El trasfondo de esta sección o artículo se basa en la campaña de El Fin de los Tiempos, que ha sustituido la línea argumental de La Tormenta del Caos.
|

El ejército de Hellebron asalta a los asediados elfos de Alarielle
La llegada de los enanos a la Middenplatz había dado al Ejército de la Vida de Alarielle un respiro muy necesario. Su primera salva - tanto de mampostería del muro oriental como de balas de hierro - hizo poco a las Elfas Brujas de Hellebron y a los seguidores Skaramor, pero convirtió a las manadas de guerra en ruinas sangrientas. Unos cuantos Hombres Bestia continuaron luchando bajo los toscos y gastados estandartes, inspirados por los brutales ejemplos de sus jefes, o simplemente por estar demasiado perdidos en el ansia batalla para preocuparse. La mayor parte de ellos cayeron en el desorden - presa fácil de los elfos y los espíritus del bosque que habían encontrado repentinamente esperanza en medio de la derrota, y de los enanos cuyos hachas se elevaban y caían con una certidumbre sombría.
Pronto, la mitad oriental de la Middenplatz estaba inundada con una estampida de pánico de cuernos y pezuñas, con la marea disminuyendo mientras las hachas, flechas y balas hacían su mortal trabajo. Sin embargo, las bestias que seguían luchando no morían facilmente. Rebuznando sus cánticos de batalla de lengua tosca, cortaban a través de la carne y la armadura con un frenético abandono, cesando sólo cuando la última chispa de vida dejaba sus cuerpos. Los Minotauros eran los peores, estampando y haciendo pedazos a sus enemigos mientras ignoraban las heridas que debían haberlos dejado muertos hacía mucho tiempo. Fue contra estos brutos contra los que Gelt y Hammerson enviaron a sus Rompehierros, confiando en la armadura rúnica de gromril para defenderse contra los golpes mutiladores de los minotauros. En su mayor parte, esta confianza no estaba fuera de lugar, pero aún así perecieron demasiados hijos valientes de las montañas.
Después de lo que parecieron horas, pero lo que en realidad habían sido los más fugaces de minutos, el último de los Hombres Bestia huyó. Pero el peligro estaba lejos de terminar. Las Elfas Brujas de Hellebron y los Skaramor habían resultado prácticamente indemnes por la explosiva entrada de los enanos, protegidos sin saberlo por los cuerpos de sus aliados salvajes. Estos guerreros sanguinarios ellos solos superaban en número al ejército menguante de Alarielle, y las probabilidades empeoraban con cada choque de espadas. Poco a poco, el anillo de los elfos y de los espíritus del bosque se encogió sobre sí mismo, dejando detrás una cresta de cuerpos para marcar cada lucha desesperada. Las Elfas Brujas podían igualar incluso a la Dríade más rápida golpe por golpe, y la armadura gruesa de los norteños ignoraba todo salvo los golpes más pesados. Sólo donde Durthu y los Hombres Árbol luchaban, el anillo de los elfos se mantuvo firme. Los delgados cuchillos de las Elfas Brujas podían hacer poco a estos ancianos del bosque, y un solo golpe de sus puños espinosos podía hacer pulpa a cualquiera de los Skaramor, no importaba qué tan gruesa fuese su armadura.
Alarielle luchaba a la sombra de Durthu, prestando sus magias vivificantes para restaurar a los heridos y los moribundos, pero su desvaneciente fuerza era evidente para todos los que la veían. La Reina Eterna ya no estaba radiante. Había envejecido siglos desde su llegada a Middenheim, con su cuerpo devastado por las magias que había tenido que utilizar. La piel de Alarielle estaba arrugada, y su pelo, una vez brillante, ya no brillaba, pero su voluntad de pelear seguía siendo tan fuerte como siempre.
Hellebron fue una de los muchos que reconocieron la desvaneciente fortuna de la Reina Eterna, y la visión le trajo nada más que una cruel alegría. La poca cordura que la Reina Sangrienta había poseído desde hacía mucho tiempo había sido arrastrada después de su llegada a Middenheim, reemplazada por una parte de la ira divina de Khorne. Desde lo alto de su altar-caldero escupía y gruñía, emitiendo órdenes y amenazas con una voz retorcida por la locura. Sin embargo, Hellebron recordaba la visión que Be'lakor le había mostrado, una visión que había prometido que moriría a manos de Alarielle, si la Reina Eterna no era asesinada primero. Las espadas de la Reina Sangrienta estaban listas en sus manos mientras el santuario continuaba avanzando.

