al Morr. A pesar de que había ayudado en varias ocasiones, Björn no podía evitar sentir temor hacia la hechicera, ya que la oscuridad la envolvía como si fuera una capa, y poseía poderes fuera del alcance de los hombres mortales.

Llevaron a cabo el ritual, y entonces la hechicera le contó la premonición que Morr le envió. Le advirtió que en un futuro, su hijo Sigmar correría una gran peligro en el futuro, y solo él podía salvarlo haciéndole una promesa sagrada cuando se lo pidiera. El rey de los umberógenos hizo un gesto de asentimiento con la cabeza mientras se apartaba de la bruja y regresaba a Reikdorf, cuando volvió la cabeza otra vez hacia la tumba, a hechicera había desaparecido.

Tras esta lúgubre experiencia, durante los siguientes días Björn celebró la vitoria de su hijo en el puente de Astofen, evento al que asistió el rey Marbad de los Endalos. Durante una de las celebraciones, Sigmar les hablo de su sueño de unificar todas las tribus en una sola nación. Aunque ambos soberanos consideraba aquello como una empresa casi imposible de lograr, reconocieron la determinación y la audacia de Sigmar, y no descartaron la posibilidad de que lograra su objetivo pese a las dificultades y obstáculos que se toparía por el camino.

Guerra contra los Norses[]

Los años pasaron, y la ciudad de Reikdorf siguió creciendo y prosperando. Y así llegamos al año -8, un año que seria trascendental para la existencia del propio Imperio.

En ese año, cientos de refugiados Querusenos llegaron a la ciudad escapado de los Norses que estaban invadiendo sus tierras. Emisarios del rey Krugar de los Taleutenos y del rey Aloysis de los Querusenos se reunieron con el rey Björn para solicitarle ayuda. El ejercito norse estaba compuesto por aproximadamente 6000 espadas, cifra que hubiese sido imposible de reunir si no fuese por que se unieron a ellos decenas de tribus procedentes del lejano norte.

Los Taleutenos y los Querusenos dejaron de lado su larga rivalidad para hacer frente a esta amenaza, pero entre sus dos reyes el ejercito sumaba casi cuatro mil espadas. Por ello solicitaban a Björn que añadiera la fuerza de sus guerreros para enfrentarse a los hombres del norte en igualdad de condiciones. A cambio de sus asistencia, tanto Krugar como Aloysis le ofrecían su Juramento de Espada si acudía al norte.

Tras oír a los emisarios Björn se retiro para considerar la situación junto a sus consejeros. Sigmar expresó su deseo de ir en ayuda de Krugar y a Aloysis. Contar con Juramentos de Espada de dos reyes tan poderosos beneficiaría a los umberógenos en gran medida, pues mucha de la frontera septentrional estaría segura, y además podrían contar con la caballería taleutena y a los salvajes querusenos como aliados en conflictos futuros.

Björn estaba de acuerdo con los argumentos de sus hijo, pero no podía dejar sus propias tierras sin protección, así que partiría al norte con todos los guerreros que pudieran, dejando a su hijo la responsabilidad de salvaguardar su reino durante su ausencia.

Björn, se reunió con Krugar y Aloysis para enfrentarse a las fuerzas de los hombres del norte habían penetrado mucho tierra adentro, causando estragos en las tierras del rey Wolfila de los udoses. Los Norses estaban liderados por caudillo con armadura roja y un yelmo astado, montando en un corcel oscuro con ojos como hornos encendidos. El ejército de los norses era salvaje y fiero, pero le faltaba la disciplina de las tribus del sur. Los tres reyes habían formado a sus ejércitos en una gran hueste y la dirigían con el ejemplo, cabalgaban hacia donde la batalla era más encarnizada y exhortaban a sus guerreros a demostrar una bravura inimaginable.

