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Revisión del 21:37 21 jun 2013

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Portada de la novela Aenarion

Aenarion el Defensor fue el primer Rey Fénix de los Altos Elfos y el heroe más venerado de todos los tiempos por lo elfos. Aenarion unificó Ulthuan y a la raza Elfica, y defendió el mundo durante las primeras incursiones del Caos gracias a la Espada de Khaine. A veces se le conoce como el primer campeón de la Luz.


Trasfondo

Aenarion, El Defensor 1-80 (de -4500 a -4420 según el calendario imperial). Fue el primer Rey Fénix de los Altos Elfos, tras su muerte le sucedió en el trono Bel Shanaar, El Explorador. Padre de Morelion e Yvraine con su matrimonio con Astarielle y padre de Malekith con su relación con Morathi.

El reinado de Aenarion el Defensor fue una época de terror y contiendas. Los monstruos de pesadilla del Caos marchaban sin cesar por la tierra. Las puertas de disformidad usadas por los Ancestrales para moverse de un mundo a otro se habían colapsado y una marea de energía mágica incontrolada inundó el mundo conocido. De los portales emergieron legiones de demonios babeantes, los perdidos y condenados. Inmediatamente marcharon para devorar el mundo. Los Ancestrales habían caído abandonando a sus hijos para que se enfrentasen en solitario a los demonios.

La Época Dorada de la paz en Ulthuan llegaba a su fin. De los mares turbulentos o de navíos demoníacos monstruosos, o excretados de lágrimas de la fábrica del propio mundo, emergieron los sirvientes atroces de los Dioses del Caos. Los hijos de la Reina Eterna no tuvieron una oportunidad, ya que eran inexpertos en la guerra y su magia solo la utilizaban para propósitos pacíficos. Aldeas enteras fueron masacradas, ciudades arrasadas y los Altos Elfos rogaron a sus dioses pidiéndoles la salvación.

El elegido de Asuryan

Del despiadado baño de sangre de esta era terrible surgió Aenarion, el más grande y trágico de todos los héroes élficos: un paladín condenado, un dios caído, el guerrero más grande de una época de guerra continua, el primero, el más amado y maldecido de los Reyes Fénix de Ulthuan.

Después de ser un aventurero que había viajado por todo el mundo, Aenarion regresó a Ulthuan en su época de mayor necesidad. Como vio que las armas lastimosas de los Elfos no podrían soportar la furia desatada del Caos, así que luchó por abrirse camino hasta el Templo de Asuryan y allí rogó al Dios Creador que ayudase a su gente. Si el dios le oyó, no pudo ver ninguna señal de ello. Aenarion quemó ofrendas y el dios no respondió. Sacrificó a un cordero blanco. No llegó ninguna ayuda. Finalmente, desesperado, Aenarion se ofreció a sí mismo diciendo que se lanzaría al fuego sagrado si Asuryan salvaba a su gente. Como el dios no respondía, Aenarion mantuvo su promesa y se lanzó al furioso y caliente infierno blanco. La agonía destrozaba su cuerpo. El dolor laceraba sus miembros. Su pelo se incendió. Su corazón cesó de latir. Los que le vieron pensaron que estaba muerto. Entonces ocurrió el milagro.

Aenarion se negó a morir. Lenta, dolorosamente, se tambaleó entre las llamas. Mientras hacía eso, su piel quemada sanaba y su cabello destrozado renacía. Emergió de entre las llamas ileso, transformado por el fuego purificador. El espíritu de Asuryan había entrado en él. Había una luz sobre su cuerpo que todos los presentes pudieron ver. Todos se dieron cuenta de que se había transformado en el recipiente de un poder trascendental. Cuando habló, los Elfos se apresuraron a obedecerle.

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Altos Elfos vs Caos

Aenarion salió del templo y se puso al mando de los Elfos en la guerra. Junto a los muros del templo se enfrentó a la rugiente horda del Caos. De un solo golpe, hundió su lanza de caza en el cuerpo del señor demoníaco al frente de la fuerza. A continuación, arrancó el arma del cuerpo del demonio y mató al resto de la hueste abominable, pues el poder de Asuryan fluía por todo su cuerpo.

Los Elfos se enardecieron ante las acciones de Aenarion y corrieron hacia él mientras los demonios se retiraban tambaleantes tras la derrota apabullante. Caledor Domadragones, el mayor mago de aquella época, juró lealtad a Aenarion y juntos adiestraron a los Elfos en el arte de la batalla.

Con su ejército respaldándole, Aenarion combatió a los demonios, aniquiló a sus campeones y desmoralizó a sus ejércitos. Con la armadura forjada en la Forja de Vaul, Aenarion era prácticamente intocable y su ejército de Elfos y dragones destrozó a los demonios que se interpusieron ante ellos.

Durante un período breve hubo un respiro en el conflicto y Aenarion se casó con la Reina Eterna Astarielle; con ella tuvo una hija, Yvrain, y un hijo, Morleion. Pero al poco tiempo las fuerzas del Caos atacaron una vez más y los cuernos plateados convocaron a Aenarion una vez más a la guerra.

