Wiki La Biblioteca del Viejo Mundo

¡Estamos preparando el siguiente sorteo en nuestro Patreon!

LEE MÁS

Wiki La Biblioteca del Viejo Mundo
Wiki La Biblioteca del Viejo Mundo
Ciudadela Elfos Oscuros por Dave Gallagher

Anlec, también conocida como Tor Anlec es la antigua capital del reino de Nagarythe. La ciudad fue fundada por los héroes élficos Aenarion y Caledor Domadragones para contener las oleadas de demonios que habían invadido Ulthuan alrededor del año -4461 CI.

Historia[]

Fundación y Crecimiento[]

Tras la muerte de su esposa Astarielle y sacar la Espada de Khaine del templo en la Isla Marchita, Aenarion consiguió expulsar a los demonios de Ulthuan obteniendo una frágil paz durante unos pocos años. Tiempo que fue aprovechado por el Rey Fénix para dirigirse a las tierras de Nagarythe donde estableció su reino y fundando la ciudad de Anlec como su capital.

Ciertamente, en sus orígenes, Anlec era considerada más como una fortaleza que como una ciudad propiamente dicha, a pesar de sus dimensiones descomunales y de las decenas de miles de Elfos que la habitaban. Con sus edificios construidos con mármol negro, se trataba de un bastión tan inexpugnable como un Karak Enano. La fortaleza estaba cercada por cinco gruesas y altas murallas de muchos kilómetros de longitud, reforzadas con ochenta torres, más altas que cualquier otra ciudad élfica, repartidas por todo el perímetro, cada una de las cuales constituía un pequeño castillo por sí misma.

En un centenar de mástiles sobre las torres ondeaban estandartes negros y plateados agitados por el viento, y al otro lado de las almenas de la muralla y las torres, se podía vislumbrar el destello de las armas de cientos de centinelas que iban y venían patrullando por los adarves ataviados con lorigas negras y cascos dorados. Las defensas de Anlec, no tenían ningún punto débil, sus murallas albergaban artilugios defensivos útiles en largas distancias; la zona más peligrosa, que disparaban grandes flechas del tamaño de lanzas, las cuales cruzaban silbando el aire y mataban a múltiples guerreros con gran fiereza creando un campo de exterminio en torno a la ciudad.

La ciudad-fortaleza vibraba con las pisadas de pies calzados y el chirrido de los metales de los regimientos que realizaban la instrucción en las plazas al aire libre. Los bramidos de los instructores resonaban en los muros de piedra, un sonido que durante la cruel tiranía de Morathi habría de confundirse con el crepitar de las piras de sacrificios y los gritos y gimoteos de los cautivos. Con su capacidad para albergar a decenas de miles de guerreros, Anlec se erigía desafiante como un bastión contra los demonios.

La ciudadela era aterradora pues había sido erigida por Aenarion con la ayuda de Caledor Domadragones y se había diseñado tan concienzudamente que ninguna maniobra de aproximación pasaba desapercibida. El reducto contaba con tres enormes barbacanas como puertas de entrada, guarnecidas por bastiones con máquinas de guerra y docenas de soldados que flanqueaban los caminos de acceso. Acercarse a aquellas puertas entrañaba un peligro enorme. Los muros se prolongaban hacia fuera desde la cortina de Anlec a ambos lados de las puertas a modo de contrafuerte, lo que proporcionaba a las tropas defensoras emplazamientos para acribillar el camino de un tramo de casi un kilómetro, creando un campo de exterminio al que podían arrojarse lanzas flechas y encantamientos contra los asaltantes.

Las portaladas de la fortaleza tenían unas inmensas puertas forjadas en hierro ennegrecido y encantadas con los conjuros más poderosos de Caledor. Un perímetro formado por una serie de torres exteriores aisladas, separadas entre sí por la distancia de alcance de sus máquinas de guerra, rodeadas por una zanja con estacas, cada una de ellas con una guarnición de cien soldados, formaba un anillo en las inmediaciones de Anlec. Entre el círculo formado por las torres exteriores de granito y la muralla, estaba la posiblemente más desalentadora defensa. Un gigantesco foso de una anchura de cincuenta pasos del que se elevaba unas mágicas llamas verdes que crujían y chisporroteaban con furia rodeando la fortificación. Solo el Señor de Anlec, Malekith durante la Secesión y el reinado de Bel-Shanaar, conocía las palabras mágicas que regían el foso de fuego. No obstante, durante la Batalla de Anlec, Malekith descubrió que a las llamas se habían sumado otros encantamientos al foso, probablemente debido a que Morathi intentaba prever que usase las defensas del foso en su propio beneficio para desmantelar aquella defensa.