El Caldero de Sangre de Hellebron
Así Hellebron abrió un camino de carnicería directamente hacia donde su enemigo luchaba, con las pesadas ruedas de su altar-caldero crujiendo sobre los destrozados muertos. Las Elfas Brujas saltaban riendo tras el altar. Estaban tan perdidas a la voluntad del Dios de la Sangre como su loca señora, pero esto sólo servía para perfeccionar sus habilidades asesinas. Determinadas a demostrar que eran reinas del asesinato, las brujas guerreras abandonaban las oportunidades de infligir pequeñas heridas, sus esbeltas cuchillas se lanzaban siempre a las gargantas y al corazón de sus sitiados parientes.
Más al norte, entre el caldero de Hellebron y el muro de la Middenplatz, el Devorador de Almas Karan'gar dirigía su propia carga. Los Skaramor luchaban sin temor a su sombra, seguros de que la enorme presencia del demonio era la bendición de Khorne sobre todos ellos. El hacha de Karan'gar se estrelló contra un grupo de la Guardia Eterna, matando media docena de un solo golpe. Los entonantes Siegacráneos cayeron a través de la brecha, y sus propias hachas se sumaron a la matanza. El Hombre Árbol Skarana, viendo a los norteños libres dentro de la formación amontonada, avanzó pesadamente para llenar el hueco con su propio cuerpo. Los hombres de las tribus dieron breves y agonizantes gritos mientras los pies de Skarana golpeaban, y los golpes de su pesado cayado arrugaban sus armaduras. Viendo al fin un enemigo digno de su fuerza. Karan'gar flexionó su látigo, y salió a toda prisa para matar al Hombre Árbol.
Por segunda vez esa noche, los enanos resultaron ser la salvación de Alarielle. Un gruñido bajo resonó a través de la Middenplatz mientras avanzaban sobre las Elfas Brujas y los Skaramor que asaltaban el flanco sur del Ejército de la Vida. Hammerson y sus parientes habían perdido mucho en los últimos meses, y tenían muchos agravios que pagar. Además, ninguno del Ejército del Metal habría negado que obtuvieron una pequeña satisfacción en probar que los arrogantes Elfos Silvanos necesitaban su ayuda.
Los Cañones Draco rugieron un torrente de fuego alquímico que desgarró la horda de Hellebron. La salva arrojó cuerpos blindados a través del camino de la Reina Sangrienta, convirtiendo filas ya anárquicas en un completo desorden. Antes de que los ecos de la explosión se hubieran apagado, los profundos cuernos de guerra de Zhufbar sonaron, y los enanos se lanzaron a la lucha.
El ejército de Hammerson era tan imparable como el avance de un glaciar. Llegaron como una gran e implacable cuña de hachas y escudos que dividieron al ejército de Hellebron en dos. La luz dorada bailaba a través de las armas de los enanos, mientras la magia de Gelt despertaba todo el poder de las runas ancestrales. Las hachas arrastraban una luz brillante a través del cielo nocturno y cortaban a través de las placas de los norteños tan fácilmente como a través de la carne desnuda de las Elfas Brujas. La armadura de Gromril se encendía y brillaba con cada golpe de retorno, a prueba contra todo menos el más salvaje de los golpes.
A través de todo esto, los enanos mantuvieron un orden perfecto. A órdenes de Hammerson, las lados de la cuña se volvieron hacia fuera, formando muros de escudos al este y al oeste. Hammerson comandó el este, y Gelt el oeste. Dejando a sus muertos detrás, los Zhufbarak avanzaron, con las dos líneas girando alrededor de la punta de la cuña para evitar que los Skaramor al norte rompieran el espacio muerto entre los muros.