Procedentes de los portales de disformidad, las hordas demoníacas atacaron con fuerzas renovadas y su número parecía inacabable. Cada Elfo que caía suponía una pérdida terrible y fueron muchos los hérores que murieron, pero por cada demonio destruido había más que ocupaban su lugar, dispuestos a acabar con los Elfos.

La guerra se prolongó durante un siglo, sin respiro o señal de vicoria, así que los Elfos empezaron a descorazonarse. Incluso el implacable Aenarion se dio cuenta de que no conseguirían la victoria, solo una derrota lenta e interminable. Fue Caledor, el mago sabio y ancestral, el que propuso un plan para desbaratar los poderes del Caos. Años de experimentación le habían enseñado que la puerta de los Ancestrales se había derrumbado y estos artilugios sagrados habían permitido que los seguidores de la oscuridad invadiesen el mundo. Caledor ideó un plan para concentrar estas energías y devolverlas al Reino del Caos, para crear un vórtice cósmico que expulsaría la magia del mundo y salvaría a sus habitantes del Caos. Era un plan desesperado, con pocas esperanzas de que funcionase, pero Caledor y muchos otros como él pensaron que era preferible una última jugada desesperada a la lenta muerte que el pueblo élfico estaba sufriendo.

Aenarion se opuso a esto protestando ante el consejo con desesperación. Aunque en su corazón sabía que la guerra era imposible de ganar, estaba decidido a retrasar el final tanto como fuese posible en lugar de arriesgarse a que fallara el plan de Caledor. Si las noticias de un ataque demoníaco brutal no hubieran llegado a Aenarion, probablemente habría hecho cambiar de idea a Caledor. Pero ocurrió que apreció un mensajero herido y agonizante que le relató al Rey Fénix que su esposa Astarielle había sido asesinada y los cuerpos de sus hijos no habían sido encontrados.

La Espada de Khaine

Dominado por una rabia inconmensurable, Aenarion juró matar a cada seguidor del Caos que se encontrase sobre el mundo. Pocos de los que le oyeron dudaron de su resolución o de su locura. Aenarion anunció que viajaría a la Isla Marchita. Los que oyeron sus palabras quedaron aterrorizados, pues sabían que aquello solo podía significar una cosa: Aenarion se dirigía a la Isla Marchita para desenvainar la Espada de Khaine. Se trataba de un arma de terrible poder que había esperado desde el inicio de los tiempos incrustada en el gran altar negro de Khaine. Un arma tan vieja como el mundo, el arma definitiva, un fragmento del arma forjada por el propio Vaul para el dios de la muerte Khaela-Mensha-Khaine, capaz de matar a mortales y dioses indistintamente.

Todos sabían que quien empuñase la Espada de Khaine estaba condenado a la muerte, pues condenaba su alma y la de todo su linaje. Caledor intentó advertir a Aenarion, pero no logró disuadirle.

Ignorando todas las advertencias, tanto mortales como inmortales, Aenarion se subió a lomos de Indraugnir, el mayor de los dragones, y partió en busca de la Isla Marchita. El viaje fue largo y tortuoso, y puso a prueba la fuerza del poderoso Indraugnir.

Demonios alados asaltaron a Aenarion y a su montura mientras viajaban, intentando desviarlos de su camino. Los dioses élficos susurraron advertencias en los oídos del Rey Élfico, pero no les prestó atención. Después de dejar a Indraugnir a tan solo unos kilómetros del altar de Khaine, Aenarion caminó hacia su destino. Al parecer, incluso el fantasma de su esposa difunta le rogó que volviera. Pero, aunque Aenarion amaba profundamente a su esposa, ignoró sus súplicas y arrancó la espada manchada de sangre del altar, sellando así su destino y el de su pueblo.

Un dios mortal

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Cuando Aenarion regresó al combate, su poder no tenía rival. Nadie podía hacerle frente, ya que su brazo había sido robustecido por el Dios Creador y en su mano empuñaba a Hacedora de Viudas, así que dioses y demonios temblaron a su paso.

Los Elfos más amargados por la guerra contra el Caos siguieron a su rey y crearon un reino en el norte de Ulthuan, en la tierra desolada de Nagarythe. Allí, para sorpresa de todo el mundo, tomó una nueva esposa; la extraña, misteriosa y hermosa vidente Morathi. Los Elfos susurraban la historia de que Aenarion la había rescatado de las garras de los demonios de Slaanesh. Con Morathi tuvo un hijo, Malekith, que llegaría a convertirse en el más odiado de los Elfos. La corte de Aenarion se ganó una reputación de oscura y terrible, igual que la naturaleza de su gobernante, y los elfos de otros reinos se negaban a viajar allí. Las historias de la crueldad de Aenarion se extendieron por todo Ulthuan. Incluso Caledor lideró a sus jinetes dragón al Sur, a su propia tierra.