El foso sólo podía atravesarse por tres colosales puentes levadizos de tablones añejos en cada camino que llevaban a cada una de las puertas, protegidos cada uno por una fortaleza tan imponente como las torres de entrada a la ciudad. Estas fortalezas consistían en cuatro torres inmensas que formaban dos parejas con una mitad de la plataforma cada una, de modo que el foso llameante solo podía atravesarse si ambas estaban tendidas. En la azotea de cada torre había un temible artilugio; una catapulta de flechas, que arrojaba flechas enormes que alcanzaban larguísimas distancias a través de la llanura estéril. Una fortificación verdaderamente exigente. Desde los puentes del foso de fuego, el primer saliente de la muralla distaba quinientos pasos, y luego debían recorrerse cien pasos más a través de un pasillo flanqueado por arqueros hasta las torres de entrada.

A la ciudad pronto llegaron los Elfos más belicosos y combativos de toda Ulthuan convirtiendo a Anlec en la ciudad más grande de todas. Tras casarse con su segunda esposa Morathi, Aenarion estableció definitivamente allí su corte, donde ambos criaron a su hijo Malekith. A pesar de ser la ciudad de Aenarion, corrían siniestros rumores acerca de aquel siniestro territorio y la crueldad de sus habitantes, hasta tal punto que Caledor Domadragones decidió abandonar la ciudad y fundar su propio reino al sur de Ulthuan.

Cuando los Demonios regresaron, Caledor puso en marcha su plan que permitiría la creación del Gran Vórtice que confinaría el Reino del Caos en los polos. con la ayuda de Aenarion, el plan pudo llevarse a cabo, pero requirió el mayor de los sacrificios. Aernarión murió tras librar una batalla descomunal contra un ingente ejército de demonios, y Caledor, junto a varios de los magos Elfos más poderosos de su época, quedaron atrapados para toda la eternidad dentro del Vórtice.

Una Época de Depravación[]

Tras la muerte de Aenarion y la desaparición de Caledor, Malekith heredó el gobierno de Anlec y el reino de Nagarythe. Tras serle negado su derecho a ceñir la Corona del Fénix, pasó varios años de su vida viajando y explorando alrededor del mundo, dejando a su madre como regente de Anlec y defensora de sus intereses. Morathi aprovechó la situación para formar e impulsar los Cultos del Placer por el reino de Nagarythe y más allá. Lo que empezó como un simple entretenimiento acabó degenerando en algo mucho peor, y la reputación de la ciudad era cada vez más siniestra. Se fundaron numerosos templos y se levantaron estatuas dedicadas a los Dioses Oscuros. Los sectarios cometían actos cada vez más depravados y los rumores eran cada vez más siniestros, incluso se llegaron a producir incidentes en otros reinos por su culpa. Aun así, Bel Shannar se mostraba reacio a declararle la guerra al reino fundado por Aenarion.

Todo esto cambió con el regreso de Malekith. Fue nombrado comandante de las fuerzas de Ulthuan y consiguió lo imposible al conquistar la ciudad considerada inexpugnable y arrestando a su madre por traición en el proceso, no sin un elevado coste de vidas élficas. Solo al hacerse con el control de Anlec se pudo comprobar hasta qué punto había llegado la depravación de los cultos. Utilizando los cimientos de la ciudad como base, los cultistas habían amontonado sobre ellos elementos que obedecían a su estética retorcida y su gusto por la atrocidad. De las torres y de los muros colgaban cadenas con cadáveres en estado de putrefacción y ganchos puntiagudos. Encima de las torres de entrada se exhibían cabezas incrustadas en unos largos pinchos. Eran permanentes las bandadas de buitres y cuervos que sobrevolaban en círculo la ciudad y que se abatían para picotear los desfigurados despojos de los Elfos expuestos.

De forma detallada, durante la tiranía de Morathi, el interior de la ciudad era un hervidero deshonroso de mal, magia negra, esclavitud y corrupción. Un páramo miserable cuya sombra maléfica se expandía por Ulthuan, y que hubiera horrorizado a los espíritus de los antepasados que allí se encontraban por el envilecimiento que había alcanzado algo tan ilustre, noble y esperanzador. El deslumbrante faro de la guerra que encendió Aenarion ya no ardía más.