La intervención de los enanos había hecho que el impulso de Hellebron se detuviera. Además, había dividido a su ejército en dos fuerzas desordenadas. La más pequeña de las dos - que incluía a la propia Reina Sangrienta - estaba ahora atrapada entre una línea de escudos de Hammerson y el Ejército de la Vida. Donde antes Hellebron se había dejado arrastrar por una marea de furiosos Skaramor para reforzar los efectivos de sus Elfas Brujas, ahora tenía que enfrentarse a una batalla más equilibrada. Si la Reina Sangrienta aún hubiera poseído su ingenio, podría haber rechazado esa perspectiva. Tal como estaban las cosas, estaba demasiado sumida en la locura de Khorne para preocuparse. Despreciando los escudos enanos que la presionaban con fuerza, exhortó a sus cultistas a un mayor esfuerzo, y los arrojó hacia la Reina Eterna.
Mientras los enanos de Hammerson aguantaban terreno duramente contra las fuerzas de Hellebron en el este, Gelt se mantuvo firme hacia el oeste. Su tarea era más difícil: mantener a raya la mayor parte de la horda del norte, mientras que la más pequeña era aplastada entre los escudos de Hammerson y los elfos supervivientes. Gelt trabajaba desde detrás de los estandartes Zhufbarak, alcanzando el poder rúnico de los Rompehierros, endureciendo sus escudos más fuertes de lo que un simple mortal podría conseguir. El mago se sintió extrañamente vulnerable. Había pasado mucho tiempo desde que se había visto obligado a luchar una batalla desde el suelo, pero las heridas que Mercurio había recibido en el Claro del Rey significaban que el Pegaso no podía volar, y por lo tanto sólo podía llevarlo como lo haría un caballo. No importaba mucho. Gelt no tenía ninguna intención de romper la confianza con sus enanos aliados - triunfarían, o perecerían juntos.
Las chispas volaban y los escudos se estremecían cuando los norteños se lanzaban contra el muro de Gelt, pero la línea resistía. Los filos de las hachas norteñas se enganchaban en los bordes protectores de los escudos enanos muchas veces, debilitando la pared lo bastante para que otras armas chocaran contra los Zhufbarak de detrás. Ningún Skaramor vivía lo suficiente para dar un segundo golpe. Hachas con runas talladas daban arcos eficientes por encima de los escudos alzados, con las hojas mágicamente afiladas cortando a través del grueso acero del norte y abriendo la carne hasta el hueso. El muro de Gelt se tambaleaba repetidamente, pero siempre se sostenía. Los enanos habrían muerto muchas veces más antes que soportar la vergüenza del fracaso. Así, taparon sus heridas con trapos sucios, bebieron sus últimos tragos de la Bugman XXXXXX y lucharon.
Más al norte, el látigo de Karan'gar se apretó fuertemente alrededor del torso de Skarana, apretando sus brazos cerca de su pecho. La savia brotaba bajo las púas mientras el Hombre Árbol luchaba en vano contra las ataduras. Un brazo se liberó, pero el hacha del demonio se lo cortó antes de que Skarana pudiera alejarse. Astillas de corteza llovieron sobre las Dríades y los Skaramor que luchaban entre los pies de los gigantes, y por fin Skarana se liberó del látigo, con la savia fluyendo por su cuerpo devastado.
El cayado del Milenario golpeó hacia delante, impactando al Devorador de Almas de lleno en el pecho. Karan'gar se tambaleó hacia atrás, sus pezuñas tirando norteños a un lado mientras buscaba equilibrarse. En el extremo del cayado destelló un verde brillante, y salieron espinas de su punta, avanzando ciegamente hacia la carne del demonio. Pero Karan'gar había recuperado el equilibrio, y su gran hacha volvió a golpear, cortando los racimos de espinas y partiendo el cayado de Skarana a lo largo de su longitud. El Devorador de Almas se adelantó de nuevo, y su hacha, una vez más, se hundió profundamente en la carne del moribundo Hombre Árbol. Esta vez, el daño fue demasiado grande. Con un gemido crujiente, Skarana cayó de costado, con su valiente espíritu huyendo antes de que su cadáver hendido golpeara el suelo.
En seguida, las doncellas Dríades del Hombre Árbol soltaron un grito estridente de duelo y cayeron sobre los Skaramor con una ferocidad renovada. Pero el odio y la pena no eran iguales a la furia endurecida por el combate de los habitantes del norte, y muchas de las Dríades pronto se unieron a su señor en la muerte.

