
La Batalla de los Cuatro Ejércitos fue una batalla librada cerca de Middenheim en el año 2100, en el cual los ejércitos de los tres pretendientes al trono Imperial y un gran contingente de Enanos se enfrentaron a las fuerzas No Muertas de Konrad von Carstein, en el que pudieron detener al desquiciado Conde Vampiro tras varios días de enfrentamiento
Sin embargo, si por algo es recordada esta batalla es principalmente por un episodio de traición particularmente infame: Lutwik, el hijo de Ludwig, y Ottilia IV de Talabecland ordenaron de forma simultánea el asesinato del otro durante la contienda.
Contexto[]
Tras la muerte de Vlad en el asedio de Altdorf, los restantes vampiros von Carstein se retiraron a Sylvania, donde pudieron recuperarse de sus heridas y reorganizar sus fuerzas. Con Vlad muerto se produjo un vacío de poder en el clan Von Carstein. Mientras en el Imperio los candidatos al trono volvían a guerrear entre ellos, entre los Vampiros se produjo una disputa para decidir el heredero de Vlad. Había cinco candidatos al título: Fritz, Hans, Pieter, Konrad y Manfred. Todos podían aducir que eran von Carsteins, ya que él les había convertido en lo que eran. Ningún heredero parecía tener más derecho que los demás.

La situación acabó convirtiéndose en una lucha por el poder, ya que todos los pretendientes afirmaban ser los auténticos Condes von Carstein, produciéndose toda una serie de argucias, traiciones y batallas cada una más amarga que la anterior para decidir quién ocuparía el lugar de Vlad. Tras años de conflictos, Konrad von Carstein se alzó con el poder: Fritz murió mientras intentaba asediar Middenheim. Konrad mató a Hans después de una lucha para determinar quién era más fuerte. Pieter fue asesinado en su ataúd por el cazador de brujas Helmut van Hal, un descendiente lejano del infame Vanhal que intentaba redimir los crímenes de su antepasado. Y Mannfred, simplemente, se marchó de Sylvania.
Konrad era un individuo loco y violento (daban constancia de este hecho tanto sus sirvientes como los enemigos a los que se había enfrentado). Inmediatamente, se lanzó a otra campaña contra el Imperio en un vano intento de emular las victorias de Vlad. Sin embargo, no era tan experto en tácticas como su gran predecesor, y si en algo el superaba era en crueldad y sed de sangre, pues solo le interesaba la matanza y la carnicería que podía causar. Mientras que Vlad ofrecía a sus oponentes la elección entre la vida y la muerte, Konrad les ofrecía elegir entre morir inmediatamente o morir dolorosamente.
Preparativos[]

Konrad era tan incontrolablemente despiadado que, para poder hacerle frente, los tres pretendientes al trono Imperial decidieron aliarse: de esta manera, Lutwik de Reikland (hijo y sucesor de Ludwig), Ottilia IV de Talabecland y Helmut de Marienburgo, decidieron dejar a un lado sus diferencias y unieron fuerzas contra él. Además, contaron con la ayuda de un poderoso contingente enano formado pro tropas procedentes de Karak-Raziak, Karak-Kadrin, Karak-Hirn, Karak-Norn y Zhufbar, que buscaban vengarse de las depravaciones del Conde Vampiro contra sus territorios y fortalezas.
Sin embargo, a pesar de la alianza, las rivalidades y disensiones se había propagado entre los pretendiente, provocando que las fuerzas imperiales estuvieran en completo desorden. Había historias de amargos conflictos interiores, pues tanto Lutwig como Ottilia reclamaban el derecho de comandar el ejército. Helmut de Marienburgo, por otro lado, se esforzaba por aconsejar paciencia y cooperación, y argumentaba que, de hecho, cada uno de ellos debería ser comandante de su propio ejército, en un grandioso ejército de iguales. Ellos lo hicieron callar a gritos y lo tacharon de necio idealista.
Así pues, los tres se declararon a sí mismos señores y comandantes de los cuatro ejércitos, y se retiraron a discutir las tácticas con sus propios hombres, sin hacer caso de los emisarios enviados por los otros campamentos. En lugar de cooperar, estaban separando a los ejércitos, dando órdenes contradictorias, preparando contingencias divergentes y esperando un apoyo inexistente.
Los ejercitos se enfrentan[]

