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Sombríos contra Elfos Oscuros

La Batalla del Pantano Oscuro fue una de las batallas más importantes en los primeros años de la rebelión de Malekith que desembocaría en La Secesión. En ella los ejércitos leales al trono del Rey Fénix de Nagarythe, comandadas por Eothlir de la casa Anar se enfrentaron a las poderosas huestes de Elfos Oscuros lideradas por Kheranion.

Contexto[]

Después del matrimonio de Aenarion con Morathi, la corte del Rey Fénix de Anlec se convirtió en un lugar corrupto y fue aquí donde el Culto al Placer y de los Excesos se extendió por el reinado de Bel Shanaar. Tras el fallido intento de Malekith por hacerse con el trono del Rey Fénix, su madre tomó las riendas de la regencia de Nagarythe e inició la guerra contra el resto de reinos de Ulthuan.

Los nobles decadentes y perversos de Nagarythe se unieron a su causa decididos a subyugar todo Ulthuan La mayoría eran veteranos de las guerras contra los Demonios del Caos y muchos hechiceros poderosos también se unieron a sus filas. Pero no todos los de Nagarythe quisieron formar parte de la rebelión contra el verdadero Rey Fénix. Muchos Elfos que allí vivían se habían quedado atónitos ante los actos depravados realizados por Morathi y todavía más por la magnitud de la traición de Malekith. Estos Elfos valientes fueron los primeros en sufrir la brutalidad del asalto de los Druchii. Entre ellos estaba la casa Anar, gobernantes de Elanardris, las tierras orientales de Nagarythe, que englobaba las colinas y las Annulii, cerca de la frontera con Ellyrion.

Al iniciarse el conflicto, Anlec intensificó las hostilidades contra Nagarythe y obligó a retroceder a las facciones que se oponían al gobierno de Morathi. Elanardris se convirtió de nuevo en un refugio seguro para los disidentes, incluidos príncipes y capitanes, y miles de guerreros naggarothi acamparon en las estribaciones de las montañas. La situación empeoró cuando refugiados de reinos vecinos como Cracia y Tiranoc desafiaron las traicioneras cumbres de la cordillera en su huida del azote de los druchii que estaban invadiendo sus reinos.

Durante los primeros años de conflicto, mientras el recién elegido Caledor formaba y entrenaba un ejercito para hacer frente a los Druchii, los Anar encabezaron incursiones en Nagarythe, pero fueron incapaces de liderar ningún tipo de ofensiva significativa. Emprendieron una guerra de guerrillas que consistía en asaltar las columnas de druchii que marchaban hacia otros reinos, y luego replegarse antes de que el enemigo congregara sus fuerzas. Sus ataques consistían en introducirse sigilosamente en los campamentos enemigos y asesinar a los soldados mientras dormían. También se internaban en los pueblos que abastecían los ejércitos druchii y arrasaban los víveres y los suministros y quemaban las casas de quienes apoyaban a Morathi. También tendían emboscadas a las caravanas de los druchii para robarles los suministros y a asaltar graneros para abastecer a los miles de refugiados en sus tierras

Durante todo ese tiempo, los Anar estuvieron esperando que en cualquier momento los druchii descargaran toda su furia sobre Elanardris; sin embargo, nunca ocurrió. A pesar de sus incursiones y las perdidas que causaban, no eran más que una leve incomodidad para Morathi. En su arrogancia, no se sentía amenazada por lo que pudiera provenir de las montañas y concentraba todos sus sentidos en apoderarse cuanto antes de los demás reinos. Una vez que Ulthuan estuviera bajo su control le sobraría el tiempo para encargarse de los Anar.

Y la cosa fue así durante cuatro años de guerra, hasta que finalmente el avance de los druchii se estancó. El Rey Caledor por fin había logrado formar un ejercito capaz de medirse a las huestes de Morathi. Viendo la oportunidad, Eothlir movilizó a sus fuerzas. Si bien su ejército no era tan numeroso como el de Caledor, su ubicación era la idónea para asentarle un duro golpe a los druchii. Tras prepararlo todo, se dirigió con sus fuerzas y su hijo Alith a enfretarse a los Druchii en Enniun Moreir, el Pantano Oscuro.

