El trasfondo de esta sección o artículo se basa en la campaña de El Fin de los Tiempos, que ha sustituido la línea argumental de La Tormenta del Caos.
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Antigua batalla de los Cien Pilares
Hasta el momento, las batallas a lo largo de Karak Ocho Picos habían sido pequeños choques. Todo eso cambiaría en la gran sala del Clan Skalfdon.
El Rey Belegar lideraba los efectivos menos numerosos, pero se jactaba de tropas mejor blindadas y de élite. Por lo tanto, su táctica de defender cuellos de botella jugaba a su favor. La ingeniería enana había creado trampas mortales para maximizar las bajas. Ahora los enanos habían cedido terreno a regañadientes, pero esto también era parte de su plan. Un ejército skaven se estaba formando, subiendo hacia el gran salón subterráneo - donde el Rey Belegar los quería.
Ahora mismo el propio Rey Belegar, a la cabeza de su formación de guardia, la Hermandad de Hierro, tomaba posición en el centro de la línea de batalla. Su primo, el Señor de Clan Notrigar, mantenía en alto el estandarte Martillo de Hierro, anunciando con orgullo al enemigo que se enfrentaban al rey legítimo. Belegar inspeccionó su ejército, era una tropa formidable, pero parecía perdida en el inmenso espacio. La sala había sido construida en una época en que Karak Ocho Picos alojaba millones de veces el número de enanos que allí habitaban ahora. Miró hacia el otro extremo en el que los primeros hostigadores enemigos estaban empezando a filtrarse con cautela en la sala cavernosa. Las distantes criaturas vestidas de negro corrían en medio de las pilas de escombros, olfateando el aire. Se subieron encima de pilares caídos para espiar mejor las fuerzas enanas desplegadas a través del gran espacio frente a ellos.
Ver a estos invasores perturbaba a Belegar. Eran cosas inquietantes y husmeadoras, pero algo acerca de ellos aumentó aún más la ira del Rey. En verdad, esta era su morada más que la suya - ya que los hombres rata parecían más a gusto entre las ruinas de lo que estaban los enanos. Esta afirmación molestaba a Belegar, metiéndose debajo de su piel como una astilla de piedra bajo una uña. Él, al igual que todos los enanos, valoraba el trabajo duro. Tenían orgullo de su arte, admirando las cosas hábilmente forjadas. Pero aquí había criaturas que conspiraban sólo para derribar, evolucionando para prosperar entre la ruina y la descomposición. No construían nada con destreza o para durar, de hecho, su reino era poco más que los restos de civilizaciones muertas. Era injusto que los skaven parecieran destinados a aferrarse a los restos flotantes de la historia, mientras que las mejores razas más inteligentes se hundían en las profundidades y eran olvidadas. Ver a las ágiles criaturas trepar sobre las derribadas estatuas ancestrales hizo que el odio brotara en el interior del Rey - sus sucios pies desnudos trepando sobre dioses de piedra rotos no era nada más que un sacrilegio. Lo pagarían lo suficientemente pronto.
Los skaven comenzaron a salir a través de los pasillos abovedados en gran número. Era como ver agua que se escapaba de las grietas de una presa. Las corrientes brotaban como una cascada viva, una marea de alimañas que comenzaba a llenar la lejana cámara como un mar hirviente de piel sarnosa. Al frente llegaba un enjambre de esclavos y grupos de ratas gigantes; eran tantos que se arrastraban unos sobre otros en una masa ondulante. Sin embargo, detrás de eso, el Rey Belegar podía ver que no todo era desorden. Una astucia siniestra estaba guiando a los Skaven, reuniendo a la chusma en el frente, mientras que detrás de ellos formaban enormes bloques, comprendiendo Guerreros de Clan y Alimañas en su multitud.
El rey enano podía distinguir un sinfín de tótems del Clan Mors. Le irritaba que muchos de esos odiados iconos le fueran tan familiares. En el flanco izquierdo se reunían los Espalda Espinada y los Garras Rojas - algunos de los grupos de guerreros que habían penetrado profundamente dentro de la ciudadela hacía seis meses.
Su intrusión había sido parte de los ataques durante uno de los breves tiempos de alianza entre los pielesverdes y los hombres rata. Todos tenían un agravio especial contra ellos, ya que habían matado a Yorrik, el maestro cervecero, en esa incursión. Aunque la distancia era grande, el Rey Belegar no tenía ninguna duda de que al menos una parte del amado maestro cervecero adornaba ahora el estandarte de los Espalda Espinada. En el lejano flanco divisó el símbolo de los Yelmos Oxidados - Alimañas que habían saqueado las armerías subterráneas, haciéndose con muchas cotas de malla enanas irremplazables. El rey no sabía que ahora se les conocía como los Piel de Hierro, pero no pudo dejar de observar que muchos llevaban piezas de reelaborada armadura enana improvisada entre su propio equipo. Cada estandarte y diseño de escudo hecho con marcas desataba todos los recuerdos de innumerables agravios y humillaciones sufridas.
