El contenido de esta pagina fue sacado de un informe de batalla, por ello puede que no concuerde con el trasfondo oficial.
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Hace cientos de años, la hueste de Altos Elfos de Lord Valoriel se hizo a la mar para surcar el océano rumbo a Khemri. Algunos dicen que buscaba las riquezas enterradas en las tumbas de esa tierra, otros afirman que simplemente intentaba escapar de la aburrida rutina de la vida cortesana. Al desembarcar, avanzó a través de las Tierras Yermas hacia una ciudad abandonada en el borde del desierto. Sus guías le habían advertido antes de desparecer que nadie había osado penetrar en esas ruinas desde su destrucción, miles de años antes. El señor élfico se mofó de esa superstición. Estaba ansioso por recuperar el gran tesoro que se creía había en las ruinas. Pero no le seria tan fácil conseguirlo. El antiguo rey de la ciudad hacía mucho tiempo que había muerto, pero todavía seguía gobernando en esa tierra, condenado por la maldición de Nagash a una vida eterna en la muerte. Este rey no albergaba más que un deseo en su podrido corazón: defender el lugar donde reposaban sus ancestros. Los muertos se despertaron en sus tumbas, cientos de Esqueletos se levantaron para enfrentarse a los Altos Elfos, animados por la voluntad del Rey Funerario y sus servidores. La batalla iba a ser amarga y sangrienta...
Cuando Lord Valoriel, el comandante Alto Elfo, observó las colinas próximas a las rutinas contuvo el aliento. No había esperado enfrentarse a tantos enemigos. En el flanco izquierdo del ejército No Muerto había una brigada de Esqueletos: dos grandes unidades de lanceros situados tras una pantalla de arqueros. Más atrás había catapultas construidas con los huesos de algún monstruo extinto hacía mucho; junto a ellas había montones de calaveras. Alzándose muy por encima de las tropas podría verse un gigante sin carne que gritaba con voz atronadora. A continuación había una gran masa de veloces carros y guerreros montados en corceles esqueléticos. En el centro había una unidad de letales Lanzadores de Huesos, por encima de los cuales volaban en círculos unos carroñeros gigantes cuyos huesos sobresalían por sus alas hechas jirones. A la izquierda había un dragón montado por una figura jorobada cubierta por una capa negra. Jirones de carne colgaban del esqueleto del monstruo y vapores sulfurosos salían de sus fauces, cual enfermiza parodia de los orgullosos Dragones de Caledor que combatían junto a los Elfos. A la derecha había una gigantesca figura de piedra, un horripilante león esquelético con una impresionante armadura. Valoriel pensó que era una estatua arrastrada hasta el frente para atraer la suerte de sus siniestros dioses. Otra gran brigada de Esqueletos con lanzas y arcos protegía el flanco derecho de los No Muertos. Envolver el flanco de esa brigada implicaba entrar en las inseguras ruinas de la antigua ciudad. Su línea de batalla estaba bien defendida, lo que significaba que el general enemigo no era ningún estúpido, Valoriel podía verlo sobre su carro de hueso. No era más que un esqueleto cubierto con ropas harapientas: su corona dorada y el brillante orbe que sostenía en su esquelética mano eran los únicos indicios de su patética majestad. Dispersos por las líneas enemigas se encontraban los sirvientes personales del Rey Funerario, los Sacerdotes Funerarios, huesudos maestros de las artes nigrománticas que le ayudaban a controlar el ejército.