Durthu se separa de Alarielle para enfrentarse a Karan'gar
Durthu vio a Skarana caer y oyó el salvaje grito de victoria del Devorador de Almas. Habría desafiado a Karan'gar, si no fuera por el hecho de que hacerlo habría dejado a la debilitada Reina Eterna sin vigilancia. Sólo un delgado muro de lanzas se encontraba ahora entre Alarielle y los salvajes cultistas de Hellebron, y el Hombre Árbol no confiaba en que los enanos llegaran a su señora antes que el enemigo. Alarielle, sin embargo, estaba más dispuesta a depositar su fe en los Zhufbarak. Además, sabía que ahora sólo Durthu podía igualar la terrible fuerza del Devorador de Almas. El Hombre Árbol Milenario poseía el poder de todos los Milenarios que habían perecido antes que él, y ningún demonio podría resistir contra tal poder. Con tono tenso, ordenó al Hombre Árbol que dejara su lado. Cuando no hizo ningún movimiento para llevarlo a cabo, el tono de la Reina Eterna se endureció, y la solicitud se convirtió en una orden. Durthu obedeció a regañadientes. Entregando el cuidado de su reina a las pocas hermanas restantes de Avelorn, se abalanzó sobre el gran demonio.
Con un Devorador de Almas luchando en su frente, los Skaramor habían dejado a un lado lo que quedaba de las doncellas de Skarana. Sin embargo, mientras los norteños cargaban detrás de Karan'gar, un viento frío sopló a través de las defensas ennegrecidas por el fuego debajo del muro. La magia oscura llenó los cuerpos rotos de los elfos y de los norteños que habían muerto allí, y los cadáveres se ponían torpemente en pie al mando de una voluntad que no les pertenecía. Las tribus de Khorne perecieron en masa cuando los muertos se levantaron, porque sus ojos estaban sobre los vivos, no sobre los muertos. Más murieron poco después, cuando Vlad von Carstein cayó con ligereza del muro, y se abrió camino a la cabeza de su ejército resucitado.
Aunque los Skaramor estaban forjados por la guerra, no había uno entre ellos que pudiera igualar la habilidad inmortal de Vlad. El vampiro empleó delicadeza y brutalidad en igual medida, parando hábilmente en un momento y dominando a través de la fuerza profana en el siguiente. No se podía decir lo mismo de los zombis, pero Vlad los usaba sólo para protegerse de los golpes de los norteños, y confiaba en su propia espada, Bebedora de Sangre, para matar.
Así, por fortuna más que por haberlo planeado, el ataque de Skaramor se estancó el tiempo suficiente para que Durthu alcanzara la batalla. El más antiguo de los Milenarios golpeó a Karan'gar en una pesada carrera, aplastando al Devorador de Almas contra la pared de la Middenplatz. Hubo un crujido de huesos rompiéndose cuando el ala del Devorador de Almas se dobló sobre sí misma, pero esto se ahogó rápidamente bajo el grito de dolor de Karan'gar mientras la espada forjada por Daith de Durthu perforaba su pectoral y se clavaba profundamente en su carne monstruosa.
Incluso mortalmente herido, el demonio luchó. Empujándose lejos de la pared con una mano carnosa, golpeó a Durthu, cada golpe enviando fragmentos astillados de corteza volando de la piel del Milenario. Pero Durthu era una presa totalmente diferente de Skarana. Resistió esos temibles golpes sin soltar un sonido, luego liberó retorciendo su espada del pecho del Devorador de Almas, partiendo al demonio casi a la mitad y arrojando su vil espíritu de vuelta al Reino del Caos.
La ausencia de Durthu fue duramente sentida en el cuerpo a cuerpo brutal alrededor de la Reina Eterna. Sin el Hombre Árbol a su lado, las Dríades y la Guardia Eterna estaban siendo abrumadas por las hojas juramentadas a Khorne. Los Skaramor y las Elfas Brujas luchaban ferozmente, sin darse cuenta de los enanos que gradualmente convertían sus filas traseras a despojos.