Y entonces, los ojos del Rey Belegar contemplaron el estandarte del Clan Mors y de la familiar Guardia Roja. Captó sólo destellos de su enemigo en medio de esa turbulencia, pero ahora ya sabía quién dirigía el ataque skaven. Como uno, los enanos gritaron su grito de guerra, chocando sus hachas contra los escudos y pisando con sus pies. Ellos también habían visto al más odiado comandante skaven que hubiera rondado nunca los sueños de los enanos. Al otro lado del Salón del Clan Skalfdon, Queek oyó el alboroto y supo que su enemigo lo había visto. Con el pecho henchido de orgullo, el señor de la guerra continuó dando órdenes y estableciendo su línea de batalla. Ahora que los enanos estaban fuera de sus madrigueras, podría aplastarlos. Si todo iba bien, en unas pocas horas estaría saturado de carne enana y habría nuevas cabezas largo tiempo esperadas ensartadas en lo alto del mástil de su estandarte. El suelo bajo los pies de Queek retumbó ligeramente, un signo esperanzador de que pronto un nuevo ejército de hombres rata podría aparecer. Cualquier ruta adicional para refuerzos sería útil, pero si los abridores de túneles aparecían detrás o en medio de las filas enanas, sería posible barrer sus líneas rápidamente. Mientras caminaba con gran arrogancia y demostrada confianza, Queek era muy consciente de que si no aplastaba a los enanos en el exterior, se retirarían tras puertas más fortificadas, prolongando el proceso. Él sabía que la victoria skaven era inevitable, al igual que sabía que su enemigo de mente terca nunca admitiría la derrota, mientras que sus cabezas todavía estuvieran unidas a sus cuerpos.

Cuando un número suficiente de turba había sido azotada hacia el enemigo, Queek el Coleccionista de Cabezas dio la señal. Chillidos estridentes, el sonido metálico de discordantes campanas y golpes de gong resonaron a lo largo de la parte delantera y trasera en los túneles detrás de los skavens. Con el sonido de los latigazos, los esclavos y ratas gigantes fueron enviados hacia adelante a toda velocidad.
Los enanos miraban en silencio sombrío. La sala era tan grande que su artillería no abrió fuego mientras que las hordas Skaven salían de los tres corredores y formaban. Los enanos ya habían marcado las variadas distancias - los cañones y lanzaagravios podrían abrir fuego cuando el enemigo llegara a la estatua caída de sus antepasados, los cañones órganos cuando llegaran al montón de escombros más alto. Esta era la minuciosidad enana. La dotación de esas máquinas de guerra, y el viejo ingeniero Durggan que se situaba entre ellos, conocían cada máquina como hubieran nacido con ellas. Habían tenido en cuenta mentalmente incluso las variaciones en el desplazamiento de las corrientes de aire en lo alto del frío salón.
Sincronizando su primera salva perfectamente con la velocidad de aproximación del enemigo, las baterías de cañónes enanos abrieron fuego, gritando con voces hechas de trueno. Las líneas enanas vieron como se abrían surcos sangrientos en la ola que se aproximaba de atacantes.
Lo siguió una lluvia de piedras. El sonido metálico de los lanzaagravios liberando su carga se perdió con las explosiones conmocionadoras de fuego de cañón y pocos se dieron cuenta del alto vuelo en arco de las piedras que arrojaban. Los impactos causaron un florecimiento de fragmentos de piedra y cuerpos destrozados entrando en erupción dondequiera que aterrizaran. Las dotaciones estaban demasiado ocupadas limpiando barriles, cebando polvora negra y retensando como para apreciar el sangriento caos que estaban desatando en medio de las hordas enemigas. Sin embargo por muchos que estuvieran matando, sabían que tenían que hacer más. A pesar del frío húmedo el sudor perlaba sus frentes, las tripulaciones trabajaban rápido pero con una buena entrenada precisión.
El golpe seco de los mosquetes jezzail se sumó al estruendo, mientras brillantes estelas verdes seguían a los proyectiles. Varios repiquetearon contra el escudo cubierto de runas de Belegar, pero en otros lugares las balas de piedra bruja penetraron escudos y armaduras por igual, haciendo caer a un puñado de enanos. A cambio, los ballesteros enanos desataron sus propias andadas, enviando silbantes virotes a sumergirse en los esclavos a la carga y grupos ratas gigantes a la carrera. Las armas de fuego disparon después, con nubes de humo comenzando a formarse por la línea. Muchos skaven cayeron, y algunos se giraron para huir, pero la mayor parte de la horda siguió adelante. En el flanco derecho el cañón lanzallamas envió su incandescente furia química saliendo a borbotones en un cono de fuego que se extendió por más de una unidad. Belegar estaba lo suficientemente cerca como para ver a un hombre rata cerca del borde de la franja de destrucción sostener su brazo y chillar - la carne se le caía del muñón y los huesos se le marchitaban y retorcían por la llama ardiente. En aquel momento, observó la horda farfullante y parloteante, la espuma en sus bocas, y el firme estoicismo de sus compañeros de armas. Y entonces, la gran ola de skavens lo envolvió.