Preparativos para la Batalla[]

Eothlir congregó un ejército de catorce mil guerreros, todos ellos de sangre naggarothi y conscientes de que no sólo luchaban por su vida, sino también por la vida de las generaciones futuras. Junto a él marchaba también su hijo Alith Anar. El contingente marchó hacia el oeste, bordeando las estribaciones de las montañas de Elanardris. La cordillera protegía la retaguardia de las huestes por el este, mientras que por el suroeste se extendía el terreno cenagoso Pantano Oscuro, y por el norte las accidentadas tierras de Urithelth Orir.

Se envió al norte como avanzada un regimiento de caballería formado por un millar de jinetes, con destino al campamento de los druchii en Tor Miransiath. Entre ellos viajaba un heraldo, Liasdir, con el estandarte de la Casa de Anar y con la misión de proclamar que Elanardris desafiaba a Anlec y que nunca se postraría ante la reina bruja. Esa artimaña era el cebo de la trampa, pues los comandantes druchii nunca iban a tolerar tamaña afrenta contra Morathi.

Los trece mil soldados restantes, la mitad de los cuales eran arqueros, se desplegaron en una línea en forma de herradura por las cumbres de las colinas, dejando una abertura al oeste. Cada soldado había hecho acopio de tantas flechas como había encontrado en Elanardris y aguardaba con los arcos flechados para atacar al enemigo. Por su parte, los lanceros se distribuyeron en falanges por delante de los arqueros y levantaron un muro de escudos superpuestos para protegerse de los proyectiles enemigos. Las huestes permanecían a la vista, pues se pretendía que el gesto de desafío provocara el ataque precipitado de los druchii.

La caballería debía atraer a los druchii hasta las traicioneras tierras pantanosas, donde Alith y sus Sombríos llevaban dos días marcando los itinerarios más seguros para los caballeros. Los jinetes de los Anar irían borrando esas marcas a su paso, lo que dejaría a sus perseguidores estancados en el lodo y en una situación franca para los arqueros. batalla.

Las huestes druchii llegaron más o menos a la hora esperada por el señor de los Anar. Los silbidos estridentes de los Sombríos anunciaron la aparición de la caballería y casi inmediatamente Alith vio a los caballeros avanzando por las rutas marcadas; el último jinete de cada columna arrancaba los juncos que los Sombríos habían utilizado como señal. Cuando llegaron al borde de las colinas, giraron hacia el norte y se prepararon para contraatacar la posible maniobra enemiga de flanquearlos por la derecha.

El ejército druchii avanzaba como una mancha que se esparce lentamente; era como si las huestes precedieran una neblina negra. Los elfos notaban la brujería que flotaba en el aire, atraída por los encantamientos de los druchii. Entre las líneas de infantería enemigas se distinguían unas figuras de grandes dimensiones. Las hidras recorrían chapoteando los pantanos, y sus berridos y gruñidos sonaban a desafío.

Los druchii ya estaban lo suficientemente cerca como para hacerse una idea de su número, que siendo unos treinta mil. No contaban caballeros entre ellos, con todo el ejército de los elfos oscuros aparecía como un muro plateado y negro. Eran soldados naggarothi, y entre ellos no había ni un solo sectario. Estaban curtidos en la batalla, eran disciplinados y serían unos contrincantes letales.

A una orden de Eothlir, los cornetas se llevaron los instrumentos a los labios y emitieron una extensa nota que retumbó por las colinas. El sonido se propagó de compañía en compañía y el grito de batalla de los Anar resonó en la voz de catorce mil gargantas.

Batalla[]

La primera ráfaga de flechas de los Sombríos encontró su objetivo cuando los druchii todavía estaban a unos quinientos pasos de la línea de soldados Anar. La descarga causó pocas bajas, pero tuvo un efecto notable entre los adversarios, pues el esfuerzo que les exigía tratar de mantener el equilibrio en la superficie pantanosa se reveló vano cuando les cayeron encima los cuerpos sin vida de sus compañeros. Los portaestandartes trastabillaron y se desmoronaron, y los emblemas emergieron del pantano adheridos a los mástiles, fláccidos y empapados. Los capitanes miraban, aterrorizados, a su alrededor mientras los Sombríos elegían sus blancos con una puntería certera.