Valoriel sonrió desdeñosamente. Esa patética reunión de seres de ultratumba no era rival para sus guerreros. El general se irguió en su carro situado en el centro del ejército, donde había concentrado la mayor parte de sus efectivos. Fila tras fila de valientes lanceros élficos se extendían a ambos lados, con los flancos protegidos por unidades de arqueros. En el flanco izquierdo había situado una columna de Caballeros Guardianes, que con su arcos llevaban la muerte a sus enemigos, y a los resplandecientes Yelmos Plateados, para proteger a los Lanzavirotes de Repetición que había por delante de la columna dirigida por Aereädhe el mago que, como siempre hacía antes de la batalla, estaba sumido en una profunda meditación. Detrás del hechicero había una unidad de arqueros con la misión de controlar el bosquecito que protegía la entrada a la ciudad en ruinas. En el flanco derecho se encontraban los carros, montados por sus más valientes guerreros, quienes por su valor se habían ganado el derecho de portar el estandarte mágico que había pertenecido a la estirpe de Valoriel durante siglos. Junto a ellos estaba el heroico Naranniel, Señor del Castillo Starn. Valoriel miró hacia el cielo, reconfortando su corazón por la visión de las Águilas Gigantes de las Annulii, las reinas de los cielos que, tal como habían prometido, habían acudido en su ayuda. Escupiendo fuego hacia las líneas de los No Muertos pudo ver a Arrach, el dragón montado por el Príncipe Falunieras, que resplandecía en su argéntea armadura. Arrach observó al blasfemo Dragón Zombi con odio y dio la orden de atacar.
"Id, mis raudos hijos, informad a sus señorías de que la batalla puede comenzar. Ahora debemos ganarnos la gloria."
- —Valoriel a sus mensajeros al inicio del combate

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Aereädhe el Mago fue el primero en reaccionar. Murmuró un hechizo y un arco iris de luces danzó frente a él. Los Arqueros situados a su izquierda reconocieron la señal y se adentraron rápidamente en el denso bosquecillo que se interponía en su camino hacia las ruinas. Con una precisión marcial fruto de su gran entrenamiento llegaron rápidamente a los árboles y tomaron posiciones de disparo por si se les acercaban los No Muertos. A continuación Aereädhe ordenó a los Caballeros Guardianes y los Lanzavirotes que avanzaran, y a los Yelmos Plateados que se unieran a ellos. Volando sobre su nube mágica, Aereädhe les adelantó, sin dejar de observar la infinita línea de Esqueletos.
El Portaestandarte de Valoriel ordenó a la brigada de su izquierda que avanzara. Los Arqueros se colocaron al frente de la formación y la brigada formó en dos líneas. Los siguientes en recibir la orden de avanzar fueron los carros. Retumbando mientras avanzaban hacia el enemigo, se colocaron en formación de ataque, con su flanco derecho protegido por un robledal. El general observó el cielo buscando las Águilas, pero no eran más que un punto en el cielo. Azuzó a sus bestias de tiro para que se adelantaran y no alejarse así demasiado de sus fuerzas.
Mientras tanto, su lugarteniente Iymfrë cabalgó al frente de la otra brigada, vociferando gritos de ánimo. Pero la infantería de los Altos Elfos no compartía su entusiasmo y apenas avanzó, no pudiendo igualar la velocidad y eficiencia de sus compañeros del flanco derecho.
Naranniel apremió a los Yelmos Plateados del flanco derecho para que avanzaran. Galopando junto a los carros, el héroe retrocedió un poco para estar más cerca de las Águilas. El Dragón Arrach rugió a las líneas de los No Muertos, pero su jinete, el Príncipe Falunieras tenía órdenes de mantener su posición hasta el momento adecuado.
Las filas de los No Muertos todavía estaban demasiado lejos para que los Arqueros pudieran disparar, pero aún así tensaron las cuerdas de sus arcos, preparados para la acción.
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Para sorpresa de Valoriel, el ejército No Muerto se quedó inmóvil en sus posiciones. Un escalofrío recorrió su columna vertebral cuando de las filas de No Muertos se elevó un murmullo; eran las letanías malditas de los Sacerdotes Funerarios intentado someter los Guerreros Esqueletos a su voluntad. En el flanco izquierdo de los No Muertos, una solitaria brigada de Guerreros Esqueletos alcanzó tambaleantemente hacia el bosque que había junto a su línea, pero no llegaron a su cobertura. De repente se oyó un terrible rugido, y el suelo tembló cuando la estatua del león de piedra cobro vida. Valoriel palideció. Se trataba de una Esfinge. Había oído historia sobre esas criaturas, los guardianes de las Pirámides de los Reyes Funerarios, que cobraban vida en momentos de crisis. En esos momentos, uno de estos monstruos se dirigía imparablemente hacia sus carros. Llegó al borde del bosque y se levantó sobre sus cuartos traseros, rugiendo y amenazando con su garra a los horrorizados Altos Elfos.