Bajo estas divisiones, se produjo la Batalla de los Cuatro Ejércitos en el año 2100, un choque de tropas que tuvo lugar en las afueras de Middenheim en la que nadie logró una victoria clara, aunque podía haber acabado en un completo desastre si no fuera por que los Enanos habían invertido el curso de la misma cuando los Martilladores y Rompehierros habían cargado desde las colinas bajas y habían acometido a los huesos y cadáveres manchados de líquenes que los nigromantes de Von Carstein hacían avanzar por el campo de muerte.
Los muertos abandonaron el campo sólo cuando el comandante enano ordenó que la totalidad de las máquinas de guerra de los ingenieros entraran en la lucha. Las máquinas de guerra eran enormes carruajes equipados con lanzavirotes y lanzallamas que escupían un cóctel de fuego líquido, flanqueadas por artillería y cañones órgano que dispararon metralla de plata que quemaba a los muertos cuando les penetraba en la carne. Las balistas lanzaban frágiles garrafas de agua bendita hacia las primeras líneas de los muertos, y enormes piedras que atravesaban las filas de esqueletos. Ante este castigo, las legiones de los muertos se vieron obligados a retirarse.
Durante las pocas horas siguientes, se produjeron ataques de varios pequeños grupos relativamente ineficaces, que fueron rechazados por los vivos, aunque se hizo evidente el desorden en que se encontraban. En dos ocasiones, Lutwig y Ottilia se enfrentaron, y sus hombres se volvieron unos contra otros a causa de la frustración. El conde de la Sangre estaba calibrando su temple, midiendo la eficacia de su respuesta. Los vivos ya estaban en desorden, tras unos pocos días durante los que habían intentado coexistir. Se minaban unos a otros a cada instante.
Tras esto, se produce uno de los actos mas lamentables e infames de la historia del Impeiro.
Regicidio mútuo[]
Hartos de que su principal rival político interfiriera con sus planes, Lutwik, y Ottilia IV ordenaron de forma simultánea el asesinato del otro durante la contienda (después de todo, un campo de batalla parece el lugar ideal para clavarle a alguien una daga por la espalda). Lutwig había ordenado la muerte de Ottilia con la esperanza de convertirse en legítimo jefe de los ejércitos de los vivos y, al mismo tiempo, Ottilia les había pagado una buena suma a unos asesinos para que acabaran con Lutwig, al que consideraba sólo una espina clavada en un costado.
Primero se encontró el cadáver de Ottilia, a la que habían degollado mientras dormía en su pabellón.
El chambelán la había encontrado en una cama de sábanas empapadas de sangre. Al anciano lo había despertado el ruido de la lucha del interior del pabellón. Los desalmados no habían escapado a la justicia. Uno terminó muerto mientras escapaba, y el otro fue capturado por una patrulla con la sangre de Ottilia todavía en las manos. Fue ejecutado ese día, después de que confesara sus pecados y nombrara a quien le había pagado.

Los de Talabheim declararon que el asesinato era un vil acto de cobardía, pero a pesar de eso había rumores contrarios en algunos sectores que decían que era un golpe genial y que habría requerido un gran valor por parte de Lutwig, ya que, por fin, las fuerzas de los cuatro ejércitos podían unirse bajo un solo comandante, y dos muertes garantizarían que se salvaran miles de vidas. Hablar de que los beneficios obtenidos eran mayores que los males causados resultaba peligroso.
El campamento fue recorrido por las ondas expansivas del suceso. Movidos por el temor a la resurrección, los que eran leales a Ottilia descuartizaron su cadáver y lo quemaron, lo que estuvo lejos de ser un funeral adecuado para una emperatriz. Ya cuando sus trozos quemados se transformaban en meras ascuas, los ánimos se encendieron y los de Talabheim exigieron venganza, y marcharon hacia el campamento de los de Reikland con la intención de clavar la cabeza del pretendiente en una pica.
Fueron recibidos por una turba colérica de Reiklandeses, armada con hachas, destrales y espadas, e igualmente ansiosa por derramar la sangre de los asesinos de su comandante: El pretendiente Lutwig había sido asesinado, sucumbiendo al veneno de la espada de un asesino enviado por Ottilia IV. De esta manera, los de Reikland se lanzaron contra los de Talabheim para exigir su propia justicia sanguinaria, produciéndose muertes durante los enfrentamientos
En un grotesco giro de los acontecimientos, los enanos y los hombres de Marienburgo se encontraron entre la espada y la pared al intentar mantener la paz y esclarecer la verdad entre tanto ánimos encendidos. Ni siquiera la amenaza de extinción logró volver a unir a los ejércitos de los vivos. La incómoda paz había quedado desbaratada. Los cuatro ejércitos estaban desintegrándose. Y ese fue el momento perfecto para que los muertos se alzaran y atacaran de nuevo, destruyendo la poca resistencia que eran capaces de presentar, matando a decenas de confusos imperiales.
Los ataques continúan[]