El choque de las líneas de batalla hizo eco en el salón. Las hachas se encontraron con espadas, las lanzas se rompieron en pedazos contra el gromril, y el estruendo de metal contra metal resonó.
La batalla en el Salón del Clan Skalfdon era salvaje y sin piedad. Los que caían en ambos lados, ya fuera por una herida o una caída en el suelo resbaladizo de sangre, nunca se levantaban de nuevo. Eran aplastados, lanceados, desmembrados o arrastrados fuera del combate para sufrir una agonía más prolongada.

Incluso después de que la primera oleada de atacantes fuese aplastada contra la línea enana dura como una piedra, los skaven superaban en número a su enemigo por más de diez a uno. Sin embargo, en las primeras horas de la batalla, las superiores tropas y armaduras sin igual de los enanos negaron cualquier ventaja numérica. El fuego del odio daba energía a Belegar y a sus tropas, haciendo que no sintieran el dolor o el cansancio. En ese momento la sala estaba llena con los cánticos de batalla enanos, el feroz júbilo de un pueblo feroz, matando a aquellos con quienes habían estado largo tiempo agraviados. Golpes de hacha cortaban extremidades, mientras que los martillos rompían y hacían pulpa a los enemigos con cada golpe. Escudos de madera y de metal desecho empujaban contra los escudos de acero enano forjados tres veces.
Queek alimentaba constantemente esta refriega con la corriente interminable de tropas procedentes de las profundidades. El comandante se puso de pie encima de una masa de escombros apilados y pilares caídos para poder dirigir mejor el ataque. Sabía que había muchos más skaven en reserva que los que había en combate. Detrás de Queek, las hordas se estiraban a través de millas de túneles. Todos empujaban hacia adelante, luchando para tomar su trozo de carne del enemigo.
Esto no era más que el primer ejército, solamente un dedo de su gran fuerza. En el lado enano, Queek calculaba que habría pocas o ninguna reserva. Cada garra que descendía, llevada a la muerte en ese torbellino, se llevaba consigo enanos veteranos que nunca podrían ser reemplazados. Y siempre había otra garra de tropas skavens lista para precipitarse a los combates. Con cada explosión silbante de aire sobrecalentado, Queek sabía que un equipo de Lanzallamas de Disformidad había abierto boquetes en la línea del enemigo con sus humeantes disparos. El Coleccionista de Cabezas sabía que bajo la presión suficiente incluso el forjado acero enano se rompería. Con cada nueva ola, ese momento se acercaba cada vez más.
Un nuevo y terrible sonido llamó la atención de cualquiera que pudiera prescindir de un solo vistazo. Grootose del Clan Moulder había traído, por fin, a la mayoría de sus mejores especímenes. El gran señor de las bestias dejó libres a sus horrores principales - un par de Abominaciones del Pozo Infernal. Estas montañas vivientes de carne cosida balancearon su cuerpo hacia adelante, con sus muchas bocas lloriqueando una aguda cacofonía infernal. Sólo verlas hizo acobardarse a los más fuertes de corazón de los enanos, con sus sentidos rebelándose contra las nauseabundas y sobrenaturales cosas que tiraban, se arrastraban, rodaban y se deslizaban acercándose.
A pesar de su marcha atroz, las Abominaciones del Pozo Infernal se movían con una velocidad asombrosa. Cada estremecedora sacudida parecía torturar a las criaturas, como si cada paso y cada dolorosa respiración fuera en sí misma una agonía. Lo más probable es que lo fuera, ya que mientras los enanos observaban, nuevas cabezas surgían de los montículos deformes de carne untuosa, brillante y de color rojo, chillando de rabia recién nacida. Cualquiera que fuese el dolor que sentían las criaturas de su propia existencia horrible no las detenía, sino que las llevaba a una furia infernal.
Los cañones de la Batería del Salón Adusto dispararon varias andadas directamente en el pecho de la abominación más cercana. Las balas de cañón a toda velocidad abrieron boquetes en la espesa carne tumoral de la bestia, con la fuerza de los disparos haciendo girar y caer a la criatura. Mientras se levantaba de nuevo y se ponía en marcha, los aullidos de la bestia aumentaron en tono y volumen. La sangre no caía de la herida abierta en su cuerpo, pero en cambio la necrótica carne desgarrada emitía un torrente de ratas. Las parasitarias ratas clavaron sus dientes en los pliegues irregulares de carne y comenzaron a alimentarse de una mordisqueante y glotona forma. La herida comenzó a soldarse y doblarse, reparándose a sí misma y cubriendo las ratas. Todavía se podían ver retorciéndose bajo la carne recién formada.