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Impertérrito, Iyfrë ordenó a las tropas bajo su mando en el flanco izquierdo que cerraran filas. Las brigadas de Lanceros y Arqueros consolidaron sus posiciones defensivas al moverse los Arqueros en columna para cerrar el huevo que quedaba a su izquierda. Aereädhe avanzó rápidamente hacia las ruinas, seguido por las unidades de Caballeros Guardianes y de Yelmos Plateados, con la esperanza de así poder envolver el flanco de los silenciosos No Muertos. Naranniel llegó junto a las Águilas, señalando con su espada en dirección al enemigo mientras rezaba para que las criaturas aladas entendieran sus órdenes. Sin embargo, las orgullosas Águilas simplemente remontaron el vuelo hasta desaparecer entre las nubes ¿Por qué deberían atacar ahora? Era una estupidez. Su respeto por la sabiduría de los Comandantes Altos Elfos había disminuido muchos enteros. Exasperado por la arrogancia de las Águilas, Valoriel ordenó a Falunieras que hiciera avanzar a su Dragón para apoyar a los Carros. El Dragón surcó con gracilidad los aires, manteniéndose por encima del robleadal. Reconfortados por la presencia de esta criatura, los Carros se prepararon para la carga. Valoriel ordenó a los Yelmos Plateados que se colocaran justo detrás de los Carros. Su plan de ataque para atacar a la Esfinge que se acercaba rápidamente estaba a punto. El Carro de Valoriel trotó hacia la criatura, poniéndose al frente de sus tropas.
Como los No Muertos habían permanecido inmóviles, los Arqueros tampoco pudieron disparar a ningún objetivo.
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Los movimientos rituales de los Sacerdotes Funerarios se volvieron más frenéticos, pero aún así dos de las grandes brigadas de muertos vivientes siguieron sin responder a su voluntad; un millar de cuencas vacías observaban ausentemente el valeroso avance de los Altos Elfos. Sin embargo, en la izquierda, las catapultas se colocaron en la cresta de una colina desde donde podían disparar a las apiñadas unidades de Carros y Caballería de los Altos Elfos. El Gigante de Hueso golpeó el suelo con su puño, pero no hizo nada más que vociferar amenazas vanas. La Esfinge siguió gruñendo hacia los Carros y la Caballería que estaban reuniéndose frente a ella. El Rey Funerario al parecer tenía algunos problemas para controlarla, así que levantó su huesuda mano que sostenía con fuerza el orbe, en cuyo interior pulsaba un ligero resplandor. La Esfinge sacudió la cabeza y saltó hacia adelante, aunque no lo suficiente para alcanzar a las tropas montadas de Altos Elfos.
Aleteando lentamente sus coriáceas alas, el Dragón Zombi levanto el vuelo. Su jinete ordenó atacar los Carros y, con un grito que helaba la sangre, los Carroñeros taparon la luz del sol antes de lanzarse en picado contra las indefensas tripulaciones y sus caballos. El Dragón Zombi se unió a la matanza.

Los Sacerdotes Funerarios que iban a pie se arrastraron hacia adelante. Los dos más próximos a la línea de batalla élfica empezaron a gesticular, croando sus malignas hechicerías. El suelo del bosque tembló por detrás del Dragón, y los Carros quedaron convulsionados cuando decenas de huesos animados surgieron de sus largamente olvidadas tumbas, Dedos huesudos desgarraron a los tripulantes y derribaron a los corceles. Arrach el Dragón aplasto a todos los Esqueletos que intentaron subir encima suyo golpeando sus duras escamas con herrumbrosos cuchillos. Valoriel observó incrédulo la escena. Había ido a la batalla contra los No Muertos sin ni siquiera un pergamino para dispersar esta hechicería. Los Carroñeros atacaron a los tripulantes de los Carros, levantadolos por los aires antes de dejarlos caer hacia su muerte en el suelo. Unos pocos de los sorprendidos guerreros élficos respondieron al ataque de estos pájaros No Muertos matando a algunos antes de desaparecer en las mandíbulas del Dragon Zombi, que se los tragó enteros. Tomando por sorpresa, Arrach se encabritó, rugiendo de rabia. Falunieras resbaló de su silla y cayó hacia la muerte en forma de los cuchillos de los muertos recién animados. Sin jinete y en estado de shock, el Dragón elfico salio volando hacia lo cielos con varios Esqueletos todavía colgando de sus escamas, y se alejó del campo de batalla. Un jadeo de desesperación recorrió las filas élficas.