La enorme plaza que se extendía inmediatamente después de la puerta oriental, había estado dominada en otro tiempo por una gigantesca estatua de Aenarion sentado sobre Indraugnir. Durante el dominio de los Cultos del Exceso en cambio, la explanada estaba circunvalada por estatuas de los Cytharai. Atharti retozaba desnuda sobre un pedestal de mármol, con unas serpientes enrolladas alrededor de las extremidades. Anath Raema, la Cazadora, sostenía un arco en una mano y la cabeza de un Elfo decapitado en la otra, y alrededor de la cintura exhibía un cinturón hecho de manos y cabezas cercenadas. El dios Khirkith estaba representado agachado ante un montón de huesos, con un valioso collar en la mano y admirando su botín.

Había muchos más; dioses de la destrucción y la muerte, y diosas de la lucha y el dolor. Delante de cada estatua ardía un brasero que chisporroteaba mientras se consumía su atroz combustible. Las manchas de sangre en los pedestales de las estatuas daban testimonio de las funestas prácticas llevadas a cabo por los seguidores de las sectas.

En el pasado, los edificios que flanqueaban la plaza albergaban concurridos foros comerciales, repletos de productos llegados de todo el mundo. Ahora los soportales de esos edificios se habían convertido en rediles para animales, y el espacio delimitado por las columnas estaba atravesado por barrotes que mantenían enjauladas en la penumbra bestias sobrenaturales de todo tipo. Algunas con escamas y otras con plumas, algunas majestuosas y otras deformes, otras aullando y otras rugiendo. Los moradores de las Montañas Annulii cautivos como una pesadilla hecha realidad.

Osos mutantes gruñían y roían los barrotes, los ogros bicéfalos aullaban, y hasta la plaza llegaban las pestilentes emanaciones gaseosas de los corrales de las bestias mitad toro mitad bisonte. De las jaulas de las Quimeras salvajes salían unas nubes densas, y unas repulsivas y gigantescas serpientes escupían veneno a través de los barrotes. Otras jaulas albergaban Lobos Gigantes con colmillos de hierro y ojos brillantes, Centauros o Basiliscos de sangre venenosa. Otras bestias gruñían, retozaban, o rugían amenazadoramente desde los confines tenebrosos de sus prisiones. Una jaula en particular despedía una enorme columna de humo, y a través de él se vislumbraban las llamas; en su interior albergaba dos monstruosas Hidras escupe fuego.

Diseñada como una fortaleza, Anlec estaba dispuesta de manera que no existía una ruta directa al Palacio Central. El camino transcurría a lo largo de calles laberínticas. Existiendo pasadizos y galerías subterráneas que permitían que los defensores irrumpieran desde cualquier dirección y luego desaparecieran por los recovecos de la ciudad. Existiendo trampillas en el suelo que permitían a los defensores salir del subsuelo, agarrar a los soldados enemigos y desaparecer con ellos.

Si se avanzaba desde la puerta oriental por las sinuosas calles de Anlec, antes de llegar al Palacio se encontraba un campo de exterminio que multiplicaba la vulnerabilidad de las fuerzas invasoras. Se trataba de una explanada rectangular cercada por unos altos muros con unas galerías detrás salpicados de estrechos orificios letales. En aquel lugar, en el corazón de Anlec, rebosaba la magia negra que había llegado atraída por la muerte y el sufrimiento de las víctimas de las sectas.

A lo largo de toda la ciudad había multitud de bestias enormes de las Montañas Annulii en jaulas de hierro; grifos aulladores, mantícoras salvajes, quimeras estridentes, etc. Alrededor de estas jaulas grupos de domadores con fustas atroces y aguijadas con púas, apaleaban a las bestias y las alimentaban con carne putrefacta de Elfo. Los herreros trabajaban incansablemente en las armaduras para las gigantescas bestias de guerra en las fraguas candentes y formaban collares con púas y pesadas cadenas. Los trabajadores del cuero fabricaban sillas de montar sólidas y resistentes, y arneses tachonados con remaches y adornados con huesos.

Por toda la ciudad se habían levantado truculentos santuarios consagrados a deidades oscuras como Ereth Khial, Meneloth y Nethu; en los altares cubiertos con manteles de piel, había cálices manchados de sangre, y en los braseros crepitaban corazones ensangrentados y huesos carbonizados. Filas de Elfos desdichados encadenados, y con la ropa harapienta y los ojos rebosantes de lágrimas, eran arrastrados hasta aquellas atroces mesas de sacrificios y arrojados a las piras o descuartizados con dagas perversas en honor a los dioses hambrientos. Todo aquello era supervisado por los crueles nobles de Nagarythe. Los Príncipes observaban ataviados con togas oscuras sentados a horcajadas sobre sus caballos de batalla, cubiertos con gualdrapas plateadas, mientras sacerdotes enmascarados y con runas pintarrajeadas en los cuerpos salmodiaban súplicas y plegarias. Montones de huesos se pudrían en las alcantarillas a la esperan de que los royeran pícaros o perros escuálidos