Los siete mil guerreros de los reyes del sur combatieron contra seis mil asesinos de ojos fríos procedentes de los reinos del norte y los saqueadores de armadura negra del otro lado del mar. La batalla se había alimentado con una furia creciente por ambos lados, cada momento traía un nuevo horror de las filas enemigas. No obstante, el valor de los hombres del sur se había mantenido firme. A medida que trascurría el día, los ataques de los norses se volvieron menos severos y Björn sintió que la línea enemiga cedía en algunos puntos.

Dio la impresión de la carga de Björn y sus caballeros derrotaría definitivamente a los norses, pero el caudillo restableció el orden y ordenó a sus fuerzas que se replegaran de forma ordenada hacia una cordillera con espesos bosques para reorganizando sus fuerzas. Los aliados comprendieron que solo los habían hecho retroceder temporalmente, y durante días estuvieron hostilizado a los hombres del norte, tratando de provocarlos para que atacaran desde su baluarte defensivo; pero el temor al gran caudillo había mantenido su ferocidad natural bajo control.

Todo se resolvería en una gran batalla final.

La Promesa Sagrada[]

La noche anterior a la batalla, el rey Björn fue visitado por la hechicera del Brackenwalsch, envuelta en sombrías nieblas. La bruja había acudido para hacer que cumpliera la promesa sagrada a la que se había comprometido años atrás en la Colina de los Guerreros, debía hacerlo si quería evitar la muerte de su hijo y la destrucción de su reino pues, en aquel mismo instante, un amigo de confianza tramaba asesinar a Sigmar.

Björn imploró a la hechicera que advirtiera a su hijo del peligro, pero se negó pues fue ella misma quien guio los pasos del asesino. Lleno de ira por esta revelación, Björn la atacó con Segadora de Almas, pero era inútil pues lo que se encontraba ante él era solo una proyección hecha de sombras. Björn le preguntó por qué poner su asesinato en marcha sólo para intentar impedirlo, y la hechicera le respondió que era necesario para que Sigmar se convirtiera en el gran hombre que estaba destinado a ser, y para ello debía sufrir dolor y pérdida como ningún otro.

Ahora solo él podía salvar a Sigmar cumpliendo la promesa sagrada: En la batalla contra el ejercito d ellos Hombres del Norte a la mañana siguiente, debía buscar al caudillo rojo que los guiaba y enfrentarse a él. Björn juró que lo mataría y la hechicera se dio por satisfecha, y la niebla que la rodeaba se hizo más espesa y lo envolvio todo.

Björn despertó con el sol de la mañana abriéndole los ojos. Lo esencial de su encuentro con la hechicera seguía grabado en sus recuerdos con espantosa claridad. Abrió el puño y descubrió que aferraba un colgante de bronce, una pieza sencilla tallada con la forma de una puerta cerrada. Su primer impulso fue tirarlo por un precipicio o al veloz río, pero en lugar de ello se lo pasó por encima de la cabeza y se lo metió bajo el jubón de lana.

Björn acudió a la batalla junto con su ejercito y el de sus aliados. Como habia prometido a la hechicera, tan pronto vio al caudillo de armadura carmesí cabalgando al frente del ejército norse, el rey de los Umberógenos se lanzó de cabeza contra él. Björn peleó como un poseso, arremetiendo contra lo más reñido del combate desde el principio, su poderosa hacha despedazaba hombres del norte con cada golpe. Sus caballeros habían intentado seguirle el ritmo, pero el avance del rey había sido incesante.

Björn consiguió llegar hasta su objetivo, y tras un intenso duelo, Segadora de Almas logró decapitar la cabeza del líder enemigo, haciendo que su cabeza y su estandarte cayeran al suelo. Un grito de consternación y rabia surgió de los norses, cuyos ojos vengativos se volvieron hacia aquel que lo había derribado. Apenas Björn acababa de dar muerte al caudillo norse cuando sus paladines de armadura oscura se abalanzaron sobre él para descargar su venganza, pero sin su líder, los Norses fueron rapidamente derrotados por la alianza de tribus del Sur, y los hombres de Björn rescataron a su malherido rey, tratándole de inmediato las heridas para salvar su vida.

