El trasfondo de esta sección o artículo se basa en la campaña de El Fin de los Tiempos, que ha sustituido la línea argumental de La Tormenta del Caos.
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Las hordas skaven asedian Karaz-a-Karak desde todos lados.
Al momento de abrirse las puertas, las máquinas de guerra de Ikit Claw abrieron fuego. Los enanos se habían preparado para esto, y apuntaron sus baterías, que habían estado haciendo llover muerte contra las principales legiones de esclavos, más atrás de las máquinas de asedio de los hombres rata. Las balas de cañón desbarataron vigas de apoyo, haciendo que las torres de andamiajes se vinieran abajo. Los inestables generadores de disformidad explotaron en bolas de fuego rodeadas de rayos.
Aún con tantas piezas de artillería que el Clan Skryre había cargado, arrastrado y empujado a través de los caminos subterráneos, no podían igualar el poder de Karaz-a-Karak. Habían sido llevadas para hacer estallar las puertas delanteras, no para un duelo contra todas las armas de una ladera. Era una guerra de artillería de desgaste que en última instancia no podían ganar.
Bajo los cielos extrañamente rayados, la gran solidez de las montañas daba testimonio de una escena apocalíptica. La batalla en curso de máquinas de guerra enviaba relámpagos verdinegros arqueando a través del campo de batalla, mientras que las explosiones sacudían el Paso de la Carretera de la Plata. Rayos de fuego salían ardiendo para iluminar el aire turbio mientras las líneas de batalla cargaban para encontrarse. Por un instante, los roncos gritos de guerra resonaron en los picos, y luego, a medida que las filas delanteras se estrellaban, el gran valle resonó ante el choque del metal.
Cuando las puertas se abrieron y los enanos vieron por primera vez las hordas que llenaban el Paso de la Carretera de la Plata, muchos de ellos lamentaron su prisa. Por un momento estuvieron seguros de que su severo rey los conduciría a la ruina. Estos no eran matadores, buscando el arrepentimiento a través de su propia muerte en batalla, sino guerreros y obreros que defendían su hogar. Conocían bien la inigualable fortaleza de sus muros, la profundidad de su defensa. Ahora las estaban dejando atrás, para encontrarse con la hirviente masa en campo abierto. Ante ellos se extendía una visión sin fin de guerreros rata y sus bestias de guerra.
Sin embargo, eran enanos - firmes en hechos y en la guerra. No vacilaron por el hecho de que pareciera imposible, sino que alzaron sus escudos más alto y agarraron más fuertemente sus hachas.
Mientras su Gran Rey gritaba más entradas del Libro de los Agravios, con su voz elevada por encima de las atronadoras explosiones, los enanos entraron en furor. Eran una gente orgullosa y guerrera, y una vez que ponían sus pensamientos en algo, muy poco podría hacer que su voluntad de hierro vacilara. Habían marchado a la batalla, y verían la tarea hecha. Como un filo forjado de gromril que cortara a través de la carne, los enanos atravesaron las legiones de esclavos. La armadura bien forjada y los escudos fuertemente cerrados rechazaron puntas de lanza y negaron las rastreras garras, mientras que las hachas enanas cosechaban un terrible peaje.
Contra esta embestida, las legiones de esclavos no podrían resistir por mucho tiempo. Gritando de pánico, trataron de escapar de la venganza revestida de acero que estaba entre ellos, matando a voluntad. Detrás de los esclavos estaban los despiadados clanes de su especie. No se esperaba cuartel. Para los esclavos, en ese valle sólo había muerte, y era ineludible. Fue entonces cuando las legiones medio muertas de hambre estaban en su punto más peligroso, pues en su pánico, los esclavos atacaban cualquier cosa en un último intento desesperado por alcanzar la libertad. Con una maníaca explosión de energía intentaron escapar, huir de vuelta a los túneles donde podían esconderse y continuar su miserable existencia. En su desesperación, los esclavos se mordían entre sí para escapar, o incluso a sí mismos en su frenética estampida.