El Palacio de Aenarion[]

A medida que el Palacio Central se encontraba más próximo, Anlec ofrecía un aspecto más inquietante. La mayoría de los edificios se habían convertido en inmensos templos con osarios, cuyos escalones exhibían oscuras manchas de sangre y de cuyas paredes colgaban las entrañas y los huesos de las víctimas de los seguidores de las sectas como si fueran ornamentos. Centenares de braseros ardían irregularmente escupiendo humaredas tóxicas y acres a la calle. En el aire flotaba el pesado hedor a muerte y los adoquines del suelo estaban teñidos de sangre. En el centro se encontraba el antiguo Palacio de Aenarion, un edificio enorme que hacía las funciones de ciudadela central de Anlec. Los escalones de la entrada sembrados de cadáveres desmembrados, órganos putrefactos y demás restos conducían hasta sus amplias puertas, alrededor de las cuales flotaban vestigios de magia ancestral, encantamientos que databan de los tiempos de Caledor.

Los faroles del vestíbulo del palacio irradian una luz rojiza, iluminando un largo pasillo flanqueado por columnas; como una versión a gran escala del vestíbulo de la Torre de Ealith, que se alejaba de la entrada. A diferencia del resto de la ciudad, allí no había ninguna prueba de asesinatos ni carnicerías. El suelo era un extenso mosaico que representaba la hoja dorada de una espada, con un cielo encapotado de fondo (un sueño recurrente de Aenarion inspirado por la Espada de Khaine que lo llamaba desde centenares de leguas de distancia, despertada bruscamente de su sueño eterno por la ira de Aenarion).

Adentrándose en el pasillo pasando bajo los arcos y los techos altos de las galerías se llega hasta el dintel de una enorme puerta que marca el final de vestíbulo, la cual deja paso a una antecámara de la que parten dos escalinatas que ascienden en espiral una a cada lado. La de la izquierda conducía a los dormitorios, los cuarteles y otras salas de uso doméstico, mientras que la de la derecha llevaba directamente al salón del trono de Aenarion. La escalera de la derecha estaba hecha de mármol, y una alfombra azul descendía por su centro.

En el último rellano de la escalinata de la derecha había unas puertas de doble hoja que llevan al salón de trono. La sala del trono de Aenarion estaba iluminada por el resplandor dorado de múltiples lámparas. Al final de la sala había una silla sencilla de madera (reservada a la Reina Morathi), que se ubicaba junto al trono imponente de Aenarion. El trono de Aenarion había sido esculpido con un único bloque de granito negro y su respaldo tenía la forma de un dragón erguido a dos patas, del cual el trono de Bel-Shanaar era una burda imitación. Unas llamas mágicas se elevaban desde los colmillos de las fauces del dragón y se reflejaban en sus ojos. El Palacio de Aenarion era un lugar donde se concentraban importantes energías mágicas.

La Guerra Civil[]

A pesar de conquistar la ciudad y recuperar el control, numerosos cultistas habían logrado escapar, escondiéndose en todas partes de Ulthuan. Malekith asumió el cargo para capturar y ajusticiar a todos los disidentes. En la purga que llevó a cabo, nada ni nadie escapaba de su escrutinio; desde el más humilde de los campesinos hasta el más importantes de los príncipes podía ser acusado y ejecutado por ser un cultista. Malekith llegó tan lejos que incluso acusó al propio Rey Fénix de ser miembro de los cultos, proclamando que prefirió suicidarse antes que ser juzgado, y es en este momento cuando se descubrió la terrible verdad sobre Malekith.

Sin que nadie lo supiera, Malekith había formado un pacto secreto con su madre para hacerse con el Trono del Fénix. Él y numerosos sectarios asesinaron a varios Príncipes de Ulthuan en el Templo de Asuryan, pero cuando Malekith entró en la llama sagrada para recibir la bendición del dios, este le castigó y quemó su cuerpo corrupto. Malekith consiguió sobrevivir, pero quedó totalmente carbonizado. Sus seguidores recuperaron su cuerpo y huyeron del lugar. Este acontecimiento marcaría la escisión de la raza élfica para siempre y una era de conflictos que todavía perdura actualmente. Tras la traición de Malekith y el estallido de la guerra civil, Anlec fue el principal bastión de los que apoyaban al Rey Brujo.