Las pesadillas vivientes golpearon las líneas enanas como rayos. Sus cabezas de alimañas se lanzaron a ciegas, mientras que sus grotescos cuerpos golpeaban los muros de escudos en una avalancha de carne malformada. Se hundieron en las formaciones enanas, retorciéndose como roedores que se hunden en un cadáver.
A la derecha de la guardia personal del Rey Belegar, los enanos de capas azules con ballestas intentaron derribar las ratas ogro que iban trotando hacia ellos. Varias de las descomunales bestias cayeron, atravesadas por numerosos virotes, pero una docena de los brutos alcanzaron su meta entregando un asalto martilleante. Triplemente dopadas más allá de los límites naturales, los sobremusculados demonios rata trocearon enanos con sus garras desnudas, enviando una lluvia de sangre derramada en amplios arcos. Los últimos ballesteros intentaron huir, pero fueron pisoteados bajo pies con garras. No quedaban enanos para cerrar la brecha, y las ratas ogro locas por la sangre cargaron contra el expuesto flanco derecho de la Hermandad de Hierro del rey.
Con la guardia real ocupada, Queek sabía que era el momento. A lo largo de la línea de batalla, los enanos estaban flaqueando. Anteriormente, su rey y su guardia se habían unido para aplastar garras enteras de skavens, pero ahora estaban retenidos por las ratas ogro. Era el momento de romper el centro del ejército enano. A su señal, surgió una nueva ola de atacantes - con Queek y su Guardia Roja en la parte delantera llendo directamente hacia el sitiado rey enano.
Al sentir que sus tropas se derrumbaban a su alrededor, Belegar hizo una señal a su pariente portador del estandarte, quien pasó la señal a lo largo. El cuerno de oro de la Hermandad de Hierro había estado extrañamente silencioso toda la batalla, pero ahora sonaba, con sus notas sonando claramente a través de la sala cavernosa. A su señal, las Puertas Skalfdon fueron activadas. Engranajes y poleas levantaron la inmensa puerta de piedra, y la luz dorada manó en ese lugar oscuro. Brevemente, los pasillos fueron revelados, pero los skaven sólo tuvieron ojos para las siluetas voluminosas que estaban emergiendo fuera de las puertas abiertas.
Había llevado una inmensa cantidad de oro y una asombrosa cantidad de cerveza contratar a Golgfag Comehombres y su ejército mercenario de ogros. Por suerte para Belegar, tenía de ambos.
Había sido una jugada preocupante para el rey, ya que los enanos no se separaban de piezas de oro con facilidad. Además, los enanos habían acumulado sus propios agravios contra los ogros, algo que era especialmente cierto para el notorio mercenario Golgfag. Tiempos desesperados requerían medidas desesperadas, y el Rey Belegar necesitaba aliados, incluso aunque tuviera que comprarlos. El rey enano había dibujado una línea límite con los Gnoblars - estaba fuera de cuestión que no serían invitados dentro de su hogar ancestral. Como era de esperar, el astuto capitán ogro había utilizado esto como una herramienta de negociación. Obligó al Rey Belegar a separarse de aún más de su oro para reparar la angustia que Golgfag decía que experimentaría cuando se viesen obligados a abandonar las pequeñas criaturas. Aunque Golgfag actuaba de forma enfadada cuando se vieron obligados a abandonar a sus compañeros más pequeños, Belegar estaba bastante seguro de que el ogro se los había terminado comiendo. Nada de eso importaba en ese momento.

Al entrar en el salón del Clan Skalfdon, los ogros no perdieron el tiempo en ponerse a trabajar. Bramando, entraron a la refriega, con sus garrotes de piedra y puños carnosos enviando cuerpos skaven destrozados volando por el aire. Un trío de ogros portando cañones descargaron metralla contra los Guerreros de Clan que cargaban, derritiendo la unidad bajo una lluvia de metralla de hierro. Las ratas lobo habían logrado colarse alrededor del flanco derecho para amenazar la batería de Vientrefornido, pero un solo ataque repentino de los colmillos de sable mató o rechazó a las lupinas alimañas. La caballería dientes martirio atravesó profundamente a los skaven, con su carga demostrando ser imparable. De todos los ogros, ninguno era más feroz que Golgfag y sus comehombres. Los luchadores profesionales destrozaban las unidades enemigas con una eficiencia brutal que contrastaba con su equipo de guerra dispar y estilos de ataque individualistas.