Aquí y allá los druchii respondían a los proyectiles. Los arqueros enemigos trataban de encontrar un blanco al que dirigir sus flechas, pero los exploradores se habían ocultado muy bien. Las compañías armadas con arcos mecánicos capaces de disparar varios proyectiles en una rápida sucesión descargaron sus flechas sobre el esquivo contrincante, y los Sombríos retrocedieron saltando como rayos de una defensa a otra. Los druchii siguieron avanzando paso a paso, hostigados por los Sombríos y frenados por el barro absorbente del Pantano Oscuro.

Los arqueros de los Anar dispararon la primera ráfaga de flechas en cuanto los druchii se pusieron a tiro, aprovechando que la altitud de su posición en las colinas les permitía alcanzar con sus armas una distancia mayor que el enemigo. Las compañías descargaron sus nubes de proyectiles por turnos, y aunque el ritmo no era extraordinario, se mantuvo constante, y ráfaga tras ráfaga, las saetas de plumas negras se abatían sobre los druchii y los fulminaban a centenares. Los cuerpos sin vida se hundían en el lodo o se apilaban en tierra firme y los guerreros que llegaban detrás se veían obligados a apartar aquellos truculentos montículos para continuar por las sinuosas sendas.

Finalmente, los arqueros y ballesteros druchii se acercaron hasta los doscientos pasos y empezaron a disparar sus proyectiles contra los soldados de los Anar. Los lanceros levantaron los escudos y los arqueros apostados en las colinas se arrodillaron detrás de ellos y siguieron disparando, aunque con una virulencia menor que antes.

Cuando los druchii estaban a punto de abandonar el pantano, se puso en marcha la parte final del plan de Eothlir. Además de marcar la senda de salida de la ciénaga, los Sombríos habían vertido aceite en las aguas pantanosas, y a la señal de Alith, los Sombríos arrojaron flechas llameantes hacia el pantano. El fuego prendió rápidamente y, extendiéndose por el marjal, envolvió las primeras filas de las compañías de lanceros de Anlec. Los guerreros cubiertos por las llamas sacudían brazos y piernas, y corrían de un lado a otro propagando aún más el fuego.

Los primeros druchii que habían sobrevivido al aluvión de flechas y a las llamas abandonaban atribuladamente la ciénaga y empezaban a ascender por la ladera en dirección al ejército de los Anar. Los primeros en llegar fueron los lanceros, que levantaron los escudos por encima de sus cabezas para protegerlas de las saetas. Se mantuvieron firmes a pesar de las ráfagas de proyectiles, recuperaron la formación y prefirieron acumular efectivos antes de cargar desordenadamente hacia las falanges que los aguardaban.

Cuando hubo varios centenares de guerreros congregados en la falda de la colina, flanqueados por dos hidras, los druchii reanudaron el avance. Un tambor marcaba el paso de la marcha; los lanceros calaban sus armas para la embestida y apretaban el paso. Las hidras proferían sonidos sibilantes y alaridos; el fuego escapaba de sus múltiples bocas, y una nube de humo envolvía sus cuerpos.

Eothlir dio una orden, y poco después, las flechas llameantes empezaron a converger en la hidra. Aunque individualmente las saetas apenas causaban daño, la bola de fuego que provocaron bastó para abrasarle el cuerpo, mientras que otros proyectiles se hundieron en los ojos, las bocas y la piel más blanda del vientre. La bestia tenía zonas del cuerpo embadurnadas del aceite vertido en la ciénaga, y en ellas perseveraban las llamas, que se mantenían vivas en los costados y el lomo. Enrabietada, la hidra se volvió hacia la causa de su irritación, echando atronadoras bocanadas de fuego. Se desentendió de los lanceros que acompañaba y, se dirigió con sus andares pesados hacia el pantano y se hundió en el fango hasta los cuellos, escupiendo fuego por sus fauces con cada alarido.

