
En el centro neurálgico del Barrio Pobre de Mordheim se alzaba el Anfiteatro de Ruprecht Von Endon, llamado así en honor al famoso dramaturgo. Se trataba de una mole de imponente tamaño con un aforo para varios miles de espectadores, lo que lo convertía en el edificio más visitado de toda Mordheim. Tal vez la característica más sorprendente de aquella descomunal atracción turística era que todo el exterior estaba recubierto de láminas de oro. De día se celebraban espectáculos para entretener a los visitantes.
Descripción[]
Los dramaturgos de todo el Viejo Mundo traían sus grupos a Mordheim con la esperanza de poder convencer a algún patrón o mecenas de que les financiara su actuación en el Globo Dorado. Una de las formas de entretenimiento más populares eran los enormes títeres (de unos 6 m de alto cada uno) que divertían a los niños en los espectáculos matinales. Cuando se ponía el sol, el Globo brillaba con tonos naranjas y rosas y, cuando por fin llegaba el ocaso, quedaba bañado de un profundo color carmesí. Aquello anunciaba de muchas maneras lo que estaba por venir. Al principio, los espectáculos del anochecer consistían en reconstrucciones de batallas históricas famosas. Sin embargo, en los últimos años antes de que se produjera el desastre, las obras se hicieron mucho más macabras. Muchos de los que conocían el anfiteatro de día como el Globo Dorado por la noche lo llamaban el Teatro Sangriento.
De noche el anfiteatro era el más grande circo de gladiadores del mundo (a pesar de estar prohibido en cualquier otra parte del Imperio). Algunos de los escenarios de vivos colores se cambiaban por crueles pinchos y pozos y acudían miles de espectadores ansiosos de ver derramar la sangre por el mero espectáculo que ello representaba. Sus gritos llenaban el aire nocturno hasta que al final se liberaba a los gladiadores de las celdas que había bajo el anfiteatro. Se organizaban todo tipo de combates para entretener a las masas. Unas bestias salvajes inmensas, traídas de todos los confines del mundo conocido, se dejaban libres en la arena para que se enfrentasen a los mejores luchadores de los pozos. No era extraño ver a un solitario luchador de pozo enfrentarse a una de las temibles hidras de Naggaroth. En determinadas ocasiones, los monstruos atacaban al público, pero el riesgo y el peligro solo servían al parecer para aumentar la atracción de dichos combates.
Los combates al anochecer continuaron y cientos de esclavos desarmados pudieron disfrutar de unos momentos de libertad de sus grilletes antes de enfrentarse a un grupo de luchadores de pozo de gran experiencia. En aquella matanza se recompensaba con puntos a los luchadores por eliminar a los esclavos de la forma más original posible. Al último esclavo en sobrevivir se le ofrecía la posibilidad de entrenarse en los pozos y transformarse en uno de los guerreros del Imperio mejor entrenados y más hábiles. Una de las mayores extravagancias de la noche se producía cuando a hechiceros y magos capturados en batalla se los obligaba a luchar entre sí en impresionantes duelos mágicos. Aquellos combates nunca decepcionaban al público con sus prometedores exhibiciones de colores centelleantes, sobre todo si el brujo en cuestión transformaba a su oponente en un sapo o algo parecido antes de darle el golpe de gracia. Al haber acudido en busca de sangre, las masas de espectadores eran saciadas siendo testigos de muertes espeluznantes que repugnarían incluso a los veteranos de guerra con mayor experiencia en combate.
De todos los luchadores de los pozos, Khaardun el Glorioso era el más fuerte y el más mortífero. No había nadie capaz de superar su destreza y poder y fue el mejor durante años. Había quien aseguraba que adoraba a los dioses prohibidos y que obtenía su fuerza de ellos. Pero aquello no importaba en absoluto a los dirigentes del anfiteatro mientras siguieran sacando beneficios de sus combates.