Queek observó sólo una parte de este nuevo acontecimiento, ya que él y su Guardia Roja se había estrellado de lleno contra la Hermandad de Hierro del Rey Belegar. Los valientes enanos de la formación eran poderosos guerreros, cada uno equipado con un martillo inscrito con runas que podía romper un escudo y derribar al skaven detrás de él. Un solo de estos Martilladores, sin duda, podría mantenerse firme frente a una docena de Guerreros de Clan a la vez, probablemente más. Sin embargo, no se enfrentaban ahora a Guerreros de Clan, sino a Queek el Coleccionista de Cabezas, gobernante de la Ciudad de los Pilares y garra derecha del Señor de la Descomposición del Clan Mors. Dando vueltas, girando, y clavando la Degolladora de Enanos a través de la cota de malla con facilidad, Queek ya había matado a diez de ellos. Estaba abriendo un camino recto hacia su rey.
Las Alimañas de la Guardia Roja eran combatientes excepcionales, los asesinos más destacados entre el enorme ejército skaven. En su largo servicio a su señor de la guerra, habían tomado estandartes sagrados de rompehierros, derribado gigantes y se habían puesto collares formados con los dientes de comandantes orcos negros. Ese día, sin embargo, no podían igualar a la Hermandad de Hierro. Por cada martillador que atravesaban con pesadas alabardas, tres o cuatro de los suyos eran aplastados a cambio por martillazos que hacían añicos la malla, y reducían los cráneos a polvo. Si no fuera por el ataque de Queek, y las ratas ogro golpeando el flanco de los enanos, la Guardia Roja no habría resistido por mucho tiempo el juego de martillos.
Gracias a su gran número y la confianza que representaba su audaz jefe militar, las filas traseras de la Guardia Roja continuaron trepando hacia adelante para sustituir a los caídos. Esto dio a Queek el tiempo suficiente para alcanzar a su presa elegida.
Queek se movía con una gracia sinuosa. En comparación, los enanos eran torpes y lentos. Ellos andaban pesadamente con enormes armaduras, y blandían poderosos martillos pesados. El Señor de la Guerra del Clan Mors se propulsó con uno de la Hermandad de Hierro, lanzándose a sí mismo por encima del yelmo y los hombros del enano antes de que pudiera reaccionar. Mientras estaba en el aire, Queek se las arregló para despachar a dos enemigos más antes de aterrizar y pasar por debajo del arco de un martillo de manera fluida. Con rápidos golpes, tres enanos más cayeron, y ahora Queek estaba directamente ante Belegar Martillo de Hierro. A su alrededor la batalla continuaba, pero como por palabras no escritas, cada bando sabía que era una pelea que su líder deseaba ganar sin ayuda.
El rey enano se congeló en posición, con el destello de odio en sus ojos los únicos signos de que su estoicismo monumental podría estar perdiéndose. Queek se deleitaba con estos momentos. Se deleitaba en el desafío provocador, y vivía para ver los ojos de un rival mientras lo mataba. El señor de la guerra entrechocó sus armas, le enseñó los colmillos y se posicionó - desafiando a su víctima a luchar contra él.

Queek se movió con asombrosa velocidad, pero Belegar anticipó los golpes - moviendo su escudo para contrarrestar cada uno. Fue Belegar quien asestó el primer golpe - un golpe por encima de la cabeza del Martillo de Angrund que quebró la hombrera de pinchos de Queek. Ambos combatientes hicieron una mueca - el skaven por la pura fuerza del golpe, el enano por la retroalimentación emitida desde la armadura de disformidad de Queek.
Cinco veces Queek estuvo seguro de que había asestado un golpe contundente, pero cada vez, Belegar movía su escudo en un destello de color azul y oro. Con nada más que unas pocas marcas de arañazos que mostrasen sus esfuerzos, el astuto skaven trató sacar su oponente de sus casillas. Queek se burló del enano sobre sus encuentros anteriores, hablando de cómo había matado al hermano de Belegar. Los ojos del rey enano se posaron en el cráneo de barba enmarañada empalado sobre el estandarte negro del skaven. En su creciente ira, y la frustración de no poder aplastar a su odiado enemigo, Belegar finalmente cometió el más mínimo error.
Y todo lo que Queek necesitaba era la menor de las aberturas.
Parando un golpe de espada de Queek con el escudo, el Rey Belegar se preparó para un segundo golpe de la parte terminada en pico de la Degolladora de Enanos. En cambio, con una pirueta rápida como un rayo, Queek giró fuera del escudo del rey, poniendo todo su peso y el impulso en un golpe de revés con el borde de en forma de cincel de la cruel maza. Por su esfuerzo, Queek recibió un golpe zarandeador del escudo enano, haciendo mella en su casco y enviándolo desmadejado. Mientras caía en posición vertical, Queek estaba lamiendo la recién salida sangre enana de su amada maza-pico. Una vez pasado el escudo infernal de Belegar, la Degolladora de Enanos había estado a la altura de su nombre, perforando a través del gromril y asestando una puñalada profunda en el costado del rey.
Sangrando, pero desafiante, el Rey Belegar cargó de nuevo, cerrando rápidamente la brecha entre los dos.