Los Esqueletos se retiraron hacia lo más profundo del bosque mientras una de las bandadas de Carroñeros y el Dragón Zombi regresaban a la seguridad de las filas No Muertas. La otra bandada de Carroñeros cargó contra los Yelmos Plateados que había detrás de los Carros. Los caballeros élficos desaparecieron en un amasijo de plumas negras y garras afiladas. Bien protegidos por sus armaduras, los caballeros contracargaron, ensartando un gran número de Carroñeros se alejaron, amenazando a los Yelmos Plateados con sus secos gritos.
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Enfurecidos por la muerte de los aurigas, los Yelmos Plateados cargaron contra los Carroñeros. Narraniel, llorando de rabia, apremió a las Águilas para que vengaran la muerte de sus compañeros. Tan furiosa como sus aliados élficos, las Águilas se lanzaron en picado al combate. Aereädhe ordenó a la brigada de Caballeros Guardianes y Yelmos Plateados que cargaran por el otro lado de las ruinas y atacara por el flanco de los No Muertos, pero los jinetes se negaron a hacerlo ante la amedrentadora visión de las infinitas y silenciosas filas de guerreros muertos que les miraban amenazadoramente.
Iymfrë, finalmente, consiguió completar la línea de infantería; y el General Valoriel, ansioso por vengar a sus hombres, hizo pivotar la brigada de más a la derecha hacia la Esfinge. Aereädhe planeó bendiciendo a los Arqueros elficos con el Fuego Celestial cuando se preparaban para disparar. Los Arqueros dispararon una andanada tras otra de flechas contra la monstruosidad de piedra, que se vio obligada a retroceder. Los Caballeros Guardianes dispararon contra las filas esqueléticas, pero estas permanecieron impertérritas en su posición.

Mientras tanto, Naranniel había cargado hacia el combate con los Carroñeros. Los Yelmos Plateados vieron reforzado su valor gracias a su repentina aparición y atacaron con redoblados esfuerzos a los pájaros No Muertos. Los Carroñeros, desafiantes, remontaron el vuelo, evitando así la mayor parte del momento de la carga; aunque no evitaron caer en las garras de las Águilas. Los caballeros élficos recibieron una ducha de astillas de huesos y trozos de carne putrefacta cuando la totalidad de la bandada de Carroñeros fue aniquilada. Victoriosos, los Yelmos Plateados y las Águilas Gigantes retrocedieron hasta una distancia prudencial de los demás Carroñeros, el Dragón Zombi y la Esfinge.
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Por fin consiguieron el Rey y los Sacerdotes Funerarios despertar a sus guerreros No Muertos de su torpor. Los Lanzadores de Hueso fueron arrastrados hacia adelante para formar una linea más sólida con las brigadas de Esqueletos, y el Rey Funerario ordenó a la caballería y los carros que formaran una línea curva defensiva frente a los Elfos. A la brigada de Esqueletos del flanco izquierdo se le ordenó tomar el bosque junto a la caballería. Valoriel maldijo su suerte. Costaría muchas vidas romper esa línea. Afortunadamente, el Gigante de Hueso seguía negándose a moverse, y se limitaba a mirar sin ver hacia el infinito. Cerca del robledal, el Sacerdote Funerario montado en el Dragón Zombi consiguió que los Esqueletos entraran en el bosque para atacar a los Arqueros élficos por el flanco. A la Esfinge se le ordenó que cargara contra los Arqueros por el frente; mientras que los Carroñeros se dirigían hacia las Águilas, iniciándose un vicioso combate de garras en medio de los cielos. Valoriel desenfundó su espada cuando el Dragón Zombi levanto el vuelo y se dirigió hacia él babeando gotas de humus negro.