Mientras todo esto tenia lugar, muy lejos, en los bosques cercanos a Reikdorf, Sigmar acabó gravemente herido cuando Gerreon trató de asesinarlo con una espada embadurnada en veneno, en un intentó de vengar a su gemelo Trinovantes, a quien responsabilizaba a Sigmar de su muerte.

Separados por miles de kilómetros el uno del otro, ahora padre e hijo se debatirían juntos entre la vida y la muerte.

Las Bóvedas Grises[]

Mientras su cuerpo agonizaba en el mundo de los vivos, el alma del rey Björn despertó en las Bóvedas Grises, un inhóspito mundo de un gris ceniciento bajo un cielo vacío y sin vida que suponía el limbo que había entre la vida y la muerte. Björn no tardó en encotrar a su hijo en aquel desapacible lugar, rescatándolo cuando era acosado por dos seres demoníacos. No sabía bien la razón por la que habían acabado allí, pero se aseguraría de que Sigmar regresase a la tierra de los vivos, y para ello debían llegar a las montañas que había en el horizonte, donde se encontraba la puerta al reino de Morr.

Padre e hijo recorrieron aquel afligido paisaje. A ojos de Sigmar, las montañas no parecían acercarse, sin embargo, su padre le aseguraba que iban por el buen camino. Pese al oscuro lugar en el que se encontraba, Björn estaba encantado de poder disfrutar de aquel momento entre padre e hijo y mantuvieron una charla. Björn le habló de la guerra en el norte y de como expulsaron a los norses de vuelta a su reino helado. Björn le aconsejó a Sigmar que, cuando fuera rey, le rindiera honores a Krugar y a Aloysis, pues era reyes honorables y aliados incondicionales de los umberógenos.

Antes de que Sigmar se diera cuenta, llegaron a las montaña, y un inmenso portal se formó en su ladera, ancho y lo bastante alto para abarcar las tierras hasta donde alcanzaba la vista. Cuando intentaron acercarse más, un conjunto de sombras flotó por el aire formando una línea ininterrumpida entre ellos y la puerta en las montañas, adoptando la forma de un ejercito compuesto por criaturas contrahechas, monstruos y seres demoníacos.

De aquella gran hueste surgió guerrero alto y provisto de una armadura de placas rojo sangre, y pese que ahora era más demonio que mortal, Björn lo reconoció al instante como el rey norse al que había matado. El Campeón del Caos le exigió al rey que le entregara a su hijo, pues los Dioses Oscuros ordenaban su muerte, y a cambio él podría volver al mundo de los vivos. Björn se negó plegarse a sus demandas. Sabía cual era la grandeza a la que estaba destinada Sigmar, además de que de ninguna manera sacrificaría a su hijo.

Los demonios empezaron a avanzar hacia ellos. Björn preparó Segadora de Almas y, con un pensamiento, Sigmar estuvo armado con el poderoso Ghal Maraz. Padre e hijo se mostraron desafiantes ante el ejercito de los dioses oscuros, y entonces a su alrededor empezaron a congregarse los fantasmas de los guerreros caídos de los umberógenos, preparados para luchar por su rey una vez más.

El ejército de fantasmas se abrió paso entre los demonios, sus espadas y hachas causaron estragos entre sus enemigos mientras luchaban para llevar a su rey y a su príncipe hacia la Puerta de Morr. Cada uno de los combatientes desaparecía cuando lo derrotaban, la luz o la oscuridad de su existencia se apagaba en un momento mientras una espada los atravesaba o unos colmillos los desgarraban. Sigmar y Björn luchaban codo con codo, empujando la cuña de combate aún más en la horda demoníaca. El demonio rojo fue directamente a por Sigmar, pero fue derrotado y destruido por este. Con la muerte de su señor demoníaco, la confusión se apoderó de la horda de sombras, y el ejército umberógeno siguió presionando hasta llegaron hasta el portal.