La cabeza de Queek se contrajo rápidamente, observando su entorno. A pesar de su pavoneante arrogancia, no era tonto. Queek sabía que podía matar al rey enano, pero incluso herido es probable que llevara algún tiempo. Y por su vistazo rápido, era lo único que no tenía. La llegada de los ogros había revitalizado la línea de batalla enana. Momentos antes, la Hermandad de Hierro estaba rodeada de enemigos, una isla valiente en medio de un embravecido mar de skavens. Ahora, sin embargo, lo contrario era lo cierto. Los ogros y las formaciones enanas habían hecho retroceder a los hombres rata, a veces haciéndolos huir por completo. Ahora era Queek el que estaba acorralado por enemigos. La Guardia Roja estaba cayendo ante los devastadores golpes de martillo, ataques que aumentaron cuando la Hermandad de Hierro vio a su rey herido. Con todos sus otros oponentes destruidos, los Martilladores se concentraron únicamente en las Alimañas. Queek sabía que su guardia huiría en cualquier momento, dejándolo solo y rodeado por la guardia del rey.
Queek se limitó a observar más allá de la trayectoria del rey enano que se aproximaba e hizo retirarse a sus tropas. No hubo que decírselo dos veces a los Skaven. Cada miembro de la Guardia Roja giró la cola a la vez, golpeándose entre ellos en su afán de escabullirse. Negado de su verdadero objetivo, el Coleccionista de Cabezas se negó a retirarse sin un trofeo. Queek saltó sobre los que trataban de bloquear su fuga y cortó con su espada. Al final de un arco de color carmesí estaba la cabeza del Señor Enano Notrigar, portador del estandarte de Belegar y su familiar. La cabeza voló veinte pasos hasta rebotar en el suelo de la cámara donde fue rápidamente atrapada por uno de los guardias rojos que huían. El estandarte del Clan Angrund cayó, ralentizando a los enanos que le perseguían y permitiendo a Queek obtener el tiempo suficiente para reunirse con su formación.
Los ogros habían cambiado el rumbo de la batalla dentro del salón del Clan Skalfdon. En algunos lugares el ejército skaven resistía, o se retiraba ordenadamente. Los equipos de Jezzail de los Infalibles de Ssizik se habían escondido en medio de una alta pila de escombros, y comenzaban a enviar una andada tras otra contra los ogros. Hacía falta muchos impactos de las brillantes balas de piedra bruja para derribar los vandálicos brutos, acabando con ellos a medida que pisoteaban skavens que huían. Una de las abominaciones de Pozo Infernal había evitado que todo un flanco enano pudiera perseguirlos antes de sucumbir finalmente a las hachas del Clan Trenzas de Piedra. La otra abominación se mantenía imparable. Había abierto un camino desde un extremo de la línea enana al otro. Ni los picos de los mineros, ni los esporádicos bombardeos de balas de cañón pudieron hacer caer a la bestia.
Al ver que la persecución de su veloz enemigo era inútil, el Rey Belegar se puso al frente de sus Martilladores y se dirigió a la batalla contra el descomunal monstruo engendrado por el Clan Moulder. Aunque la pálida abominación aplastó a muchos bajo su cuerpo, el rey y su Hermandad de Hierro la mataron a martillazos, haciendo saltar los sesos de cada una de sus cabezas chillonas.
A continuación, los enanos sintieron una terrible agitación por debajo de ellos. Los skaven, incluso los que huían a toda velocidad, se detuvieron. Ellos también sentían las crecientes vibraciones correr a través de sus pies. El temblor se convirtió en una sacudida y pasó a ser un terremoto que sacudía todo el salón. Incluso los ogros, que eran notoriamente insensibles, notaron el vaivén de sus vientres y las grietas se extendían a través del suelo de piedra. Enormes montones de roca se alzaron en la sala mientras una serie de túneles eran excavados hacia arriba desde las profundidades. Los skaven comenzaron a agitarse mientras volvían a formar, con las colas dando chasquidos con impaciencia.
El suelo de piedra se agrietó y combó mientras montículos de tierra y roca empujaban a través, surgiendo a través de la cámara como enormes colinas de topo. Un brillo sobrenatural resplandeció desde debajo del agrietado abultamiento en el montículo más al norte. Con un destello brillante de color verde luminiscente, un agujero apareció en el montículo cónico recién levantado. Durante unos momentos no surgió nada más que humo, y entonces surgió algo. No eran skaven, sino una tormenta saltarina de musculados orbes rojos bípedos - ¡garrapatos!. Surgieron saltando sobre poderosas patas, precipitándose hacia abajo sobre los cercanos atronadores enanos. Sin tiempo para levantar sus armas, los enanos fueron superados mientras bocas abiertas repletas de dientes afilados cortaban a través de ellos. En lo alto de algunos de los garrapatos había goblins nocturnos, con sus túnicas y capuchas puntiagudas aleteando detrás de ellos mientras cacareaban locamente. Peñas de arqueros vestidos de negro surgieron después, enviando una lluvia de flechas emplumadas que los enanos trataron de bloquear alzando los escudos.