El flanco izquierdo de los Elfos se sumió en el caos. Iymfrë había espoleado su montura para que corriera hacia la caballería, pero antes de que pudiera ordenarlas que retrocedieran, ya habían sido diezmados por las flechas y los huesos lanzados por las balistas No Muertas. Dos Sacerdotes Funerarios levantaron sus manso y dispararon ratos de pura oscuridad contra los supervivientes que, al explotar, desjarretaron las monturas y vaporizaron los acorazados guerreros. Los supervivientes dieron media vuelta y huyeron por donde habían venido, Los otros dos Sacerdotes, situados en el flanco derecho élfico, intentaron invocar más guerreros, pero no lo consiguieron.

En medio de estridentes graznidos, las Águilas evitaron el envite de los Carroñeros y los desgarraron con sus garras, matando a muchos y oblihando a retirase al resto, Las Águilas no dejaron que los Carroñeros se recuperaran; los persiguieron, los rodearon y los aniquilaron sin dejar que ninguno escapara. Graznando su victoria, las Águilas se lanzaron contra los Esqueletos que habían atacado a los Arqueros élficos. Mientras tanto, la Esfinge fue asaetada mientras se acercaba a los Arqueros. Cuando llegó junto a la unidad tenía un sinfín de flechas clavadas en su cuerpo. Al igual que un gato jugando con un ratón, atrapó y decapitó a los aterrorizados Elfos, aplastando sus huesos y convirtiendo su carne en pulpa. Por su parte, los Elfos, dominando a duras penas su miedo, arrancaron con sus pequeñas espadas fragmentos de piedra del monstruo.
Algunos de los Esquletos que habían cargado prosiguieron su ataque por el flanco élfico, degollando a todos los que se enfrentaron a ellos, mientras el resto intentaron derribar a las Águilas. Varias Águilas Gigantes cayeron mortalmente heridas a tierra y la ferocidad del ataque de los Esqueletos mantuvo a ralla al resto. Los Arqueros sucumbieron ante los No Muertos, y los supervivientes se retiraron hacia sus líneas en medio de una confusa masa.

Con un gruñido de triunfo, la Esginge golpeó a los Arqueros que se retiraban, seguida de cerca por los Esqueletos que habían atacado a los Lanceros por detrás. Los Elfos formaron apresuradamente una posición defensiva y los Esqueletos se encontraron ante un muro de lanzas. Sin embargo, los arqueros cayeron hasta el último Elfo. Los gritos de los moribundos eran terribles. Los Lanceros no pudieron soportar la visión de la masacre y retrocedieron un poco más, formando un muro de escudos y lanzas, rodeados por los persistentes Esqueletos. Más elfos cayeron bajo sus crueles espadas, pero aún así plantearon una fiera resistencia ante la cual los Esqueletos tuvieron que retroceder. La Esfinge, demasiado herida para seguir el combate, se retiró junto al Dragón Zombi para recuperar fuerzas. Los Lanceros y las Águilas superficialmente, demasiado cansados para seguir luchando, decidieron reorganizar sus líneas para enfrentarse mejor a sus enemigos. Habían conseguido una victoria parcial, pero montones de Elfos muertos y moribundos cubrían el campo, entremezclados con los huesos rotos de los No Muertos.
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En el otro extremo del campo de batalla, Aereädhe ordenó a las dispersas filas de la caballería que cargara una vez más: pero al ver la sólida línea de Arqueros Elgos, decidió que era preferible mantener su posición. Iymfrë centro su atención en la brigada de Arqueros del centro del ejército, pero sus órdenes de avanzar para apara apoyar a la caballería por la derecha se perdieron entre los gemidos de las muertos. Naranniel tomó el mando de la brigada de Lanceros que todavía no había entrado en acción y le ordenó formar una línea defensiva por detrás de sus camaradas, los cuales habían conseguido poner orden entre sus filas. El portaestandarte de Valoriel ondeó su pabellón, indicando a kas Águilas que retrocedieran hacia los Yelmos Plateados. Con una serie de órdenes precisas, las otras unidades de Laceros Elfos Formaron una línea defensiva para rechazar cualquier nuevo ataque No Muerto.