Al parecer, la partida de Caledor enfureció a Aenarion enormemente, pero los demonios volvieron a atacar antes de que pudiese emrpender alguna acción contra su antiguo amigo. Tal era el tamaño y la ferocidad del ataque demoníaco que se hizo obvio para todos excepto para Aenarion que la guerra estaba perdida y el mundo condenado.

El Vórtice

Al comprobar que Aenarion había perdido el juicio, Caledor decidió que solo quedaba una cosa que podía hacerse. Hasta entonces había respetado la orden de su antiguo amigo que impedía la creación del vórtice. Pero ahora no había nada que perder. Convocó a los más grandes de entre los magos altos elfos y se reunieron en la Isla de los Muertos para iniciar el gran ritual. Los más poderosos hechiceros de los demonios del Caos decidieron abrir una brecha en los hechizos de contención que rodeaban a la isla.

Mientras Caledor Domadragones trataba de ejecutar el ritual, Aenarion no tuvo elección. Reunió a sus tropas y se dirigió a defender a los magos de la Isla de los Muertos. Los dos ejércitos chocaron en el centro de Ulthuan. Dragones tan numerosos que sus alas oscurecían el cielo cayeron sobre la huesta del Caos. Sobre el mar y la tierra, los Elfos y los esbirros de la oscuridad lucharon. La agonía de los monstruos inundaba el océano de espuma. Los cuerpos de los dragones se amontonaban muertos por hechizos fatales. Mientras empezaba la creación del vórtice, los mares se revolvían y se desataba un viento terrible procedente del Norte. Los cielos se oscurecieron y rayos y truenos empezaron a desgarrar la torturada tierra.

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Cuando la batalla alcanzaba su cénit, los hechiceros altos elfos entonaron el hechizo que crearía el vórtice. Se sucedieron una serie de rayos encadenados qeu parpadearon en el cielo. El mundo se estremeció. Durante un momento hubo calma y se hizo el silencio. Entonces, las montañas se agitaron. Terribles energías vibraron entre la tierra y el cielo. Desde las cimas de las montañas, rayos de energía pura saltaron para converger en la Isla de los Muertos. Mientras Aenarion y su ejército inferior en número luchaban, los hechiceros trataban de completar el ritual. Uno a uno fueron muriendo, los más débiles al principio, mientras la magia que trataban de controlar explotaba en sus mentes.

Aenarion, que contaba a su lado únicamente con la ayuda de su leal Indraugnir, libraba una batalla sangrienta contra cuatro grandes demonios del Caos. Era una batalla que ningún mortal podía ganar, pero Aenarion se resistía a verse abatido. El primero en caer fue el Señor de la Transformación, cuya cabeza seccionó en dos de un solo golpe. El Guardián de los Secretos N´Kari rompió las costillas de Aenarion, pero el Elfo continuó la lucha y atravesó la Espada de Khaine en el pecho del demonio. El demonio dio un grito terrible y desapareció. Cuando se enfrentaba al demonio de Nurgle, Aenarion fue salvado por las llamas purificadoras de Indraugnir, que abrasaron y destruyeron la carne impura del demonio. El último en caer fue el devorador de almas, aunque primero asestó un golpe fatal a Indraugnir y le rompió un brazo a Aenarion, pero ante la Espada de Khaine el gran demonio no pudo hacer nada. Aenarion le asestó un golpe que lo partió en dos.

Cuando Aenarion hubo derrotado a los cuatro demonios, el ritual se pudo completar finalmente, o al menos parcialmente. Los magos altos elfos habían podido abrir un vórtice al que arrastrar el flujo de magia, pero se vieron atrapados en él, manteniéndolo abierto eternamente, atrapados para siempre en su batalla contra el Caos.

Sus enemigos habían sido derrotados, pero Aenarion tenía el cuerpo destrozado, así que trepó como pudo al lomo de Indraugnir y avanzó una vez más hacia la Isla Marchita. Consiguiendo a duras penas completar el viaje, finalmente el dragón cayó exhausto en las orillas de la isla. Temblando a causa de la fatiga y las terribles heridas sufridas en su viejo cuerpo, Indraugnir emitió un último rugido desafiante y murió. Solo, Aenarion se arrastró hasta el Altar de Khaine; sabía que si alguien se adueñaba del arma de Khaine tendría poder suficiente para gobernar el mundo, así que volvió a clavar la espada en la roca de la que la había sacado. Después, se echó junto al cuerpo destrozado de su amada montura y murió.

Los efectos inmediatos del ritual de Caledor fueron una serie de tormentas mágicas, terremotos y maremotos que devastaron Ulthuan durante tres días. Miles de Elfos murieron ahogados cuando las orillas de Ulthuan sufrieron el azote de las olas monstruosas, los barcos se hundieron y el cielo se estremeció con la fuerza de los rayos. Cuando las tormentas cesaron, las puertas de la disformidad se sellaron y las legiones demoníacas desaparecieron. Ulthuan había quedado en ruinas, aunque tenía la esperanza del futuro.

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Escenificación de Aenarion vs N´Kari





Fuente

-Libro de ejército de séptima edición, Altos Elfos.