
Cuando el último aliento es arrancado a gritos de los últimos guerreros del Caos, el silencio de la muerte desciende sobre el mundo. Rotos cadáveres alfombran el campo de batalla. Sus fútiles luchas ya poco importan. allí, la única vencedora es la muerte.
La quietud se rompe de pronto. De pronto, empieza a soplar un viento frío e impregnado de muerte y agita a su paso los jirones de lo que antes fueran orgullosos estandartes, ahora tirados en el barro, y las plumas de las aves carroñaras que se alimentan de los caídos.
El mundo es un lugar despiadado, Grandes Señores, confiados en el poder de sus fuerzas, compiten por la supremacía, ignorando que la muerte, inexorablemente, aguarda a todos los vivos. Justo cuando muchos empiezan a alzar la mirada hacia un futuro dorado, otros ya están anhelando hacer su primer movimiento y apoderarse de él. El escudo de civilización, que consiguió repeler el letal avance del Caos, es ahora un elemento pesado y aparatoso. Los que antes consigan hacerlo a un lado serán más rápidos con sus espadas, aunque un cuchillo en la espalda es la mejor de todas.
Aquellos camaradas que lucharon codo con codo en el campo de batalla ahora desconfían y se miden unos a otros. Empiezan a revelarse las alianzas y nubes de tormenta vuelven a cubrir los celos,