Valoriel maniobró su carro hacia donde era más necesario, en el centro del ejército. Volando por los aires sobre su nube mágica, Aereädhe lanzó su fuego mágico contra la Esfinge con la ayuda del arcano Anillo de la Mágica con el que siempre acudía a la batalla. El hechizo se desvaneció cuando un Sacerdote leyó la invocación de la dispersión de un quebradizo pergamino de Khemri.
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El comandante Elfo esperó expectante el siguiente movimiento del Rey Funerario. Su flanco derecho estaba destrozado, y el ataque por la izquierda había sido frenado. Un Sacerdote hizo una señal a la Esfinge, que saltó al combate. Aereädhe se encontraba en medio de su camino. Asustado, el Mago huyó hasta la seguridad de los Lanceros. Los Guerreros Esqueletos del flanco izquierdo No Muerto se vieron de pronto llenos de un vigor nigromántico que les permitió cruzar el campo de batalla a gran velocidad para controlar el robledal. El Rey Funerario ordenó a las catapultas de la colina que se pusieran a distancia de tiro, y al Gigante de Hueso que alcanzara hacia los Elfos, cosa que éste hizo obedientemente.

Los Lanzacráneos tenían objetivos a su alcance, por lo que los cráneos empezaron a gritar mientras surcaban el aire en dirección a los Yelmos Plateados. Muchos de los caballeros élficos cayeron con su armadura destrozada por afilados fragmentos de hueso. Los caballos se asustaron y huyeron de las catapultas con sus jinetes aguantándose sobre la silla como podían. El Sacerdote montado en Dragón Zombi lanzó un Rayo de Muerte contra las Águilas, que fueron repelidas. Los dos Sacerdotes en el flanco derecho No Muerto avanzaron, destruyendo la castigada brigada de caballería con Rayos de Muerte. Guerreros y caballos cayeron gritando en medio de su agonía mientras la magia negra les abrasaba. Los supervivientes huyeron.
Otro Sacerdote pronunció las terribles palabras de un maligno hechizo y, para horror de Valoriel, los Elfos que acababan de caer volvieron a levantarse para atacar por retaguardia a la unidad de guerreros que había sido cargada por la Esfinge. Aterrorizados por un horror antinatural, los Lanceros trataron de escapar de su antiguos compañeros convertidos en No Muertos. Esto provocó una masacre, pues algunas de las unidades quedaron atrapadas entre las Lanzas de los Elfos muertos y las fauces de la Esfinge. Cubierta con las entrañas de sus víctimas, la Esfinge persiguió a los Lanceros que se retiraban; pero éstos se habían retirado hasta sus compañeros, que les ayudaron a repeler al guardián de piedra. Gritando su alegría por ver retroceder al monstruo de piedra, los Elfos volvieron a avanzar para poder rodeare. Envalentonados por el cambio de situación, los Elfos clavaron sus lanzas en las grietas que habían aparecido en la pétrea piel de la Esfinge, rugiendo de dolor, la Esfinge intento desgarrar a los Elfos, pero la agonía era demasiado grande para causar suficientes bajas. Ningún bando consiguió acabar con el otro, por lo que ambos retrocedieron.
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La sabiduría de Valoriel al desplegar los Lanceros por detrás de la línea principal se hizo evidente. Estos cargaron contra los No Muertos que se habían levantado en la retaguardia de los Elfos de primera linea. Los Elfos estaban dispuestos ha conseguir que sus camaradas convertidos en marionetas del Rey Funerario descansaran en paz para siempre. Mientras tanto, Naranniel imploraba a las Águilas que acudieran en su ayuda, pero éstas estaban volando demasiado alto para responder a su llamamiento. Valoriel ordenó a las brigadas que había frente a él que forman en dos filas de Lanceros y que los Arqueros se preparan para el asalto, con una unidad en el flanco izquierdo. El éjercito ya había completado una formación básicamente defensiva, así que Valoriel cargó valientemente al combate contra los Elfos reanimados. Aereädhe, al no conseguir respuesta alguna de la primera línea de Lanceros, planeó hacia la Esfinge para solucionar el problema personalmente. Un rayo de energía mágica impactó el costado de la Esfinge, que trastabilló alejándose del Mago. Valoriel arrasó entre las filas de No Muertos, devolviendo el coraje a los corazones de los Elfos, que recudieron a un montón huesos los cadáveres animados de los No Muertos. Con el camino libre de obstáculos, Valoriel y sus guerreros se encontraron frente a la brigada de Esqueletos ocultos en medio del bosque. Por precaución, Valoriel ordeno retroceder a sus hombres, ya que su carro habría sido inútil en un terreno tan denso.