Los muertos llegaron en silencio, alzándose entre los pies de los combatientes para derribar a la turba y arrastrarla a la muerte. Los nigromantes levantaron hasta el último cadáver del fango para lanzarlo contra los vivos. Después llegaron ruidosamente, cargando sobre corceles de pesadilla y blandiendo armas impías, con doncellas espectrales gritando tras ellos. Fue una carnicería a sangre fría. Según fueron las cosas, cayeron miles a lo largo de la hora que transformó el campó de batalla en un paraíso de Morr en la tierra.
Si no hubiese sido por los enanos, habría sido mucho peor. Los cañones órgano dispararan indiscriminadamente balas de plata hacia el campo. Los ingenieros usaron hasta el último trozo de metal de los arsenales hasta que lograron rechazar a los muertos. Al presentar resistencia, Los enanos les dieron a los imperiales un tiempo precioso para desentrañar las traiciones de la noche precedente.
Con su dos rivales muertos y al ser el único pretendiente todavía vivo, los hombres del Imperio se aferraron a Helmut de Marienburgo como lo habrían hecho con el mismísimo Sigmar. Con sólo una cabeza visible tras la que reunirse, los vivos eran más que capaces de equipararse a los enemigos en el campo de batalla. Los enfrentamientos continuaron de día y de noche durante una semana. Ninguno de los bandos cedía: ni una sola debilidad. Los muertos luchaban por el dominio. Los vivos luchaban por la salvación. Finalmente, los muertos se retiraron momentáneamente.
Demasiado exhaustos para luchar, y agotados por tener que descuartizar a amigos y compañeros de armas con el fin de salvarlos de un destino peor que la muerte, los hombres se reunieron en torno al estandarte de Helmut de Marienburgo, con el fin de que el tercer pretendiente pudiera imponer algo de orden. Enterraron a los muertos, y con ellos el odio que sentían.
Pero esta paz no duraría mucho.
Batalla final[]

El campo de batalla volvió a despertar con el estruendo de la guerra. Los vivos habían unido para lanzar su furia combinada contra los muertos. Los nigromantes del conde de la Sangre equiparaban con magia el poderío de los ejércitos. Las nubes se abrieron, pero en lugar de descender un brillante haz de luz desde los cielos, éstos dejaron en libertad el poder del Shyish, y el viento negro drenó todo color y luz del mundo. Estalló el trueno y comenzó una lluvia torrencial. No hubo una primera gota; fue un diluvio que transformó el campo en fango e hizo manar cortinas de vapor de la tierra quemada.
Luego, espesas nubes de moscas negras aparecieron y cubríeron a los vivos, se les metían en la nariz y los ojos, les entraban en la boca para bajar por la garganta, los atragantaban y les impedían ver mientras los muertos se les echaban encima. Los ejércitos de los vivos continuaron avanzando a traspiés hacia los muertos, que les arañaban la armadura con garras podridas y los arrastraban al suelo mientras ellos resbalaban sobre el humeante lodo.
Konrad fue atrapado por la lucha y arrastrado por una creciente marea de muerte. Su espada de empuñadura de wyrm abrió una senda de sangre y humeantes entrañas entre los vivos. Sus nigromantes iban tras él, y sus susurrados encantamientos resucitaban a los muertos a tiempo de que vieran cómo las entrañas se les desenroscaban en sus propias manos sin sentir dolor. Estallaron burbujas de lodo cuando el suelo onduló y de él salieron los brazos y curvos cráneos de los muertos antiguos, que se abrían paso desde muy abajo del campo de batalla.

Sin embargo los ejércitos de Helmut continuaron resistiendo la acometida de los muertos hasta que finalmente el enemigo se vio obligado a retroceder. Un estallido de sol proyectó su luz sobre el combate y ahuyentó las sombras. Regresaron un momento después para ocultar la luz, pero eso no importaba, la oscuridad había demostrado debilidad, vulnerabilidad. Eso, a su vez, le daba esperanzas a los soldados del Imperio, que se reagruparon y se lanzaron contra los muertos.
Entonces, de entre las laderas de las montañas, llegó una larga y ondulante columna de guerreros enanos y se desplegaba por el llano; enanos con el estandarte de Zhufbar, al menos un millar. Junto a ellos, jinetes con el estandarte de Marienburgo entraron en el campo de batalla con las lanzas enristradas y ensartaron a los muertos que fueron demasiado lentos o torpes como para apartarse de su camino. Los cascos de los caballos de guerra aplastaban cráneos en medio de la estampida, y los enanos los seguían para acabar la limpieza.
Finalmente, Los muertos fueron derrotados, y Konrad tuvo que ordenar la retirada.
Fuentes[]
- Ejércitos Warhammer: Condes Vampiro (5ª Edición). Pag 24.
- Ejércitos Warhammer: Condes Vampiro (7ª Edición). Pag 17.
- Ejércitos Warhammer: Condes Vampiro (8ª Edición). Pag 14.
- Novela de la Trilogía de Von Carstein: Dominio, por Steven Savile
- Cap 23: Espina Destructora y Colmillo Rúnico
- Cap 24: A veces regresan