Los druchii iniciaron la carrera de carga cuando mediaban cincuenta pasos entre ellos y los lanceros de los Anar. Los dos muros de guerreros chocaron y provocaron un estruendo ensordecedor que marcó el inicio de la verdadera batalla. A pesar de las numerosas bajas infligidas a los druchii, el número superior de sus efectivos todavía era una ventaja a su favor, y del pantano no dejaban de emerger más y más guerreros que ensanchaban la línea de ataque o se sumaban a las compañías que ya se habían enzarzado en la lucha. Los arqueros y los ballesteros empezaron a disparar contra las tropas apostadas en la cima de la colina y las saetas sobrevolaban en un atroz intercambio de proyectiles.

La línea del ejército de los Anar aguantaba con firmeza la posición, aprovechando la ventaja que les concedía su situación elevada para aguijonear con sus lanzas los escudos del enemigo; los asaltantes, por su parte, trataban de no perder el equilibrio mientras presionaban para obligarlos a retroceder.

La hidra de la derecha, asediada por varios centenares de lanceros, estaba causando una verdadera carnicería, lanzando por los aires a los guerreros que capturaba con sus fauces o aplastándolos contra el suelo con sus zarpas inmensas. Sin embargo, los elfos no estaban siendo derrotados del todo, y la sangre manaba por docenas de heridas dispersas por la piel escamada de la hidra, además de que tenía tres cabezas que se balanceaban lánguidamente como pesos muertos y le golpeaban el pecho.

El suelo empezó a temblar cuando al otro lado de la hidra la carga de la caballería de Elanardris, que embistió la bestia lanzas en ristre, atropellando a los domadores y hundiendo las armas en la carne de la criatura. La bestia dio una sacudida brutal con la cola, que machacó caballeros y reventó patas de monturas; los alaridos de los elfos y los gemidos de los caballos tronaron en el aire. Los soldados de infantería se encaramaron a la criatura y le clavaron sin respiro una y otra vez los aceros, mientras que la caballería seguía de frente en dirección a las líneas de los regimientos druchii.

La acometida de los caballeros dispersó a los druchii colina abajo, y en la huida, tropezaron con montoncitos de tierra o se trastabillaron con los hoyos o los cadáveres diseminados por el terreno. No obstante, la caballería no insistió en su ataque, y el capitán hizo una señal para que dieran media vuelta y se replegaran al norte para preparar una nueva carga.

Una y otra vez los druchii se empeñaban en ascender por la ladera, y lo único que conseguían llegados arriba era toparse con un muro de lanzas. Los oficiales de las tropas de Anlec trataron de flanquear las tropas de los Anar, por su costado izquierdo, el más alejado de la caballería, pero Eothlir envió el millar de guerreros de reserva allí para contrarrestar la amenaza enemiga y obligó a los regimientos druchii a retroceder hacia la parte central.

En aquel momento de la batalla, las bajas entre los druchii habían reducido a la mitad las tropas que habían iniciado la batalla. En el bando Anar el número de bajas era notablemente inferior, si bien en varias partes de la línea el ataque druchii había tenido cierto éxito y habían conseguido abrir alguna brecha. Sin embargo la victoria estaba cayendo de su lado.

De repente, unos gritos de alarma atrajeron la atención de los Altos Elfos. Al alzar la mirada divisaron una colosal figura negra se deslizaba entre las nubes: Un dragón.

Controlado por Kheranion, la oscura bestia se lanzó en picado contra la retaguardia de las huestes, arrojando una bocanada de humo grasiento. Los arqueros dispararon flechas desde el suelo, pero el daño que le infligían era el mismo que podía causar un puñado de ramitas arrojado contra las murallas de una ciudad. El dragón batió poderosamente las alas y se detuvo en el aire justo encima de los arqueros, muchos de los cuales se fueron al suelo impelidos por el vendaval. De su boca brotó una densa nube de vapor que envolvió a centenares de soldados. La neblima tóxica les escamó al piel y les fundió la carne. Por toda la colina, resonaron los alaridos ahogados de los arqueros qué se desplomaban en el suelo, agarrándose frenéticamente el rostro y profiriendo unos espeluznantes gritos agónicos.