A través del sangriento tumulto llegaron los enanos. Thorgrim Custodio de Agravios los conducía. Desde lejos era como si el Trono del Poder estuviera rodeado de un dragón que navegara sobre un mar de ratas. Con los pies firmemente apoyados en la plataforma del trono, el Gran Rey blandió su hacha - ningún enemigo podía resistir ante él. La Guardia Eterna, los guardaespaldas de Thorgrim y los robustos portadores del trono, igualaban todos la violencia de su líder - con sus pesados martillos rompiendo escudos y a los hombres rata que los sostenían. Aunque el mundo entero parecía envuelto en el eterno crepúsculo, las armas de los enanos destellaban, brillando intensamente en esa penumbra.
Las grandes armerías de Karaz-a-Karak habían sido abiertas. Las hachas y martillos forjados por los herreros rúnicos maestros de antaño habían sido tomadas reverentemente de sus lugares de honor. La habilidad para fabricar tales armas se había perdido y ninguno ahora poseía la habilidad de forja para atar tal poder mágico. No había necesidad de limpiar, pulir o afilar esas armas, porque la energía de sus runas las mantenía siempre prístinas y bien afiladas.
Regimientos enteros de guerreros de clan y barbaslargas estaban equipados con armas llevadas por los héroes de la antigüedad. Desde los días de la Guerra de la Venganza, en la edad de oro de su pueblo, no habían marchado tantas formaciones enanas a la batalla llevando esas potentes hachas y martillos rúnicos. Ahora la furia de esas armas fue liberada una vez más, y los skaven morían en masa.
Para los enanos, arrastrados por la locura de la batalla, la matanza no era suficiente. Presionaron más adelante, estrellándose contra otra formación skaven, pisoteando bajo los pies los estandartes del Clan Mors y el Clan Rictus a docenas. Tal era el odio de los enanos, que cualquier plan inicial para permanecer cerca de las puertas fue olvidado. Se había hablado de no avanzar más allá del alcance de sus bombardeos de apoyo, pero tales precauciones fueron olvidadas en el júbilo de la batalla. Una y otra vez las hachas de los enanos se alzaron y cortaron, llevando la ruina a su enemigo.
Con el ojo experto de un asesino de enanos y destructor de ejércitos, Queek el Coleccionista de Cabezas observaba a su enemigo. Demasiado lejos y demasiado rápido llegaban las cosas-enanas. Muy pronto abandonarían tontamente la ventaja de su superior artillería. El señor de la guerra del Clan Mors se sorprendió al principio al ver el contraataque de los enanos. Hacer una salida fuera de una fortificación todavía en pie era normalmente sólo la última opción de algún desesperado clan enano.
Queek sabía muy bien que los enanos que habían estado arrinconados en un reino cada vez más pequeño a menudo se lanzaban a la carga una última vez - lanzando un último ataque para luchar bajo sus propios términos. Queek lo había visto cientos de veces. La furia de su carga era aterradora de presenciar - en verdad ninguna garra skaven podría detenerlos en su furia vengativa. Sin embargo, con su falta de efectivos, tarde o temprano, se cansarían.
Cuando los enanos estuvieran jadeando y agotados, cuando sus escudos cayeran y los brazos que usaban el hacha estuvieran entumecidos de cortar, cuando por fin perdieran su rabia, ¿dónde se encontrarían? Queek ya lo sabía. Los enanos estarían en medio del Paso de la Carretera de la Plata, más allá del alcance de sus cañones de cañón fino. Que mataran a los esclavos. Que destrozaran unas pocas garras, o incluso grupos enteros de garras, pensó Queek. Serían como una bala de cañón una vez que su impulso se hubiera gastado - un pesado peso plomizo hundiéndose en la nieve.
El señor de la guerra del Clan Mors podía esperar. Tenía los efectivos. Queek organizó el siguiente grupo de garras, reteniendo a su Guardia Roja y a las mejores ratas de clan para el asalto final. Cuando los enanos mostraran signos de flojera, Queek desataría su propio ataque. Sería una gran satisfacción clavar la cabeza del rey sobre las puntas de su estandarte, aunque tuviera que darla más tarde.