Mientras la hueste demoníaca se disipaba, los fantasmas Unberogenos se pararon frente a la oscuridad arremolinada de la puerta de Morr. Björn le dio sus últimas palabras de despedida y de coraje a su hijo, otorgándole el colgante de bronce con forma de puerta. Sigmar lloró mientras su padre y sus fieles guerreros realizaban el viaje desde el reino de los vivos al de los muertos. No bien habían pasado al otro lado de la puerta, ésta desapareció como si nunca hubiera existido, dejando a Sigmar solo en el vacío páramo de las Bóvedas Grises.

Sigmar respiró hondo y cerró los ojos. Y al abrirlos de nuevo, se despertó en el mundo de los vivos.

Entierro[]

Sigmar terminó recuperándose de sus heridas físicas, aunque todavía arrastraba el dolor emocional por la muerte de su padre, y durante semanas tuvo que ocultárselo a los ciudadanos, todavía ignorantes de los acontecimientos en el norte. Finalmente, el victorioso ejercito unberogeno regresó a Reikdorf, transportando solemnemente el cuerpo del rey sobre unas andas de escudos. Sigmar vio a su padre yaciendo con Segadora de almas aferrada al pecho y la armadura brillante y bruñida. Sus nobles facciones estaban en paz, la fiereza de la cicatriz que le cruzaba el rostro se había atenuado de algún modo ahora que su alma había partido.

Sigmar proclamó a los entristecidos ciudadanos que enviaría jinetes a anunciar de que cuando saliera la próxima luna nueva, el Rey Björn ocupará su lugar en la Colina de los Guerreros, momento en que él le sucedería en el trono. Con el regreso de los guerreros umberógenos a Reikdorf, se organizó una celebración para honrar su valor y las hazañas de los muertos. Los reyes aliados de Björn viajaron personalmente a Reikdorf para asistir a su funerales, incluso el propio Gran Rey de los Enanos Kurgan Barbahierro, viajó a la capital de los Umberogeros para presentarle sus respetos.

Se organizó en la casa larga un gran banquete en honor a Björn. Cientos de personas de diversas tribus llenaban el lugar, y los distintos soberanos hablaron de las grandes hazañas del fallecido rey unberogeno cuando este les proporcionó su ayuda. Poetas de sagas llenaron las tabernas y se reunieron en todos los rincones para embelesar a los oyentes con relatos empapados de sangre acerca de las batallas contra los crueles norses y la gloriosa muerte del rey Björn.

Al día siguiente, el Rey Björn fue enterrado en la Colina de los Guerreros, rindiéndose tributos a él y todos los caídos. Tras esto, Sigmar fue proclamado nuevo rey de los Umberógenos, y su sueño de unificar las tribus por fin se puso en marcha.

Fuentes[]

  • Trilogía La Leyenda de Sigmar: Heldenhammer, por Graham McNeill.
    • Cap. 1: La víspera de la batalla.
    • Cap. 3: La cuota de Morr.
    • Cap. 4: Hermanos de armas.
    • Cap. 8: Heraldos de guerra.
    • Cap. 9: Los que se quedaron atrás.
    • Cap. 10: Amanecer rojo.
    • Cap. 11: Las bóvedas grises.
    • Cap. 12: Uno debe cruzar.
    • Cap. 13: Una reunión de reyes.
  • Trilogía La Leyenda de Sigmar: El Rey Dios, por Graham McNeill.
    • Cap. 2: Mentes jóvenes y hombres viejos.
  • Black Library: La Vida de Sigmar, por Matthew Ralphs y Gav Thorpe.
    • Cap. 2: El nacimiento de Sigmar.
    • Cap. 3: El martillo y la colina.
    • Cap. 4: Sigmar y el jabalí Colmillonegro.