Hellebron lanzó un grito triunfal mientras su altar-caldero se estrellaba a través del delgado muro de escudos de los Asrai, y se abalanzaba sobre la desvanecida Reina Eterna. Las Dríades se arrojaron por las escaleras de hierro del altar, con sus malvadas garras rasgando y clavándose en la carne de la Reina Sangrienta. Hellebron no prestó atención a las heridas. Riendo, hizo pedazos a los espíritus, y luego bajó al pie del altar para reclamar la vida de Alarielle.

Alarielle y Hellebron se enfrentan cara a cara
Incluso en el apogeo de su fuerza, a la Reina Eterna le habría costado mucho derrotar a Hellebron. Alarielle era una criatura de paz más que de guerra, y hasta la más hábil de sus tutores habría sido derrotada por los primeros golpes de la Reina Sangrienta. Tal como estaban las cosas, el primer golpe abrió un gran agujero en el cayado de la Reina Eterna, y el segundo voló más allá de su cabeza. Si Alarielle hubiera sido una fracción más lenta en retorcerse a un lado, ese golpe habría partido su cráneo en dos. Fue sólo un breve respiro. El golpe cruel de Hellebron impactó a la Reina Eterna en el estómago, haciéndola retroceder.
Un par de Guardias Eternas se lanzaron hacia Hellebron desde ambos lados. Las espadas gemelas de la Reina Sangrienta se arquearon en perfecta sincronía, y sus atacantes cayeron sin cabeza. Alarielle aprovechó la distracción y conjuró un muro de espinas en el camino de Hellebron. La Reina Sangrienta ni siquiera ralentizó su paso, sino que se zambulló en la maraña, con el odio conduciéndola a través de los pinchos desgarradores de carne. Antes de que Alarielle pudiera conjurar otra defensa, Hellebron clavó su espada en el vientre de la Reina Eterna.
Alarielle gritó mientras Hellebron arrancaba la espada. La Reina Eterna cayó de rodillas, con una mano apretada a través de su herida y la otra perdiendo su control sobre su cayado de alabastro. Podía sentir su alma palpitando lejos. El Ghyran estaba tratando de reparar la herida, pero la magia negra de las espadas de la Reina Sangrienta luchaban contra ella. Rápidamente, Alarielle unió su magia para acelerar la curación, y entonces vio la espada chisporroteante de Hellebron volviendo una vez más, esta vez para reclamar su cabeza.
Incluso Alarielle no sabía qué era lo que estimulaba su siguiente acción. Tal vez era el Ghyran susurrando a través de sus pensamientos, o tal vez era simplemente el instinto de la desesperación. Mientras la espada de Hellebron volaba hacia su cuello, la Reina Eterna lanzó un hechizo a medio reunir: las magias curativas no curarían sus propias heridas, sino la mente loca de la Reina Sangrienta. En ese instante, el poder renovador del Ghyran corrió a través de la psique fracturada de Hellebron, un vendaval purificador que barrió las nubes de locura que habían dominado su ser durante miles de años. La locura estaba demasiado arraigada para ser desterrada por mucho tiempo. Por una fracción de segundo, sin embargo, Hellebron percibió el mundo - y su propio lugar en él - con ojos sanos. En seguida, la Reina Sangrienta quedó paralizada, con visiones de toda una vida de malicia invadiéndola. Su golpe perdió fuerza y su espada cayó al suelo.
Aunque su visión estaba nublada por la agonía, Alarielle vio el cambio que acontecía a su enemiga. La Reina Eterna instó a sus miembros plomizos a actuar, y buscó alrededor un arma. Los dedos entumecidos se cerraron sobre la lanza rota de una Guardia Eterna. Ignorando el dolor desesperado cuando sus heridas medio curadas se abrieron de nuevo, Alarielle golpeó con el arma hacia arriba. La punta de acero impactó a Hellebron bajo las costillas, y traspasó su corazón. Un latido de corazón más tarde, las dos reinas se derrumbaron - una muerta, la otra casi.
Los cultistas de Hellebron no estaban consternados por la caída de su reina - como mucho los condujo a un mayor frenesí. Rugiendo y chillando, se arrojaron de nuevo contra el grupo de elfos supervivientes, para completar lo que su señora había comenzado. Pero el impulso se había perdido. Durthu, regresando de su batalla con Karan'gar demasiado tarde para salvar a Alarielle, golpeó las primeras filas de los norteños como una avalancha.