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Los Yelmos Plateados acababan de reorganizarse cuando la Esfinge les golpeo con dureza. La infantería esquelética oculta en el bosque cargo junto a la Esfinge, mientras que los Arqueros Esqueletos salían de su cobertura para protegerles el flanco. El Sacerdote montado en el Dragón Zombi finalmente consiguió que el Gigante de Hueso avanzara, aunque era demasiado lento para llegar hasta los Elfos. Los Lanzadores de Huesos se acercaron, y la brigada de infantería del flanco derecho marcho hasta la cresta de la colina. Los Carros y la Caballería permanecieron en sus posiciones, pues el Rey Funerario fue incapaz de controlarlos adecuadamente.
Los Sacerdotes Funerarios avanzaron una vez más entonando sus cánticos. Con un siseo, el Dragón Zombi detecto al General Elfo en primera línea y planeó hacia él para unirse al combate. Valoriel pidió ayuda a sus dioses, besó el filo de su espada abandonó su posición en el centro del ejército y se acercó con su carro a la batalla.
Los No Muertos dispararon con todo lo que pudieron, Los cráneos aullantes impactaron en el centro del ejército Alto Elfo, obligando a retirase a las unidades en que impactaron. Los Elfos se alejaron de los proyectiles con miedo. Los Lanzadores de Hueso escupieron sus pivotes contra los Arqueros que había frente a ellos, repeliéndoles por la fuerza del ataque. Los Arqueros Esqueléticos que se habían colocado en la colina dispararon contra los Caballeros Guardianes, cuyos supervivientes se retiraron en busca de cobertura. Un Sacerdote acabó con más Elfos con un bien dirigido Rayo de Muerte. La totalidad del ejército Alto Elfo estuvo a punto de colapsarse bajo la intensidad de los proyectiles No Muertos.

Pero los Yelmos Plateados estaban ansiosos por demostrar su valor. Entonando canciones de batalla, atacaron con sus lanzas a la Esfinge, obligando a retroceder al monstruo, que buscaba una oportunidad para imponer su potencia; pero los caballeros élficos la persiguieron con saña hasta que cayó en medio de un terrible aullido con su piel totalmente perforada. Grandes fragmentos de piedra cayeron de su cuerpo mientras hincaba la rodilla y finalmente se desmoronaba. Exultantes, los Yelmos Plateados cargaron contra la parte posterior de los Arqueros Esqueletos, a los que pisotearon hasta convertirlos en polvo. Los Yelmos Plateados se giraron para dirigirse hacia su General y el horripilante Dragón Zombi.
Demasiado tarde... Los Esqueletos y los Elfos se acuchillaron con furia desmedida. Valoriel arrasó las filas de No Muertos con su carro. el Dragón Zombi aplastó unidades enteras con sus farras, arrancando cabezas y miembros con sus fauces, A muy poca distancia, el Rey Funerario extendió sus brazos y mostró su auténtico poder. Los Esqueletos que luchaban contra el General Elfo se vieron inundados por una celeridad antiterrena, saltando por encima de las lanzas de los Elfos para desgarrales las caras o arrancales el corazón. Lord Valoriel hizo que tocaron retirada mientras su carro aplastaba los cuerpos de sus propios hombres, arrastrado por los aterrorizados corceles que huían desesperadamente del Dragón. Recuperando el control del carro, se giró una vez más para enfrentarse a sus perseguidores. Las vidas de sus hombres eran segadas como si fueran mieses ante el empuje de la horda esquelética. Valoriel desafió al Dragón que se erguía ante él. En medio de la confusión y el caos, su portaestandarte fue arrancado del carro y fue el propio Lord Valoriel el que sostuvo el desgarrado estandarte. Con un último esfuerzo, lo lanzo contra el monstruo mientras su fétida mandíbula se cerraba a su alrededor...
Fuente[]
- White Dwarf 59, págs. 41, 43, 45, 48 a 55.