El contingente del Clan Skryre apoya a Ikit en su ofensiva
Mientras tanto, para satisfacción de Queek, parte del avance enano se había estrellado contra el contingente del Clan Skryre sobre el flanco izquierdo. Varios regimientos bien blindados de la guardia de la puerta habían avanzado tanto que ahora estaban entre las máquinas de guerra Skryre. Los Guardianes Draco usaron explosiones abrasadoras para expulsar al equipo de ingenieros brujos. Tal era la furia fundida de los dracohierros que sus disparos encendieron varias de las máquinas, explotando sus generadores de disformidad. Se elevaron nubes de color negro con forma de seta, tintando el campo de batalla con una luz misteriosa.
El propio Ikit Claw lideró la contracarga. Las alimañas de piel negra del Clan Rictus eran combatientes perversos, y normalmente habrían dado buena cuenta de sí mismos. Sin embargo, se enfrentaban a los rompehierros de los Guardianes de la Puerta del Karak, cada uno de los cuales llevaba un hacha rúnica y un escudo de una era perdida. Contra ellos, las alimañas podían infligir poco daño, mientras que su propia armadura era destrozada. Sólo el ingeniero brujo jefe salvó a los skaven de una masacre. Ikit Claw lanzó relámpagos y chorros de fuego de disformidad. Ni siquiera los escudos rúnicos podían salvar a los enanos de ser engullidos dentro de un cono de llamas sobrenaturales, o de ser destrozados por magias impías.
Los Guardianes Draco, sin embargo, eran otra historia. Su armadura estaba bien forjada, tallada con runas que les permitían resistir incluso el calor extremo de los altos hornos de Karaz-a-Karak. Para gran consternación de Ikit, los dracohierros caminaron directamente a través de sus explosiones de fuego disforme y comenzaron a enviar sus propias andadas. Una alimaña directamente al lado de Ikit fue empotrada en las filas traseras, con un agujero del tamaño de un puño pasando a través de su armadura y pecho. Mientras pensaba que huir era lo correcto, Ikit levantó la vista para ver a la Brigada de Ruedas de la Muerte pasar zumbando.
Los relámpagos de disformidad que surgían de ese trío de ruedas de la muerte cegaban los ojos. Los Guardianes Draco intentaron concentrar su fuego en las máquinas de guerra que se aproximaban, pero las ruedas de la muerte tenían demasiada velocidad. Con un crujido de armaduras, huesos y madera, los maníacos inventos pasaron por encima de los enanos, sin frenarse apenas. Dejaron atrás solamente un rastro de sangre y cuerpos que se retorcían.
Queek sabía que era paciente, pero su naturaleza agresiva siempre lo llevaba a la acción más pronto que tarde. Los enanos habían cargado lejos de sus puertas, y ninguno estaba más lejos que su rey. Los barbudos no habían hecho ningún intento por proteger sus flancos, basándose simplemente en su propio ímpetu, armadura y habilidad mientras avanzaban. Ahora el señor de la guerra del Clan Mors tenía la intención de hacerlos pagar su error.
El grupo de garras que Queek había estado conteniendo al margen fue desatado por fin. Debajo del estandarte de trofeos del Clan Mors, Queek y su Guardia Roja lideraron la carga. Abriéndose camino directamente hacia el rey enano, Queek pretendía terminar esta batalla rápidamente. Marchando al lado de sus propios guardaespaldas alimañas estaban los Lacerados - enormes diablos de asalto. En lugar de las manos de los brutos tenían guanteletes picadores - bolas de hierro motorizadas que podrían moler la piedra a polvo. Su pesada armadura zumbaba con cuchillas giratorias.