Cuerpos blindados se dispersaron a la izquierda y a la derecha ante el ataque del Hombre Árbol. Con un rugido que sacudió la Middenplatz, Durthu arrancó el caldero de Hellebron de sus amarras y lo arrojó a la horda Skaramor. Nuevos gritos estallaron cuando la sangre hirviente se derramó a través de las armaduras y la carne, pero Durthu aún no había terminado. Alzando un puño enorme contra cada una de las escaleras gemelas del santuario, lo hizo pedazos con un chirrido de metal torturado. Ganando espíritu con los actos del Hombre Árbol, lo último del ejército de Alarielle cavó profundamente en su fuerza renqueante e hizo un esfuerzo final.

Los Zhufbarak resisten estoicos
Atrapados entre los muertos vivientes de Vlad, los enanos de Hammerson y el resto del Ejército de la Vida, la mitad oriental de la horda de Hellebron fue finalmente aplastada. Durthu era el martillo, su espada forjada por Daith empuñada en una mano, y un fragmento arrancado del caldero en la otra. Los Zhufbarak eran el yunque, sus escudos superpuestos permaneciendo firmes. Los Skaramor y las Elfas Brujas no perecieron fácilmente, y muchos cientos más de cráneos fueron reclamados por Khorne antes de que fueran derrotados, pero fueron derrotados. Mientras los sanadores se agrupaban alrededor de la forma caída de la Reina Eterna, el último miembro de las tribus cayó muerto, su cabeza se partió por un golpe del cayado rúnico de Hammerson.
Eso dejaba sólo a la mitad occidental del ejército de Hellebron, mantenido a raya hasta ahora por la resolución enana y las magias de Gelt. Gelt había ordenado dos veces una retirada de la lucha. Cada vez, los muros de escudos de los Zhufbarak retrocedieron lejos de los montones de muertos ensangrentados, con los laterales de la línea replegándose sobre sí mismos mientras que sus efectivos eran gradualmente reducidos. Ahora, los enanos de Gelt estaban a punto de ser abrumados. Sin embargo, los no muertos de Vlad descendieron desde el norte para engrosar su flanco derecho, y los cansados elfos los rodearon para fortalecer su izquierda. Los Zhufbarak de Hammerson reforzaron el centro, pues era allí donde la lucha era más intensa. Por fin, la marea de Skaramor disminuyó, y la victoria parecía posible.
Fue entonces, con un clamor de gongs y un triste zumbido, que un nuevo ejército hizo conocer su presencia en la Middenplatz. En realidad, había estado avanzando durante algún tiempo, pero su acercamiento arrastrándose por la puerta occidental se había perdido bajo los gritos de guerra de los Skaramor y los gritos de las Dríades. Incluso entonces, si el viento hubiera soplado desde el oeste, en lugar del norte, nadie hubiera podido ignorar el olor de la carne enferma que pendía de los recién llegados tan pesadamente como los enjambres de moscas zumbantes. Así fue, que el último de los Skaramor apenas había caído bajo las hachas de los Zhufbarak cuando el ejército de Nurgle cargó tambaleándose contra el muro de escudos cada vez más desorganizado.
Los enanos se permitieron un momento de silencioso cansancio al ver a sus enemigos. Entonces levantaron sus hachas, bramaron sus juramentos de batalla, y se enfrentaron a esta nueva embestida con la misma fortaleza que habían traído a cada batalla desde la caída de Averheim.
Al sur, la situación de los Elfos Silvanos era aún peor. Las armas y los escudos tenían que ser echados a un lado mientras se desintegraban en gusanos y suciedad, dejando a sus portadores indefensos contra las brillantes espadas de plaga. Pero el mayor problema estaba en el norte, donde el ejército resucitado de Vlad sostenía el flanco derecho de los Zhufbarak. Allí avanzaba Isabella von Carstein, caminando a través de las espadas que chocaban con tanta preocupación como una mujer noble en un paseo de verano. Donde pasaba, el don de Nurgle de sus venas deshacía la horrible horda de Vlad, permitiendo que los Portadores de Plaga avanzaran sin oposición. Pronto, Vlad no tuvo más remedio que retroceder a través de las estacas ennegrecidas por el fuego al pie del muro de la Middenplatz, y subir a las murallas arriba. Isabella la siguió, con una delgada sonrisa bailando en sus labios.