El monstruo se elevaba trazando círculos en el aire, preparándose para una nueva acometida en picado. Lanzó un rugido estridente tan espantoso que centenares de guerreros huyeron despavoridos, soltando las lanzas, los escudos y los arcos para poder correr más deprisa. Aprovechando el pánico de sus enemigos los druchii empezaron a ascender por la ladera en dirección a ellos, hombro con hombro a paso ligero, y la línea de lanceros empezó a ceder a la presión.

Cientos de lanceros se congregaron en torno a su comandante Eothlir, con cruentos gritos de batalla en los labios y sangre en las armaduras. El portaestandarte Liasdir cayó muerto por los ataques traicioneros de los Druchii y el estandarte se desplomó sobre la hierba ensangrentada. Eothlir repelió la acometida de una lanza y se agachó para recoger el estandarte caído, y enarbolándolo por encima de la cabeza para alentar a su guerreros a seguir luchando.

El estandarte altivo de los Anars ondeó durante un momento, justo antes de que fuese aplastado bajo el peso inmenso del dragón negro del general elfo oscuro. La bestia causó una enorme matanza entre los elfos de los Anar, que empezaron a huir presas del pánico. Eothlir trató de defenderse, pero el príncipe druchii Kheranion embistió a Eothlir con su pica llameante sin mediar palabra. El hierro explotó en el cuerpo del señor de Anar. Mientras caía al suelo, la sangre le salió a borbotones por los labios y Eothlir solo pudo exhalar un último grito de advertencia a su hijo: "Alith, huye".

Aquello fue el principio del fin de los Altos Elfos. El ejército estaba destrozado por la muerte de su comandante. Se contaban por millares los seguidores de los Anar que daban media vuelta y huían. Al oír la risa socarrona de Kheranion, el joven príncipe Alith lanzó un grito de rabia y de desesperación, y se precipitó hacia él y su monstruosa montura lleno de rabia y desperación; pero los soldados leales le agarraron y lo sacaron fuera del campo de batalla, mientras varios centenares de aguerridos soldados se afanaban en formar una línea que vendería cara la derrota y frenaría la persecución enemiga.

La caída de la Casa de Anar[]

Pocos guerreros de Alith Anar sobrevivieron a aquella batalla. Fueron además perseguidos por los pantanos y ciénagas durante largas semanas. El contingente se disgregó; ya fuera en compañías o en solitario. Los soldados trataron de escapar de sus perseguidores cada uno por su cuenta. Algunos guerreros desaparecieron en el pantano; otros continuaron hacia el sur y fueron capturados por los destacamentos druchii que patrullaban el curso del Naganath.

Finalmente, los Elfos Oscuros abandonaron la búsqueda, y Alith Anar y sus guerreros supervivientes pudieron salir de sus escondites y regresar a sus hogares, solo para comprobar que había sido totalmente arrasados y calcinados, y su habitantes sometidos a todo tipo de crueles torturas y vejaciones antes de ser asesinados. Por doquier se apilaban los cadáveres de viejos y jóvenes. Los supervivientes de la batalla lloraban; algunos arrojaban las armas para acunar los restos de los seres queridos que iban encontrando, y otros abandonaban el contingente para regresar a sus hogares. Los guerreros de Alith desertaban a centenares, y él no hacía nada para impedírselo.

Cuando llegó a su hogar ancestral de Elanardris, Alith Anar se encontró con el mismo desolador panorama por lo lugares que había pasado. Allí supo que su madre había sido asesinada, y su abuelo, Eoloran, llevado a las mazmorras de Anlec y nunca más se le volvió a ver.

Ese día, Alith Anar y sus guerreros profirieron juramentos terribles de venganza contra los Elfos Oscuros.

Fuentes[]

  • Libro de Ejército: Altos Elfos (7ª Edición).
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