El impacto de la línea de batalla de Queek contra el flanco enano se podía oír incluso por encima del estruendo de las descargas de artillería. Los apresurados muros de escudos eran aplastados por pesadas alabardas o por los puños como bolas de demolición de los diablos de asalto. Queek se deslizó a través del enemigo - ninguna armadura, por muy finamente forjada que estuviera, era una desafío para la Degolladora de Enanos. El pico atravesó yelmos y perforó escudos cuando el señor de la guerra del Clan Mors desencadenó una ráfaga de golpes que abrió huecos para que sus seguidores avanzaran.
Aunque Queek no había sido capaz de esperar el tiempo suficiente para el momento óptimo para contraatacar, el ataque skaven estaba bien sincronizado a pesar de todo. El Alto Rey y sus guardaespaldas ya estaban completamente aislados - una marea de guerreros del Clan Mors los rodeaba. Los demás enanos tardarían algún tiempo en llegar a su rey, y para entonces, pensó Queek, sería demasiado tarde.

Incluso en medio de su sangrienta venganza, Thorgrim se dio cuenta de que las mareas de la batalla habían cambiado. En su furia, el Alto Rey se había dejado superar. Ahora, rodeados y aislados, los enanos ya no eran un ejército funcional, sino más bien separadas islas de defensa en medio de un mar de skaven. Tendrían que luchar para regresar. Pero mientras estos pensamientos pasaban rápidamente dentro de la mente del rey enano, vio a Queek el Coleccionista de Cabezas y el estandarte de batalla del Clan Mors. Las alimañas de armadura roja se dirigían directamente hacia la Guardia Eterna.
Un repentino sonido de cuernos anunció una nueva fuerza entrando en la refriega. Bugman había llegado. En el otro extremo del paso se podía ver al montaraz enano, guiando tropas desde un estrecho sendero. Aunque no eran muchos, los Montaraces de Bugman eran una fuerza a tener en cuenta. Derribaban enemigos con tiros de ballesta, lanzaban hachas para dividir cráneos y mataban a los enemigos que se atrevían a acercarse. Pero había más - pasando a través de los montaraces manchados por el tiempo estaba Ungrim Puñohierro y los últimos matadores de Karak-Kadrin.
Los vengativos matadores eran aún menos numerosos, pero cayeron sobre los skaven como un rayo. Ninguno podía igualar el salvajismo de Ungrim. En ese antinatural crepúsculo, el Rey Matador resplandecía como un faro. Las llamas ondulaban hacia arriba desde su brillante cresta y su grito de batalla era una tormenta de fuego. Con cada balanceo, el Hacha de Dargo trazaba lineas ardientes. Los skaven murieron tanto si se quedaban a luchar como si huían, subiéndose unos sobre otros en su frenética rapidez para huir. Todos murieron por la incandescente ira de Ungrim.
Aunque Queek no podía seguir lo que estaba sucediendo en la Carretera de la Plata detrás de él, conocía el sonido de los chillidos demasiado bien. Una vez más sus tropas lo abandonaban. Su Guardia Roja, incluso con la ayuda de una garra vestida de negro de acechantes nocturnos, no eran rival para los martillos que llevaban los guardaespaldas del rey enano. Queek sabía que tenía que terminar la pelea rápidamente, porque podía oír cómo la retirada ganaba impulso. Si no se detenía pronto, puede que no se detuviera en absoluto.
Ladrando severas órdenes a su guardia, Thorgrim se alzó en su Trono de Poder. Esgrimiendo su hacha de runas brillantes, el Alto Rey enano caminó hacia Queek en un desafío abierto.
Con un movimiento de su muñeca, Queek hizo girar la Degolladora de Enanos, haciendo una pose y invitando al rey enano a avanzar. Cuando el pesado rey se acercó, Queek lanzó su infame ataque dual en forma de remolino que había matado tantas cosas barbudas. Pero no esta vez.