Nota: Leer antes de continuar - Último Abrazo

Vlad se vuelve a enfrentar a su amada
Una vez más, la velocidad de Isabella sorprendió a Vlad. Mientras sus espadas tajaban y paraban, llevó cada gota de la habilidad aprendida en batalla de Vlad emparejarla. Las cosas se agravaban por el hecho de que Vlad sabía que no podía permitir que Isabella lo tocara. Había visto con demasiada frecuencia lo que el "regalo" de Nurgle hacía a la carne no muerta. Por otra parte, Vlad no podía, ni siquiera ahora, hacer daño a Isabella - no importaba qué mal tenía posesión de su cuerpo y alma. Por desgracia, sabía que nada, excepto la muerte, podía expulsar al demonio del alma de su amada.
Lucharon sus idas y venidas a lo largo de la muralla. Poco a poco, las paradas de Vlad se hicieron más lentas, sus reacciones más temerarias. Luego, cuando la batalla volvió a la casa de guardia donde había comenzado, Isabella obtuvo su primer golpe significativo. La punta de la espada de la condesa rasgó la carne fría del brazo de la espada de Vlad, y Bebedora de Sangre chocó contra el suelo. Con una fría sonrisa que era más de Bolorog que la suya, Isabella avanzó sobre su oponente desarmado, con la mano extendida para bendecirlo con el regalo de Nurgle. A pesar de todas las apariencias, Vlad no estaba acabado. Incapaz de poner fin a la existencia de su amada, el vampiro se había apoyado en un plan más desesperado.
El Anillo von Carstein ya estaba reparando los músculos cortados de Vlad, restaurando el movimiento a su mano herida, pero no hizo ningún intento de recoger su espada caída. En su lugar, se lanzó hacia adelante, más rápido de lo que pensaba, y se deslizó por debajo y alrededor de los dedos aferradores de Isabella. Tal fue la rapidez de su movimiento que la condesa no tuvo oportunidad de reaccionar. Mientras se agachaba, Vlad agarró el brazo extendido de Isabella por la muñeca y lo retorció por detrás de la espalda. La condesa siseó de dolor, y luchó por liberarse, pero su fuerza no era rival para Vlad. La arrancó la espada de su mano libre, sin hacer caso del hecho de que le costara dos dedos, y la abrazó.
Vlad ya podía sentir la maldición de Isabella royendo su carne. Cerró su mente al dolor que causaba, e instó a su cuerpo que se desintegraba a un último esfuerzo. Quitándose el Anillo von Carstein, Vlad lo puso a la fuerza en uno de los dedos de Isabella. Entonces, antes de que fracasaran sus últimas fuerzas, el más antiguo de los von Carstein rodeó con sus brazos a la luchadora condesa y los lanzó del borde exterior de la muralla. Durante un largo momento, el aire se llenó de la risa amarga de Vlad y del grito desesperado de Isabella. Ambos sonidos se cortaron de repente cuando los vampiros que caían en picado golpearon una de las estacas incendiadas al pie de la muralla, con la punta perforando a través del corazón de Vlad un instante antes de que perforara el de Isabella.
Nadie se dio cuenta de la muerte de Vlad, no entonces, porque los que quedaban estaban demasiado atentos a su propia supervivencia. Lentamente, pero con seguridad, los Zhufbarak supervivientes y los Elfos Silvanos fueron obligados a retroceder, su muro de escudos remodelado como un anillo desordenado que protegía a la convaleciente Reina Eterna. Solo Durthu no sentía cansancio, sólo una rabia que se redoblaba con cada aliado caído. Sabía que la derrota estaba cerca y que el mundo acabaría pronto. Esto, el más antiguo de los Milenarios no podía permitirlo, no mientras tuviera el poder de alterar los acontecimientos.