El príncipe Imrik fue coronado como nuevo Rey Fenix, adoptando el nombre de Caledor en honor a su abuelo y declaró al reino de Nagarythe y a sus gobernantes. Gracias a los cuidados de Morathi, Malekith pudo regresar al combate y dirigir sus ejércitos, ahora conocido como el Rey Brujo. La guerra civil duró varios años en los cuales las depravaciones, la corrupción y los sacrificios alcanzaron niveles nunca vistos antes en la ciudad de Anlec. Entre los estandartes púrpura de Nagarythe ondeaban otros estandartes rojinegros con los símbolos de los Dioses Oscuros, engalanados con los cráneos y los huesos de quienes habían contrariado a los gobernantes de la ciudad. Miles de fuegos ardieron en braseros instalados en los muros formando una humareda que se extendía por toda la fortaleza.

También el bullicio de la ciudad era espantoso. Mientras en los templos se celebraban los rituales sangrientos, el estruendo de gongs, campanas y tambores era continuo, y a él se sumaban los graznidos de los cuervos y los chillidos de los buitres. En medio del barullo se distinguían ovaciones estridentes y alaridos interminables. La brisa arrastraba un hedor a carne chamuscada. La ciudad era un hervidero de magia negra, y la vileza que se palpaba en el aire.

La Destrucción de Anlec[]

A pesar de la feroz resistencia de los Elfos Oscuros, las fuerzas del Rey Fénix fueron ganando lentamente la guerra civil, y en los momentos finales de la misma, la ciudad, junto con gran parte del reino de Nagarythe, fue destruida y hundida bajo las aguas por el Gran Cataclismo provocado cuando Malekith trató de destruir el Vórtice que contenía la energía del Caos. A pesar de la catástrofe, el Rey Brujo, Morathi y muchos de sus seguidores sobrevivieron.

Morathi recubrió el palacio de Aenarion con su magia oscura. Sin embargo, no pudo proteger el resto de la ciudad. Cuando el inmenso muro de agua empezó a estrellarse contra la elevadísima torre y arrancaba piedras y ladrillos, la hechicera invocó a sus aliados demoníacos y escindió el inmenso palacio de la ciudad, que empezó a levitar por encima del agua mientras la ciudad de Anlec quedaba reducidas a ruinas por la inmensa ola. Numerosos hechiceros oscuros siguieron el ejemplo de Morathi he hicieron flotar sus fortalezas y bastiones, dando como origen a las Arcas Negras, con las que se exiliaron al norte y fundaron el reino de los Elfos Oscuros; Naggaroth.

Una Era de Conflictos[]

Desde entonces, a lo largo de los siglos, cada vez que los Druchii invadían Ulthuan reconstruían la ciudad de Anlec para convertirse en el principal bastión de las fuerzas de ocupación, pero cuando los Elfos Oscuros eran expulsados, los Altos Elfos volvían a reducir la ciudad a ruinas.

La primera vez que fue reconstruida fue cuando, aprovechando la ausencia de un Rey Fénix por la muerte de Caledor II, Malekith invade la isla y refunda la ciudad en el año -1599 CI a partir de las arcas negras "Ciudadela de la Condenación" y "Palacio de Jade de la Condenación". La ciudad aguantará durante casi mil años hasta el -696 CI, cuando los Altos Elfos bajo el mando de Tethlis expulsan a los Elfos Oscuros, destruyendo la ciudad y pasando a cuchillo a todos sus habitantes.

En el año 1125 CI Malekith volvería invadir el norte de Ulthuan pero no sería hasta el año 1131 CI, cuando se reconstruye de nuevo la ciudad. Esta vez Anlec solo aguantaría hasta el año 1502 CI, cuando Mentheus de Caledor expulsa a los Elfos Oscuros. Aunque Mentheus muere en el asedio, los Altos Elfos se hacen con la victoria y destruyen de nuevo la ciudad.

Durante la última invasión de Malekith a Ulthuan en el año 2302 CI, los ejércitos del Rey Brujo desembarcaron en Nagarythe pero no se detuvieron para reconstruir Anlec, en contra de la táctica habitual hasta la fecha. En su lugar, avanzaron rápidamente y tomaron por sorpresa a los Altos Elfos por toda la isla-continente. Anlec fue ocupada por ejércitos Druchii posteriormente, pero no iniciaron su reconstrucción. Cuando los Elfos Oscuros fueron derrotados en la Batalla de la Llanura Finuval, los invasores terminaron siendo expulsados de las ruinas de Anlec una vez más y han permanecido deshabitadas hasta la actualidad.

Fuentes[]