Skarsnik, el autoproclamado Gobernante Supremo de Karak Ocho Picos se había unido a la batalla, liderando el poder de la Tribu Luna Torcida. El más poderoso de todos los goblins nocturnos había convocado el ¡Waaagh!. Había invocado no sólo las multitudes de goblins nocturnos, sino todo tipo de pielesverdes y monstruos por igual. Tribus orcas de las Tierras Yermas, goblins silvanos de los bosques llenos de telarañas, y orcos negros de las desoladas Tierras Oscuras comenzaron a empujar hacia arriba hacia el salón.
Nota: Leer antes de continuar - Conversación de Patrones.

Con la llegada de Skarsnik, todos los elementos del plan del Rey Belegar habían ido mal.
El cambio de bando de los ogros mercenarios fue inesperado - no porque el rey enano tuviera fe en los ogros - sino debido a que no tenía ni idea de cuando sus enemigos podían haber entrado en contacto con los brutos. Su ira por el vínculo roto era un nuevo agravio resentido, sin embargo, incluso los fuegos del rencor que sentía palidecían ante el odio contra los enemigos ancestrales de los enanos - los skaven y los pielesverdes. En su rabia, muchos de los enanos perdieron todo sentido de supervivencia, sintiendo sólo la necesidad de enterrar sus hachas en tantos enemigos como pudieran. Belegar, sin embargo, sabía que era su deber hacer sonar la retirada. Pero incluso su plan de retirada estaba en peligro - ya que la línea de retirada de los enanos había sido bloqueada. Los túneles goblin estaban entre el ejército enano y las puertas que conducían de nuevo a la Ciudadela.
Los nuevos túneles habían separado la fuerza enana. Dos tercios del ejército restante estaba con el Rey Belegar en la esquina noroeste del salón, el tercio restante formaba una línea de batalla en el lado opuesto. El maestro ingeniero Durggan Vientrefornido estaba al cargo allí, con el robusto enano dirigiendo las pocas piezas de artillería que quedaban para desatar una potencia de fuego devastadora. Balas de cañón y llamaradas abrieron franjas en las hordas de pielesverdes que continuaban derramándose fuera de los pasillos recién creados.
La situación parecía sombría, pero Belegar todavía tenía al menos una sorpresa propia. Sin embargo, no había tiempo para pensar en ese momento. Con un rugido burbujeante, la muerta Abominación del Pozo Infernal se levantó - con una chispa de vida reanimándola una vez más.
Al otro lado del gran salón, los skaven habían vuelto a formar en torno a Queek el Coleccionista de Cabezas y su restante Guardia Roja. Garras recién llegadas aseguraban que el ejército skaven fuera tan numeroso como lo había sido cuando la batalla comenzó. Para volver hacia los enanos, tendrían que abrirse camino a través de los goblins. Esto no preocupaba a Queek en absoluto. Con el Coleccionista de Cabezas en medio de ellos, la Guardia Roja pronto estaba segando su camino a través de los pielesverdes.
Mientras tanto, Skarsnik estaba en su elemento. La emoción de una buena emboscada nunca dejaba de inspirarle. Se puso de pie encima de las ruinas de las antiguas estatuas junto a su enorme compañero, el enorme garrapato, Gobbla. Entre órdenes gritadas, Skarsnik enviaba chorros de energía verde a partir del final de su pica. Tal vez fueran los fuertes vientos de la magia, o simplemente la marea de las energías pielesverdes, pero por alguna razón, la pica afilada de Skarsnik enviaba explosiones prodigiosas. Un solo disparo evaporó una manada de ratas gigantes, mientras que otro rayo verde destrozó el cañón lanzallamas de la Batería Truena Salones, con la subsiguiente explosión enviando ondas de choque a través del salón. Con cada ráfaga arcana, el líder de la Luna Torcida reía y cabriolaba.
El ejército de pielesverdes que se elevaba desde los túneles estaba creciendo por latidos de corazón. Arqueros goblins vestidos de negro y peñas de lanceros marchaban en corrientes constantes. En sus escudos y estandartes la mayoría de los goblins nocturnos llevaba la cara de la luna amarilla de la Luna Torcida, pero también había otras tribus. Peñas orcas se abrían camino a empujones hacia el frente, los iconos en sus escudos de madera revelando que tanto las tribus de las montañas y las tribus de las Tierras Yermas estaban presentes. Los garrapatos avanzaban a saltos y peñas de trolls de piedra, distraídos por los cadáveres, se detenían para alimentarse - cogiendo a puñados cuerpos destrozados de skaven y enanos en sus bocas babeantes.