Cuando Queek descendió, el Hacha de Grimnir se encontró con la Degolladora de Enanos y la partió. La mano con guantelete de Thorgrim apartó la otra espada de Queek y luego atrapó al señor de la guerra por la garganta. Con sus pies moviéndose indefensos, Queek se encontró alzado directamente por encima de la cabeza del rey enano. Otro golpe de hacha cortó el estandarte de la espalda del Coleccionista de Cabezas. El guerrero Skaven trató de liberarse. Intentó sujetar sus pies y voltear hacia atrás. Pero su mundo empezaba a ennegrecerse en los bordes de su mirada. Queek resbaló con sus garras, raspando, arañando y pataleando.

Queek se enfrenta a Thorgrim en duelo singular
Con el puño enguantado en hierro, Thorgrim se limitó a apretar y bajó a Queek hasta su propio rostro barbudo. Lo último que Queek vio fue el odio reflejado en esa mirada de acero.
Después de oír el chasquido del cuello de Queek, Thorgrim continuó apretando durante largos momentos antes de dejar que el acorazado cuerpo se arrugara sin vida a sus pies. Todavía insatisfecho, Thorgrim pisó con su bota de suela de hierro. Hubo chasquidos y crujidos. Como último pensamiento, el Alto Rey escupió con desdén sobre el roto cadáver, antes de apartarse.
Mientras Thorgrim retrocedía hasta sus porteadores del trono, una sombra negra se deslizó desde los acechantes nocturnos cercanos. Echando atrás su capa, el enmascarado skaven sacó un par de espadas goteando veneno y saltó. Con todo el impulso de su salto, el asesino condujo ambas espadas hacia la espalda de Thorgrim. Uno de los porteadores del Trono lo dejó caer, corriendo hacia adelante para ayudar a su Alto Rey. Pero fue un gesto fútil, era demasiado tarde...
Protegido por su incomparable armadura, Thorgrim se dio la vuelta y dio un corte sencillo y rápido con el Hacha de Grimnir. Su hoja dividió al asesino de la clavícula a la ingle, con las entrañas del skaven cayendo con un golpeteo húmedo. Remontando el Trono de Poder con los vítores roncos de su Guardia Eterna, Thorgrim buscó cómo volver a la lucha, pero quedaba poco de ella.
A lo largo del Paso de la Carretera de la Plata, los skaven estaban en plena retirada. Todavía superaban en número a su enemigo muchas veces, pero el pánico y el miedo estaban sobre ellos. Alguien necesitaba reagruparlos, pero de todos los líderes de la guerra, sólo el señor de la guerra del Clan Mors podría haber detenido la retirada.
A medida que los skaven se alejaban, cada grupo que intentaba reagruparse era destruido por el fuego de Ungrim, o por las andadas de los escuadrones de Karaz-a-Karak. Los girobombarderos hicieron docenas de pasadas bombardeando - haciendo explotar a las masas en retirada hasta que fueron llevadas a la seguridad de los distantes túneles.
En otras partes, comenzó la sombría tarea de reclamar a los enanos caídos y asegurar la gran cantidad de objetos rúnicos. No haría falta dejar a sus hermanos muertos para que fueran recogidos por los carroñeros, ni sería correcto dejar atrás una gran cantidad de poderosas armas y armaduras.
Antes de cuantificar completamente las bajas de la carnicería, Thorgrim examinó el trono del poder. Cualquiera que fuera el poder extraño que lo había llenado había desaparecido durante la batalla. El Alto Rey ya no sentía su extraña aura. Una grieta grande había aparecido en el trono - una raja corriendo justo a través de la Runa de Azamar. Antes de que pudiera reflexionar sobre lo que esto podría significar, sus porteadores lo llevaron ante el ardiente Rey Matador que Thorgrim conocía de antaño. Los últimos reyes enanos tenían mucho que discutir.
Nota: Leer antes de continuar - Rabia ante la Derrota
Nota: Leer antes de continuar - Victoria y Consecuencias
Prefacio | Reunión de Alimañas | Contendientes | Batalla | Rabia ante la Derrota | Victoria y Consecuencias
Fuente[]
- The End Times IV - Thanquol