Con un gruñido de pesar, Durthu arrojó su espada a las filas de los demonios, con el acero forjado de Daith ensartando a una Gran Inmundicia como un cerdo sobre una hoguera. Entonces, el Hombre Árbol se volvió y se arrodilló al lado de la Reina Eterna, y apoyó suavemente un solo dedo nudoso en su frente. Una vez, hacía mucho tiempo, uno de sus hermanos se había sacrificado para librar a una reina élfica de una plaga en su alma. Ahora, Durthu daba voluntariamente su vida, no para disipar la oscuridad, sino para dar paso a una nueva vida. La piel espinosa del Hombre Árbol se marchitó y agrietó; las hojas caían como polvo de sus hombros. Mientras el espíritu de Durthu caía y moría, Alarielle volvió a florecer. Sus heridas se cerraron, las marcas se desvanecieron de su piel, y una brillante luz brilló sobre ella una vez más.
Levantándose como de un sueño, la Reina Eterna contempló la forma petrificada de Durthu y supo de inmediato el sacrificio que el Milenario había hecho. La ira se mezcló con la tristeza en el corazón de Alarielle. Se retiró a un tiempo antes de que el Rhandra Dandra hubiera comenzado, cuando no había sido la Encarnada de la Vida, sino Alarielle, perdición de demonios. Atando entre sí las agonizantes brasas del alma de Durthu, el furioso poder del Ghyran dentro de ella y la pureza que era suya por derecho de linaje, la Reina Eterna cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás y cantó una sola nota perfecta.
Fuego blanco, con sus puntas adornadas con un verde brillante, corrió a través de la Middenplatz. Pasó por encima del encogido anillo de los Zhufbarak y los escudos élficos sin daño, pero los demonios que tocaba ardían a cenizas. Alarielle sintió cientos de demonios perecer. Sin embargo, cuando abrió los ojos, vio con cansancio que quedaban miles más. El sacrificio de Durthu les había dado un respiro, nada más. Abriéndose camino al lado de Gelt y Hammerson, se preparó para hacer una resistencia final.
De todos los que permanecían en la Middenplatz, sólo Balthasar Gelt mantenía alguna esperanza. Donde otros veían sólo una muerte retrasada, el Encarnado del Metal vio una oportunidad, pero que se estaba desvaneciendo rápidamente. Por primera vez desde la llegada de Gelt, la puerta norte estaba sin oposición - al menos por un tiempo. Mientras los demonios se lanzaban sobre las cenizas de su camarada para renovar su asalto, Gelt intercambió una mirada con Gotri Hammerson. Los dos habían compartido muchos peligros desde su reunión en Averheim; el enano supo al instante lo que estaba en la mente del mago, y dio un lento asentimiento.
Con sólo un momento de vacilación, Gelt colocó los talones en los flancos de Mercurio. Aunque ya no era capaz de tomar vuelo, el pegaso era lo suficientemente rápido en el suelo - sin duda suficiente para superar a los corpulentos demonios de Nurgle. Mercurio relinchó y hecho a correr. Gelt pasó junto a Alarielle a toda velocidad. El mago pronunció una aguda palabra de mando, y unas manos doradas subieron a la Reina Eterna y la colocaron en la grupa de Mercurio. Los Zánganos de Plaga zumbaron tras ellos, pero Hammerson ladró una orden, y una salva de armas de fuego hizo pedazos a los demonios.
Al pasar por la puerta norte, Gelt captó una mirada del cadáver empalado y solitario de Vlad, sus ojos sin vida fijos hacia el cielo y una sonrisa en sus labios. Por un momento, el mago sintió una tristeza inesperada, un eco de historia extrañamente repetido, y se preguntó qué destino había hecho caer al vampiro. Entonces, Mercurio pasó a través de la puerta, a las calles del distrito del Palast.
Prefacio | Expresión de Fuerza | Contendientes | La Caída de la Sombra | Parar a la Bestia | Muerte en el Mirador | Muere Bien | Choque entre Vida y Muerte | Último Abrazo | Lucha por los Huesos de Ulric | Otro Desafío | Tesoro en la Oscuridad | Los Últimos Momentos del Mundo | Tras la Batalla por Middenheim
Fuente[]
- The End Times V - Archaón.