Golgfag y sus ogros habían abierto un hueco importante en la línea de batalla enana. Uno a uno los muros de escudos enanos acababan rotos por los garrotes ogros y empujados hacia atrás por el agobiante peso que intentaba aplastarlos. Golgfag, que había luchado con un montón de enanos en su tiempo, no estaba muy contento de estar haciéndolo de nuevo. No era que le importaba el doble juego hecho al Rey Belegar - tales decisiones comerciales eran por los beneficios - era que no le gustaba el trabajo duro. Llevaba demasiado esfuerzo matar a los enanos, y Golgfag prefería blancos más fáciles. Pero lo Skarsnik estaba pagando importaba más que el hecho de unos pocos moratones de martillo y cicatrices de hacha.
Con sus líneas repletas de ogros y sobrepasadas por los goblins, los enanos bajo el mando del ingeniero Durggan hicieron una desafiante resistencia. Los últimos dos cañones hicieron llover metralla, mientras que los dracohierros de los Furias de la Forja formaban un círculo y disparaban ráfagas alquímicas de sus cañones de mano. Detuvieron una carga de tripasduras, rechazaron tres avances goblin, hicieron saltar en pedazos a los colmillos de sable, y con sus pistolas Durggan Vientrefornido hizo caer personalmente a un par de fanáticos que giraban peligrosamente cerca. Fue Golgfag y sus comehombres los que finalmente irrumpieron en el montículo de escombros. Durggan fue uno de los últimos enanos que murieron. Su esfuerzo final para disparar el cañón apuntando al capitán ogro fue frustrado cuando un disparo de la pistola del tamaño de un puño de Golgfag apagó los signos vitales del enano.
A medida que sus muchachos se disponían para el saqueo, Golgfag observó el creciente mar de skavens. Una marea negra de goblins nocturnos corría a su encuentro. En el rincón más alejado, el rey enano sostenía temporalmente su destino. Cada vez eran más goblins y skavens los que se vertían en el salón. Todos ellos estaban locos, pensó Golgfag. Este destrozado salón subterráneo le recordaba a Golgfag a un pozo de lucha - donde los combatientes podrían seguir luchando hasta el final. En cuanto al que se arrastraría fuera vivo, no lo sabía. Ni le preocupaba. Golgfag tocó el bolsillo, sintiendo el peso de la brillantemente enjoyada corona de Karak Ocho Picos que Skarsnik le había dado como pago inicial. Sentía como que ya había obtenido su pago, por lo que quizás era el momento de comenzar a buscar una salida.
Desde el túnel central llegaron los chillidos estridentes de los goblins nocturnos aterrorizados. A continuación, una explosión de llamas hacia arriba como un géiser de fuego incineró a cientos de pielesverdes. De la subsiguiente tormenta de humo apareció un skaven cornudo, con su pelaje de color gris claro en la oscuridad, iluminado por un resplandor de poder arcano. Kranskritt atrajo las energías mágicas del rico flujo a su alrededor. A un gesto de su mano extendida, las grietas en el suelo crecieron, avanzando más rápido de lo que un skaven podía correr. La roca gimió en señal de protesta mientras se rompía en pedazos, con la piedra fragmentándose a lo largo de muchas líneas. Una cadena de bostezantes simas se extendieron hacia fuera de los pies del vidente gris.
Los que se atrevieron a posar la mirada sobre el vidente gris vieron algo más. Detrás de él había una sombra - otro brujo cornudo que era más grande y más fuerte aún. Un Señor de las Alimañas había llegado al salón del Clan Skalfdon - la corrupción y la pestilencia manifiesta. A partir de él se propagaban más ondas ruinosas. Se abrieron grietas que se tragaron peñas enteras de pielesverdes, y a los enanos de piernas cortas les fue aún peor.
Mientras se sacudía la tierra, los túneles excavados recientemente se colapsaron. En ese caos, el Rey Belegar ordenó que se diera la señal de cuerno. Tan pronto como se dio, pequeñas explosiones, expertamente situadas por ingenieros, sacudieron una docena de columnas de apoyo. Inmensos pilares tambaleantes de piedra volcaron, aplastando a cientos bajo ellas. El polvo y los escombros llenaron el salón, y los guerreros de todos los ejércitos se quedaron quietos momentáneamente.
Lo que siguió fue una carrera desesperada hacia las salidas para aquellos que todavía podían hacerlo. Formaciones enteras fueron atrapadas - rodeadas por todos lados por grietas demasiado grandes para que fueran saltadas, o cercadas por pilares caídos. Otros permanecieron atrapados en combate - skaven contra goblin contra enano. Luchando hasta el final, mientras el Salón de Skalfdon se derrumbaba sobre ellos.
Prefacio | Información | Intrigas | El Único Camino Posible | Nuevo Líder de Garra | Contendientes | Batalla | Conversación de Patrones
Fuente[]
- The End Times IV - Thanquol.